miércoles, 25 de octubre de 2017

Suprimamos la suerte de varas


Aunque haya a quién no le parezca bien, preservemos el primer tercio, exijamos una suerte de varas íntegra, exijamos que nos permitan ver al toro en el caballo, que no nos quiten una tercera parte del espectáculo.


Cada día me felicito más por no tener la costumbre de ver el panfleto taurino que una vez a la semana se emite en la televisión pública, esa que controlan unos señores que dicen que defienden la fiesta de los toros. De verdad, no sigan defendiéndola, porque me veo que en dos patadas cierran las plazas de toros y las convierten en macrodiscotecas para goce y disfrute del personal. Aunque quizá no tengamos que quedarnos en que los señores de la tele digan ahora que los toros ya salen picados o que no les importa el castigo que se infrinja al toro. Quizá el origen de todo esto tengamos que ir a buscarlo a aquel lejano 1992, en que el señor Corcuera, que se decía aficionado, permitió la reducción de tres a dos varas, porque a los toros les costaba ir tres veces al caballo, así que con todo su sentido común, el suyo, se legislaba en favor de un puyazo menos, en lugar de hacerlo para que se cumpliera el reglamento vigente en aquel momento, tres puyazos en plazas de primera y dos en las demás. Y mire usted por dónde, que la “evolución” en la cría del toro de lidia, ahora nos dice que una vara o incluso ninguna. Y ya puestos, ¿por qué no modificamos las banderillas y las ponemos velero? ¿Por qué no hacemos que el toro sea de tres años, luego de dos, luego de uno y luego un bonito carretón patrocinado por aceitunas la Española y empujado por el Jacin, que siempre tuvo mucha chispa? 

Pero si aún no estábamos ya rebosados de todo, hay que escuchar las sesudas opiniones de supuestas voces autorizadas. Empezando por una señora veterinaria de la plaza de Murcia, que con ese donaire mediterráneo, aunque igual es Navalperal del Sonso, afirmaba que a la gente no le gusta que piquen a los toros, que pitan cuándo va al caballo. ¿Una señora veterinaria taurina suelta semejante… cosa sin abochornarse, ni ponerse ni un tantico así colorá? Que solo espero que el paisanaje murciano no se lo tome en cuenta, pues igual tilda de menguados mentales a toda la provincia y ofendería menos, pues todavía se podría tomar como un insulto y aún se podría echar mano del no ofende quién quiere, sino quién puede; y está claro que esta señora no puede. Ella simplemente se limitaba a contar una barbaridad como si el público de la Condomina no diera para más ¡Válgame! Pero, ¡ojo! Que la cosa no acaba aquí, que aún va el señor presidente y en ese empeño de arreglarlo, lo condecora para una fiesta, que suelta lo mismo, que el público pita, pero aclara que el aficionado no. Moraleja, que a los memos que no saben se la podemos meter hasta la cepa, que no se enteran. Eso sí, a los señores aficionados no, que esos saben lo que se traen entre manos. Muy bien, señor presidente, o sea, que cuándo usted se sube al palco no lo hace para hacer cumplir el reglamento, salvaguardar la integridad de la fiesta y defender los intereses de todos, aficionados y asistentes eventuales a una plaza de toros, sino para ver si se la cuela, bien colada. Pero si a quién se hace caso es al público, ese que tantas veces dicen que es soberano y por agradarle se obra en contra del reglamento, en contra de esos aficionados que supone que saben, entonces está actuando deliberadamente incumpliendo una norma. ¡Caramba! Y esto dos autoridades de una plaza de toros, la señora veterinaria, cuyo criterio, el buen criterio, se hace imprescindible no solo en las operaciones previas a la celebración de un festejo, sino, también, durante el transcurso de este. Y el señor presidente, al que se supone garante del buen nombre y buena fama de la fiesta de los toros. Pero tranquilos, que si esperan que sean los señores de la prensa los que les censuren sus actuaciones y les pongan los puntos sobre las íes, búsquense acomodo, porque ya saben como opinan, que total, ¿para qué el caballo? Si ya sale el toro picado, nos lo evitamos y si en lugar de picar se hace que se pica, pues también vale. Y se quedan más anchos de Pacorro en una tinaja.

Afortunadamente, a su manera, Sebastián Castella puso un poco de sentido común, de cordura, en este galimatías de la estupidez auspiciado y proyectado al mundo por ese programa de toros de la televisión pública estatal. Pues bien, el matador francés aparte de justificar las caídas de los toros como un síntoma de bravura, que eso es otra cosa que nos podría explicar, aunque en según que casos, hasta le doy la razón, admitió la necesidad irrenunciable del tercio de varas, la necesidad de picar a los toros y no para quitarle fuerzas, que es otro de los peregrinos y simplones argumentos de los seguidores de la Tauromaquia 2.0, sino para asentar al animal, para ahormar las embestidas., algo a cumplir en todas las plazas en las que se den corridas de novillos y de toros, además de eso ya tan en desuso de ver la bravura y esas cosas que decían los antiguos. Pero si prescindimos de esto, al final va a ser que es verdad que se creen que lo del caballo es para quitarle fuerza al animal y ya puestos, si el toro sale ya picado, si sale sin fuerzas, si sale arrastrándose, podremos concluir que este será el fin de la fiesta, pero de momento vayamos corriendo a dar gusto a tanto taurino sin afición, que solo busca engrosar su bolsa y no le demos más vueltas, antes de que todo acabe, suprimamos la suerte de varas.


Enlace programa Tendido de Sol del 22 de octubre de 2017:

miércoles, 18 de octubre de 2017

La expansión y el recogimiento


El recogimiento que lleva a las proximidades , increíbles proximidades y en definitiva, al toreo

Dicen que en el toreo se hace necesaria una evolución, y lo que esos llaman evolución, otros no dudan en llamarlo degradación; dos mundos enfrentados y difícilmente condenados a entenderse, pues hay cosas que son que no y no hay que darle más vueltas. El Polo Norte no puede encontrarse con el Polo Sur, que por mucho que nos empeñemos, cada uno está, y nunca mejor dicho, en el polo opuesto. Unos parecen vivir la fiesta de una forma expansiva, rebosante, sin reparar en signos externos que les ayuden a manifestar su taurinismo, lo mismo luciendo en los puños de sus camisas el rosa de los capotes, que pasear bolsos de señora confeccionados con la misma tela, que enfundarse la camiseta de la peña el Julipie de Tortaporquera, que ponerse de tono del móvil un sonoro y repetido ¡Bieeeejjnnnn torero bieeeejjjnnn!  Otros prefieren vivir su afición de una forma más discreta, con más recogimiento y, tal y como están las cosas, hasta con grandes dosis de resignación. 

Pero esto es solo pura apariencia y las formas en que cada uno lleva esta afición/ pasión/ religión/ vaya usted a saber. Esto va más allá. El toreo actual parece ser expansivo por naturaleza, empezando desde la salida del toro a la arena, desde el momento en que los “profesionales” no son capaces de fijarlo y le dejan a su aire, correteando por el ruedo; hace unas décadas eso podría convertirse en un problema, por aquello de que el toro igual se orientaba, pero eso le pasa a los encastados, a estos de ahora ya le puedes meter una guindilla por la oreja, que como si nada. Tan expansivo resulta todo esto, que no pasa nada porque a un toro le pique el picador de tanda y el que guarda la puerta, eso en el caso en que el ruedo permita que salgan dos picadores y que tras un primer `picotazo no se esfumen los dos pencos como un soplo en el aire. Hasta el toreo de capote se ha contagiado de estos aires expansivos y el casi olvidado toreo a la verónica ha mutado en exagerados volatines de telones al aire, que provocan el entusiasmo general de público y transeúntes taurinos. Para acabar con la faena de muleta, que a veces, solo a veces, parece querer ser una continuación de los aspavientos capoteros, continuándolos con vistosos banderazos al aire, mientas el animalejo pasa por delante, por detrás o por dónde caiga. Eso sí, el señor aventador solo tiene que parecer que no se menea, aunque un segundo antes haya pegado un respingo para hacer a un lado y si se retuerce ostensiblemente esquivando la embestida, mejor. Entonces ya nos expandimos todos. Mientras el toro pase, da lo mismo por dónde pase, ni cómo lo haga o cómo le manden, si es que hay quién le mande. El agradecido público se felicita al ver cómo esa expansión recorre todos los tendidos, mientras el oficiante de turno se dedica a extender mano, brazo y trapo, para que el animal pase lejos, muy lejos, cuánto más lejos mejor, que será para ocupar mucho espacio, que para eso está el ruedo, para pisotearlo en toda su extensión, lo primero es la expansión, expansión física y de ánimo; voces, algarabía, ademanes exagerados, aquí tiro las zapatillas, que se sepa que por allí pasó el maestro, hay que dejar huella y como to0do es llegar lejos, hasta las estocadas muestran su fidelidad a esta nueva filosofía, olvidando el hoyo de las agujas y en su afán conquistador, llegar cerca de mitad del lomo del lomo del toro. Y una vez que el animal dobla, rienda suelta a esa expansión indómita, alborear de pañuelos, con una, con las dos manos, hay que cubrir tendido y cuándo el usía saca el pañuelo blanco, entonces la expansión pasa a convertirse en orgía, eso sí, muy expandida.

Y parece mentira que todo esto tuviera su origen en un precepto absolutamente contrario a esa locuaz y dicharachera expansión. Todo nace a partir de un profundo recogimiento, del afán de medir todos los aspectos de la lidia. De salida había que recoger al toro, fijarlo y evitarle correrías innecesarias, con esa obsesión por los terrenos, que el toro no se oriente, pocos capotazos, bien colocado ante el caballo, castigo medido, lances los justos, un pase por cada par de banderillas, si no hay más remedio y las faenas de muleta, que adquirían valor y su máxima expresión si esta se desarrollaba en dos palmos, había que mandar y someter, impienso que el animal marchara por el ruedo a su libre albedrío. Muletazos metiendo el toro para adentro, justo para el siguiente y en un “na” y menos ligar el natural con el de pecho, pero todo muy recogidito, casi consiguiendo que el azabache del toro y el oro de los alamares se fundieran en uno. Hasta los olés parecen salir explotando y rompiendo ese recogimiento, contrariamente a esos expansivos “¡Bieeeejjjnnn torero bieeeejjnnnn!”. Para terminar con una estocada en todo lo alto, en el mismo hoyo de las agujas, todo muy recogidito, dónde apuntaron los puyazos, los garapullos y la estocada final y certera, rubrica del verdadero arte del toreo, el clásico, el eterno, pero que no logrará, afortunadamente, que nunca sea lo mismo, por mucho que se empeñen,  la expansión y el recogimiento.


Enlace programa Tendido de Sol del 14 de octubre de 2017:
https://www.ivoox.com/tendido-sol-14-octubre-de-audios-mp3_rf_21468086_1.html

miércoles, 11 de octubre de 2017

El indulto apuntilla a la fiesta  

Aunque muchos no lo crean, quizá la estocada sea la mayor garantía para indultar a la fiesta.


Nos quieren convencer de lo conveniente de los indultos, de lo que estos engrandecen y benefician a la fiesta, no sé si a la de los toros o a la de Blas, con las consiguientes copas de celebración, igual es eso. Pero como ocurre con otras muchas tendencias de la modernidad, tampoco hay muchos más argumentos que respalden este hecho y mucho menos algunos que aporten solidez. Los hay que quieren tirar de lo de perdonar la vida al toro en el ruedo, para que vean lo buenos que somos, pero claro, este es el argumento de la manta corta, que si te tapas los pies, no te tapas los hombros y si te tapas los hombros, no te llega a los pies. Lo orondos que se ponen con esto de devolverles a la finca, cuánta bondad en los aficionados, pero, ¿Y cuándo no? ¿Qué ocurre cuándo el toro se lo llevan las mulillas? ¿Entonces somos unos crueles sin alma, cómo nos pintan los que no entienden la fiesta? Por favor, pensémonos las cosas, no vaya a ser que ciertas defensas que son un tiro en el pie.

Viendo los indultos de los últimos tiempos, lo único que parece seguro es la perpetuación del borrego zanahoriero, bobón, dócil, con el que a poco que nos descuidemos, acabará posando el maestro de turno. Animales despojados de casta, genio y las complicaciones propias del toro de lidia. Con esto solo se aseguran su futuro las figuras pegapases, los General Manager de las factorías bovinas de productos taurinos. Un poquito de rigor, que se puede entender que los vividores, sicarios y palmeros del sistema se deshagan en elogios, sobre todo si el indultado es de una ganadería “simpática”, pero, si el propio aficionado jalea este fraude, igual hay que empezar a pensar en eso del síndrome de Estocolmo o en cosas peores y más feas. Que no me vale eso de que el público es soberano y hay que tragar. ¡Ojo! Que se avecina otro cartuchazo en el pie, en el otro pie. Que hubo un tiempo en el que el linchamiento era considerado un ejemplo de soberanía popular y quizá lo que a algunos les impulsó a hacer leyes y reglamentos, para frenar esa soberanía de las masas, más teniendo en cuenta cuándo estas se ponen a impartir justicia en mita de la locura colectiva. 

Esto ha adquirido unas dimensiones, que hasta dudo que los ganaderos empleen a los indultados para padrear, eso si que sería un tiro en el pie, pero así, apuntando directo al juanete; y si lo hacen… entonces solo nos queda rogar al destino por un tsunami selectivo en ciertas fincas y que la gran ola se llevara primero de todo al General Manager de ciertas factorías bovinas de productos taurinos. Espero que esto de los indultos no sea más que una galería de trofeos para exhibir y de los que alardear en reuniones sociales, para poner plazas y azulejos por esas plazas de Dios y para que los más concienzudos recuerden el nombre del indultado y en caso de discusión, tirar de ello como ejemplo de animalito dócil y cansino en su ir y venir detrás del trapito. O para grabar horas y horas de vídeo del traslado al campo, de las curas, de la recuperación del animal, de cuándo le pusieron la primera vaca a tiro y, años después, para contar cómo transcurrió la vida de aquel toro indultado en tal plaza, tal día, a manos de un tal Fulanito de la Parra.

Quizá estaría bien que se impusiera como requisito irrenunciable el que el toro acudiera al menos tres veces al caballo, que no sé si serviría para algo, porque vean el caso que se le hizo a aquello de indultar solo en plazas de primera, pero bueno, igual algo frenaba los impulsos pañoleros. De acuerdo que así no habría indulto que echarse a la cara, pero lo mismo, si se logra convencer a los telecharltanes, hasta se podría acabar convenciendo al personal que sin caballo, no hay perdón. Que no se piensen que estoy en contra de los indultos porque sí, ni mucho menos; sería una lástima desperdiciar un torrente de bravura tras superar con matrícula de honor el examen de la lidia en una plaza, pero siempre y cuándo esto sea así, que cumple con creces el primer tercio, el segundo y el de muerte y en plazas de primera. Que entiendo que en Brazatortas del Tropezón también se creen con derecho a tener su indulto el día de la fiesta mayor, pero igual que tienen que entender que no es posible, aunque tengan derecho, a tener su línea de metro para tres estaciones, ni que en el polideportivo municipal se juegue la final de la Champion, ni que al lado de las escuelas les pongan el mar, con su playita y todo, en ese pueblo de la provincia de Ávila, ni tantas y tantas cosas a las que seguro que tienen derecho, pero que chocan con el buen sentido común. Que esta euforia solo provoca que muchos aficionados se opongan a cualquier tipo de indulto, que estos pierdan su carácter extraordinario, precisamente por no serlo con ciertos toros, que tengamos que soportar esas imágenes bochornosas de toreros suplicando no coger la espada, desoyendo a la autoridad, enfrentándose a ella o ver como un torero retirado e idolatrado trepa a un palco para exigir el pañuelo naranja. Que igual lo que algunos creen que es una “propaganda” magnífica para la fiesta, otros puede que no vean otra cosa que vergüenza, bochorno y falta de respeto absoluto a la misma fiesta, al toro, al aficionado y al sumsum corda. Y es que, aunque no se lo crean, el indulto apuntilla a la fiesta.

Enlace programa Tendido de Sol del 1 de octubre de 2017:

miércoles, 4 de octubre de 2017

Victorino, el ganadero artista


Sería injusto quedarnos solo con el recuerdo de Belador, cuándo Victorino Martín echó toros mejores que este, pero sirva como símbolo de lo que fue.

Corrían los años sesenta, cuándo un señor de Galapagar se encontró tirado en una acera un lienzo hecho jirones, con el bastidor descuajaringado y con un futuro próximo que solo apuntaba al matadero. Lo que un día fue una obra maestra de la ganadería, estaba a punto de sucumbir para siempre. Y fue este caballero de la sierra madrileña quién decidido se puso a restaurar la tela, a sanear y encolar las tablas y que después de años de minuciosa labor de restauración, presentó su obra ante la cátedra de Madrid. Una pintura nueva, con toques de arte clásico, con una fuerte carga de casta y bravura, solo apta para manos poderosas, templadas y con dominio. El 10 de agosto del año 69, deslumbró la luz de aquella pintura, llevando un vendaval de frescura al verano madrileño, cuándo los veranos de Madrid eran algo serio. 

En su estudio de Galapagar siguió creando, toros de bandera para el toreo clásico o alimañas que medían con exactitud la dimensión de los toreros. El arte del antiguo Albaserrada se iba abriendo paso y cada exposición se convertía en un acontecimiento en el mundo de los toros. Madrid entregado a su arte, mientras él, el ganadero, empezaba a pasear su socarronería e ingenio de hombre de campo, detalle que cuidó y se preocupó en alimentar. Le gustaba contar que para ir a los toros tenía preparado su traje, encorbatado, para ir a la meseta de toriles, haciendo brillar sus piezas de oro a cada sonrisa. Con su traje de gala y todo, salió a hombros junto a uno de los que mejor supieron ver su obra, Ruiz Miguel, y en el año 82, quizá el hito más destacado de su historia y uno de los más sobresalientes de la historia del toreo, aquella “Corrida del Siglo”, en la que “el Paleto de Galapagar” salió en volandas camino de la calle Alcalá de Madrid, junto al ya nombrado Ruiz Miguel, José Luis Palomar y Luis Francisco Esplá. Fue el uno de junio y con la televisión en directo, que entonces no había tele todos los días, ni afortunadamente había ex matadores comentando las corridas. 

La entrega de la afición, de la sociedad del momento, mucho más cercana a los toros, era absoluta. Victorino ocupaba portadas, programas de radio, de televisión, tertulias de bar, en la oficina, en el metro, el paleto era el amo. Y ese mismo año como en otras ocasiones, presentaba un toro a la concurso de la Corrida de la Prensa, pero con una expectación extraordinaria. Los medios se entretuvieron desde días antes, en decir que en ese festejo se podría indultar un toro. El mejor volvería al campo y algunos preguntaban que cómo se haría eso. La realidad era que los indultos solo eran permitidos en esto tipo de corridas, ya fuera uno, dos o los seis toros de la corrida. Y salió Belador, con B, tal y cómo figuraba en los programas, en las fotos de diarios y revistas, hasta años después en que algunos empezaron a corregir a sus mayores. El toro fue un buen toro, al que el público miró con ojos benevolentes y transcurrida la lidia a cargo de Ortega Cano, se empezó a pedir que aquella pintura no se fuera tras las mulillas. Y el bueno de Belador pasó a la historia de Victorino como su gran obra maestra, al menos, como su Gioconda particular, la más conocida y visitada por el gran público, el primer y único indulto en la plaza de Madrid, hasta el momento, el toro aquel que pasó dos horas de más en el ruedo venteño, al que le echaron los cabestros, un perro, le apagaron las luces de la plaza, le encendían una desde chiqueros, hasta golosinas le debieron ofrecer y nada, que estaba cómodo en la arena. El matador, que simuló la suerte con una banderilla blanca, al final, dio una generosa vuelta al ruedo. Algo es algo.

Victorino ya transitaba por los caminos de la gloria y no necesariamente por el indulto, que no era más que otro eslabón en esta cadena de triunfos. Madrid era su feudo de una forma incondicional, se le entregaba cada fin de feria, cuándo para cerrar San Isidro asomaban sus obras de la A coronada. Sorprendió cuándo unos años después decía aquello de que se habían acabado los toros grandes, que eso ya era cosa del pasado y que más chicos, resultaban mejor. Curiosamente, a partir de ahí, sus lienzos empezaron a lucir otros formatos más manejables. Del arte puro y difícil de digerir para los que calzaban las rosas, pasó a obras más comerciales, más al alcance de un mayor número de toreros, las pinceladas se suavizaron, pero como la obra llevaba la firma de Victorino, las galerías se los quitaban de las manos, que hasta indultos a diestro y siniestro fueron decorando las galerías.

Resultaba extraordinaria la plaza, fuera de las de primera, en que exponía el “Paleto de Galapagar”, pero el abanico se fue abriendo y ya se veían los de la A en plazas que tarde lo habrían imaginado. Sus pinturas ya parecían menos trabajadas, menos seleccionadas, quizá también se notaba la mano del hijo, que también quería ser artista, aunque quizá sepa más de marchante que de pintor. Victorino tuvo el valor de recoger algo prácticamente desahuciado, sanearlo, recuperarlo, ponerlo en la cumbre y mantenerlo durante muchos años, de elaborar una obra con su personalidad. Siempre se decía que era el que mejor sabía lo que tenía, que no es poco, y lo sabía a la perfección, hasta límites de genialidad. ¿Momentos de sombras? Claro, por supuesto, pero fue tanta la luz. Quiso buscar, indagar en otros estilos, como el experimento de Monteviejo, que no salió, por el momento como se esperaba, pero allí que se lanzó, como el buen ganadero que era, único, no se conformó con salvar, recuperar y mantener, quiso más. En el intento ya encontró el triunfo. ¿El mejor de la historia? Quizá no o sí, según quién responda, pero, ¿importa eso mucho? Baste con decir Victorino, que todo el mundo sabe de quién se trata, de Victorino, el ganadero artista.

Gracias, Descanse en Paz

lunes, 2 de octubre de 2017

Ahora queda mucho en lo que pensar  


¡Que vienen los toros! Pues que vengan, a ver si es verdad

La feria de Otoño de Madrid, la que en su día se anunció a bombo y platillo que iba a constar de diez festejos, ha echado el cierre después de cinco, más el añadido de la de rejones y el último desafío ganadero, aunque ya puestos, también se podría haber incluido todo lo que se ha dado desde agosto y lo que llegue hasta el Pilar. Ha terminado y la conclusión es que quedan muchas cuestiones sobre las que hay que reflexionar muy seriamente, el bajo nivel del ganado, al que es complicado aplicarle aunque sea un puyazo medianamente razonable; la escasa capacidad de los coletudos, a pesar de los despojos; la nefasta gestión de los palcos; la nula exigencia del público, su poco compromiso con la fiesta y el pretender tomar esto como una juerga, un juego, en el que el fin último es más juerga; la necesidad imperiosa de que el aficionado vuelva, que ocupe el lugar que nunca debió abandonar y en consecuencia mandar a su casa a esos especialistas en meriendas campestres, bocadillos kilométricos e intransigencia a la hora de escuchar otra cosa que no sea el adoctrinamiento del taurinismo oficial del que beben su veneno a borbotones.

Como final se anunciaba la corrida de Adolfo Martín, un octubre más, para Juan bautista que sustituía a Ferrera, y Paco Ureña. Y no se si ustedes lo sabrán, pero se rumorea que si un arenero se da de baja, le sustituirá un francés especialista en castillos de arena; si es un mulillero, un francés que una vez se subió en una calesa; si es un médico, un francés que vive cerca de un consultorio de la Securité Socialité; porque a los aficionados que se han dado de baja, ya les han sustituido otros… Salió el primer Adolfo, corretón, lo que no parecía incomodar a Juan Bautista, que mostró voluntad desde el principio, aunque a veces esta no coincidiera con el sentido común; le llevó al caballo con un airoso galleo con el capote a la espalda, para dejarlo dentro de la raya. El animalito empleo el peto más como apoyo, que como elemento contra el que cargar. Unos delantales solo por el derecho, con la pausa que ofrecía el animal por parte de Paco Ureña, que parecía que no iba a perdonar una. Ya en el último tercio, Juan Baustista le dio distancia, ya tirando del pico, uno hondo de pecho, para continuar por los mismos derroteros, pierna retrasada, en exceso perfilero y en lugar de intentar arreglar lo que el animal tenía por el lado izquierdo, optó por tirar el palo y deleitarnos con esa maravilla de naturales por el derecho sin palo que valga, porque ellos lo valen. Que esta “curiosa costumbre” no es solo de Francia, más bien la han exportado los fenómenos de nuestro suelo patrio. Se sacó el toro a los medios, ya con la de verdad, se cuadro y pretendía recibir a un toro que no mostró asomo ni de bravura, ni de prontitud. Tuvo que optar por el volapié y tras una casi entera atravesada y caída, el de Adolfo salió buscando sin espera la puerta de toriles. 

Su segundo, el de Juan Bautista, que flojeaba “estentóreamente” (J. Gil, sic) de atrás, rehusó ir al caballo desde media distancia, y perdonen la indefinición, pero como ya no nos ponen las rayitas y no hay medidor que nos guíe, uno se pierde. Desde dentro tomó un puyazo en el que le dieron lo suyo, mientras se defendía tirando derrotes como una devanadera, solo con el pitón izquierdo. En la segunda vara ya se repuchaba queriendo quitarse el palo que parecía molestarle. Se lo sacó más allá del tercio por ambos pitones y ahí sí, ese era el sitio. Pico y trapazos desastrados, muletazos apelotonados, que siempre son jaleados por una parte del público, naturales a media altura, como si moviera un telón y a mitad de camino, ¡zas! Desaparece. ¿Nadie les habrá comentado eso de rematar? Continuó lo mismo con una que con otra mano, con el mismo resultado, trapazos ventajistas y despegados, pero sin atisbos de torear. Y ya en el quinto, el primero al que no ovacionaron de salida, que hasta algunos protestaron, aunque tampoco era para partirse la camisa, estaba menos rematadito y no era tan cornalón como los, a veces exagerados, cuatro anteriores. En la primera vara le dieron con empeño, pero el Adolfo tampoco le echaba demasiadas cuentas al castigo. Una segunda vara en la que el pica se quería emplear, pero no tuvo opción, se fue el cárdeno echando mixtos a zonas más calmadas. Juan Bautista comenzó pegando tirones y el toro quería seguir la tela. Cambio de mano y por izquierdo se le comía, mientras el matador hacía lo que podía para quitárselo de encima. Pues probemos por el derecho; lo mismo, que Juan Bautista no podía con aquello, ¿qué hacer? Pues hagamos que no vaya. Y en ese intento de querer hacer malo al animal, se le fue la tarde, evidenciando su incapacidad, que seguro que le vale el que la empresa le repita el mayo próximo. Curiosamente, en el arrastre hubo quién ovacionó al toro, quizá el más claro para la muleta, pero que no solo no quiso nada con el caballo, sino que hasta tuvo el mal gesto de salir de najas escapando del palo. Ahí lo dejo.

Paco Ureña repetía en esta feria de Otoño y con la de Adolfo; un gesto. Recibió a su primero intentando sujetarle por abajo, quedándose cual estatua de sal una vez que el toro pasaba de largo. Acabó recogiéndolo con un a modo de delantales, demasiado encogido y exagerando la nota, Bien colocado en la primera vara, dándole distancia, a lo que el animal respondió arrancándose con cierta alegría, para recibir un picotacito, lo que muchos interpretaron como que se le iba a medir el castigo. Bien, de menos a más. El Adolfo estaba fijo con el caballo, le volvieron a poner en suerte y entonces la arrancada fue con más decisión y más pronta todavía, nuevo picotazo y cuándo ya nos frotábamos las manos para ver en que acababa aquel idilio del toro con el caballo, hubo quién desde el ruedo pidió el cambio. Que no solo nos dejó el señor Ureña con el caramelito de ver un tercer puyazo, este ya apretando, sino que no nos permitió ver realmente al toro y además se lo dejó sin picar. Muletazos por abajo, a veces quitando el trapo antes de tiempo. Comenzó por el lado derecho a base de tirones y abusando del pico de la muleta, siempre muy fuera. Pases sin mando, el animal se le metía por dentro, dejándole en evidencia. Más tirones con la zocata y como parecía que aquello se le podía complicar, pues a tirar de la opción arrimón. Citando muy de frente, pero para seguir con el trapazo, exageradamente despatarrado, citaba, y sin embarcar la embestida, apartaba la muleta de repente. Todo gestos de voluntad y supuesto valor, que no tenían continuación con el toreo. No permitió que se le viera del todo en el primer tercio, pero es quizá tampoco lo viera el matador.

Al cornalón, exagerado, cuarto, le recibió ya con el capote enganchado con capotazos desairados. En el caballo el cárdeno solo se dejaba y apenas amagaba con responder al castigo. Una lidia mala, con capotazos inútiles, que tuvieron continuación con un comienzo trapacero por ambos pitones. Ya por el pitón izquierdo el animal se le puso ligeramente gazapón a lo que Ureña solo respondía acompañando las arrancadas y a veces, hasta a destiempo, no solo no corrigiendo los defectos, sino acrecentándolos. Enganchones, el toro se le revuelve y él solo sabe abrazarse al lomo, sin saber por dónde meterle mano y llegando casi a límites más propios de otros espectáculos taurinos, que lo que se espera de un matador de toros. La cosa no se puede asegurar que mejorara en el sexto que cerraba plaza y feria. A las primeras apreturas, Ureña se dio la vuelta para irle cediendo terreno hacia las afueras. En el caballo, aunque solo por el lado izquierdo, el Adolfo presentó batalla, saliéndose toro y caballo más allá del tercio. Muy encelado con el peto, volvió solo a recibir una segunda vara. Empujaba, plantaba cara y le seguían dando leña, haciéndole la carioca, no fuera a ser que le escapara la presa al del palo, al que hasta se le ovacionó en su retirada, sí señores, un picador que hace la carioca, que no le da ninguna ventaja al toro, que no le da opción de irse, hubo quién le ovacionó. Y es que a veces uno cree que ha perdido la cabeza, que no digo yo que no. Comenzó Paco Ureña entre muchas dudas, mal colocado, muy fuera, ahogando al toro, merodeándole y sin saber por dónde abordar aquello que tenía allí delante. Aburrido, descompuesto, acabó siendo cogido, que como decía uno por allí, se cogió solo. Y a esto solo se le ocurrió responder con el arrimón de turno y poner en práctica lo que le jalearon en su momento, citar de frente, exagerar la colocación, pero no solo se le caía todo al arrancarse el toro, sino que además no era el momento, ni las formas y menos para ligar enganchón tras enganchón, ni para ponerse a cazar muletazos pleno de vulgaridad. Y con una entera traserísima, acabó la feria, que tendrá que hacer pensar a muchos sobre si este es el camino, el triunfalismos, la vulgaridad, la ausencia absoluta de exigencia, el tragar el medio toro, un tercio de la lidia, del espectáculo, soportar las veleidades de un nefasto empresario con aires de mecenas mesiánico y los que consideran que ir a la plaza es ira estar a gusto, tranquilos, a pasarlo bien y disfrutar del puro, el yintonic o el bocata. Y yo que nunca he podido estar a gusto y tranquilo cuándo hay un toro en la plaza. ¡Ay, mi España! Andas de cabeza y nadie te quiere enderezar. Sosiego, que ahora queda mucho en lo que pensar.

Enlace Programa Tendido de Sol del 1 de octubre de 2017:
https://www.ivoox.com/tendido-sol-1-octubre-de-audios-mp3_rf_21200214_1.html

domingo, 1 de octubre de 2017

¡Viva el vino y el melocotón en almíbar!


Si no fuera por algunos banderilleros, no sé a quién iban a entregar su pasión los aficionados

Que no nos falte la fiesta y la alegría, el holgar sin freno y el buen vino que alegra almas, cuerpos y hasta plazas de toros. ¿El melocotón en almíbar? ¿Que qué tiene que ver en todo esto? Pues quizá lo mismo que tiene que ver el toreo con lo que a Perera se le ha premiado con una salida a cuestas o lo mismo que tiene que ver una plaza de toros con rigor, con esto en lo que han convertido el edificio que hay en el metro de Ventas, que está justo enfrente de la boca del metro y que cada vez está más cerca de convertirse en un edificio multiusos para todo, menos para dar toros. Ya me imagino los luminosos de la puerta: Casas Productions presenta, el c… de la Bernarda. Y no se crean, que es fácil que no cambie demasiado el patrón de los espectadores que se deleitarían con este clásico, de los que ahora van a pasar una apacible tarde a la feria de Otoño, por ejemplo, y que se siente molestos e importunados por esos malajes que aún tienen la intención de ver una corrida de toros lidiada por matadores de toros. Mi duda es si estos shows serán retransmitidos en directo por televisión y si serán comentados por el poético Apaolaza o el dicharachero Casas, loando el colorido de las plumas de colores, de la dificultad para confeccionar los tocados de la vedettes o lo difícil que es bajar esa larga escalinata al ritmo de “la pulga”. Y si el señor caballero podrá aguantarse sus ímpetus o si se entregará a jalear las cachas de esas alegres señoritas de pierna larga y ropa corta, que ya puestos, cuánto más casposo, mejor, mucho mejor. Y no me perdería al señor Maxi contándonos la genealogía de las coristas, el proceso de confección de las mallas, medias de rejilla, zapatos de plataforma y las veces que al viejo verde de la tramoya le han cruzado la cara por aprovechado. Y quizá este cuadro me resulte menos penoso de lo que ha sido esta plaza, este público y esa presidencia que ostentaba don Justo Polo, asesorado por Faustino Inchausti “Tinín” y don Manuel Pizarro Díaz. Ya puestos, que se sepa quienes son cómplices necesarios en la violación de la un día respetada Plaza de Madrid. Pero ahora el respeto debido es para el que se viste de luces y a ritmo de trampas y amaneramientos se ciscan en la historia y buen nombre del toreo.

Una corrida del Puerto de San Lorenzo, que en principio no se sabía si seguiría la senda del toro para las figuras o si volvería a lo que salió el año anterior en mayo y otoño. Pues al final se ha quedado entre dos aguas, lo que no quiere decir que no se hubiera podido torear a gusto, en lugar de enjaretarles una retahíla de trapazos mal trazados y aplicarles el repertorio de la excelsa vulgaridad, de la que en esta tarde se han hecho presentes tres de sus más aventajados apóstoles, Miguel Ángel Perera, Juan del Álamo y López Simón. Le salió el primero al señor Perera, muy parado, frío como un témpano. Suelto durante toda la lidia, sin que nadie se decidiera a hacerse con él. Recibió un castigo más que justito, mientras echaba la cara arriba y tiraba derrotes al peto sin descanso. No metían la cara, pero si se le ofrecía el engaño con cierto cuidado y se le hacía seguirlo, hasta parecía obedecer; con lo que algunos se impacientaron de salida, que si por ellos hubiera sido, habrían pedido que se le echara para atrás… por manso. Como se lo digo. Javier Ambel empezó a indicarle el camino y la forma de embestir y el del Puerto, pues se quedó con la copla. Primeros muletazos por el derecho. El animal pedía temple y Perera se lió a dar muletazos de todos los colores, sin abusar del pico tanto como en otros días, pero echándoselo para afuera. La muleta se fue torciendo poco a poco y más cuándo el matador empalmaba, que no ligaba, los trapazos. Por el izquierdo ya demasiado fuera, tanto, que en condiciones normales lo vería cualquier hijo de vecino, pero en la plaza lo que debía haber eran transeúntes, no hijos de vecinos. Tanda recolocándose a cada pase, mejor en la siguiente, toreando, en el mejor de los casos, al hilo, que podría ser admisible si el trazo fuera hacia dentro y hacia atrás, no echándolo allá, para la Guindalera, escondiendo cobardemente la pierna de salida. ¿Y el toro? Ni un mal derrote soltaba. Circulares, invertidos y la muchachada enloquecida, que eso es lo que gusta, siguiendo con un intenso repertorio… de otras latitudes taurinas. Entera caída y perpendicular, tras la cuál el doblón del Puerto escapó a toriles, para allí entregarse a la eternidad. Sonó un aviso previo a dos descabellos y saltó la primera oreja. ¡Qué bueno es Madrid! Perdón, que quedamos en que no había hijos de vecinos, así que, que buenos son los transeúntes.  Siguiendo las reglas del toreo moderno del barón Pierre de Molestién y sus locos seguidores, al cuarto no le echaron cuentas y le dejaron a su aire, sin que nadie le echara un capote al menos para asentarlo un poquito. Ni en suerte le pusieron al caballo, aunque eso tampoco es que sea demasiado importante, porque si al menos hubieran pensado en picarlo, pues aún, pero para lo que le dieron, eso y nada es parejo. Inicio de faena por delante y por detrás, tris, tras, ni toreas, ni torearás. Perera decidió darle distancia al burel, lo que siempre es de agradecer, pero hombre, al menos, no se cebe con el pico de la muleta, entre tanta engañifa, dé uno a modo, aunque solo sea para callarnos la boca. Y entre vivas y más vivas, el personal se iba soltando en su euforia y el beneficiado fue el que allí se andaba, Perera, con una babosita que entraba todo con una boyantía de ponerle una calle con bulevard, plátanos y bancos. Por el izquierdo más pico y largando tela al final de cada muletazo, que lo de rematar atrás es cosa añeja y caduca. El toro ya se quería ir; lo mismo no aguantaba tanta vulgaridad, ni él mismo. Pinchazo caído y entera traserísima y desprendida, soltando el trapo a las pezuñas. ¡Qué! ¿Es que pensaban a estas alturas un mínimo de vergüenza torera? Pero miren que somos ilusos. Otro despojo y al menos le llevaban a la furgoneta a cuestas hasta la calle de Alcalá. Que allá se lo llevarían, sin mirar atrás, sin reparar en las ruinas de lo que queda de la Plaza de Madrid, esa que fue bella, más que una vedette, con donaire, galana, mandona y que ahora por unas monedas puede ser violentada por el primer zampachanclas que se contrate con el señor Casas, don Simón, que valora su gestión no por sus logros, sino por los despojos y Puertas Grandes de otros. Eso sí que es…

Pero los que han acudido a la plaza en esta tarde para el no recuerdo, han vivido un hito histórico: Juan del Álamo no ha cortado una orejita. ¿Es que ya no valen los autobuses? ¿Qué ha hecho este hombre para que los que otrora le aclamaran, le hayan abandonado? O igual les ha despistado que no lucía de blanco y plata. Vayan a saber. Lo que sí que es cierto es que este Juan del Álamo, a pesar de sus maneras, en poco se parecía en disposición al de otros momentos. Salió muy suelto su primero, que empezó tirando tornillazos en las primeras embestidas. Mucho capotazo de recibo y pasito atrás. Poco cuidado en dejar el toro al caballo, que más que ponerlo en suerte, parece que lo están aparcando. Ya en el peto, ni el toro se empleó, ni el de arriba le pegó ni un sello. Comienzo de faena con un trapaceo desparramado por abajo y dando la sensación de que las dudas eran demasiadas en del Álamo, que si por aquí no, por allí tampoco. Latigazos, enganchones y el del Puerto empezaba a hacerse el amo, ¡qué cosas! El animalito se arrastraba desde el primer tercio y al final es quién manda allí. Su segundo, un grandullón, se frenaba y al segundo capotazo, media vuelta y para toriles. Peleó en el caballo por el pitón izquierdo, aunque sin recibir apenas castigo. En el segundo encuentro desmontó al pica y en el tercero, cuándo le quisieron pegar, sin pudor, se fue a escape lejos de todo lo que oliera a peto y palo. Comenzó Juan del Álamo la faena dando distancia al manote grandullón, pero a poco se vio que el toro se le venía arriba y que el matador empezaba a tener dificultades. Se acopló cuánto menos para poder aliviarse con el pico de la muleta y aunque el animal ya acudía a todo lo que se le ofreciera, el espada solo llegaba a trapacear. Por el izquierdo llegaron los enganchones y las carreritas, siempre jaleadas por el efusivo y amable público. Un achuchón, que le avisaba de que a pesar de la nobleza del toro, la cosa se podía poner fea, pero afortunadamente, la cosa no fue a mayores. No hubo despojos, pero no hay que preocuparse, que tal y como va esto, si antes no convierten esto en un club de variedades, habrá despojos para todos.

López Simón completaba el cartel del arte por el arte. Tuvo que despachar un sobrero de Santiago Domecq, por invalidez manifiesta del titular. Capotazos sin sentido, antes de que acudiera al caballo para no picarle, que el animal tampoco quería jaleos, se apoyó en el peto y a esperar. Bien Jesús Arruga con los palos. En los comienzos del trasteo, López Simón quiso iniciar por abajo, pero inmediatamente se entregó al vulgar y soso trapaceo. Colada por el derecho, le quitaba la tela de golpe en cada muletazo. La faena discurrió en un ir y venir de un mulo mientras un señor muy monótono sacudía una tela. El sexto salió corretón, dándose vuelta tras vuelta al ruedo venteño, sin que nadie probara a  evitarlo, Suelto al picador que salía a hacer la puerta, picotazo y adelante con el tour. Picotacito escaso ya en el de tanda y en un nada y menos se montaron la capea, con el toro a su aire, alegre y corretón. Ahora en toriles, ahora me voy, aquí dónde los matadores, hasta que López Simón se entregó al muleteo de pico y pierna atrasada; le dio distancia y más pico y enganchones, aperreado por el pitón izquierdo, tirones, desajuste y de nuevo a la diestra, excesivamente fuera, empalmando pases apelotonados, muy vulgar y aburriendo hasta al aire. Espadazo trasero haciendo guardia, pinchazo y entera traserísima, un defecto que ahora se está generalizando demasiado, quizá por aquello de que hasta el rabo… Pero en este ambiente de euforia y enaltecimiento del mundo, cabía todo, vivas hasta al pueblo de Barajas, tuviera esto que ver con el toreo o con la industria conservera de la huerta, así que no creo que desentone si a mi me sale de ahí el gritar desde mis adentro más hondos ¡Viva el vino y el melocotón en almíbar!