lunes, 30 de enero de 2017

Un vestido para torear

Exclusivo para toreros


Si hay algo que sacraliza aún más el rito de los toros es el traje de luces, el vestido de torear, porque para eso nació, para eso se ha mantenido en el tiempo y por eso mismo quedará en la memoria de los propios y de los extraños. Taurinos, anitaurinos, hispanos o gringos, portugueses o mandarines, es difícil que no identifiquen las sedas y los alamares como lo que es, el traje de torero, el vestido de torear. Y redundo en estas formas porque no tiene sitio, ni sentido emplearlo en otros lugares y momentos, es más, tampoco puede ser llevado por quien al menos no sienta esto del toro, el toreo. Cualquiera puede enfundárselo, pero muy pocos pueden vestirlo, porque está reservado para esos seres privilegiados capaces de soportar sobre sí la dignidad que impone como oficiante de un rito, de un sacrifico que nació en la noche de los tiempos, cuándo los antiguos se lanzaron a jugar a burlar la muerte en los pitones y que de generación en generación nos ha llegado como el tesoro más preciado y precioso que los piratas de la Tortuga o los salteadores del Valle de los Reyes pudieran imaginar. Sin planos cifrados, sin recovecos laberínticos, basta con la línea recta que marca la verdad del toreo.

El oro reservado a los reyes, la humildad de la plata, el luto del azabache o la pureza del blanco, bordados sobre la seda venida de lejos para abrazar al héroe ibérico. De cabos blancos o negros, como dejando ver el sentir del que lo viste; el miedo omnipresente o la entrega limpia y pura al toreo, al arte eterno, al arte que perdurará mientras haya unos ojos abiertos que lo hayan podido contemplar. Las hombreras que caen sobre la espalda del torero con el peso de la historia, de una tradición, del acerbo de un pueblo que se rindió al toro y al torero, adorando a uno y respetando y glorificando al otro, con bordados agolpados sobre el cuerpo que el hombre entrega a la pasión, con la emoción que genera la incertidumbre de si hoy será sí o si será no, si vendrá la gloria del que vence a la muerte o del que se entrega a ella, pero siempre tocando la gloria, porque no hay nada peor que ese quedarse a medio camino, la mediocridad, que por mucho que la disfracen, sigue siendo eso, mediocridad, a veces tintada de vulgaridad; y eso no cabe en el toreo, porque el toreo es grandeza. Grandeza, guapura, majezas ceñidas con la galanura del fajín y la elegancia del corbatín reventón al cuello. Esquivando o apretando los bordados que son la imagen del trabajo, la minuciosidad y la humildad de la obra de arte anónima al servicio del héroe clásico, el torero, porque todo el mundo ve la obra nacida de unas manos, unos dedos ágiles y sutiles, pero la memoria se queda en el que se enfrenta al toro, el que quiebra la sangre que con ansia buscan los pitones.

Medias de torero signo de vida, de fuerza, color deslumbrante que igual camina, que salta, que corre, pero que alcanza su mayor expresión cuándo la quietud se hace interminable, cuando impasible siente como el roce de la casta puede quebrar los hilos, pero no la determinación. Quietud que imponen las zapatillas fijas en la arena, siempre para adelante, sin conocer el echarse para atrás, el ceder terreno, porque es lo que manda el toreo, siempre adelante, jamás hay que buscar la huida, al menos que una muleta o un capote sean manejadas por manos hábiles de muñecas gráciles, que nunca débiles, pues el toreo es mando y el mando brota de esas muñecas quebradas a cada pase a cada lance, dispuestas siempre para el siguiente, para ese ligar imposible tras imposible.

Nada más sincero que el traje de luces, el vestido de torear, que dejan ver la arrogancia y la humildad, el valor y el miedo, el poder y la fragilidad que se conjuran para crear ese arte que dicen efímero, pero que se convierte en eterno al convertir la violencia de la embestida en armonía. Es necesario despojarse de toda soberbia incómoda y asfixiante, de logros pretéritos, porque ese toro es único y no sabe de triunfos en otras tardes, en otras plazas. Será por ello que el torero se despoja nada más saltar a la arena del capote de paseo, como si abandonara todo lo que ha sido para entregarse de nuevo a ese querer volver a ser, como un renacer permanente cada tarde, en cada toro. Con esa media luna de luto que es la montera, que apunta hacia el suelo, al ruedo queriendo alcanzar la tierra, buscando su cobijo, el abrazo de la madre, mientras la coleta, el añadido, la marca del torero, es el eje que a modo de compás indica siempre la verticalidad del toreo, el timón que marca un único rumbo, adelante, adelante y adelante, porque en el toreo no hay sitio, ni momento para volverse atrás, porque así lo manda el rito, ese es el sentido del sacrificio reservado a un único oficiante, el torero, el matador de toros y por eso mismo los duendes o los ángeles celestiales le concibieron dentro de un vestido para torear.



Enlace programa Tendido de Sol del 29 de enero de 2017:

lunes, 23 de enero de 2017

El arte, los artistas, la escultura y las figuritas de Lladró

Yo me atrevería a asegurar que existe una gran diferencia entre el arte y el amaneramiento, pero ya lo dijo aquel, "hay gente pa' to".



En nada ya volvemos al tajo, ya están a punto de abrir las puertas de las plazas de toros, ya se apuntan carteles majestuosos y artistas más majestuosos todavía, que afilan sus pinceles, sus voces o los buriles con que tallar su obra, porque según dicen algunos, sobre todo los propios artistas, sus allegados, los allegados de estos allegados y los que aspiran algún día a ser allegados aunque sea en quinto grado, todos los que visten las calzas rosas son artistas. Que no digo yo que no, Dios me libre, aunque no se crean que me quedo muy convencido, porque claro, ¿quién me evita a mí el que con verlos andar y ver cómo les cae el traje de luces ya me eche para atrás la idea de que tal esperpento caminante sea un artista y haga arte con su cuerpo? Que tampoco estoy aquí abogando por unos cuerpos apolíneos para vestirlos de toreros. Si la cuestión no es esa, la cuestión es como se mueven y lo que con ellos ejecutan capote y muleta en mano.

Pero ahora les da por meter todo y a todos en el saco del arte, que debe ser tan inmenso que caben hasta las figuritas de porcelana de Lladró, sí esas que lo mismo te ponen unos cisnes tirando de un carro alado coronado por una joven acariciando un caniche, que un viejecito fumando en pipa, que una menina inclinada a no se sabe dónde. Y claro, si esto es arte, ¿admite algún paralelismo con los amaneramientos de algunas de nuestras grandes figuras? ¿Se puede calificar lo de las figuritas, las de porcelana, cómo arte escultórico? Bueno, quizá tanto como calificar como arte eso que practican el Juli, Perera, Castella y hasta Manzanares y Morante. Este último podría hacer arte, igual que lo hizo en su momento, si cambia la menina de porcelana por la Madonna esculpida en mármol.

El amaneramiento es arte, el contorsionismo es arte, las estridencias es arte, la vulgaridad copiada una y otra vez es arte; si es que ya todo es arte y todos son artistas. Bueno, no, todo no, todo lo actual, porque lo pasado no llega a tal, porque a los que muchos consideramos artistas, artistas del pasado, otros consideran idealizaciones de mentes seniles y chochas. ¿Se imaginan que apareciera el señor Lladró afirmando que lo de Rodin o Miguel Ángel son idealizaciones benévolas de una mediocridad? Es probable, que le tomaran por loco, por interesado para vender su mercancía, incluso puede que algunos le creyeran un descarado y un desahogado; comparar la Pietá o el David con los arlequines de porcelana. Y lo que podría ser peor, que todas las señoras que lucen estas figuritas en el aparador de su casa, junto a la foto de la boda propia y de los hijos, se pusieran de uñas con todos los que no enaltecieran sus figuritas y les soltaran aquello de: “¿pero tú has modelado alguna vez un cisne de porcelana? Anda ya, si ni tan siquiera te has puesto con la plastilina”. Y un coro de lladrófilos jaleando a la señora y riéndole la gracia, convencidos de que deja en ridículo al que no equipara esto con la escultura renacentista. Que el Ghiberti ese y Michelangelo están muy sobrevalorados, que las Puertas del Paraíso y el Moisés no son pa’ tanto.

Pues resulta que en esto de los toros, el arte es lo de las figuritas de Lladró, que el público y el poder taurino se pasan la vida exaltando los méritos de esas porcelanas y no solo los fieles no se escandalizan, sino que se echan las manos a la cabeza cuándo los demás no caen rendidos a los pies de los cisnes tirando de un carro con una ninfa coronada con pétalos de gladiolos en flor. Y que te sueltan eso del empaque por menos que grazna un cisne, lo mismo si la cosa va con las figuritas, que si hablamos de los jóvenes modeladores, los que andan trajinando con la plastilina del novillo, que aquí todos son artistas y ¡ay! del que ose ni tan siquiera cuestionarlo o amagar con ponerlo en duda. Que al final forman un batiburrillo que no hay quién se aclare con eso de el arte, los artistas, la escultura y las figuritas de Lladró.




Enlace programa Tendido de Sol del 22 de enero de 2017:

lunes, 16 de enero de 2017

Y Dios creó al hombre ¡...dita sea!

¿Quién anda ahí? ¿El hombre? ¡...dita sea!


Dice la Biblia que Dios creó todo lo imaginable e inimagible de lunes a viernes y el sábado, que parece que se levantó con ganas y buen ánimo, se puso a juguetear con el barro, así como el que no quiere la cosa, y le salió un hombre. ¡Vaya por Dios! Y hasta se le daba cierto aire, eso que se dio en llamar a su imagen y semejanza, lo que no quiere decir que fuera igual, simplemente el mismo Dios se tomó como modelo y le salió parecido, semejante, que no igual. ¡Qué cosas! Con lo bien que le había quedado todo lo imaginable e inimaginable y puso al ser humano sobre la Tierra. Que la verdad es que yo me alegro y agradezco que así fuera y que su Divinidad decidiera crear a nuestros tatatatatarabuelos. Pero claro, visto lo visto y según cómo se interprete, hay quién piensa que esta no fue una buena decisión y solo ve al hombre como un usurpador una ingerencia innecesaria en la perfección de la naturaleza.

Hasta ese mismo momento de “Y Dios creó al hombre a su imagen y semejanza”, la vida era todo paz y armonía, el león se paseaba por la sabana, porque entonces había mucha más sabana, aún no se habían inventado las urbanizaciones cerradas, y saludaba a las gacelas, los ñus, los elefantes grandes y chicos y estos le devolvían educadamente el saludo.

-         Buenos días gacelas, buenos días ñus, buenos días elefantes y elefantitos, me voy a desayunar unos juncos a la orilla del río.
-         Buenos días, su majestad del reino animal

Contestaban los súbditos ante la presencia de tan guedejudo soberano.

Pero ¡Ay, cuándo llegó el hombre! Entonces todo se torció. Al principio no, aquel matrimonio en apariencia tan amable y jovial iban a lo suyo, un fruto de aquí, otro de allá, unas raíces de estas, unos tubérculos de aquellos, porque como era el paraíso, las patatas se podían comer sin necesidad de ser cocinadas, ya brotaban tiernas de la tierra. Otros ratos se hacían carantoñas, otras copulaban, otras se aburrían y otras pensaban en otras cosas. Si acaso más la chica, que ya se sabe, si el ser humano es el mal, la mujer ya ni te cuento, que así lo afirman especialistas los especialistas en psicología femenina que colaboraron para escribir la Biblia. Él no pensaba en nada, bueno, sí, en copular todo el rato. Luego vino lo de la manzana, luego que si nació Abel y luego Caín. El primero era dulce y amable, cuidando sus ovejitas, mientras se deleitaba con los frutos de los árboles, pero el otro no era de la misma naturaleza, era más retorcido, se parecería a su madre, por supuesto. Sea por esto, sea porque no tenían una abuela que les hiciera comidas ricas, tartas, natillas o dulce de papaya, a Caín se le metió entre ceja y ceja el comerse una de las ovejas de su hermano y en una de estas, pues ya sabemos lo que pasó, que le partió la crisma con una quijada de burro. ¿Se puede ser más animal? Y así, rodando, rodando y quijadazo va y quijadazo viene, hemos llegado hasta lo que somos ahora, los mismos usurpadores que queremos adueñarnos del espacio de los animales y hacernos los amos absolutos de la naturaleza y por si esto fuera poco, hasta queremos aprovecharnos de ella y comernos a los pobrecitos bichitos.

Una falta de respeto absoluto por la naturaleza; menos mal que siempre queda quién se preocupa por los animales y se desvela porque vivan plácidamente, les ofrecen sus casas, ¿qué digo ofrecer? Les entregan las llaves y les dejan que gocen del hogar ellos solitos, durante todo el día; les sacan de ese medio hostil en el que nacieron y les ofrecen las comodidades que el progreso les ha acercado al alcance de la mano, el sofá, la alfombra al lado del radiador, el aire acondicionado en verano, una bañera para sumergirles en agua calentita, champúes desparasitadores, champúes suavizantes, champúes para fortalecer las raíces, piensos para equilibrar la dieta a base de proteínas, minerales y fibra, por aquello de... Si hasta pueden ver la tele, sin olvidar esas largas conversaciones con los amos, aparte de eso de que te pongan un nombre. Esas ropitas para no pasar frío en invierno, el gentil dueño que se preocupa de recoger lo que al animalito se le desprende vía rectal. ¿Cabe un mundo mejor? ¿Cabe mayor respeto e integración con la naturaleza? Es la mejor manera de volver atrás, de regresar a aquel estado puro de felicidad que un día fue.


Lástima que haya quién no quiere entrar por el aro, como esos de la tauromaquia, que disfrutan viendo la sangre derramada del toro, al que le hacen todas las perrerías posibles para enfadarle, mucho, mucho y obligarle a atacar. ¡No hay derecho! ¿Alguien se imagina a un toro atacando con semejante furibundez si no es porque les cabrean? Se rumorea que para conseguir tales reacciones, antes de salir a la plaza les insultan y todo, pero así, con inquina. Les crían ahí abandonados en el campo y les hacen pasar por lo menos cuatro años a la intemperie, sin un hogar en el que descansar, un sofá dónde estirar las pezuñas, ni una tele plana para ver los reportajes de naturaleza de la dos. Sin ducha, ni calefacción, ni aire acondicionado, ahí con sus compañeros de manada, sin intimidad, todos juntos. No hay derecho. Les obligan a comer la hierba del campo, las bellotas de los árboles y las comen del suelo, sin lavar, ni pelar, ni tan siquiera echarle una gotita de aceite de oliva extra virgen Hojiblanca del 0,4 de acidez. Eso no se puede consentir y no lo vamos a consentir. Porque si entramos en lo que les hacen en esas infamias, esos nidos de barbarie, esos agujeros de podredumbre que son las plazas de toros... Todo era paz, todo era alegría, todo era maravilloso, perfecto y Dios creó al hombre ¡...dita sea!


Enlace al programa Tendido de Sol del 15 de enero de 2016:
http://www.ivoox.com/tendido-sol-del-15-enero-de-audios-mp3_rf_16333582_1.html

lunes, 9 de enero de 2017

¿Sangre innecesaria? ¿De qué nos avergonzamos?

¿Les parece innecesario el fin fundamental del rito?


El señor Lorca nos ha sorprendido en estos días con eso de que mantuvo una conversación con un dirigente del PSOE de Andalucía en la que le revelaba que estaban viendo cómo se podía eliminar de la Fiesta de los Toros la sangre innecesaria. Quizá podrían explicarnos exhaustivamente este nuevo concepto o quizá no, mire señor Lorca y señor político anónimo, evítense el trabajo, porque igual empeoran las cosas. Cómo ocurre en muchas circunstancias de la vida, no me lo expliquen, porque va a ser mucho peor. Hagan lo que les dé la real gana, si quieren acaben con los Toros, prohíban, la suerte de varas, el tercio de banderillas, la suerte suprema, la puntilla y el rabo de toro encebollado si les viene en gana, pero no me den razones, casi prefiero que me digan que lo hacen por sus santos, que no que me tomen por tonto y que esperen que me trague una rueda de molino del tamaño de centro comercial con sus cines, su híper, mil tiendas y parking para todo Houston.

Nos cuenta el señor Lorca que el alma bondadosa del señor político de la Junta de nombre aún desconocido, no sabe cómo explicarles a sus hijos como en un espectáculo con raíces culturales, medioambientales y tralarí, tralará, se da muerte a un animal. Pero, ¿habrá sido capaz él mismo de entender todo esto? ¿Entenderá lo qué es el toro? ¿Entenderá lo qué es la Fiesta? ¿O quizá anda enredado en otras cuestiones que nada tienen que ver con el toro? Y lo que me extraña es que el señor Lorca, al que no hace mucho le agradecíamos todos su postura valiente, aunque siempre estuviéramos expectantes no se fuera a producir alguna de sus espantadas ya conocidas, véase el caso, lo que me sorprende es que se preste a ser el correveidile del señor político de la Junta de nombre desconocido, para soltarnos esta píldora de modernismo taurino militante, empeñados en mezclar el agua y el aceite, para que los fans del agua y del aceite estén contentos y que ninguno quede por encima del otro. Que lo mismo uno está equivocado y el único fin de todo esto es que no se enfaden los votantes y hacer méritos para que le voten por un lado los de la etiqueta de progresistas antitaurinos y por otro los que la llevan de menos progresistas y taurinos. ¡Ufff! Simplificando tanto, igual se le escapan entre los dedos otros muchos votos de izquierdistas aficionados a los toros o derechones antitaurinos o izquierdistas y conservadores a los que ni les va ni les viene. Mira que nos creen simples, tontos y manipulables.

Que resulta que el señor político de la Junta de nombre aún desconocido dice que se necesita hacer pedagogía, que se tienen que producir cambios para responder a los enemigos de la fiesta, pero sin perder la esencia de la Fiesta, eliminando la sangre innecesaria, porque no es un espectáculo agradable para nadie. Que no digo yo que no tenga razón en esto último, pero primero, si torpedeamos el barco en la línea de flotación, la nave se hunde; se podrán montar todas las comisiones que queramos para estudiar el caso y votar las resoluciones acordadas, se puede luego pasar a un Congreso General, que lo voten los ciudadanos, que se pase a la firma del Subsecretario, que lo apruebe el Consejero de la Junta, pero el paquebote se va al fondo, ¿por qué? Porque si se tocan los fundamentos de tal forma que dejen de ser tales, entonces puede que tengamos un camión de quince ejes, muy bonito, con una aerodinámica espléndida, pero en el mar se nos hunde, no aguanta, porque deja de ser un barco.

Quizá. señor político de la Junta de nombre aún desconocido, sería mejor que los que no valen, los que no atinan con una espada, un descabello, las banderillas o el palo de picar, no una tarde, sino todas, se vayan a su casa, que el aficionado les censurara su falta de pericia, que los empresarios no les contrataran y que sus colegas, los señores políticos de la Junta de nombre aún desconocido, no les allanaran el camino legislando para proteger a los mediocres, que no prevaleciera ese buenismo envenenado imperante y que de una vez se impusiera el rigor y la lógica. Que yo entiendo que en su partido tienen marcado a fuego eso de querer agradar con una mano a Dios y con otra al diablo, pero a veces, casi siempre, esto no es posible. Que el que no quiera entender los toros, el que no los admita, no lo hará nunca y así ha sido siempre. Que lo que usted propone es una danza macabra, amanerada y sin sentido, porque en ese caso, aunque no asomara la sangre, la sensación de abuso de un animalito iba a ser aún mayor que la de un toro de lidia, un toro íntegro, podría transmitir al sangrar por el morrillo después de levantar al caballo en vilo mientras el señor de arriba se agarra unas veces al palo y otras al aire para no medir el suelo con los lomos. Que con sangre o sin ella, como el toro dé pena no hay nada que hacer y ese es el problema de ahora mismo, que el torillo da lástima y por ahí esto se nos empieza a escapar por el desagüe. Que esto de los toros solo tiene una vía y dos salidas. Basta con enseñarlo tal y cómo es, lo más íntegro, puro y sin contaminaciones externas que se pueda, sin pretender agradar a figuritas o taurinos con intereses desconocidos, como su nombre, y a partir de ahí, o se entiende y se ama o no se comprenderá jamás y se odiará, precisamente por eso, por algo tan comprensible como el que se mata a un animal en el ruedo y cómo me decía cuándo yo era niño el que me enseñó todo esto, eso es algo que la gente no puede asimilar y hay que entenderlo.


Pero señor político de la Junta de nombre aún desconocido, y también a su vocero, el señor Lorca, que empezamos con que no haya sangre, luego con que se falta al respeto burlando a un animal con un trapo y acabamos echando de la cabalgata de reyes a las ocas, porque se considera maltrato animal. Que si los toros no les parecen bien, pues legisles y prohíbanlos, pero díganlo claramente, que todos los ciudadanos sepamos lo que votamos en cada caso, por una vez cojan el toro por los cuernos, que ya está bien de usar el Toreo como una puta en la que descargamos nuestras más bajas pasiones y luego ni la saludamos por la calle, que ya estamos hartos de tanta memez y tanto señor político de la Junta de nombre aún desconocido y si usted se ve con capacidad, por favor, explíquenos de una santa vez, previa publicación de su identidad, a no ser que quiera que le identifiquemos como el Zorro o el Guerrero del Antifaz, estos dos conceptos: ¿Sangre innecesaria? ¿De qué nos avergonzamos?



Enlace programa Tendido de Sol del 8 de enero de 2017:

lunes, 2 de enero de 2017

El poderoso influjo de la mentira

Si sale el toro, pocas mentiras le valen


A los niños siempre se les está con la monserga del “no hay que mentir, la mentira mala, caca”, pero eso es para los niños, no sé si para que de mayores se entreguen incondicionalmente a ella y se conviertan en beatorros cofrades de la hermandad del “hagan lo que yo les digo, pero no lo que yo hago”. Santa y bendita mentira que nos lleva por los caminos del placer. Es tan bella y adorable, que nos permite deambular por el mundo con los ojos cerrados, como si nos acurrucáramos en un perpetuo sestear. ¡Ay, que goce tan grande! Y no eso de la verdad, que nos obliga a mantener despierto el sentido crítico, la integridad, el rigor y la honestidad con los demás y con uno mismo. Si no hay nada mejor que engañarnos a nosotros mismos. Que delicia ir a un restaurante y que nos pongan un chuletón de Ávila con aspecto de jabonera Krungdem y tacto de estantería Trondsval, que en seguida le encontramos el por qué, la sequía estival en la Sierra de Gredos; o eso de ir a un musical en la Gran Vía de Madrid y comprobar como el prota tropieza, rueda por el escenario, se arma un revuelo, los demás corren a socorrerle y el playback sigue funcionando como si nada, la orquesta sonando sin que haya orquesta, el cantante cantando sin que haya canto y todos felices, ¡es que es tan bonito!

Entonces, ¿por qué nos empeñamos en ir a los toros esperando y algunos descabezados exigiendo el toreo de verdad? ¿Nadie se da cuenta de la belleza de la mentira? ¿Quienes son los grandes maestros del momento? Los más mentirosos, que no solo no se conforman con echarnos el señuelo del pseudotoro, tan mono él en apariencia, tan dócil, tan feble, tan mullido, tan “toreable y durable”, aunque si te suelta un viaje, ¡cuidado! Pero aún con este peligro que siempre está, dejará de tener mucha más importancia lo que se le haga a un barbas encastado. Pero ya digo que no se conforman con hurtarnos lo fundamental de esto, el toro, sino que además nos atiborran de cucamonas pintureras y descafeinadas, manteniendo el animalillo a una distancia prudencial, que corra el aire, y llevándolo allá a lo lejos para llevarlo más lejos, con los arrabales de la muleta, escondiendo piernas con una y echándolas para atrás sin rubor cuándo torean de capote. ¡Pero todo es tan bonito!

¿Para qué eso de la verdad? Con lo bien que se vive en la mentira, sin sobresaltos descontrolados, sin decepciones, porque la mentira nunca decepciona, siempre es mentira, y tranquilos, no resulta factible que de repente se transforme en verdad. Eso de ver el torillo ir y venir, manteniendo la distancia de seguridad, por supuesto, que una veces va por aquí y otras por allá, que según el maestro se lo pasan por la proa, que por la popa, por babor o estribor, que por la circunvalación o si llega el caso, por el mismísimo culo, con perdón. Que uno no quiere el riesgo gratuito, pero en dependiendo que casos, unas gotas de verdad no vienen mal, con ese sabor entre dulce y salado del riesgo y lo sublime del arte real del toreo, porque lo otro, lo que conlleva la mentira, no nos engañemos, no es arte, puede ser al toreo lo que la bisutería es a la joyería, lindo, pero sin lo excelso de la belleza.


Que ya sé, ya sé, que los maestres de la trampa no paran de contar que lo bueno es lo suyo, ¡pachasco! Solo faltaría que me dijeran que lo suyo es una filfa indecente. Tampoco pido yo tanto, pero al menos que no nos tomen por bobos de baba pretendiendo que nos creamos lo increíble. Que no me cuente uno que los que pedimos el toro solo queremos la tragedia, que esto no es tragedia, que el arte no puede serlo; ni que salga un iluminado santificando el pico, sin otro fin que justificar su mediocridad, su abrumadora mediocridad, sin caer en la cuenta de que aún los hay que vieron torear de verdad y hasta los hay que lo practicaron en el ruedo y ante un toro. Porque no creo que este iluminado pretenda decirnos que todo lo anterior no vale, que todo lo pasado hay que borrarlo, al menos hasta el momento de su aparición en esto del toro. ¡Ufff! Qué trabajo más arduo y sobre todo, inútil, porque se pueden romper periódicos, fotos, láminas, se pueden borrar vídeos, destruir películas, pero, ¿y la memoria? ¿Qué hacemos con la memoria? ¿Qué hacemos con los recuerdos de los aficionados? Que esos no los borramos ni con aguarrás, que tan fuerte fue la impronta del toreo verdadero, que no hay disolvente que lo quite y mucho menos si el sustituto es la caricatura que nos quieren hacer tragar estos caballeros. Que casi paso mejor las ruedas de molino que el molino entero, ¿eh? Que me dicen que unos retorcimientos me van a hacer obligar al de Camas, que unos banderazos por delante y por detrás van a borrar al del mechón, que un encararse con el público van hacer que se disuelva el duende del gitano de Jerez. Pues no piden ustedes na’. Casi mejor que me cuenten que la tierra es plana, que el hombre no llegó a la Luna o que un filete de brócoli fileteado es mucho mejor que el chuletón de Ávila, que igual cuela, porque ya se sabe lo que mueve el poderoso influjo de la mentira.