jueves, 19 de julio de 2018

La medida de un torero


El toro es la medida, pero si hasta su indulto no parece mérito suyo, sino del torero, ¿qué podemos esperar?

De siempre se decía que al torero había que medirlo de acuerdo a las condiciones del toro, este era la vara de medir, el que marcaba el aprobado, el suspenso o el sobresaliente; pero eso era antes. Porque en ese querer abrir el abanico de la benevolencia, los criterios son tan variados, como a veces absurdos y lo que es peor, injustos. Ya no tiene sentido aquello de la maldición de la gitana, con perdón, pocos lo entenderían: ¡ojalá! te salga un toro bueno. Bastante decía la señora. Pero eso ya no se entiende, porque igual son un puñado los aficionados que verían al toro bueno y menos aún los que censurarían que la bravura y boyantía se escapara sin haberle hecho el toreo. Que un puñado de trapazos lo tapan todo y por esos mundos de Dios, igual un indulto convierte en triunfo el fracaso.

Los hay que se llaman aficionados, que se atreven a decir eso de: ha estado bien, a su manera. ¿A su manera? ¿Qué es eso de “a su manera”? O lo que es lo mismo, puede ser la negación del toreo, puede no dar una verónica en su vida, ni mucho menos un natural y ni soñaría con una estocada en lo alto ejecutando la suerte, que como lo hace a su manera, todos felices y contentos. Pero, ¿es que nos hemos vuelto locos o es que nos queremos volver locos? A su manera. Y ojo como dé la sensación de que le echa… que le echa… bueno, ya saben ustedes lo que se echa. Entonces ya perdemos el norte y nos ponemos manos a la obra para construirle un altar al susodicho que lo hace a su manera y le echa mucho. Que le echará lo que le parezca y a su manera, pero lo que hay que poner toreo, hay que torear y esas cosas poco o nada tienen que ver con el toreo. Cuando no empezamos a justificar el animalejo al que le hacen las cosas a su manera y con el que le echan eso que dicen que le echan.  Por su supuesto, porque a casi todos de estos, si le echaran a ellos el toro, entonces si que echaban… a correr calle arriba, que no les frenaría ni veinte titanes poniéndose brutos. Pero no, lo habitual es que no haya ni rastro del toro.

Luego también están a los que se les valora consigo mismo, sí, esos que su manera es el fraude, la trampa ante el borrego, pero que un día se ponen flamencos y ni abusan tanto del toreo periférico perdido en las lejanías, de lomo espasmódicamente retorcido, trapo atravesado y tirando más líneas rectas que un delineante y entonces es cuándo te sueltan eso de que no ha estado mal, es la vez que mejor le he visto; como si la vez que mejor se le ha visto a fulanito, zutanito o menganito fueran sinónimos de hacer el toreo. Que igual el a su manera es menos a su manera que otras veces, pero eso no quiere decir que haya hecho el toreo de verdad. Que al final va a resultar que al niño que saca todo ceros y algún uno, el día que apruebe la asignatura de recreo, le compramos no la bici, sino todo el Tour de Francia para él y encima le ponemos como ejemplo para el resto de los niños, como modelo de superación personal. ¿Y qué hacemos con el de las ocho matrículas de honor y dos sobresalientes infames que le han bajado la nota media a sobresaliente y medio? Que visto de esa forma, parece que este se ha estado tocando lo que esos toreros dicen que le echan… ¿bemoles? Eso sí, no se hagan ilusiones, que el toro no solo sigue ausente, sino que parece que seguirá en la playa una temporadita más, que se rumorea que estos del “a su manera” a los que han visto mejor que nunca, le han pagado un apartamento en primera línea de playa en Copacabana, para que no haya tentaciones de volver.

Que lejos aquellos tiempos en los que un toro bueno podía generar una bronca de época, por eso, por no haberlo sabido ver, ni aprovechar. Cuando un toro malo, más malo que arrancao, propiciaba el triunfo de un torero, que ni lo hacía a su manera, ni solo era cosa de echarle, porque además de personalidad, no se me confundan, y valor ponían toreo; igual sin naturales, ni derechazos, ni mucho menos manoletinas, bastaba con torear, con mandar y dominar. Eran otros momentos en los que el torero hacía bueno al malo y con el peor se venía arriba, los días en los que a cada toro le aplicaban su lidia, pero de verdad, ganándole la partida, que ahora aplicar a cada uno su lidia, no supone mucho más que aguantarlo en pie, dejarle que vaya y venga para sumar los cuatrocientos trapazos y a otra cosa.

Si es que parece que estamos hablando de planetas diferentes y además muy alejados el uno del otro. La medida siempre era él, el toro, el importante, el fundamento y motivo de todo esto, el que justificaba y debería seguir justificando el toreo. Y quizá otro día entraremos en los atenuantes, que si ha tenido fiebre, que si viene con los puntos recientes, que si ha dormido mal, que si le aprieta la montera, obviando que el que paga lo hace para que le den un espectáculo íntegro, lo mismo en lo que se refiere a los toros, que en la preparación y disposición de los toreros. Que cuando no están en plenas condiciones todavía no he visto a ninguno que haga rebaja en los precios de las entradas, ni de sus honorarios. Que igual en tales condiciones no lo pueden hacer a su manera, ni echar eso que dicen que echan o vaya usted a saber qué. Todo vale y todo hay que asumirlo por el artículo treinta y tres y al final no sabremos a que atenernos. Eso sí, no esperen que sea el toro al que se pida que dé la medida de un torero.


lunes, 9 de julio de 2018

Cenarse las Ventas devorando su prestigio, su tradición


El rito conlleva muchas cosas que los patanes no entienden, ni quieren hacerlo; sus mayores aspiraciones, el arte más sublime, no pasa de llenar la panza

Si hay algo que en lo que el señor Casas, don Simón, ha alcanzado un éxito sin discusión posible, es en lo de desmantelar, minar  y demoler la plaza de Madrid, las Ventas del Espíritu Santo. Da pena visitar el coso de la calle de Alcalá, la zozobra se apodera de los aficionados que aún mantienen la costumbre de acercarse casi todas las semanas a ver toros, lo mismo mojigangas de figurines incapaces, que novilladas con aspirantes a figurines incapaces, que shows nocturnos con chavales y no tan chavales, que deambulan por ese camino de la incapacidad, aunque los parientes y paisanos intenten disfrazárselo de gesta o de injusticia presidencial, que incapaces siguen siéndolo. Lo del ganado ya empieza a importar más bien poquito, que ya pueden ser chivas, marmolillos, inválidos, torazos, torazos o torreznos, pasaran ante la pasividad del respetable y la aquiescencia de la autoridad y salgan buenos, malos o de juanpedro, los de luces exhibirán su incapacidad y no sabrán qué hacer con ellos.

Pero el hablar ahora de toros en la plaza de Madrid empieza a ser un sinsentido o quizá una utopía; porque a este señor, al que la Comunidad de Madrid concedió la explotación de la plaza, le ocupa su tiempo todo, menos la organización de festejos taurinos. Que nos lo viste de arte, de producciones artísticas, pero la evidencia es que esto es una cadena de producción, tal y como él mismo declaró a sus esbirros de la televisión. Ahora nos sale con eso de “cenarse las Ventas”. Ningún titular podría describir con tanta fidelidad lo que son esas nocturnas de los viernes. Te anuncian la primera novillada con un plano con los chiringuitos playeros y su especialidad, sin hacer demasiado caso ni a novillos, ni a novilleros, que eso es algo suplementario. De repente los amplios pasillos venteños se convirtieron en un laberinto, una gymkhana del mal gusto, de la chabacanería en la que había que ir sorteando mesas, sillas, carpas repartiendo queso, chuletas, vino, cerveza rubia, tostada y hasta la misma plaza, vuelta y vuelta. Lo importante era esto, ¡qué divertido! Porque eso es lo que era, divertido. Que al final se acabará yendo a la plaza a divertirse, no le demos más vueltas. Tanto es así, que en esa primera horterada pseudotaurina los hubo que prefirieron quedarse de animada charleta al calor de las planchas y tablas de quesos, que pasar al tendido a ver que daba de si la de Guadajira, mientras otros entraban y salían a discreción, estuviera o no el toro en la plaza.

Pero no se echen las manos a la cabeza, no, esperen un poquito, no se escandalicen tan pronto, porque lo de este individuo que un día aspiró a ser torero, ya no creo que sorprenda a nadie. Él se hizo con la plaza jugándosela a los Choperitas y ahora nos la está jugando a todos. El regenerador de la fiesta, el revolucionario, no ha hecho otra cosa que profundizar en la miseria que actualmente carcome la fiesta y aprovechando la circunstancia, intentar sacar cuatro ochavos de la manera que sea, sin importarle si es en la plaza de Madrid o en la de Trotaventanas del Puerto. Pero, ¿dónde está la Comunidad de Madrid? ¿Dónde están los propietarios de la plaza de las Ventas que tanto se ufanan de apoyar al toreo? Si tuvieran un poco de dignidad, igual estarían avergonzados, debajo de la cama y no queriendo salir hasta que se vaya este señor. Que es posible que no hayan caído en la cuenta de que ellos son los últimos responsables de permitir semejantes desvaríos. Pero no, no piensen que en este caso el partido amigo de la fiesta va a intentar mover una ceja por los toros, ni de broma. Ellos se limitan a poner la mano, cobran lo suyo y a otra cosa y si para ello tienen que ir firmando todo lo que se le ocurre a este señor, pues lo firman; que si achicar el ruedo, que si admitir una feria inadmisible, que si llenar el recinto de tabernas con apariencia chic, que si se llevan por delante las demandas de los aficionados, da igual, la Comunidad lo consiente todo, todo y todo. Dios nos libre de defensores y amigos de la fiesta, que de los enemigos ya me libro yo. Pero el problema, el peligro, son los políticos y los antis. Que ya dicho de paso, bien podría la oposición levantar la voz y pedir explicaciones sobre las condiciones de explotación de una propiedad pública y de si se respetan las condiciones que garanticen el futuro, el buen futuro, de un hecho cultural de profundo arraigo en Madrid. Pero no, lo importante es lo importante y además va primero, empecemos por llenar panzas y mojar los gaznates, con la colaboración de una masa dispuesta y entregada a cenarse las Ventas devorando su prestigio, su tradición.