miércoles, 31 de agosto de 2011

Urdiales dará conciertos de bandurria



Parece ser que todo indica que a muy corto plazo, Diego Urdiales iniciará una serie de giras en las que deleitará al público con conciertos de bandurria y otros instrumentos de cuerda. Todavía quedan algunos cabos sueltos, como es el repertorio que interpretará, si será acompañada por una orquesta camelística o si será un limitado coro de voces blancas. Mucha gente se sorprenderá sobre esta nueva faceta del diestro riojano y de la posibilidad de convertirse en un afamado intérprete de este instrumento. Es más, él será el primer sorprendido. Incluso ignoro si sabe por donde se coge la bandurria, si por la parte fina a modo de estaca para estampársela en el hocico a tanto taurino incompetente, rácano y con mucha más afición, pero mucha más, a los billetes que al toro. También puede tomarla por la parte ancha, apoyando la panza sobre su pecho, para que en el momento en que esos mismos individuos se le acerquen, aprovechar para meterle el astil por la boca, haciéndole al mismo tiempo una endodoncia, una exploración laríngea, una endoscopia, un lavado de estómago y ya de paso una colonoscopia.

Habrá quien piense que a qué viene todo esto, pues muy sencillo, aunque ahora los haya que se sorprendan con las últimas actuaciones de Urdiales por los ruedos del norte de la península, lleva años demostrando que es torero, de verdad, pero por las mismas, su torería, valor, poder, capacidad y conocimientos de la lidia, le sirven para bien poco, y si no es con el toro, pues que sea con la bandurria con lo que se pueda ganar los contratos que merece.

Quizás alguien piense que se me ha volado el escaso sentido común que me quedaba, quizás también los habrá que el riojano no me infunde ni el más mínimo respeto o también puede que la bandurria sea la única salida posible para este torero. ¿Y por qué? Pues blanco y en botella, si después de hacer en el ruedo lo que casi ningún torero se imagina y lo que las figuras ni se lo plantean, después de enfrentarse al toro, después de no apearse de la verdad a pesar de las tarascadas que le lanzan y después de no hacer un mal gesto jamás, ¿qué le queda para que los señores empresarios de espectáculos taurinos le tengan en cuenta? ¿Qué le queda por hacer para superar las diez o quince corridas por temporada? Pues está claro, dar conciertos de bandurria.

Todo parece indicar que pesa mucho más en su contra el estrellarse con un ganado infame, que el lidiar, poder y mandar, en definitiva torear, las perlas con las que frecuentemente se encuentra. Pero creo que somos muchos los que coincidimos en que este señor, matador de toros, para más señas, no es ningún gladiador, ni ningún loco que se mete entre los pitones de los toros sin más recursos que el “a ver qué pasa”. Tarde tras tarde pone en práctica un amplio repertorio de recursos lidiadores, de toreo puro para domeñar a la bestia y no exento de arte. En pocas palabras, que conoce el percal y si se mete en la boca del lobo, lo hace a conciencia y sabiendo que allí hay peligro. ¿Le entrará gindama? Pues seguro que sí, ya he dicho que no parece ningún loco, pero es torero y lo demuestra.

Por esas cosas del no saber que hacer, me he puesto a ver el vídeo de Bilbao con un toro de Victorino, así, para matar el rato. Y viendo como le hacía frente al amigo del señor Martín, he pensado ¿qué tiene que hacer este hombre para torear más? Y de ahí venía lo de la bandurria. Creo que no le he visto citar con la pierna de salida retrasada ni una sola vez, cuando lo más sensato habría sido pirarse al hotel y meterse en el jacuzzi. Aguantaba tarascada tras tarascada, viéndose obligado a apartarse para no resultar cogido, pero aún así ha ido metiendo al cárdeno en el trapo y no es que le ha dado algún pase, eso se queda para los mediocres, él ha toreado. Lo de la técnica, la toreabilidad y esas mandangas no tenían sitio en este caso. El Victorino con la boca cerrada, aireando una arboladura como la de un velero y con no muy buenas intenciones. Un vídeo para verlo dos veces, por lo menos, una estando pendiente de la forma de hacer de Diego Urdiales y la otra fijándose en las reacciones del toro.

Creo que nadie dudará de mi debilidad por este torero, no solo de ahora, sino desde hace ya tiempo, pero no creo que esto reste valor a lo que hace, ni tampoco creo que resulte excesivo pedir que le veamos en Madrid en la feria de Otoño, en la de este año, no dentro de quince. Méritos ha hecho para ello, y de sobra. A ver si por una vez la empresa de Madrid confecciona unos carteles pensando en el público de Madrid y no en los espectadores del canal Toros 24 h. Lo mismo ya es tarde para que Taurodelta atienda esta petición y ya nos tienen cerrados los carteles de esta feria, a la que las figuras no asisten ni como areneros, y donde nos meten a los Pinar, Tendero, Tejela, Puerto o alguno se similar corte, uno de esos de la “impresionante baraja” de toreros de la actualidad. Pero de verdad, señores Martínez Erice, no se vuelvan locos, no se rompan la cabeza, que yo sé que resulta “pero que mu complicao” hacer carteles redondos, pero en esta ocasión hagan uno cuadrado y contraten a Diego Urdiales, que vale, que seguro que no tiene ni p… idea de tocar la bandurria, pero si es por eso, nos conformamos con que venga a torear, que con el capote, la muleta y la espada sí que sabe dar la nota.

domingo, 28 de agosto de 2011

Clasicismo y Postmodernidad, dos mundos irreconciliables

Sánchez Mejías, quizás un heterodoxo, pero siempre clásico; paradojas del toreo.


Vivimos en un permanente error y no solo no encontramos la solución, ni tan siquiera identificamos el problema, sino que además ahondamos en él y lo hacemos cada vez más grande. Y ¿cuál es el error? Pues que tratamos la fiesta actual bajo los mismos parámetros de hace quince, veinte o veintitantos años y que nos empeñamos en equiparar lo actual empleando la escala de valores vigente en estos momentos.

Unos quieren demostrar lo grande de este momento y lo nefasto del pasado, que no le llega a la tauromaquia del s. XXI, ni a la suela de los zapatos, según lo que ellos piden a toro y torero. Otros no nos resignamos a que desaparezca un pasado que creemos firmemente convencidos, que fue algo grande, fue lo que nos atrapó y lo que aún mantiene viva nuestras esperanzas.

Pero la realidad es la que es y creo que ya no podemos cerrar los ojos y nos vemos obligados a reconocer que esta fiesta no tiene nada que ver con la pasada y viceversa. Algunos podrán ver que una es una evolución de la otra, pero tal evolución no es posible si la consecuencia no mejora el origen, requisito que no se cumple de ninguna de las maneras. La vestimenta se parece, la mecánica de animal con cuernos, trapos rosas y rojos, caballos con faldas y aclamación popular a los triunfadores, coincide, pero en el momento en que se rasca un poquito y se va a la esencia de uno y otro espectáculo, las diferencias te saltan a la cara. Nos encontramos ante algo diferente. Algo que puede tener su interés para muchas personas, quizás en mayor medida que aquello que llamábamos “toros”.

No creo que tengamos que rasgarnos las vestiduras, solo es necesario aceptar algo que parece que no tiene vuelta atrás. Ni los postmodernistas pueden pretender ser herederos de aquello, ni los clásicos deben querer ver algún atisbo de lo que ellos entendían que eran las corridas de toros. No pasa nada, hace más de un siglo en Gran Bretaña, cuando el “football” era la religión oficial de las islas, un chaval, William Ellis, se agachó, cogió el balón con la mano y echó a correr hacia la meta contraria. Así nacía el rugby, deporte que ha viajado separado del fútbol, con carta de naturaleza propia y con normas, campeonatos, aficionados y hasta estadios propios. Incluso llegará a ser deporte olímpico.

No sé si este paralelismo es el más acertado, pero puede que haya más cosas en común de lo que pensamos. El rugby dicen que es un juegos de villanos practicado por caballeros y el fútbol un deporte de caballeros practicado por villanos. El primero emplea la trampa más castigada por el fútbol, tocar el balón con la mano, y el segundo pone en práctica la mayor prohibición del otro, lanzar el balón hacia delante. En estos dos espectáculos que nos ocupan, uno se sustenta sobre la presencia de dos animales, aprovechando rasgos intrínsecos a su naturaleza, la bravura y la acometividad del toro y la nobleza y fortaleza del caballo. En cambio el otro parece que su gran objetivo es la humanización de ambos actores, a uno se le intenta convertir en un colaborador, llegando incluso a adjudicarle una función artística y al otro se le va quitando protagonismo, con una clara tendencia a su desaparición, o a ostentar una tarea mucho más discreta.

¿Cuál es la solución? Pues parece claro que se hace necesario un cisma; por un lado se reconocería el nacimiento de la nueva tauromaquia, el nuevo ballet taurino o como ellos quieran llamarlo y por otro, dejar a los pertinaces seguidores del clasicismo que sigan con sus cosas de la casta, la bravura, la suerte de varas, lo del pase hondo que no largo y con eso que ahora parece utópico, de la integridad del toro. Pero que nadie se piense que esta idea me la he cocinado yo solito encerrado en un morabito en mitad del desierto. Han sido muchas las oportunidades en que he podido leer aquello de “Circuito paralelo, ya”. Y si no, que se lo pregunten al sr. Gil de O. Ni la inspiración tan siquiera es propia; todo nace de las charlas con unos y con otros, de las lecturas en las que unos se empeñan en ponernos delante el espejo del pasado y nos muestran tal como somos ahora, feos, deformes y contrahechos. Aunque yo sé que lo hacen con su mejor voluntad, Xavier González Fisher en su Aldea del Tauro o Fabad en el Aula Taurina de Granada, pero en el pecado llevan la penitencia y se ven condenados a vivir exiliados en ese pasado que a muchos todavía nos mantiene la afición.

A lo mejor hasta no hacían falta recintos con tanta capacidad, porque si nos repartimos y todos tenemos tan claro lo que nos gusta, no creo que se mezclaran los públicos. Aunque ¡cuidado! igual con el tiempo, empezaba a crecer el número de seguidores del clasicismo y empezaba el regreso de todos los buenos aficionados a los que han ido echando de las plazas, ¿quién sabe? Nadie empezaría de cero, unos tendrían en su altar a los Dámaso González, Espartaco, Juli, Manzanares o Perera y los otros pues seguirían con la murga de siempre, que si El Viti, Pepe Luis, Camino y cuatro tíos raros de esos que no tenían dos dedos de frente y se ponían a torear toros, ¡panda descerebrados! De lo que sí estoy seguro es que así, nadie podría llamarse a engaño.

jueves, 25 de agosto de 2011

Tamames, un pueblo de Salamanca

El toro está en la calle, fuera las aglomeraciones.


Perdón por barrer tan descaradamente para casa, pero desde hace tiempo me apetecía escribir sobre cómo se viven los toros en un pueblo de Castilla. Un pueblo como otro cualquiera, con las mismas cosas que otros pueblos cualesquiera, la misma gente y las mismas costumbres, seguro, pero que no quita que para sea algo muy especial y que cuando va en el coche desde Salamanca, por aquellas largas rectas con mares de encinas al acecho, a uno ya se le vengan muchas cosas a la mente y las historias que le oíste a tu padre desde que eras muy pequeño: “Mira, aquí se nos encampanó una vez un toro”, “Aquí te tuve que agarrar para que no te tiraras a torear a todas las vacas del cercado”, “Allí vi tentar a Arruza”. Tantas cosas.

Como ya digo, es un pueblo como hay muchos, pero donde se vive el toro sin estridencias. Lo mismo a la hora de la partida se reúnen los parroquianos de siempre, que aparece un ganadero para dar el parte de si ya se ha embarcado la corrida de Santander, si ya tiene apartada la de Madrid o si la tienta ha salido como se esperaba. Pero cuando el pueblo se pone boca abajo es cuando a finales de septiembre, con la cosecha acabada y el dinero fresco, llegan las fiestas del Santísimo Cristo del Amparo, el único que pone de acuerdo a beatos, ateos y a todo el que tiene alma del pueblo. Y los toros, estos que no falten, ya pueden actuar los Rollings, que como no haya toros, no hay fiestas.

Sus correspondientes novilladas con alumnos de la escuela de Salamanca les han permitido ver antes que nadie a todos los maestros en ciernes que luego han vestido de oro por las plazas del mundo. Aunque lo que despierta la emoción de todo el pueblo son los encierros, uno con vaquillas que irán y vendrán por la calle Larga, creo que no hay mucho que explicar, ¿no? Raro es el que no le suelta un ¡ehe! a la vaca, y los más osados, con una rebeca, una manta o un paño de cocina, se atreven a hacer derrotar a la vaca o hasta a hacer un recorte. La cosa impresiona, el ruido de las pezuñas al puntear el asfalto, los bufidos y el retumbar de los remates en las talanqueras. Siempre hay quien dice que si no te mueves no pasa nada, pero también los hay que por fiarse, luego tiene gasto extra de alcohol de romero y alcanfor, una frieguita antes de acostarse y otra al levantarse; así hasta que desaparezcan los moratones y los dolores.

Pero el no va más es el encierro a caballo, el orgullo del pueblo y el que consigue reunir a gentes de todos los alrededores, signo indiscutible de la grandeza de unas fiestas, la cantidad de forasteros. Los toros entran por un extremo del pueblo guiados por los garrochistas, que los llevan hasta la plaza. El inconveniente es que esto es siempre el martes, y solo es presenciado por la gente del pueblo y por los privilegiados que pueden perder dos días de trabajo.

Como ya decía, seguro que todo esto no es nada extraordinario para muchos, que verán aquí reflejado lo mismo que ocurre en sus pueblos de origen. Pero sea en Tamames, un pueblo de Salamanca, o en cualquier otro, lo que más me sorprende es la naturalidad con que se vive la fiesta del toro, desde los más pequeños, que juegan al toro y organizan sus particulares encierros, hasta los más mayores, los que en su día corrieron sintiendo los pitones a un dedo del culo, pero que ahora no paran de decir “Cuidado, que no sabéis el peligro que tienen”, como si ellos lo hubieran sabido a sus veintipocos años, pasando por todos los jóvenes llenos de agilidad y los algo más mayores menos ágiles pero que saben coger su sitio. A nadie se le podría pasar por la cabeza que están maltratando a un animal al que veneran, a esos de negro que ven todos los días cuando van a la faena y que van viendo crecer para que luego los manden a Madrid, Sevilla, Barcelona o Pamplona. Ninguno creería que está vulnerando los derechos de unos animales, especialmente porque muchos viven de que se respeten.

Viven ajenos a si eso es cultura, anticultura o tradición, simplemente es su vida, es algo que siempre ha estado allí, es aparte de su pueblo y el orgullo de todos cuando ven que un toro de esta o aquella ganadería pasea el nombre de Tamames por las plazas más importantes. Pero no todo pinta de color de rosa. Desde siempre han querido tener un torero de la tierra, el máximo orgullo para un pueblo, tener un torero nacido allí; hubo varios candidatos, alguno foráneo y adoptado como propio, y ahora hasta parece que el sueño puede hacerse realidad, tiempo al tiempo. Y la otra gran frustración es no contar con una plaza de toros de fábrica, ¿cómo es posible? si ya la tienen en tal o cual sitio, ¿cómo se explica que aún no se haya construido una en el pueblo? A lo mejor el próximo alcalde, dicen que sí en los terrenos de detrás de tal sitio, donde las piscinas, donde sea, pero que la hagan ya. Y esto seguro que ocurre en muchos pueblos de España, pueblos en los que los toros no es solo una fiesta, un espectáculo, una vía de escape para la rutina; los toros son parte de su vida y lo mismo se convierte en una frustración, que en el mayor motivo de orgullo del pueblo. Y esto pasa en Tamames, antes Tamames de la Sierra, un pueblo de la provincia Salamanca, el pueblo de los míos.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Morante, ¡Canalla!

Por momentos el toreo de Morante parecía viajar en el tiempo.


Que nadie se me ofenda por la expresión, que espero que se me entienda. Hace dos días me borraba de la fe morantista, pero borrado, borrado y no por su bajón, sino por sus intenciones y por su actitud de los últimos tiempos. Pues creo que hay que ser justo y reconocerle lo de esta tarde en su último toro en Bilbao. No me parece lo más adecuado hablar sobre algo que he visto por televisión, por lo que no voy a entrar a enjuiciar su actuación en detalle. Por televisión no se aprecian los terrenos en los que se desarrolla la faena, no se captan bien las distancias y hasta uno se puede ver engañado por la colocación, pero sí hay cosas que se ven a la perfección.

Empezaba la tarde recibiendo un mensaje que más parecía avisarme de un fuego a la puerta de casa. Era un torero, Marín, con quien segundos después hablaba por teléfono y me contaba lo que había hecho el de la Puebla. Como se hizo con el toro al inicio de la faena de muleta y como fue desgranando las series de derechazos y naturales, con detalles muy toreros y saliendo de todos los trances con la gracia y garbo que nadie le puede negar. Ayudados de inicio que el respetable protestó, o al menos el respetable que estaba cerca de los micrófonos de ambiente. Ya es conocido que ese toreo no entusiasma a los partidarios de la Tauromaquia 2.0, pero todavía queda a algunos a los que eso nos llega.

Vale que era de los Cuvillitos, que no llegaba al toro de Bilbao, pero tampoco llegaba al estándar a que esta ganadería nos tiene habituados. Al menos parecía un toro, que además no se cansaba de embestir. Mal picado, traserísimo y de aquella manera, pero que no le ha impedido acudir a la muleta con cierta alegría, sin ser una bobona de ida y vuelta. Muy derechito a la hora de entrar a matar y como bien me decía Marín, el presidente sacó los dos pañuelos a la vez y sin dudar. Poco importa lo de las orejas, a no ser que alguien tuviera un cocido a medio hacer, lo que sí importa es saber si Morante quiere volver a ser José Antonio Morante de la Puebla, o solo Josantonio el de la Puebla. Esto es torería y no solo lo de la pañoleta y el fajín gigantes. El toreo es mucho más profundo que esas cosas, que a veces ayudan, pero que no pueden ser el pilar de la fiesta. Los pilares son el toro y después el arte y la torería.

Lo que sí puedo asegurar a todo el que lea esto, es que cuando los toreros actúan como lo que son, no solo no me importa, sino que me encanta comerme mis opiniones anteriores, lo que tampoco quiere decir que a partir de ahora todo el monte sea orégano, aunque al menos nos permite volver a creer que la recuperación de este torero es posible. De momento seguiremos esperando. Ahora solo nos queda exclamar eso de “Morante ¡Canalla!
PD: Lo que cuesta ver una corrida por la tele, comentarios incluidos.

lunes, 22 de agosto de 2011

JMJ, el acto final en las Ventas

Ni peones, ni matadores, ni los de los refrescos han cuidado la lidia de los Coquillas


Qué gran tarde de toros, todo alegría, todo buen humor, todo felicidad. Ya suele ser habitual que los clarines y timbales sean saludados con un clamor y una apasionada ovación a cargo de los foráneos, transeúntes y eventuales de Madrid. Y si ya salen los alguacilillos, pues para que más. Pero “cucha”, que también sale un toro. Esto sí que es despedirse a gusto de las jornadas, y encima sin tener que aguantar al sol estoicamente. Pero que nadie se crea, que también hubo aficionados de los habituales. Yo conté entre uno y dos. Uno fijo, porque tuve el privilegio de charlar un buen rato con él antes de lo de las palmas peregrinas. El otro lo imagino. Malo habría de ser ¿no?

Alguien se preguntará que que pintábamos esta tarde de agosto en los toros; pues lo de los Coquillas. Que nos tiramos todo el año con lo de lo de Domecq, que si no hay más encastes, que si la variedad, que si pim, pam, pum, así que si los señores empresarios de Madrid van y nos cambian la película, pues habrá que ir. Pues bien, los que hemos ido nos hemos perdido el “Que tiempo tan feliz”, “El Peliculón”, “Cine de Barrio”, los documentales de la 2, el café y la siesta sin prisas y sin achuchar a la familia con la hora de la corrida.

Si algo hay que decir es que sí, que son algo distintos a los demás, con un pelín de casta más de lo habitual y ya, lo que no quiere decir que fueran encastados, para eso les falta mucho, pero mucho. Incluso el cuarto no ocultaba su aspiración a mulo. Entraban al caballo corneando el peto como unos desesperados, ¡Madre mía! cómo les picaba el palo. Y como hacían sonar el estribo; quizás eso era lo que animaba a los peregrinos a dar palmas acompasadas, para acompañar más que nada. Luego en banderillas esperaban, pegaban algún arreón, pero muy contado, uno o dos. Es que ni mansos peligrosos tan siquiera, por aquello de la emoción.

En la muleta supieron estar a la altura de sus matadores, mal, pero aún así han sido capaces de torear a sus lidiadores. Y perdón por utilizar este término, el de lidiador, que no es el correcto, de acuerdo, pero para entendernos creo que vale ¿no? Pedro Carrero estuvo por allí, trapazo va, trapazo viene y para postre, bajonazo haciendo guardia. En el cuarto, el mejor candidato a tirar de un carro, pues más de lo mismo, me pego un paseo por aquí, voy por allá y entre medias abanico al animalito negro.

Manuel Fernández, pues más de lo mismo. No sé si será que en la escuela no le enseñaron nada o que él se distraía en la última fila. Igual hasta soñaba con ser torero. Y para colmo en el quinto, un viento pretormentoso de lo más incómodo. Pero como no hay mal que por bien no venga, seguro que nos vale como excusa. Que alguien le recuerda lo del bajonazo, pues ya está, la culpa es que hacía mucho aire; que se perfila desde el metro de Ventas, pues el viento, que es de un incómodo.

Jesús Fernández ha sido el triunfador de la tarde, con permiso de los de la JMJ. En su primero se gustó, sacaba el culo, metía el pico, no sabía por donde se andaba, se quedaba descolocado y al descubierto y obligaba al novillo a toparle, trapazos, banderazos y todo el repertorio del novillero que quiere llegar, aunque no se sabe a donde quiere llegar; al hotel para darle a la play, a su casa para tomarse un Cola Cao calentito antes de acostarse, no está muy claro, pero quiere llegar. Y si no, solo hay que ver que por su cuenta y riesgo se puso a dar una vuelta al ruedo venteño. Él quería ir y tanto afán tenía, que era capaz de que le llamaran cara dura, con tal de ir a alguna parte. O igual buscaba a algún paisano de los que estaban por el 9 bajo. En el sexto pido perdón, pero después del sablazo que propino al Coquilla, me di media vuelta y eché a correr para que no me pillara la tormenta. ¿Mal aficionado? Pues sí, lo reconozco, pero no saben ustedes lo negro que estaba el cielo, casi tan negro como el porvenir de los tres chavales y del ganado que hoy han echado en Madrid. Antes se hablaba del picante de estos toros, pero el tabasco parece que se les ha disipado y se ha quedado en una suave salsa barbacoa, una de esas que no pican y saben dulces. Si yo tuviera que elegir entre esto lo de Domecq, creo que no tendría dudas, elegiría a María Teresa Campos, o a Carmen Sevilla, o a la momia de Tutmosis.

viernes, 19 de agosto de 2011

Cuando éramos “morantistas”

Morante y el embrujo de su capote, ¿recuerdan?


El aficionado a los toros suele presentar ciertos rasgos que caracterizan su personalidad taurina, y uno de ellos suele ser la de negar su fidelidad incondicional a un toreo, aunque éste sea el mismísimo Rafael el Gallo. Pues bien, como yo todavía ando en eso de querer llegar a ser y como todavía no he alcanzado lo de ser, me puedo permitir mi morantismo, josetomasismo, frascuelismo y las ganas de que algún día me llegue el julismo, manzanarismo y hasta el fandismo, que uno está abierto a todo. Pero claro, una cosa es declarar cualquiera de estas filias y otra pretender que sean eternas. Eso solo depende del coletudo de turno y quizás no tanto de su aptitud, como de su actitud.

Yo nunca he negado mi morantismo, con reservas, pues había cosas que percibía que exigían cierta evolución, especialmente en lo referente al toro, pero que no me impedían disfrutar con su toreo, con su arte, incluso a pesar de ese tic que parecía convertirle en imitador de otros toreros; lo cual no está tampoco mal del todo, siempre dependiendo del modelo a seguir. Morante de la Puebla parecía haber encontrado un camino llano, bien asfaltados y sin chinitas, a partir de producirse el encuentro con el maestro Paula. Bien es verdad que su toreó giró hacia el barroquismo, con referencias constantes a otras épocas; que lo mismo sacaba la silla de El Gallo, que daba un molinete más abelmontado que los que se gastaba el de Triana, solo con una diferencia, el toro.

El toro, siempre llegamos al toro. ¡Qué latazo! y ¿por qué no quitamos de una vez por todas al toro y lo sustituimos por un carretón, aunque el que lo dirija ponga un poco de mala leche al embestir? Es que ya cansa. Lo que podríamos disfrutar viendo las posturas, alardes físicos y demostraciones de simpatía de esa “baraja de figuras” que recorre nuestras plazas, estables, de carros, talanqueras, multiusos y polideportivos con las pistas de tenis redondas para poderse transformar en un ruedo cuando nos venga bien.

Pero a lo que iba, a mi morantismo. Yo confieso que a mí me ha emocionado con su capote, algo menos con la muleta, pero también, que desde el ruedo recibía esos torrentes de arte y torería. Está claro que nunca le vi enfrentarse a ninguna alimaña, ni a ningún toro, toro derrochando casta hasta por la divisa, pero tampoco eran bobonas chochas, desmochadas y con una flojedad hiriente. Al menos sus toros aguantaban dos veces la simulación del tercio de varas e incluso aguantaban que el pica apretara un poco como si fuera un toro de verdad. Toreo por bajo, medias forzándose mucho, trincherazos y atisbos de toreo poderoso, aunque si se echaban cuentas al oponente de turno resultara un tanto anacrónico.

Morante había entrado en la gloria de los toreros, su nombre aparecía en los carteles más postineros, los más exigentes se dejaban embrujar por su toreo, se le permitían ciertas cosas en virtud de ese soplo de arte que se esperaba respirar las tardes en que se vestía de torero. La cosa no pintaba mal, parecía que esos peros se podrían ir corrigiendo poco a poco y que al final podríamos volver a contar con un refugio de torería en el reino de la asfixiante vulgaridad taurina. ¿Quién no se agarra con uñas y dientes a un torero con arte? Todas las comparaciones se nos iban a quedar muy lejos, ni Curro, el más grande, ni Pepe Luis, el más grande todavía, ni Cagancho, Chicuelo o el mismísimo “Rafaé”. Josantonio arrasaba, el que retiró a Curro Romero iba como una flecha a borrar a todos de las historia del toreo. Que lejos parecían aquellos años de dudas, de problemas y que acabaron con un tiempo alejado de los capotes. Dos gramos de suerte y asistiríamos al nacimiento de un nuevo dios del toreo. ¡Fuera desperdicios! debió pensar. Se desligó de Paula, algo que para muchos estaba cantado, y se fue con uno de los que mejor entendían a los toreros, Curro Vázquez. Vale, sí, tuvieron sus problemillas en otro tiempo, pero todo fuera a favor de redimir la fiesta. Se esperaban broncas, desplantes, problemas y más problemas entre maestro y pupilo, y entre los pupilos del maestro. Pero al final no hubo na’ de na’. Ya se sabe, no hay nada que no solucionen unos cuantos miles de euros.

La primera temporada
fue la de la expectación y la de la decepción, pero había que tener paciencia y no tirarse a las campanas a tocar a rebato. Calma y paciencia. Era el primer año de matrimonio y ya se sabe, que si te haces a los nuevos suegros, que si encajas con los nuevos cuñados, que si te pones de acuerdo en donde se cena en Navidad, había que pensar en un período de acoplamiento entre familias. Aunque no faltó quien empezó a ver una alteración del toro al que se enfrentaba Josantonio. Que si en esta plaza ha pegado un mitin, que si en los corrales se producen ciertos desacuerdos, que si allí se han echado unos toros “no aptos”. Pero bueno ¿quién no tiene un escándalo en su vida? ¿Quién no tiene un borrón en su carrera?

De momento Morante se mantenía con una media de cartel, con un natural y un trincherazo, pero la esencia empezaba a perder consistencia. El aficionado empezaba decepcionarse y en seguida echaba mano de ese tópico de los artistas, ese que dice que para verlos una tarde buena, hay que echar antes quinientas malas. Una coletilla que en el fondo no convence a nadie. Pero claro, si el segundo año es un paso adelante en esta ruta de degradación, el toro ya se ha convertido en un permanente desaparecido, su adhesión incondicional a los hierros comerciales ya no deja lugar a dudas y todo indica que la única preocupación de toreo y apoderado es mantenerse en el circo de la tauromaquia 2.0, y si para ello es necesario poner en marcha la máquina de las “currovazcadas”, pues se pone. Lo que son las cosas, el aficionado pensando que iban a asistir a una guerra de intereses entre ambos y al final el perjudicado ha sido él.

Ya casi no queda nada de aquel artista con el capote, de aquel toreo de muleta que recordaba lo más clásico de la Edad de Oro, con sus peros, de aquella personalidad capaz de cualquier cosa y de nuestro morantismo incondicional. No sé si esto tendrá remedio, complicado lo veo, pero me parece a mí que este e será uno más de esos ismos a los que estos taurinos nos hacen renunciar un día sí y siete también.

PD: Hace mucho, pero mucho, que un servidor no usa reloj, más que nada por si se me para de golpe y porrazo. No sabría como reaccionar.

lunes, 15 de agosto de 2011

Indignados, que no estúpidos

Aquel trincherazo de Frascuelo.


Ya lo dijo Ortega y Gasset, que la historia de España y la del toreo viajaban firmemente unidas y que era imprescindible conocer a la una para comprender a la otra. Pues bien, parece que este matrimonio no se ha roto a pesar del tiempo, ni habrá sinuosidades femeninas o músculos masculinos que lo quiebren.

Así nos encontramos según unos con panorama social camino de lo envidiable, con unos aferrados al poder y otros salivando pensando en que se van a apoderar de él, respaldados por una gran maquinaria preparada casi exclusivamente para ganar elecciones, pero que con toda desfachatez se permiten “unirse” al movimiento del 15 M, como si ellos fueran unos perjudicados más de los mercados. O no se enteran de la misa la media, o se creen que los que no nos enteramos somos nosotros. Expertos en el tancredismo y en el “donde dije digo, digo Diego”, ahora con la visita del Papa unos miran a China y otros nos venden que lo que se supone que es la visita de un líder espiritual, el que debería ser un referente del bien, del amor, de la caridad y de la paz, ahora resulta que es un estupendo negocio; ¿y lo espiritual?, ¿qué dicen los creyentes de esto?

Y entre medias de todo esto hay una escandalosa cifra de parados, de gente que no puede llevar un duro a casa, de gente que ve peligrar su forma de vida, su proyecto de vida que dirían los ridículos seguidistas de este modelo de sociedad; Una legión de trabajadores que casa día ven más mermados sus derechos en virtud de la crisis a la que se apela para todo; se deteriora la educación, la sanidad, las condiciones laborales, los servicios que prestan las empresas privadas, los derechos de los consumidores a exigir por lo que pagan y por si fuera poco, todavía hay que esperar a ver qué deciden los mercados. Los mercados y la crisis, que pareja y lo bien que les están viniendo a los estafadores que como si fueran tahúres del Mississippi, se están aplicando en desplumarnos a los tontos que solo pretendemos vivir con tranquilidad, para después de levantarnos toda la pasta, seguir ellos con sus cosas. ¡Ay los mercados! Yo no acabo de saber a quien nos referimos al hablar de los mercados, pero lo que tengo muy claro es que son unos estafadores, unos desalmados y que merecen arder eternamente en las calderas de Pedro Botero.

Pero ¿qué tiene que ver esto con nuestra querida “fiesta brava”? Pues en mi opinión, todo. Quizás no estén tan identificados todos los que manejan y dirigen los destinos del toreo, aunque salvo excepciones, creo que todos nos hacemos una idea muy clara. No forman ningún partido, no tienen un carné, ni sale si cara en los carteles electorales, pero les tenemos localizados. Por un lado nos meten el sapo del magnífico momento de la fiesta y, como los mercados, se ven obligados a hacernos tragar con un toro infame, fofo y bobón, generalmente con sangre del nunca suficientemente vilipendiado monoencaste; y como número fuerte esa “estupenda baraja de toreros”, esas figuras a las que hay que anunciar, porque es lo que pide el público. Pero lo que son las cosas, las plazas rara vez se llenan. Ya pueden acautelares los tres delfines de Lagartijo el Grande, que el cemento se asoma gris y oscuro como una tormenta de pedrisco.

Los hay que protestan, que no están de acuerdo con esta situación, pero da igual, los grupos empresariales taurinos solo se preocupan, primero de hacerse con las plazas realmente rentables, que las hay, luego de colocar sus cromos en sus álbumes y en los de los demás, a cambio de tragar con los de los otros, y por último van buscando como abaratar los costes hasta límites inadmisibles. Habrá quien diga ¿cómo va a ser inadmisible eso de abaratar? Pues lo es. Si para ello se contratan ganaderías y toreros a precio de saldo, si el criterio de contratación no es otro que el económico y si en virtud de la crisis se desprecia y se deja fuera a todo aquello que desea ver el aficionado.

Para nada cuentan los indignados, los aficionados que después de muchos años, se están dando a la fuga y abandonando las plazas, y como esto no es algo que se cure de hoy para mañana, ahogan su afición en la lectura de sus libros de toros, revisando recortes de prensa de mejores días, viendo películas de los maestros de siempre o charlando de toros con otros indignados. Mientras los taurinos de pasean por el Ministerio del Interior, el de Cultura, las Comunidades Autónomas, el Consejo de Europa, la ONU, la OIT, la FAO, la UNESCO, la OCDE, el G-7 -aunque solo como invitados- , el FMI, Standard and Poors (Normales y Pobres), la ONE, el Orfeón Donostiarra, la Tuna de Farmacia o la SGAE, mendigando el cambio de ministerio o celebrando que los toros ya se reconocen como un fenómeno cultural, sin importarles la alarmante exclusión social que sufre la fiesta, que solo aparece en los medios de comunicación en caso de cornada grave o de escándalos de prensa rosa o para asombrar al mundo del precio que alcanzan en la reventa las entradas de los días en que torea José Tomás. Para ellos la prima de riesgo taurina ya no supone ningún problema, ya se piensan haber asegurado sus lentejas de aquí a la jubilación, lo que no quiere decir que lo estén las de la siguiente generación y ni tan siquiera las de los menos favorecidos en el presente.

Y remedando a los grandes partidos, estos taurinos se apuntan a lo que claman los indignados, que el toro es lo primero, que si el toreo puro, el de siempre, que si galgos, que si podencos, pero una cosa es predicar u otra dar trigo. Pero a mí aún me queda un granito de esperanza y si no, echemos cuentas y veamos como se van haciendo hueco algunas ideas, como la de acabar con la dictadura del monoesncaste, censurar lo del pico y paso atrás, no ofrecer adhesión incondicional a cualquiera, fuera como fuera su pasado. Y eso lo van consiguiendo los indignados. Unos escriben en blogs, otros se manifiestan en la plaza, otros en libros, en efímeras apariciones en los medios o simplemente charlando de toros con sus amigos del alma. Lo que está más que claro es que se podrá ser uno de los indignados, pero no de los estúpidos.

PD: Sería bueno que los indignados del 15-M, también echaran una miradita a lo que son los toros y que no prejuzgaran este fenómeno a priori, ni que tampoco se dejaran comer la merienda por los antis, que los habrá, como también los habrá que disfruten con el toro en la plaza.

sábado, 13 de agosto de 2011

Dos toreros, dos épocas, dos tragedias

Por alto también se podía a los toros.


El 13 de Agosto, como todos los años, se abre hueco Ignacio Sánchez Mejías, el torero que removió España y que no se sabe dónde podría haber llegado, si no se le hubiese cruzado aquella tarde de Manzanares. Y quizás en el ámbito taurino era en lo que podía estar más limitado, aunque decir de él que estaba limitado en algo resulta un poco estúpido; y utilizo el término limitado porque tanto en el arte, la literatura, el deporte y Dios sabe en que más, tenía tanto por hacer.

El polizón en busca de ser torero, el que según se decía se vistió de luces para poder casarse con la hermana de Joselito el Gallo, quien dice la leyenda que aseguraba ésta solo se casaría con un torero. El que sujetó la muerte en el rostro de José para que se hiciera universal esta imagen recogida a lápiz sobre un papel, mientras Ignacio lloraba al amigo. El mismo que un día, según se dice, en Pontevedra, mientras se preparaba para ir a la plaza, le soltó a José María de Cossío que se marchaba de los toros; como argumento de fuerza esgrimía que un señor serio y de su edad no podía salir en público con esas medias rosas. Seguro que algunas de estas historias viajan entre la verdad y la leyenda, pero a mí la verdad que eso me importa muy poco, me quedo con la imagen de un genio que era capaz de todo esto y más. Tan genial, tan arrojado, pero que se fue a buscar la muerte a Madrid, por temor a las enfermerías de las plazas de los pueblos.

Probablemente ya no queda casi nadie que lo viera de luces ante el toro, muy pocos, unos cuantos privilegiados, pero sí que se mantiene la admiración y el respeto a una forma de vida, a un torero y a su forma de entender esta locura que son los toros. Un señorito acomodado de Sevilla que se tiró a los ruedos para uno más de la Edad de Oro del Toreo y no un simple espectador. Él también entró en la leyenda del toreo, justo a las cinco de la tarde.

Pero será esta fecha el día en que los ángeles bajan a la tierra y eligen a uno de los mejores para prepararlo para llevárselo al cielo, lo cierto es que un 13 de Agosto, en Beziers, Julio Robles emprendió el camino de su particular tormento. Uno de los toreros más puros, más clásicos y más perfectos de los últimos años. Tan perfecto toreaba, que a veces no llegaba al público con la intensidad esperada. Famoso por su capote, pero que toreaba con la muleta como los ángeles.

En sus inicios de novillero se le emparejó con su paisano el Capea, aunque luego llevaron carreras muy diferentes. Sería porque el toreo de Robles no admitía las 100 tardes por temporada. Yo especialmente recuerdo sus “piques” en quites. Una tarde con Ortega Cano, quien se entregó y encandiló a la plaza de Madrid con su capote, pero que inmediatamente encontraba la respuesta del de Salamanca, que repetía el mismo del cartagenero, pero con su sello. La comparación era odiosa. A uno se le agradecía la voluntad, su infinita voluntad, y al otro su toreo.

Fueron muchas las tardes que le pude ver en Madrid y lo mismo podía ser en San Isidro, que en la feria de Otoño, que en las corridas de marzo o abril. Era cuando había figuras que no volvían la cara a hacer el paseíllo en las Ventas. Pero no me voy a poner a ver ahora lo que se hacía antes y ahora, ya me cansa. Además creo que el momento que vivimos no admite ninguna comparación con nada pasado.

Seguro que uno se maravillaría con el toreo del otro y el otro se estremecería con el del uno, y que cada uno coloque los nombres en el orden que prefiera. Ignacio y Robles, dos toreros que cada uno a su manera, siguen alimentando mi afición por los toros. Y quizás su grandeza sea tanta que aún pueden hacerme luchar contra la apatía que me provoca la vulgaridad de la tauromaquia 2.0. Va por ellos.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Joselito, Belmonte y sus proclamados herederos

Andrés Vázquez y su media belmontina


Podríamos decir que Joselito y Belmonte fueron la perfección en el toreo, pero no, uno cambió el rumbo de la fiesta, el otro lo normalizó desde el clasicismo y la ortodoxia, ambos sentaron las bases para construir la tauromaquia contemporánea, pero ahora, a lo largo de los años, cerca de un siglo después de la desaparición de uno y del medio siglo de la del otro, ahora asoman sus carencias. Aunque tampoco creo que haya que culparles de ello, pues no se les puede responsabilizar de lo hecho por sus “herederos”.

Desde hace un tiempo vengo leyendo como algunos se afanan en emparentar a los figurones del ballet taurino de los inicios del s. XXI, con dos de las figuras más determinantes de la historia del toreo y los pilares de la fiesta en el siglo pasado. Por un lado hace tiempo leí el despropósito de un periodista en su empeño en convertir a Enrique Ponce en descendiente por línea directa de José Gómez Ortega, “Gallito” o “Joselito el Gallo”. Detengámonos unos instantes en este punto y que cada uno haga lo que crea conveniente, Unos intentar sujetarse los entresijos descabalados a causa de la risa, otros recolocarse esos pelos después de mesarse desesperadamente las guedejas y otros, o tomarse un vaso de agua muy fría o echárselo por la espalda.

Hecho este paréntesis, sigamos. De repente se le atribuyeron al señor Ponce, don Enrique, una serie de cualidades propias del Rey de los Toreros, pero sin tener en cuenta ni el toro, ni el momento, ni las condiciones y conocimientos del toro y de la lidia de uno y de otro. Uno dirigía su aprendizaje y conocimiento hacia el dominio, el poder y la mejor forma de lucirlo más, evitando cualquier circunstancia que pudiera perjudicarle a lo largo de la lidia. Baste como ejemplo la retirada del ruedo de los caballos de picar hasta que el toro no hubiese sido parado, evitando de este modo aquellas embestidas desatemperadas que ni dejaban ver la bravura del toro, ni amoldar su embestida. O la disposición de elementos en el ruedo de las Ventas en beneficio de una lidia más lógica y ordenada. Y ¿qué aporta don Enrique? Cuasi eliminar la suerte de varas, convirtiéndola en una pamema absurda, pretender que la faena de muleta dure seis días con sus respectivas noches y achicar el ruedo de Madrid, para que el toro no haga tantos kilómetros dándole vueltas, mientras no hay nadie capaz de fijarlo en los capotes.

Pero si en unos casos son los corifeos oficiales de la post-tauromaquia, o tauromaquia 2.0, en otros es el rey sin trono de los inicios del s. XXI, el que se arrima al torero de Gelves. Que conste que esta reflexión no es algo original del que escribe y para muestra basta con pasarse por el blog de Isa Molina, En Barrera, y podrán comprobar como hay otras formas de indignación ante la necedad. Pues aquí va don Julián López, “El Juli” y se despacha con: “En muchas cosas me identifico con Joselito El Gallo”, “Me preocupa la marcha de todas las ganaderías” o “Como es natural a mí me gustan los toros que embistan. Lo mejor de las ganaderías de encaste Domecq que, por algo será, es la sangre predominante. Aunque, a veces sufran baches, siempre salen algunos toros extraordinarios. Incluso de las vacadas que están en mal momento. También me gusta el ritmo con que embisten los toros que proceden de Santa Coloma”. Ahí lo tienen, él solito, sin ayuda ni na’. Y yo me identifico con Pablo Picasso, pero lo malo para mí es que no me parezco en nada de nada, pero nada, pero que nada ¿eh? Pues así anda el Juli.

En otros momentos hubo toreros que afirmaban sentirse más próximos a uno o a otro, Marcial Lalanda a Joselito, Antonio Márquez a Belmonte, más recientemente el mismo Andrés Vázquez acusaba cierto toque abelmontado en su toreo. Pero tanto a unos como a otros les unía un elemento común, el respeto por el toreo clásico, por el toro y por ellos mismos. Y los que se proclaman herederos directos de aquellos maestros, por el contrario, se pasan el día exigiendo el respeto que no se tienen a si mismos, mientras intentan adaptar todo a su propio acomodo, sin importarles lo más mínimo el hacer añicos los fundamentos de la fiesta. No importa si la farsa, la pantomima y lo grotesco se han convertido en la esencia de esta nueva fiesta, que por supuesto, también tiene sus seguidores, porque como ya dijo otro viejo maestro, “Hay gente pa’to”.

Joselito se encerró una tarde con los pupilos de don Vicente Martínez y convirtió aquella fecha en el kilómetro cero de la tauromaquia moderna. Enrique Ponce se encerró con seis toros en Madrid, con el único objetivo de cortardos orejas y salir por la Puerta de Madrid, en la tarde en que muchos ponen la marca del inicio del declive del valenciano, o el momento en que abjuró de la fe clásica para abrazar la doctrina del postmodernismo ya definido, pero no suficientemente asesntado. Por su parte El Juli, que había evitado presentarse en Madrid de novillero, lo hizo con una corrida en solitario, con seis novillos de diferentes ganaderías, y en la que cortó dos orejas a uno de ellos sin haber dado ni una verónica, ni un natural, ni un derechazo. Pero este sí que pudo salir a cuestas de los capitalinos.

Parecen evidentes las diferencias entre unos y otros, lo que no quiere decir que despierten pasiones entre la masa espectadora que les sigue con fe ciega, como si realmente fueran los herederos de Joselito, el prototipo del clasicismo en su momento, que fijó las bases para el desarrollo de la nueva tauromaquia nacida a partir de la revolución que encabezó Juan Belmonte. Cosas de la fiesta.

PD: Gracias a Isa Molina de el blog “En Barrera”, por hacernos pensar sobre el toro y sus circunstancias.

lunes, 8 de agosto de 2011

La corrida más triunfal de Frascuelo no ha sido la mejor

El toreo de otra época, del que ya quedan muy pocos testimonios


De los que la calurosa tarde de este domingo de julio se han pasado por la plaza de Las Ventas, muchos de los nacidos de los Pirineos para abajo iban a ver a Carlos Escolar Frascuelo, aparte de los paisanos de los dos chavales que completaban el cartel. Y algunos incluso pensábamos que podía ser la última vez que el madrileño saliera de luces a la arena de la calle de Alcalá. Puede que no haya nadie que no sepa de la debilidad de la afición de Madrid por este torero. Como es ya tradición, una vez acabado el paseíllo se le hace salir a saludar arropado por el calor de una cerrada ovación. Todo lo que venga después ya es un añadido; con la garantía de que lo que sea rebosará arte, torería y verdad. Y todos saldremos encantados camino de casa, saboreando el toreo añejo del maestro.

Nadie podía pedir más, Frascuelo ha cortado una oreja a un remiendo de la Dehesilla, en una tarde de toros que aunque no para tirar cohetes, sí que han permitido hacerles cosas y al tercero de la tarde casi se le podía invitar a ir a la piscina, siempre y cuando se le pusiese una muleta para seguirla. Bien es cierto que han manseado en diversas fases de la lidia, incluso alguno presentó ciertas complicaciones, pero nada que no curara una buena lidia, que es lo que sí se ha echado en falta en algunos momentos.

Como se ha dicho a Frascuelo no le faltó el cariño del respetable en ningún momento de la tarde, ya podía estar desconfiado con el capote y sin conseguir acoplarse con ninguno de sus dos oponentes, que si de repente forzaba la postura en una media, el público se le entregaba. Igual no estaba bien colocado en el primer tercio, quedándose junto al estribo derecho mientras el toro se encaraba dirección al peto o que el banderillero de turno encontraba alguna dificultad con los palos y no el apoyo del maestro, que todavía no había llegado a su sitio, que se le perdonaba y no se le afeaba esta circunstancia. A su primero se le lidió mal, mucho capotazo y el toro por el ruedo sin que nadie lo fijara. Con la muleta lo recogió con la torería de siempre por bajo, aunque no tan asentado como otras tardes. Algún derechazo estimable, mientras el toro no daba ninguna facilidad para salir de la querencia de las tablas. Le andaba por aquí, se dejaba ver, recogía la montera del suelo y con ella en la zurda, un saltito para alegrar al toro, le lanza el tocado y consigue que el de la Dehesilla se le venga al trapo. Pases más acompañando que mandando, otros dos con cierta calidad y siempre sin perder ese saber estar de los toreros que han alcanzado la madurez. Una única tanda de naturales, trincherazo y a matar con media estocada trasera. Una orejita, el alborozo de los más fieles, pero no era a lo que estábamos acostumbrados. El aficionado mandaba más el corazón que la cabeza, porque en caso contrario, seguro que no se habrían sacado los pañuelos. Será una tarde no tan afortunada como se esperaba, será que el tiempo pasa y ni los grandes maestros lo pueden detener, pues no lo sé. Lo que sí sé es que no me gustaría que don Carlos Escolar Frascuelo emborrone la imagen que algunos guardamos de él, un tesoro como si fuera el reloj con leontina del abuelo. En su segundo el toro ayudo aún menos y con un pinchazo y una media acabó la tarde en que al maestro le dejan venir a Madrid a encontrarse con su público. Al término de la corrida algunos esperábamos, no fuera a ser que alguien le saliera por detrás con unas tijeras, pero no, se confirmaba eso que dicen algunos de que el madrileño ha afirmado que nunca se cortará la coleta.

Acompañaban a Frascuelo, Andrés Palacios, que se encontró con la gran oportunidad de decir “aquí estoy”. A su primero, que ya escarbaba de salida, le recibió con unas verónicas aceptables al de Pereda, que se arrancaba al caballo con mucha prontitud, aunque bien es verdad que empujaba con la cara arriba, que solo recibió una vara y que se dolió en banderillas. Pero a pesar de todo esto y por ese misterio de la selección de los ganaderos de esta época, buscaba la muleta como un perrillo. El manchego le toreó por la derecha, templadito, pero sin mando, cambios de mano, pero sin acabar de meter al toro en el trapo, lento, pero alejado y sin acabar de ponerse en el sitio. Pinchazo, estocada y oreja ¡faltaría más! Aunque si alguien le quiere, seguro que le harán ver el verdadero valor de esa oreja, en una tarde “cariñosa” y de paisanaje. En el quinto la oportunidad ya ni la pintaban calva, ni era tan clara, el toro le echaba la cara arriba y Palacios no solo no intentó limar ese defecto, sino que se lo fomentó con solemnes banderazos. Y en el pecado llevó la penitencia, que llegó a la hora de matar. Tras seis arañazos con la espada, o pinchazos, no dudó en tomar el verduguillo, olvidando aquella máxima de que “se mata con la espada”. Pero eso eran cosas de los viejos, la tauromaquia moderna permite eso y lo que sea y si alguien no está de acuerdo, pues que baje él al ruedo. Es que ya no se a dónde vamos a llegar con estos indocumentados en las normas básicas de la tauromaquia 2.0.
El tercero, que salió el primero, fue Raúl Velasco, quien recibió rodilla en tierra a su primero. Luego anduvo un tanto desorientado sobre donde debía desarrollarse la lidia. Bien en los comienzos por abajo con la muleta, pero al erguirse le costaba no ponerse fuera en el cite. No es que descargara la suerte escandalosamente y haciendo alarde de ello, como las figuras más rutilantes, pero si que alargaba el brazo, se retorcía y se mantenía a prudencial distancia. Pasó un momento de peligro cierto al quedarse enganchado de los pitones del de la Dehesilla al entrar a matar, aunque afortunadamente todo quedó en un mal susto. En el sexto, de Pereda, quizás le pudieron las urgencias. El galleo para llevar el toro al caballo se le notó un pelín atropellado, no se le picó y con la muleta se limitó a repartir trapazos, poner posturas y cuando el toro se le quedó definitivamente, intentó aquello del arrimón y de las ratonerías efectistas.

Una tarde larga, con detalles de buen toreo a cargo de Frascuelo, pero sin la enjundia y el mando de otras fechas y aunque nadie le pidió que pusiera fin a una más que digna carrera torera, honesta y sincera como ninguna, más de uno lo esperaba, pero lo dicho, que según afirman algunos que lo han oído de boca del maestro, él nunca se cortará la coleta. Pues que sea para bien.

jueves, 4 de agosto de 2011

Los choto- novillos, mejor a puerta cerrada

¿Volverá el José Tomás que esperamos?


No había acabado la casi corrida del 3 de agosto cuando ya estaba hablando por teléfono con un correligionario de la fe tomasista, pero que antes de adorar a ídolos paganos es ferviente creyente de la tauromaquia clásica y eterna. Uno de esos que es fiel a un torero, mientras éste se mantenga fiel al toreo de siempre en el que el toro es el ser supremo y el único que justifica todo esto.

Sus palabras no dejaban lugar a dudas, José Tomás inmenso, pero… ¿has visto los novillos? Y volvía a insistir en que el madrileño se seguía pisando los terrenos de siempre, pero… los novillos, que pena. Y créanme si digo que pocas personas habrá que respeten más la labor de los que se enfundan la taleguilla, pero de la misma forma, pocos habrá que sepan el esfuerzo que hay que hacer para calzársela y para irse a la plaza a ponerse delante del de negro.

Yo entiendo a la perfección que José Tomás necesite irse encontrado consigo mismo, entiendo que no se le pueda pedir ahora, después de la segunda actuación, que se anuncie con los de Adolfo, como ya hizo en su día en Madrid y no con demasiada fortuna, pero de ahí a que le echen una corrida más menguada que casi cualquiera de las novilladas de julio en las Ventas, va un abismo. Está bien que se placee con novillos, vacas, becerros, chotos, jatos, churros, erales, añojos, pizcas o moruchas, pero si eso conlleva que la gente pague una entrada, la cosa es muy diferente. Y que conste que no entro en que unos hayan pagado fortunas por un boleto, allá ellos, pero simplemente el precio de la localidad ya tiene que ser suficiente garantía para que el espectáculo sea íntegro.

El otro día yo pedía paciencia y que se le juzgara simplemente como a un torero y no como a un mito. Pues bien, como torero que es, no va por buen camino si falla en lo fundamental, en el toro. No creo que esto beneficie a nadie, ni a él como torero y como máxima figura, uno de los últimos clavos ardiendo que le queda al aficionado que huye de tanto “G”, de tanto indultador pegapases tramposo y de tanto toreo periférico. Pero a quien más daño hace es a la fiesta, a esa fe que está por encima de todo. Aplico el mismo argumento que utilizo cuando hablo de los Juli, Perera, Manzanares, Castella y demás, si un espectador va a la plaza un día de esos de cartel de tronío, en el que le cuentan que va a ver a los números uno del momento, a la cúspide de la tauromaquia universal de todos los tiempos ante el ganado más bravo y encastado de la historia y se encuentra con la pantomima habitual, el que ha pagado su entrada con tanto esfuerzo como ilusión, después de aburrirse como una mona dirá: ¿y esto es la fiesta de los toros? pues vaya porquería. Y puede que no vuelva más, pero seguro que tampoco volverá su cuñado, su vecino o el hermano de su jefe, a los que les habrá contado el fracaso que para él ha supuesto aquella gran corrida de toros.

Habrá quien pueda decir que no he hablado nada de cómo toreó, si dibujó naturales de ensueño, si se ajustó cómo nadie a la verónica, por gaoneras o chicuelinas o si sacudió dos estocadas hasta las péndolas en todo lo alto, pues el que lo diga tiene razón. Incluso se me puede argumentar que es la segunda actuación y que el juicio puede ser precipitado, pero si a la segunda de cambio falla el toro, nada tiene valor y si éste va a ser el camino a recorrer, pues apaga y vámonos.

Y que conste que de momento, me sigo declarando tomasista, pero antes que nada pretendo llegar a ser un buen aficionado a los toros, e incluso siéndolo a los toreros, estos solo adquieren su verdadera dimensión cuando se enfrentan y pueden con el toro. También fui declarado seguidor de Roberto Domínguez, de Emilio Oliva, incluso de Óscar Higares, de Ponce, hasta de Perera y un poco de Castella, de Cayetano cuando se presentó en Madrid, de Paquirrín allá en la noche de los tiempos, pero de la misma forma dejé de serlo en el momento en que creí que se apartaban de lo que yo entendía que era el toreo, porque lo primero es ser firme creyente de la tauromaquia clásica y luego, si se tercia, meapilas del que lo haga de verdad ante el toro, no ante choto- novillos para matar a puerta cerrada.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Frascuelo, puntual a su cita



La primera vez que vi a Carlos Escolar Martín, Frascuelo, fue en mis tiempos de la andanada del 3, cuando lucía el abono de estudiante, cuando allí arriba nos debíamos juntar casi todos los chavales que acudían a la plaza. Creo recordar incluso que ponía banderillas, aunque ahora, con el paso de los años, es algo que no me atrevo a afirmar con rotundidad, así que si hay alguien que tenga mejor memoria que yo, espero que me lo aclare. Era uno de tantos de los que desfilaban domingo tras domingo por el ruedo de las Ventas y que sorprendían la mirada de un chaval de diecitantos años, los Gabriel de la Casa, Manolo Cortés, Bernadó, El Regio, Sánchez Bejarano, Marismeño, Paco Aguilar, Curro Luque, El Inclusero, el Hencho y tantos otros. Toreros, como Frascuelo que para nosotros no eran nadie, pero que nos enseñaron en muchos casos lo que era el toreo y que no todo eran los matadores punteros que se anunciaban en San Isidro. Puede que esta legión de toreros de la clase media fueran los que ayudaron a cimentar esta afición haciéndonos ir a los toros todos los domingos.

Con el tiempo Frascuelo no solo dejó de ser un desconocido que sorprendía a los ojos de quien estaba abriéndose de verdad a esto de los toros, sino que empezó a convertirse en un torero al que no se podía dejar de ver y en el que había que fijarse en todo lo que hacía y en lo que no hacía. A medida que pasaban los años, esa forma de hacer y de moverse, que un tiempo fueron el “abc” de todos los vestían medias rosas, empezaron a ser el testigo de otras épocas, que había que paladear intensamente, porque empezaban a caer en el olvido.

Frascuelo se convirtió en torero predilecto y mimado por el público de Madrid y todavía hay quien se extraña de que los siesos de las Ventas se rompan las manos a aplaudir en cuanto le ven asomar por la puerta de cuadrillas. ¿Por qué? - se preguntan- si aún no ha hecho nada. Pues nos rompemos las manos por varios motivos, porque recordamos aquella faena televisada en una plaza instalada dentro de un castillo, porque recordamos aquella estocada que hizo rodar al toro antes de que éste pudiera dar dos pasos, por ese toreo a la verónica tan de verdad, por las medias, por todo su toreo clásico y lleno de torería, porque aún se atreve a intentar recoger el toro por bajo al iniciar la faena, por los trincherazos, por la forma de embarcar al burel en la muleta, en definitiva, porque no quiere engañar a nadie.

Pero creo que aún hay algún motivo más, quizás para que todos los taurinos, periodistas, turistas, aficionados de aluvión, expertos en la tauromaquia 2.0, expertos en las hazañas del G7, G 10 y todos los “G” que se nos ocurran, para que todos estos se enteren de que es lo que queremos ver, de lo que esperamos como aficionados a los toros, que estamos hartos de esos torerillos de pitiminí que se creen incomprendidos. Frascuelo, víctima de las empresas, de los manejos de los que mandan en este sórdido mundo, de las cornadas del toro que otros ni saben que existe, no es un incomprendido, no tiene que justificarse con esa sarta de bobadas que otros repiten tarde tras tarde para justificar su ignorancia e inoperancia ante el toro toro.

Por todo esto, y más, Frascuelo es nuestra debilidad, esa debilidad que nos hace debatirnos entre pedir que se retire y desear que no lo haga nunca. Por un lado vemos que el tiempo no pasa en balde, que las facultades ya no responden igual que antes y que el toro al que le enfrentan exige de manera extraordinaria y que al menor descuido le puede mandar a la enfermería; no hace falta mirar demasiado para atrás para recordar la fea cornada de hace unos años. Y al mismo tiempo seguimos esperando esas verónicas rematadas con su media, o verle irse hacia el toro muleta en mano. La lógica diría que ya pasó el tiempo de que Frascuelo se vista de luces, Solo son dos o tres tardes por año, en el mejor de los casos, pero quizás esa misma escasez de contratos vayan en su contra. Resulta muy difícil, por mucha preparación que se tenga, encontrarse en la mejor condición una vez al año.

Quizás ya va siendo hora de que nos hagamos a la idea de que hay que despedirse de Frascuelo, el último de una época que parece que ya no tiene sucesor ni entre los matadores de toros, ni entre los de novillos. Sí es verdad que ha llevado a algún novillero recientemente, pero parece que éste no ha acabado de asimilar esa forma de entender el toreo. ¿Tendremos que resignarnos? Pues parece que sí, que una vez que deje de acudir a su cita de todos los años en el duro agosto de las Ventas, ya no tendremos clasicismo al que agarrarnos, ni torería con la que llenarnos los ojos y si algún joven aficionado nos pregunta que a quién se parecía Frascuelo, ya no sabremos qué contestar. Y esto me pasó a mí en este mismo sitio. Fue una de las preguntas más complicadas que me han hecho, el autor se acordará, sin duda. Pues la respuesta podría ser que Frascuelo es lo más parecido a un torero, quizás porque él es un torero; si alguien quiero hacerse una idea, que vaya este domingo 7 de agosto a los toros en Madrid. ¿Quedará alguna cita más?