jueves, 26 de septiembre de 2013

Corridas toristas que ni llenan, ni interesan

Y lo que disfruta el personal cuando un toro derriba al señor del castoreño, con caballo, peto, palo y lo que se tercie.


Si es que no nos queremos dar cuenta, tenemos la realidad ante nosotros, tozudamente mostrándonos que lo imposible no puede suceder y que las evidencias no tienen remedio. Leía en Twitter, ese sitio en el que uno vomita sus primeros impulsos con una sinceridad involuntaria que a veces provoca a más de un dolor de cabeza a estos filósofos de caracteres limitados, que las corridas celebradas bajo el sello de torista, no interesan, no llenan las plazas. Y que venga quien quiera decir lo contrario, que uno se agarrará a las cifras que lo ponen todo bien clarito. En Sevilla no llenaron las tardes de hierros de rancio abolengo preferidos por esos que se hacen llamar aficionados. Ni en Valencia, ni en Castellón, ni en ningún sitio. En Madrid sí llenaron los Cuiadri, pero ya se sabe que esto no se debe más que a ese afán de algunos capitalinos y provincianos que se piensan que viste mucho eso de ir a ver a los toros de Comeuñas, en Madrid. Si no, ¿de qué?

Está claro que lo que interesa, llena y punto, no hay discusión posible; y si no, miren la asistencia de los días en que alternan Paquirri, El Cordobés y el Fandi. La plaza de Valencia, por poner un ejemplo, se pone a reventar, ¿y la alegría que se respira esos días? Pero claro, uno empieza a fijarse en lo demás y se da cuenta de que juntando a tres figurones, a elegir según preferencias, tampoco llenan, es más hay cosos que no cubren ni la mitad del aforo. Aquí algo falla. Y no será por la publicidad gratuita que hacen los medios de comunicación, portales taurinos incluidos. Pero esto es por la crisis, esa crisis que empezó en el mundo del toro cuando José Tomás se retiró de los ruedos, pues era el único que no sólo llenaba las plazas en las que actuaba, sino que podía llenar otras dos más, como sigue ocurriendo en sus “partidos de exhibición”, las dos o tres veces que se viste de luces al año, cuando se viste.

No sé si eso de los indultos podrá ser un revulsivo de esto y conseguir que el público vuelva a las plazas. Servidor lo ve complicado, porque además me da la sensación que con tanto perdón se les ha ido la mano y han sobrepasado largamente la línea del ridículo, del ridículo más espantoso y hasta la del ridículo más espantoso y bochornoso. Si hasta algún ganadero ha soltado en estos días eso de “a este sí que me lo llevo para la finca”. ¡Ay señor! por la boca muere el pez. Tanto indulto, tanto hierro que dicen que es buenísimo de la muerte y luego nos sale el criador confesando que las demás birrias estaban para abandonarlas en una gasolinera perdida en los Monegros.

Nada, que según parece, en la próxima feria de Otoño de Madrid el día de los Adolfos no van a ir ni los parientes del señor Martín. Vamos, que haciendo caso a los señores cronistas taurinos fieles a esta Tauromaquia 2.0, se podría partir el ruedo en dos y en una parte celebrar el festejo y en la otra montar una verbena para regocijo del respetable, con sus barquillos, limonadas, manolas, chulapas y chubasqueros, que se anuncia agua. Pero a pesar de todo, uno cree que es verdad que el aficionado tampoco va a estas corridas toristas como debiera, ¿y por qué? Pues porque a veces la frustración que sufren al ver como se desbarata un toro en las manos de un pegapases, no siempre es soportable por su afición al toreo de siempre. Uno e acuerda de aquel castaño de Cuadri que tuvo que padecer una perfecta contralidia a cargo de su matador, o el Escolar que buscaba un torero y se topó con un pegapases. Tanto penar por el toro, para que al final salgan los picapedreros de turno que revientan al bueno tapándole la salida, que le malean con catorce mil capotazos, pasadas en falso de los banderilleros y trapazos y banderazos a tutiplén, justo lo más indicado para no dejar ver a un toro.

Pero que tampoco se confunda el gremio periodístico jaleador de indultos, orejas, triunfos, puertas grandes y adalides de plazas de tercera para así intentar dar el valor que no tiene a semejantes glorias, que esos aficionados evitan las tardes claveleras, pues ahí la cosa ya deja de ser frustrante y pasa directamente al martirio psicológico, además de las oportunas sesiones de lavado de cerebro. Dense ustedes cuenta de que los que van esas tardes faranduleras a la plaza son el público que lo mismo puede ir a estos shows carnavaleros, que a una caseta de la feria, que a la fiesta de la cerveza de Las Ventas, que a un concierto de Bisbal, que a ver bailar a los caballos andaluces, porque un cubata uno se lo toma en cualquier parte. Es más, a veces hasta resulta divertido eso de cogerse un autobús y una cogorza al mismo tiempo, con la excusa de ver al paisano y pedirle las orejas a voces, de ver al ídolo de la peña o para escapar un rato de la crisis, la suegra, la hermana soltera o el vecino pesado que siempre quiere que pases a tomar un café para que veas el vídeo de los encierros de su pueblo. Y a pesar de todo esto, las plazas siguen sin llenarse, incluso los días de máxima expectación en que torean El Juli, Morante, Castella, Perera, Ponce, Talavante o el papa de Roma. ¿La causa? pues que resulta muy caro e incómodo el ir de aquí para allá para ver una corrida de mojicones moribundos, cuando el principal objetivo es la merienda, beberse hasta el agua de fregar y alardear de machito ante las mozas, porque todo eso, todo, se puede hacer en la plaza del pueblo o en la discoteca  Sensation’s, que además también tiene un toro; le metes una moneda, te subes encima y si aguantas, cubata para el caballero. Pero ya se sabe, lo que no interesa son las corridas toristas, porque no llenan los tendidos… como las otras.


PD.: Permítanme agradecer el trato recibido en la entrada “homenaje” a don Carlos Ruiz Villasuso, lleno de generosidad, consideración y afecto hacia quien va rellenando las páginas de este blog. 

martes, 24 de septiembre de 2013

A don Carlos Ruiz Villasuso, periodista taurino

¿Banderillas con velcro? o ¿banderillas con emoción? ¿Modernidad incruenta o nostalgia a despreciar?


Señor Ruiz Villasuso, reciba un saludo de un aficionado, o aspirante a serlo, a esto de los Toros, que ni a juntaletras llega, como así quieren llamar despectivamente algunos taurinos a los que escriben en sus blogs, en Factbook, Twitter o en cualquiera de esas redes sociales que dan voz a tanta gente; pero el hecho es que uno se atreve y se expresa como mejor puede. Habitualmente me suelo ceñir a lo que veo en el ruedo de Madrid, siempre y cuando servidor esté sentado en su dura piedra ablanda panderos. Pues bien, hechas las presentaciones, paso a exponerle mi humilde y parcial parecer sobre diferentes circunstancias que se han sucedido y sobre ciertas opiniones expuestas por usted, lo mismo en forma de artículo, que en el único programa taurino de la televisión pública.

Mire usted si uno será despegado, que aún a pesar de lo que me gustan los Toros, no pertenezco a la audiencia habitual de dicho programa, igual es por eso, porque me apasiona la Fiesta. Pero como nadie es perfecto, cambiando de canales al tuntún, me topé con su emisión del sábado pasado y pude ver la animada charla que usted y sus dos compañeros de mesa mantenían sobre eso de las corridas con más o menos sangre, sobre el primer tercio y todas esas cosas desagradables del espectáculo que algunos nos empeñamos en reivindicar. Que no digo yo que esté en posesión de la razón absoluta, ni mucho menos, pero de la misma forma, tampoco creo que la tenga usted, incluso hasta por momentos tengo la sensación de que sus opiniones son ciertamente tendenciosas y que ni usted mismo se cree. Pero esto es una sensación mía muy particular y si me dice lo contrario, tendré que creerle y desterrar de mi mente la idea de que sirve a los intereses de las altas esferas de los taurinos, cosa que haré con gusto si usted se digna responder, aunque antes veré a las ranas mesar sus guedejas.

Usted, don Carlos, ni tendrá noticia de este escrito, ni de su autor, ni mucho menos de lo que en él se ha vertido, al contrario de lo que le ocurre a un servidor, que ya por casualidad, ya por no parar de leer referencias a usted y sus escritos en las redes sociales, no podía evitar el conocer sus reflexiones. Le escuche decir en esa animada charla televisiva que esto de la Tauromaquia tenía que evolucionar, que las cosas no son cómo antes y que había que adaptarse a los gustos de la sociedad de nuestros tiempos. Pues tiene usted razón, ahí ha dado en el clavo. Pero la evolución no ha de ser necesariamente el vaciar de contenido la Fiesta, ni el transmutarla en un extraño adefesio que no se parezca en nada a lo que siempre se ha entendido como Toreo. Que igual estamos asistiendo al nacimiento de un espectáculo nuevo y los muy cerriles no nos damos cuenta o hasta puede ser que no nos interese. Y si la Fiesta de los Toros no se adecua a los tiempos que corren por la violencia, que existe, por la presencia de la sangre y por esa incertidumbre que hace pensar al espectador que el hombre está en peligro y la certeza de que después del castigo, del primer y segundo tercio, en el último el toro encontrará la muerte, si todo esto no es digerible por la sociedad, igual es el momento de que se eche el cierre y nos conformemos sólo con los recuerdos. Así de simple, aunque en ese punto, no acabo de entender entonces la sincera entrega, el delirio y las emociones que despierta un toro al ir al caballo de lejos, al recibirle un picador aguantando las embestidas y la tensión mantenida cuando este hecho se repite por tres veces. Cuando el toro entonces no da lástima, ni pena, ni se ven asomos de ello, porque entonces se manifiesta como el rey de la tauromaquia, como el mito viviente que es y cómo el tótem de de la tribu se encarama a lo más alto de los altares de estas gentes de esta parte del mundo.

Si algo identifica a España fuera de nuestras fronteras, esto es el toro, el torero y las corridas de toros y como tradición y patrimonio genuino de este país, no podía menos que estar repleto de contradicciones, empezando por la primera y más categórica, la adoración al animal se traduce en su sacrificio en el ruedo, a manos del hombre que hasta parece perder sus marcas de hombría, para burlar la muerte con gracia y garbo casi femenino, acentuando así aún más su masculinidad. Ya digo, una sarta de contradicciones con mil interpretaciones y una tradición que es la que ha marcado las reglas desde hace décadas y la que ha mantenido esto en pie. Tantos son los matices, tantas las caras de este poliedro mágico, que han convertido en imprescindible la variedad, garante de lo impredecible, que es lo que hace más grande a la Fiesta y a sus actores, el toro y el torero.

Entenderá usted que resulte doloroso y hasta irritante leer lo que usted, don Carlos Ruiz Villasuso, publicó en Mundotoro encabezando la crónica de la novillada del 22 de septiembre en Madrid: “Torear una nostalgia”. Ignoro si este titular es fruto de la reflexión más profunda y pausada o si nació bajo el influjo de esta falsa modernidad imperante. No sé usted, pero yo, en mi humilde opinión, no he visto que ninguno de los hierros anunciados de esos que usted dice de imposible resurrección, hayan estado por debajo de los que se ven tarde tras tarde arrastrándose por los ruedos a la sombra de las figuras y sus discípulos. Eso sí, ha quedado patente la ineptitud de los toreros para darles la lidia debida, para lucirlos en el caballo, que alguno pudo haber dicho algo en el peto. Si a un niño se le ponen en las manos un lienzo, pintura y pinceles y el resultado nada tiene que ver con Las Meninas de Velázquez, no podemos desbocarnos y afirmar que eso de la pintura es una nostalgia con una resurrección imposible; no hombre, quizá habría que enseñar al niño a pintar y ver si al cabo de los años puede expresar algo con el pincel. No nos hagan trampas y no cojan el rábano por las hojas, no vaya a ser que se queden con ellas en la mano. Que entonces, hasta podríamos afirmar que muchos indultos vienen derivados por la negativa de muchos toreros a entrar a matar, no fuera a ser que se esfumaran las orejas por la espada, algo que usted y yo, y sobretodo muchos aficionados, sabemos que no es cierto, ¿verdad? o igual sí. No lo sé.

Usted, don Carlos, no me contestará, ni tan siquiera leerá estas letras que con tanto esfuerzo he apelotonado, lo que ni me sorprende, ni esperaba, pues un servidor está en unos niveles de difusión muy lejanos a los suyos cuando se pone delante de las cámaras. Y será por esas cosas que usted dice, que cuando se le ve deambular por el patio de arrastre, son muchos los que mascullan maldades, los que lanzan improperios entre los dientes y los que dejan salir barbaridades que no vienen al caso, pues usted, como todos, tendrá su familia, tiene su trabajo, lo intenta mantener como mejor cree y luego, igual hasta conversa con su conciencia para ver si puede poner su alma en paz y dormir sin remordimiento. Lea o no estas líneas, le deseo larga vida y claridad de juicio en su labor periodística.

Un saludo de uno que vive para los Toros y no de los Toros.

PD.: Quiero mostrar mi apoyo a los blogs que hoy han publicado un texto común a favor de la Cataluña taurina y el agradecimiento a los que han impulsado tal iniciativa. 

jueves, 19 de septiembre de 2013

Excesiva exigencia de ignorantes que defienden un imposible

A veces nos faltan modelos y otras, la ilusión nos los acerca como si fuéramos niños de once años


Señoras y señores, ya es hora de ponerse serio enfrentarse a la realidad; a ver si nos dejamos de bobadas y dejamos esa cantinela de “antes, antes y siempre antes”. ¿Qué es lo que pretendemos, empujar al holocausto a las figuras del momento y a sus ganaderos de cabecera? ¿No podríamos por una vez poner el listón a la altura de los seres humanos y no de los héroes clásicos? Es que con tanta exigencia estamos llevando la Fiesta y en especial a sus actores, al límite de lo imposible. Quizá tendríamos que parar un segundo y meditar sobre lo que se pide a unos simples mortales, a los que sinceramente y honestamente, creo que no se les puede exprimir más. Nuestras figuras contemporáneas, Manzanares, Morante, El Juli, Talavante, Perera, Fandi, Finito, David Mora, Ponce, El Cid, Castella y alguno más que se me escapa ahora, viven acorraladas por un imposible. Y que conste que esto lo digo con toda la sinceridad que uno es capaz de sentir.

El aficionado parte de una propuesta errónea de base. Primero, porque pretende juzgar como siempre lo había hecho, guiado por el parámetro del toro, que es el que manda en todo esto, ¡Error! Ya no hay un toro que permita valorar con justicia, pues todo lo que se haga delante de estos mojicones desmochados se ve devaluado por las propias limitaciones del animal. Pero señores, permítanme decirles desde mi humildad y reconociendo que su pecado es el mío, que en lo que más nos hemos desviado, lo que no hemos sabido medir, ni creo que ya podamos hacerlo, es la labor de los toreros. Pues sí, así es, hemos tratado a estos señores que se disfrazan de toreros, como si en realidad lo fueran. Tantos años viendo toros, para que se nos cuele esta chirigota carnavalesca, haciendo como si fueran matadores de toros. Y nos extrañaremos porque se nos revuelvan, nos traten de salvajes, de ignorantes de amantes de la tragedia, de que pedimos un toro que no se puede torear. Qué razón tienen de ponerse de uñas y a la mínima ocasión que tienen atacar a gente como esos señores de la plaza de Madrid que les piden que si la pierna de salida adelantada, que si el pico, el abanicar al torillo y esas cosas, que lógicamente, no entran en sus esquemas. Por favor, un poco de coherencia, a ver si ya de una vez nos damos cuenta de que lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible. Dejemos de considerar a estos “jartistas” como matadores de toros, dejemos de hacer cábalas sobre si este o el otro es capaz de poder con otros hierros que no sean los de la congregación de la Trampa, el Mantazo y el Desmoche.

Me preguntaba hace unas semanas un amigo de más allá de la Mar Océana, que si acaso no pedíamos un imposible, si nuestra exigencia era más utópica que real. Mi contestación fue rotunda y le dije que no, ni mucho menos, pero ahora creo que me equivoqué, demandamos el querer volver a ver torear como en su día vimos a muchos, pero claro, hemos desviado en exceso el punto de mira. Alguien ha habido en algún momento en que nos hado un codazo y nos ha enfocado al tan nombrado Circo de Manolita Chen. Menudo cambio, uno que estaba con su catalejo reviviendo a Manolo Vázquez, Robles, El Viti, Camino o Antoñete y de repente se topa con… con otra gente, y dejémoslo ahí.

Pero claro, la cuestión es que nadie ha intentado ni por un segundo el sacarnos de nuestro error, han callado y se han querido aprovechar de la circunstancia, nos han seguido el juego y cuando empezamos a protestar porque nos habían metido en una película de Pocoyó y Dora la Exploradora, cuando habíamos sacado entrada para La Reina de África, nos dicen que deliramos, que faltamos al respeto a los creadores de esos personajes de niños y que lo del barquito por las cataratas de un río de África lo habíamos soñado, que eso no era posible. Mientras, los de la fila de los mancos se ponían de uñas, pues a ellos les daba igual la película, con que se apagaran las luces les valía, pues estaba claro que ellos iban a otra cosa, muy saludable también, pero a otra cosa. Y ya la teníamos montada, sólo faltaba Dora la Exploradora diciendo que le habían faltado al respeto y que esos reventadores no sabían ver lo bueno de su arte, que eso de la Reina de África era un infundio de esta gente. En esos casos, ¿qué se puede hacer? Le pregunto a esos espíritus felices que tanto disfrutan con Pocoyó, ¿qué hace el señor timado? ¿Se aguanta y se calla? ¿Se calla y se marcha? Pues ya ven, los hay que protestan y exigen que les pongan lo que estaba anunciado.

Si hasta piensan que pretendemos que desaparezcan los Toros, que somos unos abolicionistas camuflados. Que en parte tienen razón, reconozcámoslo, aunque no es tanto eso, como el que no me tomen el pelo, que si hay charlotada, sucedáneo o pantomima de lo que es el toreo, que me avisen y que no usurpen el nombre de “Feria de San Isidro” para colarme estas burlas, que no se autoproclamen “jartistas” o figuras del toreo los que se manejan con tanta soltura en esta cosa en la que se coge a un animalito y se le hace de todo, vamos que hasta te dan ganas de cantarle en los hocicos. Miren señores, les voy a contar lo que uno pide, así, en dos palabras, Toros y Toreros. Fácil ¿eh? Con todo lo que esto conlleva. La violencia que mana del toro, la emoción que éste despierta, la pasión, hasta la brutalidad de un animal salvaje, que cuando un torero canaliza a través de la lidia, del tercio de varas y de banderillas, con capote y muleta, consigue el imposible de crear arte, arte puro, con elegancia, aparente solvencia, naturalidad y serenidad. Y digo aparente, porque cada uno puede tener el miedo y dificultades que quiera delante de los pitones, pero no se le debe notar. Más el añadido del respeto de estos hombres al toro, al vestido, a la tradición, la historia, a la sangre de otros compañeros y al público, que no desea otra cosa que llevarles a la gloria, siempre y cuando se cumplan los preceptos eternos del toreo. No pedimos imposibles, aunque el toreo puro lo parezca, o quizá sí que lo pedimos, pero también queremos volver a ver esa utopía que tantos toreros nos pusieron ante la vista. Y me permito poner una lista de la que me faltarán mil nombres, lógico, pero que también les puede hacer pensar que no han sido tan escasos los toreros que de repente te metían en un sueño del que se despertaba con una estocada en lo alto, con entrega, sin trampas y sin huidas, porque ese era el momento que daba sentido a todo esto. Recordemos a S. M. EL Viti, Paco Camino, Diego Puerta, Domingo Ortega, Pepe Luis y Manolo Vázquez, Andrés Vázquez, Curro Vázquez, Julio Robles, Juan José, Bernadó, Antoñete, Teruel, Capea, Manolo González, José y Juan, Gaona, Sánchez Mejías, José Ignacio Sánchez, José Luis Palomar, José Tomás, Paula, Curro, José Fuentes, Manolo Cortés, Macareno, Joselito, Yiyo, Albaicín, El Gallo, Marcial, Chicuelo, Félix Rodríguez, Juan Posada, Galloso, Manolete, Miguelín, el Inclusero, Rincón, la prole del señor Bienvenida, la del Niño de la Palma, de Dominguín y muchos más que mi memoria me esconde y que ustedes me echarán en cara, pero que seguro también tendrían que estar aquí. Eso sí, hay otros cuantos, a los que ahora se llama maestros, que han sido los que con su vulgaridad y mediocridad abrieron el camino a esto de lo que muchos abominamos. Esos cuyos discípulos y seguidores creen que sufren una “Excesiva exigencia de ignorantes que defienden un imposible”.


martes, 17 de septiembre de 2013

Alarmante ola de abandonos de toros indultados en gasolineras

ÉL NUNCA LO HARÍA.
En vacaciones, no abandone a su toro/ mascota indultado


O se toman medidas excepcionales o esto se nos va de las manos y nos veremos abocados al caos más oscuro y tenebroso. De repente, lo que unas horas antes era alegría, euforia y el delirio generalizado, pasa a convertirse en el abandono, la soledad y el desamparo. “¿Qué he hecho yo para merecer esto?” se preguntará el burel recién indultado, aún con los olés frescos haciendo vibrar los crotales, con las heridas de la lucha aupadas sobre el morrillo y esa visión del trapo rojo que mil veces le llamó y mil veces le burló. Pero todo eso queda en recuerdo, todo eso ahora es una larga fila de coches delante de los surtidores, el bar de carretera frío y queriendo aparentar no se sabe qué, camioneros con camiseta blanca de tirantes, bermudas cantifleras y chancletas playeras para lucir los garfios enlutados. ¿Dónde está aquel bello efebo vestido como un ángel que con tanta donosura embrujaba al género humano, entonando bellas canciones que la concurrencia jaleaba?

Un testigo presencial, del que no se ha revelado su identidad, parece que asegura haber visto llegar a un camión de transporte de ganado de lidia a una estación de servicio próxima a Talavera. Una vez que el vehículo estaba estacionado en el área reservada para ellos, el conductor y un acompañante les abrieron los cajones y les invitaron a salir para que estiraran las piernas. Los animalitos bajaron con cierto recelo y no sin tomarse sus precauciones, se acercaron a una verde pradera con sombras y el agua que manaba de la fuente erigida por los ceramistas de la ciudad para pedir que no se desencadene ningún terremoto en la zona. Ya estaban allí tan confiados los animales, entablando relaciones entre ellos, interesándose por su procedencia, y cuando todos se encontraban celebrando sus raíces comunes de sangre Domecq, el motor del camión hizo añicos el silencio, mientras salía a toda prisa para tomar la carretera rumbo al sur. “Muuuu, muuuuu, mu, muuuu”. Un concierto de mugidos y berreos estremecedores disparó las alarmas. Otro caso en el que la ruta de recogida de indultados abandonaba la carga a merced de su suerte. Los pobres desvalidos, casi sin poder ni defenderse con esos pitones disminuidos, sin poder dar cuenta de quién fue su lidiador, pues todos daban las mismas señales. Un señor con medias rosas, vestidos con vestido chispeante, muy ágil y alegre al interpretar un airoso baile, siempre provisto de una tela más o menos grande y entonando un canto que producía el mismo efecto que el de las sirenas de Ulises, para aguantarlo te tenían que amarrar a un poste.

Ayer fue en Honrubia, hoy Talavera, hace unos días en Lerma, Oliva, Arévalo, Bailén, Trujillo, Alba de Tormes. Son ya demasiadas las gasolineras que han visto abandonados a los que fueron indultados en el ruedo, a esos colaboradores que tanta felicidad propiciaron. La administración no parece que haya reaccionado aún, la UCTL se ha desmarcado, pues según afirman, ellos se limitan a la cría del toro y no a la gestión de residencias de la tercera de edad para indultados. No les quedan ni vacas para cubrir, con tanto desmán, a los que vuelven a la finca los han tenido que meter en la pista de tenis y paddle de las fincas; no les quedan ni sitio para la piscina, ni espacio para columpios de los niños. Esto es un sin Dios. Tú mandas una corrida a una plaza y a los tres días te ves haciendo sitio a dos, tres o los que sean, que vienen de vuelta.

Varias sociedades animalistas en un principio corrieron detrás de la bandera de un programa de adopción de toros indultados, pero parece ser que la convivencia entre padrinos y apadrinados no respondían a lo esperado. Vale que las reses mostraban una docilidad inusitada, pero ese no se sabe qué que les impulsa a arrancarse a lo que se mueve, esa necesidad de espacio o el afán por sentirse los amos de la manada, han sido un freno demasiado fuerte para que el plan siguiera adelante. Ni se les podía sacar de paseo, ni dejarles en la terraza o en el jardín, no te traían las zapatillas y si se cruzaban con un hermano en el parque, entonces todo quedaba en manos de la providencia. ¡Por favor, que no se peleen! Multas por meterse el toro a refrescarse en el estanque del parque, por cagarse en el verde, obligando a sus dueños a retirar semejante mole y a guardarla en una bolsa del Carrefour de las grandes, de las que normalmente se reutilizan, pero que con semejante carga no parece ni posible, ni recomendable.


Las autoridades locales y autonómicas han pedido auxilio a Bruselas, pero parece que a los señores de la UE les ha atacado una ceguera y sordera repentina que les hace mirar para otro lado. Y ante este problema, del que nadie se quiere hacer responsable, todos miran al vecino, que si eso del indulto no podía ser bueno, sin acordarse de las juergas que se corrían a costa del pañuelito liberador que asomaba al palco, las celebraciones exageradas de locutores de televisión, de taurinos, de satélites parásitos de la tauromaquia, toreros que sumaban indultos como un barbero barbas afeitadas; todos escurrían el bulto. Hasta que se llegó al verdadero origen de este caos, el aficionado. Con su actitud irresponsable de ir a las plazas, pagar su entrada y por no protestar con la energía necesaria los casos de indultitis extrema, por esto y por mucho más, ellos son los responsables, los aficionados. Pero claro, ellos con eso de la pureza, la integridad y esas cantinelas de siempre, han dado la espalda a esta sangría de toros que no se estoquearon, de esta “Alarmante ola de abandonos de toros indultados en gasolineras”.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Los tuneleros, Castaño y el circo de una cuadrilla

Excavando un túnel, pero no parece que este mozo sea un tunelero
Anda que no se está hablando últimamente de eso de los tuneleros, los que torean por menos de lo estipulado, muchas veces por cuatro chavos, corriendo el mismo riesgo que si cobraran todo el oro del mundo, pues el peligro no decrece de la misma forma que lo hacen los dineros que se cobran al final. La cosa no está bien, pero hasta puede llegar a ser comprensible en algunos casos, sobre todo cuando se trata de toreros que torean poco o nada y que se convierten en víctimas de las malas artes de un empresario, un alcalde que actúa como tal o el concejal de festejos correspondiente. Es complicado emitir una opinión sobre todo esto, pues hay circunstancias que pueden justificar esto del “tuneleo”, igual que hay otras que lo hacen especialmente sangrante y despreciable. ¿Qué puede hacer un torero, de plata o de oro, si le ofrecen menos festejos que dedos tiene una mano? Un torero que mantiene una ilusión, pues tampoco se puede decir que viva del toro. En el lado opuesto nos podemos encontrar el que torea, pero quiere más y más, llegando incluso a ofrecerse por menos dinero, incluso pidiendo que quiten de en medio al compañero que se eligió en primer lugar, que dicho sea de paso, puede ser de los que torean dos días al año, si llegan. Qué casos tan opuestos.

Podríamos dejar todo esto en manos del libre mercado, pero, ¡jajá! todos sabemos lo que eso significa, desamparar a los de luces y dejar todo al albur del empresario. Mal arreglo tiene y el que podría servir no es muy del gusto de los taurinos dominantes. La solución es la transparencia y así todos sabríamos quienes son los piratas y hasta se podría intentar apartarlos y que nadie contratase con ellos mientras no respeten las reglas y mientras mantengan deudas de larga duración con los profesionales del toro, los que salen al ruedo y los que crían el toro. Y que conste que esto también sería de aplicación para los que exigen poner dinero para torear, comprar un cuantioso lote de entradas. Pero quizá nos estemos complicando ya demasiado para esta entrada. Como decía antes, no parece que esto tenga buena solución. Y si a esto añadimos el carácter cambiante de la gente del toro, que hoy te llama tunelero y que mañana te hace un homenaje para intentar arreglarte el futuro ennegrecido por un desgraciado percance. Pero es que afortunadamente, todavía los hay con conciencia. Quizá esta sea una de las pocas actitudes heredadas que sobreviven en el toro, aunque también hay las deshonrosas excepciones.

Cuánto han cambiado los valores en el toreo, lo que antes era tomado como palabra divina, ahora no sólo no se toma en cuenta, sino que es despreciado por el taurineo y tomado como una ofensa imperdonable. ¿Cuándo se habría pensado que un torero se encarara con el público o el presidente de una corrida, que de forma sistemática se dedicara a menospreciar y tratar de indeseable a los aficionados de una plaza, simplemente por manifestar su descontento o desacuerdo con lo que sucede en el ruedo, con los abusos en los corrales, la mentira que muchos han asumido como su forma de hacer o el sentirse simplemente atracados. Resulta curioso comprobar en un caso concreto eso de la inversión de valores.

Si uno pregunta a un aficionado de Madrid qué es lo mejor de la temporada capitalina en curso, es muy fácil que afirmen que las tardes que nos brindó la cuadrilla de Javier Castaño, sencillamente porque tanto ellos como su matador, han tomado el camino de ofrecerle verdad al espectador. Que si nos ponemos a juzgar con un mínimo de minuciosidad, seguro que tal día o tal otro, no merecieron tanto premio, pero no se trata ahora de juzgar eso, la cuestión es la actitud de estos toreros, la generosidad, entrega, ganas de hacerlo bien y el afán por mostrar el toro al aficionado. Pues imagínense que a muchos compañeros, lo de Castaño y su cuadrilla les parece un circo, con sus payasos y todo, porque según dicen algunos, perjudican a sus compañeros. Tal cual. Aseguran que lo que buscan es el aplauso del público y ganarse a la gente. Pues muy bien, ¿no? ¿Ustedes que prefieren, el me parto por la mitad con retorcimientos viendo pasar el toro allá a lo lejos o esto? Incluso les acusan de tuneleros, algo que desconozco y que en caso afirmativo les aplicaría lo dicho más arriba.


A ver si lo logro entender, el intentar hacer la suerte de varas dándole la importancia que tiene, sin que sea un mero trámite, el intentar darle la lidia que le corresponda al toro y e lucir en el segundo tercio, es un circo y una falta de compañerismo. Igual es que ahora hay que tapar a los incompetentes, que el público no se dé cuenta de tanto torero incapaz y mentiroso, no vaya a ser que no se le contrate o que tenga que cortarse la coleta. Eso sí, todo esto a costa del que se pasa por taquilla y paga su entrada religiosamente. Ya en otras ocasiones he comentado las limitaciones que veo en Javier Castaño, pero según parece, a muchos les llena más el esperar a que un señorito despliegue su arte con una mona una vez cada mil, que no la entrega tarde tras tarde y ante el toro. Que puede que a nadie le guste más el toreo artista que a mí, pero eso, el toreo artista, no la caricatura con apariencia de arte, delante de un mojicón con cuernos. Vemos payasos cuando un señor encuentra toro en cualquier sitio del ruedo, evitando mil un capotazos, pero vemos arte y expresividad en que un señor se líe a pegar alaridos delante de un peluche de la tómbola en una plaza de tercera. Se ofenden una barbaridad cuando un señor se lía a pegar mantazos y alargando la faena innecesariamente provoca las protestas del público, al que se tilda de maleducado, irrespetuoso y se le acusa de querer que el toro hiera al hombre. Pero nada dicen del desprecio al que someten al que paga, ignorando sus gustos y preferencias, porque su obligación es aplaudir todo. Eso sí, les otorgan su derecho a protestar, una vez se haya acabado todo; qué generosos, nos vamos a cenar a casa y a la medianoche volvemos a la plaza para protestar por un novillo que quieren hacer pasar por toro, por robarnos el tercio de varas, por la mala colocación durante la lidia, incluso con el riesgo que esto supone para los compañeros, por danzar a dos metros del toro, por asesinarle de un navajo y porque la cerveza está cada día más cara. Pero bueno, son tantos los disloques, que igual algún día tendríamos que hacer un ejercicio de tauromaquia comparada. Mientras, seguiremos censurando a los tuneleros avariciosos y arrastrados, mantendremos nuestras dudas sobre los que actúan poco o nada y seguiremos esperando a Javier Castaño y a eso que dicen que es un circo, su cuadrilla.  

sábado, 7 de septiembre de 2013

El jefe de la manada en Cuadri

En Cuadri, ¿quién es el jefe de la manada?
Bendito y ya lejano verano, con las excursiones, la playa, encuentros con amigos, charlas en largas sobremesas y si uno se arrima hacia Huelva, hasta puede pasarse por Comeuñas para ver lo que Cuadri nos tiene preparado para el curso próximo. Para cualquier aficionado que vea al toro como un fenómeno totémico, el contemplar los ejemplares de este hierro es como tocar el cielo. Grandes, fuertes, musculosos, bien armados, muy hondos y con la tranquilidad del que se sabe poderoso. Mientras esperábamos que apareciera alguien de la casa, mi buen amigo Marín me llevó a ver los utreros que el año próximo saldrán a las plazas como toros, con continuas referencias a sus hermanos que ya fueron lidiados. El tío conoce la ganadería como si fuera suya, sabe ver al animal en la plaza y en el campo. “Mira, quédate con ese, que lo verás en Madrid”, me decía, un novillo que podría pasar por toro en plazas casi de primera y que podría parecer el padre de los que matan muchas figuras en sus tardes de gloria artificial. El calor aplastaba el aire espeso contra las cabezas, los animales iban buscando el refugio de los árboles y el alivio del viento. En esto que nos sorprendió la llegada del ganadero. Quizá uno podría esperar que apareciera en un gran coche, con el pelo engominado, traje de modisto italiano y un deportivo que fuera berreando que el pasajero es un señor de posibles. ¡Ay, cuánto mal ha hecho la modernidad en esto del toro! Pero don Fernando desembarcó en una furgoneta y vestido para trabajar y meterse entre los toros. De natural educado en sus modales, al saber que llegábamos de Madrid, parecía defraudado por haber embarcado todas las corridas del año, tenía que corresponder a sus visitantes. Desapareció unos minutos y volvió sobre su montura, un caballo nada espectacular, pero que seguro que sabía moverse entre el ganado como nadie.

Don Fernando nos indicó que nos tapáramos detrás de los muros del cerrado, que no nos dejáramos ver, no fuera a ser que los toros se pusieran estupendos. Al poco fueron asomando delante de él cuatro toros, parte de la simiente de la “H” inclinada. Faltaba uno que se había saltado a un cercado en busca de jaleo y otro que pidió que le excusáramos, que él se quedaba a la sombra y que no se movía de allí abajo. De los presentes, uno era un novillo a prueba, al que se le notaba la diferencia con los demás. Dos eran dos toros ya cuajados, que igual se pueden llegar a ver en algún ruedo. Y el cuarto, un grandullón con paso cansino, casi indiferente, pero al que parecía que los demás respetaban de una forma especial. Cada paso era un suspiro, la desarrollada cornamenta se bamboleaba según oscilaba semejante cabezón al ritmo de las pezuñas que casi no se separan al andar.

Aún estaba comentando la primera charla con el ganadero, un hombre claro, directo y que con toda la calma del mundo imparte lecciones sobre cómo se deben criar toros de lidia. La genética que domina de una manera sorprendente con el banco de experimentos que es su pajarera, el manejo y las decisiones que hay que tomar en el momento preciso, antes de que un contratiempo se convierta en un problema y un gran dolor de cabeza. Los toros ya habían llegado delante de nosotros, el grandón a la cabeza y los otros tres brujuleando detrás.
-          Pssssst.
-          Calla hija, no molestes a los toros.
-          Pssst. ¿Usted es de fuera, verdad?
-          ¿Qué? ¿Quién es?
-          Joer, yo, el toro, el grandón que dice usted, que tengo nombre.
-          ¿Qué pasa?
-          Joer, que soy yo, Revisor, el toro que indultaron en Valverde hace unos años.

No sabía si me estaba volviendo loco, si la pastilla me estaba haciendo reacción o si las magdalenas tenían algo raro. El semental más viejo me estaba hablando.

-          Sí hombre, sí.
-          ¿Qué tal, encantado de hablar con usted?
-          Me puedes tutear, tranquilo. Aquí todos somos iguales. ¿Eres aficionado?
-          Sí, sí, un poco.
-          Y cómo otros muchos, vienes a vernos, a ver cómo nos trata don Fernando y su gente.
-          Pues sí, claro, ¿y cómo os trata?
-          Hombre no podemos quejarnos y si esto además me lo preguntas a mí, a uno que le indultaron y le devolvieron a la finca, pues imagínate, si ya vivía antes cómo un rey, a partir de eso, la cosa mejoró todavía más.
-          ¿Y eso? Pues mira, a partir de aquel día y una vez que me curaron las heridas y recuperé las fuerzas, me mandaron donde viven las vacas, que a veces se parece más al infierno que al paraíso. Joer, todas poniéndose para que yo las cubriera y para que sus hijos fueran famosos. Pero la cosa no fue así, los niños no eran como quería el amo. Los buenos son los de mi hermano, al que llaman el Revisor Chico. Oye, que no sabes lo buenos que salen luego en la plaza.
-          ¿Entonces tú no…?
-          Qué va, sí, incluso ahora, pero uno ya no tiene el cuerpo para fiestas, los años no pasan en balde. El ganadero me mantiene aquí, más cómo reconocimiento, que como semental que dé buenos becerros. Y yo se lo agradezco, claro que sí. Ya le he dicho que los buenos son los de mi hermano, que no ha querido venir, porque decía que hacía mucho calor, que prefería quedarse a la sombra. No se lo tenga en cuenta.
-          No, no, yo no digo nada.
-          El hombre lleva una vida muy ajetreada, imagínese, llega el celo y tiene que mantener el tipo durante días.
-          ¿Días?
-          Sí, y eso midiendo los esfuerzos. Los jóvenes quieren ir a toda prisa, una vaca, otra, otra, y se agotan antes. A medida que vamos creciendo, también aprendemos a dosificar los esfuerzos. Y nadie te dice nada, ni que vamos, ni que para. Aquí nos tratan de perlas, si hasta las vacunas nos las pone el amo subido a un árbol, sin que le veamos, para que no nos alborotemos.
-          Oye, ¿y esa historia de los castaños?
-          Pues parece que el amo viejo no les tenía mucha fe y si salía uno, lo quitaba de en medio. Eso sí, en esta casa no sabes cómo se las gastan, lo que creen que no vale se lo quitan de en medio, manteniendo siempre 150 vacas, que ya dirán algunos que son pocas, pero esos son los que no tienen que cubrirlas. Que una cosa es eso del… usted ya me entiende.
-          Sí, claro.
-          Que una cosa es el placer y otra la obligación. Que son muchas hembras a las que montar. Pero vamos, que no me quejo. Me decía de los castaños ¿Vio usted a uno que se llamaba Brigada?
-          Sí, salió en Madrid, un gran toro, al que Robleño no quiso ni ver, querían que se quedara fuera de la corrida, pero al final salió y el matador le hizo todo al revés, para que pareciera malo.
-          Sí suele pasar eso. Era un buen chaval, muy viajado, anduvo de un lado a otro, luego iba a ir a Francia, pero al final parece que le cambiaron el destino, ¿no?
-          Sí fue a Madrid y salió muy bueno.
-          Más le valía. No sabe cómo exige el amo, si hasta nos dan cursillos de cómo entrar al caballo, que parece ser que es una cosa que te pincha y claro, como uno tiene su casta, pues basta que te piquen, como para que te cabrees y quieras comerte eso que te molesta, no te vas a quedar de pezuñas cruzadas.
-          ¿Y quién da esos cursillos, el amo?
-          Noooo, él nos deja a nuestro aire. Son las vacas más viejas las que nos lo cuentan de pequeñitos, antes de irnos a dormir, Te dicen que no hay que achicarse, que lo que moleste, a por ello, ¿qué te hace daño? Pues entonces hay que pelear más y más. Menudas son las señoras. Eso sí, yo no me quejo, que ahora me tienen cómo a un maharajá. No me dejan un momento, pero eso sí, a los pequeñines les siguen comiendo la oreja. Hay quién dice que si estos luego no cumplen, el amo las aparta. Pero bueno, usted me perdone, pero con este sol pegando en la testuz, al final parece que te atonta. Ha sido un placer. Igual cuando usted vuelva yo ya no estaré aquí, pero habrá otro. Lo dicho, un placer.
-          Igualmente, hasta otra.


Los toros se fueron por donde habían venido, con la misma parsimonia y buscando las sombras que les aliviaran del sol de agosto. Aún pudimos charlar un poco más con el ganadero, escuchando las palabras de un señor, que antes de nada es aficionado. Todo un privilegio, porque no todo el mundo tiene la oportunidad de charlar con el verdadero jefe de la manada.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Arte, jarte, harte, artistas y corridas sin sangre

La  corrida  sin sangre puede  ser la estocada final a lo que entendemos por los Toros


Cuando uno oye eso de vamos a modernizarnos, hay que adaptarse a los tiempos, hay que dar lo que demanda el público, hay que usar el talento para crecer y frases por el estilo, me sube por la espalda un frío que no se me va ni echándome un buen tazón de caldito por el cogote. ¡Qué falta de sensibilidad! Dirán ustedes. Pero es que uno, después de esta cantinela espera lo que viene detrás y que últimamente se escucha y se lee en demasía y procede de voces que uno no se podría imaginar. Y es que esas voces que parecen autorizadas, o que se autorizan a sí mismas no se sabe en virtud de qué, nos amartillan los oídos con eso de que el primer tercio es muy cruel y violento, que si hay que darle más protagonismo al tercer tercio, el de muerte, pero sin muerte. ¡Ojo al parche!, que diría el clásico nocturno. Pero en esta ocasión lo del parche es tal cual. Aquella barbaridad de don Bull, lo de las velcrocorridas, parece más próximo y con más seguidores de lo que se podía uno imaginar.

Parece ser, según dicen estos autorizados autodesautorizados, que todo esto garantizaría la continuidad de la Fiesta; pero no, aquí no debimos entender bien el sentido de la frase, que no se refiere a que el toreo siga existiendo tal como lo entendemos cuatro chalados, lo que perduraría, en principio, es el negociete este que se manejan cuatro señores y muchos estómagos agradecidos y por agradecer. ¿Qué más les da a ellos hablar de Toros que de bailes y canturreos? Pues debería importarles más de lo que se creen, porque si disfrazamos demasiado a la niña, igual cuando la desmaquillemos y la quitemos el traje para orearlo, nos encontramos que la joven hermosa y delicada se llama Macario y trabaja de pocero por las cloacas de cualquier ciudad. Y nadie paga para ver el triste espectáculo de este señor despidiendo efluvios apestosos luciendo un vestido de gasa transparente por el que asoman los pelos de sobacos, pecho, ingles, piernas, nariz y orejas, que igual el aficionado no quiere mojigangas.

Uno ha leído un artículo de don Carlos Ruiz Villasuso, no siendo este el primero que va en esa línea, en la que parece hasta defender las corridas incruentas y además apelando a nuestro talento. Total, si lo “güeno, “güeno” es lo de la muleta. A veces hasta viene con la sorpresa de que el de las medias rosas se pone a canturrear y los más fieles lo toman como un brote espontáneo de arte y sentimientos. Que ya todo vale, todo menos lo fundamental, eso ya es mejor borrarlo del mapa. Hay que potenciar el arte, que parece que se encuentra exclusivamente en la muleta, lo de la verónica, las medias, la variedad con el capote, las gaoneras templadas y no eléctricas, todo eso no tiene arte. Eso sí, el día en que esto se instaure, por favor, que avisen, no vaya a ser que uno se meta esperando encontrarse con el toreo y se dé de morros con este jarte pornográfico que harta con solo pensar en ello.

Me imagino un día de carnaval taurómaco de estos en el que empezaremos comprando el periódico para ver las últimas novedades antes del show, pero ¡ah, sorpresa! sólo podemos leer los anuncios, pues esos sí que son arte y no las noticias y editoriales. Bueno, no pasa nada, tampoco habrá sucedido nada que resaltar. Nos disponemos a desayunar. Entramos en un bar y pedimos un café solo con un donut. Pero, ¿qué es esto? un tazón de agua hirviendo y un montón de azúcar apelmazada. Te vas mosqueado y te metes en el coche; qué maravilla, con todos los extras, equipo de música de última generación, asientos de piel de marmota californiana con sistema de refrigeración y vibración super sensitive. ¡Vaya! No arranca, miras el motor y ¿el motor? ¡El motor! No hay motor, n es necesario, relájate y disfruta de todos los magníficos extras que te van a hacer la vida más feliz. Llegas al trabajo y resulta que tu mesa de caoba es tan estrecha que no te cabe ni un lápiz, que por otra parte no escribe, porque no tiene mina, que tampoco necesitas, porque los cuadernos no tienen hojas, el teclado no tiene teclas, el monitor está para enfriar cervezas. Pero, ¿es que nada va a ser como tiene que ser? Pierdes los nervios, vuelves al kiosko, al bar, al concesionario de coches, al responsable de material de la oficina y les gritas, les insultas, les pides explicaciones, al del concesionario casi le arrancas la cabeza, si no es por esas palabras que resuenan a tu espalda de “Vicente que te pierdes”. Rellenas hojas de reclamaciones, pones denuncias, vas a la OCU y no consigues nada, porque todo se te ha servido con un mimo extremo, eres dueño de lo mejor que pudiste imaginar, el calor del café, sin café, el dulce sabor con un toque de limón del donut, los anuncios que en si mismos son verdaderas obras de arte moderno, tu coche cómodo como nunca imaginaste, con una línea elegante, aerodinámica, moderna y que desparrama buen gusto. Mira, será mejor que te vayas a los toros. Sale la primera sabandija desmochada, se reboza por la arena, el picador se da una vuelta por el ruedo y toca con el palo sin puya en el lomo del animalito, los banderilleros saltan delante de este con unas escarapelas de colores que le pegan en una especie de albarda de velero, para acabar dando paso a un repertorio de brincos, cucamonas, cánticos populares en unos casos, monólogos histriónico satíricos en otros y hasta duelos de versos alejandrinos jaleados por esa concurrencia festivalera entre las que se incluyen los torillos que marchan en feliz procesión de vuelta a los toriles, dónde serán agasajados con una doble ración de heno y algún azucarillo camuflado, que hay que premiar su colaboración.


Y como siempre, tiene que salir la nota discordante del amargado exigente que berrea desde lo alto pidiendo no sé qué cuernos de autenticidad, integridad, que esto era un fraude, una pantomima y un insulto a la tradición taurina y a su grandeza desaparecida. Si es que los hay que no saben apreciar lo bueno y se quedan sólo con lo negativo. A ver si aprendemos a apreciar el arte, el jarte, siempre que no nos harte y disfrutamos como gringos de las corridas incruentas y de la sensibilidad de los pegapases, que ya no matadores de toros. ¡Qué Dios nos pille “confesaos, comulgaos y con los santos óleos santiguaos!”.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Talacante da la nota

¿Se imaginan al "Chico de la Blusa" cantando "La hija de don Juan Alba" delante de uno de los que tuvo que matar en su vida de torero?
Como si estuviera interpretando la Hija del Regimiento, el artista extremeño ha dejado boquiabiertos a los señores de la tele de todos, a los que lo hemos visto después de llegar de Las Ventas y hasta a los que han mirado el calendario doce veces para ver si era 28 de diciembre. Creo que nadie negará que esto es la culminación expresiva de un artista; primero fue torero, después bailarín y ahora cantaor. ¿Qué podemos decir después de lo visto y escuchado? Nada, si hasta el toro parecía que se empequeñecía, mientras el se agrandaba, como si hubiera pegado el estirón de los 16 años. O igual es que el toro ya venía chiquito de fábrica.

Uno no ha tenido la suerte, qué digo, la gran suerte de ver la corrida televisada de este año en la tele pública de todos, para todos, como la Enseñanza y la Sanidad, que coincidencia. Por no haber contemplado la retransmisión, evitaré hacer juicios sobre lo que ha sido el espectáculo, cosa que tampoco habría hecho, precisamente por no haber estado en la plaza, pero lo del cante, a eso no me puedo resistir, entiéndanlo, si es que así se las ponían a Fernando VII; el portero en el suelo, los defensas con las piernas hechas un nudo, el balón parado en la línea, yo solito delante de él, un toquecito y gol, el gol que hace que mi equipo sea campeón de la Champiñón Ligui. Aunque sea de punterazo, tengo que darle a trillón. Si es que ya estoy esperando que saquen los grandes éxitos e Talacante, Talacante Duets o Talacante Unpludged.

Tengo que reconocerle que los tiene “cuadraos”, porque arrancarse de esa forma con lo que le podía caer, es tener el sentido del ridículo en el Monte de Piedad y no pensar jamás en desempeñarlo. Uno no es nadie para criticarlo, allá cada cual, pero hombre, me guardo mi derecho de opinar y de expresar las sensaciones que me producen el ver a un señor vestido de torero soltarse a cantar delante de un toro, por mucha pinta de novillo moribundo que tuviera el Zalduendo. No voy a decir que sea una falta de respeto al animal, al vestido de torero, a la Fiesta y todo aficionado que aún cree que esto es un rito, una tradición preñada de valores y con una historia grandiosa jalonada con la sangre de muchos toreros. Me gustaría saber que entiende don Alejandro Talavante que es el toreo, pero de lo que sí que estoy seguro es que no comparto su opinión. Y esto en el mejor de los casos, porque si coincidimos y hace lo que hace, entonces lo que se desplomaría de repente es mi concepto de él como matador de toros.

Puede que un servidor esté exagerando y cargando demasiado las tintas, no digo yo que no, pero también puede ocurrir que esta sea la gota que colma el vaso y el respeto y la mofa han rebosado por los bordes. Se cree que uno se puede anunciar con seis toros cuando le venga en gana, como para satisfacer un capricho. Que una encerrona es simplemente ampliar las posibilidades de cortar dos orejas y que te saquen a hombros, después de haber elegido con mimo el ganado, aunque el ganadero quede en evidencia echando un encierro infame, y me refiero exclusivamente a lo de Victorino en Madrid; no se puede permitir que vaya dejando pasar los toros a ver cuál se adapta a la faena tipo y no al contrario, darle a cada uno la lidia que precise, demostrando la amplitud de su tauromaquia. Pero no, eso sólo se lo he visto hacer a uno de Madrid, en Madrid el dos de mayo de hace unos años. Tras este fracaso como torero y como figura, volvió otro día de claveleo y entonces sí, entonces si le pudo cortar los despojos a un novillo, y esto lo afirmo, porque sí que estaba en la plaza. Le sacudió mantazos para ir pasando, pero logró que se lo llevaran por la Puerta de Madrid, en la más chapucera salida a cuestas, que no a hombros, que se recuerda, que más bien parecía el Santo Entierro, con todos mis respetos a la imagen Santa.

Y ahora se nos pone a cantar. Don Alejandro Talavante, ¿usted ha entendido algo de lo que es el toro y el toreo? Si lo ha entendido, ¿se cree por encima del bien y del mal para hacer en el ruedo lo que le dé la gana? Usted va vestido de torero y debe ofrecer ese respeto que tanto exige usted y sus compañeros de troupe para si mismos. ¿No tienen bastante con ser los enterradores de esto que encima lo ridiculizan y lo frivolizan, consiguiendo que esa imagen suya dando el cante aparezca en todos los noticiarios? Esa es la imagen que damos del toreo a quienes tanto se menean para hacerlo desaparecer. Un tío que se está jugando la vida, como tantas veces repiten ustedes, se arranca como si estuviera en una juerga con sus amigotes, hasta arriba de vinazo. Ese es el miedo que le inspiraba la Zalduendada, ese era el temor a la responsabilidad y para eso queremos la tele en directo, para que todo el país y todo el mundo taurino y puede que no taurino, vean lo tranquilo que está delante de un toro. Porque habrá quien no distinga que es un novillo, sobretodo los antitaurinos, esos que todo lo que es negro y con cuernos es un toro, y lo mismo llegan a la conclusión más deseada, el toro es inofensivo y no merece ser sacrificado en una plaza de toros. Que el aficionado sabe que hasta esa caricatura de toro puede hacer mucho daño, pero los que quieren acabar con esto no lo saben.


Don Alejandro Talavante, por favor, vamos a querer un poco más a esto que se nos está yendo por el desagüe, un poco más de afición, algo más de cabeza y midamos las consecuencias que pueden tener las cosas que se hacen delante de un toro, ya sea cinqueño o anovillado. Que mire usted si soy comprensivo, que eso del cante igual se lo admito después de haber dado una lidia ejemplar a un toro de Escolar o Cuadri, por citar dos nombres, después de haber toreado primorosamente con el capote y la muleta y tras una estocada en todo lo alto, y antes de que arrastraran a un toro bravo, que le dedicara un cante de esos que parece que tanto le gustan; pero no creo que se dé el caso, primero porque a estos hierros usted no los quiere ni en los cromos de los bollycaos y segundo, porque después de verse las caras con un mozo de esos no queda saliva en la boca ni para decir amén. Amén.