jueves, 30 de diciembre de 2010

Encaste Saltillo, los cárdenos viajeros


La ganadería del Marqués de Saltillo nació allá por 1854, cuando el señor marqués, don Antonio Rueda Quintanilla, la compró a don José Picavea de Lesaca Montemayor, con reses de Vistahermosa. Él fue el artífice de este encaste con unas características propias que perduraron en el tiempo, incluso después de su muerte, en las manos de su viuda Francisca Osborne y su hijo, hasta que en 1918 la compró don Félix Moreno Ardanuy.

El toro de Saltillo no se caracteriza por ser grande, ni con peso, con una cabeza estrecha y alargada y generalmente veletos, cornivueltos y hasta cornipasos. Finos de hocico, lo que se llama hocico de rata y degollados, con un morrillo más bien poco desarrollado y entre los que predomina la capa negra y especialmente la cárdena, aunque en México, donde extendieron la semilla de su sangre con generosidad, se da el pelo colorado, pero más bien debido a su cruce con el ganado criollo. Y sin descartar, según he podido oír comentar a algún aficionado, que la causa también pueda estar en un gen recesivo de aquellas reses que le salían de vez en cuando al señor marqués. Siento no recordar ahora al padre de esta teoría, pero me gustaría poder citarle correctamente.

Aunque sí queremos reforzar esta tesis de los saltillos colorados no tenemos nada más que acudir a la historia y comprobar como el 17 de junio de 1867, Caramelo, colorado ojo de perdiz y chato de hocico, de la ganadería del Marqués de Saltillo, fue lidiado en la plaza de Cádiz por José Ponce, que actuaba en compañía de Antonio Sánchez, El Tato. El pupilo del señor marqués tenía ocho años y nueve hierbas en el momento saltar al ruedo. Salió en segundo lugar y él solito se ocupó de tomar 27 varas, partiendo cuatro palos a los de a caballo, a los que en siete ocasiones derribó, matando nueve caballos. Se dice que a la salida de cada vara obligaba a tomar el olivo a todo el que osara intentar hacerle el quite.

El segundo tercio fue un verdadero calvario para el peonaje, pues el tal Caramelo ya era dueño y señor del ruedo, con el inconveniente de haber adquirido mucho sentido durante la lidia. La gente entusiasmada pidió el indulto, a lo que el señor presidente no accedió. Una estocada de José Ponce en todo lo alto fue lo único que acabó con el ímpetu de Caramelo, no sin antes llevarse por delante a su matador, quien recibió un puntazo en la cabeza y un varetazo en el brazo, y cuando ya estaba decidido a llevarse por delante al espada, afortunadamente para él, el Saltillo sucumbió gracias a aquella valerosa estocada.

Historias de otra época con toros encastados, toreros embraguetados y un público que caía rendido ante la casta, poder y bravura del toro bravo, o como prefería don Felipe de Pablo Romero, del toro de lidia, lo de bravo quizás era pedir demasiado. Hoy sólo nos queda contemplar aquello con envidia, aunque seguro que los habrá que lo harán con escepticismo, pretendiendo autoconvencerse de que nada hubo mejor que lo de hoy. Pues allá cada uno.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Perdón, aunque podría ser verdad

Evidentemente, la supuesta noticia de la explosiva feria del Aniversario de 2011 dista mucho de la realidad. Espero que se me perdone por mi osadía, pero creo que todos debemos mostrar un poco de indulgencia el 28 de diciembre; el único día en el que lo imposible se confunde con la verdad y la verdad toma la apariencia de lo irreal.

De momento sólo nos queda esperar y confiar en que un día las figuras actúen como tales y pongan los intereses de la fiesta por delante de los propios. A lo mejor estamos más cerca de lo que nos pensamos del día en que los toros íntegros y encastados vuelvan a verse anunciados en todas las ferias del mundo y nos lo contarán por la radio en El Albero, en la COPE o en la cadena que lo permita.

Y si la cosa no cambia, al menos nos quedará el recurso de imaginar otra utopía para el año que viene, o en último caso para pedírsela a los Reyes Magos, Papá Noel, El Corte Inglés o el Conseguidor. De momento sigamos disfrutando de estas fiestas de ilusión, paz, amor, turrón, cordero asado o cochinillo, despilfarro, comidas y cenas con los cuñados insoportables, con las suegras que taladran los sentidos, los frascos de colonia que no usaremos, los libros que no leeremos, los guantes que no nos pondremos, el jersey de dos tallas menos, de chistes del tonto de la empresa, de las alabanzas al jefe del pelota de administración, de los niños insoportables del vecino, de las uvas desparramadas sobre la pechera de la ropa de fiesta, de las Nocheviejas sin taxis para ir de cotillón, de los cuartos que no son cuartos, de las campanadas que tampoco son los cuartos y de los del cuarto que se lo pasan de lo lindo mientras uno ve el “Adiós 2010, Viva el 2011”.

Y ahora a pensar a que gimnasio nos apuntamos, en que academia aprenderemos inglés, cuál va a ser el último pitillo antes de dejar de fumar y todas esas cosas que se prometen para no cumplir. A todos, feliz Año Nuevo.

lunes, 27 de diciembre de 2010

La bomba del Grupo de los 7



Al fin, parece que la realidad ha sacudido a los jerifaltes del toreo y éstos, junto con José Tomás, se han dispuesto a tomar de una vez por todas el toro por los cuernos y, de una forma resuelta, tomar una decisión seria que ayude a impulsar la fiesta. Parece ser, según he leído en algún blog, que el Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid ha filtrado lo avanzado de las negociaciones para que la próxima feria del Aniversario se dote de un contenido que perdió al año siguiente de este tantas veces denostado invento.

Según se ha podido saber, la feria constará de cuatro mano a mano entre los ocho matadores, más dos corridas más de cuatro matadores cada una, siendo siempre los toreros ya mencionados. Todo parece que nace de una de esas reuniones entre toreros y empresarios tres recoger un guante que generosamente lanzó Simón Casas, con el único objetivo de relanzar la fiesta con un bombazo como este.

Lógicamente, ante un hecho así no han podido sustraerse ninguno de los estamentos del mundo del toro y como no podía ser de otra manera, también se han sumado varios ganaderos. Se barajan los nombres de Victorino, Victoriano del Río, Palha, Adolfo Martín, Dolores Aguirre y si tiene una corrida para Madrid, Moreno Silva, o en su defecto una de Coquilla de Sánchez Fabrés

Muchas veces hemos dudado del amor a la fiesta de las figuras, de que los ganaderos se esconden y de que los empresarios sólo buscan “arrebañar” y llevárselo, pero en esta ocasión creo que todos, igual que ellos, debemos hacer un ejercicio de humildad, darles un voto de confianza, agradecerles el gesto y apoyarles. Ya era hora.

jueves, 23 de diciembre de 2010

La toreabilidad, esa gran desconocida


Que la tauromaquia está viva no lo puede negar nadie. Es un ente que no para de moverse, no sabría decir si para avanzar o solamente bulle como el agua en una cacerola, que se mueve, se mueve, pero no se mueve más allá de los bordes. En este bullir, en este guiso que se está preparándose eternamente, ahora nos han echado a la cara el concepto “toreabilidad”. ¿Y qué es la toreabilidad? Pues no lo sé, y lo que es peor, prefiero no saberlo. ¿Qué delito ha cometido el toro bravo para que ahora le condenen a tener un óptimo nivel de toreabilidad?

Siempre había creído que la terminología taurina, a pesar de que muchos abusen inadecuadamente de ella, era rica y precisa, capaz de nominar los múltiples matices que ofrece a todo aquel que se acerca al mundo de los toros. Terminología nacida en el medio rural y que decididamente se incorporó al lenguaje urbano, llegando incluso a ser uno de los rasgos que caracterizan el habla castellana. Tanto ha penetrado en nuestra cultura que incluso son expresiones utilizadas por personas que desconocen por completo el toreo y por supuesto el origen de tales expresiones, pero al final, todos entran al trapo.

Pero como la fiesta históricamente es hija de su tiempo, no ha podido resistirse a la moda del eufemismo, que en ocasiones no deja de ser una trampa para enmascarar algo que se quiere esconder o disimular. Y hete aquí que recientemente el taurinismo se ha sacado de la chistera esto de la toreabilidad. A uno que está tan tranquilo pensando en sus cosas llega un joven ganadero y le espeta: “toreabilidad”. Una de dos o le suelta un bofetón por si acaso o le entrega la cartera, el reloj, la medallita del Niño del Remedio, el móvil y hasta la discografía completa de Jesulín de Ubrique.

Así, a bote pronto, parece que toreabilidad quiere decir que se puede torear. Bien, ¿es que hay algún toro descendiente del bos primigenius, hoy conocido como toro de lidia, que no se pueda torear? Si aceptamos este supuesto tenemos un problema y nos veremos en un callejón sin salida, al dar por hecho que de acuerdo a sus condiciones naturales, el toro no se puede torear, así que de momento, el término no resulta demasiado apropiado.

Otra opción es pensar que la toreabilidad se refiere únicamente al toro que permite hacer el toreo bonito, artístico y pinturero. Pues vaya, qué día, entonces de un plumazo nos cargamos gran parte de la historia del toreo y convertimos en no se sabe qué a Joselito, Frascuelo, Macahquito, Vicente Pastor, Guerrita, Domingo Ortega, Marcial Lalanda y hasta Luis Miguel Dominguín, toreros que entre sus cualidades más destacables estaba el poder a los toros, el dominio, no exento de arte, pero que no era lo de Rafael el Gallo, Antonio Fuentes, Pepe Luis o Cagancho. Pues vaya con la palabrita, que para inventar una nueva virtud del toro no paramos de darle coces al arte del toreo. Resulta que todo lo que no sea derechazo, derechazo, derechazo y más derechazos, más el de pecho y el de pecho y el de pecho otra vez, no es torear. Señor Urdiales, aquella faena a un Victorino en Madrid en la no dio ni un derechazo, ni un natural y que muchos nos creímos que era torear como los ángeles, pues ya no vale, bórrese ese triunfo. Pero no sé, no sé, a mí no acaba de convencerme esto de la toreabilidad. La palabrita hasta puede empezar a sonar bien, pero excluye demasiadas cosas de las que hasta hoy me emocionaban de verdad en una plaza de toros.

Si toreabilidad se refiere al toro que embiste con franqueza, bravo, que sigue la muleta con fijeza buscándola como si se la quisiera comer, sin importarle si esta va describiendo círculos que le hacen retorcerse hasta que le crujan los huesos, ¿por qué no se usa lo de boyantía, pastueño, codicia, bravura y no sé cuantas palabras más que heredamos de nuestros mayores? ¿Y cómo se mide la toreabilidad cuando el toro va al caballo? ¿Es toreabilidad ir tres veces al caballo con prontitud y alegría, meter los riñones y empujar con fijeza metiendo la cabeza debajo del peto?

Pues vaya con esa utopía que buscan los jóvenes ganaderos del momento. Con lo fácil que es decirlo y lo difícil que resulta encontrarle un significado preciso. Y ya me quedan pocas opciones, la verdad; a ver si eso de toreabilidad quiere decir que es cuando el toro va a la muleta al toque, ojo con no olvidar eso del toque, en línea recta, una y otra vez, sin molestar al matador lo más mínimo y aguantando faenas interminables que superan la centena de pases. Pases que no tienen por qué tener mando, ni ser completos, o sea que se rematen como Dios manda, si es que Dios manda torear de verdad.

Creo que la palabreja en cuestión no acaba de convencerme del todo. También puede ser por mi ignorancia, ya que tal y como he confesado, no sé que es la toreabilidad dichosa. Y no sé lo que es, pero no me suena bien. ¿Para que hemos tenido que convertirnos en académicos de la lengua si para nombrar todo esto ya existen otros términos? Ignoro si soy realmente preciso o no, pero a mí lo de toreabilidad me suena más bien a borreguez, que no es muy taurino, pero es suficientemente ilustrativo., el toro carretón. Además será por aquello del conductivismo, que escucho la palabra borreguez e inmediatamente se me viene a la mente la palabra trapazo y pegapases, como si fuera una asociación indisoluble de esas que han unido los taurinos y que no separa el aficionado. Y tirando del hilo se me apelotonan un montón de nombres de toreros del momento, de estos principios del siglo XXI, y de una pila de ganaderías especializadas en la palabrita en cuestión, esa de toreabilidad. Pero hay otra que aglutina todo esto y que creo es bastante precisa, fácil de pronunciar, de rápida y nítida comprensión y que no deja lugar a dudas: vulgaridad. Y para explicar su significado no hay que extenderse mucho, simplemente vayan a una plaza de toros cualquier día que se anuncien toreros y toros de postín.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Feliz Navidad y un Próspero Año Nuevo.



Y a todos los aficionados toros con cuajo, bravos y encastados. Las palabras mágicas para que toda la torería se acuerde con todo el cariño del mundo de nuestras familias, encabezando la lista la señora madre de cada uno, para lo que no estaría de más que nos acompañara del brazo en ciertas situaciones controvertidas. Cuánto se pensaría un torerillo aprovechado el darse la vuelta al ruedo por su cuenta si en ese paseo tuviera que ir a su lado mamá. Lo más probable es que al final del tour ésta le cruzara la cara con dos sopapos y le mandara a pensar al burladero del Delegado Gubernativo.

Cuanto ganaríamos si cuando el matador de turno pide el cambio apresuradamente después de dos refilonazos en el caballo saliera su señora madre arrmangándose la bata y mientras le tira de las patillas le dice:

- ¿A eso llamas tú picar al toro?
- Pero … mamá
- Ni pero, ni manzano, ahora mismo le pides perdón al señor picador y le pones el toro otra vez en suerte, y nada de eso de hacer que pica, aquí se pica de verdad, y si no ya verás cuando venga tu padre.
- Pero…
- Que no me repliques a picar y a callar.

Pero, claro, madre tenemos todos, incluido el señor presidente, ese que deja pasar por toro cualquier cosa con cuernos en los reconocimientos veterinarios. Y con la fama de duras que tienen las madres de los presidentes, que a la mínima le sacan los colores delante de toda la plaza:

- ¿Tú te has dado cuenta? Se pasa una toda la vida enseñándole qué es un toro y a la primera de cambio le cuelan un borrego. Si es que no sé que voy a hacer contigo, tan tonto como tu padre. Y el señorito decide que el borrego es un toro y se queda tan ancho.
- Mamá, es que el veedor…
- ¡Ah, claro el veedor! Ya me extrañaba que no apareciera ese, ese; mira que te he dicho veces que no te juntes con esa chusma. Y claro, por donde anda el veedor, andará también el apoderado, ¿no? Y el empresario ¿verdad que sí? ¿Pero cuándo sentarás la cabeza y harás caso de tu madre? Pero claro, como una aguanta de todo, tiene que soportar que veinte mil almas se acuerden de mí de malas formas. Si es que todo son sufrimientos.

Pero bueno, al fin y al cabo estamos en Navidad y aunque las madres de algunos tengan un poco de mal carácter, al final todas quieren lo mejor para los suyos y, qué caramba, que una madre con carácter tampoco es malo. Ya nos gustaría que tuvieran esa mano dura y firmeza de ánimo las madres de los Zalduendos, los Cuvillos y tantos otros y que no les consintieran tanto, ni les maleducaran como lo hacen. Y es que no les saben decir que no a nada. ¿Que los señoritos no quieren pelarse porque se hacen pupa? Pues vale, ya te pelearás; ¿Qué se cansan de embestir? Pues ya embestirán; ¿Qué no les gusta que les piquen en el caballo? Pues le decimos al maestro que por favor cambie el tercio, que el niño está muy mal de lo suyo y no le viene bien que le piquen con ese palo largo. Eso sí, también hay que reconocer a estas madres la exquisita educación que han inculcado a sus criaturas; al embestir no se derrota, se embiste muy seguidito y en línea recta, no en círculo como esos mozos de la calle de los Santa Coloma.

Pero bueno, ya habrá tiempo para sacar los trapos sucios de las familias, así que de momento dejaremos a las madres, a los hijos y a todos en paz, que al fin y al cabo es Navidad. Muchas felicidades a todos y espero seguir contando con vuestro apoyo y vuestros comentarios que tanto me ayudan y me enseñan de esto que llamamos la fiesta de los toros.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Los especialistas del toreo

Hace tiempo leía unas declaraciones de Joaquín Buendía en Toro, Torero, Afición, en las que decía que los toreros de hoy están especializados en un solo encaste, porque los demás exigen variedad de lidia y recursos, al tener unos comportamientos muy diferentes unos de otros.

Pues así en dos líneas se ha hecho una exacta descripción de la torería actual y al mismo tiempo les ha puesto en su sitio de una forma muy delicada y muy educada. Y ¿quién le dice que esto no es así al señor Buendía? Pues nadie, porque no tendría argumentos para ello. Pero la estandarización de la fiesta de los toros nos ha llevado a esto. Estandarización que parte de los propios toreros, quienes consideran intoreable todo lo que presente alguna dificultad y además, con sus hechos, quieren condenarlo al ostracismo y como consecuencia, al matadero. Son los mismos que quieren reducir el oreo a pegar pases, los mismos que demuestran su tremenda ignorancia, en la que se suben para sentar cátedra sobre la grandeza de su aburrimiento y monotonía, aireando su incapacidad a los cuatro vientos.

Quieren echar el muerto encima al aficionado con eso de que esta fiesta se adapta a los gustos del público. Es lo mismo que aducen los programadores de televisión y los presentadores de la telebasura: es lo que le gusta a la gente, es lo que demanda la audiencia. Pero resulta que un cualquiera va y hace un programa sin Belenes, ni Pantojas y alcanza los mejores índices de audiencia, igual que una tarde llega un desterrado, denostado y apartado Juan Mora y en quince muletazos pone el mundo del revés. A ver si va a ser que no gusta tanto la basura, pero resulta que es más fácil y más barata de preparar, que con sólo empanarla y ponerle el apellido de “a la milanesa”, ya la hemos convertido en un manjar.

Siempre las figuras han elegido el ganado más apropiado para estar más a gusto, más cómodo o para asegurarse el triunfo, incluso no me parece mal, lo entiendo; pero lo que sí se hace difícil de digerir es que elijan absolutamente todo. Ya no es aquello de que una figura elegía dos corridas y además tenía que matar otra u otras dos de las que le imponía la empresa, la presión del aficionado o el amor propio de querer ser un matador de toros que podía con cualquier tipo de toro. Como siempre se ha dicho, con las ganaderías cómodas triunfaban y cortaban las orejas y con las otras daban la verdadera muestra de lo que era capaces, daban su verdadera medida como torero.

Hemos llegado a unos límites infumables. Los veedores, esa figura sombría y que al aficionado le inspira muy poca confianza, van a acabar haciendo castings de ganado.

- Dinos tu nombre
- Consolito
- ¿de qué encaste vienes?
- Santa Coloma
- ¿Ganadería? Flor de Jara
- gracias, ya te llamaremos; el siguiente por favor

Y ya puede revolcarse el ganadero por el suelo reclamando una oportunidad para su pupilo, que éste se va a tener que conformar con matar el gusanillo de ser un toro encastado en las fiestas de los pueblos, aguantando que los borrachos del lugar le azoten en el culo a traición, que le hagan mil perrerías amparados en la oscuridad de la noche u ocultos entre una masa de gente dando voces escondidos detrás de una talanquera.

Eso de no matar otros encastes aparte del monoencaste no solo no es motivo de vergüenza, sino que es un verdadero orgullo y si alguien les tienta a las figuras con anunciarse con unos santacolomas, albaserradas, veraguas o coquillas, salen escapados gritando “Quita, tuso”. Pero incluso no matan todo lo de Juan Pedro, matan las babosas bobas de indulto, para gloria del matador.

Cuanto encierran las palabras de Joaquín Buendía y cuantas vergüenzas debería destapar, pero claro, si ya desde pequeñitos vemos a los novilleros fracasar estrepitosamente con una novillada de Moreno Silva y salen más chulos que un ocho diciendo que han estado cumbres, que ese ganado merecía ir al matadero y todo después de que le hayan echado un toro al corral y no pasa nada. Entonces ¿qué esperamos?

Y como si hubiera un enorme muro nos encontramos el mundo de los toros inevitablemente partido en dos. De un lado están los profesionales del toro, incluidos los sombríos veedores y público satisfecho y feliz de contar sus tardes por indultos y con agujetas en el brazo de tantas orejas que piden por festejo. Del otro el aficionado que suspira por un cambio, soñando ver en los carteles otro tipo de toro, otras ganaderías entre las que predomina el gusto por lo de Veragua y por lo santacolomeño, para satisfacción del señor Buendía, que igual que sus toros, se las apañan de maravilla para en dos embestidas sacarle los colores al más pintado, si éste desconoce lo que es la buena lidia; don Joaquín en dos líneas ha sacado a relucir las vergüenzas de unos asalta plazas atrincherados en la vulgaridad.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

El valor en los toreros


Natural de José Tomás
El valor es uno de los conceptos del toreo sobre los que más se ha podido escribir, tanto como ente abstracto que el torero proyecta sobre su arte, como de la aportación que éste recibe precisamente para expresar ese sentimiento artístico. Pero no seré yo el que pretenda establecer teorías sobre el tema; simplemente me limitaré a dar mi opinión y las sensaciones que me producen al ver a un torero en el ruedo.

Me resulta habitual ver cómo el público en general considera valientes a aquellos toreros que ejecutan las suertes con muchos alardes o que la suerte elegida basa su mérito en el cara o cruz. Y me voy a explicar: si un torero basa su actuación en muchas carreras, movimientos casi espasmódicos, frecuentemente dejando que el toro vea poco los engaños, y además se encara con el tendido con un gesto de “ahí queda eso”, pues inmediatamente se le considera un torero con valor. De la misma forma que se considera con valor a aquel que espera a portagayola, independientemente de si la larga de rodillas se la da al toro o al aire. O cuando un matador empieza las faenas de muleta con ese repertorio tan sobado por los toreros modernos, de plantarse en los medios y dejar pasar al toro por delante y por detrás, sin fijarse si para hacer un pase cambiado espera hasta el último momento o va marcando la salida del toro desde la puerta del hotel. Esos son los toreros que el público considera que tienen un valor a prueba de bombas. Es tal el estado de euforia creado que ya no quedan ojos para ver si el matador cita descaradamente con el pico de la muleta, si estira el brazo desaforadamente o si se dobla por la mitad haciendo un horroroso arco con su cuerpo, y todo para evitar el molesto y arriesgado trance de sentir el paso de los pitones rozando los alamares. Multitud de trapazos que sólo aburren al toro, para acabar metido entre los pitones, volviendo al inicio, a esos alardes estériles que no dan la verdadera talla del valor de un torero.

Por el contrario, siempre he oído esa cantinela de los toreros artistas, justitos de valor y más pendientes de coger el olivo que de adueñarse de la situación. Pero yo aquí tengo una opinión que difiere un tanto. Para torear con arte es necesaria una buena bolsa de valor. Tengamos en cuenta que en primer lugar el torero se planta a dos o tres metros del toro, citando cruzado, ofreciendo la muleta plana y embarcando la embestida mientras el toro pasa muy cerquita del fajín, para concluir el pase detrás de la cintura, bien rematado, quebrando al toro y preparándolo para el siguiente pase. El torero artista se fuerza más y de la misma forma, se entrega más, cerrándose cualquier posible escapatoria en el caso en el que el toro lance un derrote. Ahí el riesgo de cogida aumenta considerablemente. Entonces cabe suponer que para asumir ese riesgo tan cierto, hay que estar muy bien pertrechado de valor. Que no entro si este valor nace en la afición, el sentimiento, el ansia de dinero y fama o vaya usted a saber, pero lo que resulta indudable es que el valor está presente.

Pero el público en general, igual que pone etiquetas de toreros con valor a diestro y siniestro, o faltos de él a los artistas, ahora ha inventado una nueva clasificación para explicar un fenómeno que les resulta incomprensible: el torero suicida, el que busca morir en el ruedo; suponiendo a priori que algún torero tenga esta idea entre sus previsiones en el momento de salir a hacer el paseíllo. Y dicho esto, quien no escriba aquí el nombre de José Tomás, es que ha estado emigrado a la luna desde hace más de una década.

A José Tomás se le puede considerar suicida si se sube en un coche con los ojos vendados y lo pone a 180 en una carretera de montaña. Quizás también por ser hincha incondicional del Aleti, pero no por la forma de torear. Para mí eso no es ser un suicida; eso sí, el valor es más que evidente. El valor necesario para interpretar el toreo clásico, el toreo en el que el toro te puede coger por el muslo o el vientre. Ese empeño de conseguir que el toro cambie la trayectoria desde que se arranca, hasta que sale del pase. Primero cuando tiene que ir en busca de la muleta y despés cuando va en busca de esta. Ese riesgo que no se puede ser desterrado sin desterrar también la esencia del toreo. Un arte en el que todo adquiere una dimensión extraordinaria si todo esto se hace delante de un toro íntegro y encastado, que ya es mucho decir.

Si alguien pretende eliminar de la fiesta el riesgo, la incertidumbre y hasta la amargura de algunos malos momentos, lo que está haciendo es renegar del espectáculo que llamamos toros, que de ser un divertimento o motivo de reunión social pasa a convertirse en un rito, ese rito que muchos buenos aficionados reclaman. Sin el riesgo que está siempre presente en este arte la fiesta de los toros se convierte en una representación teatral, en pura pantomima casi vacía de emociones, en algo diferente, no sé si mejor o peor, pero evidentemente diferente, al que los buenos aficionados no se afilian. Es un sin sentido incomprensible para ellos. Y si no sólo hay que recordar las reflexiones de Joaquín Vidal cuando decía que “Torear es muy difícil y además, muy peligroso”. Pues eso.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Pepín Jiménez y los toreros invisibles


De Lorca, Murcia, Pepín Jiménez tomó por costumbre el acercarse de cuando en cuando a la plaza de Madrid. Soltaba la tiza y pasaba de enseñar quebrados, geometría y el teorema de Pitágoras a dar clases de tauromaquia del más alto nivel. A pesar de todo no fue un torero de muchos festejos por temporada, incluso hubo años de bastante escasez para la clase y torería que desplegaba.

En estos años de Internet, de la gran proliferación de vídeos de toreros en plazas de primera, segunda y tercera de España, Francia, Portugal y América, parece que si no tecleas en Youtube un nombre y salen quince vídeos, pues no existes. Pero claro que han existido; muchos pueden creer que son toreros invisibles, pero fueron muchas las oportunidades en las que nos levantaron del asiento, y como en el caso de Pepín, demostraron lo que significaba ser torero. Ahora se me vienen a la memoria José Ignacio Sánchez, uno de los que mejor y con mayor naturalidad han manejado la izquierda, Curro Vázquez, de sobra conocido por sus apoderamientos, aunque no tan recordado por sus trincherazos, su torero de capote y de muleta y porque a pesar de casi rendir su vida en Madrid, siguió siendo torero con mayúsculas. Pero no hay que irse al pasado para encontrarse con toreros invisibles, y si no sólo hay que irse a Internet y teclear Carlos Escolar Frascuelo, para ver lo difícil que resulta encontrar un vídeo de él toreando.

Pero volviendo a Pepín Jiménez, algunos se preguntarán quien era y cómo era este murciano; en primer lugar derrochaba personalidad, algo tan difícil de encontrar de unos años para acá. Desde los diseños del vestido de torear, en el que se hizo bordar el nombre de sus hijos, hasta la forma de andar, escondiendo el cuello y con los pies apuntando ligeramente hacia fuera. Sin retorcimientos inútiles y antiestéticos, no pretendía arrastrar los engaños a costa de partirse la espina dorsal. Relajado y derecho como una columna pegaba tal latigazo con la muleta que reventaba a los toros con suavidad, siempre elegante y sin forzarse. A veces parecía su forma de torear cómo la que cualquier aficionado podría encontrar en las imágenes antiguas de La Lidia. Y si a alguien le quedaba alguna duda, bastaba verle liar la muleta para entrar a matar y más parecía Paquiro guiado por Pedro Romero en la famosa imagen que representa al maestro y al discípulo en la Escuela de Sevilla.

Pero quizás sea mejor verle torear a un Guardiola en la plaza de Madrid hace algunos años. Guardiola, otra de esas ganaderías que también podría creerse que ya son invisibles, pero que en otro tiempo era fija en las ferias más importantes y a las que se identificaba con el toro. Si se presta atención en la faena de Pepín Jiménez se percibirán los aromas a toreo de otra época, próxima en el tiempo, pero lejana en conceptos taurómacos. Que disfruten.



lunes, 6 de diciembre de 2010

Bendita afición


La frase le resultará familiar a los que como yo abrazan la fe rojiblanca y además lo llevan como un orgullo de superación y sufrimiento, pero aunque les pese a algunos con otra creencia deportiva, o incluso los que carecen de ella, esto es aplicable a esos tontos que nos volvemos locos cuando un señor con un trapo sortea las embestidas de un animal todo fiereza, que solo desea hacerlo jirones con sus pitones.

Hace unos días publiqué una entrada sobre la degradación de la fiesta y sobre la desesperante ceguera e inoperancia de los que deberían conducir la fiesta por los caminos de la verdad e integridad. Pero ya sea porque son unos necios, porque no dan para más o porque resulta muy cómodo tener una clientela cautiva, sólo se limitan a lanzar exabruptos contra los que no piensan como, sobre los que mantienen un punto de vista totalmente opuesto al suyo o sobre aquellos que les quieren incomodar en su posición de privilegio en la que casi se limitan a recaudar sus buenos dineros, a cambio de ofrecer siempre la misma basura, con los mismos tramposos, ante los mismos engendros bovinos hechos a imagen y semejanza de un señor con mucha labia y no demasiados escrúpulos, el tal Juanpe este de los toros artistas.

Y resulta curioso que los comentarios a esta entrada corrían a cargo de buenos aficionados, que presentaban el rasgo común del amor a la fiesta, de vivir para ella y de luchar por evitar el actual estado de ruina en una pelea desequilibrada, tirando piedras contra la división acorazada Taurinos nº 1, con sede en la Mesa del Toro y el G7 y próximamente en el Ministerio de Cultura. Son una panda de idealistas con los que comparto fatigas y alegrías. Y todos coincidían en una dar respuesta a esta gente dejando de acudir a las plazas. A todos uno por uno les manifesté que estaba completamente de acuerdo con ellos. Es tan simple como la ley de la oferta y la demanda, si la primera no cumple con unos mínimos niveles de calidad y de coincidencia con las expectativas que presenta el cliente, pues la segunda disminuye y viceversa. Algo tan básico no se cumple en los toros que se han convertido en un acto social en el que se ha cambiado la escala de valores que se había mantenido durante décadas. Ahora ha pasado a una posición de preferencia aquello de “dejarse ver”, el convertirse en una excusa para encuentros interesados que persiguen otros fines, o simplemente para disfrutar de una suculenta merienda tostándose al sol.

Pero como en todo, siempre tiene que haber excepciones que confirmen la regla y ahí entran de nuevo esa panda de aficionados entregados que no viven del toro, pero sí viven para él. Son los mismos que viajan para ver toros en el campo, que van de plaza en plaza en plaza durante la temporada, que el largo invierno leen de toros, ven películas de toros, hablan de toros y reviven sus recuerdos de afición. Pues he aquí que todos se plantean ir abandonando los tendidos. Algo que podría resultar impensable, pero que es muy comprensible. Y, ¿quién tiene el valor de echárselo en cara? Pues nadie en sus cabales, aunque seguro que los taurinos no dudarían en ponerles en su punto de mira como responsables de la decadencia de las corridas de toros, como si ellos accedieran a las pretensiones inadmisibles de las figuras a la hora de exigir semitoros que se comportan como borregas, o como si ellos mismos vetaran la presencia de toreros que tarde tras tarde se tienen que poner delante de todo lo que les manden, que suele ser grande, con pitones y con más casta que todas las camadas del monoencaste que se lidien de marzo a octubre en toda España.

A uno por uno de los comentaristas de este blog les he ido contestando y aplaudiendo esa idea de abandono progresivo, hasta llegar un momento en que me he dado cuenta de que esta puede no ser la solución. Como ya debe saber más de uno, yo soy abonado de la plaza de Madrid, esa plaza en que toda empresa que sea designada para su explotación goza de una clientela cautiva, que mantiene su abono casi única y exclusivamente para no perderlo, ya que su recuperación sería prácticamente imposible. Y allá que vamos año tras año en mayo para San Isidro y en Septiembre para la feria de Otoño, aguantamos nuestras incómodas y eternas colas y hala, a los toros. Con ilusión o a regañadientes, el caso es que una tarde tras otra nos despedimos de la familia a eso de las seis de la tarde y no volvemos hasta unas horas más tarde, preguntándonos que quien nos manda ir otra tarde más.

Como ya digo, coincidía con esa idea del abandono, pero de repente se me encendió la bombillita y me dije: no señor, eso no puede ser. Y voy a explicar mis razones. Alguien cree que los taurinos y figuras de ahora iban a echar de menos a los levantiscos que no consienten que el toro se les venga abajo, que no dudan en mandar a su sitio a esos matadores que se quedan del lado derecho del caballo, que protestan esas alas deltas con varillas con que nos castigan los banderilleros oficinistas, que después del primer picotazo en el caballo piden que “hay que picar”, que no sólo no se vuelven locos con las banderillas del maestro, sino que además las protestan, que exigen al maestro que se coloque en su sitio y que presente la muleta como se debe, que no tragan las faenas eternas de pases y pases y que lo que quieren es ver torear y que aunque el de las medias rosas haya toreado como los ángeles, no le perdonan que asesine al toro con un bajonazo infame, o que ejecute la suerte suprema con trampas.

Creo que muchas de los figuras, empresarios, apoderados y hasta periodistas descansarían si nos vieran claudicar ante su negocio de vulgares y fraudulentas maneras. Quizás los toreros no saldrían ya a la plaza de Madrid blancos como la cal, con la certeza de que no se les pasa una desde que salen a hacer el paseíllo, hasta que se marchan por la puerta de cuadrillas o por la Puerta de Madrid. Ya no se le atragantaría a nadie una oreja regalada por la mayoría bullanguera preocupada de su bocata del tercer toro. No tendrían que aguantar como mientras dan sus vueltas al ruedo triunfales siempre hay un tío que muy serio les dice “no” con el dedo índice, esos mismos que se expresan con palmas de tango que deben atronar a más de uno, no se lo pongamos nada fácil. Por todo esto yo os pido, con toda la humildad posible, que no os vayáis, que sigáis yendo a las plazas y que sigáis diciendo que así no. Ya sé que pedir es la mar de fácil, pero nos tenemos que dar cuenta de que molestamos a los que queremos molestar, a esos que por tres pesetas no dudan en ir enterrando poco a poco a esto que nos quita la vida, pero que también nos lleva al cielo. Toda esta banda de sacaduros están como locos porque nos vayamos a nuestras casas y que nos estemos quietecitos. Y si además contáramos con una prensa con formación y con escrúpulos, pues ¿para qué más?

Más de una vez, cuando manifestaba mis intenciones de cortarme la coleta y mandar esto al garete, muchos habéis sido los que me habéis dado un empujón y me habéis dicho que pa’lante, incluso alguno me ha venido a decir que no tenía derecho a dejarlo, que había que pelear por nuestra fiesta, por ese ideal que todos tenemos en la cabeza, que unos por razones de edad hemos visto cosas que se acercaban bastante a esta utopía y que otros, aún sin haberlo visto, sabéis que hay otra cosa diferente y mucho mejor a esto que nos quieren hacer tragar como chorizo de Salamanca (siempre barriendo para casa) y es mortadela de la mala. Ahora me podréis decir todo lo que se os pase por la cabeza, empezando con que quién me creo yo para pediros estas cosas, y tenéis toda la razón del mundo, pero al menos me he quedado más ancho que largo y he soltado todo lo que tenía dentro. Aunque si alguien deja su blog, abandona los tendidos o no quiere saber nada de esto, el primero que lo entenderá seré yo, porque motivos le sobran.

viernes, 3 de diciembre de 2010

La fiesta se nos va por el desagüe


Quizás muchos imaginábamos un final de la fiesta de los toros más apocalíptico, con prohibiciones y persecuciones o abandonada en una profunda desidia y desinterés provocado por ese aburrimiento que se ha convertido en permanente compañero de localidad. Pero lo que yo nunca llegué a pensar es que esto iba a ser una continua sangría como la que estamos padeciendo. Es como si todos los aficionados o aspirantes a ello, pero con un profundo amor a esto, nos preparáramos para tapar un boquete en una cañería; pertrechados con trapos, toallas, bobinas y bobinas de estopa y un cañón que escupiera toneladas de silicona. Y cuando se esperaba la gran avalancha vemos como aparece súbitamente una fuga; la tapamos, pero dos metros más allá surge otra y otra más acá y otra dos palmos separada de la primera, otra más grande que nos hace abandonar las primeras, y otra y otra y otra y esto no parece tener fin. Ya tenemos claro que va a haber más fugas, pero a nadie se le ocurre cerrar la llave de paso. ¿Para qué, si los que saben de esto dicen que el caudal no es tan grande y las conducciones tan seguras, que no pasará nada? Y nosotros a pesar de todo seguimos parcheando, sin que nadie nos quite de la cabeza que ese experto no está en sus cabales.

Basta echar un vistazo a las webs oficiales del taurinismo, para darse cuenta de que esto se pone más serio de lo que ya estaba. Sé que esto puede suponer un esfuerzo para los buenos aficionados, sobre todo porque estas sangrías se tapan con las crónicas de las faenas inteligentes del maestro Ponce, por las heróicas orejas conseguidas por otros en Perú, por los triunfos en todas las plazas de América, esas en las que nos han hecho creer que no hay ningún aficionado cabal y que se llenan de ignorantes taurinos. Luego uno se va a los blogs de aquellas tierras y puede leer su descontento a imagen y semejanza de lo pasa por aquí. Que los toros parecen gatitos con cuernos, que si los toreros españoles pasean su soberbia ibérica por aquellos lares, pero la oficialidad no dice nada de esto, como aquí. También hay webs más honradas, y no voy a hablar de Opinión y Toros por ser parte interesada, y más ahora en que también aparece una opinión de quien escribe estas letras.

Hace unos días nos rasgábamos las vestiduras en señal de duelo por lo de Sánchez Cobaleda; a mí personalmente me dolió en el alma, pero es que ni esta ha sido la primera, ni será la última que se marche al matadero, como si habláramos de una “Solución Final Taurina”. Empezamos con los Atanasios, lo esquivaron los Coquillas de Sánchez Fabrés, han seguido los de Trifino Vegas y seguirán otros más. Van cayendo las ganaderías una a una, como si estuviéramos viviendo una nueva selección de las especies, reviviendo las teorías de Darwin. El único pero es que éste afirmaba que sólo sobrevivirían los más fuertes, pero nada dijo ni de los más comerciales, ni de los más poderosos, ni los que tuvieran más billetes, ni los que más interesaran a las figuritas, a los taurinos y a los corifeos mediáticos de todos estos. Curiosa y fraudulenta selección natural de las especies.

Tantas toallas y trapos para tapar el boquete de Cataluña y sin que los que mandan se den cuenta, la fiesta se nos va por el desagüe. Y ¿cuál es la solución? Pues incrementar el caudal, para que al final del tubo siga saliendo agua suficiente para llenar las piscinas, jacuzzis de los señoritos y regar los verdes campos de golf en medio del desierto. Pero ¿y cuándo ya no quede más agua? Eso no importa, hay mucha agua y si se acaba, a mí no me va a pillar. Y además eso es imposible, tradicionalmente desde hace siglos ha habido agua para estas cosas y ya se sabe que las tradiciones son eternas y que nadie puede acabar con ellas. Y si la fuente se seca será porque a algún malaje y desalmado se le pone en las narices, no por nuestra culpa.

Pero seguro que no va a pasar nada de todo esto, no es posible, eso es cosa de esos derrotistas que lo ven todo negro y a los que se les ponen las siete maravillas delante de loso ojos y no las saben apreciar. Sí es verdad que están un pelín ruinosas, pero tampoco hay que ponerse estupendo. Y si no que vean la expectación que se está viviendo de cara a la próxima temporada. Ya nos estamos repartiendo lo de Núñez del Cuvillo y Zalduendo. Tanto que se les protestó la temporada pasada y hay codazos para coger la vez en las colas que se forman en los despachos de los pobres y afanosos empresarios. Aunque a mí me queda una duda que no soy capaz de resolver y que espero que los buenos aficionados que se sientan en la Grada del Seis me aclaren: ¿Por qué estas basuras ganaderas no se van al matadero y si las que representan una variedad ajena a los Domecq? Antes el ganadero ponía su saber al servicio del espectáculo, llegando a crear encastes propios que dieron brillo y gloria a la fiesta; ahora se empeñan en ir eliminando todo lo que se salga de la norma. Pues que tengan cuidado no se les vayan a ir sus duros corriendo por el desagüe, enganchados en las imponentes arboladuras de los patas blancas o arrollados por la casta brava de los santacolomas o el picante de los coquillas. A ver si a alguien se le ocurre cerrar la llave de paso y ponerse manos a la obra para cambiar las agujereadas cañerías.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Concha y Sierra, una lámina


Vuelvo con mi idea primitiva de ir ilustrando los diferentes encastes de toro bravo. Quizás ahora esto adquiera un diferente significado al que podía tener hace un tiempo. Antes únicamente se trataría de un ejercicio de documentación y la habilidad, maña o pericia necesarias para hacerlo brotar en un papel. Pero con la que está cayendo la cosa cambia. Tal y como está el panorama, en unos meses puede que este dibujo se convierta desgraciadamente en un testimonio de algo que fue, pero que la ineptitud de taurinos y señores de la administración se llevó por delante.

Los Concha y Sierra nunca han sido un toro colaborador, tal y como hoy se entiende por colaborador, pero sin embargo figuras de verdad, como Juan Belmonte o Vicente Pastor supieron alcanzar la gloria ante ellos. Sus últimas apariciones en Madrid han sido como sobreros, pasando sin pena ni gloria por la calle de Alcalá. Pero toda la consideración que se tiene con otros hierros, a los que se les permite arrastrarse año tras año por los ruedos, a estos, como a otros, no se les consiente.

No son toros ni fáciles, ni difíciles, son diferentes, pero que no se ajustan ni de lejos al canon actual, ese que dice que al toro sólo se le pide que vaya detrás de las telas como un borrego en el último tercio. Entonces si nos encontramos con un encaste, como los veragua, que desarrollan un tremendo poder en el caballo, pero que luego llegan más justos a la muleta, ya no sirven, porque como todo el mundo sabe, en los dos primeros tercios uno se aplica al canapé, al güisqui y a charlar con la concurrencia.

El toro de Concha y Sierra se ha caracterizado por su lámina y por la variedad de su capa. Procedentes de aquellos con que don Fernando de la Concha y Sierra formó con reses vazqueñas de Taviel de Andrade y de Castrillón y que continuó doña Celsa Fontfrede, su viuda, y su hija, doña Concepción de la Concha y Sierra. Luego pasó a manos de Juan de Dios Pareja Obregón en 1966, a Martín Berrocal en 1968 y finalmente en 1970 a King Rancha España, S.A, una sociedad americana que casi la llevó a una prematura defunción, que anunció la ganadería con el nombre de Los Millares. Tuvo que ser Miguel Báez, “Litri”, quien la sacara de este pozo, le devolvió su nombre original anunciándola como "Toros de Concha y Sierra". Lo que no sé es si será suficientemente reconocido el esfuerzo del matador onubense, quien se tuvo que enfrentar a mandar al matadero a un elevado número de reses y a armarse de una paciencia infinita. Y aquí dejo esta pequeña reseña histórica de la ganadería y del encaste, pues lo que vino después se puede consultar en cualquier anuario de la Unión de Criadores de Toros de Lidia y hace más referencia a la ganadería que al encaste histórico.

El toro de Concha y Sierra, heredero directo de la casta vazqueña, cornalón y cornialto, veleto, cornidelantero y abrochado, presenta una cabeza ancha y voluminosa, alargada en algunos casos, con un cuello ancho y enmorrillado. Ancho de pecho y badanudo, con un tronco ancho y un vientre voluminoso, siendo un toro hondo, con patas cortas y fuertes. Ligeramente ensillado, con una culata desarrollada y redondeada y un poblado borlón que remata el rabo. Puede presentar todas las capas que el aficionado pueda imaginar. Ahora sólo nos queda esperar que la situación varíe el rumbo y que se pueda seguir viendo Concha y Sierras por mucho tiempo y que no tengamos que lamentar que otro pedazo de historia de la tauromaquia desaparezca bajo la puntilla del matadero, perdiendo para siempre estas láminas del encaste vazqueño.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Se inaugura el zoo de especies extinguidas


Corran niños y mayores a hacer cola en el nuevo parque zoológico que a no mucho tardar se va a abrir en nuestro país. Falta definir la ubicación definitiva, aunque todo apunta a que el lugar elegido será el campo charro. Al menos es que el que más espacios naturales puede poner a disposición de las autoridades que decidan embarcarse en esta iniciativa urbanístico ecológica.

Los campos de Salamanca permitirían un fácil acceso a Madrid, a dos horas de autovía, con aeropuerto próximo y con tanto terreno para expropiar en las dehesas de ganaderías que van a desaparecer en un abrir y cerrar de ojos, que posibilitaría la construcción del parque temático ExpoNecio. Incluso sería mucho más cómodo el traslado de algunas reses de Atanasio Fernández, desde Campocerrado, los patas blancas de Sánchez Cobaleda y quién nos dice que pronto podremos contar con los Coquillas. Nos va a quedar un parque estupendo; incluso, en lugar de mantener los ejemplares vivos, se podrían disecar. Así se podría permitir que los papás pasasen a los cercados con los niños, para que éstos los tocaran, se subieran a ellos y hacer la visita mucho más participativa. Y allí mismo se habilitaría un aula taller en el que esos niños pudieran jugar al juego educativo “La extinción ecológica”.

Ya lo estoy viendo; un resort con campos de golf, pistas de padel, squash y monopoly, salón multiusos, auditorio con proyecciones de las dos mejores faenas de los ídolos del momento. Se prevé la construcción de unos minicines para poder ver más que dos a lo largo del día. Aunque si se trata de una lección de torería de Ponce. Igual habría que poner una única faena, no daría tiempo a más, ni empezando a las ocho de la mañana. Con unos sillones amplios y cómodos en los que el espectador pudiera dar una cabezadita a partir de la tanda veinticinco.

Y yo que me pensaba que me iba a afectar el que toda una ganadería única y de la que parece que ya sólo quedará el recuerdo, pero no, estoy feliz. Vamos, tan feliz como pueden estar los amantes del toro artista, esos bajitos y bonitos, noblotes ellos, que no se rebelarían ni aunque les redujeran su ración de pienso a la mitad. Al fin podremos disfrutar de una fiesta alegre, despreocupada, uniforme, monotemática, adocenada, aburguesada, vulgar, mentirosa, aburrida, sosa, insulsa, tediosa, sin emoción, pero eso sí, con un ganado que en los test de “toreabilidad” reventarían el contador.

No creo que vaya a haber manifestaciones por las calles de Madrid, Barcelona o Sevilla, incluso no creo ni que vaya a salir en la tele en el Telediario de la noche, ni tan siquiera saldrá en las páginas de cultura o naturaleza de cualquier periódico de gran tirada. Al fin y al cabo sólo se pierde un encaste, que además ya no interesaba a nadie. Lo que no vale a la basura y punto. Total un toro que lo mismo salía manso de foguearlo, como que únicamente iba al caballo para hacerlo bailar sobre sus extensos pitones, sin aguantar como un perrillo doscientos derechazos sin salirse de la línea recta. Un toro con una arboladura que incomodaba a las figuras que mantienen la fiesta en todo lo alto. ¿Para que queremos ver como estas figuras se desenvuelven ante un tipo de toro diferente del borrego al uso?

Igual que pasó con los Atanasios, con los patas blancas y, Dios no lo quiera, con los Coquillas, al final no pasará nada y seguiremos discutiendo sobre orejas de oro, medallas a las Bellas Artes, propuestas parlamentarias, toreros mandones, toreros paradigma de la regularidad, toreros que torean tan mal como hablan, toreros a los que vetar, no vaya a ser que descubran el engaño, empresarios pedigüeños sin rubor, si Cultura o Interior y tantas y tantas cosas que nos alejan de los fundamental y nos enredan en lo accesorio. Luego un día un parlamento autonómico prohibirá las corridas de toros y nos tiraremos de los pelos, apelaremos a la libertad, al derecho al trabajo de unos profesionales y a no se cuántas frases que suenen bien, pero la realidad es que esto importa un pito a los que viven de ello y nos quita la vida y la ilusión a los que vivimos por ello. Señores profesionales, ¡váyanse ustedes a la real…!

domingo, 21 de noviembre de 2010

Ayudemos a los empresarios


Hay que reconocer que ha sido un año duro para los empresarios taurinos, quienes han visto sustancialmente mermados sus ingresos, pero no sus preocupaciones, por ayudar a la fiesta brava a ser grande. La mayor parte de las veces no reciben el reconocimiento de la gente, del aficionado, quienes son incapaces de apreciar sus desvelos por encumbrar este espectáculo, que no sería nada sin su trabajo. Ya es hora de hacer justicia y de recompensarles con nuestro agradecimiento y si es necesario con nuestro dinero. De acuerdo que a lo largo de la temporada ya hemos desembolsado exiguas cantidades de dinero, pero ¿qué es eso si se trata de salvar la fiesta? No podemos permitir que los empresarios taurinos, sabiamente dirigidos por las seis casas más importantes, naufraguen sin recibir ayuda. Ellos, el verdadero motor de este espectáculo, necesitan ayuda.

En estos días pasados he leído en diferentes soportes digitales el producto de sus reflexiones y sus preocupaciones. Se quejaban de la escasa o nula rentabilidad de casi todas las plazas de toros, excepto Madrid, Sevilla y alguna más que son la excepción que confirma esta regla. Pues señores empresarios, despréndanse de tanto remilgo y copien los usos de estas plazas, anuncien ganaderías de saldo, matadores que no interesen a nadie o casi nadie durante treinta días seguidos y no contraten a los toreros que interesan de verdad, si estos piden más de la cuenta, o como mucho se les contrata una o dos tardes a lo sumo. Hay que ahorrar y el movimiento se demuestra andando. Pero esto no quiere decir que los precios de las entradas se rebajen; hasta ahí podíamos llegar. A ver si los señores aficionados ahora se nos van a poner remilgosos y van a dejar de sacar sus abonos porque los carteles sean una basura.

Pero ellos solos, el mundo empresarial no puede cargar con todo el peso, necesitan ayuda, y quién mejor que los poderes públicos para prestársela. Porque que sepan todos ustedes que esto de los toros no es un negocio, aunque pueda a veces dar esa impresión. La organización de corridas de toros y novillos es un postulado, que digo postulado, un apostolado. Un acto de fe en el que incluso tienen que bregar con esos ingratos padres de toreros, representantes de toreros y hasta los mismos toreros, que no entienden que no se puede torear sin pagar.

Leo las palabras de Simón Casas y no me negarán que habla como los ángeles. Si lograra olvidarme a perpetuidad de las fechorías perpetradas en las plazas de España y Francia por este señor, podría llegar al éxtasis escuchando sus argumentos. Si Castelar levantara la cabeza se escondería detrás de un sillón de las Cortes, acomplejado ante semejante verborrea, pero si el auditorio lo componen los aficionados del momento, cuidadito que no haya piedras por esos contornos.

Pero no sólo es Monsieur “Casás” el exasperador de aficionados, por no decir encabr…itador de masas; ¿dónde nos dejamos a los Choperas, Choperitas y Choperotas, que siempre se están esforzando para que este año sea el bueno, pero que siempre van un año por detrás? Los Lozano, que se esmeran por llevar plazas siguiendo el canon comercial, por criar toros que respondan al toro comercial y por apoderar toreros que no se desvíen del nuevo toreo comercial, para conseguir llegar a la más excelsa vulgaridad; Matilla, que prepara un cierre glorioso en Barcelona, pero que se cerrará ya para siempre; o la empresa de Sevilla, que parece estar más pendiente del calendario Zaragozano y de las fiestas a santificar que del Taurino.
Pero ahora todos se han olvidado de sus particulares preocupaciones y se han unido para pedir desde su particular Corte de los Milagros. Señora Ministra, aplíquenos una generosa bajada del IVA y le digo la buenaventura, señores de la administración, una pequeña subvención de nada para mis churumbeles. Señoras Comunidades Autónomas, Diputaciones y Ayuntamientos no sean malajes y “arrebájennos” las condiciones de los pliegos.

Y todo por esa cabecita loca que les ha llevado a la perdición. Como todos los “Profesionales” de la fiesta nunca se han preocupado por el futuro de ésta. Siempre han actuado como si después de ellos, ellos, después de ellos “nadie” y luego ni tan siquiera Antonio Fuentes y sí el abismo. Eso que tanto le reclaman a las administraciones públicas no se lo aplican a ellos mismos, mucho que hay que promocionar la fiesta, pero no ellos. Ahora se encuentran que entre entradas y televisión no les llega para llegar a final de mes. Les ha importado un pito el fortalecimiento del espectáculo, el convertirlo en algo robusto con unas raíces bien asentadas. En cuanto veían asomar unas ramitas, ñam, ñam, ñam, ñam, a devorarlas, sin preocuparles si eran los futuros frutales que les fueran a asegurar el sustento. Siempre han cumplido a rajatabla eso de pan para hoy, hambre para mañana.

Nunca se ha planteado nadie la incorporación de nuevas formas de financiación, como puede ser la publicidad; y en los casos en que han apostado por la innovación era a costa de llevarse por delante las tradiciones y ritos de la fiesta que deberían considerarse intocables. A los anunciantes se les pide que inviertan en el mundo taurino, pero sin ofrecerle nada a cambio. Si el anunciante normalmente decide invertir su dinero en un medio con la esperanza de ver esta multiplicada en forma de ventas de productos o de servicios, en este caso se le exige que haga un gasto a fondo perdido. No para ofrecer un beneficio a su empresa, sino para seguir llenando la saca de los taurinos.

Quizás lo más importante, y urgente, fuera recrear un espectáculo en el que el aburrimiento no sea aceptado como un mal inevitablemente presente tarde tras tarde, y que de verdad compareciera la emoción y la verdad, sobre todo por la mejora del toro y la estricta observancia de su integridad, convirtiéndolo de una manera efectiva en el centro de todo este tinglado que llamamos tauromaquia. A partir de ahí ya podemos empezar a pensar en la publicidad en televisión, en las revistas, programas de mano, patrocinio de ferias, corridas y plazas y todas las fórmulas que se nos pudieran ocurrir, pero por favor, olvídense de destrozar los trajes de luces con anuncios de Avecrem, de decorar las plazas de toros como si fuera un todo a cien o de marcar los petos con el logotipo de una empresa anunciadora. ¿Se imaginarían un peto de las Ventas con el logo de Sanitas mientras el toro se despanzurra contra él, para acabar rodando por la arena? Sólo un poquito de decencia, amor por la fiesta y sentido común.

martes, 16 de noviembre de 2010

Manolo Vázquez, la verdad de frente


Era a principios de los ochenta cuando se anunció la vuelta a los ruedos de Manolo Vázquez Garcés. El motivo no era otro que doctorar a su sobrino, Pepe Luis Vázquez hijo, como se decía en aquellos días. La ilusión de los viejos aficionados se contagió en los más jóvenes que iban a poder contemplar con sus ojos aquello que tantas veces habían oído a sus mayores.

Para los más veteranos, especialmente del público de Madrid, Manolo Vázquez, igual que Manolo González, había sido uno de los grandes, uno de esos toreros por los que el público ya daba por bien empleado el dinero de su entrada. Y eso que desde el primer día que vistió de luces tuvo que llevar encima la pesada carga de ser el hermano de Pepe Luis, con lo que eso debe lastrar. Quizás esa comprensión y complicidad fue la que le empujó a vestirse de luces para entregarle los trastos al hijo de Pepe Luis y al sobrino de Manolo Vázquez, su sobrino. Eso es una dinastía y no la de los Trastamara.

Aquel día recuerdo que yo ya iba muy en situación, no sólo para aquella tarde, sino por todo lo oído durante años, que si se ponía de frente, que si daba el pecho, que si toreaba así o asao. Y como buen hijo, en ese momento le decía a mi padre que era un pesado y que eso me lo había contado mil veces. Pero como buen hijo también y con la insoportable soberbia de los pocos años, rebosaba ignorancia por los cuatro costados y no sabía lo que se me iba a venir encima.

Recuerdo que vestía de grana y oro, lo cual no me parecía lo más apropiado para un venerable anciano. Salió a hacer el paseíllo con esos andares suyos nada ceremoniosos, pero muy toreros, y con ese movimiento de hombros como para acomodarse el traje, pero sin las estridencias de los tauroatletas de hoy, que parecen más que nada contorsionistas. Aunque de esto ya hace casi treinta años ya había malos usos que se repetían tarde tras tarde. Sonó el clarín para anunciar la salida del toro de la reaparición en Madrid y me chocó ver como un peón salía casi al tercio delante del burladero junto a la puerta de arrastre. Allí espero quieto y cuando asomó la gaita el toro le llamó para fijar su atención. Lo que son las cosas, en aquellos días en los que el toro se daba mil vueltas al ruedo antes de ser fijado, a este no le dejaron que anduviera a su aire ni un segundo. Una vez parado, Manolo Vázquez desplegó su capote y levantó la plaza. Tanto que me habían contado y aquello no me lo imaginaba así. Pero ¿este señor no era el que toreaba de frente con la muleta? Pues sí, pero también toreaba con el capote. Con una gracia increíble, pero toreando, no abanicando al toro, nos dio a los jóvenes ignorantes la primera lección de la tarde y a los veteranos les recordó como era el toreo.

Era una forma de hacer completamente desparecida, todo estaba en su sitio y nadie se salía del papel asignado. Eso que tantas veces reclamamos, la colocación y el estricto sentido de la lidia, lo teníamos delante de los ojos de grana y oro. Luego vino la lección con la muleta y ese toreo de frente, muy natural y muy de verdad, en una faena cortita, como siempre se dice que eran las faenas clásicas. Los años no me permiten acordarme de los detalles, pero lo que no se olvida es que toreó con la derecha, citando a media distancia y colocado muy de frente. Eso era más de lo que nadie nos había contado y no es que censure a los que me hablaron de este toreo, sobre todo mi padre, pero es que aquello era difícil de explicar. Bastante tenían los viejos aficionados cuando acompañado de un codazo te decían: ¿qué, te gusta? Eso no lo has visto tú nunca ¿eh? Y no te quedaba más remedio que reconocer tu ignorancia y tu soberbia juvenil de aficionado muy leído, pero que no sabía de la misa la mitad. Tampoco recuerdo si cortó o no orejas, creo que fue una, pero la verdad es que eso no cuenta demasiado. Años después en un viaje a Sevilla me lo encontré casi de frente, no podía ser de otra manera, en un aparcamiento y me quedé pasmado como una estatua de sal sin saber qué decir.

Fue una gratificante vuelta al pasado, a un pasado que estaba aún más lejano del que Juan Mora nos recordó a los que vamos camino de ser veteranos y del que le descubrió a otros jóvenes. Ahora he oído que la sangre de Manolo Vázquez vuelve a coger los trastos y a probarse delante de una becerra. Imagino que si la cosa prospera los más mayores empezarán a ilusionarse como otros hace casi treinta años. De lo que creo que podemos estar seguros es que si a este nuevo Vázquez se le ocurre convertirse en un pegapases adocenado, le destierran del barrio de San Bernardo. ¡Ay si la dinastía continuara!

jueves, 11 de noviembre de 2010

Una historia de toreros


Cuando empleamos la palabra torero, en muchos casos sólo nos referimos a esa figura vestida con un terno bordado de oro y que se dirige hacia la gloria envuelto en un halo casi de santidad. Pero cualquiera me puede decir que esto es absolutamente inexacto y tremendamente injusto, y con toda la razón. Toreros son también los que llevan en volandas a su matador a esa gloria tan deseada y a veces tan utópica como remota.

Hace unos días se nos marchó un torero. Una de esas personas que un día persiguió una ilusión, con el impulso que da el amor por una fiesta, a un animal y a un arte tan contradictorio, emotivo y bello como es el toreo. Este torero se quedó en el camino de esa gloria mitificada de ser “figura del toreo”, pero tuvo la suerte de poder vivir la gloria y el orgullo de ser torero. ¡Qué gran cosa ser torero! ¡Qué privilegio el poder vivir del toro! Y cuanta afición hace falta para aguantar lo que esto supone, aunque también es vivir una pasión permanentemente. Viajes a las plazas de primera, segunda, tercera y carros, pero con el maestro y los compañeros; tardes de gloria y fracaso, pero con el maestro y los compañeros; alegrías y decepciones, pero con el maestro y los compañeros. Incluso en los momentos más duros se puede sentir el apoyo y la presencia del maestro y los compañeros y muchos más maestros y compañeros que se juntan para ayudar a quien ya no puede vivir del toro, de la mejor forma que saben hacerlo, toreando para ti. Y el público que te dedica una sonora y cariñosa ovación aunque no hayas puesto un par en todo lo alto y asomándote al balcón, aunque salgas al ruedo en una silla de ruedas.

Las cogidas siempre son una desgracia que afectan a cualquiera con un mínimo de sensibilidad, aunque parece que unas se olvidan antes que otras. La del matador que estuvo a punto de abrir la puerta grande, pero que un toro le abrió la de la enfermería. Pero también están las de los toreros que no van de oro, pero que también cortan orejas. Mi padre, quien vio más toros que la dehesa, siempre se acordaba de la cogida de El Coli, un peón que se dejó la vida un verano en las Ventas, y pasado el tiempo todavía le impresionaba el camino hacia la enfermería y la salida de sus compañeros tapándose la cara con las manos, llorando y abrazándose unos a otros.

Hace dos años nos dejó helados la cogida de Adrián, quien ahora se ha marchado igual que lo hicieron Montoliú, Soto Vargas, el Campeño o el mismo Coli, junto con otros muchos. Otros tantos que como el Ruso, Jesús Márquez o Luis Mariscal, por citar algún nombre, se enfrentaron al ganado que les marcaba el matador, a los que nadie les preguntaba sus preferencias o si preferían un hierro duro, comercial o de garantías. Los mismos que si el toro era complicado o un bombón, tenían que plantarle cara y que sea lo que Dios quiera.

Pero no sólo es tristeza y anonimato. Recordemos que los dos triunfadores del San Isidro de este año han sido Jesús Arruga y Carlos Casanova, que protagonizaron un tercio de banderillas en el que parecían absolutamente convencidos de dejarse coger con tal de clavar arriba, dejándose ver, asomándose al balcón y dejando llegar al toro una barbaridad. O ese Boni que podría reclamar con todo el derecho del mundo la mitad de los éxitos de su matador. Los que se visten de Ángeles de la Guarda como lo fue Joselito Calderón o ahora lo es Domingo Navarro. Los mismos que cuando tienen que pasear la oreja ganada por su matador, lo hacen casi a la carrera y modestamente y que cuando su maestro triunfa y se lo llevan por la Puerta de Madrid, reciben empujones y golpes por igual con una sonrisa de lado a lado intentando llegar al coche de la cuadrilla. Son tantos nombres que mi memoria no los podría abarcar nunca.

Todos estos también son toreros. Toreros de plata que valen como el oro. Y que nadie piense que me he olvidado de los de a caballo, esos mismos que en alguna ocasión hemos visto dar la vuelta al ruedo de la mano del espada y que parecen revivir el protagonismo del que gozaron hace décadas, pero hoy era el día de los peones de a pie, era el día de Adrián, que ya vestirá su terno de gloria y plata allá donde esté.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Ortega y Gasset y los toros


Resulta bien conocida la famosa frase de Don José, quien afirmaba que: “la historia del toreo está ligada a la de España, tanto que sin conocer la primera, resultará imposible comprender la segunda”. Regularmente alguien que nos quiera remover la conciencia rescata estas palabras del filósofo. En este caso, hace unos días fue Juan Medina en “El Escalafón del aficionado”, quien nos refrescó la memoria.

Podría parecer una frase sin más de esas que sirven para ganar en un juego de preguntas y respuestas, pero sería demasiada simplificación. En un tiempo en el que los toros parecen arrinconados y sin la presencia en la sociedad de que gozó en otros momentos, la frasecita en cuestión sigue estando vigente.

Si analizamos el estado de la fiesta y lo comparamos con la fotografía de la sociedad actual, se ven reflejados los mismos defectos y las mismas virtudes. Tenemos una tauromaquia que parece la hija putativa de la LOGSE, mucha participación del alumno, o del público, sin tener en cuenta lo fundamental. Es más importante comentar la palabra patata, que conocer las propiedades de este tubérculo. Se valora mucho más la acumulación de orejas que hacer el toreo.

No resulta infrecuente escuchar eso de “no te preocupes, si lo has intentado es suficiente”, que está muy bien, porque ya se sabe que el que da lo que tiene no está obligado a dar más, pero si te cobran lo mismo por el intento que por la consecución, entonces la cosa empieza a desequilibrarse en contra del espectador. Lo mismo que no es admisible ese argumento de “si no te gusta, hazlo tú”. Que no creo que nadie en su sano juicio sea capaz de llegar a su jefe y cuando éste le recrimine por un trabajo mal hecho le suelte la frasecita en cuestión. Pues en los toros es una de las coartadas más utilizadas para encubrir la vulgaridad. El mundo perfecto, que vas a un restaurante y te ponen un vino picado, pues “hazlo tú”; que no sabes cómo se cría un buen vino”, que no te gusta la película, pues “hazla tú, que no tienes ni idea de los dineros y esfuerzos que conlleva esto; que un delantero falla un penalti y tu equipo baja a segunda, “tíralo tú, que no sabes los nervios que se pasan”.

Quizás estemos en un mundo ñoño, en el que la actitud es más importante que la aptitud. Aquella tiene su valor, por supuesto, pero no puede convertirse en el dios supremo de nuestra vida. La torería imperante pretende que se les idolatre por el único mérito de intentar ser torero y por la dificultad que entraña ponerse delante de un toro. Y a lo mejor tienen razón, sobre todo si se agarran a ese “quién paga manda” y además exige. Tal y como está montado el tinglado taurino en el que para llegar a ser torero hay que empezar sacando la cartera, parece impensable que al que pone le fueran a hacer la puñeta. Es más, el que pone se siente con todo el derecho del mundo de exigir un toro que no le fastidie la diversión y que le haga creerse una figura del toreo. Vamos, que es como el que va a correr en bici y como tiene que pagar la bici, la licencia, el maillot y hasta la merienda, se crea con derecho a colocar debajo del sillín un motorcito que le alivie en las cuestas.

El ser torero ya no es cuestión de afición y de profesionalidad, ahora se trata de elegir un hobby y que te paguen por él, que ya bastante dinerito ha puesto papá, como para que ahora no le paguen al niño por salir a poner posturas en el ruedo. Una falta de exigencia absoluta que se lleva al límite, hasta convertir al toro en un simple colaborador para alcanzar esa gloria personal y no en el actor principal al que hay que superar.

Igual que sin saberlo vivíamos en una ilusión en la que pensábamos que éramos ricos, que teníamos derecho como cualquier hijo de vecino a un coche lleno de lujos, a comer en restaurantes de mil tenedores, a gastar lo que no está escrito en ropa de marca, a tener un móvil de última generación o a meter en el salón de casa una televisión superplana y supergrande. La torería camina por unos caminos muy parecidos, al torero, novillero o matador de alternativa, se le convence de que es la reencarnación de Cagancho y si hace falta se pide la ayuda de plumillas, ganaderos, empresarios y aficionados de prestigio, que pondrán la mano en el fuego por el figura en cuestión.

Todo esto nos empuja a una exagerada simplificación, sin admitir matices y sin aceptar la menor crítica. Incluso se ha llegado a la negación de varias partes de la lidia que,en otro tiempo, no es que fueran vitales, es que eran el motivo por el cual existía eso que se llama corrida de toros. Se ha despojado de sentido al tercio de varas, al de banderillas y se ha mutado el de la suerte suprema. La lidia ha quedado reducida al número de pases que cada cual sea capaz de enjaretar a un animalito exhausto y la estocada sólo es el trámite previo a la concesión de orejas, otro de los males de la fiesta por ese empeño en contabilizar el arte. Y lo que es peor, la exigencia de esa uniformidad demandada por el público que quiere ver todas las tardes lo mismo, hace que el toro se robotice, que se llame bravura a la docilidad y que se reniegue de virtudes imprescindibles en el toro de lidia como la casta.

Esperemos que esta nefasta ilusión estalle y volvamos a la realidad, por dura que sea y que cuando veamos que estamos cubiertos de harapos, que somos unos ignorantes fruto de esa LOGSE taurina, nos pongamos manos a la obra a reconstruir nuestra casa y a coser unos nuevos vestidos que nos tapen las vergüenzas y que no se rompan al primer enganchón. De lo que sí estoy seguro es de que si Ortega y Gasset levantara la cabeza y viera como está la fiesta, se pondría a llorar por lo mal que va España.

martes, 2 de noviembre de 2010

¡Había una vez… un circo!



Adrián, va por usted
Un circo que repartía alegría y felicidad a diestro y siniestro. Un engendro entre el “Circo de Manolita Chen”, por su casticismo, y el “Cirque du Soleil”, por eso de no incluir fieras en su repertorio. Allá por febrero y marzo nos amenazaban con su nuevo montaje para la temporada: “Tauromágicos”. Ahora lo ves, ahora no lo ves y ¡tacháaaaan! te la vuelven a colar.

Si hacemos caso a los profesionales y especialistas del volatín, cucamona y malabarismo, el éxito no ha tenido precedentes. No hay que tener en cuenta que entre Sevilla y Madrid se sumaran casi sesenta funciones entre abril y mayo y que el público se aburriera y en ocasiones se cabreara como una mona. En Sevilla irrumpió un tal Oliva Soto al que el respetable acogió entre grandes esperanzas, pero al que los empresarios y artistas de este circo de “Manolita Soleil” le mandaron ipso facto a limpiar la jaula de los elefantes. Parecido a lo que en Madrid sufrieron dos secundarios de la función, un tal Arruga y un tal Casanova, que un poco más y les destierran al oasis de Siwa.

Pero estaba muy pensado este tinglado de “Tauromágicos” para que no se consiguiera que saliera bien. La gran estrella del trapecio Pinito del July iba a demostrar lo que se puede hacer con un trapo y un palo en la mano. El hombre que más vueltas da en rededor suyo sin perder el sentido, al compás de un animalillo que va detrás de una tela de color rojo. Y no acaba ahí la hazaña, porque este mismo ejercicio ha sido capaz de repetirlo en varios escenarios, sin cambiar ni un punto, ni una coma. Cada ejercicio era un clon del anterior. Eso sí que es para enmarcar. Una vuelta y otra y otra más, hasta conseguir hipnotizar a toda la concurrencia. Bueno a todos no, había algunos que decían que tenía truco, ¡sabrán ellos! Que bajen ellos a dar esos volatines veleteros sin tan siquiera tambalearse.

Aunque no ha sido éste el único genio que ha esparcido su magia por el mundo. ¿Quién se puede olvidar de la velocidad de las frenéticas carreras del Fandi…ni. Directamente del circo de Monza, para todos los públicos de España, Francia, Portugal y América. Velocidad y precisión perfectamente conjugadas. El grande, la reencarnación del hombre bala, capaz de alcanzar unas velocidades estratosféricas y además atinar en lo alto del lomo de un animalito, negro generalmente, que no llegaba a ver de donde le caía el rayo de su arte.

Los increíbles 7 Grandiosos, o como se anuncian por ahí, los G7, los acróbatas más esperpénticamente acoplados en pos de un interés común, común a ellos solamente, pero común. Con sus ejercicios de prodigiosa elasticidad para encajar donde les pongan y su increíble capacidad para obnubilar hasta a los señores ministros del gobierno. Ahora estoy aquí, pego un salto con un escalofriante volatín y me planto en el Ministerio de Cultura en un abrir y cerrar de ojos; que ahora estamos con la ministra y ¡voilà! Pues ahora me planto en un hotel cercano para dar una rueda de prensa casi en la clandestinidad y sin que se note que les acaban de dar una larga cambiada digna del mismísimo Rafael el Gallo. Y que conste que en estas giras de entrevistas osan actuar sin red. La lástima es que estos “shows” sólo son para disfrute de unos pocos privilegiados, ministros, ministras y otras autoridades de alto nivel.

Y todo esto vigilado por el ojo que todo lo ve, con la majestuosidad propia de los elegidos, por aquel que este año ha celebrado que ha alcanzado la cifra de… ¿de cuántas? No sé, pero han sido muchas corridas del Maestre Ponce, el califa de Chiva, el que ha reinventado las artes circenses, el que ha conjugado riesgo, arte, estética y un excelso sentido de la precaución.

Luego también ha habido algunos que no podrán tener nunca el privilegio de actuar bajo la carpa de este “Cirque du Chen” y nunca serán adornados con el título de Tauromágico, esos son un tal Mora, un acabado que hay que apartar, un nefasto Cuadri, que pretende criar un animal poderoso, con presencia y que se ha acercado mucho a un espécimen que llamábamos toro de lidia, Frascuelo, ese que sólo hace gracia a unos absurdos de su pueblo, Madrid y otros que han ido sobreviviendo en este circo como han podido y que en una tarde, acompañando a ese acabado de Juan Mora, puede que se hayan autoexcluido, Curro Díaz y Morenito de Aranda. Y que conste que no me he olvidado de ese José Tomás, pero una mala tarde la desgracia nos lo quitó de repente para el resto de la temporada. Habrá que esperar todavía más de lo que llevamos esperándole.

Como guinda y plato fuerte, no podían faltar los payasos, pero cosas de las modernas performances, éstos no saltan a la arena para hacer las delicias del respetable. En el Cirque de Chen al Soleil, los payasos son los que están en los tendidos y a los que se le quiere cerrar la boca a toda costa; hay que tener en cuenta que en un espectáculo de alegría, jolgorio y titiriteros no caben unos vociferantes señores que se empeñan en descubrir el truco, por muy evidente que este parezca. Eso sí, en el momento en que entregan su dinerito al dueño del local, no le ponen ninguna pega y es más, le intentan convencer de que ya no va a haber más trampa y que lo que van a ver va a ser “El mayor espectáculo del Mundo”.

No sé, pero visto lo que ha dado de sí la gira de “Tauromágicos”, casi parece mejor haberse quedado fuera del espectáculo y convertirse en un ente marginado no apto para este circo. Parece que sólo tiene porvenir aquel que se apoya en la trampa y en la vulgaridad. Y es que tal y como están las cosas, esto no hay quien lo entienda. A mí me queda una duda, y es que si los que tanto alboroto montan con este espectáculo, ¿realmente disfrutan? De que se divierten no me cabe duda, pero... ¿disfrutan? De momento sólo queda esperar al nuevo “show” del “Cirque de Manolita al Soleil del Chen” aunque que nadie se haga muchas ilusiones y que no espere grandes cambios.

PD: No quiero dejar pasar la ocasión de recordar a un torero que sufrió la parte mala del toreo, pero que pese a todo reconocía su agradecimiento a este arte. Desde hoy hay uno más en la cuadrilla de los ángeles del cielo. Adrián Gómez, torero, descanse en paz

sábado, 30 de octubre de 2010

Miguel Hernández: un aficionado




Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.

Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.

Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.

Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.

Hoy me he permitido traer un poema de Miguel Hernández, el poeta que todo el mundo conoce, que muchos admiran y al que otros sólo ven como un escritor del otro bando; allá ellos. Pero además fue un aficionado a los toros como cualquiera de nosotros, que para poder comer escribió de toros, siendo uno de los colaboradores de José María de Cossío en su meticulosa obra, Los Toros.

martes, 26 de octubre de 2010

¿Son galgos o podencos?


El que la fiesta de los toros es genuinamente española es algo tan evidente como que la Tierra es redonda y gira alrededor del Sol. Sólo hay que darse cuenta de la facilidad del español a enredarse en lo accesorio y obviar lo fundamental, sobre todo en los últimos años, quizás décadas. El país va como va y estamos en un sin vivir con la separación de fulanita o menganita o si un hijo invita a su mamá al bautizo del nieto ¡Cómo para no pegar ojo!

Pues en los toros andamos en las mismas. Ahora es el momento de empezar a saber si tal o cual torero cambian de apoderado y todos estamos alerta, como si de ello dependiese el futuro de la humanidad. Aún recuerdo la controversia de hace casi un año, cuando Morante I, el de la Puebla, decidió que pelillos a la mar y que se iba a refugiar bajo el manto de Curro Vázquez y su elegante, por detrás y por delante, Cayetano. Ni ha habido tiros, ni peleas, ni tan siquiera escenas de cariño. Todo ha quedado en que un torero al que muchos, yo incluido, considerábamos capaz de dar un paso adelante y de anular a la vulgaridad con su arte, se ha repuchado y ha ido de plaza en plaza con más comodidad de la deseable. Incluso ha sido el centro de atención en alguno que otro escándalo sonado.

Ahora ha surgido lo de las fundas de Victorino, que sin dejar de tener su trascendencia hace olvidar que este hierro no ha respondido ni de lejos a lo que de él se espera. No tenía toros para Madrid aunque puede que le haya salido algún toro de esos que ahora gustan tanto, no tiene nada que ver con aquellos Albaserrada que le encumbraron al Olimpo ganadero, atrás quedaron las alimañas y los toros que arrastraban el hocico por el suelo y que además daba gusto verles en el caballo.

Otro asunto trascendente es el rifi rafe, que no llega a ser de momento ni conflicto, entre toreros y empresarios. Que no es que unos exijan que los matadores maten todo tipo de ganaderías, que les obliguen a ir a plazas como Madrid, además de otras más propicias para su toreo, y que junto con los Cuvillos, Cebadas y Zalduendos, también toreen Palhas, Dolores Aguirre o simplemente Santa Colomas. No, la reunión es para que unos paguen lo que los otros piden o para que unos rebajen sus pretensiones económicas, que estamos en crisis; sin pararse a pensar que gran parte de esa crisis ha venido provocada por ellos mismos, que han creado un espectáculo aburrido, caro y en el que el fraude y el abuso han tomado el mando de la situación.

También nos tiene en un sin vivir lo de Cultura, Interior, Sanidad o Ciencia y Tecnología. Que no es un asunto baladí, pero tal y como se ha planteado se ha quedado en un coger el rábano por las hojas. Se busca el reconocimiento hacia los artistas, que cuando vayan por la calle les digan: “ahí va un artista”. Porque si no, no habrá nadie que se lo diga. Será que no les enorgullece esa otra frase de: “Ahí va un torero”. Son formas de ver las cosas. Se les invita a pasar una semana en Venecia con todos los gastos pagados, hotel de lujo, restaurantes de lujo, góndolas de lujo y sólo quieren que un motorista les lleve una pizza cuatro quesos a casa. No ven más allá de sus narices.

Incluso parece que se les adivina cierto complejo de inferioridad. Aquí todos se creen unos superclases, unos redentores del toreo y lo que les preocupa es que no les roben una oreja, que les abran la puerta grande, que todo el mundo, afición de Madrid incluida, les ría las gracias o que se indulte un toro en una plaza de carros sin que casi le hubieran enseñado el caballo.

Los presidentes se quieren colegiar, los empresarios van abandonando plazas que no les son suficientemente rentables, los matadores van confeccionando sus cuadrillas como si fueran a arrasar en la temporada siguiente en lugar de ir con los coros y danzas por las plazas de carros.

Seguimos dándole vueltas a la perdiz, o como decía la fábula, discutiendo si los perros que venían a comernos eran galgos o podencos. Nadie con responsabilidad en esto se ha parado a pensar, o al menos no ha dicho que lo hiciera, sobre el motivo por el que las plazas ya no se llenan, exceptuando si se anuncia José Tomás, o cuando existe un abono cautivo, como es el de Madrid; nadie habla del estrepitoso fracaso ganadero, que salvo en contadísimas excepciones echa un toro que aguanta muchos muletazos, pero que no soporta casi ni el choque contra el peto. Tampoco sorprende la alarmante falta de conocimientos de la lidia de los matadores, la vulgaridad que afecta a la generalidad, las exigencias de niño caprichoso, la falta de afición y el escaso orgullo de sentirse torero de quienes sólo quieren llenar la bolsa y nada más.

Y cuando pienso en abandonar o en meter ese blog en la nevera, no es por otro motivo que por pensar que siempre decimos lo mismo, siempre estamos en el mismo barro y salvo felices excepciones como el día de Juan Mora en Madrid, siempre estamos golpeando el mismo clavo, pum, pum , pum; y siempre se molestarán los mismos y estarán de acuerdo los mismos, aunque si después de dar tanto martillazo la cosa no cambia y sí empeora, será porque es necesario seguir dando golpes.

Tenemos por delante los meses de invierno en los que unos leerán de toros, otros hablarán de toros y otros nos prepararán con "todo el cariño del mundo" la temporada próxima, todo ello salteado con los triunfos conseguidos en América. De octubre a febrero o marzo estaremos con que si son galgos o podencos y allá por primavera nos veremos colgando de la boca de un lebrel baboso camino del morral de un avaricioso cazador.