viernes, 26 de septiembre de 2014

Fandiño, la S.D. Eibar y el señor Andueza, don Eneko

Los toros de primera que no ven los de la primera


Estaba yo asomado a mi ventana, esta desde la que llego a ver de todo, lo mismo los ecos de las Corridas Generales, que la Liga de Fútbol, que las hazañas de los grandes fenómenos de la tauromaquia delante de esos animales colaboradores que tanto aprecian y tan poco respetan, y me he quedado sorprendido con los logros conseguidos por Iván Fandiño y la Sociedad Deportiva Eibar, así como la reacción de Eneko Andueza un muy buen aficionado a los toros y entusiasta entregado al equipo de su pueblo.

Quizá sea yo quién no acabe de entender los mecanismos que mueven el mundo y mucho menos la sección toros y fútbol; no solo no me sirven los paralelismos para aclararme, sino que me enredan más, es como si el caos me absorbiera por los pies y me tuviera dando vueltas en un remolino semántico, semiótico y filosófico durante siglos. Déjenme que me explique, aunque si a mitad de lectura ustedes saben la respuesta, por favor, háganmelo saber, no lleguen al final, iluminen mi camino.

Resulta que los toreros, tal y como está esto montado, cuando no son maestros consumados y reconocidos por el orbe taurino, se ven obligados a enfrentarse a ganado de toda clase y condición excepto con los facilones. No ven un mojicón desmochado ni en las retransmisiones del Canal Más y no será precisamente porque ahí haya escasez de ellos, pero yo creo que les deben prohibir ver las corridas de los Cuvillitos, Garcigrandes, Victorianos, los Neovictorinos, Jandillitas, Juanpes y demás piezas de la colección de “hierros artistas/colaboradores”; ideales para indultos, hazañas de arte taurino vanguardista y hasta para completar una colección de torillos llavero, si guardas los cupones que se publican cada día en Mundotordo y Burlardero. En apariencia hay toreros de estos que parecen querer convencernos de que su propósito es mantener en todo lo alto su orgullo de matador de toros, cultivado a base de vérselas con los Cuadri, Escolares, Adolfos y todo lo que no se deja tocar las orejas componiendo poses de bailarín de opereta. Pero la realidad nos demuestra que son muchos más los que ven esto como un calvario irremediable por el que tienen que pasar para poder optar a carteles más... más... más redondos, que no me salía la palabra.

Puede parecer un contrasentido, que las figuras no toreen toros y que los aspirantes se las ven con ellos una tarde sí y la otra también. Siempre hay quien ingenuamente pide que las figuras se anuncien con lo que se ha dado en llamar hierros toristas, encastes minoritarios o ganado imposible. Pero no han terminado de hacer la petición, cuando ya te salta el taurino de turno diciendo que es que las figuras están en primera división y que por eso se han ganado el derecho a matar todas las camadas de los mojicones con cuernos. Fíjense en el caso de Iván Fandiño, el último que parece haber ascendido a esta división de honor, sin promociones ni nada, directamente. Ha pasado de tener que tragar con lo que le echaran a estoquear casi en exclusiva el toro domecqsticado. Pasó por lo de Parladé, forjándose esa leyenda de gladiador que no conoce el miedo, aunque fuera con corridas que no aguantaban un puyazo, pero consiguió su propósito, el hacer creer que era un torero de una pieza, alimentando su leyenda con detalles como el entrar a matar sin trapo. Luego ya sabemos lo que vino después, lo del “baja tú aquel. ¿Qué nos creemos? Igual nos pensamos que se le puede exigir que se enfrente al toro, pero, ¿desde cuando? El de Orduña ya ha subido a primera división y ahí la comodidad es mucho mayor y la exigencia casi ni debe considerarse.

Y aquí viene lo del Eibar. ¿Cómo es posible que tras su histórico ascenso a la Primera División, tenga que enfrentarse a los mejores equipos del país? No es lógico. Gana a todos los de la división de plata y ahora encima pretenden que juegue contra el Barcelona, Real Madrid, Valencia, Sevilla y hasta con el campeón del curso pasado, el Atlético de Madrid. Siguiendo la lógica taurina, esto me parece un timo, un abuso. Lo lógico sería que una vez arriba, este año jugara contra el Sestao River, Aurrerá, Amurrio, Athletic B o el Real Unión, y no contra los mayores, sino contra el equipo juvenil. Y si a alguien le parece mal, que reclame al maestro armero. Pero no, yo veo en las redes sociales a Eneko Andueza, que por el contrario, está encantado con que pasen por su casa los mejores, aunque goleen al club de sus amores. ¿Estamos locos? ¿Nadie tiene dos dedos de frente en este país? O sea, que suben a Primera, como Fandiño y quieren jugar contra los equipos más difíciles, que incluso algunos tienen títulos europeos, copas y supercopas y cuentan con jugadores que son de lo mejor del mundo.


No soy de dar consejos, ni de decirle a nadie lo que tiene que hacer, pero en este caso creo que se hace necesaria mi intervención y pedir enérgicamente a las fuerzas vivas de Eibar y más concretamente a don Eneko Andueza, que eleven una propuesta a la Liga de Fútbol profesional, a la federación, a la UEFA y a la FIFA, si hiciera falta, para que acaben con este despropósito, con este abuso, con esta injusticia y esta desconsideración al Eibar y a sus seguidores, que por otra parte, repito, están encantados con la situación, para que dejen de enfrentarse con este tipo de equipos. Hasta ahí podíamos llegar. Que seguro que me sale el listillo de turno que lo lógico sería que Fandiño y todas las figuras del escalafón de matadores se enfrentara también a todo tipo de ganado, el cómodo, para demostrar su arte y el complicado para ver la dimensión de torero que puede ofrecer cada uno. Precisamente porque son los mejores y a los mejores es a los que más se les puede exigir que lo demuestren. Que pensándolo bien, la idea no es tan descabellada, si hasta parece lo más normal, que los buenos... Porque entonces..., si los borreguitos bobones y facilones van para las... Y si los aspirantes tienen que vérselas con el toro complic... Creo que me estoy liando, estoy sufriendo un cortocircuito en mi ser más profundo. Igual lo razonable es lo del Eibar y no lo de... ¡Ufff! Espero que Eneko Andueza no haya mandado la carta a la FIFA, porque si no... ¿Por qué en el mundo de los toros hay tanto sin sentido? ¿Por qué no se deja sitio a la lógica? Ahora sí que necesito que me alumbren en mi camino. ¿Alguien me presta un casco de minero?

martes, 23 de septiembre de 2014

Una del Partido de Resina

A ver si vuelven pronto estos Pablo Romero, ahora Partido de Resina


Hace tiempo que no me enfrasco en la crónica de una corrida y por el momento, hoy tampoco va a ser el día, pero sí que me gustaría poner en común algunas cosas que me dejó dentro la corrida de lo que antes llamábamos siempre Pablo Romero y ahora la mayoría de las veces. La ilusión era muy grande, los aficionados acudían a la plaza como si estuvieran citados con una novia de la juventud a la que quisieron como se quiere a los 16 años. No esperaban nada, pero allá que iban todo repeinados, con la última camisa estrenada y los zapatos como espejos. El recuerdo lo merecía y los buenos ratos del pasado, mucho más. ¡Los toros guapos! Y fueron saliendo uno por uno. Con buena presencia, aunque no en todos los casos la novia era tal y como la recordábamos. No diré eso de fuera de tipo, porque ya hasta huele mal la expresión, pero sí que se echaban de menos aquellas redondeces y aquellos pitones muy bien puestos y poco o nada destartalados.

La primera sorpresa es que los de Pablo Romero, ahora Partido de Resina, no se cayeron; hubo alguno que parecía arrastrar cierta cojera, pero nada que ver con las invalideces y flojeras que se esperaban. Esa sensación de querer condescender con todo, de pretender ver luces de esperanza en asomos, que no en signos reales se desvaneció a medida que avanzaba la tarde. A ver si va a ser que este hierro está mucho mejor de lo que se preveía. Si la novia todavía lucía unas piernas esculturales. Pero ninguno sirvió tal y como se entiende ahora eso de servir, el toro bobo, que da igual lo que se le haga y que aunque le cuelguen margaritas de las orejas, el animalito entra a la muleta para acá y para allá como si le guiara un trole.

Resulta que la corrida salió para que se la toreara, justos de casta, no se comían a nadie, ni aunque fueran disfrazados de saco de pienso, incluso alguno como el último, parecía más geniudo que encastado, pero bueno, que no te aburrías. Quizá los juanpedristas, aunque ellos no sean conscientes de ello, acabaran  desolados por no ver a un toro facilón, tonto y repetidor en el tercio de muerte. Que luego se hincan de hinojos ante el genio y medidísimo picante de los Parladé o Juanpedros y hasta de los de don Victoriano del Río, adjudicándoles méritos para encajarse la corona de reyes de toda una feria de Madrid. ¿qué no les pican? Da igual, pero siguieron la zanahoria que daban ganas de llevárselos a merendar un chocolatito con churros. “Es que no se les podía picar”, te dicen. ¡Coñ...! ¡Cáspita! Pues a los del Partido de Resina les pegaron de lo lindo y todavía alguno acuso la falta de un picotazo más, aunque esto no lo pondré como censura, pues con tanta cera parecía que iban a despanzurrarse allí mismo, pero luego aguantaban y hasta seguían los engaños con ánimo de quererlos enganchar, buscando a eso que se les escapaba por una miaja de hierba.

Entonces, ¿dónde estuvo el motivo para que los señores de luces salieran en triunfo? Pues porque una cosita es eso de torear y otra lo de pegar pases, algo a lo que está demasiado habituada la torería de hoy. Torear es fijar al toro de salida y no dejarle a su aire, como se dejan a los demás, llevando el toro al burladero del 6/7 a ver si se le machaca contra las tablas; que curioso, estos no se dejaban cerrar y aguantar ahí con el númerito de la mano que hipnotiza. Estos eran más de las formas pasadas de moda, que lo pare el peón y que una vez el toro quedo en las telas, el maestro lo toma con el capote, para acabar dejándolo en el caballo con un remate, y no con eso del “ahí te quedas”; esto en el mejor de los casos. No se lo van a creer, o igual sí, pero no se puso ni un toro al caballo correctamente. Unas veces se marchaba él solito, otras al relance, otras muy, muy en corto, para no afligir al picador. Y para sacarlo de la suerte, los señores banderilleros de nuevo, mientras los matadores se acicalaban el capote, allá en las inmediaciones del bingo de Manuel Becerra. Ellos pendientes de cantar línea y resulta que en el ruedo tenían el cartón del bingo especial. Ya digo que se castigó bastante, y de mala manera, a toda la corrida; hicieron cosas de mansos, pero no rehuían la pelea, ni el castigo. Cosas del toro de lidia. Uno de ellos salió respingado al notar el palo en una que pasaba por allí y luego hasta se permitió empujar. Que el mansito no lo era tanto, pero ¡ojo! que ninguno insinuó tan siquiera un mínimo de bravura, seamos justos.


En banderillas sacaron a relucir las dificultades que nacían de haber soportado una nefasta lidia. Ahora empezaban a echar cuentas de todo lo malo que se les había hecho, de los innumerables capotazos de todo el que se asomaba por allí, dados a destiempo y de mala manera. Y ya en la muleta, pues para qué más. Que les enseñaban que por el lado derecho el trapito se les metía en la oreja, pues la siguiente vez, muy obedientes ellos, allí que se iban a buscar; que el truco era que a mitad del viaje les quitaban el trapo, pues se quedaban con la copla. Pero si se les llevaba muy toreados y dominándoles, hasta se prestaban al lucimiento, pero si el de las medias rosas ofrecía mando y firmeza, porque había que jugársela. Lo que no admitían eran faenas de mil pases y mucho menos de abaniqueos, que la tarde empezaba a estar fresca y no les apetecía que les airearan los hocicos. Hubo un toro, el tercero, al que el bueno de Rubén Pinar pretendía aplicarle la receta de la Tauromaquia 2.0, trapo que va y viene, sin obligar lo más mínimo, echando al toro para afuera. Pues ahí el animal se aburría y se iba descaradamente, entraba con ninguna convicción y adiós muy buenas. Pero que lo mismo era cuando iba para adentro, que cuando lo mandaban para afuera. Pero las escasísimas veces que le bajó la mano y le metió en la muleta, incluso dejando que se la tocara, el Pablo Romero no cejaba en su empeño de querer coger aquello y sin acusar querencia alguna. Igual va a ser que estos muchachos tendrían que quitarse de la cabeza la faena prefabricada y plantarse ante el toro con la mente limpia. Sería absurdo detallar lo hecho por los tres matadores, pues fieles a una forma de hacer, cada uno a su manera se estrellaron contra su impericia y falta de afición, con ese querer ser figuras del toreo y ese rango tan cacareado de ser profesional, sin darse cuenta de se iban a poner con “Una del Partido de Resina”.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Último martes de septiembre, fiesta grande en Tamames

La emoción deambula por las calles


Llega septiembre y Castilla saca sus galas para honrar a sus patrones. Acabadas las labores del campo y con la saca repleta, es tiempo de resarcirse de los fríos y los calores extremos de la tierra. Como las moras en la zarza, las fiestas van brotando sin cesar, sin distinguir si es en aldeas, villas o capitales; y, aparte de la reciente moda de las peñas de identificarse con su camiseta, el elemento más común a toda celebración es el toro. Charangas, bandas uniformadas, majoretes, coros de borrachos o procesiones de cura, monaguillo y mujeres tocadas de mantilla, todos se detienen para dejar paso al tótem ibérico.  Ya se encargan las autoridades terrenales y las de los asuntos divinos de procurar que no se mezclen los trajes domingueros y capelos parroquiales con cencerros, carreras y quiebros para esquivar un derrote.

Esto me hace recordar como hace ya muchos años, en un pueblo de Salamanca, antes Tamames de la Sierra y ahora, solo Tamames, hubo un mozo que pareció no respetar la tregua que las fuerzas vivas daban a la población para mudar las galas y joyeríos de las señoras por otra ropa más cómoda y acorde con el encierro. Nadie lo había hecho ley, pero era de buen cristiano el permitir que los más presumidos se enseñorearan con sus trajes recién estrenados, las damas intentaban domar los tacones de sus zapatos nuevos y si hacía el caso, dejaban caer pulseras y collares asomados a los balcones de sus escotes. Pero ya digo que el mozo en cuestión parecía aturdirse con el tintineo de las joyas y poses bambollonas de quiero y no puedo, y decidió que era mucho más alegre el de los cencerros de los acompañantes de los toros. Y allá que se fue con tan sonoro aparataje, entrando en el pueblo por el extremo de la calle Larga por el que se esperaba el encierro, pero más tarde. Ante tal escandalera y sin preguntar, ni mirar, las joyas chocaron sin son unas contra otras, los tacones se revelaron potros salvajes y los ajustados cortes de los trajes de sastre mostraron inmediatamente las limitaciones de movimientos a que sometían a sus perchas. No había talanqueras suficientes para esconder tanto miedo, ni calles lo bastante cortas como para salirse del trayecto de los toros. Cuatro tolón-tolón a destiempo y el pueblo se convertía en un enjambre de locos. Como si fuera un huracán, solo hubo un instante de calma, precisamente en el ojo de tal huracán, cuando aquellas almas perdidas que buscaban su armazón para presentarse al Juicio Final se dieron cuenta del motivo de sus porrazos y angustias: el mozo contemplando la acogida de su concierto de cencerro, “la Cencerrada”.

Esto es simplemente una anécdota, algo que ocurrió ya hace muchos años, tantos que solo sus hijos y algún mayor del pueblo lo recordamos, tal fue la hazaña. Pero el caso puede servir para comprobar lo presente que está el toro por allí. Primero arreglan sus cuentas con el de arriba y luego se entregan al jolgorio aquí abajo. Sacan a su Cristo del Amparo por las calles de Tamames para que todos puedan recibir su bendición. No soy capaz de saber si es mayor el respeto que la emoción, pero a Él se postran con extrema devoción creyentes y ateos, pues las creencias parecen no importar si se trata del Cristo. En su presencia se te vienen a la cabeza los que ya no están, los que otras veces lo portaron, los que a Él se encomendaron pidiendo que sanara a los enfermos, que ayudara a los suyos o que acogiera a los que acababan de marchar. El Santo Cristo del Amparo, que como ocurre con el pueblo, hayas nacido o no en él, ya te atrapa, será por eso que hay puchereros natos y de adopción, los que venimos de la raíz que allí agarró.

Pero toda esa emoción cambia de rumbo, que no de intensidad y nos pone delante de las vacas que, esta vez sí, se soltarán sin sorpresas, ni sobresaltos, aunque igual a aquel mozo le estén sujetando cuatro ángeles del cielo para evitar más caídas de las inevitables. Siempre parece que habrá embotellamientos durante el recorrido, la calle está abarrotada, pero es abrir el cajón, asomar los dos pitones y la testuz rizada y desaparece el mundo, si acaso cuatro mozos con buenas piernas, algún aguerrido aficionado y en tiempos, una mujer que con una rebequita hacía retorcerse a los animales, como si fuera la mismísima Juanita Cruz. Las carreras pueden ir en cualquier dirección, pues la cuestión es que la gente se divierta y pase sus apreturas con las vacas. Llegada a la plaza y vuelta, tantas veces como el bicho aguante. Pero el día grande, la fiesta en toda la extensión de la palabra, es el martes, siempre el último de septiembre, con su encierro a caballo, entrando los toros por un extremo del pueblo y guiados por los caballistas, que apurados en más de una ocasión han tenido que agarrarse a un balcón, bien con las manos o con los dientes. Y no exagero.

Y por supuesto, por la tarde, la corrida, novilladas en las que los alumnos de la Escuela de Salamanca tienen ocasión de dejarse ver, aunque no son los únicos, también las “figuritas” del escalafón inferior han lucido palmito al pie de la Sierra. Incluso un tal Daniel Luque se asomó por allí tal día en el que exigió afeitar los toros, bajo amenaza de no salir, lo que no fue del agrado ni del señor alcalde, ni de los números de la Guardia Civil. Si es que ya apuntaba maneras. Pero la aspiración eterna de este pueblo es el tener un hijo del pueblo torero y una plaza de toros permanente. Que allí se anunció don Antonio Bienvenida por última vez, días antes de su fatal percance, pero siempre en plaza portátil. Si es que ya lo decía el mozo de los cencerros: Parece mentira que Tamames no tenga plaza de toros. Aunque él disfrutaba igual en su pueblo y mucho más cuando se escapaba para estar el “Último martes de septiembre, fiesta grande en Tamames”.


jueves, 18 de septiembre de 2014

Mis toreros de Linares

Toreo puro para paladares refinados y grandes corazones 


Hace tiempo, por una de esas casualidades de la vida, tuve la fortuna de poder colaborar en Opinión y Toros, de expresar mi forma de ver esto de los Toros y hasta de mostrar mis dibujos. El premio era de los gordos, pero escaso para lo que allí encontraría tiempo después, aficionados, con sus gustos y preferencias, un ambiente de libertad, eso que se dice tú escribe lo que quieras, de acuerdo con tu parecer, tu conciencia y el respeto debido a todo el mundo. Aunque en este momento quiero dedicar mis pensamientos a dos amigos que me encontré un día en que compartíamos una paella, mientras hablábamos de toros, Pepe Luis Bautista y Manolo Troya. Hijos de Linares, protegidos de la Virgen de Linarejos y súbditos del Toreo puro y del Toro íntegro. Tan sabios que no dudan en mostrar sus dudas y preguntar para cerrar sus interrogantes, que son muchas, no por ignorancia, sino por esa inquietud del aficionado insaciable.

Aquel día recuerdo como hablaba yo con Manolo Troya en un aparte, de los toreros que nos enamoraron, de las formas de cada uno de hacer el Toreo y de aquellos toros a los que había que poder inevitablemente. En esto se nos acercó Pepe Luis Bautista interesado por la conversación que íbamos tejiendo. A partir de ahí ya no hemos parado. Nuevas paellas, nuevos encuentros y conversaciones en las que unos convencemos a los demás de que no estamos tan locos, que las cosas que recordamos pasaron de verdad. Me llevaron a su tierra para hablar de Toros y en 24 horas compendiaron todas las emociones posibles que uno pueda imaginar en torno al toro. Desde pisar la arena en la que cayó Manolete, un continuado paseo por la historia de la Tauromaquia por las calles del pueblo visitando los santuarios que Dios quiso poner allí, encuentros con amigos que se desplazaron desde Huelva, Sevilla, Úbeda, charla con aficionados de fuste que no te regalaban nada al hablar de su pasión, aunque te daban el corazón si fuera necesario. Un regalo que recibí a manos llenas, en un momento en el que uno no pasaba por sus mejores días, con algunos desconchones en la salud, pero que salió de allí con energía para comerme el mundo y a todos los tramposos de la Fiesta.

O aquella tarde de octubre, a las puertas de la plaza, cuando Bautista me comentaba que esperaba que aquella tarde empezara con fuerza, para así marcar un ritmo alto desde el inicio. No digo más que fue la tarde de Juan Mora, en la que con dos faenas de menos de veinte pases puso Madrid patas arriba. Y además el buen toreo de Curro Díaz y Morenito de Aranda. Menudo bombazo, que brujo el de Linares. Muchas conversaciones telefónicas en las que nos confesábamos de nuestros pecados taurinos, el no entender esto que nos está pasando, esos medios toros, ese toreo mentiroso y esos que aclaman toda esta filfa, vaya usted a saber por qué.


Pero hay momentos en los que todo esto pasa a un segundo plano, en los que uno no pretende hablar de esta pasión que hace que nos corra la sangre por las venas, aunque las referencias son siempre inevitables, pero lo que uno busca es escuchar la voz del amigo y saber cómo está, si esos malos momentos van quedando atrás y si el espíritu de estos toreros va venciendo a todos los males, doblones por bajo a esos achaques que pegan derrotes queriendo partirte la taleguilla, muletazos con la mano baja, mandones y poderosos, esperando que el bicho se entregue y acabe pidiendo la estocada en todo lo alto, para dar paso a la felicidad. Espero que pronto mis amigos, que como tales les tengo en mi galería de ilustres, salgan a hombros de los suyos y victoriosos vuelvan a no entender el por qué de tantas barbaridades que se jalean y el motivo por el que tantos maestros huyen del toro. Aunque no dejaré de guardarles un rencor casi enfermizo, cuando les veo en el campo moviendo las telas y pienso, ¡serán cab...! Yo quiero torear así, yo quiero sentir así, pero me es imposible. Será porque no estoy amparado bajo el manto de la Virgen de los Linarejos. Troya, Bautista; Bautista, Troya, va por ustedes, con toda la envidia que se puedan imaginar por ese don que Dios les dio; será por eso que sois “Mis toreros de Linares”.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Fandiño ingresa en la Cofradía del Baja Tú

Baja tú y si quieres, me toreas, aquí te espero.


Ahora sí que se puede afirmar con rotundidad y sin miedo a equivocarse, que Iván Fandiño es un figura. Ya ha alcanzado las cotas que otros ni sueñan rozar con los pensamientos. Él, el de Orduña, el que lo mismo entra matar sin muleta, que torea a unas velocidades que le permitirían pasar dos toros a un tiempo, el que fue censurado por un caballero, que previamente había pasado por taquilla y que no estaba de acuerdo con algún aspecto de su actuación, ni corto, ni perezoso le espetó con esa expresión tan del toreo de estos días: “Baja tú”. Ahí queda eso, con un par. Una sentencia que encierra mucho más de lo que aparenta a simple vista. Todo un compendio de filosofía taurina en solo dos palabras, “Baja”, “Tú”. La expresión del sentimiento que a un genio le emana de dentro, como el manantial lo hace de la roca. la lava del volcán o la ventosidad de entre las posaderas de la grosería.

Ya hubo otros que le precedieron, pero no vestidos de luces y ante la queja de un espectador, si acaso era un lugar común de la dialéctica de los faltos de argumentos taurinos para iniciar un diálogo sobre un hecho sucedido en el ruedo. Pero vestidos de luces no han sido tantos los oradores que se han expresado de semejante modo. El gentil Morante de la Puebla ya ofreció los trastos a un señor del tendido en la plaza de Madrid, pero aún siendo el fondo idéntico, no se atrevió a liberar esa expresión en la atmósfera madrileña: “Baja tú”. Hay que tener mucha decisión, mucho valor, mucha ignorancia y escaso respeto para espetar semejante rebuzno a quien paga por entrar a ver una función de toros.

Admiro este supremo gesto de humildad, este reconocimiento público de la incapacidad de un torero para hacer lo que se espera de un torero, que sin pensárselo pide el socorro de quién simplemente aspira a ser un mero espectador. El que cobra, el que se supone que debe saber resolver la papeleta que le presenta el toro, no puede cumplir con su función y clama porque se le tienda una mano con más pericia que la propia. Ya se adivinaban señales que hacían pensar que Fandiño era presa de carencias en el manejo de los trastos de torear y un profundo desconocimiento de los recursos que se le suponen a un matador de toros. Con decisión suple una perseverante ausencia absoluta de temple, lo que dificulta eso que se llama Toreo, teniendo que conformarse con intentar apartar como sea las telas del hocico del toro, lo que no es sinónimo de torear; si acaso digamos que ejecuta con destreza la suerte de la zanahoria.


Se decía hace muchos años, muchos, allá en los tiempos en los que los matadores de toros paseaban con gallardía su torería y fama bien ganada ante el toro, que lo no conseguido con capote y muleta se lavaba con la espada, en la suerte suprema. Pues resulta que don Iván, el señor Fandiño, ante esa poca maña para manejar la tela y la espada para dibujar la cruz que acabará con el toro, ha tenido que poner en funcionamiento la máquina de cavilar e idear unos modos y maneras que más parecen números circenses o tretas de matarife, que suertes del arte de torear. Será porque se le apelotonan los trastos, que las manos se mueven a su antojo, que no se ve capaz de dominar a un tiempo estoque y muleta. Y que conste que no me refiero únicamente a eso de tirar con desprecio un atributo reservado para los maestros, como es la muleta, antes de perfilarse, sino de ese mal gesto de en el momento del embroque soltar el palo a las manos del toro para conseguir que descubra la muerte y así poder meter el acero por el hoyo de las agujas, o dónde caiga, que esa es otra. Como si contempláramos un truco de prestidigitación, arranca con espada y pañosa y sale sin ninguna de las dos, así, ahora lo ves, ahora no lo ves. Creo que quedan claros los méritos adquiridos por don Iván Fandiño para ser reconocido como firme aspirante portar birrete y banda de la poco honrosa y reconocida Cofradía del Baja Tú. Sea.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Señalemos a los verdaderos culpables: el aficionado



Había que barrer a todos esos aficionados que quieren acabar con la Fiesta desde dentro
Ya está bien de paños calientes y de mirar para otra parte, ya vale de permitir que el aficionado diga y haga lo que le dé la real gana, dimitiendo de su verdadera obligación, apoyar a la Fiesta de los Toros y luchar por ella a brazo partido, dejándose en paz de bobadas que no ayudan en nada. Y si entramos en los que escriben en los blogs, portales taurinos y redes sociales, entonces la cosa ya alcanza unos límites de desvarío inaceptables. ¿Por qué las cosas siempre se ven por el lado malo? ¿No hay manera de que se vea lo bueno y se destaque para que se sepa? Que es muy fácil eso de no acudir a los Toros porque los carteles son una birria, que si los toros, los toreros... Pero, ¿qué importa eso? ¿Qué importa que los toros sean de fulano o mengano o que toreo Paco o Pepe? Eso es aferrarse a lo superfluo y no a lo importante.

Voy a tomar como ejemplo la plaza de Madrid y lo que llevamos pasado en este verano. Los aficionados se quejan de que no ha habido una entrada que superara el cuarto del aforo, aunque puede que algún día hubiera un pelín más, que los japos llenan mucho. Pero nadie se para a pensar en la amplitud de los tendidos y en la comodidad para los asistentes, que hasta pueden estirar las piernas y repanchigarse contra la localidad de detrás. Que eso no se valora señores, que eso lo pasan por alto y nadie dice nada. Eso sí, los que no acuden a la plaza dejan de cumplir con su principal obligación, bueno, con una de las dos más importantes; en este caso es la de pagar y la otra la de callar. Algo que no todo el mun
do sabe, según parece. Los mismos que a la salida no disimulan su cara de aburrimiento. Será que les cuesta mucho salir con una sonrisa en la boca, aunque sea crispada, que eso da lo mismo, que los que están fuera no saben si es forzada o que les ha dado un mal aire. Hay que salir sonriendo y haciendo amagos de salir toreando, a ver si así engañan a otros tontos para el domingo siguiente. Pero no, ellos van y salen comentando la corrida. Anda ahí que le den a la corrida. Si ahora va a ser que lo importante de los Toros son los toros, lo que pase en el ruedo. Claro, hombre y ya puestos, nos fijamos en si pican al toro, si los de las medias rosas torean o pegan trapazos. La cuestión es inventar para no salir contento y feliz. No se les ocurre pensar que van a tomarse unas cañas, que vuelven a casa con la familia, las extranjeras con los muslos al aire que se ponían como gambas al sol y lo gracioso que era ver a los guiris acompañando con palmas a la banda de música. Muy, muy parecido a lo de Año Nuevo en la tele, pero con chanclas, bermudas y cara de no saber qué hacen allí, como si buscaran el ovni que les ha dejado allí abrasándose sobre la piedra venteña.

Anda que no habremos visto cosas buenas este verano, en una tarde, hasta dos orejas. ¡La juerga padre! Eugenio de Mora, Leandro, Serafín Marín, con las mismas trampas de siempre, sin ninguna solvencia lidiadora, haciendo las cosas como Dios les daba a entender, pero con taurinos de verdad en los tendidos, de esos que no se les cae el ¡bieeejnnn! del hocico y que si escuchan a uno gritar en la otra punta de la plaza, si hace falta les insultan, para que la chiqui vea que su novio es un tío de pelo en pecho y sobre todo, ¡eh! sobre todo, muy taurino. Si es que me emociono cuando se dirigen a las Ventas con su camisa azul no sé qué, con los cuellos blancos de pana y los puños medio vueltos, con pantalones naranjas pesqueros, sin calcetines y zapatos con borlas rosa capote de brega. La almohadilla con los colores patrios, airosamente llevada por el asa dispuesto a tal efecto, un llavero colgando como con desdén, con un capotillo minúsculo y las gafas de sol ocultando esa mirada de conocedor de todos los secretos del toro; que para algo vale el tener un vecino que tiene un primo que una vez se cruzó con Perera en el parking del Carrefour.

Pero el Rafi, no crean que no va menos orgulloso al caminar al lado de su Chiqui, con esa gracia al andar manteniendo el equilibrio sobre cuarta y media de tacones, con unos short que empiezan muy abajo y acaban muy arriba y el bolso de diseño taurino, que como si fuera una reliquia, parece hecho con el trocito de su capote que hubo pisado tan lindo pie. Sin dirigirle la palabra a su pareja, pues ambos van enganchados a un supermodelo de teléfono móvil, mientras comentan a los colegas del pueblo, del barrio o del curro, que están en las Ventas, por el verdadero taurino no va a los Toros, el de verdad, el fetén, ese va a las Ventas. Que si se tienen que gastar un pico en la entrada, se lo gastan, que aplauden sin que se les pase una oportunidad de hacerlo, porque esto hay que levantarlo y hacer que vaya para arriba. Algo que a servidor -que por desgracia no es taurino, a todo lo más es aspirante a aficionado y de los malos- nunca le ha entrado en la cabeza el por qué cuanto más se aplaude, más alto está la Fiesta. Es como si esto de los Toros fuera como un globito de esos que los chinos mantienen en el aire a fuerza de abanicarlo con un paipai o un abanico con bellos motivos orientales.

Son muchos los que intentan levantar esto, pero siempre están esos de los blogues y redes sociales que no son capaces de divertirse con nada. Menos mal que he leído que el último domingo Luis Miguel encabo estuvo en lidiador y no sé qué más. Así sí, así se engatusa a otros para que vayan y ya allí, pues se les da un copazo de 501 o un barreño de kalimocho y punto. ¿Qué vamos a decir? ¿Qué estuvo con más precauciones que una anciana cruzando la Gran Vía? ¿Qué no plantó la muleta ni una vez, y que escupía al toro para fuera, que con el capote le largaba trapazos pa’quí y pa’llá, que lo de las banderillas empeoraba a El Fandi? Pues no, se dice que estuvo estupendo y punto. Espero que esos aficionados empiecen a concienciarse de que hay que ayudar para que el negocio de los taurinos, los de verdad, no los del llaverito colgando, siga regalándoles un buen medio de vida, con un día a día holgado, aunque no tanto como la plaza de Madrid fuera de feria, y así poderles ver entrar por el patio de arrastre, antes desolladero, por la “mui”, simplemente dándole una palmadita en la chepa al de la puerta y luego apretándose como chinches en los burladeros del callejón. Pero, ¿ven? Ellos no se quejan, ellos todo lo ven de color de rosa, no como los otros, esos, esos que solo quieren ver lo malo. Y por eso yo les pido que “señalemos a los verdaderos culpables: el aficionado”.


domingo, 7 de septiembre de 2014

Remando juntos hacia adelante

Solo los genios no necesitan remar, ellos pueden caminar sobre las aguas


Una de las obsesiones del taurinismo y satélites que viven o pretenden vivir de él, es la unidad, esa virtud que para ser siempre un bien en si mismo. Unidad de pensamiento, unidad de acción, unidad de atontamiento, unidad sin pensamiento, pero sobre todo, unidad. Lo que se ha sobrevalorado siempre la unidad, ¿o no será que se confunde con la unanimidad? Va a ser que no son la misma cosa y que algunos pretenden que lo sea y no dudan en querernos confundir. Pues vamos a tener que andarnos con ojo.

Que mejor metáfora de la unidad que eso de remar, ¡Rememos juntos en la misma dirección! (Flavio Secundo Marcinio, centurión al mando de un galeón romano en la batalla de Actium a los galeotes, sic) No me digan que no anima la frasecita. Lo que no se dice es que los que tenían que remar lo hacían contra naves de compatriotas, pues conviene no olvidar que eran esclavos o prisioneros los que iban encadenados al remo. O cuando el adelantado Hernando Márquez de Feria repitió la frasecita, mientras los indios cucuguarises se afanaban en acelerar el ritmo de palada, confiando en que el caballero de la espada que les guiaba les salvara del salto de agua que luego fue mundialmente conocido como el Salto del Ángel. Según los cronistas de la época, el adelantado enardecía tanto los ánimos, que casi no tuvo que utilizar el látigo para hacer comprender sus órdenes a la tripulación.

Y yo me pregunto, ¿nos dirigen al precipicio a cada palada que nos hacen dar, con tal de seguir pa’lante? O igual quieren que rememos y rememos con el pum pum de fondo, para acabar embistiendo el barco de nuestra afición y de la Fiesta que queremos recuperar. No me digan que no nos encontramos en una encrucijada. Habrá que preguntar a esos del látigo que lo restallan contra los aficionados, o a los que no miran más allá de la proa de la Fiesta, porque solo les importa que el barco avance, adónde nos quieren llevar. Que cómo les explicas que el ir pa’lante no siempre quiere decir que es cosa buena, ni que el hacerlo bajo un aparente halo de unidad sea una gloria por la que felicitarse. Igual hay otras glorias mejores y que nos ofrezcan mayores satisfacciones. Normalmente la cuestión está en que aceptes lo que al otro le viene bien y si no, igual te llaman talibán o torista, dos términos que me desagradan bastante, casi tanto como desafortunados me parecen.

Un poner; si cogemos como ejemplo la feria de Calasparra, un pueblo que en su momento se entregó al toro y que se decidió por las novilladas, apartándose del circo de las figuras, las ganaderías comerciales y el taurinismo oficial que tantas sorpresas provoca. Pues en estas que se prepara un temporal con olas como muros de castillos, una galerna en toda regla que a poco ha estado de hacer naufragar la Feria del Arroz de 2014. Unos tiraban de un brazo para un lado y los otros para el otro, que un poquito más y descoyuntan la criatura. Al final las cosas se medio arreglaron y ha habido feria, ya se sabe, la cosa era remar, ¿para dónde? Para adelante, por supuesto. Y yo que pienso que lo mismo habría sido mejor pararse un ratito, consultar las cartas náuticas y decidir el rumbo que debía tomar Calasparra. Pues nada, así estamos, con ganaderías comerciales, aniquilando de golpe el motivo que siempre guió este ciclo, y con novilleros que igual podían estar, que no estar. Y el único que no está, es el hijo de la tierra, Filiberto, que estará durmiendo el sueño de los justos junto con la ganadería del Cubo, la triunfadora indiscutible desde hace años. ¡Ay! esos taurinos y sus palmeros, que meten la garza y lo dejan todo hecho jirones. Pero cuidado, que nadie diga nada, que nadie se atreva a disentir lo más mínimo, que nadie se desmarque del triunfalismo vigente y si no hay más remedio, pues a hacer la vista gorda. Pero muy gorda. Pero la cosa es seguir remando todos juntos pa’lante. Luego la gente dejará de acudir a la plaza, la Feria del Arroz entrará en declive a las velocidades en que las plazas pierden la virginidad de la verdad e integridad; basta que un taurino, ya sea empresario, exmatador de toros de la zona o feriante al uso, abuse de una historia y le arrebate la honra a un coso que hasta el momento podía mirar a la cara de cualquier aficionado con exigencia.


¿Que por qué la he tomado con este pueblo de la Región de Murcia? Pues porque este es un ejemplo extrapolable a cualquier plaza que un día gozara de cierto prestigio, hasta que los piratas corsarios arribaron con sus naves abanderadas por la calavera, para mancillar su coso como si fuera una pura doncella de buen nombre. Estos taurinos que solo se preocupan de lo inmediato y no ven más allá del día en que viven, como si a la mañana siguiente fuera a empezar el apocalipsis. Como los piratas, que enseñan su diente de oro y hacen que sucumban las jóvenes, embrujadas por el destello del fraude y la mentira. Mientras siempre hay aves de mal agüero que, esperando los despojos, alientan al personal a seguir dándole al remo; boga, boga, boga. Unas veces con el látigo que les marcará de por vida con el estigma de ser los culpables de la desaparición de la Fiesta. Ya ven, 15.000 palmeros remando y la culpa de caer cataratas abajo es del que levantó los brazos. Cuando no, se les acusa de estrellar el barco contra la monotonía, el monoencaste, esas faenas tan largas como aburridas y que este show deje de interesar. Pero no nos planteemos dudas, cerremos los ojos ante la razón y obedezcamos al capataz que justo antes de saltar del barco a punto de embarrancar o despeñarse nos exhorta a seguir “remando juntos hacia adelante”.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

El Fandi y Cía, abusos y payasadas

Puede que el Fandi no haya clavado nunca en la cara, pero con tanta carrera a toda mecha, parece complicado


Los hay que tienen eso del divertimento tan arraigado, que piensan que cualquier ocurrencia es divertida. Se deben creer graciosos, pero maldita gracia que tienen estos individuos. Seguro que son muy majos, muy simpáticos, ideales para irse de cañas con ellos o para contratarlos para que animen los cumpleaños de los niños del barrio. Igual ni se tienen que poner la nariz roja, son tan jocosos ellos, que ya vienen con la porra colorada de casa. Lo que nos hemos divertido con la foto de El Fandi sentado encima de un torillo moribundo; la juerga padre, me acuerdo y no paro de carcajearme. ¡Qué chico! Si es que tiene una chispa que no se le puede aguantar. Pero los que deben estar riéndose de verdad, aparte de la familia del granadino y esos fieles que todo se lo jalean, son los antitaurinos. Basta una instantánea para dinamitar el principal argumento de los aficionados para rebatir los furibundos ataques de los que quieren acabar con esto, el respeto al toro. Pero bueno, todo sea por este rato tan bueno que don David, el señor Fandila, nos ha hecho pasar.

Pero tampoco le demos todo el mérito de la juerga taurina al “espectacular” artista granadino, no sería justo. Sí es verdad que él es un habitual del cachondeo táurico, porque sus carreras en banderillas, sus trapazos con las telas y ese no saber de qué va esto y de los ritos del Toreo, es algo que pone en práctica allá dónde va. Pero ha habido otros muchos. Recuerdo aquella foto, creo que de Cayetano Rivera, haciendo un torero desplante a un toro mojicón desmoronado a sus pies, y si no era él, era su hermano, Paquirri, antes Fran Rivera. Dos toreros que se supone que bebieron de las fuentes de la pureza del Toreo y del respeto al toro, pero que también tuvieron sus devaneos con el divertimento taurino. Y qué decir de don Jesús Janeiro, anunciado como Jesulín de Ubrique, que lo mismo se subía a un torillo, que se bajaba los pantalones en la tele, que se encerraba con miles de señoras y señoritas para que le agasajaran con sus prendas íntimas cuando se paseaba en triunfo. ¿Y recuerdan aquella imagen de los fenómenos de las sucesivas “Ges”, haciendo un desplante colectivo a un novillo exhausto en un festival? Y si nos vamos más atrás en el tiempo, no podemos olvidar a aquel torero de Córdoba al que ahora tratan algunos de maestro, como si no contara el daño que hizo a la Fiesta, aquellos números ante perritoros más apropiados para el Price que para una corrida de toros. Pero como dicen que llenaba las plazas, pues nada, adelante con los faroles y si hace falta, se le pone una placa en las Ventas. Todo por la diversión. ¡Aaah! Se me olvidaba aquel día del cante grande con el toro chico en corrida televisada desde la plaza de Mérida. Hasta el comentarista jaleó en directo semejante ocurrencia del señor Talavante.

Pero que nadie se pase una “miaja”, porque enseguida te reprocharán la falta de respeto al que se está jugando la vida. Porque parece también que solo son censurables las payadas, las salidas de tono, y pido perdón a los payasos por compararles con esta banda, pero entiendan que esta expresión será fácilmente comprensible por todo el mundo. Como decía, no solo es cuestión de estas bromas pesadas, porque parecida categoría de falta de respeto es ponerse delante de unos mojicones desmochados y al extremo elegidos por los veedores de turno; el birlar al espectador dos tercios del espectáculo porque a ellos se les pone en el moño; el vetar lo mismo a ganaderías que a compañeros, por la misma razón que en el caso anterior; que deciden en el apartado que no torean el ganado anunciado, que hacen del fraude costumbre, con una única preocupación: las perras. Y si no hay perras, se pillan una... pataleta.


¡Ay! Fandi, la que has liado, con lo a gustito que estaban los “genómenos” en su tour recaudatorio del verano de 2014 y vas tú y confundes un torillo con un canapé del Museo Romántico de Madrid tapizado en piel de toro, con remaches de chabacanería. Es ver estas cosas y uno no puede dejar de acordarse de los de las espadas de mentira de fibra de carbono, de las trampas para matar tapándole la cara al animal y echando a correr para un lado, de los retorcimientos para que el animalejo pase a veinte palmos del de luces y otras triquiñuelas más que no dudan en alabar los que todo lo aplauden, hasta lo del Fandi. Y todo esto bajo la honrosa coartada del progreso, la evolución, la modernidad y el dar al pueblo lo que quiere, porque ya se sabe, los del pueblo somos burdos, zafios y ciegos y no estamos preparados para nada que haya que poner un poquito de conocimiento y sensatez. ¡Ay, maldita sociedad! Ese mismo pueblo con el que nació el rito de la muerte del toro, de la gallardía del torero y la grandeza de la Fiesta de los Toros. Se creen que la sociedad, el pueblo al que ellos tratan como una colección de necios solo está preparado para tragarse sin rechistar una interminable sarta de abusos y payasadas.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Los lamentos no nos pueden frenar

Tanto las críticas, como las alabanzas pueden iluminar la Fiesta de los Toros


Dirán que servidor tiene un problema de bipolaridad, no lo sé, eso no me lo han diagnosticado, al menos de momento. Lo que ocurre es que en este constante darle vueltas a las cosas y sobre todo a las cosas del toro, uno ve lo pasa y no es extraño que se le remueva algo por dentro. La situación actual de la Fiesta de los Toros se nos muestra en un el peor momento de su historia. La realidad es tozuda a pesar de esos cantos interesados de los que nos dicen que nunca esto fue mejor, toreros geniales, toros bravos y encastados y la técnica del toreo deambulando por las cumbres del arte con una soltura y un desparpajo que los antiguos maestros no podrían ni haber llegado a imaginar. ¿Qué van a decir? Tienen que mantener su posición, su negocio o cómo queramos llamarlo.

Ellos se congratulan, o al menos mantienen esa pose de felicidad permanente y los otros nos quejamos, protestamos y algunos que no aguantan más, acaban alejándose de todo esto. No seré yo quién censure esta postura, faltaría más. No solo tienen que aguantar esta situación, los ataques e insultos del taurinismo, para que encima vayamos a echarles en cara el haber llegado hasta el límite del aguante o más allá incluso. Yo mismo he estado tentado de mandar todo esto muy, muy lejos, de no volver a escribir, de no volver a opinar, de dejarlo todo, una vez hasta pensé no volver a la plaza. Pero no, ¿por qué? A esos caballeros del oficialismo militante, ya sean los que pisan el ruedo, como los que merodean por los despachos, como los que portan clavel, como los que disfrutan de las veleidosas mañanas de tentadero y veladas de tertulia agasajadora, a todos ellos les molesta escuchar nuestra voces discordantes. Si les molestará. Que hasta uno ha leído sentencias de esas de “Unos disfrutan y otros solo critican” u otras del mismo corte. Y entonces entramos al trapo y aculados en tablas nos empezamos a defender queriendo demostrar que nosotros también disfrutamos con el Toreo. ¿Cómo no vamos a hacerlo? Si hasta hay veces que nos emocionamos y todo. Que puestos a entrar en discusiones, podríamos preguntarles si la cuestión no puede ir por el camino de que los tontos se conforman con todo, que todo les gusta y con todo se divierten. Tal y como se cuestionaba un sabio “¿Ustedes han visto alguna vez a un tonto que se entristezca de serlo? Pero este no es el camino. La felicidad no puede basarse en si el vecino disfruta más o menos, la felicidad hay que buscarla por uno mismo y hacerla depender de terceros. Eso podría ser un permanente encuentro con la ansiedad y el desasosiego.

Muchos son los que afirman que todo esto se arreglaría en el momento en que dejáramos de acudir a las plazas. ¿Seguro? No lo tengo yo eso tan claro. Quizá antes deberíamos hacer saber a estos oficialistas lo que nos gusta y lo que no. Les molestan las protestas, está claro, pero ese ya no es nuestro problema; que sepan al instante lo que no admitimos, digámoslo en las plazas, a la cara de estos caballeros, que sepan al segundo lo que no admitimos. Como si fueran niños sin educar. ¿Que la corrida es impresentable? Que lo sepan toro a toro a medida que asomen por toriles; Qué nos hacen trampas toreando? ¿Para qué esperar al siguiente pase? Hagámonos oír cada día, cada tarde, que se les haga insoportable el fraude, igual que se nos hace a nosotros. Que se lo piensen bien antes de querer engañarnos, porque si simplemente lo intentan, que sepan que serán contestados. Que tengan la certeza de tenernos delante. Y luego que sigan con sus elucubraciones y tertulias tendenciosas de panzas agradecidas.

Yo diría que con nuestro silencio y posterior abandono les estamos dando lo que quieren, el perdernos de vista. Pero, ¿por qué? Que se vayan los golfos y que seamos nosotros los que dejemos de tenerlos enfrente. Ellos quieren mantener el negocio hasta donde les llegue, lo demás no les importa. Bien, pues al menos, que nos tengan que escuchar. Luego podrán tenernos o no en cuenta, pero que sepan cuales son nuestros gustos. Que en plazas como la de Madrid, ahora resulta que hay que estar más callado que en misa, para así propiciar los triunfos de sus allegados. La crítica nunca es irrespetuosa por si misma, depende de como se realice, ni por supuesto es mala, es más, en muchos casos, en muchísimos, es un motor de mejora y progreso; lo que puede significar que descubra a los mentirosos y haga que no puedan continuar con su fraude.


Los tramposos y sus hordas palmeras enseguida tiran de eso tan socorrido del respeto. Respeto al torero, respeto al ganadero, respeto al que vende refrescos, respeto al que pone la bandera, pero, ¿quién respeta la dignidad del toro? ¿Quién respeta la Fiesta de los Toros? ¿Quién respeta su buen nombre y la posibilidad de que pueda tener futuro? ¿A esto no hay que respetarlo aún más? Porque los tramposos, los que se alimentan del fraude y la mentira pasarán y si seguimos callados, vendrán otros a ocupar su puesto. Quizá solo podremos perturbar la felicidad del momento de toda esta gente, pero quién nos dice que no les fastidiamos más de lo que dicen. Si no fuera así, no se removerían tanto en sus poltronas, ni lanzarían esos ataques continuos a los que no les bailan el agua, ni soltarían tantas memeces por doquier. Pero para saber de nuestro poder solo tenemos un camino, hacerles saber que no estamos de acuerdo, no dejar pasar la oportunidad y apoyar al que en la plaza les cante las cuarenta. Pero cuidado, no crea nadie que estoy llamando a las barricadas a los aficionados que piden la Fiesta íntegra, ni resultaría aceptable, ni beneficioso que esto se convirtiera en un ejercicio de kamikaces. Hay que saber qué se pide, hay que saber por qué se protesta. A mí ni me valen esas actitudes de muchos que se hacen llamar talibanes, que poco afortunado el término, que aplican las mismas voces a todos por igual, que cierran los ojos a todo lo que huela a Domecq, a todo torero que consideran no afín a su doctrina y por el contrario son capaces de tragar carros y carretas del torero o ganadería al que le cuelgan el cartel de “uno de los nuestros”. La única fidelidad admisible en esto de los toros es la que se debe al toro y a la Fiesta, de ahí para abajo, todo puede cambiar, para bien o para mal. No olvidemos que Ponce fue un torero en el que el aficionado depositó todas sus ilusiones, que Victorino era el paradigma de la casta y la bravura o que por el contrario, ese Ferrera al que ahora se venera, muchas tardes fue tildado de “espectacular”. Ahora lo han pasado al otro lado de la raya y parece ser que siempre es magistral, cuando de vez en cuando también reedita sus devaneos con el toreo chabacano. Pues digámoslo, que lo sepa, que sepa lo que se espera de él. Hagamos oír nuestras voces, no abandonemos, usemos la fuerza que nuestra afición nos da, porque puede que nos sorprendamos de donde están nuestros límites. Lo que está claro es que los lamentos no nos pueden frenar.