jueves, 24 de diciembre de 2020

Decálogos, decálogos y más decálogos

 

Se atienden peticiones, bajo estricto control de los no afisionaos

Lo que nos ha cambiado la vida en los últimos tiempos. Nos ha cambiado todo. Hasta las tradiciones de esta época del año es diferente a lo que siempre fue. No sé si seré capaz de adaptarme a los nuevos tiempos, pero lo voy a intentar. Que era llegar diciembre ya avanzado y en toda casa de bien, lo que tocaba era hacer balance del año, hacer un resumen de todo lo sucedido los últimos doce meses, pero llega este año y al personal le da por hacer decálogos. Que no es que yo sea muy de hacer listas de nada y menos de normas para que se comporte el personal. Que antes que nadie, quién tendría que cumplir todo esto soy yo, pero ya ven, en eso tampoco soy un modelo. Pero he aquí mi decálogo del “güen afisionao”.

  1. Lo primerito de todo es ser amable con los colegas, compadres y afines de afisión y para ello hay que dar muestras de nuestra buena voluntad. Y qué mejor muestra que a quién se siente a nuestro lado en la plaza, en el bar o en la peña, les ofrezcamos nuestras propias pipas. Compartamos las pipas, porque compartir es vivir y nada de mejor afisionao que un buen bolsón de pipas.
  2. En esto de ser afisionao es muy importante cuidar los detalles. Un afisionao nunca dejará por ahí a su merced el yintonis, siempre lo tendrá bien trincao y no lo soltará bajo ningún concepto, excepto, siempre hay un excepto, para batir palmas en honor del figura/ artista/ señor que se expresa o, evidentemente, para pedirle los máximos trofeos e incluso el indulto del toro. Aunque esto es algo excepcional y no se puede dar siempre. Vale con indultar uno de sus dos toros, pero nunca los dos, porque el afisionao siempre es muy, pero que muy, exigente y conocedor de los códigos de la fiesta. Si no ha sonado la música, cómo vamos a pedir un indulto, por poner un ejemplo.
  3. El buen afisionao se preocupa por la mejora de la cabaña brava y es por ello que peleará por su buen estado con la mejor alma que tiene a su alcance, pidiendo los indultos a los carretones.
  4. El afisionao está obligado en su compromiso con la fiesta, en enseñar a los que no están tan introducidos en la fiesta. Por eso, cuándo un taurino hable, calle o simplemente carraspee, le dedicaremos una sonora ovación, sin reparar en lo que hable, calle o simplemente carraspee. Siempre tendrá razón. Y esa actitud la deben aprender el no tan afisionao; pero nadie nace enseñado.
  5. A nadie se le escapa el crítico momento actual de la fiesta, para lo que todo esfuerzo es poco para levantarla y llevarla a lo más alto. Hay que ayudar, hay que empujar para que los triunfos broten como la flor de azahar en los patios del sur en primavera. Y por ese motivo se precisa una entrega absoluta y qué mayor entrega que pedir las orejas con dos pañuelos, aunque con el traqueteo se nos salten las presillas de los tirantes. Lo primero es lo primero y además, va antes.
  6. El afisionao tiene que dar muestras de saber estar en la plaza, se debe hacer notar y desplegar esa clase que le viene de la mismísima providencia. Nunca interrumpirá una faena de muleta y si tiene sed, empleará los tiempos muertos para satisfacer esa necesidad. Y que tiempo más muerto que cuándo pican al toro. Es en ese momento cuando se pondrá en pie en su localidad y llamará al gaseosero con un “niñooo” o “maestro” y pedirá bebida para medio tendido.
  7. A los toros hay que ir bien vestido y bien “planchao”, siempre con algún detallito taurino. Unos gemelos con sus cuernos y todo, las bocamangas con tela de capote de brega o la camisa con tela de capote de brega o los zapatos con tela de capote de brega o los pantalones con tela de capote de brega o una americana con tela de capote de brega o un tres cuartos con tela de capote de brega o directamente un capote de brega con tela de capote de brega, pero siempre con elegante sencillez.
  8. El afisionao tiene que saber expresarse, saber hablar con claridad; da lo mismo que no sepa lo que dice, pero hay que decirlo con rotundidad y sabiendo decir. Y qué mejor que aplicar el vocabulario televisivo. Tirar de recursos tan precisos como eso del toro informal, el que tiene ritmo, el toro que es bravo pero que él no lo sabe, el toreo espectacular, que cada uno tiene “su tauromaquia”, independientemente de que nadie sepa cuál es esa “su tauromaquia”. Y si de repente soltamos que añoramos al toro Parvulito de la ganadería de Filemón Porretas que tomo dieciocho puyazos, pues lo soltamos, que nadie va a irse a comprobar na de na.
  9. El afisionao siempre tiene que conocer a tal o cual torero o ganadero, con los que tienen una profunda amistad, que un día se le cruzaron y le dio loas buenas tardes; con lo que eso une. Y por esa estrecha relación, el afisionao es tan afisionao y tiene tantos conocimientos de güen afisionao.
  10. Hay que tener el cuenta kilómetros reventado de ir de aquí para allá bien de fiesta en fiesta en las fincas, bien recorriendo las ferias más importantes del calendario taurino, Olivenza, Atarfe, Matilla de los Aceiteros, Torredelcampo del Encinar, Burguillos del Marquesado y alguna más que se me ha traspapelado. Y es imprescindible atestiguar todo esto mostrando fotos en las que estemos con el torero de turno, echándole el brazo por encima, aunque el maestro tenga cara de quién es este tío. Pero no, es que es muy humilde y no le gusta alardear de que conoce a tan güenos aficionaos.
  11. El afisionao que se precie tiene que tener una memoria privilegiada y ser capaz de recordar todos los días de toros por el restaurante dónde comió y su especialidad, por dónde se tomaron las copas y el café, las cervezas antes del festejos y dónde se tomaron las tapas de después. ¿El festejo? ¡Co….! Eso se mira en internez y ya.
  12.  El afisionao tiene que dejar claro que lo es y nada mejor que ir haciendo la forma de los cuernos con los dedos. Que bonita imagen que cuándo vaya a la plaza en su coche ir mostrando los cuernos durante todo el trayecto a los transeúntes, para que sepan que allí va un… un güen afisionao.
  13. Un afisionao tiene que dejar claro el “aquí estoy yo”, el que en la plaza está como gorrino en una charca de barro, pringado hasta las orejas. Si ve a un conocido cuatro tendidos más allá, para que se enteren los de alrededor y hasta los toreros y el mismo toro, se levantará y a voz en grito llamará la atención del amigo con un rotundo “maestro”, al tiempo que coge el móvil y llama a un tercero para decirle eso de: Paquitooooo, ¿a que no sabes a quién estoy viendo en los toros? Sí, a Mariano el Cojo. Eso sí, no confundamos la notoriedad con el mal gusto, esto nunca se hará durante la faena de muleta, que siempre habrá tiempo para hacer en los dos primeros tercios, sin necesidad de molestar al vecino. ¿No?
  14. El afisionao que se precie siempre estará dispuesto a aportar lo que los taurinos le pidan. Si hay que pagar para una peña, se paga; si es para una fundación que no da nada, pero que pide pasta, se paga. Y para ir a la plaza, nada de entraduchas baratas. De las de 50 para arriba, que hay que colaborar para que los verdaderos mártires de esto, los que exponen todo por la fiesta, los empresarios, puedan aguantar en pie. Lo que haga falta.

Y este es mi decálogo, que no tengo muy claro que quiere decir eso, pero yo ahí lo dejo, porque a ver por qué uno no y otros sí, que se la pasan haciendo decálogos, decálogos y más decálogos.

Enlace programa tendido de Sol del 20 de diciembre de 2020:

https://www.ivoox.com/tendido-sol-20de-diciembre-2020-audios-mp3_rf_62708461_1.html

miércoles, 16 de diciembre de 2020

Y un próspero…

Que el que entre no se parezca en nada al que se va


Se nos acaba el año. ¡Vágame el cielo! Que lleve tanta paz, como tranquilidad deja. Que parece costumbre el que por estas fechas empecemos a renegar del año que se va y deseemos que nuestras esperanzas e ilusiones se hagan presentes en el que va a estrenarse. Que siempre hay quién dice que ellos recordarán el que se agota con cariño, porque hicieron un viaje, porque disfrutaron de los suyos, porque estrenaron casa o coche, por mil motivos, pero este, ¿este? Anda y que se vaya con viento fresco. Eso sí, si algo hay que agradecerle a este nefasto 2020, es que ha servido para que muchos se quiten las caretas y dejar asomar lo que realmente tenían dentro. Para eso sí que ha venido bien. Mientras unos intentaban mantenerse en su sitio lo más quietecitos posible, otros se han lanzado a pegar bandazos para acá y para allá, sin preocuparles llevarse por delante al mismo mundo. Y el mundo de los toros no iba a ser menos.

 Gracias a este añito ha quedado claro eso de que “por el interés te quiero…” Que hasta los que venden almendras, refrescos, bombones helados, gorras, almohadillas o agua de cebada han dejado clarito que ellos no tienen sentimientos en lo que les toca la cartera. Eso sí, de primeras todos eran solidarios como el primero, que si hacía falta salían a la calle a “defender a los suyos” a brazo partido. Recuerdo cuando salían esas rutilantes figuras del toreo/prensa amarilla, liderando manifestaciones, ya fuera saltándose confinamientos, estados de alarma o estados de buena esperanza, que ellos corrían como primerizas/os para salir en la foto. Otros se ponían flamencos y según el caso, afirmaban con la rotundidad del soberbio/ ignorante, que ellos darían tal o cuál feria, por sus… Otros que iban a preparar las suyas, en su plaza y que no iba a haber autoridad alguna que se lo impidiera; menudos son ellos.

 Otros pecamos de ingenuos, y vaya que sí, pensando que igual para San Isidro lo mismo… Ni Isidro, ni Isidra, ni Fallas, ni feria de Abril ni na, ni na, adiós la luz. Luego que para junio si acaso, para agosto, para septiembre, otoño en todo caso. Si hasta hubo quién afirmó que el sía de la Hispanidad se iba a celebrar por todo lo alto en la plaza de Madrid. Que no había cristiano que impidiera que se dieran toros. Y ya ven cómo estamos, ni toros, ni vacas, al menos en Madrid. Que la realidad ha sido tan cruel, como irremediable. Y vaya que sí. Eso sí, ¿recuerdan los de las manifas rebeldes? ¿Los que iban a “defender a los suyos”? Pues todos desaparecieron, en cuanto vieron que lo suyo igual se les medio enderezaba por otros caminos, dieron de lado a los suyos. Que la maquinaria no la pararon, pero como si fueran víctimas de un gran naufragio, entre unos pocos, los poderosos, empezaron a construir su balsa, con plazas limitadas, evidentemente, y a los que en otro momento fueron “los suyos”, se limitaron a desearles suerte y que los tiburones y pirañas del toro estuvieran desganados o se hubieran convertido al veganismo.

 Pero todo lo que ha venido después ya es archisabido, vaivenes, idas y venidas, lo que hoy es blanco, mañana es negro y el show que se montaron que tanto avergonzó a muchos, sobre todo a los aficionados, pero que a ellos les ha parecido tal maravilla, que ahora andan a ver si esa fórmula mágica, y más rentable para ellos, se aplica por los siglos de los siglos. A los que pagan, a los que pagamos, solo nos queda esperar que este maldito año al que solo hay que agradecer que haya descubierto a tanto miserable y a tanto interesado, se vaya pronto y que ninguno que le suceda le tome como modelo. Con lo bonito que parecía el doble veinte y vaya que nos ha salido rana. Pero ni este, ni ninguno nos quitarán las ganas de felicitar las fiestas a todo el mundo, especialmente a los amigos, a los allegados, a los seres más queridos y que el que empieza el uno de enero nos sea a todos infinitamente más bondadoso, que nos deje abrazarnos, besarnos, reírnos a dos palmos, mirarnos a los ojos sin peligro, disfrutar de las sonrisas, ver las caras al completo y no solo del entrecejo para arriba. Que no se nos empañen las gafas con mascarillas impertinentes, que no haya que plantearse si esta protege más o menos que la otra, que un dolor de cabeza no sea motivo de alarma y que los mayores puedan de una vez por todas abrazar y besar a los nietos, que puedan descargar en forma de abrazos tanto cariño acumulado. Para todos, un muy feliz 2021 y todos los que sigan, acompañados de abrazos entregados y besos apasionados, que eso, aunque no lo creyéramos hace unos meses, es vida, es vivir. Y pese a quién pese, muy felices Navidades y un próspero…

 Enlace programa Tendido de Sol del 13 de diciembre de 2020:

https://www.ivoox.com/tendido-sol-13-diciembre-de-audios-mp3_rf_62275167_1.html


jueves, 10 de diciembre de 2020

Victorino Martín y su compadre Atila el huno

 

Los quieren así o igual más pequeños, por aquello de poder expresarse


Hay muchas formas de pasar a la historia, unos porque conquistaron la Galia y escribieron un libro para los futuros estudiantes de latín, otros por dar un gran salto para la humanidad, otros por marcar un gol a Holanda, otros por quemar la biblioteca de Alejandría, o por montar un caballo que arrasaba allá por dónde pisaba, por dejar caer Constantinopla o incluso por arruinar una de las ganaderías con mayor prestigio de la historia y ahora por empeñarse en darle la puntilla a la fiesta de los toros. Y hablo de la fiesta de los toros y no del negocio, de su negocio, de la tauromaquia. No sorprende ya a nadie que hablo de Victorino Martín. Lo que le costó a don Victorino Martín Andrés hacerse con un hierro legendario en absoluta decadencia, salvarlo del matadero, reflotarlo y convertirlo en emblema del campo bravo y santo y seña del aficionado de Madrid y de todas las plazas del mundo taurino. Pero aunque su nombre si pueda llegar a ser eterno, don Victorino Martín no lo era y parece que su obra tiene notables detractores que no han dudado un segundo en echarla por tierra. Que no ha sido necesario que vinieran de fuera, que el puntillero lo tenía en casa. Su hijo, también Victorino Martín, ha convertido este hierro legendario en una suerte de hierro comercial que, aunque manteniendo ciertas distancias, va camino de ser uno de tantos de esos que prefieren las figuras por encima de todo. Pero claro, parece que este señor considera que la leyenda está reñida con el negocio y si había que elegir, él no tenía duda y así lo ha evidenciado, primero el negocio y lo otro…

 No es nuevo esto de la decadencia de la ganadería de Victorino Martín, es un proceso que viene de tiempo atrás. Se va limando la casta, se alimenta hasta cebarla la nobleza y se construye un animalito que linda próximo a la bobería y cuándo uno de estos sale a la plaza, ni por estampa, ni por comportamiento recuerdan a aquellos que entusiasmaron al aficionado. Pero si esta es una labor notable y que hasta puede considerarse digna de pasar a la historia, no es suficiente para el señor Martín hijo. Él está preparado para empresas de mucha más enjundia. Aniquilado lo de Albaserrada en su casa, vayamos a hundir definitivamente la fiesta de los toros. Y para ello, con la excusa de mantener viva la llama de tauromaquia, montaron eso que dieron en llamar la gira de la Reconstrucción, un perfecto banco de pruebas para lo que podía venir después. De todo el mundo es conocido el mecanismo. Un matador, una figura, que elige un compañero que él mismo asignara y un ganado escogido con pulcritud por el propio matador. Dos toros para cada uno, total, cuatro por tarde, a precio de seis. Más que un 3x2, como en los supermercados, un 2x3. Pague tres y llévese dos.

 Todo en plazas de tercera, a excepción de Logroño, que es de segunda. Una presentación impresentable del ganado, en que curiosamente lo que mejor pintaba era lo de Victorino Martín. No sabe na el chico de Victorino. El resultado de todas las tardes era el esperado, para los taurinos y sus palmeros todo jolgorio y alegrías y para el aficionado una enorme decepción y vergüenza. Que lo que interesaba no era dar una imagen seria y con rigor de la fiesta de los toros. Lo que se buscaba era mantener en la medida en que se pudiera, el negocio. Todo medido, todo perfecto. Toreros y toros a la medida de los taurinos y como guinda, la presencia de las cámaras del canal oficial, que por otro lado se justificaban con sus abonados, y con la inestimable colaboración de doña Cristina Sánchez, que es tan poco fiable frente al micrófono, cómo lo era vestida de luces. Sierre ensalzando lo insufrible, enalteciendo las vergüenzas y justificando lo impresentable, intentando que el espectador tragara con unas grandes, gordas y suculentas ruedas de molino. Que aquí “toe r mundo e güeno”.

Pero no acaba aquí la historia de esta infamia, que en la última retransmisión corrió doña Cristina Sánchez para cantar las maravillas de la fórmula y pedir que esta se extendiera para futuras tardes. Ella encantada de la pantomima, no dudo en decir a sus jefes que allí estaba ella para seguir arrastrándose por cuatro reales, que para lo que mandaran, ella ponía su piquito de oro al servicio del poder. Que todo esto puede parecer espontáneo, pero claro, ahora nos sale el señor martí, don Victorino jijo y nos suelta que pretende prolongar este timo del tocomocho para la temporada futura. Que lo de los cuatro toros es el no va más, que lo de la confección de los carteles es la reoca y que si además se embolsan unos eurillo, mejor que mejor. Que el está más que dispuesto a pasar a la historia, aunque sea a la de la infamia y que no le importaría que se le recordara junto con un prócer de las conquistas, ahí una collera de triunfo y desolación,  Victorino Martín y su compadre Atila el huno.

 Enlace programa Tendido de Sol de 6 de noviembre de 2020:

https://www.ivoox.com/tendido-sol-6-diciembre-de-audios-mp3_rf_61446980_1.html

martes, 1 de diciembre de 2020

Los ruedos de Madrid

 

Arte puro en esos sesenta metros del ruedo de Madrid, que ahora quieren achicar, igual que el supuesto arte que despliegan los presenten "jartistas". Arte escaso y menguante.


Esos expertos en cantinelas atronantes que son los taurinos, con grandes maestros como son el señor de la Puebla o el señor Perera, Ponce Juli, el apartado Castella, Rivera, Cayetano y otros más, junto con el señor Casas, don Simón, llevan tiempo salmodiando insufriblemente que el ruedo de Madrid es muy grande. Que en esa tremenda explanada no hay quién se exprese. Y quizá tengan razón, quizá sea que quién en su día proyectó la plaza de Madrid no cayó en que allí iban a tener que expresarse los mediocres y no siendo nada previsor, solo creyó que ese ruedo iba a servir simplemente para torear, para que los grandes obraran el milagro del toreo. En qué estaría pensando el buen hombre. Mira que no pensar que en cualquier momento podía enseñorearse la vulgaridad con calzas rosas. Que no crean ustedes que esto es cosa de dos días, ni tan siquiera fue una idea del gran Joselito que diseñó la plaza perfecta; perfecta para el toreo, no para otras cosas.

La historia del ruedo de Madrid se remonta allá en los años en que se decidió edificar una plaza de obra que albergara permanentemente las corridas de toros que se celebraran en la Villa y Corte. En aquel momento, aquella plaza que se ubicaba en Madrid extramuros, al otro lado de la cerca que discurría por la calle de Serrano y de la puerta de Alcalá, tan nuevecita y reluciente ella. Y qué cosas, ya por entonces se decidió que aquel ruedo , tan redondo como el sol, tuviera sesenta metros de diámetro, sesenta metros de areana para repartir glorias y recoger la sangre derramada por los toreros que buscaban tocar el cielo de Madrid. Allí cayeron Pepe Hillo y Pepete y allí también, triunfaron Pedro Romero, Costillares, Paquiro, Cúchares, entrando en la historia por la Puerta Grande. Todo en sesenta metros de norte a sur y de este a oeste en un anillo perfecto, si no geométricamente, si taurinamente, pues ahí en ese espacio se podía ver al toro mejor que en ninguna parte. Se podía ver si el toro quería pelear o si elegía la huida a lugares más despoblados. Se podía apreciar al torero que no era capaz de sujetar a un toro y tenía que andar como la Trotaconventos por la arena o el que lo fijaba y sujetaba encandilado en las telas que este le presentaba. Querencias, mando, terrenos, poder, todo en esos sesenta metros.

Quizá era una buena medida, las dimensiones ideales y por no apartarse de lo que funcionaba, decidieron hacer una plaza nueva, mayor, más cómoda, la más bonita del mundo según los cronicones de la época. Que no digo yo que no hubiera cierto apasionamiento, que ya se sabe, la plaza del pueblo de cada uno es la más hermosa del universo. Pero aún con todas las novedades imaginables, el ruedo seguía siendo de sesenta metros de diámetro. Los taurinos de la época se empecinaban en que para ver los toros hacía falta sitio, mucho sitio, tanto como esos sesenta metros. Que no fueron óbice para que vinieran una y otra vez a Madrid a competir a cara de perro Lagartijo el Grande y Salvador Sánchez “Frascuelo”. Que se podían quejar del público, de los toros, del tiempo, de una mosca que pasara por allí, pero no de la grandiosidad del ruedo, ni de jóvenes, ni de mayores, Que ni a Mazantini, ni al Guerra hacía mella la geometría, si acaso, la trigonometría y las cositas de los madriles, pero no el ruedo de su pueblo. Que hubo un momento en que hasta algunos decidieron no pasarse por la plaza de la Carretera de Aragón, y no porque fuera especialmente cansino el tener que atravesarla de lado a lado. En este ruedo la Plaza Vieja, como se llamó después, aguantaron el tirón el Bomba y Machaquito y el que iba después de “naide”, Antonio Fuentes; forjaron la Edad de oro del Toreo Joselito y Belmonte y se mantuvieron a gran altura Sánchez mejías, Vicente Pastor, el Papa Negro y pasearon su elegancia y genialidad El Gallo y Gaona. Todo en sesenta metros y sin una queja. Que para preocuparse ya tenían a lo que salía por la puerta de toriles.

 Siguiendo la calle de Alcalá llegaron los taurinos al despoblado de Ventas, allí dónde Cristo dio las tres voces y construyeron una plaza monumental. Que los Marcial, Domingo Ortega, Bienvenida y hasta el mismísimo Belmonte, quizá se tuvieran que adaptar al gentío que en más de veinte mil almas llenaban la nueva plaza de Madrid, pero no en lo que era el ruedo, que seguía siendo tan amplio y tan exigente como su padre, el de la Carretera de Aragón, y su abuelo, el de la Puerta de Alcalá. Adivinen. Sesenta metros. Sesenta metros que han sido escenario del toreo más excelso, el de Manolete, Pepe Luis, Bienvenida, Ordóñez, Dominguín, Pekín Martín Vázquez, Manolo Vázquez, Curro, Antoñete, el Viti, Camino, Puerta y tantos otros que no ponían una pega ni a las dimensiones, ni a los llenaban los tendidos. Cosas de otros días tan lejanos, como añorados. Y llegan ahora estos señores de los que los boletines oficiales y las voces de la oficialidad dicen que que son los que torean mejor que nunca y los sesenta metros se les hacen bola. Que no es la única pega, que si la chepa, que si el torilero vestido de luces, que las rayas así o "asao", que las voces, que si los pitos y esos sesenta metros que quieren reducir a toda costa. Uno para que le quepa más gente y vender más papel y otros… otros para ver si ya de una vez por todas deshacen la historia de esta plaza, que siempre ha sido diferente y quizá no solo por esa pega de sesenta metros de diámetro, los ruedos de Madrid.

 Enlace programa Tendido de Sol del 29 de noviembre de 2020:

https://www.ivoox.com/tendido-sol-29-noviembre-de-audios-mp3_rf_61086098_1.html

jueves, 26 de noviembre de 2020

Madrid plaza de temporada

Sobraban toros por todas partes, hasta que llegó Florito y dijo que no los había para que hubiera temporada en Madrid. Raro, ¿no?


Que ahora resulta, señoras y señores, que no hay toros para Madrid y que no se va a poder mantener una temporada como hasta ahora, porque falta la materia prima, el de las patas negras. ¡Qué cosas! Menos mal que el señor mayoral de la plaza/ veedor/ cabestrero, Florito, nos ha abierto los ojos. Que nos pensábamos que después de todos estos ciclones víricos que nos están pasando por encima una y otra vez, va a resultar que nos vamos a tener que despedir de la temporada de Madrid tal y como siempre la habíamos entendido. Lo que son las cosas.

 Que llevan meses contándonos que hay toros de sobra en el campo, que ha habido que mandar más cabezas de las deseables a ser sacrificadas en el matadero y resulta que no hay toros. Que ante la extrema carencia de festejos de este año la respuesta es que tiene que descender el número respecto a una temporada normal. La verdad es que uno se pierde. Que queremos creernos a pies juntillas lo que los taurinos nos cuentan continuamente desde marzo y ahora resulta que lo ideal, lo bueno para la fiesta es todo lo contrario. Que no seré yo quién le pida explicaciones a Florito sobre este cambio de rumbo tan radical y yo diría que hasta sospechoso. ¿Y por qué sospechoso? Llámenme malpensado, pero es que encaja como un guante con lo que llevan intentando desde hace años las distintas empresas que han gestionado las Ventas, acabar de una vez por todas con la temporada madrileña. Que lo que les interesa es una feria eterna, si acaso algún festejo suelto de junio a otoño y adiós muy buenas. La feria del corta y pega, la de Otoño con retales del año y luego igual hasta nos plantan dos desafíos ganaderos de esos que tanto frecuenta el señor Casas, don Simón, para calmar a los que con tanto desprecio llaman toristas. Vamos, que quién diría que don Florito se ha limitado a ser la voz de su amo.

Ante este panorama las dudas se multiplican. ¿Los festejos serán de seis o de cuatro toros? ¿Habrá festejos de cuatro toros? ¿Se mantendrían los precios actuales con una corrida completa para una de dos tercios? ¿Contará esta o la empresa que toque con la anuencia y permisividad necesaria de parte del Centro de Asuntos Taurinos y en consecuencia de la Comunidad de Madrid? Quizá no encontremos unas respuestas directas a tanta duda, pero así, a poco, nos van respondiendo, sin querer, pero van contando sus intenciones. Que nos enteramos que en las primeras ferias del año próximo quieren dar los festejos con un 50% del aforo. Y para disipar preguntas, del entorno del señor Casas sale que con menos de ese aforo es inviable montar nada. ¡Vaya! El señor empresario de Madrid dice que con menos del 50% no hay nada que hacer. Traducción: en Madrid, fuera de las ferias de mayo y otoño, el mejor de los días reúne a 6.000 personas, no llegando en la mayoría de los casos a los 5.000. Lo que viene siendo un 25%. Lo que viene siendo que no les es rentable dar festejos de temporada. ¿Solución? Fuera todo lo que no sean ferias y abonados que tienen que sacar las entradas obligatoriamente, so pena de quedarse sin su abono de años.

Pero no se crean que esto queda ahí, porque ya que los aficionados de Madrid no van a tener que gastarse el dinero fuera de las ferias, pues subámosles el precio de las entradas y así no tienen que pensar en gastarlo en otra parte. Todo acaba en la misma saca. Eso sí, con la infinita comprensión de la Comunidad de Madrid, cuyo representante en estos temas es el señor Abellán, experto conocer de la problemática taurina de empresarios, toreros y demás satélites de esta gente, pero absoluto ignorante de lo que le preocupa al aficionado, sencillamente porque eso a él no le preocupa. Que la pandemia ha hecho mucho daño, lo sigue cabiendo y ya veremos hasta que punto llega el mal que pueda ocasionar en el futuro, pero no seamos tan necios, ni tan cínicos como para echar sobre ella todos los males del mundo. Males que ya venían de largo, mucho antes de que nos manejáramos tan bien con términos como pandemia, confinamiento, toque de queda, gel hidroalcohólico y mil palabros más que ya hemos hecho nuestros. Que para eso de poner dinero, para pagar a quién ha de pagar y para ocuparse de mantener el prestigio de una plaza como la de Madrid, que no busquen al señor Casas, don Simón, pero para medrar y arañar hasta el último céntimo siempre estará el primero. Y como Madrid le importa un bledo, ni sabe lo que es Madrid, ni le interesa y además quiere convertirla en una de tantas, no parará hasta que solo sea un recuerdo lejano eso de Madrid plaza de temporada.

Enlace programa Tendido de Sol del 22 de noviembre de 2020:

https://www.ivoox.com/tendido-sol-22-noviembre-de-audios-mp3_rf_60765850_1.html

viernes, 20 de noviembre de 2020

Y después… ¿qué?

 

Que dicen que somos amigables y pacíficos. Pues que sigan diciéndolo y no se tapen, a ver si lo siguen diciendo

Los toros, las corridas de toros, son el gran mal de nuestra sociedad en estos días de paz, alegría y ausente de preocupaciones. Bueno, dejando de lado la pandemia. Pero esta pasará y los toros seguirán ahí. Y para estos no hay vacuna ni posible, ni viable. Que los infectados de taurofilia no tienen remedio. Y lo que es peor, que a nada que se pongan a hablar de toros con el primer fulano con que se crucen por la calle, lo mismo le contagian ese entusiasmo y acaban los dos yéndose a los toros. Afortunadamente puede ser que sea un día de figuras y de golpe se les rebaja ese entusiasmo en un abrir y cerrar de ojos. Pero esto no quiere decir que los toros, las corridas de toros, no sigan siendo el gran mal de nuestros días. Y ahí nos encontramos con esa lucha incesante de los antitaurinos, los animalistas, que recorren las calles en multitudinarias hordas reivindicativas de quince o veinte personas. Que usted, aficionado a los toros igual cree que son pocos y que no hay que tenerlos en cuenta. No se equivoque, porque aparte de que griten mucho, tienen de su lado el magnífico altavoz de los medios de comunicación, los cuales solo hablan de los toros en dos casos. Si un toro parte en mil a un torero, lo cual debe gustar a la audiencia, quizá pensando que esto haga cundir el desánimo en los que están en querer ser toreros. Y el otro caso es cuando estas almas inocentes y adalides de una utópica felicidad universal se lanzan a un ruedo y les tienen que desalojar las fuerzas del orden o cuando se plantan a la puerta de una plaza de toros a intentar “amablemente” evitar que los malajes sin entrañas entremos a los toros.

 Pero, ¿alguien ha escuchado, leído o adivinado cuáles son los planes de esta gente para el día después de la supuesta prohibición de las corridas de toros? Que uno ha escuchado algunas cosillas, pero sin responder a planes meditados y suficientemente contrastados con especialistas. Que cuándo haces esa pregunta, la de qué hacer con ese ganado y esos campos, te sueltan con decisión: pues se dejan cómo están. ¡Ah! Buena respuesta. ¿Y quién cuida de ese ganado y cuándo es preciso les echa de comer? Muy fácil, los mismos que lo hacen ahora. Pero eso cuesta dinero. Pues que no los tengan. ¡Caramba! Ya vamos clarificando las cosas. Basta con no tenerlo, se acabó el problema, se murió el perro, se acabó la rabia. Que también digo yo una cosa, que sin toros en el campo, será mucho más fácil enmoquetar las fincas, poner salas chilout, spas en las charcas y chiringuitos veganos a la sombra de una encina. Que no sé yo si es necesario que no haya toros cerca, porque lo mismo se podría dejarlos por allí, a su libre albedrío, y que les dieran de comer los visitantes. Que el toro se acercara a las mesas, que transitara entre ellas y que el personal les diera cacahuetes, almendras y patatas fritas de la tapita que se van trajinando para que la cervecita pase mejor.  Que solo le veo yo una pega a esto. Que estos animales, herbívoros, pacíficos, tiernos, entrañables y amigables con las personas, hay veces que se les tuerce el ánimos y en dos quítate pa’lla te desbarajustan el mobiliario de la terracita y te ponen mesas y sillas a la encina por montera.

 Bueno, parece que lo de dejarlo todo cómo está y no dar corridas de toros, no es un buen plan. Pero, ¿cuál es un buen plan? ¿Hay plan? ¿Existe tal plan? Que igual los animalistas piensan que se pueden llevar un toro al salón y sentarlo en el sofá, pero no iba a ser buena idea. Que igual algún que otro partido pueda pensar que se prohíbe todo esto y todos tan felices. Que el mundo no se iba a acabar, eso está claro, pero afectaría, vaya si afectaría. Que pretender hacer como si no pasara nada es tan estúpido y fuera de lugar como llegar a alguien que le han amputado una pierna y decirle que tampoco es para tanto, que con las muletas que hay ahora de carbono criogenizado y sofronizado se podrá dar unos paseos que pa’qué más. Que podía haber sido peor. Claro, le podrían haber arrancado la sesera, como a ti, que sin cerebro sigues siendo igual de imbécil que con él. Será la falta de proteína animal, ¿no? ¿No pasaría nada si el 5% del territorio de España se libera de la cría de ganado de lidia? Pues miren que lo dudo. Dudo mucho que estas joyitas de la naturaleza no se convirtieran en cualquier otra cosa, excepto en lo que son actualmente, en un tesoro al que hay que cuidar. Si ya es extremadamente complicado eso de mantener ese frágil equilibrio para mantener el medio, no quiero ni imaginar qué pasaría si el toro desapareciera. Aunque visto lo visto, no soy el único que no quiere imaginar ese día después de la prohibición. La diferencia es que yo ruego que todo siga igual y otros claman por darle la vuelta a todo. Que el animalismo está muy bien, es una filosofía de vida genial, aunque igual algunos no han caído en que choca frontalmente con el ecologismo. Que igual ese animalismo, sin pretenderlo, por supuesto, lo que está pidiendo a gritos es que se eliminen de un plumazo cientos de miles de cabezas de ganado, que el medio ambiente se degrade precisamente por esa medida y que esto provoque una ola que se lleve por delante flora y fauna casi exclusiva de la Península Ibérica. Que yo entiendo que estaría muy bien que en nuestros campos hubiera búfalos, el oso Yogui, el Correcaminos, Bugs Bunny o el osito Misha, pero no es posible. Vivimos dónde vivimos y tenemos lo que tenemos, lobos, cabras, cigüeñas, nutrias, encinas, matorral, lirones, buitres, dehesa mediterránea y además, así, de regalo, toros, toros de lidia. Esos que viven aquí desde mucho antes de que a nadie se le ocurriera comerse una hamburguesa de tofu. Pero claro, mis dudas siguen ahí atornillándome la cabeza y pensando en los que quieren acabar con los toros, en la prohibición y siempre concluyo con el “y después… ¿qué?”.

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viernes, 13 de noviembre de 2020

Ir a los toros

 

El ir a los toros encierra muchos placeres. Algunos se aprecian mucho más cuando ya son un imposible, porque a quién acompañabas ya se marchó para siempre, sin poder seguir aprendiendo y aprendiendo del toro, de la vida.

Cosas del ser humano es que no demos valor a lo cotidiano, a lo que nos pasa todos los días, incluso varias veces al día. Que no demos valor a un hecho que reproducimos a cada poco, por ejemplo una vez por semana o depende del momento, todas las tardes durante un mes o más, o todas las tardes de una semana. Es lo de siempre, ¿qué tiene de extraordinario? Pues va a resultar que ese hecho frecuente y hasta cotidiano, tiene todo el valor del mundo; basta con que nos priven de él durante algún tiempo. Que son muchas las circunstancias y hasta las personas que en estos momentos nos ha robado la vida, pero quiero detenerme en el ir a los toros, en lo simple, lo sencillo que resulta ir a la plaza. Basta voluntad, sacar una entrada y entrar en el edificio en el que tantas y tantas veces se ha entrado. ¿Y dónde viene lo extraordinario? En poder seguir haciéndolo, en que la vida siga su curso esperado, en que no se desborden sus aguas, en que no lo anegue todo y nos tengamos que conformar con el recuerdo.

 Yo iba a los toros, desde que empezaba la temporada, porque era el inicio, hasta el último día en octubre, porque era la última de la temporada. Y así, pasando por mi San Isidro, más de un mes de toros, de enfados, de ilusiones, de toros, de toreros, de horas mirando a una circunferencia dorada intentando saber, queriendo descubrir el misterio que allí sucedía desde el mismo momento en que un hombre citó a un toro, se le vino hacia él, quebró su embestida y descubrió que eso le acercaba a la inmortalidad. La gloria al alcance de un quiebro, de un librar la embestida, salvar los pitones, burlar la fiereza, apartar a la misma muerte. Los toros, que gran misterio. Que hay quién se cree con el poder de saber desenmarañar esa encrucijada que forman la casta, el valor, la fiereza, la inteligencia, el poder, la agilidad, el toreo, pero, ¡qué lejos están de la verdad! Y están lejos, porque renuncian a la búsqueda, creyendo haber llegado a la meta. Si acaso aprenden letanías supuestamente sesudas, imitan teoremas, teorías y tesis adoctrinadoras.

 Pero ese no saber, el aprender día a día, el descubrir lo que hay detrás de cada ventana que abrimos al toreo es aliciente y espíritu vivificante para todos los que querríamos ser aficionados y seguimos yendo a la plaza, seguimos poniendo en práctica ese ir a los toros. Desde el momento en que tras la comida se piensa en la hora de la corrida, en si lo mejor es el coche, el metro o un largo y sosegado paseo calle Alcalá abajo. Llega la hora de prepararse para salir. Mientras unos hombres van invistiéndose de oficiantes bordados en oro, plata, blanco o azabache; mientras ellos tienen que mantener el corazón dentro del pecho y las ideas funestas fuera de la cabeza, uno solo tiene que pensar en coger la entrada, comprobar la fecha, no olvidar la almohadilla, la libreta, bolígrafos y lápices para que el recuerdo no se pierda al viento. Y vámonos a los toros. ¿Quién torea hoy? Preguntan antes de coger la puerta. Los toreros. Y venga para la plaza.

 Al aficionado a los toros le suele gustar encontrarse con sus habituales y a muchos les llena de regocijo el contar entre sus amistades a toreros, banderilleros, gente del toro, el codearse con la élite. Que no digo yo que no sea grato, desde luego, pero a mí que me den los encuentros y las charlas con los míos, que lo mismo es el de las almohadillas, aunque no se la compre, pero que lo mismo te cuenta sus historias de médicos, que lo que le apuran los exámenes, los porteros que un año estuvieron en tu grada y que te cuentan la complicada mejoría después de la operación; el que satisfecho te dice que su hija aprobó las oposiciones. Esos aficionados, amigos que te puso el toro un día delante y con los que cruzarse por los pasillos es un deleite para los sentidos, es escuchar la sensatez del que tanto ha visto, del que sabe discernir y evadirse de locuras colectivas. El compañero que un día se sentó a tu lado y al que le contaste que te ibas a la mili, que te casabas, que esperabas un niño, otro, que el bautizo, la comunión, la universidad, las vacaciones, las malas noticias de quién ya faltaba. Acoger a los que nos visitan de fuera queriendo hacerles sentir tu plaza como suya, porque se la quieres dar toda para ellos, contigo incluido. Esa prole de juventud de gamberras formas y respetuosas maneras, que te hacen sentirte parte de ellos y que quieren saber de toros, los cumpleaños, las alegrías, los ratos complicados. Eso es también ir a los toros. Y cuándo sale el toro, cuándo aparece el toreo, vibrar como uno solo, emocionarse todos a una y acabada la temporada, pasar el invierno y reencontrarse en el mismo sitio, la primera, porque es la primera, hasta la última, porque es la última, pasando por mi San Isidro, afirmando sin reservas, que una de las mejores cosas que hay en el mundo, una de las cosas que más me gustan y me llenan por dentro es algo tan sencillo y tan grande como ir a los toros.

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viernes, 6 de noviembre de 2020

Tras la reconstrucción vienen reformas integrales

 

Cuéntenme a mí de reconstrucciones

Que resulta que después de esta gira lúdico festiva que decían de la reconstrucción, viene lo de las reformas integrales. Primero los ingenieros, aparejadores y demás gente chupi, para que luego venga el ñapas de turno para que el agua caliente salga por dónde el agua caliente y la fría por dónde la fría, que las tuberías no hagan ruidos por haber cogido aire o que si encendemos la luz de la cocina no nos salte el automático de toda la casa. Eso sí, la reconstrucción les quedó de cine. De cine, de película de los hermanos Calatrava, que ni el guapo es tan guapo, ni el feo tan gracioso. Vamos, como en los toros, que ni el torero es tan torero, ni el toro tan fiero, ni tan guapo.

 Que ni habían acabado de reconstruir y ya estaban que si aquí había unas humedades, que si las baldosas se movían con las pisadas del viento, los crujidos del forjado, las puertas caídas y rechinando. Que buena ocasión se ha perdido para hacer las cosas bien y mostrar al mundo que esto de los toros es un palacio pleno de belleza, robusto, rebosando verdad por los cuatro costados y con afán de perdurar por los siglos de los siglos. Pero claro, que al final, lo barato sale caro, no, carísimo. Que por no echar mano de la mejor materia prima, sobre todo en un momento en que tanto toro se ha quedado en el campo, ¿es que no había dónde elegir? Igual es que tampoco se empeñaron mucho. Pero claro, si dejamos tal tarea a los que tenían que ponerse delante. La lógica humana dice que siempre se tira por lo más fácil, lo que cuesta menos esfuerzos, por escapar de riesgos que no llevan a otra cosa que o la ruina o la gloria. La lógica de los toreros dicta que siempre habrían optado por intentar alcanzar la gloria. Que es lo que tienen estos, que si hay que arriesgar, se arriesga, aunque solo sea para jugarse la vida. Pero claro, toreros, aunque se vistan de luces, no lo son todos. Vamos a lo cómodo, a lo de siempre, que ya si eso, lo de la gloria, se inventa, que para eso están los cuentacuentos del toreo, los de los micrófonos, y ellos harán épica, lírica y cantos de cisne a partir de la nada.

 Lo que les preocupaba a muchos que se quedaran tantos toros en el campo o que tuvieran que irse camino del matadero. Qué disgusto más grande, pero nada, a la primera que pueden y cuando todo estaba a su favor para quedar como marqueses, ¡hala! A quedar como la Chencha. Rácanos de valor y de dignidad torera, ausentes de afición y compromiso y despreciando todos esos valores que tanto cacarean y que afirman que les inculcaron desde chicos, pero ya se sabe, “lo que natura non dat, Salmantica non prestat”. Que igual los equivocados somos los que creemos que aún les queda un gramo de amor por esto de los toros. Que gran error el nuestro; les creímos dioses y no pasan de profesionales. Así está esto. Tanta parafernalia para que un canal saque un exiguo provecho, pero que pueda justificar su existencia y el cobrar la cuota a sus aficionados. Corridas de cuatro toros, que parece ser que el bolsillo o los ánimos no daban para más. Un espada que elige ganado y compañero, con la garantía de que ni los unos, ni el otro, les iban a apretar ni un poquito. ¿Es que no había nadie que pudiera levantar la voz e imponer un mínimo de sentido común taurino?

 Que gran oportunidad se nos ha ido. Que oportunidad tirada por el desagüe, que oportunidad desbaratada por ese sentido exclusivamente mercantilista que domina todo esto. Que igual esa oportunidad tampoco la supieron ver o no quisieron verla. Que ahora igual las cosas no son cómo eran antes y los conceptos se han invertido. Que ahora lo del taurinismo no es pedir que salga el toro, hacer que salga y plantarle cara con valor, inteligencia, conocimiento y torería. Ahora eso de ser taurino parece que se reduce a llevar una almohadilla color capote de brega, con asa, por supuesto y con un ribete rojo, amarillo y rojo, llenarse las muñecas de pulseras con nombres taurinos, ponerse una pegatina con el hierro de una ganadería de fama, vestir ropa con logotipos que son capotes, estoques, hierros o toros haciendo escorzos, pasarse antes después y durante por los bares de la plaza, poner los deditos como si formaran unos cuernos, llamar maestro hasta a las estatuas de la Plaza de Oriente, un ¡Osú! De cuando en cuando y pa’lante. Que oportunidad se nos ha ido de mostrar al mundo la grandeza de esto, la magnanimidad de los toros. Pero bueno, quizá es que algunos estamos un poco o un mucho despistados y no nos damos cuenta de lo que hay que tras la reconstrucción, vienen reformas integrales.

 Enlace programa Tendido de Sol del 1 de noviembre de 2020:

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jueves, 29 de octubre de 2020

Paso al animalismo más… ¿puro?

 

¿Quién podría pensar que este angelito te iba a hacer daño? Si solo quiere jugar.

Reconozcámoslo, o nos aclimatamos o nos aclimamorimos. Hay movimientos que nacidos de la modernidad más moderna, bondadosa y a veces un pelín ñoña, pero en el buen sentido, están conquistando el mundo y queramos o no, no nos podemos abstraer, ni excluir de ellos; sobre todo si el hecho de dejarnos caer en sus brazos nos van a convertir en mejores personas. ¿O es que usted, usted y usted no quieren ser mejores seres humanos? Tanto, tanto, que hasta podríamos llegar a pretender convertirnos en un gato, un perro, una iguana, un tigre, una anaconda o en cualquier otro animal de los que todos podríamos tener en casa como un miembro más de la familia. ¿Qué digo familia? Como un hijo más. Que ya saben, que los hay que incluso quieren más a la mascota que a un hijo y que al hijo le educan como a una mascota, pero eso es otra historia. Pero claro, si realmente queremos mejorar este mundo en el que habitamos, quizá deberíamos tomar ciertas medidas, quizá sería necesario el modificar algunas cosillas que en su momento ya nacieron viciadas, pero que aquí está la bondad humana para corregirlas. Y hasta ya hay quién ha abordado tal empresa y si quieren, aquí les dejo algún ejemplo muy ejemplarizante, por supuesto.

 La Opera House de Cincinapolis ha reescrito el drama de Carmen, corrigiendo esas partes tan… ¿penosas? ¿Ofensivas para nuestros semejantes los animales? Desde ya, para no recordar tiempos pasados, la obra de Bizet pasará a llamarse “Mamen, una jovencita laboriosa que entablaba amistad con unos caballeros”. Bueno, sí, se alarga el título, pero creo que es mucho mejor, ¿no? Así las Cármenes no se verán señaladas y los gatos, perros, iguanas, tigres, anacondas o cualquier otro animal de los que todos podríamos tener en casa como un miembro más de la familia, no se sentirán ofendidos, ni heridos en sus sentimientos si su compañera que le quita la caca, les cambia la arena y les prepara el tofu en forma de animalitos, se llamara Carmen. Olvidémonos de eso del torero, la cigarrera o el oficial del ejército. El argumento tratará sobre una joven que trabaja en el departamento de márqueting de una multinacional alimenticia que importa y elabora cereales tropicales para distribuir en los países desarrollados. Pero resulta que se enamora de Escámez, nada de Escamillo, que es el responsable de ventas para España y Portugal. Pero también coquetea con José, el jefe de administración. Y bueno, tienen sus cosas, pero al final Mamen decide abandonar la empresa y montar una casa rural en los montes de Toledo.

 Otra obra que dicen “clásica” y que se va a reelaborar es el Guernica. De momento se cambiará el título y para hacerla más universal se llamará “Un lugar próximo al mar, en el que un día no reinó la armonía”. Evidentemente, ese toro y ese caballo no pueden seguir ahí, con lo cuál se ha decidido cubrir esas partes del cuadro con mandalas hechos por los alumnos del colegio “Aguas y Mares en libertad”. Estos los realizarán en la clase de integración con la naturaleza, en un parque público, aprovechando los bancos, las máquinas de bebidas, las terrazas en medio de los bulevares y las medianas de la autovía de circunvalación, para que sientan los niños el estrecho contacto con la naturaleza. Eso sí, todos con sus correspondientes mascarillas.

 Por supuesto que tampoco se podía dejar la mitología así como está y es por ello que lo que siempre se llamó el mito del Minotauro, a partir de ahora pasará a llamarse “Cómo incentivar a la juventud a la aeronáutica ecológica y a la superación humana”. Sería la historia de un joven, apoyado en todo por su padre y que en colaboración con un toro, mientras retozaban por un prado en las laderas del Monte Olimpo y jugaban al escondite en un laberinto, con todas las medidas de seguridad, por supuesto, ideaban cómo conseguir para que el joven pudiera hacer vuelo sin motor. El toro sería su instructor, un poco severo, eso sí, pero muy encariñado con el chaval, tanto que no paraba de decirle “es que te como”. Al final, Teseo, que así se llamaba el emprendedor muchacho, logró su objetivo. Bueno, solo por un ratito, pero eso se eliminará de la versión cívico dulce modernista. Incluso se medita si en lugar de un toro se pudiera poner un cocodrilo, que como no tiene cuernos, es mucho más amable. Un cocodrilo vegano, por supuesto.

 Hay que reconocer los esfuerzos de tanta buena gente para lograr un mundo mejor. Y quizá lo más laborioso en todo este proceso ha sido interpretar correctamente la obra de Francisco de Goya, que tanto y tanto mostró las cosas desagradables del mundo, sin pararse a pensar en lo que podía ofender a quién viera su obra, aparte del mal rollito que le podría causar. Es por ello que se decidió cambiar el título de muchos de sus trabajos, especialmente de una serie de grabados, nada bonitos, que ilustra cosas feas, malas de frustrarte mucho y quedarte marcado, tan marcado, que se te quitan hasta las ganas de tomarse una quinoa revigorizante con un buen batido de acelgas y espinacas, con un toquecito de perejil deshidratado de los montes Taurus de Anatolia. Empezaríamos por llamar a tales grabados “Cositas feas que los buenos ya no hacemos con nuestros semejantes los animales”. Y luego los guardaríamos en una caja fuerte, muy fuerte y los enterraríamos muy profundo en un lugar indeterminado de la naturaleza, justo antes de enmoquetar el lugar, porque hay que ser precavido, que igual en el césped natural hay bacterias y bichos que podrían hacer que luego nos pusiéramos malitos. Y con todas esas reproducciones que hay de estos dibujitos en las redes, pues nada, delete, delete, delete y venga delete y ya está.

 También surgió qué hacer con eso tan desagradable, bárbaro y brusco de las corridas de toros, pero se optó por dejarlos a su aire, porque según parece, ninguno de los animalistas sería capaz de acabar con eso de los toros ni tan bien, ni tan rápido. Y luego, en los campos dónde se crían los toros, se podrían hacer campamentos de convivencia allí, con los toros, las vaquitas, los terneros y que el dueño de ese campo nos trajera por las mañanas el desayuno para todos, para los toritos y para las personas humanas, que les visitarían con sus gatos, perros, iguanas, tigres, anacondas o cualquier otro animal de los que todos podríamos tener en casa como un miembro más de la familia. Y así, cuándo el sol empezara a aparecer en el horizonte por la mañana tempranito, nos cogeríamos todos de las manos, pezuñas, garras, patas y anillos y gritaríamos al viento paso al animalismo más… ¿puro?

 Enlace programa Tendido de Sol del 25 de octubre de 2020:

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jueves, 22 de octubre de 2020

Celosos gestores del aburrimiento

 


Lo mejor contra el aburrimiento, el toro

De unos años a esta parte parece que el aburrimiento es un elemento indiscutible en los toros. Antes se hablaba de ilusión, expectación, decepción, bochorno, escándalo, triunfo excelso, mansadas, grandes corridas de toros, de sol y moscas, pero ahora muchas de esas sensaciones prácticamente solo son hechos muy ocasionales y ha sido el aburrimiento quién parece que, a base de codazos, se ha hecho el amo en todo esto. Es el nuevo amo que preside las corridas de toros, su excelencia el aburrimiento. Aburrimiento que por otra parte alimentan y mantienen los que viven del toro y que sin demasiada consideración hemos dado en llamar taurinos. Lejos de romperse los cascos buscando ganaderías, toreros en alza, toreros prometedores o que simplemente puedan mostrar algo diferente, repiten los mismos carteles año tras año, porque unos señores de luces no quieren sin alternar con nadie que no sea de su cuerda, ni torear otros hierros que no sean de garantías. Lo que traducido quiere decir que estos les garanticen que no les van a poner en complicaciones ni empeñándose mucho. Y así una tarde y otra y otra y una temporada y otra y otra y otra más. Pero no se crean que se inmutan porque nadie les diga que aburren, que aburren con unas combinaciones repetidas hasta el hartazgo, que aburren con un ganado insulso y bobalicón que va y viene y que aburren con un toreo anodino, vulgar y vacío de cualquier sentimiento torero que pudiera dar a esto algo de chispa. Eso sí, que ni dudan en autoproclamarse artistas y soltarnos eso de que se tienen que expresar y que necesitan un toro determinado para estar a gusto. Ahí es nada.

Tardes soporíferas, ferias sin fuste y, ¿qué remedio ponen? Pues muy fácil, si el aburrimiento dura 30 tardes y tres horas, o más por tarde, se acorta un poquito por aquí, otro por allá y marchando que es gerundio. Que no hay otra solución, porque a todo esto, el aficionado tiene que cumplir sin rechistar con su sagrada obligación: ir a la plaza todas las tardes, pasar por taquilla religiosamente y callar como postes mientras les cae encima ese infumable chorreo de vulgar y anodina sosería. Que si entramos en un caso como el de Madrid, ni se despeinan al afirmar que las treinta tardes, número arriba, número abajo, son una barbaridad y que sería mejor que fueran solo veinte, quince o diez festejos, porque lo que tenemos ahora, con tanto aburrimiento, no hay cuerpo que lo aguante. Y les digo una cosa; tal y cómo está esto montado, una tarde ya me parecería mucho. Que con un festejos ya se me hace largo. Y claro, ahora con esto de la reconstrucción, o demolición, para que los festejos no se alarguen demasiado, mejor ponemos cuatro tyoros y así nos vamos antes a cenar, que luego igual cierran los bares pronto y nos quedamos con el estómago cantando la marcha de granaderos hasta el día siguiente. Que digo yo, que puestos a acortar, que se eviten lo de los señores en un penco, casi también lo de las banderillas, el toreo de capote y que ya desde salida vaya el artista con la muleta, lo reciba a portagayola y a otra cosa. ¿Qué eso ya lo hacen? Lo que te digo, que hemos perdido el rumbo.

 Pero a ninguno de los que manejan esto se les ha ocurrido otra cosa que gestionar el aburrimiento, ni se les pasa por la cabeza acabar con él o por lo menos, poner los elementos para intentar que este no asome muy a menudo. Que ya les digo yo que no sería tan complicado desterrarlo mil y una tardes de las plazas de toros. Otra cosita es que los de luces y su “entorno” lo permitieran y que los criadores de ganado, especialmente los que les sirven la materia prima del destoreo se decidieran a criar un toro un poquito más encastado. Que los palmeros de la vulgaridad seguro que se convertían a lo de la conmoción en un pis pas. Que son así de volubles, que les das toro y toreo y se olvidan hasta de dónde han puesto las pipas y si el yintonis se les agua al derretírseles los hielos. Que todo sería muy fácil, aunque complicado de llevar a término, precisamente por las reticencias de los que tienen el mando. Ya me estoy imaginando a los figurones, los que se expresan con su arte, alternando con uno que quiere hacerse sitio y que viene tirando bocados, con hierros que no sean los de siempre y con un toro con un poquito, tampoco hace falta mucho, con un poquito más de casta. Que para que esta vaya imponiéndose ya habrá tiempo. Que de esta manera, incluso con lo que tenemos ahora, pero con otro toro, las 30 tardes nos iban a saber a poco. Y a ver cuántos aguantaban cuarto de hora delante de uno que no te dejara pasar ni una, que a la mínima que no se le hicieran las cosas te tiraba un gañafón. Con lo que se le seca a uno la boca en cuanto asoma la casta. ¿Tres horas? Si me apuran, ni tres cuartos de hora dos veces si sale el toro para todos. Y así, lo mismo hasta se generalizaría l esta tendencia de irse cortando la coleta desde casa. Pero no seamos ingenuos ¿Creen ustedes que toda esta gente estaría dispuesta a tal cambio? Al primero que se meneara en tal sentido le quitaban de la circulación con dos llamadas de teléfono. Así que de momento, por mucho que nos pese, en lugar de ganaderos de bravo, toreros con poder, empresarios con afición y amor propio y un público exigente y con criterio, no nos queda otra que aguantar a los que no quieren moverse ni un centímetro de su sitio, porque por algo ellos mantienen muy en alto el título oficial de celosos gestores del aburrimiento.

 Enlace programa tendido de Sol del 18 de octubre de 2020:

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jueves, 15 de octubre de 2020

Lo que iba a ser y no fue

 

Tantas cosas que iban a a ser y no fueron, como el Centenario de Joselito el Gallo

Ya se nos cortaron las alas taurinas en Madrid, ya concluyó la temporada que no llegó a empezar. Las circunstancias mandan y de que manera, a base de garrotazo y tente tieso, que es lo que es este maldito mal. Que no da opciones ni para ilusionarte ni un poquito. Es como pretender echarte un balde de agua hirviendo por todo lo alto y esperar solo entrar en calor sin abrasarte el alma y todo lo que rodea al alma. Y si no, que pregunten a sanitarios, gente de la hostelería, de los hoteles, del ocio, en definitiva, de todo lo que nos alimenta la vida, el estómago y el espíritu.

 La temporada se ha dividido en dos partes, que bien podría ser que lo de una se aplicara a la otra y viceversa. Íbamos del “a ver si”, al “a ver cuándo”. A ver si esto se pasa para San Isidro, a ver si al menos se puede dar algo de la feria en junio, al a ver cuándo se da la feria, para continuar por el a ver si se dan toros en verano y continuar con el a ver cuándo se dan toros en verano, para concluir con el a ver si se dan toros y el a ver cuándo se va a poder volver a dar toros. Y entre tanto, siempre han aparecido los oportunistas que culpaban a unos pero no a otros de esta carencia de festejos, aludiendo a extrañas manos negras, pero sin querer ver la verdadera causa del por qué no se habrían las puertas de la plaza de Madrid. No creo que haya habido muchos que no hayan pensado que se podía dar algún festejo en un momento determinado, pues nadie imaginaba que esta situación se fuera a prolongar tanto.

 Pero todo esto se enredaba más y más con las explicaciones y la ausencia de ellas de los responsables de dar algún festejo y los que debían autorizarlos. Que empezaron a buscar excusas, más que para no dar toros en ese momento, por si se daba el caso de que tuvieran que darlos. Un motivo tan potente para no abrir la plaza de Madrid en verano como el que no iba a haber turistas. ¡No hay japos, no hay toros! Las especulaciones se empezaban a disparar, que si lo que se buscaba era no tener que abonar el canon a la Comunidad de Madrid, que si uno de los empresarios estaba a dos velas, que si… En fin. La gente se puso de manos con aquello de los nueve metros cuadrados, ¿para qué más? Se escuchó de todo, que si eso era entre espectador y espectador, que si era una forma de atacar a la fiesta, cuando quizá el mayor ataque lo sufrían con esos argumentos las matemáticas, la geometría, los profesores de matemáticas y muy especialmente el sentido común. Y con tanto embrollo, al final hasta no parecía posible que los responsables de dar o no dar toros pudieran dar la única explicación válida y creíble: no se pueden dar toros, porque la situación sanitaria lo impide. Que no querría jugar a lo del capitán a posteriori, pero al final ha quedado claro, más que evidente, que abrir las puertas de las Ventas era una temeridad. Y ojo, que esto lo digo ahora, porque un servidor, como otra mucha gente, pensó que se podría dar algo de San Isidro, algo en verano, la Paloma, una miniferia, Otoño y hasta esa prometida del 12 de octubre, pero…

 Que las latas esferas de la Comunidad aseguraron que para la Hispanidad habría una corrida extraordinaria, lo cuál no censuro, no se me ocurriría, pues creo que hasta podría pecar de injusto, precisamente por lo anteriormente dicho, porque casi todos creíamos que llegaría el día en que se abrirían las puertas de Madrid. Luego ya nos fuimos cayendo del burro, cada uno a nuestro ritmo, pero la realidad era tan abrumadora, que no quedaba otra, eran lentejas. Se tachó de mil cosas, ninguna bonita al flamante director del Centro de Asuntos Taurinos por no forzar para que se celebrara algún festejo. Honestamente creo que en todo esto el señor Abellán pintaba menos que un salmón en la feria de Zafra. Eso sí, el susodicho se dedicó a pasear el palmito por aquí y por allá, más desafiante que eficiente y aunque ya digo que lo más probable era que su capacidad de movimientos fuera casi nula, en lugar de mostrarse arrogante y altanero también podía haber dado un paso adelante. Llegar al despacho de quién le nombró y dadas las circunstancias en las que no parecía necesaria ni su presencia, ni su actuación, presentar su dimisión. Pero eso ni pasó, ni a nadie creo que se le pasara por la imaginación. Todo un embrollo que podría haberse aclarado explicando las causas reales para que no hubiera toros este año en Madrid, y que todo el mundo conocía. Pero no, aparte de que lo más probable era que esas causas no las pudieran contar, o que no se atrevieran a ello, había que mantener la bronca. Eso sí, mientras andaban tirándose los toros a la cara sobre si tu partido no quiere toros o si el tuyo sí, siempre había voces cargadas de razón repitiendo eso de que no hay que politizar los toros. De acuerdo de pe a pa, pero si no hay que politizar los toros, no se empeñen tanto en lo contrario, dejen de utilizarlo como un arma arrojadiza, como un pelele al que se tira al aire y se recoge para volverlo a mantear sin el más mínimo cuidado y cariño por esto que llamamos los toros y que ahora casi todos llaman tauromaquia. Y entre tanto quiebro y requiebro, tanto será o no será, se nos ha pasado el año, se nos ha ido la posible temporada con lo que iba a ser y no fue.

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miércoles, 7 de octubre de 2020

Lo que cuenta una retirada


 

¿Te vas? Si decides volver, aquí te espero

Siempre llega el momento de decir adiós, nada es eterno, pero hay muchos matices si nos acercamos al cómo y cuándo hacerlo. En el cómo, se puede hablar de un apartarse en silencio, de un apartarse porque te empujan, bien sea por las circunstancias o por los circunstanciales. Se da el irse entre el clamor de muchos que nunca desearían que ese corte de coleta fuera definitivo. También hay retiradas que han pasado a la historia del toreo, como la de Bombita o Marcial, que tanto deseaba para si Antoñete. Y otras como la del propio maestro del mechón, que tras una carrera irregular y unos últimos años plenos de magisterio, se zanjó con un enorme fiasco ganadero que la afición de Madrid ignoró y pasando por encima de todo reglamento y palcos presidenciales, se aferró sin complejos a la justicia y al sentido común, reventando la puerta de Madrid para sacar en volandas a quien tanto lo merecía. Otros, hasta se han despedido una vez y otra más, porque sí, anunciando varias veces que esa era la última tarde; demasiadas últimas tardes quizá. También los ha habido que han tenido que decir adiós desde la cama, porque allí les postró el toro. Y hasta hay retiradas que suceden súbitamente por un arranque de orgullo, de rabia, de vergüenza torera o por el destello de un momento de clarividencia, dónde el torero se da cuenta de que ya no hay más camino que recorrer; que no han sido pocos los que en mitad del ruedo se han arrancado el añadido y han dicho hasta aquí.

 El cuándo es quizá lo más difícil de decidir. ¿Cuándo ponemos fin a una carrera? Pues ahí entran en juego muchas variables. No cabe duda que lo mejor es poder decidir ese cuándo, el poder escoger el momento, la plaza, la compañía. Que los asistentes tengan plena conciencia de ser testigos de un acontecimiento de dimensiones extraordinarias. Ese torero que en plena madurez dice adiós, incluso contraviniendo los deseos y voces de sus fieles. Eso sí, en esto también influye mucho la personalidad del espada. Que a unos les va el boato y una parafernalia exagerada para después llenar páginas y páginas de la historia del toreo y otros, un domingo por la noche, en mitad de una entrevista, así, sin más ni más, le sueltan al entrevistador que se retira de los ruedos, que cuelga el traje de luces para siempre, sin casi dejarle tiempo a su interlocutor a que se medio recuperara del shock. Ya digo, cuestión de personalidades. Pero ya digo que esto de poder elegir es cosa de privilegiados, que también los hay que antes de pensar en dejar los toros, los toros le abandonan a él y no pueden ni pensar en colgar el traje de luces, porque ya lleva demasiado tiempo colgado y sin esperanzas de que vuelva a bajarse de la percha, si no es para limpiarlo y quitarle el polvo. Lo que no quiere decir ni mucho menos que estas retiradas forzosas y en silencio, no estén llenas de dignidad y vergüenza torera, porque si no se puede, no se puede y punto.

 Pero quizá esas formas de irse del toro no sean norma habitual de estos tiempos, que ahora parece que ha irrumpido una variedad más, la del ahí os quedáis con vuestras miserias y me dejadme en paz o la de escapar de la quema, no vaya a ser que la cosa se ponga fea y me pille de lleno el vendaval. En el primer caso, uno se retira, pero un poquito, me voy, pero cuándo me interesa vuelvo, lleno la saca a rebosar y ya si acaso ya me paso a firmar el finiquito. ¿Y quién puede hacer eso? Pues muy simple, un privilegiado que puede hacer lo que le dé la gana, porque vaya o venga siempre llena y de momento no tiene, ni se le espera, un competidor que le pueda hacer sombra. Y no creo que haya que dar nombres, ¿verdad? Eso sí, retirado y todo, los aficionados le siguen esperando con la misma fe que los apóstoles esperaban la vuelta del maestro al tercer día. El segundo caso de retirada es el de pies para que os quiero, el de esto no se sabe adónde va a desembocar y antes que se me complique la situación, voy y me hago a un lado. Que siempre habrá quién lamente una retirada, pero también puede ser que el aficionado se quede cómo estaba, que le dé lo mismo si se va o se queda, aunque también los habrá que descansen y digan eso de tanta paz lleves como tranquilidad dejas. Que se ponen a echarle cuentas al torero en cuestión y lleguen a la conclusión de que tras muchos años de alternativa no dejan nada en la fiesta, no han aportado nada a los toros. Que como gran mérito solo cuentan el haberse apuntado una vez a la de Miura en dos décadas de alternativa. Y que todo el recuerdo que deja sea el pasarse el toro por delante y por detrás o afirmar que a él, matador de toros, le daba pena tener que estoquear a los toros. ¡Vaya legado! A propósito, que igual no les ha llegado la noticia, pero parece ser que Sebastián Castella se ha retirado de los toros. ¡Caramba! Quizá ahora, tras conocer la noticia, podemos sacar nuestras propias conclusiones y detenernos un momentito para leer lo que cuenta una retirada.

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miércoles, 30 de septiembre de 2020

Indultos o indultitis

El indulto debería ser para toros excepcionales, porque todo lo que no sea es, es abaratarlo y minar los fundamentos y esencia de la fiesta


 Ya son unos meses de sobrellevar la carga que está suponiendo esta atípica, extraña y nunca deseada temporada taurina. Que son muchos los elementos que la hacen especialmente rara, entre ellos el querer hacer de ella un rosario de triunfos, como si el paseo de un moribundo por la habitación nos hiciera pensar que el paciente se va de jarana en cuanto le traigan ropa de calle. Y esa supuesta buena salud parece que se quiere ver reflejada en el excesivo número de indultos. Que a nada que nos descuidamos, ya está en el tendedero el pañuelo naranja y en el caso en que el usía de turno diga que nanay y ese gesto con la mano de a matar, ya se monta la marimorena. Ya tenemos a los taurinos hablando de robos, de injusticias, de antitaurinos en los palcos, de poca vergüenza, de democracias y del sentir del pueblo, todo a la vez, mientras el ganadero lo mismo anda trepando por las tapias de la plaza para alcanzar el palco, que se pone a vociferar y gesticular allá dónde le pille, como si se le hubiera metido una avispa por el cuello de la camisa.

 Que ahora parece que sin indultos no hay fiesta, se ha convertido el indulto en la cumbre máxima de la fiesta y tomando el rábano por las hojas, resulta que lo convertimos en señal evidente de nuestra humanidad, pues no se mata al toro y se le permite volver al campo con la familia. Pero claro, si somos humanos y buena gente cuándo se indulta, ¿qué somos cuando no? ¿Unos villanos, malotes y desalmados pero que calmamos nuestra mala conciencia devolviendo a un toro a la dehesa? Quizá demasiado simplista, ¿no? Más bien parece que el sentido del indulto, como otros tantos aspectos de la fiesta, se ha desvirtuado y reinterpretado según unos criterios de modernidad que obvian en gran medida los fundamentos sobre los que se construyó el rito. Y si nos entretenemos en mirar y rebuscar opiniones de gentes que no solo viven del toro, sino que además lo crían, puede incluso que se nos abrasen los circuitos y entremos en un profundo coma taurino. Y baste un ejemplo, la opinión de uno de los nuevos gurús de la tauromaquia, don Justo Hernández, propietario del hierro de Garcigrande, se nos despacha con: “Pienso que un toro indultado no tiene por qué valer siempre para padrear”. Fin de la cita. ¿Entonces? ¿No se suponía que la intención era aprovechar un toro excepcional para mejorar la cabaña y no perder su simiente camino del desolladero? Pues según este señor, al que ahora resulta que los de luces quieren aparatar porque no pueden con sus toros, que por otro lado no pasan ni con aprobadillo bajo el primer tercio y que supuestos aficionados exigentes concienzudos y maxiexigentes alaban sin pudor, decide que lo del indulto es el fin y no la consecuencia de todo este tinglado que llamamos “los Toros”. El mismo que aboga por abolir los reglamentos y que afirma que en el caballo no se puede medir la bravura, que igual hasta es verdad, pero lo que está claro es que es el método más próximo para al menos intentar adivinar tal condición de un animal, que tampoco vamos a ponernos absolutos, pero…

 Que igual es que uno no está demasiado familiarizado con este presente que nunca habría imaginado en el pasado, pero así vamos. El indulto se convierte solo en un premio, o supuesto premio, para un ganadero y punto. Que luego ya verá él si manda al indultado al matadero, al taxidermista, a un zoo o a Hollywood para que interprete a Ferdinando en una nueva versión con actores reales. Que parecerá una melonada, pero bueno, si lo pagan bien. Que ya me veo al señor Hernández con su indultado de la mano presentándose en la premier de la película en los cines de la Gran Vía de Madrid. Aunque pensándolo un poquito, tampoco sé de qué me extraño, pues esto no parece más que una consecuencia de lo mucho que llevamos rodado. Si el puro fundamento de la corrida de toros ha pasado de ser la lidia de un toro fiero, agresivo y encastado a ser un acto en el que el objetivo sea que un animal colabore y se entregue para que el de luces obtenga trofeos a troche y moche… Poco más se puede añadir, ¿no? O igual sí. Que algo hermoso, útil y excepcional se convierte en otra cosa, un engendro ausente de sentido y vulgarizado por esa absurda cotidianeidad que no se sostiene.

 Ahora resulta que vamos a tener que ir a los toros a pasarlo en grande, a hacer una gran fiesta, todo júbilo y jolgorio. Que igual alguno se me escandaliza, alguno de esos que dicen que van a los toros a emocionarse, esa cantinela tan repetida una y otra vez, que la han vaciado de contenido, especialmente porque los hechos son los que descubren a los aspirantes a emocionarse. Se emocionan al ver a un señor trapaceando sin freno, da igual de qué manera, a un animalito que va y viene detrás de la zanahoria, para culminar con la locura, con su verdadero porqué de esta fiesta, primero el indultar al toro y después pedir tantas orejas que no habría sonotones en el mundo para cubrirlas. Eso sí, no les pregunten por lidias, por tercios de varas, ni nada de nada que se salga de su corrosivo triunfalismo. Igual hasta se ofenden y te mientan a la madre. Que son así de sinceros los amigos. Y mientras, los demás, los que no entendemos nada de nada de esto, nos debatiremos entre hablar de indultos o indultitos.

 Enlace programa Tendido de Sol del 27 de septiembre de 2020:

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martes, 22 de septiembre de 2020

Y nos llamarán…

 

La suerte suprema, esa que el señor Pinar intenta esquivar, porque un pegapases mo llega más allá de los trapazos 


 
En momentos de ofuscación cualquiera puede decir cualquier cosa, que el calentarse es lo que tiene. Nos acaloramos, nos encendemos y es como si se nos desconectara la boca del corazón por unos instantes. Eso creo que siempre puede tener perdón, si las disculpas son sinceras, si todo es producto de eso, un momento de cables cruzados. Pero hay veces en las que esa conexión se hace más intensa y lo que brota como un volcán en forma de palabras, o palabrería, es lo que de verdad siente la persona, lo que quizá lleve tiempo censurando, porque si se enteran de los sentimientos reales, igual uno empezaría a tener mala fama, muy mala fama.

 Que el bueno de Rubén Pinar, quién heroicamente fue el ejecutor del último indulto a un Victorino, se desbocó en un programa de radio y a todo aquel que no estuviera de acuerdo con tal indulto le regaló un calificativo poco edificante. Porque las madres siempre tienen culpa en lo que hacen los hijos, en si no saludan a las visitas, si meten los dedos en el plato, si hacen ruido al tomar la sopa, si no ceden el paso a las personas mayores, sin no son considerados con los demás, esas cosas que las madres y los padres, por supuesto, deben enseñar a sus crías en la edad temprana. Pero hombre, el que no estén de acuerdo con un indulto. Es responsabilizar en exceso a las madres del mundo. Eso sí, lo que parece que Rubén Pinar no aprendió en su infancia es a no ser desconsiderado con el prójimo, a entender que no todo el mundo coincide con las ideas propias y que estas ideas hay que, si no respetarlas, al menos no despreciarlas. Porque sí que es verdad que hay ideas que no admiten el más mínimo respeto, sobre todo las que se basan en el no respeto e intolerancia hacia el vecino.

 Poco ha tardado en emitir un comunicado el señor Pinar pidiendo disculpas por sus palabras. Disculpas aceptadas, lo que no quiere decir que no tengamos en cuenta sus pensamientos más íntimos, que por otra parte no son de exclusividad suya; es más, aunque lo oculten es una idea muy extendida entre los taurinos, entendiendo como tales los que viven del toro y los palmeros de los que viven del toro, que no para el toro. Que hay qué ver cómo se ponen por no bailarles el agua. Que no es que les lleves la contraria, les basta con que no muestres tu absoluto acuerdo con sus ideas y ocurrencias, para que renieguen de ti y te aparten como si tuvieras la peste o como si fueras portador del COVID 19 y les fueras tosiendo en la chepa sin parar. O conmigo o contra mí, a veces defendiendo intereses ajenos, esperando que el poder le reconozca los méritos y algún día se lo recompensen, pero aparte de no haber tanta recompensa para tanto arrastrado de la vida, bien les vendría saber un poquito de historia y recordar aquello de ”Roma no paga traidores”. Se vacían con el que a la postre es quién les paga y aunque intenten hacer como si no existieran esos que no son de su cuerda, están, son y hasta seguirán siendo los que alimenten este negocio. Eso sí, siempre habrá palmeros, periodistas y hasta directoras de programas, que no solo no se inmuten al escuchar semejante exabrupto, sino que hasta le reirán la gracia al chico. Vaya con los libros de estilo de los medios de comunicación. Parece que se los van pasando hoja a hoja por ese lugar tan…

 Que mal está recordar las madres y ponerlas cómo y dónde nunca debieron estar, pero por si quedara alguna duda de la condición de este caballero, el señor Pinar, por si alguien pudiera pensar que fuera un calentón y nada más, a pesar de que la situación era de lo más amistosa, aún le quedaba una perla. La prueba del nueve que no deja lugar a dudas de lo que lleva dentro y de la idea que tiene del ser humano. Sin venir a cuento suelta que estos señores a los que les mentó la madre, no dudan en ponerse sensiblones cuándo un torero cae en la arena. ¡Vaya! El típico recurso del que piensa que todos los humanos están hechos de su misma pasta. No, hombre, no. Quizá que lo venga a decir un ignorante, alguien que asoma por una plaza de toros de higos a peras, pues no es bonito, pero bueno, no se les tiene en cuenta y punto. Pero un señor que se supone que sabe lo que son los toros, lo que se vive en una plaza, un señor ya con ciertos años de experiencia que vaya y diga esto, pues no da señales de que uno pueda fiarse demasiado de él, porque lo que alimenta en su interior, brillante, lo que se dice brillante, no es. Que luego será el primero que exija respeto cuando un aficionado le afee el no saber qué hacer con un toro, el que aburra al mismo tedio con esas eternas faenas de trapazos, trapazos y más trapazos. Pero claro, si no entiende que el que paga puede opinar de acuerdo a criterios taurinos, si no llega a interpretar el sentimiento de nadie al ver o saber de una cogida mortal, no esperemos que sepa lo que es el toreo. Es mucho pedir y a veces el error no es suyo, sino de los que quizá por un momento le creímos matador de toros, sin enterarnos que simplemente es un vulgar trapacero pegapases que no se viste de torero, más bien se disfraza de ello. Que no es lo mismo investirse de, que disfrazarse de. Y cuándo se crea una tarde cualquiera que está sublime, habrá quién le diga que así no, que eso es una mascarada impropia del toreo y entonces él y sus corifeos se ofuscarán mucho y nos llamarán…

 Enlace programa Tendido de Sol del 20 de septiembre de 2020:

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martes, 15 de septiembre de 2020

Tauropía, una isla en tierra de nadie



Aislados, esperando que llegue la gloria


Parece evidente y quien no lo vea es que no quiere verlo,  que el mundo está, si no desquiciado, sí descolocado, sin saber para dónde tirar. Y si el mundo está cómo está, qué podemos decir de los toros. Si en el mundo unos tiran para acá y los otros para allá, en los toros unos no saben para dónde tirar y los otros para lo suyo, pero exigiendo, y de qué manera, que tires tú también, que no hay más mundo, más solución que lo suyo. No hay más futuro que el que ellos quieran, aunque la evidencia nos diga que por el camino que ya habían tomado hace tiempo, tal futuro se diluía a muy corto plazo. Eso sí, los que parece que igual no tiran de la cuerda para ellos, quizá con otras maneras, también lo hacen, con esa sutilidad del “haz lo que quieras”, pero nada que pueda contrariarme.

Son malos tiempos para las minorías; de hecho, siempre han sido malos tiempos para estas, pero ahora parece que o blanco o negro, sin admitir el menor guiño a lo que unos consideran blanco o negro. Que en la mayoría de los casos, la ignorancia hace que unos u otros no acaben de saber que hay cosas sin color, si acaso, el color que marquen los sentimientos de cada. Pero puede que en unos y otros impere ese sentido de simplificarlo todo, etiquetar a diestro y siniestro y así poder rechazar de plano cualquier cosa que se nos ponga delante, sin tan siquiera mirar la mercancía, se mira la etiqueta y andando. Que les daría lo mismo que se les ofreciera la octava maravilla del mundo, que ellos la cubren con un velo de prejuicios que solo les permite ver la etiqueta. Como si estuviéramos en las rebajas de enero, se mira la etiqueta, se ve el precio y si es barato, a la bolsa. Que a lo mejor es una chaquetita para un bebé y el comprador mide casi dos metros, pero a euro y medio no se puede rechazar. Y lo mismo en sentido contrario, un magnífico Goya con una escena de su tauromaquia, pero a cien euros. ¡Aaaah! Eso no, se sale de mis parámetros y no lo puedo admitir.

Hay que cumplir lo que dice la mayoría, hay que seguir las normas del grupo, no se puede distorsionar el rebaño y que mientras todos pacen en un lugar, que haya uno que se vaya seis palmos más allá porque la hierba sea más sabrosa. Si se paran a pensar, ¿quién no pertenece a alguna minoría? Basta que a usted le gusten las motos de carreras, ya es algo que no gusta a todo el mundo, o si colecciona sellos, monedadas, abanicos, si escala montañas, si pasea por el monte, si es amante de la música barroca, si le gusta el cine japonés, si… Lo que quieran y hasta me podrán decir que son muchos los que comparten su afición, pero no son mayoría. Es más, el mundo seguiría girando sin esas minorías. O quizá no, bueno, sí, pero seguro que el mundo no sería lo mismo; las mayorías serían más potentes, quizá hasta más sólidamente unidas, pero, ¿sería esto mejor?

Pues ahora pónganse a pensar en el mundo de los toros. ¡Carambaaaa! Aquí no sé si tenemos dos mayorías o una mayoría con poder, una nebulosa de seguidores que siguen los dictados del poder y luego, allí a lo lejos, unos que luchan contra ese poder y al que esta mayoría, incluidos los de la nebulosa, se empeñan en arrinconar. ¡Fuera, quita bicho! Que ya pueden gritar que para dónde corren tan frenéticamente hay un acantilado de miles de metros y desde donde no se ve el fondo, que no se sabe si es acantilado al borde de un mar bravío o son las puertas del Averno. Pero nada, que se callen y no nos perturben nuestra feliz y alegre carrera hacia donde nos marcan los que manejan todo esto, sin caer en la cuenta que estos, como si fueran dibujos animados, al final del trayecto tienen ya preparada una rama de un árbol para agarrarse en el último momento y ver como todos los del rebaño se despeñan, muy felizmente, pero se despeñan. Y luego echarán la culpa a un tercero por no poner ramitas para todos. ¿Cabe mayor descaro?

Y los del rincón, ahí están, en tierra de nadie, pero que al ver como algo que ellos tanto amaban se despeñaba, hasta les darían ganas de dar ese definitivo paso adelante y abrazar el abismo por decisión propia. Quizá para estos habría que imaginar, pensar y crear una isla en el Mediterráneo en la que se criara el toro bravo, fiero y encastado, esperando a un héroe dispuesto a ponerse delante sin ventajas, con verdad, dispuesto a conquistar la gloria, a hacerse rico, ¿por qué no? Y a raptar el sentido de todos los que se reunieran en esa enorme plaza en mitad del mar, en la que nadie te llamara ninguna barbaridad por gustarte los toros, por exigir el toro, por esperar el toreo eterno, sin que cuestionaran ni si tus ideas son de aquí, de allí o más hacia un lado u otro, ni tus opiniones, que nadie te dijera eso tan feo de si tú te has puesto, si no te has puesto, ni tan siquiera eso de tan mal gusto y pocas entendederas de “disfruta lo votado”. Pero igual estamos pidiendo demasiado. Lo mismo tendríamos que empezar a darles vueltas seriamente a lo de imaginar, pensar y crear una isla en el Mediterráneo, quizás Tauropía, una isla en tierra de nadie.

Enlace programa Tendido de Sol del 13 de septiembre de 2020: