lunes, 31 de octubre de 2022

La cultura de una nación

Aunque en Altamira no pintaran a gente jugando con el toro, igual un poco después ya andaban haciendo recortes en las marismas del Guadalquivir.


Si nos ponemos a hurgar en las tradiciones, celebraciones o símbolos de una nación, del lugar del mundo que queramos, seguramente que en gran medida estas partan de hechos y circunstancias que hoy en día nos parecerían poco recomendables. Pero es que la historia del hombre, la historia de su cultura, de lo que retuvo la memoria de sus ancestros, es la que es y lo que dudo es si eso sería justificación suficiente para eliminarlos, para borrarlos de la memoria colectiva de una nación. Que no es admitir ese legado a cualquier precio, ni legitimar la tradición simplemente por serlo, ni mucho menos. Y aquí hablo de naciones y no países, porque a lo mejor estos dos conceptos no coinciden plenamente. Los países tiene claramente definidas sus fronteras, pero las naciones, puede que si las tienen estén tan borrosas y difuminadas que se mezclarían con las de sus vecinos. Y si hablamos de esta península ibérica, quizá nos sorprendería lo que nos encontraríamos antes de que a esto se le llamara Reino de España, pero mejor no seguir por este camino, pues nos llevaría a unas tesis y unos argumentos para los que servidor no tiene argumentos, ni mucho menos conocimientos suficientes. Pero sí que hay un fenómeno que se ha repetido desde hace siglos en toda la península, obviando la frontera más antigua de occidente que el toro sobrepasó sin el menor respeto a gobiernos, reyes, tribus o imperios, y este no es otra cosa que el juego con el toro, primero su crianza y más tarde el hacerlo el eje en celebraciones y fiestas, con los hombres jugándose el ser simplemente por eso, por ser, por sentir, por vivir, por burlar a la muerte, algo que también está en las raíces de esta gente del Pirineo hacia abajo. La muerte, siempre presente y jugando a esquivarla con descaro, con aparente despreocupación y desprecio al cuerpo y a la vida misma.

Que esto de los juegos con toros, tanto desde su origen hasta el presente, con su máxima expresión en las corridas de toros, no es fácil de entender, quizá la cuestión sea que no hay nada que entender: es algo irracional, tanto como los sentimientos humanos, como ese arraigo a una tierra que te maltrata, que es tan inhóspita que cualquiera con dos dedos de frente abandonaría. Pero que el que la nace y la vive se niega a levantar sus plantas de allí donde vivieron los suyos y, con más o menos esfuerzo, se empeña en repetir una y otra vez los ritos que ya nadie sabe cómo, ni dónde nacieron, pero que están ahí. Será porque les hace sentir, saber quiénes son. Que habrá quien desee levitar sobre una historia, unas costumbres, una forma de ser, porque se sienten más próximos a lo que sucede en otras latitudes; que no tienen que estar ni a cientos, ni a miles de kilómetros, basta con estar entre asfalto y edificios de cuatro o más plantas, con ascensor, moqueta en el salón, calefacción con bomba de calor y una Siri para que les diga si se ponen la térmica o las chancletas. Que es posible que esta gente esté creando una forma de vida, una tradición y hasta unos ritos y que luego los quieran implantar en todo el orbe, pero… ¿Ahora vamos a pretender enmoquetar el campo? Que la vida rural, el campo, no se puede instalar en la ciudad, quizá los toros sean lo más lejos que ha llegado este mundo al asfalto, pero tampoco pretendamos lo contrario. Porque igual lo de vivir en el campo con wifi potente, un 4x4 que nos lleve a todas partes, que te traigan la compra pedida por internet a casa, que desaparezcan los gallos que hacen kikiriki al amanecer, que callen las campanas de las iglesias porque no nos dejan ver neflis, que las vacas no caguen, que los caballos no relinchen, eso no es el campo, eso es su ideal de un mundo muerto, anodino, en el que solo caben los que piensan así y, evidentemente, no les cabe nadie más.

Que las almas puras ahora parece que quieren hacer que el mundo sea mejor borrando cualquier referencia a lo que no es una felicidad al modo que inventó Aldous Huxley, ese de “Un mundo feliz”, que ya sabía de antemano que ese mundo nunca podía ser feliz. No podemos eliminar los “Fusilamientos de la Moncloa” porque es una imagen de guerra, dolor y muerte, no podemos echar abajo el Coliseo porque simboliza todo lo que era la Roma Imperial, ni convertir la “Gran Muralla” en una huella en el suelo, porque era una barrera para impedir el paso de los forasteros, ni prohibir la “haka” Maorí porque era una danza previa a la lucha y en la que al enemigo se le quería asustar anunciándoles una muerte cercana. Porque eso son los pueblos, lo que no quiere decir que hoy en día los tercios quieran volver con la pica a Flandes, ni que las legiones pretendan someter de nuevo al mundo, ni que se vaya a pasar a cuchillo a todo aquel que sobrepase la muralla, ni que los “Black Jacks” tenga la idea de acabar con cualquiera que les pretenda arrebatar un balón apepinado. Entonces, ¿Por qué es tan difícil entender que los aficionados a los Toros son unos enamorados de un animal? ¿Bajo qué mecanismo y razonamiento pueden pensar estas almas puras que odiamos al toro y que disfrutamos con su muerte? Que no le da un valor extraordinario el que sea parte de la tradición, nada más lejos; el valor se lo da el rito, el acerbo cultural que ha llegado hasta nosotros y ha crecido a través de los siglos, la fuente de inspiración que ha sido y es para tantas mentes prodigiosas, para tantas mentes que hasta estuvieron dispuestas a dar su vida por la libertad de su gente, de su pueblo, por la igualdad entre semejantes, por la fraternidad de los pueblos, y que además veían en los Toros una fuente inagotable de valores reales, no los que otros pretenden manipular torticeramente, valores para crear arte, para educar en la vida sabiendo que siempre estará presente la muerte, que la muerte es inevitable, la tuya, la suya, la propia. Y quizá también supieron entender cómo era y por qué se movía el lugar dónde vieron la luz, cómo eran sus padres, sus abuelos, los que les precedieron y que les hicieron saber más de ellos mismos. Quizá por todo esto aprendieron a saber e identificar cómo eran, cómo es la cultura de una nación.

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martes, 25 de octubre de 2022

Victorino sigue defendiendo… solo lo suyo

Al final, don Victorino va a decidir quién es merecedor de llamarse aficionado o quedarse en reventador indeseable. Cuidadito, que a nada que se descuide, igual acaban sobrándole carneses.

Ganadero de postín, máximo representante de la Fundación del Toro y quizá el que más cartas escribe en el mundo a los malvados antitaurinos que están acabando con los Toros. Pues ya ven, don Victorino no se cansa, siempre tiene que estar haciendo algo, no puede estar parado; ya puede ser destrozando el hierro mítico que le legó su padre, ya puede ser montando una Copa Chenel que bien podría ser según una idea original de los antitaurinos, bien escribiéndoles a estos unas cartas que a sus destinatarios les quita el sueño o como en este caso, defendiendo a capa y espada su negocio, el que nadie les diga nada ni a él, ni a sus cómplices en esto de desbaratar el toreo. Que la cuestión es que ellos y solo ellos, con este señor en lugar preferente, puedan decidir cómo son y cómo deben ser las cosas en esto del toro. A mí me dejan y si alguien se queja, que se quede en su casa. Que ahora nos sale, como ya han salido muchos, entre ellos el insigne señor Hernández, ganadero como Victorino, con que fuera reglamentos. ¡Dejanme solo! Como decía el chiste.

Que hay un detalle, un detalle curioso, que se ha reproducido a lo largo de… de toda la vida de Dios. Resulta que los que tenían las manos más enfangadas, esos decían que tenían las manos limpias, tan limpias, que hasta eran capaces de autorregularse, porque aparte ser gente de orden, ellos sí que sabían de qué iba su negocio. Que esto último no lo he dudado nunca. Y entonces, como ellos lo sabían todo de lo suyo, pues hala, ha llegado la hora de la autorregulación, que para que nos entendamos, es aquello tan clásico y castizo del “déjame, que yo mapaño”. Pues eso, el señor Victorino Martín García se las quiere apañar él solito. Vamos, lo que habrían dado porque les dejaran apañárselas solitos al señor Capone, al señor Genovese y hasta a Toni Soprano, el de la tele. Que en esto, como en muchas otras cuestiones, lo que quieren es que una oligarquía, lo que siempre han sido unos gerifaltes, capos, jefecillos, es querer disponer de todo, en beneficio propio. ¡Vaya! Si don Victorino solo busca el beneficio para la fiesta, ¿no? Pues parece que no. Ellos, con Victorino a la cabeza, quieren controlar el tipo de toro, los festejos que se montan, quién actúa y quién se queda fuera, si ahora colamos este ganado impresentable, si los veterinarios se quedan fuera, si el presidente debe actuar así o asao como un monigote que ellos manejan y hasta a los que pagan para ir a la plaza. A estos les marcan hasta los gustos que deben tener, lo que tienen que decir, lo deben callar y siempre, pero siempre, que deben pagar. Pero fuera reglamentos, que yo sé más que nadie de esto y a ver si con tanta reglamentación, esos que solo deben pagar y callar o aplaudir, ahora se me van a agarrar a eso y van a exigir unos derechos que no merecen, porque aquí los derechos son para nosotros, los que sabemos y nos debemos autorregular y no para esos que solo vienen a poner pegas. ¿Se imaginan? Novillos de tres años para que los artistas se expresen, animalejos que no pasarían ni como cabra del Pirineo y que nos colarían como toro, artista, pero toro. Un palco con un amigo de los que, según ellos, saben de esto, repartiendo pañuelos blancos, azules y naranjas al viento. Y que no falten los aplaudidores profesionales, los que para toda trampa tienen un por qué, los de los micrófonos de la tele, y los aplaudidores practicantes, los que jalean hasta a los mulilleros por andar para atrás. Y con todo esto, ya de paso, los tikismikis igual se cansan, abandonan y les dejan solos. Pero, ¡ojo! Que cuando echas abajo un dique en el mar, luego no cabe decirle a las olas que paren, que ya han inundado bastante, no señor, el mar seguirá avanzando y lo mismo hasta se lleva por delante el chalé que estos fulanos tenían en primera línea de playa. Que lo mismo quieren echar a unos cuantos y acaban marchándose más de la cuenta y se van a encontrar ellos solitos en las plazas con apenas dos centenares de incautos, pero… Si eso ya está pasando, si hay festejos televisados en los que apenas llegaban a las doscientas almas. ¡Ah! Pero había tele y con la mosca que te sueltan estos, podemos seguir autorregulándonos.

La cantidad de cartas que escribe don Victorino Martín García, Victorino el Epistolario, pero no he visto por el momento ninguna en la que se defienda al que paga, en la que se defienda de verdad al aficionado, en la que se abogue por los derechos del espectador, por la integridad del toro, por sancionar o al menos afear las trampas, el fraude ponerse definitivamente del lado del toro, de la fiesta de siempre, esa que dicen que es del pueblo, pero siempre que ellos sean los dueños del pueblo para hacer y deshacer a su antojo, porque la desregularización es eso, a mí déjame hacer lo que se me pase por ahí y yo apretaré y pondré normas y más normas, todo lo duras que sea posible, a los débiles, a los que tienen que pagar y a los que les quito todos los derechos, que me guardo para mí. Pero bueno, ya vemos que aquí nada cambia y mucho menos a mejor, que nos contarán todas las milongas que quieran, se despacharán a gusto contra los antis, contra los exigentes, contra el gobierno, contra el desgobierno, pero al final, como siempre, Victorino sigue defendiendo… solo lo suyo.

 

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lunes, 10 de octubre de 2022

Y se expresaron con todo lo que tenían que expresar

Un toro metiendo los riñones, mostrando su bravura en el caballo, para acabar en manos de un vulgar trapacero sin el menor sentido de lo que es el toreo.


Hoy en día, cualquiera que calza medias con espiguilla se siente artista y, según dicen, con algo que expresar, algo que sacar desde muy dentro, tienen que volcar fuera lo que llevan dentro. Pero claro, hay que tener mucho cuidado con lo que cada uno lleva en su interior y sobre todo con cómo y dónde se echa fuera. Piensen lo que quieran, pero yo les recomendaría que no se crearan mucho en esta imagen, porque la cosa puede resultar muy, muy desagradable, tanto, que lo mismo vuelven a revivir a Perera, Leal y Lorenzo liados a trapazo limpio con unos animales que a nada que les achucharas con el mimo del toreo, te echaban una orejita al cesto. Que yo tampoco querría extenderme mucho, porque lo último que yo desearía sería ponerme desagradable y a ver si a ustedes les provoco un mal grave por recrearme en la narración de lo sucedido en la última de una gran feria de Otoño ideada y puesta sobre la arena de Madrid por Plaza 1. Que resumiendo, habría que decir que las puertas grandes de otros días, las que abrieron los paisanos y autobuseros a cabezazos, para enaltecimiento de unos coletudos más que limitados, han sido devueltas con creces por novilleros y matadores de toros. Que las trampas al final se pagan y ahora, casi a punto de acabar la temporada, algunos las han pagado, no sin asombro; ellos que se creían ya figuras históricas del toreo, ahora se dan cuenta de que se han quedado en pañales. Y otro dato a valorar es que con esas subidas de precios, no solo no ha habido más público, sino que hasta parece que ha bajado la asistencia. En el mejor de los casos han ido los mismos que lo habrían hecho en otras ocasiones, pero pagando más. ¿Le ha compensado a Casas y Garrido? Pues ellos dirán que por supuesto, pero igual en la intimidad…

Pero vayamos a lo que toca, una de Fuente Ymbro que hubo que remendar con un sexto del Puerto de San Lorenzo. Los cuatro primeros muy sueltos, contando con la inestimable colaboración de sus matadores, incapaces de retenerlos en los capotes. Toros muy mal lidiados los seis, pero estos cuatro primeros además no se picaron, flojos y el cuarto inválido. Toros que andaban por allí y que en el último tercio iban y venían, pero que solo fueron malamente trapaceados por los de luces. Pero el quinto fue otro cantar. Le dieron más capotazos que estrellas hay en el firmamento. Lidia desastrosa, pero en el caballo le dio por meter los riñones. La cosa era que lo hacía mientras le tapaban la salida. Que pena no verlo con el ruedo a la espalda y pudiendo elegir entre el campo abierto o la pelea. Pero en la segunda, con todo el ruedo a su alcance, optó por la pelea y volvió a meter los riñones como hacía tiempo que no veíamos a un toro. Pero este de Fuente Ymbro tuvo la mala, malísima suerte de haber caído en esta corrida de expresionistas y dentro de estos, en las de Juan Leal, una auténtica negación de lo que es el sentido de la lidia, el mostrar a un toro y el darle las ventajas que este merece y ofrecerle un toreo al menos honrado. Recibió el trato que nunca merece un toro bravo, al que se le pagó con un arrimón chabacano su bravura, ahogando su boyantía con vulgaridad y falta de recursos. El otro toro a destacar es el sexto, el remiendo del Puerto; un toro también mal lidiado, pero sin esa espectacularidad en varas, quizá también por ese caos que se montó en el ruedo, por no cuidar la colocación en el caballo. En un primer puyazo levantó al caballo de manos y en el segundo encuentro el pica le dio bien y trasero. Y fue en el tercio de muerte dónde se esperaba que le dieran un trato digno, pero Lorenzo no supo verlo, ni entenderlo y tiró por los suelos cada una de las embestidas que el animal le regalaba a cada cite. Y de muchos es sabido que la mejor forma de que un toro no luzca es metiéndose entre los pitones, que así no atosiga.

Miguel Ángel Perera es uno de los que más parecen sentir esa necesidad de expresar, aunque a veces tiene que dar demasiadas explicaciones para justificar ese toreo vulgar, monótono, ventajista y aburrido al extremo, si no eres paisano o partidaria del trapazo asfixiante. Aparenta siempre una desgana insufrible, retorcido, abusando descaradamente del pico, retrasando la pierna de salida, pegando tirones y latigazos, haciendo juegos de manos que ni el Jesulín de sus mejores tiempos, con enganchones constantes, sin templar y si la cosa no despega, pues uno se mete entre los cuernos, que seguro que habrá unas palmas solitarias que partan del sol y que contagien al resto de la popular. Todo este repertorio se lo soportó el primero de Fuente Ymbro que iba y venía con docilidad. Su segundo fue un inválido al que cambió con media vara y un picotazo. Banderazos al aire y a ver si no se tumbaba demasiado, pero eso no era fácil. No vino a San Isidro y quizá algunos habrían agradecido que mantuviera a Madrid exenta de tenerle que soportar su necesidad de expresarse.

Juan Leal es uno de esos toreros que no se sabe quién le puso el sello de valiente. Sí, valiente, pero citando desde muy fuera, siempre atravesando las telas, a tironazos, enganchones, carreras, sin el más mínimo concepto de la lidia. Como si le hubiera contado lo que es el toreo un tailandés que un día vio el videoclip de Madonna y Emilio Muñoz. Pues imagínense. Sí, busquen, busquen, que seguro que sale en internet. A este Juan Leal le da lo mismo el toro bueno, el malo o el regular, porque a ese buen quinto le hizo lo mismo que al segundo, meterse entre los cuernos y empezar a sacar trapazos de uno en uno, apoyando la taleguilla en el pitón y un extenso repertorio de vulgaridad y actos soeces para un toro bravo. Porque soez es tratar a un toro como este castaño como si fuera un mono de feria, sin darle distancia, ni el sitio que pedía, sin permitir que se le viera, aunque quizá era tan evidente la buena condición de este animal, que no había sábana en el mundo para taparlo. Pero si considera que las Ventas no le ha valorado como cree que merece, no tiene más que acudir allí donde sí lo hagan.

Álvaro Lorenzo es uno de esos espadas que un día vieron el fulgor del triunfo, pero que en esta ha dado la medida de lo que es y ha sido siempre, un vulgar pegapases que lo mismo se los pega a una máquina de tricotar, pero no a un toro. Magnífico exponente de la “tauromaquia” moderna, vulgar, tramposo y sin otro concepto que dar trapazos a diestro y siniestro, en su primero un toro que iba y venía, retorcido, teniendo que recuperar el sitio constantemente. Pero el que le descubrió del todo fue ese sexto al que no supo lidiar, por supuesto, que no intentó mostrar y que con la muleta no sabía por dónde tirar, no veía el camino, que no era otro que torear de verdad. Igual ese era el problema. Venga a correr, venga pico, banderazos al aire, tirones y ante tal incapacidad solo le quedaba una opción, la peor, el arrimón, el meterse entre los pitones, pero la ocasión ya se le había esfumado. Al terminar el festejo muchos saldrían decepcionados porque ninguno coleccionó ningún despojo, pero es que la terna era lo que era y da de si, lo que puede, que es poco, apenas nada. Pero la realidad es la que es, los toreros son lo que son y se expresaron con todo lo que tenían que expresar.

 

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domingo, 9 de octubre de 2022

Las musas iban en chándal

Quizá hay alguna manera de arreglar los centímetros del ruedo de Madrid. ¿Convertirlo en una marisma? ¿Trasplantar el estanque del Retiro? QUién sabe


Esto del arte es un terreno en el que hay que tener mucho, mucho cuidado, porque a la mínima que te pasas en sensibilidad, en maneras, en refinamiento, acabas resultando grotesco y no digo ridículo, porque el arte nunca puede serlo, ¿o sí? Bueno, no sé, decidan ustedes. Pero claro, en esto no todo depende de la voluntad de los mortales, que si las divinidades del Olimpo no ponen de su parte, apañados estamos. Que si juntamos tres toreros que son la esencia del arte torero, tres príncipes del pitiminí y los enfrentamos a unos toros de imponente presentación, ¿qué puede salir mal? Pues nada, pero a veces las previsiones se pueden torcer. ¿Y a quién echarle las culpas? Pues yo se las echaría a las musas, que hay días que no están para nadie. Que si en lugar de vestir sus vaporosidades dejando un pecho al aire, se ponen el chándal de ir al centro comercial los sábados, pues ya me dirán, así no hay manera; aquí tenemos que poner todos de nuestra parte. Esa gente que iba de domingo, ni un chándal se veía aparte el de las señoras olímpicas. Gentes venidas de todo el orbe taurino, de Colmenar, de Alcalá, Leganés, Chinchón, Buitrago y hasta franceses de la misma Francia, que yo los vi llegar en el metro atascando los andenes y pasillos. Que no eran abonados, eran de esos nuevos aficionados que deberían estar encantados por poder pagar entradas para todos y asistir a un espectáculo de lujo, que eso es lo que es a partir de esta feria. Y claro, como tiene que haber de todo, también los había que por ser abonados han pagado hasta tres veces menso y como el mundo es injusto, podían protestar, pedir orejas y soltar los “bieeeejjjnnnn torero bieeejjjnnnn”, como los otros. Quizá el señor Casas debería pensárselo, que nadie diría que es un golfo, como él dice, sino que afirmaríamos, y con conocimiento de causa, que es un adalid de la justicia social. Aquí no se puede atracar solo a unos cuantos, hay que esquilmar los bolsillos de todo el mundo. ¡Muy bien, don Casas! Que aquí los derechos, para el que se los pueda pagar, que para algo está el liberalismo.

Los del Puerto, que otras veces no se sujetan en pie, esta tarde, afortunadamente, aguantaron sin derrumbarse y eso que algunos mostraban andares raros que hacían sospechar alguna carencia. Pero incluso aguantaron después de unos tercios de varas infames, en los que se picó rematadamente mal, castigando a modo y clavándoles el palo allá dónde pillaban una y mil veces, sin que pareciera que los jinetes acabaran de atinar con la puya. Quizá el mayor defecto del encierro fue el que no respondieran a los esquemas del toreo moderno, esos de dame los trapazos que gustes que yo me los trago, que lo que requerían era alguien que les mandara en las embestidas, sin que permitieran a los de luces ponerse bonitos y poner posturas gallardas a capricho y que fieles a su procedencia, en más de un caso Salieron manseando, buscando los terrenos de toriles y como si allí estuvieran de prestado. En una tarde en la que cuesta pensar que pudiera haber un público más a favor, más predispuesto a jalear hasta al que pinta las rayas; que los vendedores de almendras ya se veían saludando al respetable desde los medios con su cucuruchito en la mano. Que si alguien lo dudaba, vayamos al comienzo, justo al romperse el paseíllo, en que los más motivados pidieron que saludara alguien de la terna, ¿quién? Pues Morante, no, porque cuando asomo se le dijo que se tapara. Pues a ver Uceda, ¡ah! Uceda sí, que recogió una ovación de este público tan cariñoso. Pero lo mismo tampoco era para él u era para Téllez, al que se le quería agradecer aquella salida a hombros ramplona y de muletazos incompletos del último San Isidro. Para que luego digan de la parroquia capitalina.

Uceda leal veroniqueo aseadamente a su primero, pero entre el clamor popular. El del Puerto cabeceó en el peto y fue quitado primero por verónicas de Morante, sin poder sujetar al toro, lo que sí consiguió el titular con chicuelinas, qué cosas. Y entre tanto, el animal mostraba una acusada querencia hacia toriles. Tomó el madrileño la muleta y se sacó al toro hacia los medios a punta de muleta, sin pasarle, con gusto y torería, porque hasta en los trances más insignificantes se pueden dejar detalles. Ya por el derecho pegó una tanda aseada y muy celebrada, siguiendo después tirando del pico y escondiendo la pierna de salida. Con la zurda, siguió atravesando el engaño, dejándoselo enganchar y dándole más aire que toreando, rematando en todas ocasiones con los de pecho enganchados. Volvió en los mismos términos a la derecha y concluyó con unos ayudados rodilla en tierra muy toreros, culminando con una media que hizo rodar a este primero. Y un dato curioso, quizá Uceda leal no sea demasiado generoso con los mulilleros, que no tiene por qué, pues hay que ver lo poquito que se demoraron en el arrastre. Salió el que hacía cuarto, rematando sin cesar, rompiéndose un pitón. Y fue una pena que el señor presidente lo echara para atrás, antirreglamentariamente, pues el daño se produjo en el ruedo y en esos casos, pues no ha lugar devolverlo, aunque esta parte del reglamento no parecía conocerla los que con tanta pasión protestaban ese pitón roto. Y salió uno de José Vázquez, que en el caballo aguantó casi para la foto y acto seguido salió echando pestes hasta la puerta de toriles. Complicaba la labor de los rehileteros echando la cara arriba. Con la muleta probó por ambos pitones, pero se sucedieron los enganchones, muletazos al aire, carreras, fuera de cacho, intentando buscar el aplauso, pero todo quedó en nada.

Si le hubieran preguntado al personal a bocajarro quién toreaba esta tarde, seguro que la mayoría habría dicho Morante, los demás parecían de relleno, pero las cosas son como son y Morante no toreó. Luego nos hemos enterado que porque el ruedo no estaba a su gusto y ya se sabe, el torero mira los detalles al máximo, que el puro sea habano, que el cafelito esté a la temperatura justa, que las tablas tengan el tono adecuado, que músicos se sepan “la del Soto del Parral” y que el ruedo tenga una inclinación inferior a los grados de la Cuesta de las Perdices y por encima de la playa de la Concha. Luego lo del toreo ya es otra cosa y tampoco se puede abarcar todo, que para eso esta el señor Abellán y así se lo ha demandado al finalizar el festejo. ¡Qué imagen! Pues como se trataba de toreo, dejo que su primero fuera de aquí para allá y si acaso un mantazo aquí, otro allá, casi le desarma. Sin ponerlo al caballo, el animal recibió leña como para ir pasando en sus dos encuentros. No pareció ser del agrado del maestro, que le pegó cuatro abanicazos y a matar. Pero la cosa iba a ser en el siguiente, un cornalón que impresionaba, al que dejó correr y correr, para al final recogerlo por abajo con el capote, peleándose con el del Puerto. Le pegaron poco en la primera vara y nada, absolutamente en la segunda. Morante parecía quererle cuidar, inició el trasteo con ayudados por alto atropellados, derechazos a media altura, a recolocarse y muletazos con el pico desde fuera, un tanto aperreado, más pico, carreras, para acabar desistiendo sin conseguir sacar fruto… por culpa del empedrado, perdón, del ruedo.

Y le tocaba el turno del que igual querían recibir entre ovaciones, pero… Discreto sin más en el recibo, retrasando la pierna de entrada. Muchos capotazos, para al final dejar que el toro fuera al caballo a su aire. El toro medio cumplió, recibiendo castigo en el segundo encuentro. En banderillas destacó Rafael Viotti en los dos pares, teniendo que saludar. Con la muleta empezó Ángel Téllez con muletazos eléctricos, pero sin mandar, lo que provocaba que el toro se le revolviera, se le iba comiendo poco a poco y el toro parecía empezar a notar que allí era el que mandaba. Repetidos intentos de hacerse con el toro, pero cada vez era peor, sin mando, sin pararse, mucha carrera, apurado y alargando la faena demasiado, hasta el punto de recibir un aviso antes de entrar a matar. En su segundo, muy mal el picador, sin ser capaz de atinar no ya en el morrillo, en el toro.  Dio poco de si, con banderazos al aire, muy fuera, dejándosela enganchar demasiado, hasta concluir en que el del Puerto ya no podía con su alma. Y aquí acababa la tarde en la que todo estaba listo para que fuera histórica, como todas las tardes de la modernidad, para que fuera un canto a la “tauromaquia”, como todas las tardes de la modernidad, y que el público saliera entonando cantos jubilosos por el arte taurino, como todas las tard… Bueno, todas no. Y, ¿por qué? Porque el ruedo no tenía la inclinación apropiada, porque la humedad relativa del aire hacía que a algunos se le empañaran las gafas y principalmente, porque ignorando la grandeza de lo que allí debía pasar, en lugar de lucir togas vaporosas dejando un pecho al aire y las musas iban en chándal.

 

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sábado, 8 de octubre de 2022

El que te entienda, que te compre

 

Un día el arte nos va a pillar desprevenidos y como no estemos preparados, nos va a dar un buen disgusto. Y luego a ver cómo nos recuperamos del trauma.

Tarde supuestamente propicia para el arte, para el toreo puro, con Diego Urdiales, Juan Ortega y Pablo Aguado; toros que en mayo dejaron un buen sabor de boca en los aficionados, El Pilar. Pues a partir de aquí piensen en un barullo que depende cómo se mire, igual cuesta entender. En primer lugar, el ganado, procedencia de El Raboso, Aldeanueva, que a algunos le puede sonar mal, pero es que son como son, lo que tampoco justifica que la presentación no pasara de admisible. Pero ese admisible para algunos era insoportable, para rasgarse las vestiduras. Que igual los pintamos de gris y todos tan contentos, que no hace tanto pasaron por este mismo ruedo unas cabras con cuernos, animales famélicos a los que tapaban los pitones, pero tenían la ventaja de ser grises, que hasta tal calificación me resulta más que horrenda. Que en esto de los toros nos ponemos muy exquisitos con el color de los trajes, purísima, catafalco, agua de mar al atardecer, pero que al final vamos a acabar con que un torero viste de rojo, que el toro es gris y que aquel es amarillento desvaído. Pero volviendo a los del Pilar, anda que no han tenido motivos para protestarlos más allá de la presentación, que era muy normalita. Se les podía protestar por la escasez de fuerzas, por problemas de movilidad, por no haberse podido picar más allá del picotazo cariñoso, siempre tapándoles la salida, ¡Faltaría más!. Toros que salieron muy sueltos, a lo que también contribuyó la poca pericia capotera de cuadrillas y matadores. ¡Huy los matadores!

Diego Urdiales, espada al que Madrid siempre mira con buenos ojos, ha pasado más que desapercibido y si alguien ha reparado en su labor ha sido por extenderse en demasía pretendiendo dar muletazos a media altura a un lote mortecino, sin fuerzas, tirando con la muleta atravesada para que pasaran a una distancia prudencial. Eso sí, si en el cite y en el muletazo se mostraba erguido, sin retorcimientos, aunque no toreara a sus dos toros, siempre había quien le jaleara. Y es que ahora, todo lo que no sea retorcerse, se agradece mucho por parte de los amantes del arte. Pero eso desgana del riojano ya se apreciaba en el inicio de su primer trasteo, con muletazos de tanteo desganados y como si la cosa no fuera ni con él, ni con el del Pilar. En su segundo, uno que manseó en el caballo tirando derrotes queriéndose quitar el palo, le muleteó con muchas precauciones, despatarrado y escondiendo la pierna de salida. El animal era un pedazo carne con cuernos, pero el matador se empeñaba en estar ahí, más para que el tiempo pasara y justificarse, que buscando algo, un mínimo sentido lidiador.

Juan Ortega despertó al personal con unas buenas verónicas de recibo, especialmente por el pitón izquierdo. Lo que se agradece el buen toreo de capote y lo que se añora. Parecía decidido, un galleo airoso para llevar el toro al caballo, pero sin cuidar la colocación. Recortaba peligrosamente por el lado derecho en banderillas, circunstancia que pareció no tener en cuenta Ortega. Buen inicio por abajo por ambos pitones con la mano diestra, costándole más pasar por el lado derecho. Y el espada quiso empezar por derechazos, insistiendo en demasía, cuando lo que parecía era que el lado bueno era el otro. Entraba a pasito lento, sin brío ninguno. Ya cuando probó por el otro lado, ya no había allí energías para nada, enganchones y un desarme. La fuente que echaba apenas un hilo, se había secado definitivamente. El quinto ya salió mostrando su flojera. Mal puesto en suerte, sin picar, parecía que al sevillano se le había ido la fuerza con el primero, como si fuera una gaseosa de marca blanca. Eso sí, comenzó el trasteo de muleta con gusto y con mucha vista, como si trazara una línea continua, en un momento en que parecía que se le iba a quedar, se sacó un molinete de la chistera y no cortando de golpe el relato recién iniciado. Prosiguió con lentitud con la diestra, con la punta de la tela, más a la velocidad del burel que a la que él marcara, consiguiendo uno especialmente hondo y toreado. Una tanda enganchada y solapando el buen gusto con  citar desde fuera y aprovechando más bien el viaje, que llevando al toro y hasta alargándose un poco demasiado.

Pablo Aguado es uno de esos toreros que gustan a muchos y que no agradan a otros, vamos, lo que les pasa a todos o casi todos. Quizá la diferencia es que los pro lo tienen en los altares del arte torero y los que no, pues lo tienen más bien en un espectro de toreo sin verdad y con demasiados recursos poco admisibles y alejados de la verdad del toreo. Vamos, que por muy tieso que se ponga, abusa del pico que es un primor y se pasa al toro más allá de lo admisible. Abrió su tarde con verónicas llenas de pinturería, pero sin embeber al toro en el capote; eso sí, estas le llegaron al público y las celebró con entusiasmo. Nadie le puede negar esa gracia, esa naturalidad, pero lo de torear de verdad no lo practica, lo mismo con la diestra, que con la zurda. Pases y pases y recuperando constantemente la posición a base de carreras. Al sexto, lo que fueron capotazos con garbo se convirtieron en mantazos airosos. En la faena de muleta, más de lo mismo, aprovechando el viaje, siempre que el animal no perdiera las manos, lo que sucedía muy a menudo. Más pico, el toro por fuera y al final hasta poniéndose pesadito. Acabó así una tarde en la que unos gritaban desaforadamente a algo más decoroso que lo que no amagaron con protestaron hace solo unas fechas. Se jaleó el destoreo, bonito, pero destoreo y en una tarde con un cartel más que atractivo, pues de nuevo lució cemento en los tendidos. A veces cuesta descubrir los mecanismos que mueven esta plaza, aunque a nada que te paras a pensar, es fácil imaginarse lo que ocurre, pero Madrid, cuando tomas este cariz entre dominguero y aleccionado, mejor hacerse a un lado y el que te entienda, que te compre.

 

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viernes, 7 de octubre de 2022

Que nadie se me moleste

Algunos intentan ganarse las palmas con telonazos por alto y muchos los jalean. Les invito a que investiguen por qué en su tiempo se bautizó a esto el "pase del celeste Imperio".


Que yo sé que a veces uno se deja llevar y claro, los hay que se molestan, se indignan, se enfadan, se vuelven a indignar, se vuelven a molestar… Pero entiéndanme a mí. Que esto es directamente proporcional en primer caso al aburrimiento sufrido, a los novillos, en ocasiones demasiado novillos, que los de luces dejan escapar sin torear y en tercer lugar, por el dolor acumulado en zona semejante a los glúteos y riñones, que eso sí que molesta. Que no es lo mismo si ustedes, y no se me molesten, han estado en su casa, en el bar o en el mismísimo club Pickwick viendo el Pasapalabra, porque claro, no esperarían gran cosa, pero, ¿y si lo que esperaban era ver una novillada de Valdellán que se comiera las telas y unos novilleros, dos de ellos triunfadores en esta plaza, que embarcaran las embestidas con verdad y el que pudiera, con gusto. Y según va transcurriendo el festejo se dan cuenta de que esto hace agua por todas partes y encima te quieren convencer de que un aspirante cum laude a pegapases se queda en eso, en vulgar pegapases. Que entonces lo mismo, hasta van y se me molestan e indignan mucho, pero mucho, mucho. Eso sí, si ustedes son de los que saben, de esos que se autodenominan “los que sabemos”, pues… si les parece bien, mejor cierren y pónganse a otra cosa, porque ya les digo yo que se van a molestar y nada más lejos de mis intenciones. ¡Faltaría más, damas y caballeros de los que saben!

Que nos habían anunciado una de Valdellán y ya nos habíamos puesto cardiacos, pero luego las noticias es que habían desechado a no sé cuántos, habían traído más y otros tantos para atrás, hasta juntar cuatro y completar con dos de López Gibaja. Los de la ganadería titular, sobre todo los dos primeros, pobres de presentación, muy pobres casi hasta para una sin caballos; el tercero un poquito más hecho, sin exageraciones y el cuarto, un berrendo en cárdeno, bonito de capa, más cuajado que sus hermanos, pero sin volvernos locos. Los de López Gibaja, a excepción del último de los sobreros, mejor presentados, pero con unos problemas de invalidez más que alarmantes. Y a cada uno que salía, era peor que el anterior, hasta que el señor presidente, que ha vuelto a echar al corral a un toro con los palos en el lomo, ha decidido que ya no sacaba más pañuelos verdes, que ya estaba bien y que si alguien se molestaba, que se fuera a su casa a ver la tele. ¡Ya, hombre! Eso sí, si lo que los toreros quieren toros que embistan, que se muevan, luego que no se quejen cuando les sale uno que sigue las telas sin hacer un mal gesto.

Abría cartel Yon Lamothe y en fin, verde, que te quiero verde. Su primero apenas tenía resuello para pelear en el peto, cabeceando y echando la cara arriba, no pintaba bien, pero llega el momento de la muleta y el chiquitín que entraba y entraba y volvía a entrar y el galo que no podía, que se le estaban comiendo la merienda, que no metía en cintura al Valdellán. Trapazos enganchones, acelerado, hasta que el novillo ya se limitaba a pegar arreones, cansado de tanta desidia taurina, que en este caso el colaborador debía ser el que vestía de luces y este, pues no colaboró. Y en el cuarto, último del hierro titular, ese berrendito, pues ya empezó complicándole las cosas. Nadie le sujetaba y él, venga a corretear. En el caballo se limitó primero a cabecear en el peto, para acabar dejándose sin más. Y vuelta al trasteo muletero y se repite la escena del otro, un matador que no puede, que se ve absolutamente superado por el novillo, que por otro lado estaba bastante mermado de fuerzas. Enganchón tras enganchón y carreras, muchas carreras y Lamothe solo era capaz de dar mil y un trapazos sin criterio alguno. Pero el animalito no cesaba en su empeño de buscar la tela sin hacer un mal gesto, siempre adónde le llamaban y por el caminito derecho. Lo más feo quizá fuera que por la inoperancia para cuadrar al Valdellán y acabar ahí su andadura, se recorrieron medio redondel y acabaron en toriles, lugar que no merecía el novillo.

Seguía Diego García, uno de esos beneficiarios de los veranos de Alsa y AutoRes o el cercanías de RENFE, que en su día las estadísticas decían que triunfó, pero las estadísticas ya sabemos que no son de fiar. Y las estadísticas se nos desmoronan cuando los partidarios, los paisanos no son mayoría y el quehacer del muchacho no convence a los excluidos de los dos grupos anteriores. Le toco un primer novillo que como el que habría plaza era demasiado anovillado para esta plaza. Que igual en otras no molestaría, pero en Madrid, ya se sabe. Lo despachó con mantazos de recibo, lo obvio en eso de llevarlo al caballo y cuando se quiso poner a dar muletazos, perdón, trapazos, el Valdellán se venía abajo una y otra vez. Que igual podría haber probado en templar, que a veces esto hace milagros, pero no, el espada se creía aún en aquella tarde de regalos y alegrías por nada. En su segundo, uno de López Gibaja al menos con más volumen que los anteriores, volvió a tirar del mantazo capotero sin pararse quieto. Ni en unas chicuelinas se quedó quieto, apartándose en cada viaje. Con la muleta empezó acelerado, siguió metiendo el pico, quedándose fuera, pegando tirones, sin faltar los enganchones a la tela. Trapazos por doquier, hasta ponerse pesado, muy pesado y de cierre, un mitin con los aceros, escuchando dos avisos y salvándose del tercero.

Otro de los triunfadores de otras tardes fue Jorge Martínez, sí, aquel chaval que en una tarde hasta nos mostró lo que era torear tirando del toro, pero esta vez pintó en bastos. Era como si hubiera optado por el camino de la modernidad, de lo de todos y entonces algunos no lo admiten del todo bien y se molestan porque no ven ni intención de hacer el toreo. Su primer Valdellán de primeras, no quería mucho con las telas. Hay que agradecer al novillero que pusiera al novillo en suerte en el primer tercio, rara avis en los tiempos que corren y más si hablamos de los jóvenes. Inició el trasteo por abajo, de lo que se resintió el Valdellán, besando la arena. Continuó con la diestra, abusando del pico y exento de temple. Más pico aún por el pitón izquierdo y muy fuera, pegando tirones. Que ahora te doy uno, echo a correr y me pongo para darte otro, siempre atravesando en exceso el engaño, con un animal que iba adónde le llamaran y al que se le negó el toreo y él a su vez se quedó con las orejas puestas. Mal con la espada, lo que no fue obstáculo para que Martínez se pegara un garbeo por el ruedo. Lo del sexto fue para cerrar el chiringuito. Uno de López Gibaja que mostraba una invalidez manifiesta. Fue devuelto a los corrales y en ese trance hasta parecía recuperado y con ganas de embestir hasta a los del cencerro. Salió un segundo sobrero que estaba peor que el anterior y aún hubo de salir otro más, que progresó en la incapacidad para aguantar en pie. Que visto lo visto, igual si hubieran sacado al primero y seguir donde lo dejamos, hasta habríamos salido ganando. Pero que nadie se tome esto en serio, que siendo el presidente que hoy tocaba, lo mismo otro día decide poner en práctica semejante barbaridad. Que de nuevo sacó el pañuelo verde con un par de banderillas y otro de rondón. Al que salió, y se quedó, de la misma ganadería del remiendo, poco se le podía hacer, dada su poquísima fuerza y manifiesta invalidez. Pero el murciano se empeñaba en darle pases y más pases, como si quisiera justificarse vaya usted a saber con quién, incluso haciendo perder la paciencia al respetable. Que no querría molestar, pero molestó, poniéndose muy pesado con tanto trapazo va y trapazo viene, venga enganchones y muy vulgar. Que habrá quién considere que se les trata con demasiada dureza a estos chavales, pero qué quieren que les diga, igual que unos tenemos que soportar que vengan a ramplonear despojos apoyados en sus huestes del paisanaje, ahora quizá es la hora de que devuelvan lo hurtado, que devuelvan esos regalos no merecidos tardes atrás. Eso sí, que si se dicen las cosas, no pasa nada, así que por favor, mi deseo más íntimo y sincero al leer lo escrito es que nadie se me moleste.

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lunes, 3 de octubre de 2022

Para sonrojo de sus partidarios

Ya ni los de Adolfo son los adolfos, ni los toreros tienen los recursos para enfrentarse ni a estos, ni a...


Que cuando vamos a los toros lo hacemos con la ilusión de ver algo que nos levante del asiento, que se nos quede grabado en el alma de aficionado es algo que pocos podrían negar, porque si no, no iríamos; eso sí, otra cosa es que seamos unos ingenuos y que todas las tardes, después de ver el cartel, pidamos peras al olmo. Pero los hay que no pierden la esperanza y se dejan engatusar bien porque el nombre de la ganadería les suena a supuestas glorias pasadas o porque tal o cual torero consideran que estaba llamado a la gloria y este iba a ser el día. Pues cuidado, calma y paciencia, porque si nos dejamos llevar del entusiasmo y sacamos al aire nuestras preferencias, y hasta nuestras debilidades, demasiado pronto, puede resultar que tengamos disimular y mirar para otro lado, pensando que nadie nos va a reconocer como esos que profirieron cantos jubilosos en honor de los toros o de los toreros. Que hay que ser prudente con lo de Adolfo, que ya no es lo que algunos creyeron que era y que lleva años cayendo por el tobogán de la vergüenza. Y en este día ha soltado un encierro en algunos casos demasiado justito de presencia, en otros que estaban un puntito por encima de ese nivel que no llega ni a decoroso, y casi siempre tapado por la cara. Pero si de presencia ya empezamos regular tirando a mal, a ver cómo nos explicamos lo de su comportamiento. En el caballo, nada, no se les ha picado, simplemente se simulaba la suerte con el palo apoyado en el lomo y los animalitos aguantándose contra el peto, que más parecían estar sesteando, que peleando con el del caballo. Al sexto le dieron un poquito más, mientras el de Adolfo a lo más que llegaba era a pegar algún derrote. En la muleta, pues ni para ir venir les daba la cosa. El primero bastante tenía con aguantar en pie; el segundo, pues medio entrega sin entrega; el tercero se tragaba los banderazos sin decir ni mu; el cuarto sí que iba y venía, una malva que no hacía un mal gesto; el quinto bastante tenía con aguantarse en pie, perdiendo las manos constantemente, y aguantando los trapazos que ante tal inválido no tenían ningún sentido; y el sexto, con el defecto de revolverse al principio del muletazo por el pitón derecho, por el que le pegó una cornada seca en la pierna a su matador y más tarde, después de la estocada, al tener al espada a su merced, le lanzó un tremendo viaje que le mandó definitivamente a la enfermería. En favor de los partidarios de Adolfo Martín hay que decir que sus ilusiones previas al festejo no fueron airadas por ninguno de sus fieles, quizá pensando en lo que se les podía venir encima.

Pero los partidarios de un hierro y los de un torero suelen diferir en demasiados aspectos. Estos últimos enseguida dejan ver sus preferencias, en qué residen estas, que suele ser mayormente por el paisanaje. Paisanaje que ciega hasta tal punto, que algunos se atreven a afirmar eso de “es un torerazo”, “Que se enteren estos de lo vales, torero”, “Eso es torear” y mil lindezas prematuras que al cabo de veinte minutos alguno habría querido no pronunciar jamás, al menos en público. Que si empezamos por Adrián de Torres, confirmante diez años después de su alternativa, quizá precipitó tal confirmación y esperar a estar más curtido en esto del toreo. Que pensarán que esto es un contrasentido, pero si nos atenemos a los resultados… Con el capote su actuación fue menos que discreta, con mal manejo de la tela para medio llevar la lidia. Con la muleta se mostró muy inseguro. Su primero le trajo por la calle de la amargura, muletazos sin mando ninguno, sin conducir las embestidas, con lo que el Adolfo se le acostaba constantemente y ahí andaba de Torres abrazado al cárdeno, intentando librarse del animal como fuera. Muletazos en los que parecía que estaba presto a escapar, pero de los que no sabía escapar, sin poder con un pobre moribundo que bastante tenía con aguantar en pie. Y para colmo un bajonazo infame que hasta hubo partidarios que aplaudieron; ¡Total! La espada estaba en el bicho y eso es lo que cuenta, ¿no? Lo del cuarto fue peor. Inédito con el capote, le costó enterarse en el último tercio de aquel animal era para hartarse a torear, pico, desconfiado, muletazos largando tela, desconfiado, echando el toro para afuera, desconfiado y cuando empezó a no desconfiar empezó con un cuarto de trapazo que hicieron las delicias del personal, que si ¡Vivas a su tierra! Que si vaya torerazo, que si eso es torear. Lo malo es que el espada tardó en ver lo que todo el mundo veía y cuando quiso darse cuenta, habiendo perdido por el camino la espada de mentira, el palo, y la de verdad, se dispuso a culminar su obra. Los más afines hablaban de dos despojos y los más distantes deseando que aquello tocara a su fin, pero él dale que dale y cuanto más se alargaba el trasteo, más se evidenciaban sus muchas carencias. Pero había que firmar la obra con la suerte suprema y Adrián de Torres tampoco fue capaz de ver el sitio de cuadrar al toro. Demasiado cerrado y en la suerte contraria; pinchazo, pero no pasa nada, se le aplaude y pa’lante. Otro más y un aviso, pero nada, sigue, que ahora va a ser la… seis pinchazos más, segundo aviso y sin pensarse eso de que se mata con la espada, sin pensar en eso de la vergüenza torera, tomó el descabello y a la quinta y atornillando despenó al animal, mientras algunos miraban para arriba, para abajo o para los lados, esquivando las miradas de esos que tuvieron que aguantar “vivas” y loas que solo se entendían desde el paisanaje. Pero no pasa nada, hay una manera muy buena de evitar este mal trago en un futuro, que no vuelva por aquí y si lo hace, a ver si después de otros diez años ya está más preparado.

Román, la simpatía en el toreo, después de gozar de hierros más benevolentes otras tardes, en esta ocasión le tocó lo de Adolfo Martín y, no como en otras ocasiones, sin partidarios como para llenar un tren. Como ya es norma en cuanto a estos toreros modernos se les complica un puntito la cosa, se pegan el giro y a recular con el capote, como si empezaran a hacer oposiciones a banderilleros, que hay que pensar en el futuro. Matadores con años de alternativa y para los que el manejo del capote es un misterio insondable. En el inicio de la faena por abajo, hasta parecía que templaba las embestidas, pero inmediatamente se evaporó el efecto y hasta aparecieron los enganchones. Continuó con mucho pico, demasiado encimista y recuperando el sitio a la carrera entre pase y pase. Muy fuera, vulgar, venga trapazos, para acabar cazándolos de uno en uno y firmar con un sartenazo y una estocada delantera a capón. En el quinto, una chiva con kilos que ya flojeaba de inicio, después de ese simulacro de suerte de varas, se empeñó en darle trapazos y más trapazos, lo que era un espectáculo lamentable con un animal que hacía por no perder las manos, pero sin éxito. Pero parece que en tiempo de la modernidad la cosa es soltar el repertorio completo. Acabó con un sablazo casi envainado haciendo guardia, que es algo que le puede pasar a cualquiera, pero en esos casos el matador saca la espada y entra de nuevo intentando limpiar ese borrón, pero Román no estaba para torerías de otro tiempo y con un golpe de descabello remató una mala tarde.

Ángel Sánchez recibió a su primero, que no quería capotes y buscaba la salida por el ruedo, con demasiados capotazos que no mejoraban la situación. Bien Curro Javier con los palos, tragando quina en el segundo par. Ya con la muleta, el espada al menos fue breve y no se dilató en banderazos, abanicazos y trapazos, lo que siempre es un alivio. En el sexto, una chiva pegajosita no supo poderle y ganarle terreno, más bien se giró para perdérselo. Inició el trasteo por abajo, más quitándoselo de encima que toreando. Se le revolvía por el lado derecho y a las primeras de cambio le tiró un derrote seco que le levantó del suelo primero y le pegó un revolcón a continuación. Era evidente que estaba herido, pero volvió a la cara del toro, la verdad que para no hacer nada destacable, más bien lo contrario, mientras era más de un hilo de sangre lo que le caía por la pierna. Espadazo en mitad del lomo y al querer irse resbaló, el de Adolfo hizo por él, embistiéndole con tal violencia que le hizo volar por los aires. Finalmente fue Adrián de Torres quién cerró con un golpe de descabello. Aquí concluyó una tarde en la que por momentos algunos se las prometían muy felices, viéndose llevando en volandas al paisano, pero a los que luego la realidad y la poca pericia de su torero pusieron en su sitio y es que hay veces que las promesas solo son efímeros espejismos, para sonrojo de sus partidarios.

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sábado, 1 de octubre de 2022

Si esto es el porvenir, mejor que no venga

Me gustan los novilleros con personalidad, los que quieren hacerlo de verdad y con descaro, pero no me gustan los que quieren palmas, orejas y sumar trapazos a costa del bolsillo de papá.


Cuando a unos les da por repetir una idea y repetirla y repetirla y repetirla, lo mismo hasta acaba volviéndose en contra de los que esgrimen tal idea. Anda que no nos dan la matraca con que hay que tratar bien a los novilleros, hay que mimarlos, para que no pierdan la ilusión, pero, ¿qué pasa si los que pierden esa ilusión son los aficionados, los que pagan? Que para los señores taurinos, aunque ellos se crean que sus clientes son los papás de las criaturas, lo clientes de verdad son los que pasan por taquilla, así que midan eso de las ilusiones, no vaya a ser que un día les llegue el quedarse solos, frente a frente, con un chavalín muy ilusionado, pero sin nadie que se ilusiones por verle en la plaza. Que de momento a los actuantes de la primera de la feria de Otoño, les querían ver los paisanos y algunos abonados que se han decidido a volver a los Toros el primer día de este mes de octubre. Pero se daba un curioso y penoso fenómeno. Los dos novilleros, que era un mano a mano, eran triunfadores de otras tardes en Madrid, salidas por la Puerta Grande, pero que no solo recordaban muy pocos, sino que los había que ni tan siquiera sabían si les habían visto esta temporada en su plaza. Para que los hooligans se den cuenta de lo que valen hoy en día las salidas a cuestas, a cuestas de autobuses de paisanaje, como ya es demasiado habitual. Que ya es triste la cosa. Algo parecido sucede con el ganado de esta tarde, y de demasiadas tardes esta temporada, 6 toros 6, novillos, de la afamada ganadería de Fuente Ymbro, que pasta… debe pastar en el parque de la Fuente del Berro, pegadito a la M-30, por aquello de facilitar el camino de los pupilos del señor Gallardo a las Ventas. Las vacas pastan en el Retiro junto al Palacio de Cristal y los machos en la Fuente del Berro, donde los pavos reales; todo bien cerquita. Que se rumorea que ya han empadronado a la camada de este año en el barrio de la Guindalera. Y si preguntan a los aficionados gatos por cuántas ha lidiado este hierro pegado a la calle de Alcalá, pues no sabrán si van seis, siete u ocho, o si al final serán ocho o si… Vamos, que han dejado huella.

Novillada desigual, a excepción del sexto, más que justos de presentación. Novillos modernos, que si acaso iban y venían, que no se les ha visto en el caballo por carencias de los de luces, aunque quizá tampoco tenían mucho que mostrar los Fuente Ymbro en los petos. No se les ha castigado apenas y los que más se han empleado ha sido cuando empujaban para afuera, mientras les tapaban la salida o les hacían la carioca. El sexto después de una vuelta de campana quedó visiblemente mermado, lo que se acrecentó después de repetir el campanazo. Una lástima, porque de principio hasta parecía meter bien la cara e ir lejos, pero… En el último tercio se limitaban a ir y venir detrás de un trapito que jamás les sometió, ni mandó en sus embestidas; toros modernos para toreros modernos, para público moderno y para desesperación de los que la modernidad la entiende en otros campos y de otra forma, no en el toreo, ni en este espectáculo al que ya casi nada le queda de clasicismo.

La verdad es que no sé si merece la pena entrar demasiado en detalle, sería cansar sin motivo. De los actuantes, de oro y de plata, poco que decir. Si empezamos por los peones, lo mejor ha sido el poner el toro en suerte al caballo, algo para lo que los matadores han estado negados. Pero lo más celebrado por el personal han sido los pares de banderillas, haciendo incluso saludar a uno de ellos, que no me pregunten el nombre, pues no creo que haya que destacar a los que en el mejor de los casos se limitaban a dejar los dos palos en lo negro, pares traseros y a cabeza pasada, pero si estamos por aplaudir, lo aplaudimos todo. Aplaudimos hasta a unos muchachos que con el capote se han limitado a largar tela sin ningún criterio, si acaso algún intento de quite variado, pero entre enganchones, desentendidos de la lidia, sin mostrar la más mínima intención de conducir a sus oponentes. Y con la pañosa, pues ya saben, visto uno, visto todos. Muchos trapazos, abuso de pico, muy fuera, un cuarto de muletazos, la faena tipo una y otra vez repetida y si acaso con la variación de citar desde los medios para pasárselo por detrás, por delante y aturullarse, o pegar unos telonazos para rematar con un jaleado del desprecio, que los del desprecio se jalean siempre con entusiasmo. Y aparte de esto, tanto Víctor Hernández, como Álvaro Alarcón, parecían un clon el uno del otro, el otro del uno, fiel a esa modernidad insoportable hasta la vulgaridad, tirando ambos de recursos de plaza de talanqueras para arrancar las palmas. Generalmente eficaces con la espada, pero sin plantearse hacer la suerte ni por asomo. Eso sí, era doblar el novillo y como mecánicamente, sacaban unos cuantos los pañuelos, que más bien parecía que seguían un guión y no eso que tanto se dice ahora, eso de la emoción. Y unos toreros que mantienen una actitud muy poco torera de aprovechar el tirón y lo mismo darse una vuelta al ruedo por su cuenta, que pasear un despojo que solo entendían los paisanos.

Cabe reseñar que Álvaro Alarcón resultó cogido al quedarse al descubierto en un derechazo, por lo que se cambio el orden de lidia para que el matador fuera atendido en la enfermería y así poder encargarse del quinto y sexto. Y estos son los que supuestamente van a mantener encendida la llama de la “tauromaquia”. Pero ya les digo, si esto es el porvenir, mejor que no venga.

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