domingo, 27 de febrero de 2011

El gusto de los toreros


Juan Mora, torero con gusto
Hay expresiones que siempre ha tenido el aficionado en su boca y que poco a poco se van arrinconando, bien porque el fenómeno de referencia va desapareciendo o porque las nuevas generaciones prefieren confeccionar su propia jerga, mitad taurina, mitad cibernética, y nos obsequian con eso de la toreabilidad, paseabilidad, orejabilidad, triunfalidad, indultabilidad y otros términos acabados en “idad”, igual que vulgaridad.

Algo que siempre se ha valorado mucho y que respondía a una circunstancia muy precisa era aquello de “tener gusto”. El torero que tenía gusto siempre apetecía verlo, por su forma de torear, sus vestidos de torear y hasta por el coche que le llevaba a la plaza. Pero este gusto no tenía nada que ver con algo que podría llamar a equívoco, que era el amaneramiento, ese camino de oropel más aparente que real. El amaneramiento forzaba las posturas, los gestos, ademanes y forma de manejar las telas de una manera supuestamente artística, sin tener en cuenta el toro y sus circunstancias, pero que el aficionado no acababa de tragar. Un ejemplo puede ser el codilleo, defecto que hacía caer en pecado mortal a los que cometían tal fechoría, que en ocasiones resulta incluso estético y que algunos coletudos llevan al extremo, afeando su labor.

Un torero con gusto es el que a la elegancia le añade torería y conocimiento de la lidia, el que en cada momento aplica la solución más idónea, dejando ver el toro al aficionado. Tener gusto es llevar el toro al caballo y colocarlo en su sitio sin demasiados capotazos, con gracia y con arte, es el andar a los toros, el colocarlos en suerte con un leve movimiento del cuerpo, el cambiarle los terrenos sin un solo muletazo y ejecutar las suertes con verdad, hondura y pureza.

Es esta una virtud que no adorna a las figuras del momento. Al mismo Juli le puedo reconocer muchas cosas, algunas muy a regañadientes y otras bajo amenazas, pero lo del gusto es una utopía inalcanzable para el madrileño; Ponce, el rey de la elegancia según unos, carece de este gusto, aunque hubo una época, muy al principio, que parecía que podía adquirirlo, pero todo quedó en nada; incluso José Tomás, quizás uno de los toreros menos discutidos desde hace mucho tiempo, no se caracteriza precisamente por el gusto.

Capítulo aparte en esta disquisición merece Morante, torero considerado artista y que, en mi opinión, no se le puede considerar aún un torero con gusto. Sí lo muestra en ocasiones, arrebatando al público hasta la locura, lo mismo que cuando se decide a derrochar ese arte que se tiene o no se tiene, pero ese amaneramiento y esa exageración de las poses que en ocasiones muestra ante un toro que no se come a nadie, es lo que puede excluirle de esa categoría de toreros con gusto, aunque habrá quien se escandalice con estas afirmaciones, hecho que puedo entender.

Como ya he dicho, hay momentos en que lo aparenta y seguramente podría llegar a tenerlo si en algún momento se decidiera a ser solo Morante de la Puebla y olvidarse de otros toreros, presentes o pasados. Quizás esté en ese proceso de afirmar y reforzar una personalidad propia y de la misma forma en esa evolución puede que le llegue la madurez y que nos regale arte, gusto y torería, porque al contrario que otros compañeros de escalafón, Morante tiene sensibilidad. Ya decía que puede que muchos no estén de acuerdo, pero creo que la línea del gusto es muy fina e incluso puede oscilar de un lado a otro, dependiendo del momento. Y si a alguien le importara, que conste que el de la Puebla es uno de los pocos que me remueven el alma y que me consiguen emocionar.

Otro ejemplo puede ser el de Juan Mora, que considero que siempre tuvo gusto toreando, pero al que le fallaron otros aspectos. Siempre se le consideró un torero con arte y se le encuadró en la escuela sevillana al desplegar ese torero con gracia, arte y torería, aunque la frecuencia en que esto se producía no era la deseada por público y empresarios. A veces se dejaba ir tarde tras tarde como si la cosa no fuera con él, pero siempre fue un torero con gusto. Con el paso de los años además ha sumado a sus virtudes la de la madurez y sosiego ante el toro, lo que hace que todo lo demás luzca mucho más y que resalte como la luz frente a la oscuridad.

Seguro que se pueden añadir más toreros a esta lista, yo mismo tengo algunos en la mente en este momento, pero no se trataba de hacer un análisis exhaustivo del escalafón y sí de dar mi opinión al respecto, aunque sí me atrevo a asegurar que los Castella, Fandi, Perera, Rivera Ordóñez y otros tantos son toreros más próximos a la vulgaridad que al gusto torero.
PD: Una vez publicada esta entrada, Xavier González Fisher me ha dado la noticia de la muerte de Pepín Martín Vázquez. Aunque puede sonar pretencioso, dedico esta entrada a un torero que era el buen gusto como torero, que contó con el reconocimiento de todos los buenos aficionados y al que seguro que ahora le harán todos los homenajes que mereció en vida y que no se le dieron. Ha muerto uno de los grandes toreros de la historia y lo único de lo que tendremos la seguridad es de que en los medios de comunicación, en el caso más generoso, se dará una pequeña nota. Con que repitieran en Cine de Barrio su Currito de la Cruz, yo me daría con un canto en los dientes. Maestro Martín Vázquez, D.E.P.

martes, 22 de febrero de 2011

La pataleta de Martín Peñato


Vaya con la que se nos ha descolgado el señor Martín Peñato de la presidencia de los ganaderos. Ahora resulta que con el aire fresco de la calle en la cara se ha dado cuenta de que la cría del ganado de lidia es el orto de la Bernarda, con más delincuentes que la cueva de Alí Babá. Un último servicio a la causa ganadera, a la fiesta justo en el momento en que guardaba el último papel de su mesa en una caja de cartón.

No me planteo si este asunto de las falsificaciones premeditadas es un caso cierto o no, eso lo tendrán que esclarecer la policía y los jueces, pero lo que si me atrevo a juzgar es el modo y el momento. ¿Quizás hemos podido saber de esta supuesta estafa gracias a esa salida de la presidencia del señor Martín Peñato? ¿Y si hubiera seguido un año más o un mes, o una semana o un día? Parece que era requisito indispensable que el ya ex -presidente abandonara el cargo para sacar a la luz este feo y grave asunto.

Pongámonos en que todo lo denunciado es más cierto que la luz que nos alumbra, pero no se le puede echar a nadie en cara la sospecha de una pataleta. ¿Que me echáis? Pues os vais a enterar. El caso es que es algo tan sumamente grave que a nadie con dos dedos de frente se le supone que pueda habérselo inventado todo y que hubiera montado semejante desbarajuste con el único fin que fastidiar.

Quizás podríamos pensar que este ataque de sinceridad repentina fuera verdad si la presidencia de Martín Peñato hubiera sido una etapa de progreso y eficacia trabajando a favor de la fiesta, por la integridad del toro bravo y para satisfacer las demandas de una afición que se desencanta por momentos. Insisto en que ahora no pienso ni que esto es verdad, ni que es una patraña, porque tal y como está el panorama, tiene más vigencia el “piensa mal y acertarás” que cualquier otra teoría. Un señor que ha estado en la Mesa del Toro para evidenciar su inoperancia, que se ha quedado fuera de todos los “G” imaginables, ahora nos sorprende con esta muestra de eficacia y valentía. Parece que da evidentes muestras de flojedad, pierde las manos, se repucha en el caballo y corre buscando la salida a la puerta de toriles, pero como buen manso aún es capaz de soltar derrotes a diestro y siniestro, mandando a algún inocente a la enfermería.

Resulta evidente que el ya ex- presidente ha cantado la gallina. Su último arreón parece que ha sido de pregonado, llevándose por delante a todo lo que se le pusiera por delante, sin hacer caso de los engaños, con mal estilo y sin asomo alguno de nobleza. Visto este comportamiento, quizás lo más apropiado sean las banderillas negras en forma de investigación. Una investigación a conciencia, que quizás debería correr a cargo de la autoridad, sin miramientos de ningún tipo. ¿Quién dice que no hay más montoncitos de basura debajo de las alfombras?

En este caso parece que Martín Peñato se había propuesto como objetivo eso de que yo me quedo tuerto para que tú te quedes ciego. Bonita forma de demostrar su amor por la fiesta y mejor momento para esta exhibición de generosidad, tacto y sentido de la responsabilidad. Pero a grandes males, grandes remedios. Solo queda abrir todas las puertas y ventanas, abrir los cajones, tirar lo que no sirva a la basura y poner orden a todo el organismo en entredicho, y con ello a la fiesta. De lo de la Mesa del Toro ya mejor ni hablar, porque si ya inspiraba poca o nula confianza en el aficionado, ahora, ¿qué vamos a decir?

Lo que sí queda más reforzada es la idea que muchos que no viven de esto tenían: que la fiesta de los toros es un negocio de unos cuantos que muerden por un duro que se puedan llevar a su bolsillo, y que la única afición que tienen la mayoría de ellos es la de los billetes y que si alguno osa levantar la cabeza y pretender hablar, verá como le van cayendo encima todos los poderosos para silenciar cualquier verdad que no quieran que se sepa.

La conclusión parece ser que Martín Peñato nos ha dicho que llevan años engañándonos, que él también nos ha engañado, al menos como cómplice o encubridor y que nos seguirán engañando; y si se le ocurre decir que no sabía nada de este embrollo hasta el momento justo de marcharse, puede ser también tachado de incompetente, inútil y que no se entera de la misa la media. En cualquier caso parece más que justificada su salida, aunque esta vaya acompañada de una fea pataleta.

viernes, 18 de febrero de 2011

La Operación Trapío en Cultura


El mundo del toro se ha escandalizado con los tejemanejes de unos avispados que ya no es que quisieran hacer pasar gato por liebre, ya era el “aquí vale todo y tiro porque me toca”. No voy a entrar en calificar, relatar o dedicarle tiempo a describir unos hechos que todo el mundo conoce de sobra. Pero esto me ha dado que pensar y me he puesto a imaginar cómo se solucionarían estas situaciones con los toros en Cultura.

Parece claro que los cuatreros pillados acabarán en la trena. Como si fueran los hermanos Dalton llevados al calabozo por el sheriff de Dogde City y esperaran allí a que el juez Willoby escuchara sus versiones, sin caer en la cuenta de que el fiscal acusador iba a ser James Stewart, el caballero sin espada y el hombre que mató a Liberty Wallance, el mismo que capeó con solvencia una tempestad sobre Washington, hasta que una mala caída yendo al club social de Cheyenne le dejó inmóvil en una silla de ruedas con la pata escayolada y delante de una ventana indiscreta.

Pero lo que no sé es si al pertenecer los toros a Cultura dichos sujetos serán castigados o serán premiados con el Max de teatro como los mejores prestidigitadores del año, al meter unos mulos de carne en un camión y sacarlos hechos unos barbas cinqueños de Victorino o Miura. Y vale que hemos visto cómo borregos nos los hacían pasar por toros de lidia, pero que además sean de marca, ya es superarse. Allá lucían sobre sus polos de punto la A coronada o la A con asas.

Otra posibilidad es que les hicieran repetir curso por haber fallado en el examen final del truco del tocomocho, exigiéndoles que en septiembre lo hagan mejor y que el ganado de carne nos lo hagan pasar por toros para la feria de Otoño de Madrid, y si no, para febrero, para ver si estos mulos entran en la siguiente feria de San Isidro. Ya lo estoy viendo, figuras de postín dándose de codazos para puntarse a esta bueyada. Que si no toreo esta no voy a ninguna, que si va ese a la bueyada yo no me anuncio en ninguna. Pero eso no va a pasar ¿verdad? No me imagino yo a Ponce, el Juli, Castella o alguno más peleando por hacer de matarifes y mondongueros de ese ganado. Por favor, ¡qué son figuras coño!

Si los toros están en Interior el castigo sería más severo, sin duda, pero en Cultura no creo que lleguen a los límites de Soto del Real. En Cultura seguro que los mandan internos a un colegio de la sierra de Madrid y les hacen copiar mil veces “No timaré más a los aficionados a los toros colándoles borregos por toros” y en los descansos de cara a la pared, clavando las narices en el nombre de el Juli del cartel de la Beneficencia de este año, con los brazos en cruz y con la enciclopedia del Cossío repartida entre las dos manos. ¡Qué dolor! Los brazos en cruz y la nariz tragando más olor a tinta que el sufrido Antonio Alcántara.

Al estar en Cultura y no en Interior, estos golfos cambiarían el chándal y las chancletas por un baby de cuadritos azules y los zapatos gorila destrozándoles los pies, los funcionarios de prisiones por unas monjas entocadas blandiendo una regla con una mano y repasando las cuentas del rosario con la otra. Yo no sé que da más cague, casi prefiero a los funcionarios. Estos por lo menos dejan que de vez en cuando vayan a la prisión los jugadores del Madrid o Rosendo a dar un concierto de rock añorante, o que les metan en el coro de la cárcel a los que menos desafinen.

Podría parecer más blando lo de Cultura, pero me están entrando mis dudas. En la cárcel al fin y al cabo, si eres bueno, te dejan estudiar, pero en el cole de las monjas igual te mandan estudiar de memoria la lista de los reyes godos, que los ríos y montes de la península, que la lista de ganaderías con procedencia Domecq, que la lista de indultos de Ponce o de triunfos contundentes de El Juli. La cosa ya parece que se empieza a poner fea ¿no? No querría yo estar en el pellejo de esta panda de cuatreros al arrodillarme delante de la monja y confundir Núñez del Cuvillo con Carlos Núñez o a Garcigrande con Garcichico. Que en la cárcel te sancionan y llaman a tu abogado, pero en el internado la sor te suelta un sopapo que te vuelve la cara para la pared sin que se menee el resto del cuerpo, y luego te vas con los otros niños con la cara a rayas como si te la hubieras pintado de rorjiblanco para ir a Neptuno. Jo…lines con la hermana, casi mejor que solo se hubiera quedado en prima.

No sé a cuánto llegará la condena para esta panda de chorizos, que si estuvieran en el Puerto 2, llegado el día saldrían por la puerta del penal con su maleta, felices y con la lección bien aprendida, pero, ¿creen que hay algo más cruel que antes de salir debajo de la toca de las monjas que haya que salir con pantalón corto, camisa blanca con lacito rojo delante de los familiares de todos los internos a cantar el “Yo amo a Laura” dando palmas y todo? Pues me da que más de uno rezará porque los toros sigan en Interior y darán palmas con las orejas al ver el tricornio de charol, en lugar de la toca almidonada de sor Ost…entación del Verbo Divino.

lunes, 14 de febrero de 2011

La temporada que viene en Madrid

En estos días se puede leer en La Aldea del Tauro, los cambios que se produjeron hace 40 años en la forma de programar la estructura de la temporada en Aguascalientes, contado a la manera siempre interesante y bien documentada de Xavier González Fisher. Pues bien, creo que dentro de otras cuatro décadas no estaremos recordando como la empresa de Madrid conformó la temporada de 2011.

No hay más que echar mano de la entrevista que se ha publicado en diversos medios de don Manuel Martínez Erice para pedir a alguien de confianza que te apriete bien los machos, que puede que se nos avecinen tiempos aún más duros de toros, toreros y en los que se nos querrá aflojar el bolsillo a cambio de nada. Si el lector es un marciano recién aterrizado en Manuel Becerra, igual su primer impulso es montar una cuestación popular de urgencia para sufragar los malos ratos que los empresarios pasan a cuenta de la plaza de Madrid. Con lo que cuesta llevarla y los sufrimientos que da. Y si no, juzguen ustedes si algún hijo de vecino es merecedor de aguantar que durante casi treinta tardes se te llene un recinto de más de 22.000 almas, año tras año, en el que unos cuantos se pasan la vida protestando y sin estar de acuerdo con nada de lo se haga. Más de un mes con un rendimiento económico envidiable, complementado con los ingresos que una televisión absolutamente domesticada que suelta sus buenos dineros y para la que todo está bien. Solo hay que adaptar los carteles un poquito de acuerdo a los intereses del canal, pero sin ser necesario ningún esfuerzo económico extra. Y si esto no fuera suficiente castigo, hay que darle una parte de lo recaudado a los dueños de la plaza.

Pues en estas que va don Manuel, el señor Martínez, y nos suelta que montar 50 festejos es una locura; pues no los monte y asunto concluido. Demos solo la feria de San Isidro y ya está, total, ¿para qué sirve el resto de la temporada? ¿Para que esos inconformistas protestotes vayan los domingos y fiestas de guardar a los toros? Menuda sandez. Quizás la mejor fórmula sea la de vaciar de contenido la mismísima feria de San Isidro, en la que como mucho se pueden rescatar uno o dos carteles, y en la que son legión los toreros que el año anterior no sumaron más de cinco festejos y en las que no es extraño ver a matadores que debutan en la temporada en la feria. La feria más importante del mundo de la primera plaza del mundo, que se convierte en la gran oportunidad para los que los mandamases del taurinismo han enviado al ostracismo.

Habrá quien opine que es una feria demasiado larga y que no hay tantos toreros para tantos días. Pues les doy la razón y menos si las “figuras” se limitan a venir a Madrid dos tardes, o tres en el caso extremo. Y esta es la forma de hacer en la actualidad. Ahora mismo noes que parezca una utopía, sino una locura, que se exija a esos mandones que vengan tres y cuatro veces a Madrid, dos con el ganado que ellos elijan y el resto con el que disponga la empresa; pero claro está que esta empresa no va ponerles en el más mínimo apuro. No veremos un cartel de José Tomas, Castella y Morante con los de Dolores Aguirre, o los Palha para El Juli, Perera y Manzanares. Y no meto a El Cid o Diego Urdiales porque a poquito que se muevan las cosas, a ellos sí les veremos en estos trances. Es más, valdría la pena ver a cualquiera de estos dos metidos en esos carteles para las figuras, con toros de verdad. Nos íbamos a divertir, seguro.

Pero claro, don Manuel, el señor Martínez, pretende acomodar los precios de las entradas según el caché del cartel. Pues adelante. Si esto se hubiera puesto en práctica el año pasado, a los abonados de Madrid nos tendrían que haber devuelto dinero. Pero no, que nadie se vuelva loco; la idea es mantener los precios actuales para tanta corrida que no tendría cabida ni un domingo de agosto, y encarecer las localidades los días de figuras. Eso sí que sería un negociazo, ¿verdad señor Martínez? Ponemos a Pichichi y Machuchi con el Juli y a subir los precios, sin quererlo hemos matado dos pájaros de un tiro. Las figuras van sin nadie que les haga sombra y la recaudación se incrementa con el amparo de una dudosa legalidad. Y ¿quién diría qué toreros se encuadran en uno u otro nivel? ¿Tendríamos que pagar a precio de oro las tardes de Fandi, Perera o El Cordobés por el hecho de que corten por ahí catorce mil orejas y por torear hasta en las plazas de carros?

Se quejan los señores empresarios de esos 50 festejos, pero nadie parece detenerse en pensar que se está esquilmando la temporada de Madrid. Por un lado la feria de San Isidro vive en una anemia permanente, pues el abono se seguirá renovando por un público cautivo, que vive encadenado a él esperando que esto cambie algún día, o para garantizarse estar el día que vengan Morante o José Tomás, y que no quiere perder su derecho por nada del mundo, pues sabe de la imposibilidad de recuperarlo, a costa de dormir a las puertas de la plaza y de estar con la incertidumbre de si tendrá que enfrentarse a las mafias organizadas de reventas, esas que a las seis de la mañana te pasan del puesto diez al setenta, con la única garantía de no poder optar a sacar el deseado abono.

Por otro lado se mantiene el invento del Cumpleaños, opcional para el abonado, pero donde se anuncian todas las “figuras”. Y aunque no sea para perder la cabeza por ellos, tampoco es cuestión de dejarlos pasar por alto, si no, ¿de qué íbamos a charlar en el bar? Estas corridas son las que en otro tiempo se daban en el mes de junio y julio, aquellas en las que se anunciaban los toreros que no tenían cabida en la feria, pero que tenían su interés y que en muchos casos aprovechaban la oportunidad para verse en Madrid en mayo al año siguiente. Ahora un buen invento como fueron las novilladas nocturnas sin caballos, se ha convertido en algo perverso y son los únicos festejos que se dan en Madrid en esas fechas, para cubrir el expediente. Luego se solventa agosto con algunas corridas para esos toreros que si fuera necesario empeñarían su alma por torear en Madrid, y que casualmente suelen contar con el respeto de la afición venteña; lo que son las cosas.

Otra perversión es la feria de Otoño, que en su día nació por las ganas que el público tenía de ver a las primeras figuras de nuevo, pero que sucesivas empresas lo han convertido en un molesto trámite exigido por el pliego de condiciones. Y casualidades de la vida, es uno de los escasos momentos en que Madrid encuentra alguna satisfacción. Ese pliego tan complicado de cumplir, tan exigente, que en definitiva es una continua sisa a la afición de Madrid. Te quitan el Batán, te quitan las corridas del verano a cambio del Cumpleaños, te quitan la corrida del domingo si hay copa Davis y parece que el señor Martínez, don Manuel, cambiaría organizar festejos taurinos por las motos, el tenis, el circo, la feria de la cerveza o la pasarela Cibeles.

Ante este panorama no sé si rezar al Niño Jesús de Praga para que licencien a Taurodelta, para que tome la gestión la Comunidad o para que se organice en la plaza Operación Triunfo. Cualquier perspectiva posible hace que me suba una sensación de desazón por la espalda y que me vengan unos sudores fríos mientras se me endurecen las sienes. Al final van a acabar haciendo buenos a los Lozano, vivir para ver, y lo de la Comunidad, pues no sé, porque, al fin y al cabo, ¿quién da su visto bueno a todo lo que se hace en las Ventas?

jueves, 10 de febrero de 2011

El utilitarismo taurino


En estos días vengo contemplando cómo aficionados y taurinos aportan sus particulares soluciones para acabar con todos los males de la fiesta. Una de ellas quizás es demasiado radical y para algunos es demasiado dolorosa, esa que dice que lo que no valga, fuera, que nos quedemos solo con lo que nos aporta un beneficio inmediato. Pues ni sí, ni no. Está claro que lo que no vale hay que quitárselo de en medio, pero antes hay que asegurarse de que no vale realmente.

Cada vez se escuchan y se leen más opiniones de las bondades de todo lo Domecq y lo nefasto de otros encastes que no están tan en boga, sin entrar en los motivos de esta situación. Es la misma cuestión de siempre, Domecq sí, no, ni sí ni no, quizás. A unos hay que darle todos los pláceme por todo lo que se supone que están “aportando” a la fiesta, por ser la base de las exigencias de las figuras y a las que hay que satisfacer sin rechistar, sin plantearse ninguna duda sobre ello, con fe ciega de que ellos son los que mejor nos guiarán en nuestra afición.

Pero yo me planteo una duda, y es si los gustos del público, a los que estamos sometidos y esclavizados, serán eternos e invariables, o si se puede dar el caso de que en unos años ese mismo público decida que ya está harto de tanto pase y de toros sumisos y dulzones. ¿Qué haremos entonces? ¿Qué haremos si hemos ajusticiado en el matadero la variedad del toro y con ella los diferentes encastes con sus particularidades en el comportamiento, en su evolución durante la lidia y en lámina? Echaremos la vista a un lado, al otro y solo veremos fotocopias de lo mismo que ya nos habrá cansado y a lo que no encontraremos aliciente para seguir yendo a las plazas.

Entonces poco se podrá hacer, echarnos las manos a la cabeza, clamar al cielo, echar la culpa al gobierno por no prever la conservación de algunos ejemplares, aunque solo fuera como testimonio de lo que fueron. Y que conste que no abogo por anunciar ganaderías que estén en un mal momento, por el único hecho de llevar sangre de veragua, saltillo, urcola, cabrera o gallardo. Todo tiene sus límites. No pretendo que me monten un san isidro con unos hierros infumables, pero esto tampoco quiere decir que tenga que tragarme por decreto “otros” hierros más infumables aún.

Al aficionado se le puede pedir paciencia con algunas ganaderías, pero con otras ya no. Por poner un ejemplo, en Madrid el año pasado durante la feria hubo tanto Domecq que se nos acabó subiendo a la cabeza. Si tuviéramos que aguantar a otros hierros lo mismo que llevamos soportando a los del monoencaste, Pablo Romero, Miura, Guardiola, Hernández Pla, Fraile, Buendía, Sánchez Fabrés o Conde de la Corte, Atanasio, Sepúlveda o Sánchez Cobaleda tendrían que multiplicar sus camadas por cuatro para poder equilibrar la balanza y no sentenciar a las primeras de cambio que no valen para nada, porque hay muchas que no valen ni para tirar de los carros como bueyes.


De momento parece que todo lo Domecq va “sirviendo”, pero ¿va a ser siempre así? ¿Se va a conseguir mantener los mismos niveles de robotización de la actualidad? ¿Se mantendrá la preferencia del público por las corridas de toros tal y como se suceden ahora, en que no sucede nada? Pues habrá que esperar y aunque algún incrédulo no lo vea posible, habría que estar preparado para ello y frenar la sangría que está ocasionando entre la cabaña brava. Porque se habla de los encastes perdidos o prácticamente perdidos, pero pensemos qué es lo que ha sido de los Juan Pedros, aquellos que imponían respeto solo con oír su nombre, hasta que alguien decidió convertirlos en artistas. Incluso llego a recordar un magnífico toro de Torrestrella, allá por los finales de los setenta o principios de los ochenta que creo que mató José Luis Galloso y que fue una delicia verle en el caballo y luego acudiendo a la muleta que le ofrecía el gaditano citando de frente, igualito que los que hoy acuden a las ferias de postín.


Habrá que aguantarse las ganas y pensarse el hacer caso a ese mal consejero del utilitarismo, no me vale, pues a la basura, como si todo pudiera tener soluciones inmediatas y se pudiera volver atrás al ver que una decisión no fue todo lo óptima que se pensaba. Tampoco quiere decir que traguemos con ganaderías con historia y sin presente, pero dejemos que vayan arreglando este presente; especialmente si demuestran que esa es su intención. Y tampoco nos dejemos llevar por la opinión de uno u otro ganadero como si se estuviera cuestionando la Biblia. El tiempo dará y quitará razones, aunque sí es verdad que algunos sacan demasiado pecho y no dudan en mostrar su orgullo de sentirse adalides de la la vulgaridad ganadera que cada día nos come más terreno.

No creo que haya que cerrarse puertas, ni pensar que el monoencaste sí o no, aunque yo piense que no, quedémonos con el toro y a ver quien aguanta el tirón, dando las mismas oportunidades a unos y a otros. Y que si se decide abandonar a su suerte a una ganadería, igual se pierde algo más que un nombre en los carteles, y pensemos que cada toro que la desidia mande al matadero puede ser un toro irrecuperable. ¿O no se siente orgulloso el aficionado de salvar los Pablo Romero, hoy Partido de Resina? Que esto no se trata de aplicar la caridad, simplemente es una forma de salvaguardar la fiesta y de no despreciar recursos que en un futuro pueden ser los que nos ayuden a mantenerla viva y con interés. Porque en la fiesta de los toros no hay nada que sea de usar y tirar; y el toro menos que nada.

domingo, 6 de febrero de 2011

La concesión de las orejas


En estos más de dos años ya de Toros Grada Seis y más de doscientas entradas ninguno de los temas tratados ha sido tan trascendental como este: la concesión de las orejas a los matadores. Este es el eje fundamental sobre el que gira la fiesta de los toros. Nada tiene más importancia que esto, ni el medio toro descastado, ni el destoreo, ni prohibiciones, ni vetos, ni nada de nada. Y quien me diga lo contrario es que no está al tanto de lo que ocurre cada día en las plazas de toros del mundo entero. Ya puede un matador estar como el mismísimo Lagartijo que si el señor presidente o juez de plaza osa no concederle una oreja, semejante suceso se convierte en tema de importancia nacional. Si empezamos negando el motivo y yo diría el origen de la fiesta brava, ¿para qué seguir? ¿Qué valor tiene todo lo demás?

Quizás solo hay un acontecimiento que supere en importancia a la concesión de las orejas y es el que un matador indulte a un toro, máximo rasgo de benevolencia de un torero en el ruedo; pero como esto es un hecho tan extraordinario, acordarán conmigo que no se puede basar un espectáculo sobre esta situación utópica.

Existe una gran controversia sobre la concesión de los trofeos y sobre quien ostenta tal potestad en cada momento. Queda claro que la primera oreja es del público, quien da su veredicto agitando el pañuelo en medio de la algarabía, pudiendo reforzar su posición ayudado de un ensordecedor griterío. Pero ¿y la segunda? ¿Por qué tiene que estar en manos de un malaje amargado al que no le importa aguarle la fiesta a ese público entusiasta y al torero encantado de haberse conocido.

Ya estamos hartos de esos puristas que todo lo ven mal, pero, ¿cómo no lo van a ver mal? Si se pasan la tarde fijándose en lo que pasa en el ruedo, como si eso fuera una tarde de toros. Y es que a los toros no se puede ir a palo seco; resulta imprescindible una buena merienda, acompañada de una buena bota, lo que no quita para que se combata el tedio con una cervecita por aquí un “¡Niñooooo!” por allá y el picar de la tortilla de los de dos filas más abajo, alabando “esas manos que tiene su señora para las tortillas” seguido de la frase del orgulloso marido de “y para muchas cosas más”. Madre mía, con este ambiente tan popular, ¿quién no pide una oreja aunque sea a trompetazos? Pues los hay, señores, los hay. Solo hay que fijarse en esos que nada más salir el toro ya se ponen a protestar, que si chico, que si cojo, que si los cuernos, pero… ¿qué más dará? Que a los toros va uno a divertirse. Que es que no nos entra en la cabeza, que si no nos divertimos nos los acabarán prohibiendo los de la Unión Europea, que para eso ha venido la alemana esa, para quitarnos los toros.

Y los puristas a lo suyo, “amargaos” toda la tarde y es que ni pipas comen, toda la tarde a palo seco. Porque claro, si uno se pone purista, apaga y vámonos. Que cuando tú estás todo animado pidiendo la oreja, van y te sueltan que ha matado mal. Pues a lo mejor. Pero si se cambiara eso de la oreja del presidente, todo se arreglaría. Pero claro, ya no es que el torero mate al toro, es que dicen que si mata de un infame bajonazo, pues que se pierde la oreja, aunque el toro caiga redondo, que para no perder la oreja hay que matar en todo lo alto y si acaso en el rincón, pero no se crean, que esto tampoco lo dicen muy convencidos. Y es que no le ven fin a esto de robarnos las orejas; resulta que se te ponen exquisitos y exigen que la suerte se realice con pureza. ¡Madre, madre, madre! Pero no se dan cuenta de que hoy en día el que no mata de un bajonazo, mata al julipié o suelta la muleta en la cara del toro para que no se le vea mientras escapa.

Además, pretenden que si el chaval ha estado superior con la muleta, que además haya toreado con el capote y que haya realizado una lidia completa. Pero ¿dónde se ha visto semejante disparate? Pero, ¿cómo van a hacer una lidia completa al pobre animalillo que no se sujetaba en pie? Que menos mal que el presidente a veces se porta y cambia el tercio con medio puyazo, si no, ¿Qué pasaría? Y para colmo van y te sueltan que si el torero pincha en el primer intento que pierde la oreja que da el público y que toda la responsabilidad de que la tarde vaya bien es del señor presidente. Esto ya es "Somorra y Gomoda", como dicen en el “Sálvame”. Entonces, ¿qué va a haber que hacer para que a un torero le den una oreja, si por un pinchazo ya da igual lo que griten los partidarios del pueblo del matador, que no hay premio? Pues saben qué les digo, que lo mejor sería que se acabara con las orejas, aunque ya no se pudieran leer titulares de esos de que Fulanito “puntuó” en Valdecabacantos. Que se termine con las orejas, que el público aplauda mucho si le ha gustado y ya está. Y así se terminaría con lo de sacarlos a hombros con dos orejas y ya está, aunque entonces ¿qué aliciente tendrían los toros? Pues como nos tengamos que conformar con ver lidiar toros, ver a toreros toreándolos y no se va a poder contar que has visto cortar quince orejas, pues para eso yo no preparo merienda.

jueves, 3 de febrero de 2011

El absurdo mundo de los toros


Quizás este sea uno de los momentos en que la fiesta de los toros está sufriendo uno de sus momentos más críticos, acosada y atacada por todos los flancos posibles. Pero no es esto lo peor, porque el número de ataques no tiene porque ser en si mismo un peligro, aunque nunca hay que despreciar ninguna amenaza; lo más grave es el fuego amigo, el que no se espera y para el que uno nunca está preparado. La fiesta está apostada en la trinchera esperando los obuses de los antitaurinos, de los políticos recauda votos y de los ignorantes que se apuntan a la postura más de moda en ese momento, pero lo que nunca imaginaría es que los taurinos, los que viven de esto, se dedicaran a soltar metralla a diestro y siniestro para dejarse el panorama más cómodo para ellos mismos, sin echar cuentas de lo que sus purgas se pueden llevar por delante.

Si tomamos uno de los argumentos sobre el que el mundo anti, dirigido por su mesías omnipresente Mosterín, el toro de lidia es un animal creado artificialmente por el ser humano ex profeso para las corridas de toros. El argumento no se sostiene por ningún lado, pero eso no quiere decir que no arraigue entre la gente y que sea utilizado una y otra vez por esta corriente de opinión. La respuesta del mundo aboga por la riqueza zoológica del toro y por su variedad de encastes, pero he aquí que entramos en eso tan sobado y requetesobado del monoencaste, y no paramos de gritar a los cuatro vientos que lo bueno sale de ahí y que el resto es una perra que nos hemos cogido algunos con el único objetivo que jorobar. Hablamos de la pelea en el ruedo, de la fiereza y bravura y en cuanto que uno se da la vuelta le erigen un monumento a un animal flojo, dócil y al que hay que obligarle a andar, a embestir y con el que no se logra pelear ni para levantarle la novia.

No paramos de lamentarnos de lo ineficaz, injusto y absurdo de las leyes europeas que obligan a mandar al matadero a demasiados hierros únicos, que al desaparecer se llevan también la única sangre viva de un encaste, o lo que es casi lo mismo, se mandan al matadero unas especies únicas. Yo no domino el lenguaje veterinario y quizás ese no sea el término más apropiado, pero creo que todos sabemos a qué me refiero. Aunque recientemente he descubierto que eso de gasear los patas blancas, los atanasios, los coquillas, ahora los pedrajas y vaya usted a saber cuáles más, no es tan grave, vamos, más que grave es una bendición del cielo. Y si no, no hay más que leer los libelos que circulan por la red desmontando esas teorías que abogan por la variedad del toro, de su comportamiento y en consecuencia de su lidia. Eruditos de la tauromaquia claman por despreciar este legado secular y que hasta ahora nos creíamos que era parte fundamental de este espectáculo, al que cada vez le queda menos de rito. No se avergüenzan al despreciar públicamente a todo el toro que no sea el toro carretón, con la autoridad que les da su conocimiento enciclopédico del mundo de los toros, que no del toreo.

A los taurinos se les llena la boca aireando el magnífico estado de salud de la fiesta, de su fortaleza y de su capacidad para arreglar todos los males y acto seguido vamos mendigando que la administración nos proteja, sin que nos aclaren quien nos protegerá de esas mentes pensante en cuyas manos se encuentra el destino de las corridas de toros. Una salud de hierro en la que las estrellas más rutilantes aburren, no llenan las plazas y no tienen el respeto que en otro tiempo tuvieron los maestros del toreo.

Unas figuras del toreo que se pasan el día pregonando la precariedad de su situación como “artistas”, como si tuvieran que poner la montera para pedir en los pasillos del metro o de las estaciones de autobuses de toda España, y que no les tiembla el pulso al hacer afirmaciones como que ahora se torea mejor que nunca, como que no se puede ligar si no se torea con el pico o que eso de cruzarse y cargar la suerte es algo que hay que olvidar, como si ellos fueran los artífices de un logro único en la historia de la Humanidad (A propósito de cargar la suerte, recomiendo el artículo aparecido en Blando y Oro por Juan Moreno Castro), la conquista de la vulgaridad.

La televisión pública manda a las corridas de toros al ostracismo y aparte de la pataleta y enfado de los aficionados, no hay respuesta. Y no la hay porque los profesionales ya tienen el cupo cubierto con la televisión de pago y no se inquietan demasiado si les ven dos o doscientos, aunque sí que les preocupa si cobran dos o doscientos, o simplemente se pliegan al poder de la televisión que tanto parece decidir en la composición de los carteles hoy en día.

Hemos llegado a un punto en que no nos vale nada que pueda molestar el estatus de privilegio en el que se asientan unos y al que aspiran otros. A cada paso que damos estamos avanzando hacia el fin, mostrando el muestrario de cosas a eliminar con la ayuda de las administraciones ineptas, de los antitaurinos que desconocen los fundamentos de la fiesta y los taurinos profesionales que desprecian los pilares sobre los que se apoya. Y ya no es que la defiendan con sólidos argumentos, es que son el paradigma del absurdo, aliñado con un buen chorro de egoísmo, un puñadito de ceguera y unas gotas de estúpida arrogancia.

El mundo de los toros por un lado se pone las vendas antes de hacerse la herida y por el otro se ofrece para ser abierto en canal, pensando que a él nunca le va a llegar su hora. Hasta en eso son absurdos, que se creen seres inmortales. Cuánta estupidez ¿por qué no miran a su alrededor y ven los cadáveres que van quedando en la cuneta? ¿Por qué no se paran a pensar en buscar y aplicar soluciones eficaces y no solo su beneficio? De momento cada uno se preocupa de irse buscando sus castañas para hoy, sin reparar en que queden para mañana, ni mucho menos para los que vienen detrás, demostrando lo absurdo de todo esto.