miércoles, 31 de mayo de 2017

A Madrid se viene estudiado y bien estudiado 


Toda una tarde en la que solo nos pudimos quedar con la manera de dejar al toro al caballo de un solo capotazo de Rafael González.

Resulta una evidencia más que conocida que ahora esto del toro camina boca abajo, valores indiscutibles de siempre, ahora resulta que unos caballeros los cuestionan de forma interesada, sin otro fin que beneficiar al sistema de trágalas que maneja todo esto; usos y costumbres que cimentó el sentido común, ya no parecen tener validez, pero eso solo es en apariencia, porque la realidad acaba imponiéndose y cuando te crees que ha burlado la razón, ¡Zasca! Te llevas un sopapo en el hocico. Ahora resulta que los toreros vienen a Madrid en un a ver qué pasa y tan mala maña se aplica sin remedio en el escalafón novilleril. Ahora vienen a Madrid a probar suerte y a partir de ahí, a ver si pueden empezar a hacerse un hueco en el toro. Pero igual que la mentira, lo ilógico tiene las patitas muy cortas, lo que hace que los novilleros, que es el caso que nos ocupa, se estampan más pronto que tarde ante el muro de la incompetencia. Hay espectadores con vocación de ama de cría, que pretenden consentirle todo a los chavales, por aquello del “pobrecito” o el “es que son muy jóvenes”, como si su misericordia les hiciera bien. No creo que haya mayor canallada que ese espíritu supuestamente benévolo. Ya puede contagiarse toda una plaza de esa compasión, que siempre puede aparecer, en el momento más inoportuno, el toro. Y entonces, ¿qué? ¿Le explicamos al toro que el chaval está muy ilusionado, que su familia se ha empeñado para que sea torero? Que total, solo tiene veinte añitos, o los que sean. El toro no sabe de edades y la forma en que responde a la impericia no suele ser nada cariñosa, es más, a veces resulta muy dura. Que yo entiendo a los que llevan las carreras de los chavales que les digan que son la reencarnación de Mazzantini, claro que sí, porque tal y cómo está esto montado, si a un chaval se le dice que no vale, entonces el papá dejará de soltar la mosca y se acabó el negocio de esos supuestos guías de toreros. Porque el negocio de estos no es encontrar un torero que valga, que pueda y enseñarle todo sobre el toro y el toreo. En ese caso, el cliente sería el que paga la entrada y al que habría que ofrecerle un torero por el que estarían dispuestos a pagar lo que fuera por verle. El cliente al que hay que convencer es  el papá, a quién esquilman la cartera poniéndoles delante un espejo que distorsione la realidad, pero que proyecte la imagen de una ilusión que confunda al papá, que solo descubrirá la verdad cuándo la cartera vacía le despeje la vista.

Y lo que son las cosas, tanto afán por que salga un toro que se deje y cuándo les salen a los niños uno, dos o mil para explayarse con su limitado repertorio, no son capaces ni de empezar la lección, se les queda la mente en blanco y entonces se agarran al catálogo de excusas que los expoliadores tendrán siempre a mano, al menos mientras haya tela que trincar. Los de Montealto, unos novillos muy bien cebados, aunque sin cara, podían haber sido unos buenos “colaboradores”, si los chavales al menos se hubieran preparado los primeros temas del libro de la torería. A Leo Valadez le debieron dar la consigna de entrar en quites en cuanto se presentara la ocasión, pero no le contaron cómo ejecutarlos, ni como seguir la lidia o poner el toro al caballo, cosa que no hizo en ninguno de sus dos novillos, a los que no se les pudo picar, faltaría más. A su primero le recibió de muleta de rodillas, largando tela para que el animal se fuera lejos, muy lejos. Ya en pie demostró lo buen alumno que es de las modernas escuelas de tauromaquia; abusó del pico con descaro, sin tan siquiera amagar con templar en un solo muletazo, endilgando al personal una faena que resultó interminable. A su segundo le inició con telonazos por alto, para continuar con lo mismo de su primero, siempre muy fuera en el cite, enganchones a tutiplén y cuándo ya no le daba su saber para más, pues a tirar de arrimón, que eso siempre levanta al público. Muy poca ciencia para pretender aprobar el examen de Madrid, dónde hay que venir con el temario al dedillo, para como poco, sacar un sobresaliente, que si luego no puede ser y la nota queda en un notable, pues tampoco está mal, pero si se viene a por el cinquillo ramplón, igual no se llega.

Diego Carretero comentaba al final que había venido a poner todo su alma, todo lo que tenía dentro. Lo que dice mucho de él, pero si esto es todo lo que da de si después de vaciar todo su ser taurino, mala cosa. Comenzó con una larga de rodillas, lo que ya me parece más sensato que la portagayola. Verónicas embarulladas, sin parecer preocuparle eso de alargar el viaje al toro. Mal en la lidia, dejó a su primero que se le diera en el caballo, para que solo se señalase la segunda vara. Pases por alto, para continuar por el pitón derecho tirando de pico, muchas carreras, sin apenas pararse ni para respirar. La misma canción por el izquierdo, cites de frente, por un pitón, por el otro, para no dejar de estarse colocando constantemente, evidenciando unas formas harto vulgares. Su segundo se atrevió a ofrecer pelea en el caballo, aunque solo por el pitón izquierdo y con la cara alta. Apretaba por el lado izquierdo y en cuanto le presentó la muleta plegada, a la primera embestida vio como le arrancaba el engaño de la mano. Si hasta pareció que al natural quería no meter el pico, lo que no acabó de resultar, quizá porque tanto ha aprendido el vicio del pico, que como casi todos sus compañeros, cuándo quiere hacerlo de verdad, se le hacen los dedos huéspedes. Trallazos sin templar, muchas prisas, demasiado acelerado, enganchones y abanicazos por el derecho. Había que calentar aquello, se mete entre los pitones, alcanzando altas cotas de vulgaridad, culminando la actuación con unas bernadinas y un revolcón inoportuno, del que el culpable será el viento, el toro, el público o vaya usted a saber, lo que sea, menos el que el chaval se piense las cosas, pero al final, lo único real es que él es quién se lleva estos porrazos, no los que le pretenden aplaudir todo o le jalean con ese ¡Bieeen torero! Que tanto daño hace a los chavales y que les hace no darse cuenta de todo el camino que tienen que hacer antes de asomar por Madrid.

El tercero era Andy Younes, ya saben, pongan un torero francés en sus vidas, se lo recomienda… Bueno, da igual, ya sabemos quién nos lo recomienda. La verdad es que pocos toreros han pasado por Madrid últimamente tan sosos como este rubito de dulces maneras y andares de pasarela, pero de toreo ineficaz, incapaz de al menos sujetar al novillo en los engaños. Abandonó a su primero como si lo dejara tirado en una gasolinera en los dos puyazos, para que en el primer encuentro empujara metiendo los riñones. ¡Qué cosas! Un novillo al que se le pudo picar y que además cumplió en el caballo. Esperen que me seque las lágrimas de la emoción. Ya con la muleta se dispuso a soltar su papel de la primera a la última línea, así, de carrerilla, y en el primer renglón ponía pase por detrás. ¿A este le han fotocopiado los apuntes? Preguntó un caballero de por allí cerca. Y aunque con su personal amaneramiento, soltó lo que todos, los Reyes católicos y la toma de Granada. Y tan fino él, soltaba enganchones como todos y la chabacanería de los trapazos por detrás, invertidos, pico, que si te lo pego de frente y me sale como me sale. Eso sí, el novillo, aquel al que picaron, acabó en toriles. Cosas del toro de lidia. A su segundo le costó un mundo algo tan básico como llevar el toro al caballo. El inválido sexto hasta pareció querer empujar en el caballo y para arreglarle lo suyo, pues a picar en mitad del lomo, cosas de estos picadores también modernos, que de mitad del lomo para adelante no ven toro. De nuevo con la pañosa, Andy Younes se limitó a largar tela, con la mano alta, carreras y más carreras, aburriendo al personal. Muy fuera, con el pico de la muleta y cazando muletazos según pasaba el de Montealto por allí. Se acabó poniendo pesado, para acabar de más de media bajera, soltando la muleta. Un primor. Y mientras algunos se regocijaban de la juventud de los chavales, otros viendo el porvenir que se nos avecina y adivinando el futuro que ya nos ha alcanzado, se decían en voz alta, que a Madrid se viene estudiado y bien estudiado.

martes, 30 de mayo de 2017

¿Se habrán divertido don Maxi, el caballero Chapu y el señor Caballero?


Igual el error está en buscar solamente la diversión y no ir más allá

La verdad es que uno no gana para preocupaciones, con el empeño que gasto en vivir tranquilo, feliz, parece que me voy encontrando desvelos allá por dónde voy. Tengo que confesarles que tras conocer ese afán de los señores de la tele porque el público se divierta, que no he podido por más que pensar en ellos; ellos que tanto se preocupan por los demás, por cómo va el personal a los toros, si van ya con el ceño fruncido, que si van predispuestos a no sé qué, que si eso no es bueno para su salud, que si un día les va a dar un algo, que hay que ser feliz y caminar por la vida derrochando felicidad, que a los toros hay que ir a divertirse, a disfrutar de la vida, del yintonis, bocata o canapé, de agradar al mozo de al lado, de impresionar a la jovencita de todas las tardes. Pero, ¿quién se preocupa por saber si ellos se divierten? Que es muy fácil ahí, cada uno a lo suyo, que si inválidos, que si cabras escurridas, que si las orejas, que si las protestas, que si… Pero, ¿quién se preocupa si se divierten o no? ¡Dita seaaaa!

Que he de reconocer que aunque me preocupe mucho por ellos, los señores del micro, unos y otros tenemos distintas formas de ver esto de los toros, de ahí mi preocupación, porque, ¿y si no atinamos en el remedio? Que uno no sabe si les llena el ojo la corrida de José Luis Pereda que por momentos parecía que se iban a hacer un ovillo sobre la arena de las Ventas. Y es que la cosa ya no pintaba bien desde el principio, cuándo en el recibo de capote el de Pereda se tambaleaba disimuladamente, por mucho que correteara como si nada. Primer puyazo, sin castigo y al suelo y el segundo, aunque parecía que quería cumplir, era misión imposible. En el tercio de muerte era imposible bajarle la muleta, no fuera a ser que efectivamente se hiciera un ovillo en la arena. Que hasta le citaba de lejos e iba, pero no había manera. Una imagen de lo que ha sido la corrida es cuando decidido y dispuesto, Morenito de Aranda se fue a recibir a su segundo a la puerta de toriles y cuando el de José Luis Pereda asomó y ni miró al matador. Vaya plantón, allí el torero desgañitándose, ¡eje, toro! ¡Toro, eje! Y el animal, que si quieres arroz, Catalina, le ha hecho el vacío. Como se lo estoy contando. Hubo de ponerse en pie el espada y largarles unas verónicas de recibo con demasiadas prisas, en las que el pasota animal tomaba el engaño con los bríos del que parece más defenderse a la desesperada, que atacar. Llegó suelto al caballo, tirando cornadas, para perder las manos al irse del peto. En la segunda vara, al relance, ya no se le pudo ni arañar. Con la pañosa, demasiadas prisas, muy acelerado el de Aranda, trallazos, pico y mientras el toro midiendo el suelo con el hocico. Muy fuera, retorcimientos, menos de media y un bajonazo que en algunos países acarrea cárcel, pero eso es porque tampoco se saben divertir, no como los señores de la tele, aunque como no hubo ni orejas, ni nada de nada, a mí me queda la duda de si se estaban divirtiendo o no. Creo que no, pero igual el señor Caballero, hasta pronunció esa frase tan suya de: “es un toro de vacas”. Que más bien parecía de escayola.

El segundo candidato para divertir al trío de la tele, era el señor Fandiño, don Iván, que mucha cara de divertido no traía, pero eso no quiere decir nada. Eso sí, ¿qué cara iba a poner cuándo casi no había desplegado el espada su capote y el toro ya andaba de hinojos `por el ruedo? Hasta parecía que el de Pereda quería plantar pelea en el caballo, pero con tan escasas fuerzas, no le daba ni para plantar geranios. Pero el señor presidente no estaba para pañuelos de colores, el que quiera divertirse que meriende más o se pida otro yintonis. En los medios, Fandiño inició con pases por detrás y por delante y muletazos destemplados a pies juntos. Siempre citando desde muy fuera, estirando el brazo y echando el toro para allá, a lo lejos, carreras, embarullamiento, banderazos y alargando la faena, no sé si para practicar o para molestar. Aunque, ¿esto no iba de divertirse? Visto el éxito de su compañero en el cuarto de la tarde, el de Orduña se fue a portagayola para recibir a un jaco escurrido al que tapaban los cuernos. No se pudo picar al toro, a pesar de que este se esforzó en plantear pelea por el pitón izquierdo. Que en el segundo encuentro, hasta se arrancó con alegría y todo y hasta acudió pronto al encuentro en banderillas. Hasta podía pensarse que el toro podría ofrecer un puñado de embestidas a Fandiño, pero este solo estaba para el trapazo, el enganchón y el flamear la muleta al viento. Si algo tenía el toro, el propio matador se ocupó de echarlo por tierra, permitiendo todo lo que empeoraría la condición del de Pereda. Mal paso por Madrid del que un día fuera el depositario de la ilusión del aficionado, aunque no sé por qué, pero igual los señores comentaristas, hasta se divirtieron y todo viendo tanta vulgaridad y tanta poca maña en tan poquito tiempo.

Cerraba el cartel Gonzalo Caballero que parecía cuanto menos, voluntarioso. Hasta se dignó medio poner a su primer en suerte, para que el toro se durmiera en el peto. En el segundo encuentro hasta llegó a acudir al caballo arrastrándose con alegría. En la faena de muleta el espada se limitaba a agitar la tela y el de Pereda a irse suelto buscando terrenos más apacibles. Trapazos aquí y allá con la muleta al bies y teniendo que recolocarse constantemente. Eso sí, hay que reconocerle lo hábil que estuvo para dejar una casi entera que hizo rodar al toro al instante, sin puntilla. El sexto salió muy suelto, nadie le echaba un capote y de primeras se fue a probar al picador que hacía la puerta. Bien Curro Robles para sacarlo de aquellos páramos y dejarlo a disposición del maestro en los medios. Fue pronto al de tanda, con ganas y hasta medio se le pego, mientras él se limitaba a dejarse sin más. Ya con la muleta, mucha aceleración, demasiadas prisas, enganchones y siempre rematando los muletazos al aire. El de don José Luis se le comía y Caballero solo podía responder con trapazos y más trapazos enganchados, sin un mínimo asomo de mando, ni temple, ni toreo. Solo animó al personal con unas manoletinas atropelladas y tras una entera soltando el trapo, y un descabello, optó por su cuenta a darse una vuelta al ruedo. Una tarde que sin alargarse la corrida, a algunos se nos hizo eterna, sin tan siquiera poder recurrir a esa expresión de los buenos aficionados de: pues yo no me he aburrido. Y es que ni eso nos quedaba, aunque yo me sigo preguntando, ¿se habrán divertido don Maxi, el caballero Chapu y el señor Caballero?


Enlace programa Tendido de Sol del 28 de mayo de 2017:

domingo, 28 de mayo de 2017

Y en la pista dos… el número de la cabra


Parece que ahora se valoran más los atributos valerosos, aunque inconscientes, que el toreo de verdad y la torería que cortaba el aliento

Si en esto de los toros lo importante son las orejas, mis felicitaciones a Joselito Adame, pero si va de torear de mostrar valor para domeñar a la fiera, con ese saber dónde pueden estar los limites y sobrepasarlos, pero toreando y sin locuras y excentricidades, no tengo más remedio que retirar esas limitaciones y decir que esto no es el circo de Manolita Chen, es otro tipo de espectáculo, aunque muchos no lo crean. Que si nos ponemos a contar, seguro que habría muchos más que sabrían tirarse sobre los lomos de un toro, que los que supieran hacer la cruz, con la cruz y hasta la cruz. Es como llamar pilotos con certera puntería a los kamikaces o kamikaces a los pilotos de aviones.

Que también resulta complicado eso de llamar corrida de toros a lo que mandó El Torero y lo que compró y pagó el señor Casas. Muy en la línea del comportamiento del toro moderno, con una presentación cuanto menos, cuestionable. Corralones, pero muy justitos, pero con todo y con eso, aún algunos habrían permitido el triunfo de sus matadores y precisamente por no ponerse a pegar pasas y pases, sino que requerían toreo, que es justo lo que no se les concedió. Abría el cartel, que no el festejo, Joselito Adame, ausente en el primer tercio, dejando que el toro hiciera por su cuenta e hizo poco, fue al caballo para que no le picaran, novedad, esperaba en banderillas, para después dolerse de los palos, lo que según las teorías televisivas es síntoma de bravura ¡Caramba! ¿Cómo hemos podido vivir tantos años con las enseñanzas equivocadas de los que construyeron este castillo del toreo? Adame comenzó a una mano con banderazos y así continuó, muy fuera y estirando el brazo, abusando demasiado de ese feo vicio del pico, aunque igual ya es un síntoma de poder y mando, vaya usted a saber. Lo mismo al cambiar de pitón y retomar de nuevo la muleta en la diestra, cuándo el de El Torero ya se había parado, lo que quería decir que el matador optara por abreviar, antes quedaba una dosis de encimismo, de trallazos y de retirar la muleta de la cara del toro de repente. A su segundo le recibió echándole el capote al suelo y reculando hacia los medios, brega eficaz, pero que igual también podría haber sido llevada a cabo por un peón, pues el toro tampoco dio muestras de ser un marrajo del que debía hacer cargo exclusivamente el maestro, pero bueno, bien estuvo y la voluntad también se agradece. Aunque esta voluntad no la exhibió para poner el toro en suerte ante el caballo. Escaso castigo ante los derrotes del cuarto. Empezó por abajo con la muleta, saliéndose hacia los medios, para después de tomarla con la derecha, volver a eso de estirar el brazo citando desde muy fuera y atravesando el engaño, además de las carreritas para recuperar el sitio por el pitón izquierdo. Intento de frente, pero se quedaba siempre descolocado y obligado a sprintar unos metros. Cuándo al toro ya no le quedaban ánimos, caminando muy despacito, Adame le acompañó con la misma despaciosidad, pero sin cruzarse en ningún momento. Concluyó con un bajonazo soltando el trapo en el hocico de su oponente.

Por percance de Francisco José Espada, Adame tuvo que matar el que iba a ser quinto, en sexto lugar, al que recibió con capotazos sin parar quieto y ni tan siquiera intentarlo. En la primera vara, tras topar con el peto el animal se desmoronó bajo el caballo. Luego quiso emplearse por el pitón izquierdo, presentando cierta pelea. En el segundo puyazo mostró fijeza, aunque sin humillar. Ya en banderillas se apreció como apretaba por el lado derecho. Ya con la muleta tampoco se acopló y se empeñaba en continuar con ese toreo de distancias y precauciones, permitiendo que se le tropezara demasiado la tela, lo que provocaba el inmediato derrote. Bernadinas un poco embarulladas, con achuchón incluido, lo que despertó al público, que veía que se iba a casa sin poder pedir ni una orejita. Pero tranquilos, que Joselito lo arreglaría inmediatamente. En estas que cuadra al toro y sin más, ni más, creyéndose en la pista central del Circo Mundial, tiró la muleta lejos de él, lo cuál tampoco suponía gran tragedia, casi más una liberación de ese artefacto que nunca logró dominar en toda la tarde. Y ¡Catapum chimpún! Se lanzó a los lomos para cobrar una entera. No les cuento el entusiasmo que provocó en los que ya iban a poder contar algo extraordinario a los vecinos y amigos. Una estocada sin muleta. Lo siguiente, ¿qué será? ¿Un truco de escapismo ante los ojos del todo Madrid taurino? Esperemos próximas apariciones.

Aparte de números circenses, confirmaba Francisco José Espada, aquel novillero que nos quisieron hacer pasar en su momento como una gran esperanza para el aficionado. Le costó hacer que el que abría plaza se decidiera a entrar en los capotes, antes tenía que escarbarse toda la plaza, vicio que no abandonó en ningún momento. Le dejaron en el caballo al relance, para no aplicarle castigo alguno. Eso sí, en cuanto se descuidaba uno, se iba hacia toriles o en su defecto, al refugio de las tablas. Estatuarios y pases por detrás en el comienzo del trasteo, banderazos, pases desabridos, siendo uno por las posaderas lo que entusiasmo al personal ¡Qué cosas! Ya con la derecha eran pases destemplados enganchados, siempre desde fuera, y lo mismo con la zocata, retrasando mucho la pierna de salida. Una sucesión interminable de muletazos de la misma traza, largando tela sin rematar y sin mando, aunque el toro también ponía de lo suyo con esas embestidas de acémila aburrida. Manoletinas embarulladas como capítulo final de una sesión de tediosa modernidad. Un pinchazo y una entera trasera, quedando prendido por el pitón del toro un tiempo que se hizo interminable, cayendo de muy mala manera, recibiendo todo el golpazo en la cara. Quedó inconsciente y obviamente fue llevado a la enfermería. Lo finiquitó Adame con dos golpes de verduguillo.

Volvía triunfal a Madrid Ginés Marín, que hasta le hicieron saludar al finalizar el despeje. A su primero, con hechuras de novillo toro, lo tiró de mala manera en el caballo, donde no apretaban ni el toro, ni el jinete, pacto de no agresión, solo cuándo el toro estaba hacia afuera se decidía a tirar cornadas. El pobre no se sujetaba en pie y no sería por el segundo puyazo, que igual no llegó ni a señalado. No se hizo con él el matador, que quizá esperaba otro dulce en su segunda tarde. Arreones y embestidas desairadas, mientras intentaba mantenerse en pie. Aquello no daba ni para intentar poner posturas, así que solo quedaba la espada y el verduguillo, Con la espada dos pinchazos, lo que para los matadores de hoy en día ya supone poder descabellar, sin tener en cuenta aquello de que se mata con la espada. El estoque de cruceta es solo un recurso. Su segundo, un feo cornalón, pero justito del trapío que debe presentar un toro, ya se descolgó con varias coladas por el pitón izquierdo. Capotazos sin parar quieto. Se arrancó pronto al caballo, para presentar pelea solo con el pitón izquierdo, pero sin que se castigara ni lo mínimo deseable. Mientras Marín andaba por allí como un bulto sospechoso, dónde no sé quién le dio a entender. En el segundo encuentro fue notar el palo y liarse a tirar derrotes sin vergüenza. En el último tercio empezó venciéndose bastante por el pitón derecho y ekl matador no solo no se hacía con él, sino que ese permitir que le tocara el engaño continuamente complicaba todo bastante más. Arreones y derrotes echando la cara arriba. El torero que esperaba poder dar pases, se encontró con un adversario al que había que lidiar y poder, so pena de que se hiciera el amo, lo que poco a poco iba consiguiendo. Y al final, por si alguien tenía dudas de su condición, se fue derechito a descansar a toriles. Pero si ustedes piensan que lo que al personal le entusiasma son los toros, no se equivoquen, no se dejen llevar de las apariencias, que lo que realmente les despertó de su letargo fue una voz que anunciaba: y en la pista dos… el número de la cabra.

sábado, 27 de mayo de 2017

Juan Palomo hecho toro


Para lo que manden

Los señores ganaderos, la mayoría, llevan ya tiempo empeñados en alcanzar criar el toro que lo haga todo solito, que no moleste al matador, que no presente ni un mota de polvo en su historial, que lo mismo te lleven y recojan a los niños del colegio, que te los bañen, que les preparen la cena y los acuesten y ya puestos, mientras está uno tumbadazo en el sofá, que te traigan una manzanillita para ayudar la digestión de la cena y si te quedas transpuesto, que te eche una mantita por encima, que el fresco de la noche es muy traicionero. ¿Exagerado? Pues que hubieran esperado al Jandilla que hizo segundo y ya me iban a contar lo que es un toro dispuesto. Vale que en el primer tercio tuvo que andar más pendiente de aguantarse en pie, pero tampoco se le puede echar en cara que hiciera dejación de funciones, sin picarle ni en el amor propio, acudió feliz y contento al caballo, pero es que solo había que esperar a la muleta. Ya anunció en banderillas, dónde Antonio Chacón dejó un gran par, lo que vendría después: una oda a la boyantía, con una embestida pastueña y plena de fijeza. Y el señor Castella solo tenía que mover el trapo, que el Jandilla ya se encargaría de torearse solito y si además tampoco había sometimiento, pues mejor que mejor. Ahora voy de lejos, por el derecho, el izquierdo, que por el derecho y templadito y además con la muleta no demasiado atravesada; otra vez dándole distancia, ya viendo el animalito más pico, pero bueno, lo iba a seguir igual. Por el izquierdo el maestro le echaba fuera, pero no había que defraudar, él seguía embistiendo, usted no se preocupe, que ya yo me apaño, maestro. Y tan bien se estaba toreando el animal, que en un gesto que algunos calificarían de chusco, pero que otros lo tomarían por un rasgo de honradez, el maestro Castella tiró lejos la muleta. Total, ¿para lo que le hacía falta? Que si en lugar de tablas hubiera habido una tapia poblada de aspirantes a toreros, lo mismo aún seguiría toreándose el de Jandilla. ¡Dos por el derecho en su punto! ¡Marchando! ¡Una tanda por el izquierdo! ¡Oídoooo! ¡Una de ayudados por alto! Hasta que llegó la media trasera que mandó al animal a recaudo de las mulillas, que en reconocimiento al toro que se lo hacía él solito, le dieron una vuelta al ruedo. No sé si justa o no, quizá pudiera ser excesiva, servidor ni la pidió, ni la aplaudió, pero tampoco creo que en este caso pueda dañar a nadie tal hecho. Como muchas veces antaño, la plaza de Madrid dejada de lado la extrema legalidad y tiraba de sentido común, que era algo que manejaba con soltura y criterio, en lugar de ese voluntarismo humanista y reglamentarismo actual, justo un ratito antes de pisotear todos los reglamentos, precisamente por esa ausencia de sentido común.

Pero una vez abordado el hecho siempre extraordinario de la vuelta al ruedo a un toro en Madrid, empecemos con lo demás, como es la despedida de un torero del ruedo de Madrid. Las despedidas siempre han sido en esta plaza motivo para emociones y para que su afición abriera su corazón y se entregara al que se marchaba, pero, ¿qué relación han tenido Francisco Rivera Ordóñez, “Paquirri”, y Madrid? Quizá tal despedida habría tenido más sentido si entre ambas partes hubiera existido alguna vez algún vínculo más allá del de te ponen y voy a verte, me ponen y me vienen a ver. Que algunos pensaban que ya se había despedido aquel día de los quites de Joselito y Ponce. Igual es que ya ambos algo se olían. Quizá ha habido alguien en la empresa que esperaba que Madrid le diera una despedida a la altura, que a la altura ha sido, pero a muy poca altura. Empezando por él mismo, el matador, que ya en el saludo de capote a su primero parecía estar simplemente cumpliendo un trámite. Yo me paso por aquí, me sellan el pasaporte y a seguir viaje. Dos entradas al caballo del Jandilla que abría plaza, que resultaron tan anodinas, que mi vecino pensaba que el animal también se despedía, pero sin gira por España. Tomó la muleta Paquirri y creo recordar que hubo algún muletazo en el que el toro no se cayó, pero tendría que consultarlo. Muy parado y yendo cada vez más hacia las tablas. En el segundo, el del definitivo adiós a Madrid, inició con las mismas, tirando al toro en el caballo, en el que medio cumplió mientras le tapaban la salida, para en el segundo encuentro solo señalársele el puyazo y salirse suelto. El matador se animó a poner banderillas, con holgura, sin apretura alguna, pero con una circunstancia a valorar, infrencuentísima en los matadores banderilleros y es que entró por los dos pitones. Ahora mismo tendría que hacer mucha memoria para recordar a algún colega suyo que pareara por ambos pitones. Intentó comenzar sentado en el estribo, pero no hubo manera, muletazos sueltos, dando más la sensación de que el torero merodeaba por el toro, que por otro lado solo esperaba los muletazos con salida hacia tablas para irse suelto. Que si me lo saco al tercio, que no quiere nada, que me pongo pesado, que el toro no quiere nada de nada, total que aquí se acabó el periplo de Paquirri como matador de toros en la plaza de Madrid. Se acabaron aquellas ilusiones que despertó en sus inicios, que pronto quedaron segadas a medida que él mismo marcaba el camino que había elegido en esto del toro. Le deseo mucha suerte y mi enhorabuena por llegar hasta aquí y poder retirarse en el momento en que usted ha elegido, que en esto del toro, no es poco.

Sebastián Castella, además del de la vuelta al ruedo, tenía otro Jandilla en los chiqueros, un toro que si bien se caía, tampoco con esa invalidez de otros toros que tanto desespera en Madrid, pero que medio se aguantaba en pie, que fue pronto al caballo y que hasta pasó el segundo tercio y de repente, no me pregunten ustedes impulsado por qué fuerza misteriosa, el señor presidente devolvió a los corrales. Era como si una fuerza superior, un ser supremo, le hubiera dicho al oído: cambia el toro, que con este Sebastián no podrá salir a hombros. Y, ¡pum! Pañuelo verde. ¡Qué cosas! Esos seres supremos y esas fuerzas superiores, que caprichosas son. Pues nada, le salió uno de Salvador Domecq, que por momentos parecía que estaba peor que el ya evacuado a los corrales. Le picaron trasero, cabeceó el peto y le hicieron la carioca. Costó ponerlo en suerte y que fuera al caballo en la segunda vara, para acto seguido montarse una capea en el ruedo, todos detrás del toro. Comenzó Castella por estatuarios a un toro que pedía mando y mucho temple para intentar apaciguar aquellas violentas embestidas, acompañadas de un ligero calamocheo, pero solo se le acompañaba el viaje, dejándole tocar en exceso la tela. Enganchones y series de dos muletazos y al tercero se le acostaba y al matador no le quedaba más que abrazarse al lomo. A medida que pasaba el tiempo, la cosa empeoraba, derrotes, enganchones y Castella sin recursos lidiadores y sin poder someter a este sobrero, en el que más de uno tenía puestas las esperanzas de que fuera el de la puerta grande. Mucho genio y ausencia de mando y toreo. Y ni el recurso de los pases por detrás, ni los arrimones le sirvieron para caldear el ambiente. Uno se toreaba solo, pero el otro no sabía cómo era eso pero tampoco nadie le enseñó.

Resulta más que evidente que López Simón no ha estado ni medio bien, que lo que parece es que no está de ninguna de las maneras, pero antes de nada querría decir que debe ser muy complicado el estar toreando y que un tío te esté voceando constantemente y no sé si intentando guiar al matador o simplemente para aclarar la voz. Ignoro los motivos del estado actual de Alberto López Simón, pero lo que resulta evidente es que no le reconoce nadie que en el pasado le viera torear y parece que a lo peor, él tampoco se reconoce. En su primero, con el capote y sin aparente motivo, se dio la vuelta, para ir perdiendo terreno con el toro hacia los medios. Mucho capotazo, para al final abandonar al toro sin ponerlo en suerte. Acudió pronto al caballo, dónde no se le castigó nada. Le puso de lejos para la segunda vara y de nuevo se arrancó con prontitud. Comenzó la faena de muleta con estatuarios, para seguir con la izquierda, metiendo el pico y uno del desprecio. Muy precipitado, citando desde fuera, sin templar ni por asomo, pegando tirones y sin solventar el inconveniente del toro de por momentos entrar rebrincado. Por ambos pitones, López Simón se limitaba a largar tela y escupir al toro de la muleta, sin tan siquiera acompañar la embestida, con el peligro que acarreaba el quedarse al descubierto. Se decidió a acortar en exceso las distancias y a prolongar en exceso el trasteo. Al que cerraba plaza le endilgó unos mantazos destartalados, largando el capote de una forma un tanto fea. Puso el toro de lejos en la primera vara, pero el animal no estaba por la labor. Se le malpicó en la paletilla, sin castigo, como en el segundo encuentro en el que se arrancó con un arreón, tras mucho escarbar. Comenzó con la muleta por alto a una mano, siguió por abajo, para continuar con una serie de trapazos temerosos, alargando el brazo y largando tela, pico, trallazos, haciendo aquello demasiado extenso, dejando clara solo una cuestión, López Simón no está y se hace imprescindible recuperarle y que no sea uno de esos toreros que lo tuvieron en la mano, pero que una nefasta gestión de los que guiaban su carrera, les mandó al fondo de un pozo del que resulta cuanto menos muy complicado salir, teniendo que reconstruirse con un ganado con el que no estaban habituados a enfrentarse. Pero a estas alturas el aficionado salía con el recuerdo del toro que él solito se lo hacía todo, él se lo guisaba y él se lo comía era como Juan Palomo hecho toro.


viernes, 26 de mayo de 2017

Y llegados a este punto…


Una estocada es una estocada y lo demás...

La felicidad inundó la plaza de Madrid, al fin esta nueva tauromaquia, este afán festivo ha encontrado su recompensa, ¿qué digo? Todo el mundo ha obtenido premio, unos el gordo de Navidad, con una oreja del gran oficiante de estas formas de hacer y la salida a hombros de Gines Marín, mientras otros se conforman con que les haya tocado lo que jugaban, que después de tanto perder, les vale para mantener la ilusión y volver a jugar en el siguiente sorteo. Lo que no sé es si esta lluvia de millones dará la felicidad a los premiados. De siempre los triunfos en los toros eran el triunfo de la Fiesta, el triunfo del toro, pero este y puede que todos los que puedan venir en esta feria, no sean para, a favor de alguien, sino en contra de otros, de esos de los que muchos piensan que se amargan con el triunfo de un torero, ¡qué barbaridad! Un triunfo contra los más críticos, contra esos contra los que desde los micrófonos de la televisión arengan sus comentaristas, sus tertulianos y todo aquel que espera sacar algo de esto, porque si te pones enfrente, ya se sabe, no dudan en amenazar y zarandear, que no es lo peor, lo peor es que estos señores que utilizan estos métodos tan… Pongan ustedes el calificativo que prefieran, lo peor, decía, es que lo mismo estos, que esa masa que manejan con tanto desahogo, se creen en el derecho de hacer cualquier cosa para acallar la disconformidad. Se crecen pensando que la razón les permite insultar, amenazar, burlarse, mandar callar o incluso tirarles a la cara los triunfos y la vulgaridad de los que tanto esperan obtener de esta fiesta de la modernidad.

Algo que hay que reconocerles es el magisterio y fineza que emplean para trampear en este mundo del toro. Baste con que se detengan en examinar la corrida de Alcurrucén, con una presentación un puntito por encima de lo que el aficionado protestaría airadamente. Justos de presentación muy justos, pero para que si alguien levanta la voz los transeúntes se lo coman y en esa maraña traducir la bronca en adhesión absoluta al maestro de turno. Ya digo que la fineza en el trampeo es de admirar. Llámenme pesado, pero no puedo, ni tampoco quiero, ni mucho menos estoy dispuesto a olvidarme que de una corrida de seis toros no se haya podido picar a ninguno, incluso a pesar de que el sexto derribara al caballo. ¿Cómo? Pues no lo sé, de repente el penco se desmoronó ante un animal al que apenas se le señalaron los dos puyazos. Aparte de las dificultades para conseguir llevarlos al peto, que demasiado a menudo fue metiendo al toro casi debajo del palo. Pero eso poco importaba, lo fetén era lo de después. Ya podría haber protagonizado el primer tercio el mismísimo Mortadela, el calvo con gafas de los chistes, que habría dado igual.

La tarde iba de ceremonias, un dos por uno en confirmaciones, Álvaro Lorenzo y Ginés Marín, dos embriones clonados de los maestros del momento. Pero ya que durante el festejo no se respetó la antigüedad y el orden de lidia habitual, al menos intentémoslo aquí y empecemos por el más antiguo, el Juli. Su primero, que fue el segundo, salió echando las manos por delante y con la mirada siempre puesta en terrenos al menos vecinos a toriles, pero tampoco se puede decir que se le diera una lidia de intentar dominarle, de someterle, todo es un dejar a los animales a su aire, ¿Qué se va al reserva? Pues que se vaya. Quizá el único momento de molestarles fue en el inicio de faena, por abajo, pero tampoco vayan ustedes a recriminar a el Juli su mano dura, pues todo lo que vino después fue un acompañar las embestidas, muletazos en línea recta, con retorcimientos, que no podían faltar, pero no los habituales, porque si algo tiene este torero es la listeza con que hace todo. Es un verdadero fenómeno para ese toreo de masas, que ni quiere detenerse en las trampas, que por otro lado, parece que él tampoco está dispuesto a abandonar, aunque las enmascare. Faena demasiado largo, acabando cazando muletazos por aquí y por allá. Esa forma de matar tan poco dada a recibir piropos, atrincherándose en la oreja mientras ciega al toro con el trapo, para a la remanguillé soltar la cuchillada. Una orejita, que supone que es la mejor actuación de este torero desde hace muchos años, pero claro, eso tampoco quiere decir que sea admisible, porque su mejor, igual no llega al aprobado ramplón. Su segundo no se lo quería poner fácil. Le metieron debajo del peto las dos veces, para que a lo más cabecera, sin recibir castigo ninguno. Se paró mucho en banderillas, cerrándose cada vez más. Y otra cosa no tendrá el Juli, pero vista tiene un rato, la misma que le ha ayudado a desarrollar toda esa suerte de amaños para reducir los riesgos al mínimo, y con criterio se lo llevó para afuera y para no desentonar, también le pasó muy desde fuera, muletazos empalmados, que no ligados, pico y más pico y arrimón al más puro estilo de la talanquera. Y ya digo, que aún ha estado peor otras muchas veces.

Álvaro Lorenzo fue el primer confirmante y por lo tanto, quién abrió plaza con el primer Alcurrucén que entraba pegando arreones y rebrincado. Acudió suelto al primer puyazo, alegre en el segundo, lo que no quiere decir que se le picara. Trasteo al más puro estilo de la modernidad, abusando del pico por ambos pitones, citando desde fuera, alargando el brazo, luego pases de uno en uno y para ver si calentaba aquello a meterse en los pitones y quizá habría quién le hubiera regalado gustosamente la oreja tras ese bajonazo trasero con que se quitó de encima a ese primero. A su segunda raspita la dejaron a su aire, pero en el segundo puyazo les dio que hacer, le ponían en suerte una y otra vez, hasta que al final le metieron debajo del peto. Luego retorcimientos y más retorcimientos, como si se quisiera esmerar ante el maestro del tronchalomos y esperando su aprobación. Muletas atravesadas, muletazos a medias y repertorio de masas, metido entre los cuernos, trapazos por aquí y por allí y una estocada que si hubiera que ponerle algún pero fue el que estuviera una chispita atrás.

Pero el triunfador verdadero fue Ginés Marín, que se encontró con el Alcurrucén ya parado casi de salida, costándole un mundo eso tan banal como es el caminar, al que Álvaro Lorenzo le hizo un quite por gaoneras y ¡Aleluya! No fueron los trallazos habituales. Luego vino una faena larguísima, desde muy fuera, con mucho pico, la pierna retrasadísima y como es habitual, haciendo alarde de ello y al final con muletazos lentos no por templar, sino por la condición de moribundo del animal. El sexto, con un bonito tipo cabra, se frenaba ante el capote que le ofrecía el espada. Curiosamente, derribó, pero aún me sigo preguntando las causas. Luego no se le pudo picar, porque tampoco lo aguantaba. Comenzó Marín con muletazos por el lado izquierdo, con la tela al bies y sin rematar los pases, para continuar en una segunda serie en la que todo se recolocó de repente, incluso ceñido y aprovechando el dulce viaje del Alcurrucén, con un natural rematado detrás de la cadera. ¡Qué cosas! Obviamente, la plaza se entregó, pero de la misma forma que lo hizo cuándo continuó por el pitón derecho, aplicando esos modos que impone la modernidad, no fuera a ser que alguien le reprochara ese guiño al clasicismo. Entera caída y dos orejas. Bueno, ¿qué quieren que les diga. Alegría generalizada, de nuevo el triunfo de la Tauromaquia 2.0, aderezada con uno o quizá dos naturales, que no sé yo si estos pueden tener tanto poder, quizá sí, habrá que reflexionar con calma y tiempo, y llegados a este punto…

jueves, 25 de mayo de 2017

Lo que el señor Muñoz y compañía no logran entender


Los toros se debieron quedar en los chiqueros y echaron a esa cosa que no nos quitamos de encima, al menos mientras haya figuritas que se los traen debajo del brazo




Qué cosas, que ahora resulta que el señor Muñoz, don Emilio, el señor Amón, don Rubén y demás retransmitientes de las corridas por televisión, no logran entender cómo hay gente que no va a los toros a tragar más que una alcantarilla y a pasar una alegre y verbenera tarde de toros. Lo primero de todo, ¿ustedes creen que esto se aguanta yendo todos los días de guateque? Difícilmente, tiene quehacer algo mucho más importante y más grande que te impulse a ir un mes seguido a los toros y así durante años, que una juerga sin sustancia, sin fuste, ni sin fundamento. Pero esto seguro que ustedes ya lo saben, permítanme dudar que no lo puedan entender, a no ser que haya algo que desconocemos, que les nuble las entendederas. De la misma forma que el señor Apaolaza manifiesta que los comentarios vertidos durante las retransmisiones se hacen desde la honestidad, cosa que ni dudo, ni me atrevo a hacerlo, pero también le digo que muy frecuentemente las apariencias dicen lo contrario, pero bueno, ya dicen que a veces las apariencias engañan. Ya saben esa frase de “cariño, no es lo que parece”. Quizá ustedes no entiendan que el personal ya vaya amoscado al cartel en el que aparecen los de Núñez del Cuvillo, que desde hace años, demasiados, viene convirtiéndose en una corrida en la que la presencia es tradicionalmente es más que insuficiente, no permite medio puyazo entre toda la corrida, con un comportamiento poco propio del toro de lidia, aparte del inevitable baile de corrales. Y curiosamente, en semejantes tardes, asoman junto al de este hierro, los nombres de figuritas que restan más que aportan a la Fiesta de los Toros, esos que exigen respeto a los toreros, pero que al aficionado le hacen plantearse si ellos realmente respetan la Fiesta.



Señor Muñoz y compañía, quizá no entiendan por qué no se jalea a Juan Bautista por recibir a su primero con una serie de verónicas enmendadas, siempre con el pasito atrás, que el gentío se abronque al ver que el animalito no se aguanta en pie y que automáticamente los capotes se echen a las alturas, sin casi tocar la arena. Que no lo pongan en suerte, que no lo fijen y que apenas le despachen con un rasguño. Con la muleta el galo se lió a pegar muletazos a media altura al dócil Cuvillo, echándole para afuera, siempre metiendo el pico, lo mismo con la diestra que con la zocata. Quizá sigan ustedes sin entender el porque se protestaba la presencia de un animalejo anovillado, al que lo tiraban contra el peto al relance para no picarle, a riesgo de que mordiera el polvo por no sujetarse en pie. No entenderán la falta de entusiasmo con una pantomima de duelo en quites entre Juan Bautista y Talavante. O que los hubiera bien airados cuándo el señor Jalabert, estaba dispuesto a dejar pasar el rato delante de un moribundo, sin importarle los pitos y descontento del público, que tenía la sensación de que le tocaba tragar, simplemente para que el matador se justificara y quizá que justificara a alguien más, que en este caso debería andar por el burladero de la empresa. Y puestos a justificarse, un matador de toros, cuándo las cosas no ruedan como se desea, aún puede salvar su dignidad con una estocada en todo lo alto y no con un bajonazo, como el que soltó el maestro francés.



Ignoro si a ustedes, señor Muñoz y compañía, se les hizo comprensible el motivo por el que hace unos días la plaza de Madrid le concedió una oreja a Alejandro Talavante, igual sí, pero tan entendible es aquello, como lo que el extremeño ha “expresado” ante semejantes animalejos. Un segundo Cuvillo que salió pegando un respingo al notar el palo en el primer encuentro. Luego, hasta medio se dejó en el peto, lo que no nos debe confundir y hacer creer que fuera picado. Pero puestos a no entender, muchos tampoco entendieron por qué el señor Roca Rey, torero de alternativa, a estas alturas no solo no sabe colocarse durante la lidia, sino que ni tan siquiera hacía caso a las demandas que le pedían que fuera a auxiliar a los banderilleros cuándo le tocaba estar a su cuidado con capote en mano en el platillo de la plaza. Quizá les cueste a ustedes, señor Muñoz y compañía, entender que el aficionado no se entregara con una faena de Talavante basada en el excesivo abuso del pico, lo mismo por uno, que por el otro pitón, sin olvidar los enganchoncitos, ese alargamiento de brazo o el echarse al toro para afuera, sin dominar en ningún momento, dejando a semejante ejemplar a su aire y limitándose a acompañar el viaje. En el quinto tampoco varió demasiado el panorama, con apariencia anovillada, pero ya saben, “cariño, no es lo que parece”. Lo que no había por dónde cogerlo es al tercio de banderillas en el que la colocación, aunque el señor Muñoz y compañía no logren entender el mosqueo del personal, no tuvo otra causa que la nula colocación de los toreros, especialmente la de Roca Rey, que es posible que se pierda en un ruedo tan amplio y extenso, y en menor medida la de los que debían estar a la salida del par. Ya en el último tercio, el toro iba a su aire, sin encontrar un engaño que le sometiera. Talavante se puso a dar muletazos largando tela, sin rematar en ningún momento y limitándose a acompañar y en una de estas, por el pitón derecho, cuándo el matador le ofrecía la muleta demasiado torcida, el animal le soltó un derrote seco, que pudo haber sido bastante más de lo que fue, que ya fue bastante. Faena deslavazada, con más carga emotiva por la cogida, que por lo realizado por el espada, que acabó recetando una estocada muy caída, lo que aparentemente se viene llamando bajonazo, recibiendo. Se le concedió una oreja. El matador la paseó simplemente el trayecto que le conducía a la enfermería.



Lo que ahora mismo no sé es si el señor Muñoz y compañía sabrían explicarme las formas y maneras de Roca rey, a qué obedece que un señor de alternativa, aunque lleve dos medios días de matador de toros, no sepa ponerse en su sitio a lo largo de la lidia, especialmente en el segundo tercio, permitiendo que los compañeros banderilleros anden a cuerpo limpio a merced del toro, por muy Núñez del Cuvillo que sean, porque esos también cogen. Que igual el señor Roca Rey se piensa un palmo por encima de las nubes, pero cuándo se anda por el ruedo hay que estar con los pies muy en el suelo, que esto no es cosas de triunfos, orejas o algarabías festivaleras, que esto es muy serio. Y no es cosa de un despiste pasajero, es que el caballero faltó a su obligación las dos veces que le tocó auxiliar a los banderilleros. Que tampoco es que se esmerara en eso de lidiar en los dos que le correspondían, que eso de llevar el toro al caballo… si acaso, abandonarlos por allí en las inmediaciones del peto. Ya con la muleta saludó a su primero con unos telonazos, rematados con uno del desprecio con mucho desprecio o quizá, mejor dicho, con mucha desgana, que jaleó el personal. Señor Muñoz y compañía, no pretenderán que les hagamos entender porque hubo quién simplemente lo vio banal, ¿no? Derechazos empalmados, más que ligados, mandándolo a lo lejos engatusado con el pico, que no dominado. Lo mismo por uno que por otro pitón, con sus carreritas para recuperar el sitio, incluidas. Luego una de entre los pitones, estiramientos de brazos y un bajonazo que hubo que agarrar a los guindillas para que no se lo llevaran del tirón al calabozo. ¡Qué es el Roca Rey! Al sexto una ristra de capotazos mientras el de don Núñez del Cuvillo se tambaleaba y se esforzaba por no tundirse contra el suelo. Igual el señor Muñoz y compañía tampoco entendían por qué no llevaba el toro al caballo, por qué no ponía en práctica eso de ponerlo en suerte. ¿Ven? Aquí hay muchas cosas que muchos tampoco entienden. Aunque la cosa tampoco tiene mayor importancia, total, para que apenas le arañen con el palo. Comienzo desde los medios con banderazos culeros y barrigueros, en lo que lo único importante era que el animalito pasara, lo demás… Animalito para el que estar en pie era como conseguir la Champiñón Ligui. No había otro remedio que darle pasaporte y así terminar con esta infame, insufrible e incomprensible corrida de Núñez del Cuvillo, que irremediablemente volverá el año próximo, que hará que el personal ya vaya mosqueado a la plaza ese día, para que luego tengamos que adivinar lo que el señor Muñoz y compañía no logran entender.

miércoles, 24 de mayo de 2017

Todos destastarillaos


El toro, que gran ambición, ¿quizá una utopía?

Lo que en los dominios de Albacete quiere decir que todos estaban inválidos, manga por hombro, esguardamillaos, desvencijaos, hechos una ruina, pa’l arrastre, o tía, que mal, ¿no? Lo que viene siendo un auténtico desastre. Ya la cosa no pinta bien cuando te anuncian dos hierros así, de cara, por muy de la casa que sean ambos, pero si ya asumimos que no juntamos seis válidos para Madrid, apaga y vámonos. Que se anunciaban los de Valdefresno y Fraile Mazas, encaste Lisardo y Atanasio, y que al final daba lo mismo lo uno, que lo otro, porque ni los unos, ni los otros eran capaces aguantarse en pie y ni tan siquiera esa rabia, ese arranque que otorga la casta les hacía sujetarse sobre las cuatro manos, según terminología televisiva, como los monos, las manos delanteras y las manos traseras. Que no me lo pregunten a mí, las reclamaciones a los señores comentaristas de las corridas por la tele. Que en tardes como la presente, la verdad es que en más de una ocasión resultaba complicado saber de que flojeaban más, si de las manos o de las patas.

Rendía visita Daniel Luque, ese torero al que Madrid siempre espera, los capitalinos están como locos por verle todos los días, si no se explican como los carteles no son él y dos más. Con su prestancia, su porte, su decisión, su simpatía y esa química con los tendidos de las Ventas. Tan decidido como siempre, tardó en decidirse a intentar que su primero dejara de corretear y cuando ya parecía que sí, se lo devolvieron a los corrales. Corrió turno y salió el otro de Valdefresno, que al primer o segundo capotazo casi hinca los dientes en la arena. No hubo ocasión de picarle, no fuera a ser que aún se tambaleara todavía más. Los picadores muy colaboradores ellos, acostumbrados a esos lugares de Dios en los que tanto se jalea el que apenas topa el toro señalar simplemente el puyazo, sin picar, se encuentran con que en Madrid les dicen eso de “hay que picar a los toros”, que igual lo entienden sin la “h”, “ay, que picar a los toros. Porque así se pasaron toda la tarde. Como la “h” es muda, quizá si dijéramos “jay que picar a los toros”, igual todo se aclararía. Resulta que un rato después apareció Luque, ya con la muleta preparada y el pico a punto para pasarse el animalito a prudencial distancia, para después ahogarle y ponerse muy pesado, que ya sabemos de su debilidad por Madrid, pero tampoco tiene que ser tan… ¿generoso? Y alargar tanto las faenas. El que salió cuarto, un sobrero de Adelaida Rodríguez, también se fue de vuelta a los corrales y le sustituyó uno de carriquiri. ¿Recuerdan aquellos torillos chicos, pero un picante que los hacían comparables con las avispas? Pues servidor tampoco. Este era un manso de libro, que a cuatro palmos de toriles ya le parecía estar demasiado lejos. Se intentó, acertadamente, cambiar la lidia a favor de querencia, pero como alguien debía tener prisa, al final Luque se lo llevó del tirón al que guardaba la puerta. ¡Fuera miserias! La verdad es que si le hubieran puesto las viudas, tampoco habría pasado nada. Se le picó como se pudo, pues en esos momentos no es para mirar rayas, ni rayos, hay que picar y punto, para que al menos se pueda poner el matador delante sin correr un riesgo innecesario. Esto no lo censuraremos jamás, si tras múltiples intentos de llevar el toro al caballo, en uno de ellos se logra que el animal tome el peto. Ahí hay que aprovechar y picarle todo de una vez si se tercia. Curiosamente, no quedó tan mal para la muleta como se podía pensar, que tampoco era de premio. Sí es verdad que no tenía una embestida franca, lo que propiciaba los enganchones, que unido a la falta de mando del matador, aquello se convertía en un trasteo soporífero y sin motivo.

Fortes se enfrentó a otro de Valdefresno que debería haber seguido el camino del primero. Por supuesto que lo de la suerte de varas era un imposible, con ese señalar el puyazo de forma ostensible por parte del pica, como si estuviera haciendo un favor a los señores que habían pagado por un tercio de varas, birlándoselo en su cara. Muletazos de rodillas, que como suele pasar, por esa imposibilidad de esconder la pierna y la poca movilidad del matador, aunque sean trapazos destemplados, suelen darse con la muleta más plana de lo habitual. Luego, ya de pie, las cosas volvieron a su ser, a los trapazos, al meterse entre los pitones, vulgar, haciendo que algunos no entendieran esos alardes absurdos que tan poco tienen que ver con el toreo. Su segundo, el quinto, fue más de los mismo, muletazos desangelados, sin poderle bajar al mano a riesgo de despanzurre, mientras el de Fraile Mazas deambulaba como un burro por el ruedo.

Menos mal que estaba Juan lal para animarnos, que delicia, por un momento a algunos nos transportó a años atrás, a los veranos de la juventud, a la plaza de Benidorm, dónde tanto gustaban los que calzaban de rosas y se ponían a hacer mojigangas delante de los pobres animalejos. Si hasta ese calorcillo estival se hacía sentir en el rostro. Ese Juan Leal que aún no ha acabado de asimilar eso del toreo de capote, ni para qué sirve, ni que con él se lleva y se saca a los toros del caballo, ni tan siquiera que si llueve uno lo puede usar para echárselo por encima y no mojarse. Ese recibiendo por detrás desplegando la muleta, que si se descuida, ni pilla toro, de lo vencido que iba el toro por ese lado. Más muletazos por el dorso y otros por el torso, sin saber con cuál quedarnos. Al final se los quedó todos él. No acertaba ni daba la sensación de que lo tuviera muy claro, de dónde ponerse. Pico, culo fuera, él muy, muy fuera, vulgarísimo y cuándo el animal ya se le aquerenció en tablas, ¡ay, amigo! Ahí se explayó, despatarrado hasta la más chabacana exageración, con invertidos, circulares, regañado con el toro, gesticulante, metido entre los pitones y por si le faltara algo, un traspiés en la cara del toro, que le ignoró por completo, que hizo que algunos perdieran la compostura y se volvieran locos ante tal desparrame de vulgaridad. Pobre Madrid. ¿Dispuesto? Pues hombre, sí, pero en el toreo, la disposición es el fascículo uno y el dos, que te lo dan de regalo, pero de ahí al ciento cincuenta y ocho hay que rellenar con otras muchas cosas y que van más allá de esa supuesta disposición. A su segundo, al que costaba llevar al caballo sabiendo, sin saber, imagínense, la eternidad. El de fraile mazas hasta empujó en el peto, aunque eso sí, con la cara alta y hacia afuera, buscando cómo salir de allí. El francés intentó reeditar su repertorio de tosquedades sin sentido, pero las carreritas entre muletazo y muletazo, el que se la dejara tocar en demasía y las dudas para ver por dónde le metía mano, hicieron que el personal se aburriera y que ni ese meterse entre los cuernos le levantara el espíritu. Ya era muy tarde y el festejo se había hecho demasiado pesado viendo ese desfile de inválidos descastados y es que, como dicen por los llanos de Albacete, estaban todos destastarillaos.

martes, 23 de mayo de 2017

Ahora me duele, ahora no me duele


A veces algo tan simple como un galleo, nos hace creer que es el preludio de algo grande, pero luego llega la realidad y...

Resulta frecuente el ver en el fútbol como algunos jugadores se tiran despavoridos en el área cuándo notan un leve roce aunque sea en la sombra, o los que se desvanecen al aproximarse un contrario, o sin tan siquiera acercarse, mostrando un dolor tan insufrible, que más que llamar al masajista, dan ganas de prepararle un viático, pero es ver cómo el señor colegiado le muestra la tarjeta al contrario o escuchar el pitido señalando un penalti, que se nos van todos los males del tirón. ¿Tendrá un pitido tanto poder terapéutico? Estaría bien que lo estudiaran en la Universidad Smiths and Smiths de Conneticut; y ya puestos, que incluyan en el programa si una vuelta al ruedo o el tener que correr delante de un novillo encierran los mismos poderes curativos. Entre todos hacemos una colecta y mandamos al novillero Jesús Enrique Colombo, a que los galenos estudien su poder de recuperación tan asombroso, que lo mismo cojea arrastrando la pierna, que se endereza como un pimpollo y pretende enhebrar dos vueltas al ruedo de una tacada. A ver si va a ser su preparación física adquirida en pegarse paseos por su cuenta por esas plazas de Dios. Que como comentaba Julio, un eterno compañero de localidad, esto es muy serio para montar ese teatro, que aquí pasan cosas muy duras para andar jugando con de esa forma tan infantil.

Eran los novillos del Montecillo, que sin ser la estampa del toro Diano, con dedo y medio más de pitones, podrían haber colado en alguna corrida que otra de las que llevamos de feria. Mansos en el caballo, cabeceando en exceso y haciendo sonar el estribo el primero, que no quería peto ni aunque fuera de lunares; al segundo le dieron más que a algunas corridas completas, empujando con la cara alta, mientras le tapaban la salida; El tercero, venga a tirar derrotes mientras también le tapaban la salida, para después tirar una cornada y repucharse sin sonrojo; el cuarto acudió con cierto ímpetu, pero el palo le descubrió, cuándo se lo quería quitar de encima; al quinto se le picó muy mal, poniéndolo debajo del peto, lo mismo en la paletilla, que en el carnet del videoclub; y al sexto, que no quería caballo ni convenciéndolo, le picaron mientras pegaba un arreón tras otro.

Abría plaza el venezolano Jesús Enrique Colombo, que se presentaba en Madrid, y que casi le vale la puesta en escena que tan bien le debe funcionar por otras latitudes. Torero banderillero, que no está mal y que al menos no parea tan a toro pasado como suele ser habitual entre los colegas de su gremio de matadores banderilleros. Muy acelerado, que lo mismo se liaba a pegar derechazos, que se cambiaba el trapo de mano y acababa por naturales, siguiendo con un repertorio muy a la moda, un toreo fashion que concluyó con muletazos de uno en uno y arremetío entre los pitones. A su segundo lo recibió hincando la rodilla en la arena, a un toro que ya se empezaba a parar. No esperen que les cuente que llevó la lidia, que puso el toro al caballo, ni cosas de esas, ¿no les he dicho que es un torero moderno? Pues eso, ¿entonces pa’ qué preguntan? Si es que le hacen a uno sacar lo peor de dentro. Más banderillas e igual que en su primero, solo dejó cinco palos, sin preocuparse del sexto, que si es necesario, lo tira a la arena con una soltura, como si lo estuviera haciendo toda la vida. En la muleta ese cuarto era una guinda, iba y venía en busca de la muleta, atravesadilla, que le mostraba Colombo. A la segunda tanda ya metió el pico sin disimulos, muy acelerado, sin templar jamás y con trampas que no debería emplear a estas alturas, pero ya se sabe, estos no quieren ser toreros, quieren ser recolectores de viveros de garrapatas. Fue aprovechando los viajes, hasta que el del Montecillo dijo basta. Encimista, ventajista, con las bernadinas que no podían faltar, para rematar de una estocada traserísima, trompicado, algún muy lógico si en lugar de hacer la cruz haces el carnero, saliendo muy dolorido del percance, pero fue doblar el toro y curarse, la cojera desapareció de repente. Petición a cargo de los impactados espectadores que vivieron como propia esa “tragedia”, de la que no quedaba ni rastro en la vuelta al ruedo que se pegó a pesar de los pitos y que si no le paran, estaba decidido a darse otra más o las que fueran. Vaya con el mozo.

Se esperaba a Pablo Aguado, pues los hubo a los que les dio buena impresión en anteriores comparecencias. Anodino con el capote, con la muleta, tras un inicio por ambos pitones, fue avisado por el pitón derecho. Se sacó al novillo de su querencia, para continuar desganado, con mucho pico, sin pararse, enganchones, carreritas y un bajonazo que en algunos países se castiga con galeras. Parecía que en el quinto se iba a desquitar, con un airoso galleo para poner el toro al caballo, lo que al menos parecía una declaración de intenciones, unas chicuelitas apretadas y al querer comenzar la faena de muleta por ayudados por alto, el toro le trompicó primero y se le coló después, para ir perdiéndose en pases sin fundamento, que era lo que precisamente exigía ese quinto, toreo con fundamente, de mando, con poder, sin permitir lo que permitió, que poco a poco fuera el animal el que se fuera haciendo el amo. Serie de frente, pero ya estaba todo hecho o mejor dicho, nada estaba hecho y no daba tiempo a más, porque ese picantito acabó abrasando el paladar de Pablo Aguado.

Y acabábamos con Rafael Serna, que definitivamente, no compareció. Desarmes y enganchones para recibir a su primero, multitud de capotazos, con la muleta lo primero que tuvo que hacer es sacar al novillo de los terrenos de toriles, para después de un trasteo insulso, acabar allí mismo, dónde el del Montecillo quería. El sexto ya salió pegando arreones y así continuó durante toda la lidia, para además hasta cruzarse con peligro por el derecho; trapazos con el palito agrandando el engaño, más muletazos andando por la cara, para acabar de un ilustre bajonazo. Que no sé si servirá de consuelo, pero es que este es el panorama de la novillería en este momento, parece que ves uno y has visto todos y no sé si es por falta de personalidad o porque todos tienen el ansia de parecerse a todos. Eso sí, dice mucho de ellos el que no haya demasiados que pretendan hacer de esto una comedia y como si fueran futbolistas tramposos que quieren engañar al árbitro, lo que tanto les duele se cura con un penalti, una oreja, una tarjeta amarilla o con que doble un novillo. No parece muy serio, ni respetuoso ese juego del  ahora me duele, ahora no me duele.

Enlace programa Tendido de Sol del 21 de mayo de 2017:
https://www.ivoox.com/tendido-21-mayo-2017-audios-mp3_rf_18812487_1.html?var=web376&utm_expid=113438436-40.gUPDUg6WTJSAl0nGhGrIGA.1&utm_referrer=https%3A%2F%2Fwww.ivoox.com%2Fpodcast-tendido-sol_sq_f1254883_1.html


sábado, 20 de mayo de 2017

Madrid es plaza de primera, honradla


El toreo, tan simple y tan difícil, reconcilia a todo el mundo sin fisuras

La demanda de los chavales de Madrid, de esos jóvenes que en los pocos años que llevan yendo a los toros, si lo comparamos con muchos que vieron asomar las canas toro a toro, pero a los que les duele el ver la forma de como algunos tratan a su plaza. La juventud es osada, con mucho que aprender y con ese desparpajo a veces insolente y otras encantador de los no muchos años. Estos se creen que van a arreglar el mundo del toro; igual no, pero, ¿por qué pretender segarles de golpe la ilusión? ¿Por qué les vamos a quitar la idea de querer defender su plaza? La plaza que recibieron en herencia y que ven en serio peligro. Con toda seguridad que se equivocarán, mil y una vez y mi más, pero no se les puede negar ese derecho, ni que aprendan de sus errores, pues claro que sí, ¿o es que alguien ha nacido ya enseñado? Si queremos que aprendan, habrá que permitirles que cursen ese aprendizaje, que no todo va a ser censurarles y echarles en cara su juventud, que por otra parte se cura con los años. ¡Bendita enfermedad que a muchos nos gustaría volver a padecer! Esa chavalería, dicho con el máximo cariño, que protesta, que se revuelve y que el día de la Corrida de la Prensa ha mandado un mensaje, una demanda clara, enérgica y sincera: Madrid es plaza de primera, honradla. Y ahí queda eso. Toda una exigencia y declaración de principios, en la que se encierra la intención de no dejar que violenten su plaza, el que defenderán el honor y prestigio de esta y que mientras ellos puedan, demandarán que les imiten honrándola.

Y de manera parecida a lo que llevan haciendo desde hace tiempo y con especial intensidad desde el comienzo de esta feria, han protestado y denunciado desde la dura piedra de Madrid el fraude y la frivolidad que unos quieren imponer y otros consentir. Desde que asomó el primero del Puerto de San Lorenzo las protestas apenas han cesado. Qué curioso, esta ganadería parecía que había iniciado el camino de una remontada que se adivinaba larga y empinada y ha bastado el ser anunciada con unas figuras, para que vuelva a zambullirse en el fuego del infierno taurino. Toros que ni parecían de este hierro, ni Atanasios, ni Lisardos, ni tan siquiera toros. Presentación impropia de esta plaza y con un comportamiento de acémilas descastadas que ha llegado a desesperar. El primero ya fue devuelto por manifiesta invalidez y le sustituyó uno de Buenavista, al que Castella hizo poco caso durante la lidia, algo que tampoco es nuevo. Ya el animalito miraba con ojitos a la puerta de toriles, mientras Castella se esmeraba en muletazos con la pierna de salida escondida y atravesando la muleta para evitar que le pasara más cerca de lo conveniente, según los criterios de la tauromaquia 2.0. Derechazos empalmados, que no ligados, sin rematar. Lo mismo se echaba la muleta a la derecha que a la zurda, pases por detrás, banderazos, alargando el trasteo hasta más allá del primer aviso. Si a ese toro le hubiera dado dos tandas a ley, tengan por seguro que no habría aguantado tanto en pie. Y a pesar de la estocada traserísima y los dos descabellos, hasta hubo petición, mientras esos jóvenes se hacían oír defendiendo el buen nombre de su plaza. A su segundo, ya del Puerto, le dio la misma lidia, esa que consiste en dejarle a su aire, aunque a veces el número de capotazos supere los límites recomendables y soportables. Más vulgaridad con la muleta, con trapazos destemplados, dejándose tocar la tela en exceso, muy fuera, para acabar en las inmediaciones de toriles. Parsimonioso el galo, Se entretiene en exceso hasta para cuadrar el toro, montar la espada y tirarse tras ella. Hasta el toro se aburría de tanta lentitud. Hubo de matar el sexto por cogida de Javier Jiménez, lo que hizo sin problemas.

Javier Jiménez se encontró con uno del Puerto que se tropezaba hasta con el aire y debieron pensar que el ejercicio le rehabilitaría de su invalidez manifiesta, que se pusieron a pegarle capotazos, como si no costaran. Por supuesto que no se le picó, faltaría más, como a sus compañeros. Las fuerzas no les llegaban ni para un cachete en el morrillo. ¡Qué desesperación! Y para colmo, quizá por esa falta de fuerzas y queriéndose defender, el animal empezó a echar la carita arriba. Un muletazo y al suelo, otro más y a despanzurrarse en la arena. Javier Jiménez no parecía tenerlo muy claro, si citarle por el derecho, el izquierdo o llamar a los camilleros. No había nada que hacer pero al menos el matador respondió de la única forma en que podía hacerlo, tirándose a matar entregado y cobrando una estocada entera. El sexto hasta se arrancaba con alegría al caballo, pero ya en el peto buscaba darse la vuelta, con la cara muy alta, esperando poder deshacerse de ese palo incómodo. Comenzó el sevillano con muletazos con la mano alta, el toro tiraba derrotes y en uno de estos le prendió, manteniéndole sobre el pitón una eternidad. Como ya he comentado, se tuvo que ir a la enfermería, ocupando su puesto Castella.

A Alejandro Talavante había quién le esperaba como figura de la modernidad, otros solo veían a un torero perdido definitivamente y otros con la ilusión de verle hacer el toreo, pero creo que de estos no había muchos. Al primero suyo no es que se le picara mal, es que no se le picó y encima el palo se lo apoyaron en mitad del lomo. La verdad es que se mascaba la apatía que transmitía el extremeño. Capotazos y capotazos, sin encontrarle el sentido a tanto sacudir las telas. Ya en la faena de muleta, trapazo tras trapazo, dejando que le tocara demasiado las telas. Derechazos sin templar jamás, lo mismo al natural, pico, para acabar frente a toriles. Un pinchazo y cinco golpes de verduguillo y a olvidar al del Puerto. Para hacer quinto salió un inválido más del Puerto de San Lorenzo, una cabra de Torrealta y el definitivo, un buey del Conde de Mayalde, grandón, gordo, cornalón, que nadie aplaudió, aunque haya quién piense que estas moles gustan en Madrid. Al menos este sirvió de descanso para esa juventud que llevaba un buen rato desgañitándose protestando invalidad y chivas. Salió olisqueando la arena, frenándose y hasta cruzándose por un momento por el pitón derecho. Picotazo y corriendo al picador reserva, dónde ya se empleó más, la búsqueda de la libertad perdida. Empezó Talavante por el pitón izquierdo, dejando que al ir a rematar le enganchara en demasía la muleta. Un natural templadito y ahí empezó una lucha del que quería y del que no se entregaba. Y en esta disputa, mientras Talavante buscaba y buscaba, surgió el milagro, fueron solo unas ráfagas, pero hacía tanto que no se veía torear. Quizás dos naturales y un derechazo, porque no fueron más, tirando del toro y rematando el pase atrás. Faena de altibajos, intermitente, pero en la que asomó el toreo. Tres pases de pecho hondos y toreando y una estocada entera y algo defectuosa de colocación, pero tras tirarse a ley. No va a ser la faena de su vida, ni tampoco para ponerle un azulejo, pero al menos recordó lo que es el toreo. ¿Y qué hacían esos inconformistas y protestotes de los jóvenes de la grada? Igual pensarán que protestar, porque es su condición, pero no, no se equivoquen, porque ellos, como todos, quieren disfrutar el toreo, aunque ahora dicen que hay que emocionarse. Vieron como un torero toreaba y un toro obedecía los engaños, según mandara el matador. Fueron unas gotitas, pero estos, como toda la plaza, lo supieron apreciar, lo que no quiere decir que s descabalgaran de sus convicciones y de esa frase tan cortita y tan llena de contenido que dice: Madrid es plaza de primera, honradla.


viernes, 19 de mayo de 2017

¿Nos hemos portado bien?


Cuando un banderillero aporta más que los maestros

Que no tengan queja de la afición de Madrid, cualquier cosa menos ofender a los taurinos, que no se nos vayan a contrariar por un quítame allá esas pajas; pídannos lo que quieran y sus servidores de la plaza de las Ventas nos entregaremos en cuerpo y alma para satisfacer sus caprichos, por absurdos, injustos y estúpidos que sean. No hará falta que tengan que llegar a entender a esta afición, a saber de sus gustos, de sus filias y sus fobias, no piensen que para Madrid lo primero es el toro y después la verdad del toreo, que no les llenan pinturerías vacías, ni retahílas trapaceras sin fundamento ninguno, despreocúpense de eso. Que Madrid cumplirá sin rechistar con la función del buen aficionado: pagar y callar. No importará que se sienta estafado, engañado, timado, afrentado, no respetado, ni tenido mínimamente en cuenta. Si ustedes quieren jalear a ganaderos que crían reses a las que ni el más optimista podría llamar toros de lidia y a esos mismos engendros infames que cuelan como tales, pues adelante. Que se ven en la necesidad de justificar tanto incompetente que viste de luces y que podrá empalmar docenas y docenas de pases amarrados a la mentira del toreo, pues no solo se justifican, sino que se les ensalza de la manera en que se hizo con los maestros eternos. Que se quieren doblegar a esos soberbios y caprichosos enterradores de la Fiesta, pues cuerpo a tierra. Y si se da el caso, hasta el silencio entregamos en ofrenda para que los transeúntes devoradores de pipas, yintonis o bocadillos de record puedan jalear groseramente la vulgaridad y lo que ellos consideran algo divertido. Pero por favor, no pidan a esta afición de Madrid, bullanguera, ruidosa, indómita, díscola y con formas de ver el toreo a su manera, pero que siempre se ha entregado como ninguna al toro, toro y al torero que se ofrece al torero eterno, a estos no les pidan que echen ni un puñado de tierra sobre el cuerpo inerte de la Fiesta de los Toros, esa que quisieron mantener viva, pero que toda esa gente se empeñó en apuntillar, porque era divertido, porque no cabía la crítica y la exigencia. Entiérrenla ustedes solitos y si les apetece, háganlo con sus pipas, sus yintonis, sus bocatas, sus orejas infestadas de garrapatas, mientras unas figuras carnavalescas las portan con el estúpido orgullo del que un día vio amanecer y se pensó que había descubierto el día y la noche.

Líbrennos los dioses de afear la corrida que al final logró componer Parladé con un remiendo imposible del Montecillo. Con el trapío propio de una plaza de tercera, motivo por el cuál más de media plaza no solo no entendía las protestas, sino que además le molestaban. Flojos, incapaces de cumplir en el primer tercio. El primero cabeceaba con desenfreno, el segundo, que era el quinto antes de que se corriera turno al devolverse el titular, anduvo a su aire, sin que se le amagara con picarle ni un poquito; el tercero que se quería quitar el palo, no fue picado; el cuarto pegó sus arreoncitos en el reserva, para solo dejarse ya a contraquerencia; el mulo quinto no quería ni que le hablaran del palo; y el sexto, que parecía que quería empujar cuándo le tapaban la salida, también se libró de las inclemencias de la puya, no fuera a ser que se derrumbara, como parecían amagar sus hermanos.

Curro Díaz recibió con garbo a su primero con verónicas, rematadas airosamente a una mano. Tras un desarme le puso en serios apuros, pero poco más, faena a un cuasi marmolillo, con lo justo para cubrir el expediente. Al cuarto no es que le hiciera demasiado caso, tú no te metes conmigo, ni yo contigo. Luego vino una faena de haber si me pongo bonito y se me entusiasma el personal, pero unos no debían estar en su día y otros, que el cielo les perdone, censuraban su toreo perfilero, escondiendo la pierna de salida y apoyado en el abuso del pico. Tampoco el animal daba para mucho, confundiéndose por momentos sus andares con los de una acémila del Rocío.

Los revisteros y algunos espectadores aseguran de que Paso por las Ventas un tal Fandiño, que da la sensación de que si pudiera pasar, como en el mus, pasaría a todo, a grande, chica, pares y juego y hasta al de oca a oca y me las piro, porque me toca. Pero la cuestión es que no asimila el que el personal no le jalee los trapazos indecisos entre carrerita y carrerita para recolocarse, mientras dejaba pasar el rato. Al manso y complicado quinto, no le quiso ni ver, con un pitón derecho imposible por el que cortaba un mundo y un izquierdo por el que aprendió en seguida lo que había allí. Solo Víctor Manuel Martínez puso las cosas en su sitio con un par a ley, del que resultó cogido al intentar salir del embroque. El animal no tenía ni un pase, ni medio y a los dos segundos el matador se dio media vuelta para ir a por la espada. Los más optimistas pensaban que podía ser una buena idea, que le machetearía por abajo con rotundidad, para en el momento en que le pidiera la muerte, cuadrar y tirarse detrás del estoque, pero ya digo, eso era cosa de optimistas. Volvió y le soltó una entera que hizo guardia y en mitad de la bronca se permitió hacer gestos al que con su óbolo iba a colaborar en que él cobrara por no querer estar, que estando sin estar, al final, cobró. Y de esa gente a la que dedicó esos amables gestos de soberbio incompetente al que no se le vio ni un gesto de torero.

Mal se comportó la afición de Madrid al no hacer salir a saludar a David Mora al finalizar el paseíllo, tras su última hazaña de escuchar los tres avisos en su última comparecencia. Los méritos siempre deben ser reconocidos y en esta tauromaquia 2.0, parece ser que eso del toro al corral es mérito para ser reconocido allá dónde vaya. Pero Madrid es Madrid y no hay que darle más vueltas. Con su primero, quizá por eso de castigar al personal, se puso muy pesado, empezó con pases por detrás y por delante, para a partir de ahí soltar de golpe su repertorio de destoreo recién llegado de París. Muleta atravesada, cites fuera, al hilo del pitón y sin amagar tan siquiera con rematar uno de sus trapazos. Y como Mora es altote, se debió atracar de toro y dejó una entera muy trasera. Al sexto lo recibió a la verónica en un entre medias de echo el paso atrás, que si, que no, que parece que no, pero que sí. Dos pares de mérito de Ángel Otero, ganando muy bien la cara al toro. Inició el último tercio con latigazos por abajo, con el Parladé tomando la muleta con ímpetu. El espada se limitó a aprovechar los viajes, pero sin mandar jamás, sin aplicar el temple en ningún momento y los mismos defectos de siempre en cuanto a la colocación de él mismo y del engaño, muy fuera, incluso con enganchones, hasta que el animal se fue parando. Nueva entera trasera y el presidente, un as de la cibernética, debió contar los pañuelos, los multiplicó por dos y decidió que había mayoría. ¡Zas! Orejita, hala Madrid ya se portó como los niños buenos y el señor Mora se pudo llevar su vivero de garrapatas para casita y lo pasado, pasado. Y ya solo nos que da preguntar a los señores de la tele, a los de los medios oficiales, a los que van a divertirse, a David Mora, a la cuadrilla de David Mora, al coger de David Mora y a quién sea pertinente, ¿nos hemos portado bien?


jueves, 18 de mayo de 2017

Cuánto racaneo pa’ na



Algunos, más que asomarse al balcón, parecen apoyados en el quicio de la mancebía

Aquí o cambia la cosa o no vamos a ninguna parte, porque entre los díscolos ya archiconocidos que desahogan en una plaza de toros lo que no les dejan expresar en casa; un presidente que niega un cuarto par y que para más INRI niega un despojo a un torero; tres toreros que no se estiran para al menos regalarnos un capotazo o un muletazo que nos llene el ojo, da igual quién, que se pongan de acuerdo entre ellos y lo decidan; seis toros que entre todos no son capaces de aguantar un puyazo y seis picas que ni por asomo parecen decididos a dejarnos un puyazo en lo alto del morrillo, que también se pongan de acuerdo, que lo hagan a suertes, el que saque la pajita más larga, ¡Pum! Premio, a picar. Pero un poquito más de generosidad, ¡hombre! Que el personal se estira menos que una liga de madera.

Yo no sé ustedes, pero cuándo vi salir al primer Fuente Ymbro, feo y justo de trapío, como todos, una vez espabilado de su siesta, y que el Fandi le recibía con dos largas de rodillas, me: hoy va a ser el día. Que tengo yo ilusión de ver triunfar a este chico, pero no me ha durado mi neofervor fandinista ni dos suspiros, ha sido  verle un quite por, ¿cómo diría yo? ¿Chicuelifalleras? Mitad chicuelitas, mitad tafalleras, que ya me ha dejado tocado. Imposible picar a su toro, no fuera a ser que se derrumbase, pero como todos sus hermanos, que entre todos igual juntaban un raspalijón. Y feos y mal presentados, que no se imaginan. ¿Qué le habría costado al ganadero juntar una corrida medianamente presentable. A unos los cría con maíces raros, pero a estos les debió dar altramuces. Tras ese no tercio de varas, el Fandi calentó motores y tomó las banderillas. ¡Ufff! Que lo de las carreras uno ya lo tiene asumido, pero clavar todas las veces desde el costado. Menos racanería y un poquito de generosidad con el aficionado. Y como el tercero le salió cuchuflús, pidió permiso al usía para que le dejara poner el cuarto y yo les confieso que me pareció que se lo dio, pero que el maestro no se enteró y siguió rogando, pero para esos momentos el del palco ya dijo que nanay, porque sí. Cómo se puso el Fandi, y con razón, que la tenía, porque no le dejaron destrozar otro par. Estaba tan muerto el bicho, que casi no permitió que le metieran el pico, ni casi trapazos, pero en el cuarto se desquitó. A este empezaron dándole dos mil capotazos, mantazo arriba, mantazo abajo, pero él erre que erre, que buscaba la querencia de manso. Nuevo show en banderillas y esta vez, el granaino, que otra cosa no, pero avispado es un rato, en la tercera entrada cogió dos pares y como los anteriores, también los destrozó, incluido el del violín. En la muleta el Fuente Ymbro iba y venía que era un gusto, al más puro estilo toro de la modernidad. Anda que no le endilgó series Fandila, ya no nos quedaban dedos en las manos para contar las tandas y al que contaba los muletazos a ley le sobraron los diez dedos y los reservas de las extremidades inferiores. De rodillas empalmados que no ligados, por el izquierdo sacando el culo, con perdón, por el derecho, por todas partes, para terminar en toriles, amablemente invitado por el mansito noblón. Bajonazo dejándole el trapo tapando el sitio de la espada y petición que el señor presidente no escuchó. ¿Había pañuelos? Vaya usted a saber. ¿Había méritos, incluyendo el sablazo y los dos descabellos? Pues no. Pero el Fandi se habrá ido pensando que hay muchas racanería por aquí.

Miguel Ángel Perera ha estado, ¿cómo se lo diría yo? ¿Recuerdan ustedes las faenas del último lustro de este torero? Pues igual, pero aún con menos ganas. Ni el mimo de Curro Javier en la lidia del segundo le animó. Mucho trapazo intercalado de carreras, para eso, para no llegar a nada, si acaso a un bajonazo trasero, más allá incluso de la paletilla. A su segundo, el quinto, que fue el que más se empleó en el caballo, que no quiere decir que le aplicaran castigo alguno, le aplicó la misma faena, con las mismas carreras, con los mismos retorcimientos y la misma muleta atravesada. El toro tampoco tenía mucho, pero como este torero, al igual que muchos, parece que trabaja con taxímetro, pues nada, se lio a dar rodeos y más rodeos, para justificar la factura por su actuación.

El tercero era José Garrido, al que para abreviar se le podía casi aplicar lo mismo de siempre y del toreo moderno, pero con ademanes de artista consumado. A su aire en el primer tercio, mal colocado, a veces circulando por el ruedo como un bulto sospechoso. Con la muleta inició desde los medios, llamando al Fuente Ymbro que andaba entretenido en las tablas. Tandas nada templadas, abusando del pico, brazo estirado y teniéndose que recolocar a cada momento, haciendo con las piernas lo que no consigue con la muleta. Si bien es cierto que los muletazos iban ralentizándose, no por mando, sino porque el animalito ya se estaba quedando parado. Quizá tenía una orejita en el esportón fruto de ese toreo modernista de masas, cuando un pinchazo hondo y dos golpes de verduguillo acabaron con sus ilusiones. Asomaron pañuelos vociferantes, pero el usía estaba rácano, no había manera. ¿Qué más le habría dado a él? Ni que pagara él la juerga. Ya en el sexto no quedaban ganas pa’ na. La misma historia del caballo y a la muleta, que es lo que vale hoy en día. No había hecho nada más que mostrarle la pañosa al toro y al suelo rodando. Pues sí que empezamos bien. Mucho retorcimiento, mucha vulgaridad, enganchones y falta de todo, lo recomendable, y abundancia de todo, lo no recomendable. Y así acabamos otra más, con el run run del cuarto par, de la oreja no otorgada y el no permitir la felicidad en el personal que con tanta ilusión había ido a ver a los de Fuente Ymbro, al Fandi, Perera y Garrido y es que al final, cuánto racaneo pa’ na.

miércoles, 17 de mayo de 2017

El público tiene la culpa


Ahora, más que nunca, se recuerda a Joselito.




Da gusto comprobar la atención que desde diferentes puntos, desde los micrófonos de la tele especialmente, dirigen al público de Madrid. Mi enhorabuena, eso es saber orquestar una campaña contra un posible enemigo que pueda echar a perder, aunque sea momentáneamente, el plan de adormecimiento y anestesiado del que algunos dicen los últimos díscolos del mundo de los toros, los que no permiten no que la Fiesta crezca, sino que estas gentes puedan deambular a sus anchas y sin temor a que nadie les diga que no. Madrid de repente se ha vuelto loca, de un tiempo a esta parte no permite que los toreros expresen y un sector, siempre es un sector, se ha convertido en un elemento insoportable que solo piensa en sabotear esta verbena, descargando así su amargura. Y lo peor de todo es que se creen que saben porque gritan. No hombre, no, lo único que pasa es que a muchos habituales ya les sangra el alma de ver como tarde tras tarde y año tras año, le roban la cartera con inválidos y con señores que se visten de luces. Pero que ni de lejos tienen la intención de actuar como matadores de toros. Pero igual es que este año el señor Casas, don Simón, se siente especialmente afectado por las protestas y preferiría que de una manera o de otra. Sean silenciadas per secula seculorum. Y entre los señores de los micrófonos y los que les escuchan desde sus casas y una tarde les da por asomarse a las Ventas a ver al paisano, pues ya tenemos el montaje a punto.

En la tarde anterior se enfadó mucho el paisanaje de los tres acartelados y se habrán enfadado los de hoy y lo harán los de mañana y pasado y al otro y al otro, porque resulta que hay unos tipos amargados y mal encarados, que pagan religiosamente su entrada y que están dispuestos a muchas cosas, pero no a que les engañen y les guinden el precio de la entrada dándoles inválidos por toros, ni figurines por matadores de toros. Eso sí, estos educados transeúntes, fieles a la doctrina seguida por el señor Fernández Román, por el señor Amón, el señor Apaolaza, por el señor Muñoz y por don Maxi, del que ignoro su apellido, no dudan en mandar callar al disidente, ni exigirle que no venga o que se vaya, simplemente por no tener la misma opinión. ¡Ole, ole y ole! Y que viva el espíritu democrático y las buenas maneras de estos caballeros con unas tragaderas más amplias que el Canal de Panamá.

Estos díscolos son los culpables de que el señor del Álamo no sea capaz de recoger un toro sin rectificar a cada lance, de que a su primero no se le haya podido picar por riesgo de derrumbe del animal oque ya en la faena de muleta el salmantino se haya entretenido en dar tandas y tandas de trapazos largando tela, sin llevar jamás toreado al de Lagunajanda, abusando del pico de la muleta, de que el animalito no se sujetara en pie y de que se le despachara de un bajonazo insultante. También puede ser responsabilidad de Madrid del tipo chivo que hizo cuarto al que abandonaron a su suerte en el caballo, de que no se le pudiera picar mientras cabeceaba desesperadamente o de que nuevamente el matador deambulara entre muletazos desganados, enganchones y sin poner jamás la muleta plana y de que se pasara el toro allá en las lejanías, de que haya pasado como un alma en pena, como tantas y tantas veces, pero sin el valioso apoyo de sus convecinos mirobrigenses.

También es culpable la afición venteña, perdón, un sector de reventadores y saboteadores amargados, de que el primero de Jiménez Fortes saliera ya dando traspies y de que le tuvieran que poner a palmo y medio del caballo, pero tan poquita fuerza tenía, que ni podía empujar, aunque el animalito quisiera. Debe ser que ese grupito forzó a Fortes a recibirlo de rodillas para que acabara liándose de mala manera y ya de pie, liarse a pegar trallazos sin ningún asomo de temple. Que tanto, tanto atravesaba la tela, que el animal se le colaba una y otra vez, defecto que no pareció intentar resolver el torero. Se le apreciaba voluntad, pero poco más, enganchones, mala colocación, llegando a hacerse pesado, pero como tenía ganas de estirar las piernas, se dio la vuelta al ruedo, eso sí, obviando las protestas de los malotes del barrio. Es más, en estos casos tenían que ser dos las vueltas. Quizá en su segundo fue desde los tendidos desde dónde le hicieron culebrearcon el capote  peligrosamente en la cara del toro, lo que tampoco me extrañaría, porque además de los vociferantes, están los educados que se levantan, entran y salen o se ponen a llamar al cervecero cuándo les sale de ahí mismo; y no les digas nada, que te la arman, pues no son ellos nadie. Pero estábamos en el quinto, que aún con un solo pitón, puso en apuros al picador, que se esmeraba en taparle la salida. Tras un desastroso y desordenado tercio de banderillas, que vaya usted a saber por culpa de quién, recibió al toro con telonazos, un invertido con la izquierda, prólogo de un repertorio en el que no se acababa de saber a dónde quería llegar. Para que luego digan que la gente se solivianta. Si es que crean mucha inquietud ese no saber a dónde quieren llevarnos. Una faena de esas que gustan en esas plazas de Dios, pero que los exacerbados  madrileños no acaban de entender, pero que se pongan como se pongan, tienen que aguantar ese trasteo largo, largo, largo y más aburrido que largo, largo, largo y más insustancial que ...

Y acababa Román su feria. La verdad es que le vamos a echar de menos, porque torear, torear, no sabrá mucho, pero, ¿y el afán que le pone? ¡Ojo! Que servidor ha oído por ahí que el chaval poco menos que ha toreado como los ángeles, pero ya saben, es lo que tiene el ser de Madrid, que se nos nublan los sentidos. Lo que sí que se le vio es poner el toro al caballo y dejarlo en buen sitio, que ya es de valorar. Lo que no era garantía de que no cabeceara, ni que no se le pudiera picar. Complicado por el pitón izquierdo, esperando a los banderilleros, para en el último momento pegar el arreón. Eso sí, ya en la muleta, puándole citaba dándole distancia, el toro iba a la muleta, mejor por el izquierdo, pero el valenciano se limitaba a ofrecerle la muleta torcida, sin templar y teniéndose que estar recolocando entre pase y pase. Como la cosa no iba para arriba, tiro del recurso de meterse entre los pitiones, siendo enganchado en una ocasión, lo que enardeció al respetable y si no hubiera sido por tanto fallo con los aceros, seguro que habría tenido petición, pero de los buenos, no de los siesos de Madrid, que esos no dan ni un respiro. Al sexto, que fue ovacionado de salida por su imponente lámina, le abandonaron a su suerte cerca del caballo, al que fue con la cara muy alta, tapándole la salida y con dificultad para sacarlo del peto, especialmente mientras él estaba por dentro, pues se enceló con el caballo y no había manera. Bien cogido en el segundo encuentro, mientras el de Lagunajanda quería buscar el estribo izquierdo del penco. En el desorden y falta de atención de los capoteros durante el segundo tercio, hasta pudo lamentarse algún mal revolcón, mientras el toro se empezaba a adueñar del ruedo. Ya en la muleta, Román tenía la oportunidad de demostrar su torero ante un animal que no lo ponía fácil, pero al que daba la sensación de que se le podrían hacer cosas, cosas que por otro lado tendrían su valor, precisamente porque se lo daba el propio toro, pero esa mala costumbre de pegar pases y no de torear, es la que hizo que Román no consiguiera un triunfo de verdad, pero como pasó con sus compañeros, fue él que no hizo las cosas, el que no supo y nadie más, aunque si hacemos caso a esos señores, y a algunos más, de la tele, si no se triunfa en Madrid es que el público tiene la culpa