lunes, 24 de agosto de 2015

La tele, los toros y cine de barrio

Y lo que este hombre ha tenido que aguantar por no querer salir en Cine de Barrio


Decir que la televisión es la causa principal de la degeneración taurina es, además de exagerado, incierto, pero tampoco quitemos los méritos que las retransmisiones de corridas han alcanzado a lo largo de tantos años. El medio en si no es malo, es más, es un elemento magnífico que podría ayudar a la difusión y conocimiento de los Toros. Otra cosa es su utilización por parte de los profesionales del medio. Como en otras muchas circunstancias, el problema está en el uso y en el modo de hacerlo. Para muchos aficionados a los que la primera plaza medio fiable les pilla a varios centenares de kilómetros, la tele es su balsa de salvación para satisfacer su afición y calmar su hambre de toro. Coincidimos en que tienen que sufrir los comentarios de los dueños de los micrófonos, periodistas con años de experiencia en el manejo de la Fiesta o profesionales, que no toreros, que se ponen al servicio del poder y que a veces hasta reciben el premio de verse anunciados en ferias, aunque no puedan presentar méritos ganados en el ruedo, pero eso da igual, basta que el del micro decida tratarle como un maestro, para que una mayoría les copie la idea. Pero dónde unos ven un madero en mitad de la mar al que agarrarse, otros ven todo el saber taurino al que nunca podrían aspirar y se tragan la doctrina impartida sin rechistar, para luego repetir una letanía insufrible por machacona y por mentirosa. Se aprenden la terminología como urracas y la sueltan como loros.

¿Se imaginan ustedes a un representante destacado de la cultura de España decir que les gusta mucho el cine, que están muy interesados en el cine que se hace aquí y que para reforzar tal afirmación acabaran diciendo que son seguidores de Cine de Barrio? Pues algo parecido puede ocurrir con los que se toman las retransmisiones taurinas como la Biblia del Toreo. Igual que no me imagino yo el Festival de Cannes, la Bienal de Venecia, la Berlinale, ni tan siquiera San Sebastián con “Vente a Alemania Pepe”, “La ciudad no es para mí” o “Las chicas de la Cruz Roja” en los carteles y los críticos diciendo que son grandísimas obras del arte cinematográfico, mucho mejores que cualquier cosucha de Bergman, Fellini, Buñuel o Saura, por barrer para casa. Que los Ozores y compañía son lo güeno, güeno. ¿Y qué me dicen del mérito que tiene hacer una película, sabiendo cuando hay que decir “acción” y cuando “corten”. Pero que a nadie se le ocurra poner pegas, que a nada le sueltan “¿Pero tú alguna vez te has puesto... a rodar un flim?” “Rueda tú”. O que en su caso el galán de turno afirmara que lo que hace falta es que la gente jalee estas películas y se deje en paz de Padrinos, Amarcordes o Lawrencios de Arabia. O que otro invite al espectador a salir del armario y que llene los cines en los que proyecten sus películas, que eso hace muy bien a su... al arte del cine.


Y los de la tele, los del Cine de Barrio, mientras, machaca que machaca a los mártires que se tienen que conformar con ver los toros a través de las retransmisiones con locutores entusiastas del landismo. O eso o nada. Porque tampoco es cuestión hacerse miles de kilómetros en una temporada para salir defraudados in situ, y eso que eligen los carteles con lupa, pero ya se sabe, no siempre se acierta con el día. Que mucho ir contra Cine de Barrio, pero a veces ya quisiéramos que las corridas tuvieran la misma variedad que ofrece este cine. Que pasas de “Sor Citroen” a “Esta voz es una mina”, como lo haces de “Los bingueros” a “La mujer es un buen negocio”. Lo de los Toros, da igual que sea por la tele o en la plaza, es como ver “El turismo es un gran invento” una tarde y otra y otra y otra y otra más, cambiando los actores, pero actuando todos igual, sin matices, sin variación alguna y soltando el texto con el mismo entusiasmo con el que un binguero canta los números. Pero ¡ojo! que esto es lo mejor a lo que nunca podíamos imaginar que llegaríamos a aspirar. Que podemos seguir delante de la tele sin pestañear, pero yo me pregunto una cosa, ¿a quién favorece el que nos sigamos tragando el mismo rollo sin rechistar? Pues calculen ustedes mismos el daño que un buen medio puede producir con un uso perverso e interesado. Que no sé si será la causa principal de que esto se acabe, pero su culpa tiene en todo este desastre. Porque los cinéfilos Cinebarriofilólogos que se saben todos los diálogos de Antonio Garisa, Saza y Gracita Morales saldrán pitando en cuanto que en otro sitio les pongan los yintonis con longaniza caramelizada, que clamarán al cielo, igual hasta se presentarán en manifestaciones prolandistas, recogerán firmas, pero no aguantarán lo que han aguantado los aficionados, los que ya han abandonado esto, los que persisten, los que van a la plaza y los que se agarran al madero salvavidas de su afición que es la tele, pero que nadie se engañe, que ellos saben distinguir muy bien entre la tele, los toros y cine de barrio.

martes, 18 de agosto de 2015

¡Cómo hemos cambiado!



Entre sorpresa y sorpresa, seguimos ajustando los últimos detalles para Logroño


Uno tiene la costumbre de acercarse de cuando en cuando a la plaza de Madrid, o lo que queda de ella, en mayo todos los días y el resto de la temporada casi cada semana, por aquello de no abusar; y así desde hace un tiempecito. Y uno se da cuenta de lo mayor que se va haciendo cuando ve cómo han cambiado las cosas a lo largo del tiempo. Antes los afisionaos de verdad llevaban claveles reventones en la solapa, ahora almohadillas con asa, a rayas y metidas en una bolsa de papel con asas, de la medida justa de los cojines. Antes se iba a los toros con la ilusión de ver a fulano o mengano y los toros de la ganadería que tocara. Hoy se va con desparpajo, disfrazado de taurino y con un pañuelo blanco “preparao” para la ocasión, que como si tuviera vida propia, a los quince ¡bieeeeejjjnnnes! y un ¡Vámonos! se engancha en la mano del nota y se empieza a agitar convulsamente.

Pero estos antes y despueses casi son lo de menos, lo de más son otras cosas. Recuerdo yo cuando a un torero se le media por lo que tenía delante y por lo que era capaz de hacer ante semejante ejemplar y si su actuación no se correspondía con la condición, la del toro, se supone, allí podía arder Troya. Olvídense de semejante majadería. Si esa regla no escrita se hubiera tenido en cuenta en la corrida de la Paloma, por poner un ejemplo, el campechano Javier Jiménez habría salido abochornado y corrido a gorrazos el día de su confirmación. Y si nos descuidamos, casi le sacan a cuestas los “afisionaos” de la nueva plaza de Madrid. Si al primer mansito come muletas, un cualquiera hace años se dedica a darle trapazos y recortes sin torear, a largar hasta Murcia los mantazos con la siniestra, no habría encontrado refugio para la pitada que le habrían dedicado en tan señalado día. Lo mal que se llevaba el que a un torero se le fuera una babosa, un carretón, una malva, un cortijo. Pero na’ hasta le pidieron la oreja, la del toro, claro, en eso aún no ha habido variaciones. Y si para cierre, en el último sale a estar a merced del toro, sin saber por dónde meterle mano, sin mandar, ni torear, tienen que sacarle escoltado por el Benemérito Cuerpo. Pero la gente se emociona, se envalentona y a pesar del navajazo en mitad del lomo, ponen al del palco en la tesitura de tener que conceder un trofeo. Pero que los había que salían encantados y no eran un par, que eran unos cuantos.

Las broncas que uno ha vivido cuando un toro iba al caballo y a nada que rozara el peto el señor de arriba le señalaba el puyazo automáticamente sin casi producirle ni arañazos de segundo grado. Pues los “afisionaos” sensibles, ahora rompen en ovación cerrada y al retirarse el de aúpa le transmiten sus felicitaciones desde su localidad. Que ganas me dan a mí de imitarles, porque hasta el momento, por vestirse de colores no cobraba nadie, excepto Papá Noel y los emisarios reales de los Reyes Magos. Pero parece que el mercado del travestismo se va ampliando. La sensación que se percibe es como si el personal, tras estar un ratito aplanando nalgas contra el granito madrileño, sintiera la necesidad de desfogarse y, ¿qué mejor que aplaudiendo? Que lo mismo ocurría cuando el señor Jiménez andaba errabundo y desconcertado con su último de la tarde, sin saber por dónde aviarle y enseguida asomaba el del trasero más plano con sus palmas extemporáneas, que el resto del personal seguía con aparente convencimiento. Eso sí, les ruego que ese momento de efusión plausiblilista no les pidan razones, so riesgo de cortocircuitar al interrogado. Ya les adelanto yo la respuesta que puede ir desde un “ha estado muy bien” al socorrido “le ha echado un par de c...”, que sirve para todo lo que ustedes quieran que sirva. El niño que se tira por un tobogán con la bici y se parte la crisma, “le ha echado un par de c...”. El marido disoluto que mantenía una amante por cada día de la semana aparte de la oficial, “le ha echado un par de c...”. EL estafador que aprovechando su concejalía de urbanismo y que recalifica los terrenos del Campo Santo para hacer chalets, “le ha echado un par de c...”. La expresión vale para todo, aunque en realidad no diga nada.


Pero si hay que echarle un par para aguantar como lo que queda de la plaza de Madrid se pone hecha un basilisco por un manso y lo protesta y lo protesta, quizá con la esperanza de que el señor presidente lo devuelva a los corrales. Que habrá quién me diga que no hay que preocuparse, que eso no es posible, que antes le condena a las viudas, pero ojito, que no hace mucho, tan solo dos ferias atrás, que un morador del palco pretendía echar para atrás a un toro porque le daba la sensación de que iba a salir manso. Así que cuidadito, que no solo rechazan los mansos en los tendidos. Que uno sí ha visto protestas durante la lidia de un manso en esta plaza, pero después de ver que el animal no quería peto, reclamando que se le fogueara de acuerdo al reglamento. ¡Ay! Si a los que van a las plazas les diera por leerse el reglamento taurino, lo convertían en best- seller de dos patadas. En fin, que tenemos dos opciones, una amoldarnos a las nuevas y felices corrientes de los taurinos, que Dios me libre de tal calificación, y otra el intentar seguir, cuanto menos molestando, a ver si a alguno de estos satisfechos les da por mirar un poquito lo que era esta plaza y lo que era esta Fiesta. Y lo mismo llega a la misma conclusión y exclama eso de... ¡Cómo hemos cambiado!

miércoles, 12 de agosto de 2015

Se nos fue la mano con la obsesión por lo light

¿Es esto violencia?


Es difícil recordar un momento en el que la Fiesta sufriera tantos y tan continuos ataques por arriba, por abajo, derecha izquierda, de frente, por detrás y sin piedad, pero sin llegar a dar el golpe definitivo, la prohibición definitiva; quizá eso sería más humano, se nos cierra el chiringuito y punto. Al menos los aficionados nos encontraríamos en una situación cierta de claridad, sabiendo a qué atenernos, contra quién luchar e identificando a la perfección a amigos y enemigos. Pero no, como si nos estuvieran dando una magna lección de sadismo, los humanistas, los antiviolencia, los amantes de la paz cósmica parece que disfrutan y se divierten abofeteándonos a capricho, unas veces haciéndonos temer si nos caerá el palo o si lo dejarán para más adelante, lo que no deja de ser una forma sádica e inhumana de tortura. Cuando un condenado está en el corredor de la muerte la espera no es una gracia que se le concede, no es el don de un día más de vida, simplemente es prolongar la angustia.

Si hay altercados con antitaurinos, el problema son los aficionados que estaban a punto de entrar en una plaza de toros para ver algo que por el momento es legal, una corrida de toros, no los individuos que se hacen allí presentes para provocar e insultar con lindezas como llamarles asesinos o desearles la muerte junto con todo el escalafón de toreros presente, pasado y futuro. Que no digo yo que esté bien responder a estas provocaciones, ni mucho menos, pero ¡hombre! Lo que no podemos pretender es que quién vaya a los toros lo haga entregándose en holocausto, ofreciendo su sacrifico al Minotauro, ni sirviendo de monigote para el desahogo de las iras y bajas pasiones de los antiviolentos en armonía con el aura astral del universo. Vamos, que en tales circunstancias, si se escapa una torta, no diré yo que me ponga a aplaudir, pero sí que llegaría a entenderlo; nunca compartirlo, pero si a una persona se la empuja al extremo de su aguante, lo menos que podemos esperar es esto. Quizá hasta es lo que pretenden estos apóstoles de la paz y de la fraternidad entre animales y hombres, y ojo, que no estoy yo insinuando nada de zoofilia, ni nada parecido, no me tomen el rábano por las hojas. no seré yo en este caso el que censure al peonaje de Morante al retirar a una persona que no debía estar en el ruedo, cuando esta se lanza a la arena de imprevisto. ¿Es aceptable el que el intruso se lleve un bofetón o algún empellón grado tres? Ni mucho menos, pero pongámonos en situación. Unos señores que están toreando, con la adrenalina al mil por cien, esté o no el toro en el ruedo, ven como un fulano extraño aparece dónde no tiene que aparecer. Lo primero es quitarle de allí inmediatamente, pues en caso de sucederle algo, de primeras, los profesionales son los responsables de lo que pase allí abajo. Lo que me hace recordar lo que hace años ocurrió con un espontáneo que perdió la vida en Albacete, en un toro del Cordobés. No recuerdo en qué quedó aquello, pero sí las dudas que sobrevolaron sobre los lidiadores de aquel toro, a los que más de uno hizo responsables de aquella muerte. No había toro, muy bien, tampoco lo había el día en que Curro Romero fue agredido por un energúmeno en las ventas o, más cerca en el tiempo, basta con mirar los periódicos de hace un par de días y lo ocurrido en Palma de Mallorca con Morante de la Puebla. ¿Y quién debe pagar los platos rotos de Marbella? La cuadrilla de Morante. ¿Justo? Pues que cada uno opine.

Palos por todas partes y ayuda y comprensión por ninguna. Tal y cómo están las cosas, si yo tuviera que desahogarme y liarme a mamporros con algo, sin duda que me liaba con la Fiesta de los Toros. No solo no recibiría sanción alguna, sino que me aplaudirían con entusiasmo la fechoría, y en el peor de los casos, los demás mirarían para otra parte. ¿Y cómo hemos llegado a esto? Pues aparte de factores externos, ¿no les da a ustedes la sensación de que tanto se ha desnudado la Tauromaquia, tanto se la ha despojado de su esencia, tan light la hemos querido hacer, que al final la hemos dejado en nada? ¿No les parece que hemos dejado un esqueleto pelado? ¿No se nos habrá ido la mano por esta obsesión por lo light, por eso que llaman “humanizar la Fiesta”? Hace no demasiados años, la mejor defensa de los Toros era precisamente el llevar a los reticentes a los toros; que no es que eso fuera la purga Benito, que entraban incrédulos y salían como beatos creyentes de la fe taurina, tampoco es eso, pero al menos se conseguía que vieran el toro de otra manera, que entendieran que aquello no era masacrar un animal indefenso, ni nada que se le acercara. A nadie se le escapa que la propia complejidad y contradicciones de la Fiesta no la hacen accesible a todas las sensibilidades, pero al menos, era bastante habitual que el que iba a una plaza tomara otra postura acerca de todo aquello.

Quizá ese sea el principal error, el pretender hacer demasiado accesible todo esto a todo el mundo. Si hasta los que se dicen aficionados parecen querer simplificar todo esto, como si quisieran poderlo abarcar con sus bracitos de niño de dos años incapaces de juntarse por encima de la cabeza. Cuánto mal han hecho los aspirantes a genios y sabios del Toreo. Si esto no hay cristiano, o no cristiano, que pueda llegar a acotarlo. Pero hasta ese concepto de taurino ha cambiado. Ahora taurino es el que viste como tal, el que se pone, el que conoce a tal o cual del mundo del toro, el que viaja más que Willy Fog por las plazas del Mundo, el que saborea los yintonis a docenas, el que después de la corrida más cervezas toma o el que más alto grita eso de ¡Bieeeejjjjnnnnn! Porque él sabe distinguir el toreo “güeno”, aunque no sepa diferenciar un toro de un mojicón con cuernos.

Hemos desnaturalizado el toro en pos del “jarte” supremo, hemos condescendido con los trucos trapaceros, porque ellos, los que se ponen, las figuritas y sus seguidores, son los que realmente saben que hay allí. Hemos bajado el nivel de exigencia hasta el punto en que a todos se les suponen sus cualidades artísticas, permitiéndoles cometer los atropellos que se les pongan en virtud de no sé que idea de personalidad, cuando no de genialidad encarnada en la genialidad del momento. Y al que no entraba por el aro se le ha excluido, se le ha echado de las plazas. A los que mejor podían defender la Fiesta, a los verdaderos conocedores, a los que más sabían y más sed de saber tenían se les ha expulsado de mala forma de todo esto, porque molestaban, eran los aguafiestas que se rebelaban contra el triunfalismo estúpido, valga la redundancia, porque todo triunfalismo en si mismo, no puede ser otra cosa que estúpido. Que venga ahora el señor de Córdoba, don Finito, o Perera, con eso de que lo que hace falta es el triunfalismo, o como dice Castella, que salgamos del armario y que llenemos las plazas de toros. Si no hay quién llene una plaza, si no hay quién provoque el interés necesario para que esto se dé. Vale un día especial en el que se conjuren unos cuantos, pero un garbanzo no hace un cocido. ¿Realmente creen que esto puede despertar tanto interés como para aguantar toda una temporada yendo a los toros? Que dos, tres, hasta cinco festejos por año, con una bota y un buen bocata se soportan hasta en el infierno, pero lo mismo, una tarde tras otra no hay corazón, ni culo que lo pueda sobrellevar. Las plazas no se llenan porque desgraciadamente, señor Castella, esto ha dejado de levantar pasiones, que lo que usted pide no es que se salve la Fiesta de los Toros, lo que nos pide es que salvemos su negocio y el de otros muchos que se benefician de la mentira, la trampa, el fraude y el triunfalismo, pero todo eso tiene las patas muy cortas, mucho más cortas que la de los que piden la prohibición, la abolición, porque se dan cuenta de que los Toros es un enfermo terminal y se dan de tortas para ponerse ellos la escarapela de ser los artífices del final de todo esto. Quizá se hace necesario reflexionar y ver si realmente no se nos fue la mano con la obsesión por lo light


sábado, 8 de agosto de 2015

Habrá que refrescar las dignidades del toro

Hay distinciones que hay que mantener a base de méritos


En esto del toro lo mismo tiramos de tradición para mantener privilegios o justificar pecados de hoy, que la despreciamos, pisoteamos y la tiramos al contenedor de residuos orgánicos, a ver si se pudre y se hace imposible su rescate. Anda que anda preocupado el taurinismo con que vayan cayendo ganaderías que en otro tiempo fueron emblemáticas y que aportaban una variedad a la que ahora no están dispuestos. Basta con imponer el modelo único de toreo y decir que esos hierros no embisten y punto. Eso sí, si la tradición es parar a merendar en el tercer toro, se para, que eso es sagrado. Que hasta se lo he oído reclamar a los señores del plus, pero bueno, será para meter más publicidad en los parones de la corrida, que según me cuentan, hay colas de anunciantes esperando por aparecer intercalados entre los comentarios de los comentaristas. Los mismos que se hacían cruces al ver asomar por la puerta de toriles de Madrid a un señor vestido de luces, vestido con el traje de oficiar de los toreros. ¡Un no torero vestido de torero! Claro, es que no interviene en la lidia, que es una forma de verlo, pero como el del cerrojo no abra el portón, ni hay lidia, ni nada que se pueda parecer. Yo entiendo la molestia de muchos matadores, igual el buñolero puede aportar más seriedad y dignidad a la fiesta que ellos, entretenidos en hundir esto de la Fiesta de los toros, pero al fin y al cabo, como ellos son los que se ponen, son los únicos que pueden opinar con conocimiento de causa y cualquier ocurrencia que les asome por la azotea debe ser tomada como palabra divina.

Pero, ¿quién nos dice que no tendríamos que plantearnos la causa, origen y permanencia de ciertas dignidades que perviven en los Toros? Igual es el momento de levantar las persianas, abrir las ventanas y hacer que el aire corra y refresque los rincones de este tinglado. Quizá algún sabio me podría explicar la causa por la que los picadores tienen la potestad de lucir el oro en sus casaquillas. Yo dejé de entenderlo hace muchos años. La explicación de sus orígenes cuando los de aúpa eran fundamentales durante la lidia, que hasta se contrataban y se anunciaban en un escalón por debajo de los matadores, esa ya casa poco o de mala manera con lo que vivimos en estos días. Estamos hablando de unos señores que no son otra cosa que atrezzo innecesario en la corrida actual, que cuando no pican se les aplaude hasta romperse las manos y cuando lo hacen se les quiere correr a gorrazos. Unos caballeros que actúan bajo el imperativo del espada, ahora me lo machacas, ahora me lo cuidas, ahora me lo tratas con mimitos y ojito con no arañarle el morrillo. ¡El morrillo! Qué cosas tiene uno, el morrillo, ese punto en el que se supone que se pica a los toros. Yo una vez vi a un piquero que atinó y no deslomó al pobre animalito que se desmorraba contra el peto antes de que le frenaran con la vara de parar. Es como si la palabra morrillo hubiera desarrollado múltiples términos sinónimos del sitio de picar, el costado, los costillares, el lomo, la penca del rabo, la pezuña, detrás de las orejas y hasta la misma borla del rabo; todo eso se considera morrillo. Pobres señores picadores, que tan a menudo lucen su vocación de gondoleros apoyando el palo en la arena, como de cadis de golf, con la vara apoyada en el toro y el codo buscando las nubes.

Aunque no son solo los picadores los que en muchas ocasiones desprecian el honor y la dignidad de vestir de oro. Siguiendo esta regla, ¿los becerristas deberían lucir tal dignidad? Si a veces dan ganas de no dejarles ni vestirse de torero, pero no, como ellos se ponen, según el bolsillo de papá, lucen unos ternos que para si querrían matadores de alternativa. Pero dejemos que los chavales luzcan de luces y oro, pues el camino emprendido no es fácil. Que al menos el áureo destello de sus alamares les sirva de estímulo; ya habrá tiempo para penalidades y desilusiones. Es más, hay muchos que tuvieron que apartarse de este camino antes de tiempo que pasearon su torería con tal respeto y dignidad, que merecerían lucir de oro todos los días de su vida y servir de ejemplo para taurinos, aficionados y chavales que quieren ser toreros.


La dignidad de portar el oro de los matadores. ¿Realmente no creen que hay matadores en el escalafón superior que no solo no merecerían este privilegio sino que deberían sufrir la condena del traje corto hasta volver a merecer vestir de torero? Desde hace tiempo venimos siendo testigos de la degradación vertiginosa de la Fiesta de los Toros, de manos de los que se quieren acomodar el mundo a sus caprichos, a sus carencias, sus limitaciones, su pavor a enfrentarse al toro y su amor a engordar, a cebar su bolsillo, con la complicidad de taurinos y aplaudidores que les ríen las gracias, se las justifican y les ensalzan como genios del toreo. ¿Merecen estos zapadores de los Toros vestir de oro? ¿Merecen ponerse el traje de oficiar en el ritual del toro, de la vida y de la muerte? Pues que cada uno saque sus propias conclusiones. Esos que no entienden el que el buñolero de la plaza de Madrid vista de luces, el que los herederos de aquel que con su nombre bautizó a los que se ocupan de echar los toros al ruedo, merced una idea creo que de Frascuelo, que sí que valoró su labor, tanto que hasta pensó que era obligado que portara la dignidad de vestir de luces. Quizá la que han perdido los picadores, la que aún no han ganado los neófitos y la que no merecen los que están llevando esto a la ruina más absoluta. Habrá que refrescar las dignidades del toro.