domingo, 24 de agosto de 2014

¡Que yo soy "abonao"!

El "abonao"guarda todos los programas perfectamente clasificados e identificados.

Ignoro si esta expresión es habitualmente utilizada en otras plazas aparte de la de Madrid; igual no se da el caso, porque en otras ciudades no han padecido esa esclavitud del abono cautivo, eso de que lo renuevas y lo renuevas año tras año, por aquello de no perderlo, no vaya a ser que un día de estos reaparezca Marcial Lalanda y te pille mirando a un olmo. Eso de ser "abonao" en Madrid es un rango, un signo de distinción, vamos que si nos ponemos a investigar en qué lugar de la jerarquía nacional nos hallamos, igual nos encontramos al Rey, al Presidente del Gobierno, a los de las Cámaras del Tribunal Constitucional, al del Real Madrid y a los "abonaos" de Madrid. Debajo están todos los demás ciudadanos que, por supuesto, no gozan de la misma categoría, faltaría más. Un "abonao" de Madrid puede opinar de lo que quiera y cuando quiere, allá donde le venga en gana. Si será así, que hasta se están pensando convertir la troika en "cuatroika" y que sean elementos decisivos en las cuestiones europeas anticrisis. Pero como el "abonao" es así, declina esta responsabilidad y se limita a desplegar su saber solo en los cosos taurinos o bares y tascuzos en los que se trate el tema. Tampoco hay que abusar, ni hacer una exhibición gratuita de su poderío.

El "abonao" de Madrid puede sentarse en su plaza "andonde" se le ponga, puede levantarse a medio toro y ponerse a hablar con el de atrás y hasta iniciar una charla con el colega de dos tendidos más allá, porque al menor signo de protesta por parte de un ser inmortal que no ha alcanzado su status, inmediatamente le tira en la cara eso de " es que yo soy abonao". ¡Ayvadios! Bastante le ha dicho ya al impertinente que se permite el censurar su actividad social en los tendidos de las Ventas. Que porque le ha "pillao" de buenas, que si le pilla de malas, lo mismo tenemos montado un duelo a cañas en los establecimientos hosteleros de la "Zonaventas". Seguro que el "abonao" gana de lejos.

Pero el "abonao" de las Ventas también desarrolla una labor docente y de colaboración con los pobres abandonados por el destino y que ni de lejos podrían pensar en ser "abonaos". Se puede ver como en comandos organizados, muy organizados, se despliegan por esas fincas de Dios, reconociendo las camadas de cada año y dando su visto bueno para que vayan a Madrid el 32, el 73, el 15 y el 20, seguros y los demás habrá que esperar a ver cómo rematan, quedando pendientes de una nueva visita a finales del invierno que ya dejan medio apalabrada. Aunque esto no ocurre así en todas las ganaderías, en algunas, como la de Cuadri, van a expresarle su adhesión entre aficionados, porque aunque don Fernando no pueda portar el título de "abonao", da igual. Pero también está el extremo opuesto, el de los ganaderos que jamás serán tratados con un mínimo de consideración, a no ser que estos les inviten a visitar, perdón, quise decir inspeccionar, su finca. A partir de entonces empezarán a "entender" mejor a dicho criador. Si es que no hay nada mejor que el contacto directo. Y en correspondencia, igual hasta piden al inspeccionado que acuda a una charla con verdaderos aficionados, "abonaos" en su mayoría, por supuesto.

Una duda que tengo de los "abonaos" es si tienen una memoria prodigiosa o si por el contrario es en extremo selectiva, pero que con un cansino machaque no paran de repetir una y otra vez allá donde les pille.
Pero no descarguemos todas las responsabilidades sobre los "abonaos" o quizá sí, porque allá donde van se les presenta como "abonaos de Madriz" y si no, ya se ocuparán ellos de recalcarlo. Que vamos a llegar al punto en que en una discoteca de Benidorm lleguen tres respetables caballeros, con su curvita de la felicidad y todo, que se acerquen a una espectacular sueca y le espeten eso de: "Aquí tres "abonaos". Lo malo es que la rubia señorita no sea sueca, sino de Sueca y les responda que eso se notaba de lejos, que estaban "abonaos y muy abonaos", como si hubieran descargado sobre ellos un camión de estiércol fresquito y recién recogido.


Y es que volvemos a esa creencia popular de que las piedras venteñas o las tarjetas de "abonaos" poseen un poder mágico que inviste de un halo casi sagrado a aquellos que se rozan con el granito y ladrillos de la plaza de Madrid o que portan en la cartera ese pasaporte que les garantiza el mantener durante un año más ese rango de incuestionable privilegio. Pero como todo, las cosas tienen un principio, un momento de auge y un fin y al "abonao" le está llegando este final. Antes uno se decía "abonao" y un ¡Oooooooohhh! muy grande resonaba a su alrededor. Ahora ante la afirmación de soy "abonao", las risas contenidas y a escondidas preceden a exabruptos como "pringao", "panoli", "lelo", cuando no sale el típico de buen corazón con unas monedas y le compra un helado al pobre "abonao", que no acaba de entender esa falta de respeto a tan alta dignidad. Se tiene que morder la lengua para no soltarle un "Usted no sabe con quién está hablando"; pero quizá ya sea caer tan bajo que sea preferible acabar "abonao" de  arriba abajo, pero con boñigas frescas de vaca. Así al menos no se le verá la cara de sorpresa al verse tan "abonao".

viernes, 22 de agosto de 2014

¿Pereza, desencanto, hartazgo?


Y uno eligió un modelo, no fue el mejor, ni el más artista, pero le admiraron los mejores y los más artistas

No sé cuánto tiempo llevo alejándome cada vez más de las tertulias taurinas en la red, lo mismo en esta grada, que en otros foros en los que los aficionados se desfogan y claman al cielo para exigir el cese de la degradación de la Fiesta y su posterior regeneración. Como si fueran unos Stanleys taurinos en busca del profesor Livinstong, van abriéndose camino a golpe de machete intentando liberar sendas inexistentes. Desde el tendido los veo bregar en el ruedo esquivando los gañafones de los taurinos oficiales, de los taurinos aspirantes a palmeros y de todos esos a los que les molesta que algún inoportuno les fastidie una tarde de las dos o a lo máximo tres corridas que contemplarán en todo el año, sin importarles si la Fiesta se hunde o no el resto del año. Los hay que se apartan de todo esto de puro dolor, no quieren ni tele, ni blogs, ni nada de nada, porque no quieren ver como se desintegra esto que tanto aman.

Me parece estar en otro mundo cuando leo los comentarios de lo ocurrido estos días en Bilbao, la indignación ante la mentira y el apasionamiento que les brota de dentro cuando se les ofrece la verdad. Eso sí, por el mismo precio hay que soportar las incondicionales alabanzas a las figuras del movimiento taurino oficial, que a veces van acompañadas de fotografías que ofenden el buen nombre del toreo. Eso sí, que nadie se fie de las fotos, porque estas pueden dar una imagen distorsionada de la realidad. Estoy convencido de que una imagen que anda por ahí de Manzanares dando un derechazo a un borrego que deambula a varios palmos de los dominios del maestro es un efecto perverso de la cámara. Eso sí, no faltan las crónicas y comentarios de la gran faena del alicantino plena de arte y estética. Pero ya digo, será cosa de la foto. Pero los aficionados que abogan por la integridad se ofuscan y se ponen como motos. Y no es para menos. Lo que me admira es ese tesón, ese permanecer alerta permanentemente.

A unos los ves lo mismo en la feria de Madrid, que en los festejos veraniegos, desentonando entre los japos, guiris colorados como gambas luciendo pectorales, paisanos de los alternantes y demás transeúntes que se dignan aceptar el plan que Taurodelta les propone para una tarde de domingo. Otros buscan el toro allá donde creen que se hará presente, engullendo kilómetros y más kilómetros durante la temporada y cuando el bolsillo o las fuerzas no dan para más, se plantan delante de la televisión. Es para ponerles una calle.
Unos se autodenominan talibanes, apelativo que nunca me ha gustado, ni para mí, ni para el prójimo, otros se postulan como aficionados al toro, otros como toristas, tomasistas, del que lo hace y los más sabios, los que no se pueden dejar perder, dentro de su sabiduría se califican como aspirantes a ser aficionados. Si encuentran uno de estos engánchese de su brazo y no lo suelten por nada del mundo. Yo puedo considerarme un ser afortunado en este aspecto, muy afortunado y vanagloriarme de haber topado con algunos casos de estos. El primero, como ya he dicho en multitud de ocasiones, mi padre, al que nunca escuché decir que supiera de toros, pero que sí que me recordaba a cada minuto mi ignorancia en estas cuestiones. Luego con el paso del tiempo he podido disfrutar de un compañero de grada que siempre está con que él no sabe nada, otro de por allí abajo que simplemente se llama aspirante o aprendiz, o el que habla de los demás como los que saben, como si el pájaro se acabara de caer de una higuera. Incluso un maestro de lejos solo se permite aceptar su maestría en lo del toro como experto copista de lo que dicen otros, como si ya no hubiera para más. Los que aprendieron de sus mayores y que mantienen vivos el recuerdo de toreros como Félix Rodríguez, su infancia en la plaza de Barcelona. Pero hay un eslabón que les une a todos, ese no rendirse, el seguir cargando la suerte contra el fraude y muy cruzaditos, dejar con las vergüenzas al aire a esos taurinos oficiales.


Puedo afirmar que quizá todo esto se produzca en un momento de extraña lucidez mental, quizá por ese sentirme apartado, un poco distante. Veo a unos pocos crecidos, encastados, bravos y nobles, que meten los riñones sin reservas al sentir como el hierro les castiga, se vienen arriba con los palos y buscan la muleta con ese deseo de hacer jirones si consiguieran atraparla. Algunos necios puede que se pongan bonitos delante de ellos, pero cuidado, no son bobalicones que van y vienen. Aunque esto es algo que los modernos al uso no podrán asimilar, pero que sí entenderán los que sepan qué es la bravura. Yo, como si estuviera en mi grada un domingo de tantos, seguiré contemplando su pelea, esa en la que de momento no me veo, quizá por pereza, desencanto, hartazgo, o por todo  la vez. A lo mejor solo me falta encontrar un motivo y para eso cuento con que cualquiera de las figuras abra la boca y nos quiera explicar eso de que un toro les quiere coger o que miraba al bies.