jueves, 28 de diciembre de 2017

La verdad vuelve a resplandecer


Otro año más, saquemos los pies del tiesto

En estas horas de frío, ya metidos en el invierno, los taurinos van moviéndose, con calma, pero sin pausa, para preparar a conciencia la nueva temporada, que aunque parezca lejana, en un abrir y cerrar de ojos abrirá sus puertas. Al tran tran van tomando posiciones y aunque quieran hacerlo con sigilo, hay veces que no pueden esquivar la audacia felina de los reporteros de Toros Grada Seis. Menudos son.

-        Definitivamente se ha confirmado que el Juli se ha apuntado a la de Miura de Sevilla, siempre y cuándo salgan como los de Ceret del julio pasado. Ante ese desafío el resto del escalafón, parece que va a responder, afirmativamente, Ponce, Morante, Manzanares, Castella y Daniel Luque. ¿Daniel Luque? Y ahora díganme que se extrañan de este y no de los otros. La gesta puede que no se produzca solo en Sevilla, sino también en Madrid, Bilbao, Pamplona y Atarfe. El único obstáculo que podía presentarse era la falta de ganado, pero las empresas ya se han puesto manos a la obra y han pedido ayuda a Núñez del Cuvillo. Alimaña por alimaña, ¿no?

-        Ante el éxito conseguido la temporada pasada por la “Corrida Total/ Integral/ lo que sea”, el empresario de la plaza de Madrid, monsieur Nautalia, ha decidido hacer suyo el reto de reeditarla en San Isidro 2018. Se había pensado en Ponce y en otros mandones del toreo actual, incluido Morante, como gran reentré en Madrid del torero de la Puebla, después de su retirada de los ruedos, de un par de meses. Y todo esto con una ganadería del gusto del aficionado… a las pipas, Núñez del Cuvillo. Queda por confirmar si se podrá contar con la participación de la Banda Municipal de Madrid, para que amenice la lidia de cada toro, desde el centro del ruedo. Lógicamente, por el inconveniente que tiene la convivencia en la arena de músicos y toro, se ha previsto que los maestros toquen los pasodobles programados sin apenas menearse, que ya se sabe, si no te mueves, no te coge. La parte bailada la interpretarán los toreros, con mucha mayor experiencia en estas lides, las de la danza taurina, claro.

-        A partir de la temporada que viene, Nautalia implantará un control de alcoholemia a los espectadores que quieran entrar al coso de la calle de Alcalá. El límite de alcohol en la sangre será de 0,8, impidiendo el acceso a todos aquellos que no superen tal tasa. “Los serenos que se vayan a cerrar portales”, ha declarado el señor Casas, don Simón.

-        La recientemente estrenada película del toro Ferdinando ha contado con el apoyo de diversos profesionales de la fiesta, entre los que se cuentan como más destacados a José María Manzanares, Sebastián Castella y el maestro Rincón, quienes parece ser que se sintieron muy identificados con eso de sentir pena por tener que estoquear un toro. Igualmente han manifestado su apoyo asociaciones taurinas que están a favor de la evolución, humanización y el sentimiento artístico de la tauromaquia. Entre estas están la “Asociación Cultural de la Tauromaquia, la Suerte de Varas nos da cosa”, “Club Taurino amigos del Velero”, “Agrupación por una Tauromaquia sin sangre, ni otras guarrerías asquerosas”, “Peña Taurina el pegapases y punto”, así cómo otras que han preferido mantener el anonimato, por aquello de que no les llamen cosas feas los aficionados a los toros.

-        Aprovechando las inminentes obras que hay que abordar en la plaza de Madrid, parece ser que va tomando fuerza un proyecto ambicioso y vanguardista, siempre para favorecer la tauromaquia y el sentimiento artístico de esta, de reducir el gigantesco de las Ventas y agigantar el reducido callejón, dónde se podrían instalar varias barras de bar temáticas, la de los mojitos, los yintonis, la mayofest con cervezas de importación y la del kalimocho para aquellos que su nivel adquisitivo no les permita codearse con la jet de la tauromaquia (la Martínez Bordiú, Froilán, Ramos, Mario Vaquerizo, Belén Esteban o la mismísima Cristina Cifuentes), que frecuentarán las otras. Además, para hacer más llevaderas las tardes de toros, se instalarán unas terrazas en el mismo callejón y si hay que suspender la corrida por exceso de aforo en los bares, se suspende y ya está. 

-        Diferentes agrupaciones de aficionados están recogiendo firmas para que a partir de ahora los toreros se vean obligados a indicar el tiempo mínimo que permanecerán apartados de los ruedos, una vez anuncien su retirada. Así mismo se intenta precisar si un torero que actúa voluntariamente menos de dos veces por año, está retirado, prácticamente inactivo, inactivo matando el gusanillo de vez en cuando o como José Tomás. Simultáneamente ha surgido otra iniciativa impulsada en la anterior, según la cual, los toreros estarán obligados a lucir coleta, sin añadido, por lo que si se la cortan, la coleta, malpensados, solo podrán volver cuándo esta haya crecido hasta una longitud suficiente para poder ser manipulada por el mozo de espadas, la coleta, malpensados.

-        Una empresa japonesa, la Ayke T Komo, ha diseñado un artefacto basado en la tecnología de los drones, que sobrevolando el ruedo durante la lidia será capaz de captar la colocación de los toreros respecto de la posición del toro y en tiempo real, al instante, procesar la imagen recibida y determinar la posición correcta de acuerdo a los cánones del toreo. La máquina permitirá un error del 25% sobre la colocación ideal y más allá de este desajuste, esta emitirá un pitido que haga saber al público y al torero, que debe corregir el sitio. Tal sistema parece que se probará durante los festejos de la feria de Madrid y si la experiencia es satisfactoria, quizá se implante en otros cosos. Las primeras reacciones no se han hecho esperar y así la práctica totalidad de las figuras han manifestado que debido a las condiciones adversas, no actuarán en 2018 en Madrid, pero que si no quedara más remedio, que lo harían con tapones en los oídos. Excepto Morante de la Puebla, que quizá se retire para esas fechas, por un ratito, y el Fandi, que ha manifestado que “si no le pilla el radar de los civiles, como para que le pille el trasto de los japoneses”.

Después de este esfuerzo de investigación periodística, periodismo de investigación, solo espero que no se lo tomen a chufla y sepan valorarlo en su justa medida. Y para todos, un muy feliz año 2018 y que nos traiga el toro íntegro y encastado, que igual con esto más de uno se pensaba el asomarse por los ruedos y ni máquinas, ni pitidos, bastaría con el toro. Muchas gracias y un abrazo para todos.

martes, 19 de diciembre de 2017

La hora de los teloneros taurinos



A todos os deseo muchas felicidades y os quiero agradecer vuestro seguimiento, que es el que hace que años después, sigamos por aquí.

Hubo sorpresa entre los aficionados cuándo en la corrida Guadalupana, en la México, se varió el orden de lidia y, excepcionalmente, la antigüedad no determino el orden en que actuarían los matadores. Alegan que era para ir alternando un matador local con un foráneo y así mantener la tensión, intentando establecer un mínimo de competitividad, un toma y daca; aunque las malas leguas aseguraban que lo que se pretendía evitar era una desbandada general a mitad de festejo, justo cuándo según la lógica deberán salir a la arena lo matadores mexicanos. No voy a decir que haya aplaudido tal medida, nada más lejos y menos si este sucedido es por tan lejanas latitudes para mí, que cómo dice el refrán, más sabe el tonto en su casa, que el listo en la ajena, pero eso no quiere decir que no haya producido bastante extrañeza.

Pero esto que a unos hace fruncir el ceño, a otros les da ideas y les hace atisbar una inmediata aplicación a la fiesta. Anda que no ha tardado poco el señor Casas, o Nautalia, en descolgarse que eso de que se mantenga el orden de antigüedad es una gaita, que les complica mucho la confección de carteles y en consecuencia, que para qué seguir el camino de siempre. Pues claro que sí, total, ¿qué más dará? Sigamos adaptando el mundo a la medida de los caprichos de los niños, niños a los que se les hace cuesta arriba coger la cuchara solos; pues se les da de comer en la boquita; niños a los que se les hace un mundo masticar, pues se le pasa todo por el pasapuré; niños que no se “ajuntan” con otros niños con los que no quieren compartir ni la pizarra en el colegio, pues se les traen los maestros a casa. Que puede que eso del cambio en el orden de lidia no sea tan trascendente, pero es que es una u otra y otra y otra más, no para allanar el camino, que ya lo está bastante, sino para evitarles la más mínima mota de polvo que los más incapaces pueden ver como una montaña. Comodidad, comodidad y comodidad, a cambio de vulgaridad, vulgaridad y más vulgaridad. Eso sí, que luego se dicen artistas. Y lo que es peor, que tal y cómo está el ambiente de matadores, como fulanito, menganito y zutanito digan que les pongan a un chaval por delante, no se crean que nadie se les va a plantar y a decirles que nanay, que el orden de lidia, según la antigüedad, es el que es y punto. Que esto es como aquello del Guerra y que no había quinto malo, hasta que los demás se revelaron y decidieron que a sortear. ¡Anda! ¿antes no se sorteaba y por una marejada del sector para acabar con los abusos del mandón, empezó eso de los papelillos? Porque ahora parece que volvemos para atrás, que a nada nos imponen por decreto la desaparición del sorteo. ¿Una barbaridad? Desde luego, pero estos no tienen límite. 

Esto se ha convertido en una carrera por acomodar, acomodar y acomodar y a los únicos que beneficio este camino hacia la nada es precisamente a esos, a los que no aportan nada. Les empezó molestando lo de la espada, luego que si los tres puyazos, luego lo de Cultura, después las chepas, luego los regados, que si los pitos, que las protestas, que si esto, que si lo otro. Y cada vez van buscando más y más para facilitarse la ruta, llegando, inevitablemente, al ridículo más espantoso. Si es que no ven el fin, ni por lo que parece, el futuro. Que no es cuestión de adivinaciones, es simplemente pararse a mirar y ver qué dirección lleva esto. Que ya puestos, si el festejo empieza a las siete de la tarde, que pongan por delante a dos desarrapados del toreo, o ni del toreo tan siquiera, que desarrapados siempre habrá, y hora y media después se anuncia la actuación estelar del figura de turno. Pero que no vayan ustedes a pensar, que ni paseíllo, ni gaitas. Primero un pase de moda taurina, con modelos estilizados/as, luciendo las nuevas tendencias de Justin Al Gabax; a continuación se representaría la entremés titulado “Te traigo las llaves”, con reconocidos actores que representarían el rito de entregar las llaves de los toriles al buñolero de turno, que bien podría ser un personaje popular y en el momento de la entrega, que la megafonía dijera eso de: Hoy viene a pasarlo chupi a la plaza… Bertín Osborne, por poner un ejemplo. Y luego los teloneros, que andarían por allí, pero sin que hiciera falta que nadie les hiciera demasiado caso. El personal podría estar bailando la polea por los tendidos, comiendo Hot dog con salchichas de tofu y pan de semillas de nogal, vendedores de palomitas, pipas, chicles, caramelos y cada dos tendidos una barra con un celebrado barman, preparando yintonis, que dada la hora, con uno, ya te vas cenado a casa. Y cuándo ya el cocimiento y estado de desenfreno alcanzara unos niveles suficientemente infames, haría su presentación el figura de turno, envuelto en plumas y pieles de leopardo, para si le viene bien crear arte y si no, no, que para eso es un artista. Que me dirán que esto poco tiene que ver con los toros, pero a lo mejor sí que anda cerca de “la tauromaquia”, según Nautalia/ Casas. Lo que no sé es si el aficionado, si a estas horas aún quedaba alguno, esperaría con más ilusión al figurón o la hora de los teloneros taurinos.

Enlace programa Tendido de Sol del 17 de diciembre de 2017:

viernes, 15 de diciembre de 2017

Alegato de Miura



En estas fiestas, llévenme a sus casas

Hace unos meses, cuándo aún apretaba el calor, y de qué manera, el aficionado se escandalizaba con las fotos de unos pitones despitorrados como tulipanes estampados contra un muro. Escobones más que pitones. ¿Cómo es posible? No se podía consentir semejante atropello. Pero la cosa empeoró cuándo al pie de foto aparecía el nombre de la ganadería, Miura. No puede ser, eso es una blasfemia taurina que no entra en cabeza humana. Pues sí y ahora, los señores de Ceret, plaza dónde se produjo tal afrenta, han hecho públicos los resultados de los análisis de las astas de aquella corrida celebrada en el mes de julio. Que habrá a quién le parezca que demasiado ha tardado, pero mejor despacito y con buena letra, con minuciosidad, que a tontas y a locas. Que nunca he ocultado ciertas reticencias a lo que sucede en la Francia taurina, pero lo que es innegable es el espíritu que preside todas sus actuaciones, ese querer hacer las cosas bien, con rigor y seriedad. Que no es la primera vez que estos señores han respondido con transparencia argumentos fundamentados en informes nacidos a partir de analizar astas sospechosas, más que nada, para que luego no quede lugar a dudas, ni para bien, ni para mal. 

Quizá los señores ceretianos podrían haber colado este informe de tapadillo, sin que nadie se enterara y para adelante, pero quizá hay otro aspecto que les distingue de la mayoría de plazas del mundo y no es otra cosa que el orgullo por mantener el buen nombre, la fama de seriedad de la plaza de Ceret y de su feria a mediados de julio, lo que con el tiempo se ha convertido en lugar de peregrinación para muchos aficionados que buscan el no sentirse engañados, el encontrarse con el toro en toda su extensión. Para ellos su plaza es un patrimonio que no solo no pueden permitirse malograrlo, sino que tampoco están dispuestos a ceder un milímetro. Quizá son conscientes de que primero una pizca, luego otra y otra, puede llevarles a la ruina, a esa que desgraciadamente vemos cómo se ha adueñado de la casi totalidad de plazas, al abrigo del aplauso de las masas, la complicidad de la autoridad y la justificación de los medios taurinos, que siempre encuentran un porque “convincente” a tanto engaño. Qué envidia, dejando de lado otras plazas y centrándome solo en la mía, ya me gustaría ver eso mismo en mi plaza de Madrid y no ser testigo de cómo el público se alinea incondicionalmente con su torero, el paisano y les importa un bledo el prestigio y el respeto a una plaza que debería ser señera. Ya me gustaría que el empresario no fuera parte activa del entramado taurino al que solo inquieta arrebañar hasta el último euro, aunque sea de la venta de refrescos, que la pela es la pela y si para maquillar las cuentas hay que meter gato por toro, pues se mete y ya está, que la propietaria, la Comunidad de Madrid, consentirá encantada. Pero Ceret es otra cosa y puntualizo, Ceret, que no Francia. Es cierto que no es un caso aislado, pero más allá de los Pirineos también está Nimes; y ahí lo dejo.

Se han atrevido con Miura, seguro que con todo el dolor de su corazón, pues este hierro no puede ser uno más, los de la gaita van mucho más allá de ser una simple vacada de bravo. Miura es el toro, un nombre legendario que ha traspasado las propias fronteras del mundo del toro. Precisamente en el año en que cumplían su 175 aniversario. Un año que se esperaba que fuera de celebraciones y que al final ha cosechado más sombras que luces. Sombras muy negras, sombras que albergaban sospechas de todo tipo y en casos cómo este de Ceret, estas sospechas se han disipado y han dejado paso a una fea y dolorosa realidad. No han tardado en publicar una carta de los ganaderos dirigida al señor Valmary, intentando justificar lo sucedido en el ruedo de Certe. Ignoro el porque de la fecha de 4 de julio de 2017, pero pensemos simplemente en una errata, dejémoslo ahí. Esta sería otra cuestión a investigar. De momento es suficiente centrarse en el contenido, en la defensa basada la supuesta integridad de las astas a la vista de los toros en el campo, en varias ocasiones, antes del traslado, con posterioridad a este, en los corrales de la plaza y antes del enchiqueramiento de las reses. Que eso está muy bien, por algo se hacen los reconocimientos previos a  los festejos, pero seamos serios, el afeitado no es fácil de apreciar a simple vista, sobre todo si tenemos en cuenta la maestría con que desarrollan su infame labor los barberos. Todo parecía perfecto hasta el momento en que los de Miura saltaron al ruedo. ¡Válgame! Todo iba a las mil maravillas y fue en ese momento justo en el que todo se vino abajo. Según la explicación de los ganaderos los toros no habían parado de derrotar en los chiqueros. Y los señores de Certe, tan minuciosos ellos, tan cuidadosos de la integridad del toro, tan pendientes del más mínimo detalle y no cayeron en que tendrían que haber acolchado las paredes de los toriles, precisamente para evitar todo. Lo de las camisas de fuerza no parece tener motivo por el momento, si acaso para los propios responsables de Ceret o para los aficionados que ya se quedaron perplejos en su día ante el espectáculo de toros con plumeros del polvo en los pitones o casi mejor a los responsables de ese desmarañado y poco razonable alegato de Miura.


Enlace programa tendido de Sol del 10 de diciembre de 2017:

jueves, 7 de diciembre de 2017

Historia de una mesa


Creían en el poderoso influjo de la mesa y resulta que lo sobresaliente estaba en el propietario de esta, en su afición, su idea del toreo y sobre todo en esa cabeza privilegiada, única e irrepetible en la historia del toreo

La historia del toreo está llena de hechos curiosos, sorprendentes coincidencia e hitos que se mantienen en la memoria de los aficionados, por muchos años que hayan pasado y aunque sus protagonistas ya no estén presentes. En estas fechas ha adquirido especial protagonismo una mesa. Otro de los caprichos del mundo del toro en que cualquier objeto, por banal que pueda ser su naturaleza, de repente el destino quiere que se convierta en algo único. Esa mesa quizá no lo sea solo por el nombre de los que en su día la poseyeron, lo que ya será suficiente, sino por haber sido soporte o testigo del transcurrir de la historia. Quizá sobre ese tablero aquel joven maestro, aquel genio del toreo, garabateo y trazó lías proyectando la plaza perfecta, la que debería ser el ideal para el buen trato del toro, de los toreros y, sobre todo, para que allí se pudiera dar la lidia perfecta. Esta llegaría o no, pero las condiciones estaban, nunca mejor dicho, encima de la mesa. Allí, quizá, se establecieron las dimensiones de un ruedo, para que las querencias no viciaran la posibilidad de poder ver al toro en toda su dimensión y quizá sea mucho aventurar, a lo mejor hasta se vio con buenos ojos que hubiera una pendiente en el piso, pero ya digo, que esto es mucho aventurar.

Quizá en esa mesa era dónde se cerraban los contratos que en la plaza de Madrid enfrentaría al Rey de los Toreros con cualquiera que empezara a despuntar, cualquiera al que los aficionados empezaban a ver como el nuevo mandón del toreo. Esa plaza no parecía ejercer ninguna mala influencia sobre su dueño, empujándole a esquivar hasta el ridículo estar en la plaza de Madrid, ante la afición de Madrid, ante ganaderías de compromiso y con el compromiso de codearse con quién pretendiera ser en esto del toro y al tiempo no dejar pasar la ocasión de dejarle claro quién realmente ya era y quién se lo iba a poner muy crudo si alguien que calzara taleguilla quisiera descabalgarle de la posición conquistada. Esa mesa quizá vio cómo nombres de promesas emergentes iban paseando del brazo de su dueño por los contratos que allí posaba la empresa de Madrid. Uno, otro, otro, otro más y hasta aquel que calificaban de revolucionario, que hasta disputó la hegemonía del toreo al Rey, y al que este nunca hizo ascos para alternar cuándo fuera, dónde fuera y las veces que fueran. 

Es posible que sobre esa misma mesa, lo mismo se escribieran las misivas exigiendo corridas de Miura, porque esas las debían matar los mejores, los más capaces, que se esbozaran los planos de una Monumental en Sevilla, que se tomaran notas, ideas sobre cómo mejorar la lidia, cómo mejorar la fiesta, trazando el tipo de toro que permitiera ese toreo en redondo que calaba en los públicos y en los propios toreros, la firma de seis toros de Martínez, el esperar a que se parara al toro para que salieran los montados. ¿Quién nos dice que esa mesa no es en si misma un compendio de torería, de historia del toreo? Pero los tiempos son otros y del maestro indiscutible, la cabeza pensante del toreo, aquella testa privilegiada, hemos pasado a otros modos, a otras intenciones no tan reconfortantes y fructíferas para el aficionado. Allá dónde hubo grandezas, ¿quién nos dice que no se ha pedido que se rectifique a aquel Rey de los torero? Lo mismo en dimensiones de ruedos, que en chepas alisadas, que en negarse a matar nada que puede parecer un toro, que se comporte cómo un toro, que sea encastado cómo un toro y que en definitiva, sea un toro. Puede que sea aquí dónde se veten ganaderías de las llamadas duras, se exijan otras de las denominadas comerciales y hasta se establezcan estrategias para manejar el cotarro las mañanas de apartado, cuándo no se cumplan los caprichos sin sentido de quién se piensa maestro.

Más bien parece que la mesa que en su día soportó los papeles que generaba una leyenda, ahora solo sirve para que un personaje excéntrico diseñe su nuevo disfraz de lince, de cigüeña o de pollino de Sierra Morena; quizá allí sea dónde se planeen chiquilladas de niño travieso, pero que muchos aplaudirán cómo genialidades. Y cómo las genialidades se supone que son exclusivas de los genios, hasta se atreven a querernos hacer creer que tal personaje lo es. Que se entiende esa necesidad de algunos de tener siempre un ídolo ante el que postrarse, pero entiendan que a veces resulta complicado, porque el supuesto genio lo pone muy difícil, tomarse en serio todo este numerito de varietes. La única diferencia es que la vedette no bajará la escalinata zarandeando esbelto plumaje, sino que lo mismo hoy se sienta en ese añejo escritorio para redactar una retirada que nadie creyó, que para exigir firmar allí mismo su vuelta a Sevilla, allá para San Miguel. Que igual nos cuentan que es con el afán de iniciar ahí su temporada, que por muy optimista que se sea, a todo lo más que llega es a esta, la de San Miguel, el Pilar, la feria de Otoño de Madrid y la feria de Jaén. ¡Un temporadón! Aplaudan los que quieran aplaudir, muestren su desacuerdo los que no quieran almorzar ruedas de molino, aquí solo hemos querido contar lo que sobre aquel tablero ocurrió un día, esto no es más que la historia de una mesa.

Enlace programa Tendido de Sol del 3 de diciembre de 2017:

viernes, 1 de diciembre de 2017

Aclárese, señora Carmena


La señora Carmena parece que ha decidido no terminar con la ilusión de los chavales de hacerse toreros en el Batán. Esa ilusión que así interpretó hace mucho una niña que se acercaba a esto de los Toros

Estos políticos quieren que perdamos el sentido, que no encontremos el camino. Y en este caso, la señora Carmena, doña Manuela, que ahora va y destina un dinero a la Escuela de Tauromaquia de Madrid y contrata a José Miguel Arroyo, “Joselito”, para impartir sus enseñanzas a los jóvenes aspirantes a toreros, en compañía, entre otros, de José Luis Bote. ¡Caramba! A ver ahora con qué cara van a salir todos aquellos que la pusieron de hoja perejil, porque si aquello era un ataque frontal a la fiesta, ¿debemos concluir ahora que se ha convertido en una decidida defensora de los toros? Pues creo que tampoco hay que cargar las tintas, moderación. Que lo mismo que unos no vieron bien aquello, seguro que tampoco verán bien esto. Pero igual que aquello no se encajó bien, ¿por qué no vamos a ver con buenos ojos la medida actual, esta marcha atrás? Pues gracias, señora Carmena. 

Me atrevo a agradecer a la señora Carmena esta rectificación, pero que tampoco se me venga arriba en banderillas, no, que cómo también dice el refranero, una golondrina no hace primavera. Queda mucho por hacer por parte del Ayuntamiento de Madrid para que los aficionados a los toros estemos completamente satisfechos. En primer lugar, a algunos nos gustaría que aquellos ediles que perdieron la compostura por ir corriendo a argumentar que se retiraba la subvención a la Escuela porque no estaban dispuestos a apoyar actividades que fomentaran el maltrato animal. Tampoco estaría mal que esos mismos ediles reconocieran que en dicho centro docente ni tan siquiera se capean reses por parte de los alumnos, ¡ya les gustaría a los chavales! Porque por el momento, el carretón no está considerado como bien semoviente, ¿no? Ni tan siquiera rumiante por parte de madre. 

Pero no creo yo que los señores ediles, ni tan siquiera la señora Carmena, se retractarán de aquellas manifestaciones, lo cuál tampoco es necesario, basta con que actúen respetando a las minorías, no excluyéndolos, no pretendiendo imponer ciertas moralidades particulares, que por otro lado es muy legítimo que cada uno tenga las suyas, igual que sus gustos personales, pero al ciudadano eso no le importa. A mí no me importa si a los ediles y equipo de Gobierno del Ayuntamiento de Madrid les gustan o no los toros, me basta con que se dispongan a prestar ese servicio público, cómo así lo han definido, que supone el poner medios y profesores para que la Marcial Lalanda pueda seguir siendo un lugar dónde aprender a ser torero.

Que hablando de gustos, igual que no me importan los de unos, tampoco me importan los de la señora Cifuentes, pues más allá de manifestar su taurinismo y regalarnos su presencia en la plaza de Madrid en las tardes de mayor pintoneo, es la misma que entrega sin reservas la gestión de las ventas a los señores de Plaza 1, que ya sabemos quiénes son y un año después, hasta cómo se las gastan; una empresa rácana en montar carteles, continuista aunque se presenten como innovadores, que desprecia y hace alarde de ello a los aficionados, paradigma del poder taurino y que se ha convertido en el prototipo de lanzar promesas e incumplirlas, casi al mismo tiempo en que las lanza al aire. Aunque si de gustos hablamos, en este aspecto, sin que la señora Carmena sea aficionada, parece tener mucho mejor gusto y hasta más conocimiento taurino que la señora presidenta o quizá sea que cuenta con mejores asesores, porque, ¿qué quieren que les diga? No hay color. Entre el Fundi, Miguel Rodríguez y Rafael de Julia por un lado y Joselito y el Bote por otro, ¿con quién se quedan? Yo, personalmente, con el del barrio de Ventas y el de Canillejas.

Ojalá esto sea solo un primer paso. ¿Se imaginan que el Ayuntamiento de Madrid acondicionara la venta del Batán y llegara a dejar aquello niquelado para que volvieran a poderse exhibir allí las corridas de San Isidro? Que sí, que sí, que ya sabemos que eso tendría que contar con el beneplácito de la propia Plaza 1, cosa que no parece muy viable, no vaya a ser que los señores figuras se lo tomaran a mal. ¿Se imaginan que el Ayuntamiento de Madrid apoyara el fenómeno social y cultural que supone no solo la feria de Madrid, sino la de otoño, la temporada, los festejos veraniegos y demás eventos culturales que orbitan alrededor de la fiesta? Que si las cosas vienen mal dadas y hay que retirar de nuevo la subvención, adelante, pero que el motivo sea que no hay dinero para nada y no que no apoyan actividades que generan maltrato animal, pues, aunque esos señores políticos lo crean así, sobre eso habría mucho que discutir, largo y tendido. Eso sí, que esta rectificación, esta vuelta atrás, estas contrataciones de Joselito y Bote no dejan de sorprender y entiéndanlo, que a veces cuesta asimilar eso del bofetón y la caricia; y antes de pegar un nuevo volantazo a esto de los toros en el Municipio de Madrid, por favor piénselo y sobre todo, con todos mis respetos, aclárese, señora Carmena.


Enlace programa Tendido de Sol del 26de noviembre de 2017:

viernes, 24 de noviembre de 2017

En la mano del aficionado



Son muchos los que quieren, pero el aficionado tiene que ser el filtro, siempre con la inestimable colaboración del toro

Se ha convertido en un clásico la idea de que esto no tiene remedio y que no lo salva ni el papa, y no diré yo lo contrario. Basta asomarse al balcón del taurinismo y el panorama que un día fue el de una apacible avenida, con su bulevard, sus bancos, sus sombras y con espacio para que jugaran los niños, se ha convertido en desolación, las papeleras volcadas, los bancos quemados y apenas solo conservan el esqueleto metálico y algún tablón atravesado, no se ven niños jugando, a riesgo de que se corten con botellas rotas, las tertulias ordenadas han devenido en grescas vociferantes y hasta el olor nos obliga a meternos para dentro y cerrar las ventanas para evitar los ruidos y la pestilencia de tanta miseria. Pero cuidado, que aún hay quién opina que esto es maravilloso y que tampoco está tan mal la cosa como dicen los aguafiestas del vecindario.

Que puede que esto les suene a algunos, trasladándolo a los toros, que unos recuerdan aquel panorama del toreo clásico y otros parecen encantados pisando cascotes y restos de botellones por el suelo. Pero demos por bueno que al menos hay un grupo de aficionados que coinciden en el primer supuesto, el que esto va de mal en peor. Y quizá poco puedan hacer para reconducir este dislate en un corto plazo, lo que a muchos les lleve a tomar la postura del derrotismo pasivo, esto no tiene remedio y no hay nada que hacer y como no hay nada que hacer, esto no tiene remedio y como no tiene remedio… Y así, hasta el infinito o la desesperación. 

Llámenme iluso, pero creo que aún nos queda alguna salida, lenta, lentísima si en la empresa solo se empeñan los aficionados. Como muchas veces hemos dicho, la regeneración solo puede nacer de la exigencia, del no permitir el fraude, la trampa, la globalización de la fiesta comercial y demandar el toro. Si los estamentos de la fiesta no se deciden a colaborar, este proceso puede alargarse tanto, que lo mismo antes de llegar a buen fin, podría llegar el fin. Mala cosa si el camino se recorre a base de coscorrones, que eso de la sangre entra nunca me acabó de convencer, aunque tampoco vamos a irnos al extremo opuesto y pensar que los taurinos y los ganaderos en particular tienen que aprender que el fraude es pan para hoy y hambre para mañana, pero jugando. A ver si ahora vamos a perder la cabeza de repente.

El aficionado, aunque a veces le invada el escepticismo, tiene la capacidad de frenar la caída, con su exigencia, desterrando el medio toro, rechazando el toreo mentiros y respaldando el que los carteles se confeccionen por los méritos en el ruedo y no en los despachos. Seríamos unos ingenuos si pensáramos que esto se soluciona con tres tardes de protesta; ojalá fuera tan sencillo, pero la única forma de alcanzar el objetivo, ese gran objetivo de la regeneración de la fiesta empieza por ponerse a ello. La cosa no tiene nada de simple y sí de mucha constancia. Y esa unión que los taurinos piden constantemente, aunque para apoyar sus trucos de thrileros, nacería del rigor, independientemente de gustos, modos, modas, personalidades, preferencias o debilidades. Esa sería esa variedad que tantas veces añoran los viejos aficionados. Pero ya digo que esto no debe ser solo cosa del que paga, bastaría que los señores ganaderos se sumaran a la causa, porque tal y como esto está montado ahora mismo, quizá ellos serían de los primeros en caer y cada ganadería mandada al matadero no supondría una mejor opción de mercado, un competidor menos. Que no se confundan, cada hierro, cada ganadería de un encaste no comercial no supone otra cosa que acotar más los límites de la fiesta.

Con el toro es cuándo realmente se podría pensar en un renacimiento de esto de los toros. Este pondría orden en este jaleo tan enmarañado que han provocado esos paradigmas de la mediocridad, esos adalides del fraude, esas aves carroñeras que parecen esperar a que la fiesta se desvanezca para levantar el vuelo desde sus troncos secos, e ir a arrancarle los ojos con sus picos corvos y sanguinolentos. Que habrá quién disfrute de semejante espectáculo, pero otros, los que aman sin reservas esto de los toros, sufrirían como si fueran los suyos los ojos del festín de los carroñeros. Pero igual no hay que llegar a este punto; podríamos llegar a soñar en la regeneración de la fiesta, quizá baste con que nos demos cuenta de que el futuro de todo está en la mano del aficionado.



Enlace programa Tendido de Sol del 19 de noviembre de 2017:

viernes, 17 de noviembre de 2017

La personalidad de los tramposos



La personalidad es otra cosa, que nada tiene que ver con las trampas

Sorprenden continuamente las coartadas, las excusas que los tramposos y sus palmeros inventan para justificar lo injustificable, la trampa, la mentira en el toreo. Quizá en muchos casos encuentren la inspiración en esos tendenciosos comentaristas de la tele, que se descomponen y pierden los papeles y las formas cuándo se ven obligados a inventar razones, a veces de una incoherencia insultante, queriéndonos hacer creer que en todas y cada tarde de toros, los toreros están sublimes, grandiosos y hasta homéricos. Qué cosas. Debe ser este, el gremio de los matadores de toros, novillos toros, becerros y gallináceas enastadas, en el que no hay vez en que el genio les brote a la hora en punto. 

Echan en cara a algunos aficionados derrotistas, reventadores y oprimidos domésticos, que no les gusta nada. ¡Hombre! Que la cosa no está para tirar cohetes ya se sabe y si encima hay que aplaudir esta pantomima tan bien manipulada, pues apaga y vámonos. Les escucho con frecuencia afirmar que cada torero tiene su tauromaquia. Vaya, no han aprendido la clásica, la de siempre, al de la verdad y se entretienen en inventarse una propia. Son los Hillo y Montes de nuestra era, con tauromaquia propia y todo. No me dirán que no es cosa de mérito, pero los castillos de arena ya se sabe que al primer envite del mar, aunque sea pequeñito, se desmoronan. Basta prestar atención, tampoco demasiada, para darse cuenta de que las distancias se trasforman en lejanías, que el valor se vuelve arrebato caprichoso y sin sentido y el cacumen se queda hueco como una caracola, que si acercan el oído parece que solo escuchan el rumor del “bieeeejjjjnnn torero, bieeejjnnnn”. 

Confunden la personalidad con las trampas. Que un figurón se escabulle detrás de las orejas en la suerte suprema, pues que es su manera de manejar la espada, tapándonos los ojos para que no veamos esas formas de sirlero de los bajos fondos para guindar carteras al personal. La personalidad es saber interpretar con pureza todas las suertes y ejecutarlas con un sello propio, llegando a ser diferente a todo lo demás, pero sin apartarse ni una miaja de la verdad, dándole al toro en cada embestida la opción de que coger a su oponente, para acabar imponiendo la trayectoria que marcan los engaños, que son los que alejan la tragedia y acercan a los héroes, a los toreros, a los que pueden con el toro, desde el momento en que este asoma por la puerta de chiqueros. Porque cómo preguntaba un joven aficionado que cuándo se empezaba a preparar al toro para la suerte suprema, la respuesta solo era una, desde que suenan los clarines, ni tan siquiera hay que esperar al primer capotazo. Ahí cada uno, jugándose la pierna, poniendo la barriga por delante, que muestre su personalidad, la que quiera. Que no confundamos la personalidad de cada torero, con la condición de cada truhán, ya sea vulgar pegapases, perfilero, tramposo o cazatoros traicionero. No mezclemos personalidad con condición. 

Curiosamente, los defensores de esas “tauromaquias ad hoc” y “personalidades ventajistas, no suelen tener un repertorio de argumentos ni demasiado amplio, ni demasiado profundo; enseguida tirar de lo de los atributos masculinos, de lo de la maestría y de eso de que a un artista no se le pueden poner límites. Vaya, ¿Qué también son artistas? Pues estamos en las mismas, no creo que haya un gremio sobre la tierra en el que además de buenos, todos sean artistas. La mayoría no tienen arte ni para llevar el vestido de torear, como para tenerlo para torear. Y cuidado, que no me confundan elegancia o buenas maneras, con eso de crear arte. Que se me vienen a la cabeza un puñado de matadores artistas de verdad y créanme, no ganarían un concurso de belleza, ni a oscuras, pero, ¡caray! Cuándo cogían capote o muleta y se plantaban ante el toro, surgía la magia del toreo y meciendo las embestidas, frenando el instinto de ataque de la fiera, se transfiguraban en la reencarnación de Adonis o Apolo. Y además, con personalidad, porque esta era condición casi imprescindible para ser, primero saber, poder y luego interpretar, transitando siempre por la rectitud de la verdad, por el camino empinado y empedrado del toreo de siempre. Que todo lo que se quiera hacer más cómodo y confortable no es más que pasos hacia la trampa, pasos para alejarse del toreo y que no me lo vistan ni de tauromaquias propias, ni de oscuras personalidades, porque al final lo que asoma sin remedio no es otra cosa que la personalidad de los tramposos.


Enlace programa Tendido de Sol del12 de noviembre de 2017:

martes, 7 de noviembre de 2017

Guiñoles en el palco de Madrid

Si sale el toro, hasta a los señores presidentes les facilitan su labor

De siempre se ha creído que en Madrid la seriedad era bandera de su plaza, con una afición exigente, una empresa sujeta a las demandas de esta bajo la supervisión de la Comunidad, unos ganaderos que mandaban lo más granado de sus campos y una autoridad que hacía cumplir el reglamento con justicia, pero… ¡Ay los peros! Con los peros, todo lo anterior parece más un párrafo de algunas leyendas medievales del rey Arturo, el caballero Esplandián, Quintín de Troyes o Rompetechos de Occitania. Que la realidad es que hemos cambiado los elfos por belfos, grandes, duros y desarrollados, a los caballeros por cuatreros, a las hadas por de cuento por trileros con cuento y a la bruja mala por…, no, a la bruja mala nos la hemos quedado y la hemos hecho productora de actividades culturetas y chabacanas. ¿Y a los presidentes? A esos llegó la bruja mala y los convirtió en guiñoles, a los que allá arriba en el palco y oculta por el lienzo que actúa de parapeto, les mete la mano por sálvese la parte y los mueve a su antojo. Algunos hasta parecen simpáticos colegas que hasta se permiten mantener un animado diálogo con los aficionados, a través de las redes sociales, durante el festejo que presiden. ¡Qué capacidad! Con una mano dan orejas y con la otra twittean hasta a los de las pizzas.

El palco de Madrid parece eso, un guiñol en el que asoman unos personajes de trapo movidos por una mano oculta, pero siempre dando esa sensación de solemnidad de la que se inviste la autoridad. Autoridad supuesta, que salvo para amonestar y sacar fuera de su localidad a los que molestan con sus protestas cuándo se sienten engañados, siempre parecen muy bien dirigidos y a merced de las masas. ¿El reglamento? ¿La dignidad de la plaza? ¿La historia de esa plaza? Que cosas dicen, eso no importa, eso no trae billetes a corto plazo; si acaso, con el tiempo, haciendo las cosas bien, pero es que la bruja mala, igual piensa que para entonces ella ya se habrá caído al abismo de las brujas malas. 

Se quejan público y aficionados de la decadencia de la plaza de Madrid, incluso en contadas ocasiones, algún taurino despistado o que le importe un bledo el que el sistema le regañe. ¿Y de quién es la culpa de esta decadencia? Pues será por falta de candidatos para cargar con tal responsabilidad. Primero los propios taurinos, los que compran el medio toro, los que contratan a los medio toreros, los medio toreros, el público que lo acepta y jalea y en último término la autoridad que lo autoriza y que no solo permite esas veleidades festivas y casposas del “respetable” triunfalista, sino que además se convierte en cómplice necesario, indispensable. Los señores del palco hablan de la concesión de trofeos, por ir a algo concreto, para no generar un desorden público de dimensiones bíblicas. Quizá estén ellos tan animados y contagiados de esa demencia contagiosa, que no caen en la cuenta de que el público acaba cogiéndoles el pan debajo del brazo y saben que, como los críos chicos, si se tiran al suelo berreando y pataleando, al final les compran el pirulí. Claro, que también puede ser que en esos momentos sientan esa mano por detrás que les maneja y les hace sacar los pañuelos a pares.

Pero esténse tranquilos, que si se encuentran a uno de estos guiñoles por la calle, seguro que entonces les pondrán cara de señor respetable, lo que exige el palco de Madrid, y les darán la razón sobre lo mal que está la plaza, sobre su decadencia y sobre ese público verbenero e ignorante, digámoslo ya claro, que solo quieren ver triunfar al paisano o a quién sea, para contarlo en el barrio, en el pueblo o al cuñado que ese día no fue a los toros. Que quizá sea muy duro decir que los usías actúan influenciados por la bruja mala, pero o esto o la ignorancia. Y puestos a elegir, pues ustedes mismos, quédense con el ignorante o con el cobarde. Que desde el palco no es solo la cuestión de las orejas, la cosa tiene muchos más frentes. Empezamos por admitir ganado infumable, no en cuanto a comportamiento, que eso es otra cosa, pero sí en cuanto a presencia, especialmente los días de clavel y galas domingueras, aunque sea un martes por la tarde. Que a veces sucede que por aquellos misterios de la naturaleza, el toro válido de la mañana sale inválido y arrastrándose por el ruedo, incapaz el animalejo de recibir media colleja en vez de puyazo, pero a juicio del usía, no merecedor de ser devuelto a los corrales. Que lo peor no es eso, sino cuándo nos lo pretenden explicar, lo que hace que no podamos entonces evitar verles como un magnífico guiñol de los que les meten la mano…

Seguimos y comprobamos cómo permiten que el primer tercio se convierta en el sexo poco virginal de la Bernarda, acatando caprichos de figuras, permitiendo que el toro no sea picado, no vaya a ser que al final haya que devolverlo. Que dicho en su descargo, los señores del palco tampoco es que se vean demasiado ayudados por los señores del gorro emplumado, que más están dedicados a aliviar sus calores o entablar animadas charlas en el callejón, que a hacer cumplir el reglamento. Pero la cosa no queda ahí, la traca final nos reserva lo mejor de este guiñol astracanada, cuándo una vez apiolado el toro, sea de la forma que sea, la cuestión es que eche las patas para arriba, con estocada por derecho, que por vil puñalada traicionera hurtando al animal ese derecho a coger en su última embestida en plenitud. Nada importa sino las orejas y si para ello las mulillas tienen que avanzar a paso de caracol o verse frenadas por el banderillero macarra, sin esa vergüenza legendaria de los toreros, que se planta con chulería, pero sin donosura para interrumpir su caminar, mientras la muchedumbre vocifera por el despojo, que según los monigotes de la fiesta y el parecer de la bruja mala, son la vida de la fiesta, coleccionar casquería. ¿Y qué hace entonces el usía? Ceder, no vaya a ser que se enfade el “respetable”, los taurinos, los de la tele o la bruja mala. A la historia, al prestigio de la plaza y al aficionado al que esto tanto duele, que le den; eso sí, que luego no les echen en cara, ni les tachen de derrotistas, amargados y reprimidos, si con todo el conocimiento de causa dicen que han visto guiñoles en el palco de Madrid.

Enlace programa Tendido de Sol de 5 de noviembre de 2017:
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jueves, 2 de noviembre de 2017

Lo que pesa vestirse de torero


Vestirse de torero es mucho más que llevar un traje

Muy a menudo ocurre que el ver un hecho que se reproduce una y otra vez, nos hace perder la perspectiva del hecho en si y la importancia y trascendencia que encierra en si mismo; que a pesar de esa frecuencia con se da, no deja de ser algo extraordinario, único e irrepetible, con una carga de significado, sentimientos, historia y tradición que va más allá de la mirada simplista del espectador que se deslumbra con lo aparente, con los brillos y el colorido que inunda la mirada. Y no me negarán que el vestirse de torero, el enfundarse el traje de luces, el vestido de torear, por mil veces que se dé esta circunstancia a lo largo de una temporada, no deja de ser un acontecimiento único en el que hasta el momento en que el hombre no se desprende de él, nunca se sabe si será la última vez, ni si habrá más oportunidades, no solo de vestirlo, sino de respirar. Creo que nadie que no se haya vestido de torero podría nunca describir ese vestirse de torero; algunos podríamos aventurar, esbozar teorías llenas de sesudos pensamientos, pero estoy seguro que ni de lejos llegaríamos a saber qué es ese vestirse de alamares. Pero lo que si podemos contar es lo que nos cuenta ese traje de luces y cómo vemos a los hombres que se visten de toreros.

Se visten de toreros lo mismo hombres que peinan canas, que niños que acicalan sueños de glorias por las plazas del mundo, por las grandes plazas, Bilbao, Sevilla, Madrid…, pero a los que iguala el miedo, la incertidumbre, la responsabilidad, ese ansia por querer ser. Es un privilegio al que solo tienen acceso los elegidos, los herederos de una historia, una tradición, un sentimiento que ha viajado por el tiempo, de generación en generación. El vestirse de torero es aceptar, hacer propios los valores y dignidades que los alamares transmiten, pero parece ser que eso solo se percibe si hay afición, ese preciado bien que nos ayuda a entender al toro, a otros a mantenerse y superarse en ese ideal de ser torero, a que unos señores dediquen su vida a la cría del toro, otros a montar festejos, otros a contarlos con honestidad, tan fácil y, por lo visto, tan difícil de adquirir y atesorar por los siglos de los siglos.

Quizá sea esta, la afición, la culpable de una decadencia evidente, su ausencia, claro está. Afición que en muchos casos la debilita el dinero, los falsos delirios de grandeza, el cinismo de quienes quieren figurar, las ansias de notoriedad, que si además se ve aderezado con unas gotitas de ignorancia, nos castiga con soberbios e insoportables pegapases, juntaletras, pesebreros, criadores de monas y palmeros con expectativas, que se autodenominan taurinos y adoradores de la tauromaquia. Que yo me sigo quedando con llamar a todo esto, los toros, pero bueno, eso ya son cosas de cada uno. 

La afición, o mejor dicho la falta de esta, es la que nos obliga a aguantar a esos que no se visten de toreros, se ponen el traje de torero, pero una cosa es portarlo y otra muy diferente saberlo llevar, que para eso está lo de la afición. El llevarlo conlleva una exigencia extrema y quizá el punto de partida se encuentre en la honestidad, la verdad y el respeto al propio vestido, el ser torero. No está hecho el traje de luces para estrellas, profesionales, aprovechados, supuestas figuras, pretendidos artistas, maestros de la vulgaridad. Si pesará el vestido de torero, quienes en nombre del diseño y la modernidad, intentan despojarlo de la dignidad que otorgan los alamares, pretendiendo convertirlo casi en unas mallas de acróbata de circo o en el chándal de un gimnasta. No, el traje de luces es para torear, es para los toreros, una obra de arte para los que, si el toro y sus condiciones se lo permiten, intentarán crear arte. Pero es tanto lo que pesa, lo que puede llegar a ahogar a los vulgares, que les hace que busquen un alivio, ya sean las zapatillas, una aquí y la otra dónde caiga, ya sea la chaquetilla, aunque quizá la incomodidad nazca de aquello que nos decían de antiguo, que el hábito no hace al monje y es que, a pesar de todo, de ponedores, de papás con hacienda, el que no se siente torero, no podrá ser nunca torero y es que cuando hay que pasar calamidades, fuera de los homenajes, cenas, fiestas o eventos sociales, en el ruedo, cuándo suena el tararí y sale el toro, lo que pesa vestirse de torero.

Enlace programa Tendido de Sol del 29 de octubre de 2017:
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miércoles, 25 de octubre de 2017

Suprimamos la suerte de varas


Aunque haya a quién no le parezca bien, preservemos el primer tercio, exijamos una suerte de varas íntegra, exijamos que nos permitan ver al toro en el caballo, que no nos quiten una tercera parte del espectáculo.


Cada día me felicito más por no tener la costumbre de ver el panfleto taurino que una vez a la semana se emite en la televisión pública, esa que controlan unos señores que dicen que defienden la fiesta de los toros. De verdad, no sigan defendiéndola, porque me veo que en dos patadas cierran las plazas de toros y las convierten en macrodiscotecas para goce y disfrute del personal. Aunque quizá no tengamos que quedarnos en que los señores de la tele digan ahora que los toros ya salen picados o que no les importa el castigo que se infrinja al toro. Quizá el origen de todo esto tengamos que ir a buscarlo a aquel lejano 1992, en que el señor Corcuera, que se decía aficionado, permitió la reducción de tres a dos varas, porque a los toros les costaba ir tres veces al caballo, así que con todo su sentido común, el suyo, se legislaba en favor de un puyazo menos, en lugar de hacerlo para que se cumpliera el reglamento vigente en aquel momento, tres puyazos en plazas de primera y dos en las demás. Y mire usted por dónde, que la “evolución” en la cría del toro de lidia, ahora nos dice que una vara o incluso ninguna. Y ya puestos, ¿por qué no modificamos las banderillas y las ponemos velero? ¿Por qué no hacemos que el toro sea de tres años, luego de dos, luego de uno y luego un bonito carretón patrocinado por aceitunas la Española y empujado por el Jacin, que siempre tuvo mucha chispa? 

Pero si aún no estábamos ya rebosados de todo, hay que escuchar las sesudas opiniones de supuestas voces autorizadas. Empezando por una señora veterinaria de la plaza de Murcia, que con ese donaire mediterráneo, aunque igual es Navalperal del Sonso, afirmaba que a la gente no le gusta que piquen a los toros, que pitan cuándo va al caballo. ¿Una señora veterinaria taurina suelta semejante… cosa sin abochornarse, ni ponerse ni un tantico así colorá? Que solo espero que el paisanaje murciano no se lo tome en cuenta, pues igual tilda de menguados mentales a toda la provincia y ofendería menos, pues todavía se podría tomar como un insulto y aún se podría echar mano del no ofende quién quiere, sino quién puede; y está claro que esta señora no puede. Ella simplemente se limitaba a contar una barbaridad como si el público de la Condomina no diera para más ¡Válgame! Pero, ¡ojo! Que la cosa no acaba aquí, que aún va el señor presidente y en ese empeño de arreglarlo, lo condecora para una fiesta, que suelta lo mismo, que el público pita, pero aclara que el aficionado no. Moraleja, que a los memos que no saben se la podemos meter hasta la cepa, que no se enteran. Eso sí, a los señores aficionados no, que esos saben lo que se traen entre manos. Muy bien, señor presidente, o sea, que cuándo usted se sube al palco no lo hace para hacer cumplir el reglamento, salvaguardar la integridad de la fiesta y defender los intereses de todos, aficionados y asistentes eventuales a una plaza de toros, sino para ver si se la cuela, bien colada. Pero si a quién se hace caso es al público, ese que tantas veces dicen que es soberano y por agradarle se obra en contra del reglamento, en contra de esos aficionados que supone que saben, entonces está actuando deliberadamente incumpliendo una norma. ¡Caramba! Y esto dos autoridades de una plaza de toros, la señora veterinaria, cuyo criterio, el buen criterio, se hace imprescindible no solo en las operaciones previas a la celebración de un festejo, sino, también, durante el transcurso de este. Y el señor presidente, al que se supone garante del buen nombre y buena fama de la fiesta de los toros. Pero tranquilos, que si esperan que sean los señores de la prensa los que les censuren sus actuaciones y les pongan los puntos sobre las íes, búsquense acomodo, porque ya saben como opinan, que total, ¿para qué el caballo? Si ya sale el toro picado, nos lo evitamos y si en lugar de picar se hace que se pica, pues también vale. Y se quedan más anchos de Pacorro en una tinaja.

Afortunadamente, a su manera, Sebastián Castella puso un poco de sentido común, de cordura, en este galimatías de la estupidez auspiciado y proyectado al mundo por ese programa de toros de la televisión pública estatal. Pues bien, el matador francés aparte de justificar las caídas de los toros como un síntoma de bravura, que eso es otra cosa que nos podría explicar, aunque en según que casos, hasta le doy la razón, admitió la necesidad irrenunciable del tercio de varas, la necesidad de picar a los toros y no para quitarle fuerzas, que es otro de los peregrinos y simplones argumentos de los seguidores de la Tauromaquia 2.0, sino para asentar al animal, para ahormar las embestidas., algo a cumplir en todas las plazas en las que se den corridas de novillos y de toros, además de eso ya tan en desuso de ver la bravura y esas cosas que decían los antiguos. Pero si prescindimos de esto, al final va a ser que es verdad que se creen que lo del caballo es para quitarle fuerza al animal y ya puestos, si el toro sale ya picado, si sale sin fuerzas, si sale arrastrándose, podremos concluir que este será el fin de la fiesta, pero de momento vayamos corriendo a dar gusto a tanto taurino sin afición, que solo busca engrosar su bolsa y no le demos más vueltas, antes de que todo acabe, suprimamos la suerte de varas.


Enlace programa Tendido de Sol del 22 de octubre de 2017:

miércoles, 18 de octubre de 2017

La expansión y el recogimiento


El recogimiento que lleva a las proximidades , increíbles proximidades y en definitiva, al toreo

Dicen que en el toreo se hace necesaria una evolución, y lo que esos llaman evolución, otros no dudan en llamarlo degradación; dos mundos enfrentados y difícilmente condenados a entenderse, pues hay cosas que son que no y no hay que darle más vueltas. El Polo Norte no puede encontrarse con el Polo Sur, que por mucho que nos empeñemos, cada uno está, y nunca mejor dicho, en el polo opuesto. Unos parecen vivir la fiesta de una forma expansiva, rebosante, sin reparar en signos externos que les ayuden a manifestar su taurinismo, lo mismo luciendo en los puños de sus camisas el rosa de los capotes, que pasear bolsos de señora confeccionados con la misma tela, que enfundarse la camiseta de la peña el Julipie de Tortaporquera, que ponerse de tono del móvil un sonoro y repetido ¡Bieeeejjnnnn torero bieeeejjjnnn!  Otros prefieren vivir su afición de una forma más discreta, con más recogimiento y, tal y como están las cosas, hasta con grandes dosis de resignación. 

Pero esto es solo pura apariencia y las formas en que cada uno lleva esta afición/ pasión/ religión/ vaya usted a saber. Esto va más allá. El toreo actual parece ser expansivo por naturaleza, empezando desde la salida del toro a la arena, desde el momento en que los “profesionales” no son capaces de fijarlo y le dejan a su aire, correteando por el ruedo; hace unas décadas eso podría convertirse en un problema, por aquello de que el toro igual se orientaba, pero eso le pasa a los encastados, a estos de ahora ya le puedes meter una guindilla por la oreja, que como si nada. Tan expansivo resulta todo esto, que no pasa nada porque a un toro le pique el picador de tanda y el que guarda la puerta, eso en el caso en que el ruedo permita que salgan dos picadores y que tras un primer `picotazo no se esfumen los dos pencos como un soplo en el aire. Hasta el toreo de capote se ha contagiado de estos aires expansivos y el casi olvidado toreo a la verónica ha mutado en exagerados volatines de telones al aire, que provocan el entusiasmo general de público y transeúntes taurinos. Para acabar con la faena de muleta, que a veces, solo a veces, parece querer ser una continuación de los aspavientos capoteros, continuándolos con vistosos banderazos al aire, mientas el animalejo pasa por delante, por detrás o por dónde caiga. Eso sí, el señor aventador solo tiene que parecer que no se menea, aunque un segundo antes haya pegado un respingo para hacer a un lado y si se retuerce ostensiblemente esquivando la embestida, mejor. Entonces ya nos expandimos todos. Mientras el toro pase, da lo mismo por dónde pase, ni cómo lo haga o cómo le manden, si es que hay quién le mande. El agradecido público se felicita al ver cómo esa expansión recorre todos los tendidos, mientras el oficiante de turno se dedica a extender mano, brazo y trapo, para que el animal pase lejos, muy lejos, cuánto más lejos mejor, que será para ocupar mucho espacio, que para eso está el ruedo, para pisotearlo en toda su extensión, lo primero es la expansión, expansión física y de ánimo; voces, algarabía, ademanes exagerados, aquí tiro las zapatillas, que se sepa que por allí pasó el maestro, hay que dejar huella y como to0do es llegar lejos, hasta las estocadas muestran su fidelidad a esta nueva filosofía, olvidando el hoyo de las agujas y en su afán conquistador, llegar cerca de mitad del lomo del lomo del toro. Y una vez que el animal dobla, rienda suelta a esa expansión indómita, alborear de pañuelos, con una, con las dos manos, hay que cubrir tendido y cuándo el usía saca el pañuelo blanco, entonces la expansión pasa a convertirse en orgía, eso sí, muy expandida.

Y parece mentira que todo esto tuviera su origen en un precepto absolutamente contrario a esa locuaz y dicharachera expansión. Todo nace a partir de un profundo recogimiento, del afán de medir todos los aspectos de la lidia. De salida había que recoger al toro, fijarlo y evitarle correrías innecesarias, con esa obsesión por los terrenos, que el toro no se oriente, pocos capotazos, bien colocado ante el caballo, castigo medido, lances los justos, un pase por cada par de banderillas, si no hay más remedio y las faenas de muleta, que adquirían valor y su máxima expresión si esta se desarrollaba en dos palmos, había que mandar y someter, impienso que el animal marchara por el ruedo a su libre albedrío. Muletazos metiendo el toro para adentro, justo para el siguiente y en un “na” y menos ligar el natural con el de pecho, pero todo muy recogidito, casi consiguiendo que el azabache del toro y el oro de los alamares se fundieran en uno. Hasta los olés parecen salir explotando y rompiendo ese recogimiento, contrariamente a esos expansivos “¡Bieeeejjjnnn torero bieeeejjnnnn!”. Para terminar con una estocada en todo lo alto, en el mismo hoyo de las agujas, todo muy recogidito, dónde apuntaron los puyazos, los garapullos y la estocada final y certera, rubrica del verdadero arte del toreo, el clásico, el eterno, pero que no logrará, afortunadamente, que nunca sea lo mismo, por mucho que se empeñen,  la expansión y el recogimiento.


Enlace programa Tendido de Sol del 14 de octubre de 2017:
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miércoles, 11 de octubre de 2017

El indulto apuntilla a la fiesta  

Aunque muchos no lo crean, quizá la estocada sea la mayor garantía para indultar a la fiesta.


Nos quieren convencer de lo conveniente de los indultos, de lo que estos engrandecen y benefician a la fiesta, no sé si a la de los toros o a la de Blas, con las consiguientes copas de celebración, igual es eso. Pero como ocurre con otras muchas tendencias de la modernidad, tampoco hay muchos más argumentos que respalden este hecho y mucho menos algunos que aporten solidez. Los hay que quieren tirar de lo de perdonar la vida al toro en el ruedo, para que vean lo buenos que somos, pero claro, este es el argumento de la manta corta, que si te tapas los pies, no te tapas los hombros y si te tapas los hombros, no te llega a los pies. Lo orondos que se ponen con esto de devolverles a la finca, cuánta bondad en los aficionados, pero, ¿Y cuándo no? ¿Qué ocurre cuándo el toro se lo llevan las mulillas? ¿Entonces somos unos crueles sin alma, cómo nos pintan los que no entienden la fiesta? Por favor, pensémonos las cosas, no vaya a ser que ciertas defensas que son un tiro en el pie.

Viendo los indultos de los últimos tiempos, lo único que parece seguro es la perpetuación del borrego zanahoriero, bobón, dócil, con el que a poco que nos descuidemos, acabará posando el maestro de turno. Animales despojados de casta, genio y las complicaciones propias del toro de lidia. Con esto solo se aseguran su futuro las figuras pegapases, los General Manager de las factorías bovinas de productos taurinos. Un poquito de rigor, que se puede entender que los vividores, sicarios y palmeros del sistema se deshagan en elogios, sobre todo si el indultado es de una ganadería “simpática”, pero, si el propio aficionado jalea este fraude, igual hay que empezar a pensar en eso del síndrome de Estocolmo o en cosas peores y más feas. Que no me vale eso de que el público es soberano y hay que tragar. ¡Ojo! Que se avecina otro cartuchazo en el pie, en el otro pie. Que hubo un tiempo en el que el linchamiento era considerado un ejemplo de soberanía popular y quizá lo que a algunos les impulsó a hacer leyes y reglamentos, para frenar esa soberanía de las masas, más teniendo en cuenta cuándo estas se ponen a impartir justicia en mita de la locura colectiva. 

Esto ha adquirido unas dimensiones, que hasta dudo que los ganaderos empleen a los indultados para padrear, eso si que sería un tiro en el pie, pero así, apuntando directo al juanete; y si lo hacen… entonces solo nos queda rogar al destino por un tsunami selectivo en ciertas fincas y que la gran ola se llevara primero de todo al General Manager de ciertas factorías bovinas de productos taurinos. Espero que esto de los indultos no sea más que una galería de trofeos para exhibir y de los que alardear en reuniones sociales, para poner plazas y azulejos por esas plazas de Dios y para que los más concienzudos recuerden el nombre del indultado y en caso de discusión, tirar de ello como ejemplo de animalito dócil y cansino en su ir y venir detrás del trapito. O para grabar horas y horas de vídeo del traslado al campo, de las curas, de la recuperación del animal, de cuándo le pusieron la primera vaca a tiro y, años después, para contar cómo transcurrió la vida de aquel toro indultado en tal plaza, tal día, a manos de un tal Fulanito de la Parra.

Quizá estaría bien que se impusiera como requisito irrenunciable el que el toro acudiera al menos tres veces al caballo, que no sé si serviría para algo, porque vean el caso que se le hizo a aquello de indultar solo en plazas de primera, pero bueno, igual algo frenaba los impulsos pañoleros. De acuerdo que así no habría indulto que echarse a la cara, pero lo mismo, si se logra convencer a los telecharltanes, hasta se podría acabar convenciendo al personal que sin caballo, no hay perdón. Que no se piensen que estoy en contra de los indultos porque sí, ni mucho menos; sería una lástima desperdiciar un torrente de bravura tras superar con matrícula de honor el examen de la lidia en una plaza, pero siempre y cuándo esto sea así, que cumple con creces el primer tercio, el segundo y el de muerte y en plazas de primera. Que entiendo que en Brazatortas del Tropezón también se creen con derecho a tener su indulto el día de la fiesta mayor, pero igual que tienen que entender que no es posible, aunque tengan derecho, a tener su línea de metro para tres estaciones, ni que en el polideportivo municipal se juegue la final de la Champion, ni que al lado de las escuelas les pongan el mar, con su playita y todo, en ese pueblo de la provincia de Ávila, ni tantas y tantas cosas a las que seguro que tienen derecho, pero que chocan con el buen sentido común. Que esta euforia solo provoca que muchos aficionados se opongan a cualquier tipo de indulto, que estos pierdan su carácter extraordinario, precisamente por no serlo con ciertos toros, que tengamos que soportar esas imágenes bochornosas de toreros suplicando no coger la espada, desoyendo a la autoridad, enfrentándose a ella o ver como un torero retirado e idolatrado trepa a un palco para exigir el pañuelo naranja. Que igual lo que algunos creen que es una “propaganda” magnífica para la fiesta, otros puede que no vean otra cosa que vergüenza, bochorno y falta de respeto absoluto a la misma fiesta, al toro, al aficionado y al sumsum corda. Y es que, aunque no se lo crean, el indulto apuntilla a la fiesta.

Enlace programa Tendido de Sol del 1 de octubre de 2017:

miércoles, 4 de octubre de 2017

Victorino, el ganadero artista


Sería injusto quedarnos solo con el recuerdo de Belador, cuándo Victorino Martín echó toros mejores que este, pero sirva como símbolo de lo que fue.

Corrían los años sesenta, cuándo un señor de Galapagar se encontró tirado en una acera un lienzo hecho jirones, con el bastidor descuajaringado y con un futuro próximo que solo apuntaba al matadero. Lo que un día fue una obra maestra de la ganadería, estaba a punto de sucumbir para siempre. Y fue este caballero de la sierra madrileña quién decidido se puso a restaurar la tela, a sanear y encolar las tablas y que después de años de minuciosa labor de restauración, presentó su obra ante la cátedra de Madrid. Una pintura nueva, con toques de arte clásico, con una fuerte carga de casta y bravura, solo apta para manos poderosas, templadas y con dominio. El 10 de agosto del año 69, deslumbró la luz de aquella pintura, llevando un vendaval de frescura al verano madrileño, cuándo los veranos de Madrid eran algo serio. 

En su estudio de Galapagar siguió creando, toros de bandera para el toreo clásico o alimañas que medían con exactitud la dimensión de los toreros. El arte del antiguo Albaserrada se iba abriendo paso y cada exposición se convertía en un acontecimiento en el mundo de los toros. Madrid entregado a su arte, mientras él, el ganadero, empezaba a pasear su socarronería e ingenio de hombre de campo, detalle que cuidó y se preocupó en alimentar. Le gustaba contar que para ir a los toros tenía preparado su traje, encorbatado, para ir a la meseta de toriles, haciendo brillar sus piezas de oro a cada sonrisa. Con su traje de gala y todo, salió a hombros junto a uno de los que mejor supieron ver su obra, Ruiz Miguel, y en el año 82, quizá el hito más destacado de su historia y uno de los más sobresalientes de la historia del toreo, aquella “Corrida del Siglo”, en la que “el Paleto de Galapagar” salió en volandas camino de la calle Alcalá de Madrid, junto al ya nombrado Ruiz Miguel, José Luis Palomar y Luis Francisco Esplá. Fue el uno de junio y con la televisión en directo, que entonces no había tele todos los días, ni afortunadamente había ex matadores comentando las corridas. 

La entrega de la afición, de la sociedad del momento, mucho más cercana a los toros, era absoluta. Victorino ocupaba portadas, programas de radio, de televisión, tertulias de bar, en la oficina, en el metro, el paleto era el amo. Y ese mismo año como en otras ocasiones, presentaba un toro a la concurso de la Corrida de la Prensa, pero con una expectación extraordinaria. Los medios se entretuvieron desde días antes, en decir que en ese festejo se podría indultar un toro. El mejor volvería al campo y algunos preguntaban que cómo se haría eso. La realidad era que los indultos solo eran permitidos en esto tipo de corridas, ya fuera uno, dos o los seis toros de la corrida. Y salió Belador, con B, tal y cómo figuraba en los programas, en las fotos de diarios y revistas, hasta años después en que algunos empezaron a corregir a sus mayores. El toro fue un buen toro, al que el público miró con ojos benevolentes y transcurrida la lidia a cargo de Ortega Cano, se empezó a pedir que aquella pintura no se fuera tras las mulillas. Y el bueno de Belador pasó a la historia de Victorino como su gran obra maestra, al menos, como su Gioconda particular, la más conocida y visitada por el gran público, el primer y único indulto en la plaza de Madrid, hasta el momento, el toro aquel que pasó dos horas de más en el ruedo venteño, al que le echaron los cabestros, un perro, le apagaron las luces de la plaza, le encendían una desde chiqueros, hasta golosinas le debieron ofrecer y nada, que estaba cómodo en la arena. El matador, que simuló la suerte con una banderilla blanca, al final, dio una generosa vuelta al ruedo. Algo es algo.

Victorino ya transitaba por los caminos de la gloria y no necesariamente por el indulto, que no era más que otro eslabón en esta cadena de triunfos. Madrid era su feudo de una forma incondicional, se le entregaba cada fin de feria, cuándo para cerrar San Isidro asomaban sus obras de la A coronada. Sorprendió cuándo unos años después decía aquello de que se habían acabado los toros grandes, que eso ya era cosa del pasado y que más chicos, resultaban mejor. Curiosamente, a partir de ahí, sus lienzos empezaron a lucir otros formatos más manejables. Del arte puro y difícil de digerir para los que calzaban las rosas, pasó a obras más comerciales, más al alcance de un mayor número de toreros, las pinceladas se suavizaron, pero como la obra llevaba la firma de Victorino, las galerías se los quitaban de las manos, que hasta indultos a diestro y siniestro fueron decorando las galerías.

Resultaba extraordinaria la plaza, fuera de las de primera, en que exponía el “Paleto de Galapagar”, pero el abanico se fue abriendo y ya se veían los de la A en plazas que tarde lo habrían imaginado. Sus pinturas ya parecían menos trabajadas, menos seleccionadas, quizá también se notaba la mano del hijo, que también quería ser artista, aunque quizá sepa más de marchante que de pintor. Victorino tuvo el valor de recoger algo prácticamente desahuciado, sanearlo, recuperarlo, ponerlo en la cumbre y mantenerlo durante muchos años, de elaborar una obra con su personalidad. Siempre se decía que era el que mejor sabía lo que tenía, que no es poco, y lo sabía a la perfección, hasta límites de genialidad. ¿Momentos de sombras? Claro, por supuesto, pero fue tanta la luz. Quiso buscar, indagar en otros estilos, como el experimento de Monteviejo, que no salió, por el momento como se esperaba, pero allí que se lanzó, como el buen ganadero que era, único, no se conformó con salvar, recuperar y mantener, quiso más. En el intento ya encontró el triunfo. ¿El mejor de la historia? Quizá no o sí, según quién responda, pero, ¿importa eso mucho? Baste con decir Victorino, que todo el mundo sabe de quién se trata, de Victorino, el ganadero artista.

Gracias, Descanse en Paz

lunes, 2 de octubre de 2017

Ahora queda mucho en lo que pensar  


¡Que vienen los toros! Pues que vengan, a ver si es verdad

La feria de Otoño de Madrid, la que en su día se anunció a bombo y platillo que iba a constar de diez festejos, ha echado el cierre después de cinco, más el añadido de la de rejones y el último desafío ganadero, aunque ya puestos, también se podría haber incluido todo lo que se ha dado desde agosto y lo que llegue hasta el Pilar. Ha terminado y la conclusión es que quedan muchas cuestiones sobre las que hay que reflexionar muy seriamente, el bajo nivel del ganado, al que es complicado aplicarle aunque sea un puyazo medianamente razonable; la escasa capacidad de los coletudos, a pesar de los despojos; la nefasta gestión de los palcos; la nula exigencia del público, su poco compromiso con la fiesta y el pretender tomar esto como una juerga, un juego, en el que el fin último es más juerga; la necesidad imperiosa de que el aficionado vuelva, que ocupe el lugar que nunca debió abandonar y en consecuencia mandar a su casa a esos especialistas en meriendas campestres, bocadillos kilométricos e intransigencia a la hora de escuchar otra cosa que no sea el adoctrinamiento del taurinismo oficial del que beben su veneno a borbotones.

Como final se anunciaba la corrida de Adolfo Martín, un octubre más, para Juan bautista que sustituía a Ferrera, y Paco Ureña. Y no se si ustedes lo sabrán, pero se rumorea que si un arenero se da de baja, le sustituirá un francés especialista en castillos de arena; si es un mulillero, un francés que una vez se subió en una calesa; si es un médico, un francés que vive cerca de un consultorio de la Securité Socialité; porque a los aficionados que se han dado de baja, ya les han sustituido otros… Salió el primer Adolfo, corretón, lo que no parecía incomodar a Juan Bautista, que mostró voluntad desde el principio, aunque a veces esta no coincidiera con el sentido común; le llevó al caballo con un airoso galleo con el capote a la espalda, para dejarlo dentro de la raya. El animalito empleo el peto más como apoyo, que como elemento contra el que cargar. Unos delantales solo por el derecho, con la pausa que ofrecía el animal por parte de Paco Ureña, que parecía que no iba a perdonar una. Ya en el último tercio, Juan Baustista le dio distancia, ya tirando del pico, uno hondo de pecho, para continuar por los mismos derroteros, pierna retrasada, en exceso perfilero y en lugar de intentar arreglar lo que el animal tenía por el lado izquierdo, optó por tirar el palo y deleitarnos con esa maravilla de naturales por el derecho sin palo que valga, porque ellos lo valen. Que esta “curiosa costumbre” no es solo de Francia, más bien la han exportado los fenómenos de nuestro suelo patrio. Se sacó el toro a los medios, ya con la de verdad, se cuadro y pretendía recibir a un toro que no mostró asomo ni de bravura, ni de prontitud. Tuvo que optar por el volapié y tras una casi entera atravesada y caída, el de Adolfo salió buscando sin espera la puerta de toriles. 

Su segundo, el de Juan Bautista, que flojeaba “estentóreamente” (J. Gil, sic) de atrás, rehusó ir al caballo desde media distancia, y perdonen la indefinición, pero como ya no nos ponen las rayitas y no hay medidor que nos guíe, uno se pierde. Desde dentro tomó un puyazo en el que le dieron lo suyo, mientras se defendía tirando derrotes como una devanadera, solo con el pitón izquierdo. En la segunda vara ya se repuchaba queriendo quitarse el palo que parecía molestarle. Se lo sacó más allá del tercio por ambos pitones y ahí sí, ese era el sitio. Pico y trapazos desastrados, muletazos apelotonados, que siempre son jaleados por una parte del público, naturales a media altura, como si moviera un telón y a mitad de camino, ¡zas! Desaparece. ¿Nadie les habrá comentado eso de rematar? Continuó lo mismo con una que con otra mano, con el mismo resultado, trapazos ventajistas y despegados, pero sin atisbos de torear. Y ya en el quinto, el primero al que no ovacionaron de salida, que hasta algunos protestaron, aunque tampoco era para partirse la camisa, estaba menos rematadito y no era tan cornalón como los, a veces exagerados, cuatro anteriores. En la primera vara le dieron con empeño, pero el Adolfo tampoco le echaba demasiadas cuentas al castigo. Una segunda vara en la que el pica se quería emplear, pero no tuvo opción, se fue el cárdeno echando mixtos a zonas más calmadas. Juan Bautista comenzó pegando tirones y el toro quería seguir la tela. Cambio de mano y por izquierdo se le comía, mientras el matador hacía lo que podía para quitárselo de encima. Pues probemos por el derecho; lo mismo, que Juan Bautista no podía con aquello, ¿qué hacer? Pues hagamos que no vaya. Y en ese intento de querer hacer malo al animal, se le fue la tarde, evidenciando su incapacidad, que seguro que le vale el que la empresa le repita el mayo próximo. Curiosamente, en el arrastre hubo quién ovacionó al toro, quizá el más claro para la muleta, pero que no solo no quiso nada con el caballo, sino que hasta tuvo el mal gesto de salir de najas escapando del palo. Ahí lo dejo.

Paco Ureña repetía en esta feria de Otoño y con la de Adolfo; un gesto. Recibió a su primero intentando sujetarle por abajo, quedándose cual estatua de sal una vez que el toro pasaba de largo. Acabó recogiéndolo con un a modo de delantales, demasiado encogido y exagerando la nota, Bien colocado en la primera vara, dándole distancia, a lo que el animal respondió arrancándose con cierta alegría, para recibir un picotacito, lo que muchos interpretaron como que se le iba a medir el castigo. Bien, de menos a más. El Adolfo estaba fijo con el caballo, le volvieron a poner en suerte y entonces la arrancada fue con más decisión y más pronta todavía, nuevo picotazo y cuándo ya nos frotábamos las manos para ver en que acababa aquel idilio del toro con el caballo, hubo quién desde el ruedo pidió el cambio. Que no solo nos dejó el señor Ureña con el caramelito de ver un tercer puyazo, este ya apretando, sino que no nos permitió ver realmente al toro y además se lo dejó sin picar. Muletazos por abajo, a veces quitando el trapo antes de tiempo. Comenzó por el lado derecho a base de tirones y abusando del pico de la muleta, siempre muy fuera. Pases sin mando, el animal se le metía por dentro, dejándole en evidencia. Más tirones con la zocata y como parecía que aquello se le podía complicar, pues a tirar de la opción arrimón. Citando muy de frente, pero para seguir con el trapazo, exageradamente despatarrado, citaba, y sin embarcar la embestida, apartaba la muleta de repente. Todo gestos de voluntad y supuesto valor, que no tenían continuación con el toreo. No permitió que se le viera del todo en el primer tercio, pero es quizá tampoco lo viera el matador.

Al cornalón, exagerado, cuarto, le recibió ya con el capote enganchado con capotazos desairados. En el caballo el cárdeno solo se dejaba y apenas amagaba con responder al castigo. Una lidia mala, con capotazos inútiles, que tuvieron continuación con un comienzo trapacero por ambos pitones. Ya por el pitón izquierdo el animal se le puso ligeramente gazapón a lo que Ureña solo respondía acompañando las arrancadas y a veces, hasta a destiempo, no solo no corrigiendo los defectos, sino acrecentándolos. Enganchones, el toro se le revuelve y él solo sabe abrazarse al lomo, sin saber por dónde meterle mano y llegando casi a límites más propios de otros espectáculos taurinos, que lo que se espera de un matador de toros. La cosa no se puede asegurar que mejorara en el sexto que cerraba plaza y feria. A las primeras apreturas, Ureña se dio la vuelta para irle cediendo terreno hacia las afueras. En el caballo, aunque solo por el lado izquierdo, el Adolfo presentó batalla, saliéndose toro y caballo más allá del tercio. Muy encelado con el peto, volvió solo a recibir una segunda vara. Empujaba, plantaba cara y le seguían dando leña, haciéndole la carioca, no fuera a ser que le escapara la presa al del palo, al que hasta se le ovacionó en su retirada, sí señores, un picador que hace la carioca, que no le da ninguna ventaja al toro, que no le da opción de irse, hubo quién le ovacionó. Y es que a veces uno cree que ha perdido la cabeza, que no digo yo que no. Comenzó Paco Ureña entre muchas dudas, mal colocado, muy fuera, ahogando al toro, merodeándole y sin saber por dónde abordar aquello que tenía allí delante. Aburrido, descompuesto, acabó siendo cogido, que como decía uno por allí, se cogió solo. Y a esto solo se le ocurrió responder con el arrimón de turno y poner en práctica lo que le jalearon en su momento, citar de frente, exagerar la colocación, pero no solo se le caía todo al arrancarse el toro, sino que además no era el momento, ni las formas y menos para ligar enganchón tras enganchón, ni para ponerse a cazar muletazos pleno de vulgaridad. Y con una entera traserísima, acabó la feria, que tendrá que hacer pensar a muchos sobre si este es el camino, el triunfalismos, la vulgaridad, la ausencia absoluta de exigencia, el tragar el medio toro, un tercio de la lidia, del espectáculo, soportar las veleidades de un nefasto empresario con aires de mecenas mesiánico y los que consideran que ir a la plaza es ira estar a gusto, tranquilos, a pasarlo bien y disfrutar del puro, el yintonic o el bocata. Y yo que nunca he podido estar a gusto y tranquilo cuándo hay un toro en la plaza. ¡Ay, mi España! Andas de cabeza y nadie te quiere enderezar. Sosiego, que ahora queda mucho en lo que pensar.

Enlace Programa Tendido de Sol del 1 de octubre de 2017:
https://www.ivoox.com/tendido-sol-1-octubre-de-audios-mp3_rf_21200214_1.html