miércoles, 30 de diciembre de 2009

Herederos de una afición


Probablemente un porcentaje muy alto de los aficionados a los toros se sentirá identificado con la figura del “heredero de afición” o lo que es lo mismo, el que empezó a saborear el veneno de los toros en pequeñas dosis administradas por sus padres. No era extraño ver al orgulloso padre entrando lleno de orgullo en la plaza con su retoño de la mano. Antes ya le había llevado a ver llegar a los toreros en aquellos coches enormes y redondeados aplastados por el esportón que viajaba en la baca en compañía de un significativo botijo. Luego padre e hijo mataban el tiempo contemplando el monótono caminar de los caballos de picar y tras un paseo por las galerías de la plaza pasaban a los tendidos zambullidos en la luz del sol del verano.

Entonces se nos abría este mundo de los toros en la creencia del respeto, respeto de toreros y ganaderos al público, del público a los semidioses vestidos de luces que eran los toreros y respeto de todos al toro. El toro, de quien creíamos a pie juntillas que era tratado con un mimo extremo, en la cría, en el transporte y en el trasiego por los corrales de la plaza, y al que había que contemplar en silencio, como si fuera una ceremonia religiosa. Sentados en el tendido oíamos atentamente las faenas de éste y aquel, del capote de Manolo Escudero, de cómo toreaba un tal Pepe Luís, de la debilidad por Manolo González, de la faena de dos orejas de Juan Posada sin llegar a entrar a matar o la alternativa de El Viti en el año sesenta y uno.

Pero sin entrar en más detalles ni llegar a valorar aquello, lo que nos encontramos hoy en día es muy distinto. ¿Qué les contamos a nuestros herederos de afición de hoy? ¿Qué les decimos? ¿Que nuestra fiesta de los toros está dando sus últimos estertores? ¿Que esa fiesta que nos deslumbró de niños, que nos maravilló de adolescentes y que nos enamoró de mayores ha sido desplazada a codazos por un vulgar sucedáneo? Ahora hay que empezar explicando a los niños que esas cosas raras que llevan en los pitones son unas fundas para que no les echen el toro para atrás en el reconocimiento, y que se le quitan y ponen previo paso por el mueco; que en el transporte les administran la dosis justa de tranquilizante, que a veces es más de la justa y provoca el triste espectáculo de ver a un toro tambaleándose por el ruedo como si tuviera una curda de impresión.

Lo que antes eran ídolos, los toreros, ahora son muñecotes obsesionados por cortar orejas y rabos, como si hubieran sido poseídos por el espíritu de Jack el Destripador. ¿Qué hazañas puedo contar de los matadores de hoy? ¿Que en un año toreó quinientas corridas conduciendo su avioneta particular o una moto de gran cilindrada que a veces también utilizaba en el segundo tercio? Resulta difícil hacerles comprender que a los toros ahora se va a ver si salta la liebre. El aficionado a la fiesta de los toros de antes, de unos quince o veinte años para atrás, o quizás más, se ha tenido que olvidar de ir a ver toros, buenos, malos o regulares, pero toros a los que el torero tenía que poder, someter y, si podía, torear con arte y al que había que ver en el caballo. Ahora el fenómeno más fenómeno es ése al que le sale un burro parado y a base de trapazos le hace seguir el trapo rojo, haya o no cumplido en el caballo y haya sido lidiado o no con el capote por el matador de turno. Un fenómeno muy aplaudido por los nuevos aficionados y prensa del movimiento, que lo explican con esa falacia de ir de menos a más.

A mi se me hace muy difícil explicar por qué voy a los toros en la actualidad, sobre todo cuando tarde tras tarde me siento engañado y defraudado. Se me hace muy difícil tirar de mis hijos para llevarles a los toros, porque cuando se acaba el deslumbramiento de los trajes de luces, de los picadores dando vueltas y vueltas con el caballo antes de la corrida, y de lo que llaman “el ambiente de los toros”, todo se viene abajo cuando sale el toro que se desmorona por la arena a las primeras de cambio y cuando su oponente es un señorito que pone posturas y que no hace nada que pueda emocionar a nadie, porque el dar pases y pases no emociona, pero el torear… ¡Ay, el torear!: el torear te hace perder la cabeza. Y la pierdes tanto, que por verlo de tarde en tarde, eres capaz de aguantar basura y más basura. Eso sí, lo complicado es hacerlo entender a tus herederos de afición y que se apunten a tu secta de locos. Feliz Año a todos.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Gracias señores antitaurinos


Seguro que alguno ya me ha oído relatar cómo “el Más Grande”, Marcial Lalanda, en su día agradeció a los antitaurinos su labor dentro de la fiesta de los toros, aunque seguramente que éstos no acababan de saber si el reconocimiento era sincero o se la estaban colando por toda la escuadra. Pues no seré yo quien contradiga al maestro de Rivas. Es más, incluso me atrevo a justificar este agradecimiento. Probablemente nadie en el “Planeta de los toros” haya puesto tan de acuerdo a tanta gente al mismo tiempo como lo han hecho los que han elevado la propuesta de abolición de la fiesta de los toros en Cataluña, la ILP dichosa.

Puede que esto nos haya hecho ver a todos que lo que considerábamos uno de nuestros tótems más sólidos de nuestra cultura puede tambalearse como si fuera un dominguillo. ¿Quién se iba a atrever a plantarle cara al arte de Cúchares, a la inspiración de Goya, de Lorca, de Picasso y de tantos otros genios? Pues los osados han sido un grupo de ciudadanos residentes en Cataluña y será porque consideran esta fiesta “española”, que lo es, o porque la consideran sangrienta, que también lo es. Les han llamado de todo lo imaginable e inimaginable, pero ellos han puesto sus argumentos sobre la mesa, aunque algunos sean peregrinos y erróneos, y han conseguido que el Parlament los someta a voto.

No obstante parece que no acababan de tomarles en serio; incluso el PSC permitió a sus parlamentarios que votaran “en conciencia” y, vistos los resultados, han decidido que en futuros sufragios la conciencia será la que marque el partido, no vaya a ser que irritemos a los votantes de otras comunidades con un sentimiento taurino más a flor de piel y que se organice un enorme pitote por dos verónicas y tres naturales. No hay más que ver el conato de debate planteado en Madrid por un asambleísta autonómico de IU, que inmediatamente ha sido desautorizado por la dirección del partido. “Cuidadín, cuidadín, que perdemos votos” habrán pensado sus superiores.

Pero lo que el antitaurinismo militante nos debe enseñar es que tenemos que salvaguardar el espectáculo en toda su esencia e integridad, ya que esta es la única manera de defenderlo, protegerlo y hacerlo fuerte. Más vale que pidan prohibirlo porque el toro es picado, lidiado y muerto a estoque, que porque vean a un animalito inválido, sin fuerzas, rodando por la arena mientras un señor vestido de colorines pone posturas histriónicas delante de su hocico.

El espectáculo de los toros siempre ha sido y será controvertido, pero es de verdad, donde la vida y la muerte bailan en pareja y a veces hasta hacen acrobacias que sobrecogen el corazón. Pero pocos son los que logran sustraerse a esa emoción y a la pasión de la tauromaquia si se les presenta con toda autenticidad delante de sus ojos. Es verdad que tiene mil caras, mil matices y tantas formas de entenderlo como aficionados existen en el mundo, pero hay algo común a todos, entendidos, no entendidos, turistas, advenedizos puntuales y profesionales del gremio y es que cuando en el ruedo surge el arte o aparece la casta y la bravura, a todo el mundo le llega. Pero esta fiesta es tan sincera y tan honesta, que cuando lo que se muestra es la mentira, la vulgaridad y el toro desaparece, entonces deja de interesar, deja de ser verdad para convertirse en una burla.

Precisamente en este punto, en plena lucha entre la verdad y la mentira, la honestidad y el engaño, es donde se separan los caminos del aficionado y del taurino. Los primeros que viven la fiesta como una forma de sentir, no quieren ceder lo más mínimo a favor del fraude y los segundos, que viven como reyes a costa de la fiesta, pretenden crear una falsa ilusión triunfalista en la que se crean ídolos para manejarlos a su antojo, bajo la apariencia casi divina de maestros en tauromaquia. Pues bien, esta batalla debe acabar. Los que enarbolan la bandera de la mentira están obligados a claudicar y entregar las armas al verdadero aficionado. Que cada uno asuma su papel, el ganadero criar el toro bravo íntegro, el torero conocer los secretos de la lidia y del arte del toreo, el empresario montar carteles con lo mejor que en cada momento sea posible, la prensa ser absolutamente parcial a favor de la fiesta y no a favor de los toreros afines y el aficionado seguir acudiendo a las plazas. Quizás ahora mismo éste es el único que cumple con su parte. Porque de momento parece que pueden salvarse los toros en Cataluña, aunque estén en la cuerda floja, pero si dejamos que se abra esta puerta, puede que no la podamos volver a cerrar.

jueves, 17 de diciembre de 2009

El espíritu de la fiesta

En estas fechas en las que al que más y al que menos se le enternece el corazón en algún momento, a unos la noche del 24 cuando notan la ausencia de un ser querido; a otros el 31, cuando echan de menos a esa persona que querrían tener a su lado o los que la mañana de Reyes recuerdan este o aquel juguete que les marcó para siempre.

Yo he querido traer un vídeo de las corridas a la portuguesa, donde creo que se expresa lo mejor de la fiesta, la emoción, la pasión, el compañerismo y sobre todo la verdad que encierran las corridas de toros. Como no hay lugar para muchas palabras, ahí está y que cada uno haga las reflexiones que quiera.

Feliz Navidad y un Año Nuevo muy, muy taurino.



Las imágenes corresponden al grupo de forcados Amadores de Vila Franca de Xira, Portugal. Esperemos verles pronto por nuestros ruedos.

martes, 15 de diciembre de 2009

Maestro Esplá, estoy hecho un lío


Estoy hecho un lío y me gustaría que alguien me lo resolviera, bien el maestro Esplá o cualquier otro que sepa entender el mundo de los toros. Ya comenté anteriormente mi opinión sobre la famosa y cacareada entrevista de Tendido Cero al maestro de Alicante. Recuerdo que una de las quejas de éste era, según su parecer, el excesivo volumen del toro actual y su escasa movilidad y casi llegué a interpretar que los matadores del momento son más víctimas que nadie y que no están a gusto con este cambio del toro. Entonces la demanda del profesional es la del toro no demasiado grande, bravo, con movilidad e incluso con alguna que otra complicación ¿no? Pues no. Y la prueba evidente es lo que vivimos en estos días y lo que llevamos viviendo desde hace años. Leemos, además de la desaparición del hierro de Atanasio, la de la amenaza bajo la que está el encaste de Coquilla, y más concretamente el hierro de Sánchez Fabrés. Un toro no demasiado voluminoso, corto de cuello, y con nervio, pero al que no se ha apuntado ninguna de las figuras, no sólo ahora, sino desde hace años, demasiados. Y esto es condenar a muerte a una ganadería, porque como en todo en la vida, el toro bravo se va modelando poco a poco, se va viendo y se corrige y mejora a partir del examen que supone la lidia en la plaza. Habrá quien me diga que eso también se puede hacer en el campo, en plazas y con toreros de menor categoría, pero también es comprensible el hecho del desánimo que produce el no ser reconocido, aparte de que todo esto se tiene que cimentar sobre una cierta holgura económica. Porque una cosa es la afición y otra que ésta te lleve al suicidio y a la ruina. Y tampoco es lo mismo “atorear” en Centrifuelles de Arriba, que en Madrid, Sevilla o Valencia por poner un ejemplo.

Otro ejemplo de esta ausencia de demanda, por decirlo con delicadeza, son los santacoloma, bajo cualquiera de los hierros que se han anunciado. Los Flor de Jara de hoy son los herederos de aquellos que como mucho han visitado las plazas de segunda y que vienen asiduamente a Madrid en novilladas que descubren a los novilleros que quieren ser algo en el mundo de los toros y a los que sólo quieren pasar el rato o entrar en alguno de los círculos de poder de la fiesta. Seguro que el maestro Esplá sabe de las dificultades de estos cárdenos no muy grandes, pero con un corazón de bravo enorme. Pero la generalidad es que la gran mayoría de los matadores actuales no sólo no han matado casi ninguna corrida de Miura, Pablo Romero, Albaserrada, en cualquiera de sus hierros, o Santa Coloma, si no que además esto que en otros momentos podía ser un motivo de vergüenza, hoy en día lo es de orgullo.

Con estos dos ejemplos tan pequeños como simples, vemos que una cosa es lo que todos, incluidos toreros, empresarios, taurinos o aficionados, decimos y otra lo que hacen todos los que viven del toro. Una cosa es predicar y otra dar trigo, como dice la sabiduría popular. Eso sí, si todas estas cosas nos las dicen muy serios, delante de una cámara de televisión y con un gesto de sincera que abruma, casi podemos llegar a creernos estas coartadas que sólo valen para seguir con ese trágala que está carcomiendo los fundamentos de la fiesta. Pero seguro que volveremos a escuchar al maestro Esplá o a cualquier otro maestro que tenga un don de la palabra parecido y tendremos que volver a pellizcarnos para caer en el embrujo del canto de las sirenas.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Aficionado, ese gran ignorante


¡Qué lástima que en la fiesta de los toros haya aficionados! Si escuchamos a profesionales y taurinos en general, nos damos cuenta de que quieren una fiesta en la que no haya nadie que se interese por ella más de la cuenta, no vaya a ser que descubran lo que no hay que descubrir. Estoy siguiendo con mucha atención el folletín/ entrevista del maestro Esplá en Tendido Cero, el único programa de toros en la televisión pública, del que yo particularmente podría prescindir, porque, para enfadarme, ya encuentro motivos yo solito.

Pues bien, si se escucha con atención, a parte de apreciar su conocimiento de esto de los toros, también podemos ver cómo arrima descaradamente el ascua a su sardina, siempre con la estimable colaboración de su peón de brega, el señor entrevistador, que le hace las preguntas para dejárselo a huevo, como diría cualquiera. En esta entrevista resulta que el toro ha cambiado no por culpa de las exigencias y abusos de los matadores de hoy en día, sino porque el público sólo quiere ver kilos, lo que se convierte en la principal causa del aborregamiento del toro, que, por otro lado, hoy en día es bravíiiiiiiisimo. Eso sí, si por bravísimo, según interpretación propia del que escribe, hay que entender que va y viene y entra en la muleta como un cordero, olvidándonos si ha cumplido en el caballo o no. Por eso no dudó el maestro Esplá en pedir la vuelta al ruedo al toro de su triunfo la última tarde de Madrid, aunque en el caballo no diera muestras de merecer tal honor.

Eso del peso es una mentira, y muy gorda. El aficionado, ese eterno ignorante, no quiere kilos, quiere trapío y eso que él decía, cara de mala leche, cara de hombre. Vale que el señor sea bajito, calvo y sin muchos kilos, romana como dicen los que saben, pero que tenga cara de decir: “Ven aquí si tienes… valor”. Algo parecido a lo que ocurre con los santacolomas, como muy bien apuntaba el maestro Esplá, pero si a Madrid se trae ganado de esta ganadería con carita de niño, pues estamos en las mismas y si el trapío no acompaña, pues apaga y vámonos. Pero es que hay otro detalle que no conviene olvidar y es que para ver el trapío del toro hay que verle los ojos. Pues antes de la corrida se hace una rueda de reconocimiento y ya está. Algo parecido a lo de ir a ver las corridas al Batán, pero con un cristal de por medio y con la seguridad de que el toro no nos va a esperar a la salida. Según esto, igual lo de exponer las corridas antes de ser lidiadas no era mala cosa, pero puede que esto, como esa absurda costumbre del aficionado madrileño de ir al apartado, sea dar demasiadas pistas al que casi sólo tiene el derecho de pasar por taquilla y dejarse sus buenos euros.

También se tocó el tema de los años del toro, y resulta que se debería volver a la lidia de utreros, como los sabios e ignorantes aficionados de antes denunciaron en innumerables ocasiones. Pero la tecnología punta que hace que el toro se haga mayor antes de tiempo es lo que nos condena a no poder disfrutar del toreo clásico. Tan buena es la crianza que hoy en día desarrolla una arboladura demasiado grande para poder ser toreado y lidiado con arte, lo que obliga a las pobres y resignadas figuras del toreo a vaciar las embestidas allá a lo lejos, a hacer un toreo de tiralíneas y en consecuencia a torear a distancia, con el pico de la muleta y descargando la suerte. Pero ¿qué me cuenta maestro Esplá? Eso sí en lo que probablemente tiene razón es en eso de que las cornadas de ahora son más fuertes que las de antes. Lógico, si el toro es un marmolillo parado, cuando tira el derrote lo hace con más certeza que si lo hace a la carrera. A esto también hay que sumar el desconocimiento de la lidia de los “toreadores” actuales y la apatía de la peonada y compañeros de escalafón que durante la lidia están más pendientes de sus cosas que de lo que pasa en el ruedo.

Pues señores maestros y taurinos, ya que son ustedes los que realmente saben de esto, no sigan pasando penalidades, ni hagan caso al ignorante aficionado que no sabe lo que quiere, ni lo que pide, y sigan sus instintos artísticos, exigiendo un toro encastado, que se mueve por el ruedo yéndose detrás de todo lo que se mueve, que empuje en el caballo, al que entre como mínimo tres veces y que pida cuenta a todo el que no sepa los secretos de la lidia del toro bravo, de los terrenos y del comportamiento propio de cada encaste, tal cual lo hicieron otros que, aunque no toreaban tan bien, ni eran tan grandes como los maestros de hoy; aquellos pobres ignorantes como Camino, el Viti, Puerta, Rafael Ortega, Domingo Ortega, Manolo González, Pepe Luís. ¡Cuánto ignorante vestido de luces!

Y para completar el disparate no quiero olvidar la referencia a El Fandi, al que, según los bien documentados presentadores de Tendido Cero, hay que valorar como el maestro que es. Pero resulta que el aficionado siempre ignorante no es capaz de apreciar lo que lleva dentro. Pues si lo bueno está en el interior, ¡pélalo! Como decía el chiste. Yo de momento no llego ni a ser ese aficionado ignorante que no se entera de nada, pero ya me gustaría alcanzar esa categoría, ya me gustaría.

martes, 1 de diciembre de 2009

La tele me mata


La televisión, ¿aliada o enemiga? Pues como todo, depende de quien la perpetre. A nadie se le escapa que podría convertirse en una herramienta ideal para mostrar lo que es la fiesta de los toros y para desempeñar una importantísima función docente. ¿Y qué es lo que tenemos? Un artefacto al servicio casi exclusivo de intereses económicos, de los toreros, empresarios, cadenas, ayuntamientos, anunciantes o vaya usted a saber quien más.

Existe además una idea, equivocada según mi parecer, y es que todos los que hablan en televisión deben reprimir su sentido crítico. Según algunos, estos deben limitarse a contar lo que ven, pero dentro de mi ignorancia yo me pregunto: ¿dentro de ese “lo que se ve” no se incluye también lo malo? Pues está claro que no. Pero esto no es lo peor del caso, lo peor a mi juicio es la resonancia que tiene lo que se dice y se oye en este medio. Para comprobarlo no hay nada más que pararse a escuchar a esos “aficionadísimos” de fina piel que cuando hablan de toros parecen “talmente” la voz de su amo. Unos hablan del tranco del toro, otros de “poner en valor” y otros del terno “purísima y oro”. Seguro que más de uno le pone cara y canal a cada una de estas expresiones.

La televisión podría ser un medio estupendo para la buena difusión de la fiesta y para empezar a construir sobre los cimientos de la verdad del toreo y la integridad del toro. Quizás así se podrían empezar a crear verdaderos aficionados que distinguieran entre el toreo profundo y los pases largos, entre cargar la suerte y esconder la pierna. A lo mejor también se conseguiría discernir entre una babosa parada que el matador hace que embista y el poder de un toro que se quiere comer los engaños y al que hay que dominar. Quizás habría menos orejas, menos indultos y menos verbenas en las plazas de toros, pero no hay que desesperar porque si hay toro, eso sólo duraría un tiempo. Eso sí, lo que cambiaría serían las caras de los protagonistas. Igual veríamos como desaparecen del escenario taurino esos finos y elegantes estilistas del “pegapasismo” o dejaríamos de oír las sandeces de los “toros artistas”.

Pero tal y como está montado este tinglado, no creo que vayamos a ver una revolución desde las distintas televisiones. En primer lugar es difícil porque en la televisión pública los programas taurinos parecen emisiones clandestinas en horarios clandestinos y las retransmisiones taurinas son cosa de otro tiempo. En los canales autonómicos los programas taurinos suelen ser claramente tendenciosos, aunque algunos nos permiten ver otras facetas de la fiesta, pero que realizan retransmisiones de corridas con carteles de poco interés y que sea como sea deben acabar en triunfo. Algo parecido a lo que ocurre con el canal de pago que tiene en el triunfalismo su principal seña de identidad, bajo la apariencia de una falsa exigencia apoyada en la opinión de profundos conocedores de los secretos de la fiesta de los toros. Pero ese rigor y esa seriedad para algunos resulta ser una exposición de juguetes rotos que se convierten en títeres a las órdenes del maestro de ceremonias en que se convierte el comentarista de dicha retransmisión. ¿Qué podemos pensar los que aclamamos un día a Antoñete como maestro absoluto del toreo al oír sus “valoraciones” en radio y televisión? ¿Es que él toreaba con la vulgaridad que no se cansa de alabar? ¿Era esa la idea de toreo que realmente tenía dentro o la que nos mostró con capote y muleta en mano? ¿Y qué podemos decir de los Ruiz Miguel o Joaquín Bernadó? Dos toreros que cada uno en su estilo eran la honradez vestida de luces, el de la Isla sumando corridas de Victorino, una tras otra cuando esta ganadería era dura de verdad o el catalán que si tenía que torear en Madrid en los meses de verano lo hacía desplegando esa elegancia de verdad y no la de ahora de pitiminí.

La televisión se ha convertido en un nuevo Saturno que devora a sus hijos y que ya está preparando la mesa pensando en Joselito. Los más fieles pensarán que el torero del barrio de las Ventas no cederá a las presiones del medio. Él, que no dudó en enfrentarse a quien fuera por mantener su dignidad; él, que dio una de las más memorables lecciones de tauromaquia; él, que siempre ha sabido decir las cosas como se deben decir sin una palabra de más, ni de menos. Esperemos que siga siendo tan torero en la tele, como lo fue en la plaza.