domingo, 31 de julio de 2011

Érase una vez los Urcola

Urcola, ¿condenados a la desaparición?


Lo que ahora nos puede sonar a leyenda, a mito o una historia que nunca existió, en un momento fue el pan nuestro de cada día y no es otra cosa que la variedad de encastes. Entre ellos está el que don Félix Urcola creó a principios del s. XX. Con ganado de Vistahermosa que pasó por las manos del “Barbero de Utrera”, don Juan Domínguez Ortiz, las de don José Arias Saavedra y don Antonio Adalid al que le compró alrededor de trescientas vacas, un semental del Conde de la Corte y otro de la viuda de Tamarón, creó un nuevo encaste, hoy prácticamente inédito de los ruedos de todo el mundo taurino.

El toro de Urcola anchos de sienes, con una cuerna desarrollada con la mazorca más gruesa de lo habitual, frecuentemente playeros, cornidelanteros y acapachados. Cortos de cuello y con buena papada, aleonados y ensillados. Se trata de un toro hondo, ancho de pecho, así como de grupa y un tanto tripón. Con patas más bien cortas y fuertes y con una cola larga con poblado borlón. Obedeciendo a su procedencia de Vistahermosa predominan los negros, aunque también aparecen los castaños y colorados, junto con las variantes de lombardo, listón, chorreado, lavado, ojo de perdiz, bociblanco y dorado, bragado y meano.

Toros con picante, encastados, que probablemente no hayan gozado demasiadas veces del honor de ser sus hierros los preferidos por las figuras. Aún resuena en la memoria la expectación que en su momento despertaban los Alonso Moreno, a los que no se les podía consentir jamás, bajo pena de tener que cederle el mando en el ruedo. Los diferentes hierros de Galache o lo de Caridad Cobaleda, son casi los únicos que mantienen esta sangre en sus campos.

La misma sangre que corría por los toros con los que se presentó en Madrid don Félix el 16 de junio de 1904, para que se lucieran Antonio Fuentes, Bombita, el sobrino de Lagartijo y Machaquito, y que años después también lidiaron Manzanares, El Capea y Julio Robles, en 1977 en la Glorieta. Pero parece que esos tiempos ya han pasado definitivamente y ahora solo queda esperar que esto no se pierda y que los denodados esfuerzos de los taurinos del momento, apoyados por aquellos que quieren acabar con todo lo que consideran que ya no sirve, no lleven a los Urcola al matadero.

jueves, 28 de julio de 2011

El mito y la justicia

En las calles de la Rioja aún hay niños que juegan al toro, ¡qué sorpresa tan grande y tan feliz!



En mi “exilio” voluntario, alejado de Madrid, de los toros desde la grada del seis, de la aldea del tauro en general y de todo lo que durante el resto del año es la machacona y taladrante rutina, uno va y se da cuenta, por si en algún momento se le pudiera haber olvidado, que el mundo sigue. ¡Qué cosas! Lo poco que pintamos a la hora de hacer que el mundo siga dando vueltas. Pero a lo que iba; como uno a pesar del retiro siempre encuentra ocasión para mantener el contacto con la locura, en una tasca de la Rioja pude leer en un periódico: “El mito ha vuelto”, o algo parecido. Casi na’.

Ya estamos salvados, ya se nos han pasado todas las penas y los escasos privilegiados que vivieron el acontecimiento en directo ya tienen tarea para rato, contándonos los éxtasis diversos que se produjeron en la plaza, fuera de ella y en cien kilómetros a la redonda. Cualquiera que haya leído este blog más de dos veces se habrá dado cuenta de mi “josetomasismo” militante, reconocido y no ocultado, incluso creí tocar el cielo aquel 5 de junio de hace un tiempo y el 12 del mismo mes, aunque en menor medida. Pero claro, si la vuelta de José Tomás se reduce a que el toro le pegó un revolcón y salió ileso, pues no sé, pero mérito, lo que se dice mérito, no tiene, quizás fortuna, pero el que te revuelque un toro nunca es un mérito, y al de Galapagar le sobran, sin tener que recurrir al revolcón. Luego ya con un poco más de detenimiento, pude comprobar que lo ocurrido en la plaza o iba más allá de lo que debe ser una corrida de toros, ¡a dios gracias!

No sé si será por ese afán de convertir en supremo e irrepetible un hecho que se viene repitiendo desde hace siglos, pero no creo que esto sea ayudar a la fiesta. A la fiesta se le ayuda desde la verdad, el arte, la emoción y tantas cosas de las que tanto saben los buenos aficionados. Y confieso que aún no he visto imágenes de esa tarde, ni he contrastado lo dicho en ese periódico, pero seamos justos. Exijamos esa justicia que merece José Tomás, sus compañeros, la plaza y la fiesta de los toros. Quizás así sea la única forma de que esto perviva.

Si nos dedicamos a convertir en primordial lo accesorio, lo accidental o lo que en un primer momento se nos viene a los ojos, puede que estemos desvirtuando la realidad, que no demos valor a lo importante de verdad y que creemos algo que al final nos lleva a un callejón sin salida. Ahí está el ejemplo de los Sanfermines, para no irnos muy lejos. Una fiesta que, simplificando al extremo y solo ciñéndonos a lo taurino, consta de un encierro por la mañana con los toros de la corrida, una corrida por la tarde en la que actúan generalmente tres espadas y que desarrollan una labor que habrá que valorar de acuerdo al toro, teniendo en cuenta el comportamiento de éste durante su lidia, así como los aspectos artísticos y lidiadores de los toreros. Pero al final lo que parece que queda es que es una fiesta en la que hay un encierro por la mañana que dura la hora de retransmisión de la tele y los dos minutos y medio que los toros corren por las calles. Se mira mucho las ganaderías, por supuesto, y las marcas que estas van obteniendo en el transcurrir de los años, como si habláramos de Hussein Bolt y no de los de Dolores Aguirre, Miura o el Pilar. Y luego se adereza con el número de heridos, con lo poblado de las calles dependiendo si es fin de semana o no, con el mal comportamiento de los ignorantes guiris en cuestión de carreras por la Estafeta y en que después del encierro nos vamos a almorzar. Lo de por la tarde ya es algo superfluo.

Pues empiezo a tener la misma sensación con el caso José Tomás. Lo de mito no acabo de entender muy bien por donde va, si como halago para uno de los toreros más importantes desde hace años, si como se tomara por un nuevo Superman al que los pitones de los toros no le afectan y si no que se fijen en lo de Aguascalientes, que a pesar de todo no se le llevó por delante. El mito siempre vuelve y eso es lo que nos queda. El mito al que luego se le exigirá que renazca de sus cenizas tarde tras tarde y que lleve la tragedia al extremo y si no nos acerca a su muerte, entonces ¿qué pasará? ¿Nos sentiremos engañados? Parece que ya no se le exigirá que mate el toro y se olvide del medio toro, que toree de verdad y que no sea un actor más en la pantomima del toreo postmoderno. Solo se le exige que le pueda matar un toro. Y si además a esto añadimos que el mito está trastornado y que el fin de su vida es que un toro le mate en el ruedo, pues ya lo tenemos todo. “Si ni le ha arrancado la femoral” “Vamos, ni un puntazo en el triángulo de Scarppa”. ¿Serán esos los comentarios en un futuro no muy lejano?

Empiezo a leer y lo primero que veo es la descripción de una cogida, que debió de ser espeluznante, pero antes que cualquier valoración sobre la actuación del torero, de aperitivo la cogida; luego sí que se detiene algo más en lo que al aficionado le interesa de verdad. Pero si uno lee otro artículo, lo interesante son las colas ante las taquillas y las reventas. Y luego esos rumores de que si el matador es empresario o no de sus corridas, lo que me importa muy poco, siempre que esto no sea causa de esas abusivas subidas de precios. Por eso creo que es necesario tratar al “mito” con justicia, pero sin que esto quiera decir que se le va a aplicar un trato benevolente. La justicia es contar lo bueno, lo malo y lo regular y además aclarar todas esos cuchicheos que parece que le van a adornar por mucho tiempo. La fiesta se lo merece. Si es empresario, que se diga y que se cuente en que repercute esto en el aficionado o cuánto se aprovechan algunos de lo turbio de estas situaciones. Porque ya se sabe que el que calla otorga y no es que yo pida que se salga al paso de todas las sandeces que se les ocurren a los que no se ven tratados cómo creen que deben, pero no se puede dejar todo en el aire.

Que luego también están los detractores, unos porque nunca le han visto con el toro, como me confesaba en una ocasión un muy buen aficionado y del que uno se puede fiar, que me preguntaba si yo había estado aquellas tardes en Madrid. Y por otro lado los amantes de la tauromaquia del bisturí y la condescendencia,, esa en que los expertos saben sacar un natural medianamente regular, sea con toro o sin él, y que han llegado a tal punto de resignación que ven maestría y poder donde otros solo perciben vulgaridad y trampas.

Es la eterna disputa que quizás se aclararía un poco si unos y otros consintieran en verse las monteras en el ruedo ante el toro de verdad y ante todos los encastes que paren las vacas en el campo. No sé si los unos o los otros son los que no quieren encontrarse con la parte contraria de la primera parte de la parte contratante de la primera parte o viceversa, pero el caso es que alguien tendrá que encontrar una solución; y si para ello es necesario no contar con el canal de la tele oficial y sus hacedores, pues que no se cuente. Pero a ver si ya nos dejamos de mitos, metas y motos y empezamos a valorar como torero al que de verdad lo es y el que aguante el empellón, pues mejor par él y el que no, pues habrá que indicarle dónde está la salida. Pero dejemos que se despeje el ambiente y que en los toros no se hable de más mito que el de Júpiter y Europa, pero eso ya es otra historia.

martes, 12 de julio de 2011

La novillería en las noches de Madrid

La ilusión de los novilleros.


Si un novillero quiere vivir una noche idílica con el público de Madrid no tiene nada más que anunciarse en una de las novilladas del mes de julio, esas que se denominan de “oportunidad”. No encontrarán un ambiente más afable, familiar y cariñoso en ningún otro momento. Los paisanos aprovechan para jalear al torero local, se puede sacar el pañuelo sin complejos y los habituales van con las mismas exigencias de siempre, pero parece que se hacen notar menos; será por el jet lag del cambio de hora de las corridas. Cuando deberíamos estar casi en el quinto de la tarde, aún no han salido ni los alguacilillos. Unos alguacilillos que se convierten en unos de los héroes de la noche, a juzgar por la algarabía que provoca su irrupción en el ruedo para dar inicio al festejo.

Llevamos dos novilladas de las cinco previstas y ya hemos podido contemplar las evoluciones de las figuras más rutilantes de la novillería del momento. El primer día los chavales se toparon con un encierro manso, flojo y descastado de Zacarías Moreno no apto para florituras y mucho menos para pensar en ponerse a enjaretarles series de derechazos interminables y sin mando. Justo lo que pretendían dos de las promesas más prometedoras del escalafón de promesas prometedoras, o sea Juan del Álamo y Víctor Barrio, en compañía de Luis Miguel Casares. La sensación que dejaron estos embriones de figuras fue que son fieles discípulos de sus mayores, incapaces de todo lo que no sea pegar pases, soberbios y despectivos ante las críticas y teniendo muy asimilado eso de que “si no te has puesto delante, no puedes juzgar”. Esta es nuestra novillería y nuestra futura torería.

La corrida no era para desplegar todo el arte del Prado y el Louvre juntos, a lo mejor no era casi ni para dar una vuelta al ruedo, pero ¡señores! De ahí a no colocarlo en el caballo, a no estar casi nunca colocados los lidiadores en su sitio, a no dejar ir pasando los tercios como si fueran trámites inútiles antes de la muleta, pues hay muchos matices de cómo se puede quedar bien. Son jóvenes y quizás aún puedan aprender que si un toro no va con claridad a la muleta, a lo mejor se le puede torear por bajo y prepararle para la muerte, que eso también es torear. Juan del Álamo no se sabe si va o viene, no se sabe si está sobrado o se ha quedado cortito, pero lo que no cabe duda es que está pasota. Víctor Barrio parece ya consagrado, aunque no se sabe de qué. Dejó atisbos de buen torero con un complicado Flor de Jara, pero con el bueno solo manifestó su afiliación a los postmodernistas del toreo; con esta novillada ya no dejó lugar a dudas. Sobre Luis Miguel Casares, aparte del coscorrón que se llevó, parece que se tiene que aplicar más y aprovechar el verano hincando los codos, porque así no pasa curso ni comprando al tribunal.

Pero no solo había neofiguras en la primera novillada, en la segunda, la de José Cruz, con sangre Domeqc en las venas que parecía más vino peleón, se anunciaba la sensación de San Isidro, Jiménez Fortes, que de una novillada en la que salimos pensando que era un torero interesante y al que había que volver a ver, nos devuelven a una figura en ciernes, con la alternativa ahí delante. Que frágil es la memoria de algunos. Bastan unos cuantos contratos y algunos billetes para que a un novillero se le olvide eso de echar la pierna para adelante, el cargar la suerte, poner la muleta plana y el rematar los pases. Es pasearse por esas plazas de Dios y te lo devuelven hecho un figurín con todos los vicios de sus mayores. Y para todo lo que le da la experiencia adquirida es para ponerse a menar el caballo de un lado a otro en el segundo tercio del cuarto de la tarde.

No es que aportara mucho más López Simón, torero que despertó las ilusiones de algunos por su verdad ante el novillo, pero que ya debe haberse comprado tantas fincas, que no le compensa pelearse con los de las patas negras. Cómo se puede estar tan apático en una plaza de toros con un capote o una muleta en las manos. Yo no digo que le dé un ataque de ansiedad, pero de ahí a casi pedirse un gin tonic para hacer más llevadera la tarde. Puede tener defectos y carencias, algo propio y muy lógico entre la novillería, pero qué menos que pedir ganas. Si no sienten el veneno de ser torero ahora, ¿para cuando lo dejan? Son chavales que no necesitan mozo de espada, precisan de un ayuda de cámara que se ocupa de cogerles el capote y la montera al entrar al callejón, que cuando el compañero está descabellando le avisan con el “¡Tres minutos y a escena!” ¡Qué poca afición! ¡Qué poco cariño a algo tan bonito! Luego no me extraña que veten toros, que monten la de María Santísima en los corrales de medio mundo y que además exijan que no se le hagan fotos a un toro (Un ejemplo de esto lo pueden leer en Hasta el Rabo todo es Toro, no tiene desperdicio).

Pero no todo fue tan malo en estas dos primeras tardes noches, nos quedaba lo de Conchi Ríos, pero ¡ojo! no nos volvamos más locos de lo que se volvió el respetable pañuelo en mano y el señor presidente concediendo orejas. De una torera a la que se le vieron detalles que nos devolvían las esperanzas en el futuro, hemos pasado a la consagración de una figura histórica ¿Dónde vamos a ir a parar? Vale que la chica tiene un mérito tremendo de no quitarse del cartel después de la cornada de Francia, vale que casi salió de la cama para vestirse de luces, pero no agobiemos a la chica. Dejemos que se haga, que aprenda lo mucho que le queda por aprender. Lo primero a serenarse y a no ir tan acelerada, que como ya decía, eso es propio de la novillería y se va corrigiendo con el tiempo. Pero tendrá que asimilar lo de cruzarse, lo de no retorcerse, lo de evitar el pico, el toreo en línea recta, los estiramientos innecesarios que afean la figura y a que los toros hay que matarlos antes de los diez minutos, de los trece si las cosas se tuercen o de los quince, para no perder la honra torera, sin tener que depender de la benevolencia del usía. Sorprendió Conchi Ríos al recibir a su primero con unas verónicas muy firme, aunque no demasiado ajustadas y luego con algunos naturales en los que el toro le exigía una muy buena colocación, que le presentaran la muleta plana y que le remataran el pase detrás de la cadera. No fueron muchos la verdad, pero al menos hubo alguno. Una estocada recibiendo, o esa parecía ser la intención, pero que no es para hacernos perder la cabeza, ni para pedir orejas como si no valieran, ni para encumbrar a nadie al Olimpo torero. Dejémosla tranquila y esperemos que aprenda la verdad del toreo y que no se deje deslumbrar por el oropel de la pantomima imperante y que no vuele para apuntarse al medio toro, y a las medias corridas y que nunca tengamos que oírla decir que quien no se ha puesto no puede opinar de esto, ni que Madrid no la entiende, ni que el “profe” la tiene manía. Pero hasta entonces, paciencia, seriedad y afición, mucha afición.

viernes, 8 de julio de 2011

Cataluña: La humanización era esto

José Tomás, al que le quedan pocas tardes para llenar en Barcelona.


Señores aficionados a los toros de Cataluña, dense por jo… Olvídense de ver corridas de toros en las proximidades del Montseny, a la orilla del Oñar, junto al arco de Bará o en la “Terra Ferma”. Las instituciones catalanas y los damnificados, o único gran damnificado según parece, por las prohibiciones de las corridas de toros en esta esquina de España, ya han encontrado la solución a todos sus problemas. Yo no pago un duro en concepto de indemnización, y te dejo que hagas el negocio de tu vida, que te forres hasta lo que no imaginabas, figuraarás como el último mártir de la tauromaquia catalana arroyado por la sinrazón animalista y los cuatro chalados que se llaman aficionados, que reclamen al maestro armero.

La cosa se puede interpretar de mil formas, podemos decir que es la mejor manera de liberar a la juventud del yugo de la violencia y crueldad de las corridas de toros, a las que nadie estaba obligado a acudir por otro lado, y que solo la decisión de unos atrevidos ciudadanos y la responsabilidad de los políticos consiguieron que triunfara la iniciativa abolicionista. Ese permanente querer protegerme de tantas cosas que otros consideran perjudiciales para mi salud física y mental, y que deciden cuales tienen que ser mis gustos y mis costumbres, sin permitirme salirme del carril marcado so pena de convertirme en un mal ciudadano.

Pero uno también tiene su propia opinión, quizás equivocada y absolutamente sesgada por una manifiesta y reconocida afición a las corridas de toros, al toro y a toda manifestación artística que nazca de este fenómeno cultural. Pues bien, la sensación que un servidor tiene es que esos avispados sala almas vieron la oportunidad de meter la cuña de su desmedida humanidad animalista en una fiesta raquítica, con una débil y poco numerosa afición que ya no es que no fuera capaz de llenar las tres plazas que tuvo en su día Barcelona, es que no llegaba ni a llenar la Monumental de Barcelona, a no ser que contara con la ayuda de José Tomás y los fieles que le siguen allá donde vaya; y unos responsables muy irresponsables, entre los que destaca por méritos propios un empresario que un día heredó una plaza de toros, pero que lo mismo podría haber heredado una botica o un colmado; y unos políticos que vieron la ocasión de ganar unos votos que les garantizaran perpetuarse en sus cargos, lo que tampoco parece que les haya salido según lo previeron. A los de izquierdas les da cierto pudor que les relacionen con los toros y los derechas se llenan la boca y se dan golpes de pecho manifestando su taurinismo militante. Los resultados de la actividad de unos y otros suele ser muy parecida, la más absoluta inutilidad.

Ahora se nos descuelgan que en lugar de pagar la indemnización correspondiente, van a recalificar los terrenos ocupados por la plaza de toros y le van a dejar al señor Balañá que haga de su capa un sayo. Pues no entiendo nada. Que nadie vea que intento apoyar a este señor, pero esto parece de locos. Un señor tiene un negocio, que le va bien, mal o regular, que le obligan a cerrarlo mediante una ley que lo convierte en ilegal, cuando a doscientos kilómetros y dentro del mismo estado, sigue siendo legal. La consecuencia más lógica sería que le indemnizaran por el cese forzoso de la actividad y después, si no expropian los terrenos, por lo que tendrían que volver a pagar, el propietario podría disponer libremente de ese espacio para hacer lo que le venga en gana ¿no? Seguro que estoy evidenciando un absoluto desconocimiento en temas legales, pero es lo que me dicta mi sentido común, que no tiene por qué ser el más correcto. Nos compramos un coche de alta gama, con GPS de serie, ordenador de a bordo, asistente para aparcar, llantas de aleación ligera, pintura repelente al polvo agua y demás agresiones atmosféricas, con climatizador bizona, guanteras por todo el coche, televisión, receptor de señal vía satélite y a GASOIL. Pero de la noche a la mañana, cuando ni he acabado el rodaje al coche, me vienen con la ilegalizan de los vehículos que utilicen este tipo de carburante. Pero cuidado, a mí, por mi cara bonita, la administración me permite criar gallinas en su interior y no me suelta ni un duro. Eso sí, ya puedo meter diez que veinte gallinas, ellos me garantizan que harán la vista gorda. Si en los coches estacionados en la vía pública no se pueden criar gallinas, entramos en una doble ilegalidad, la cría y la permisividad. Pero si el coche está en mi casa, como si quiero montar un redil de ovejas.

Pues al señor Balañá le dejan criar gallinas y nadie va a ir a molestarle a ver si la “instalación” es apta para que estos animalitos y si se cumplen las condiciones idóneas de santidad, salubridad y los controles para luego poder comer sus huevos y crías. Seguro que esto satisfará las perspectivas de los animalistas. Pasamos de un recinto donde se sacrificaban seis toros seis a montarles un habitat ad hoc para unos simpáticos animalitos. Seguro que tampoco les parecerá demasiado reducido, ni que restringe la natural convivencia entre las gallinas. Si en un piso de 60 metros caben tres perros, dos periquitos, seis hamsters, un acuario con quince peces, un hurón y tres gatos, qué no cabrá en el coche de alta gama con climatizador bizona. Pero con lo que no se contaba seguro que es que en el lugar de la de las Cuatro Cúpulas, lo mismo se monta un estupendo centro comercial con tiendas de las mejores marcas, con las firmas más importantes de la moda, con restaurantes temáticos, los grandes almacenes del triagulito verde, setenta salas de cine, un acuario y no sé cuantas ofertas de ocio más para los probos ciudadanos. Pero también se puede montar un espléndido complejo residencial. “Residencial la Monumental” o por qué no, “Residencial Balaña” o “Ciudad Mosterín”. Con piscina, padell, baño con jacuzzi, garage y amplias zonas ajardinadas con extensas praderas con riego por aspersión tanto para épocas de sequía, como para los días de lluvia.

Puede que este sea el primer paso hacia esa humanización de nuestra sociedad, la cual demanda más leyes que protejan a los animales, tal y como ocurrió en Alemania en la década de los treinta (Esto puede resultar demagógico, pero es real, y si no, echen un vistazo a “El Escalafón del Aficionado” de Juan Medina). Quizás estemos más cerca de lo que pensamos de ver asfaltadas y urbanizadas esas extensas áreas de Salamanca, Andalucía o Extremadura en las que ahora vive el toro bravo. Usted se lleva el ganado, se lo guarda en unos establos, sean del tamaño que sean, me recalifica los terrenos y yo ya veré si crío gallinas o si me monto “Ciudad Residencial Campo Cerrado” a veinte minutos del centro de Salamanca, o “Urbanización Zahariche” con sus magníficas vistas de la Giralda. Al final va a ser verdad, la humanización era esto.

martes, 5 de julio de 2011

¿Qué quieres ser de mayor? Torero

El señor que llevaba niños a los toros, con uno de ellos a punto de envenenarse con este sentimiento



Cuántas veces se le ha hecho esa pregunta a un niño y cuántas veces la respuesta ha sido la misma, quiero ser torero. Ese era el mayor aliciente para un niño que jugaba al toro, cuando todavía se jugaba al toro. Los domingos iba al campo con su familia y siempre se llevaba su capte rojo, que enrollado a un palo hacía también de muleta. El balón podía ser que se le olvidara, pero el capote y los palos que hacían de estaquillador y estoque, jamás. Luego se pasaba el día dando pases al aire y simulando con la boca los clamorosos olés de una imaginaria plaza, llena para ver aquellas faenas que siempre se premiaban con las dos orejas y el rabo.

Aquel niño ya conocía el orden de la lidia, primero el capote, que había que echar abajo para sujetar al toro, luego el picador, las banderillas y la muleta. Naturales, redondos, de pecho y la estocada en todo lo alto. El mismo niño que jugaba al toro, pero al que no le gustaba hacerlo en el cole porque los demás niños empezaban con la muleta y seguían por las banderillas y así no era, el orden no era ese. Así que se aguantaba las ganas y jugaba a otra cosa, aunque tuviera que aguantar la tentación de coger la montera de juguete de otro niño.

Cuando más le gustaba torear en público era en el pueblo de su padre, esos sí que sabían del orden en que se hacían las cosas. Sabían hasta organizar encierros, que acababan en la plaza portátil que se montaba en la plaza del pueblo para las fiestas. Unos niños hacían de toro y otros de mozos que corrían por la calle larga del pueblo, bajaban por la del cuartel y al llegar a la arena, cada uno se buscaba su refugio en los burladeros, porque la cosa era muy seria.

Qué presente estaba el toro en la cotidianeidad de aquel niño, que lo mismo jugaba con los muñecos de plástico, los indios, a atacar la diligencia, que se montaba una corrida de toros con aquellas figuras coloreadas de toreros, monosabios y picadores, que siempre se tenían que enfrentar a los toros más bravos del mundo. Con la boca imitaba los clarines y timbales, de Madrid o Sevilla, porque para algo conocía los toques propios de cada plaza y empezaba la corrida. Pero ojito, si al mismo tiempo había otra por la tele había que estar calladito, que a papá le gustaba ver los toros en silencio. Que no estaba mal eso de las corridas televisadas, pero era mejor cuando su padre le llevaba a la plaza, que por lo menos era en color. ¡Los toros en la plaza! ¡Qué maravilla! Cuando le decían ¿Te vienes a los toros? Pues claro. Y allá que iba tan contento con su papá, que le llevaba a los toros. ¿Quieres agua? Y en la puerta de las Ventas bebía de un botijo en el que una señora vendía tragos a todo aquel que quería refrescarse. Luego a ver llegar a los toreros. ¡Allí viene uno! Y llegaba un coche grande, de formas redondeadas, con una mole que le aplastaba la capota, de color rosa y amarillo, entreverada del rojo de las muletas. Se abría la puerta del coche y empezaban a bajarse unos dioses vestidos de luces, elegantísimos, muy repeinados dejando paso al matador, que era el que tenía el traje dorado. Luego no era de extrañar que el niño le pidiera a su madre “mamá, péiname como a Paco Camino” Y la madre intentaba imitar el añadido haciendo que amontonaba el pelo de la nuca.

Al entrar en la plaza todo era más oscuro y también más ruidoso. Que orgulloso iba de la mano de su padre; llegaban los dos delante de un cajón alargado donde un señor con gorra echaba los papelillos que cortaba a las entradas, se subían unas escaleras y allí aparecía el ruedo dorado e inmenso. Con sus rayas pintadas de rojo, que era el color que se usaba antes en Madrid. A sentarse la almohadilla y a esperar a que sonaran los clarines. La magia ya había empezado. Esa magia que ya nunca abandonaría a aquel niño que sonrojaba a su padre cuando se ponía a torear entre el tendido alto y el bajo, sin importarle que en el ruedo hubiera torero o no, consiguiendo sus primeros y casi últimos olés de su vida. El padre que, aunque avergonzado por el desparpajo del niño, también provocaban el orgullo del aficionado que quiere adivinar a un aficionado del futuro. Ese mismo orgullo que el padre ya convertido en abuelo, sintió cuando una tarde entró en la plaza cogido de la mano de su nieto, el hijo de aquel espontáneo que ya gritaba ¡maleta! a los desafortunados coletudos de una tarde sin suerte. Era el orgullo del abuelo que ya creía tener a quien dejar las llaves de una afición. Recorría los pasillos respondiendo a los comentarios de aquellos que no podían evitar dar la bienvenida a un nuevo correligionario. Unos llamaban al niño torero, otros le preguntaban si le gustaban los toros, otros simplemente le sonreían y hasta un alguacilillo jubilado le raptó por un segundo y le intentó subir a uno de los caballos que abrirían el paseíllo. Pero ¡ay! los años y la frágil espalda obligaron a la autoridad de otro tiempo a pedirle al padre a que aupara al niño en la montura. Pero daba lo mismo, la magia no se iba a romper por un ligero contratiempo.

El abuelo al fin se iba a poder marchar tranquilo, ya tenía quien le sustituyera cuando él no estuviera. Ya dejaba otro aficionado que velara por la salud de la tauromaquia, aunque como la realidad suele ser caprichosa, no fue el nieto el que mantuvo encendido el fuego sagrado de la tauromaquia. El destino quiso que fuera la nieta, con la que nunca entró de la mano a la plaza de Madrid, la que nunca montó el caballo de los alguacilillos y a la que casi no tuvo tiempo de disfrutar, la que parece empeñada en continuar la fe de sus mayores y que todas las tardes, cuando su padre se prepara para irse a la plaza le hace la pregunta de: ¿Hoy no hay entrada para mí?