lunes, 31 de enero de 2011

“Mama”, quiero ser torero

¿Cuántas veces no se habrá repetido esta misma frase desde hace décadas. Quizás lo único que haya variado sea la respuesta. De aquello de: ¡Huy hijo mío! ¿Y qué vas a hacer tú solo por esos caminos, buscándote la vida, durmiendo en las cunetas y comiendo casi de la caridad y pasando frío por esos campos de Salamanca? Pues hemos pasado al: ¡Huy hijo mío, con lo caro que es eso! Pero si tu padre está de acuerdo te ayudaremos, con la condición de que al menos acabes eso de la ESO. Ten en cuenta que entre los trastos de torear, los vestidos, los viajes, los hoteles, que todo se multiplica por dos, porque te acompañaría tu padre y luego pagar por ir a las fincas, las novilladas sin caballos y que además hay que ser educado y tener algún detallito con los profesores de la escuela para que te lleven a torear y para los periodistas, los pobres. Pero no me dejes los estudios ¿eh? Que luego a lo mejor las cosas salen mal y que por lo menos puedas hacerte cargo de la ferretería cuando se jubile tu padre.

Y así nos va la cosa. Hemos cambiado una vida llena de penurias y de sacrificios que solo se aguantaba por la ilusión de un joven de verse vestido de luces preparado para el paseíllo en una plaza de primera. Una vida recorriendo pueblos y sintiéndose casi un privilegiado por poder matar novillos de más de cinco años, y no es que me haya colado, porque aunque en los carteles pusiera “gran novillada”, la única verdad era lo de “gran”. Eso sí que era hacer la ESO, el bachillerato y una licenciatura en Ciencias Puras con doctorado y todo. Era un duro aprendizaje en unas condiciones más que penosas en todos los sentidos y que obligaban primero a defenderse, después a conocer al toro para poder hacer algo más que salir a horcajadas y, por último, los que llegaban a hacer arte. Y no digo yo que añore estos liceos taurinos, pero el devenir cíclico en forma de espiral de la historia que escribía Arnold Toynbee nos ha empujado al extremo opuesto.

El camino para ser torero ya no circula por las cunetas con el hatillo al hombro, ahora vuela en el 4x4 del papá rumbo a una finca en la que un buen amigo que conoce a un ganadero le ha preparado unas vacas al chaval, que torea igual que podía irse a hacer puenting con sus colegas del twiter. En un cambio de papeles, la ilusión se ha traspasado y la alimenta el padre, para el que no hay nada más grande en el mundo que el hacer al niño “figura del toreo”.

Tales aspiraciones son de lo más lícito, porque si antes uno llegaba a matador de toros arrastrándose por el mundo y viviendo casi como un proscrito, ahora hay que anhelar cotas más altas, pasamos de matador de toros a “figura del toreo”, ¡ahí es na’! Un padre no se gasta sus ahorros de toda su vida y de la vida de todo el vecindario para que el niño solo sea matador de toros.

Esos padres que ponen su empeño y su fortuna en pagar y pagar, sin saber si paga a alguien a cambio de un servicio o simplemente porque pasaba por allí. Y como el que paga manda y el que manda exige y el cliente siempre tiene razón, no hay quien tenga congojos , después de haber cobrado para comprar el equipo, para pagar a la cuadrilla, al mozo, al ayuda, el ganado, la plaza, las entradas que no se vendieron, mil cosas más y al veedor, decirle que el niño no tiene cualidades. ¿Cómo no va a tener? Y si hace falta se aprieta uno el cinturón un poco más y se compran.

Y así estamos, en que a los niños se les va haciendo la carrera a base de papelitos del BBVA con la rúbrica de papá. Este ganado en aquel pueblo, porque hay que cuidarlo, se va recorriendo la geografía española de pueblo en pueblo imponiendo los caprichos del que paga y del padre del que paga, no vaya a ser que se pille una vasca y deje de aflojar la mona. Se llega al pueblo y chitón, todos a callar y si hace falta se llama al alcalde de la localidad y se le dice cuánto hay que cortar los pitones al novillo, que los “vestíos” cuestan un dineral como para que le hagan un enganchón en cualquier plaza de Dios. Que eso de afeitar es de toreros con poder, de toreros con entorno. ¿Que el entorno decide afeitar?, se afeita, ¿Qué decide que se cambia el ganado? Se cambia, porque no vas a tener la mala suerte de Daniel Luque que va a un pueblo de Salamanca, Tamames, que dice que o se afeita o no torea y el alcalde de la localidad le dice: pues que no toree. Y además le lleva a dos señores con tricornio para que se lo explique a ellos muy despacito. Eso es un buen comienzo y te asegura que años después te anuncien con seis toros certificados por el veedor de turno en la plaza de Madrid.

Yo no digo que sea un camino de rosas, pero por este camino solo tendremos niños ricos vestidos de luces, porque lo que parece más que evidente es que no puede ser torero quien quiere, sino quien puede... pagarlo. Y repito, como el que paga exige, a nadie del entorno se le ocurre pensar que el niño pueda decidirse a torear ganado de distintos hierros y encastes para ir atesorando unos conocimientos que luego pondrá en práctica ante el toro. Aunque también habrá quien diga que ¿para qué? si en el peor de los casos lo que te puede pasar es que te anuncien en Madrid, que te metan con una de Moreno Silva, que te echen un toro al corral y que a la salida digas que esos novillos solo merecían el matadero y a seguir para adelante. No vuelves a Madrid, pero te vas haciendo el circuito de los coros y danzas, las fiestas de tu pueblo, del pueblo de la novia y del pueblo de un amigo del papá que es concejal de festejos en un pueblo de Toledo.

Pero a pesar de todo y de las aviesas intenciones de los que quieren amargar el aprendizaje a los chicos y de los que querrían que nunca más un chaval se volviera a vestir de torero, se seguirán pronunciando esas palabras mágicas que retumban como el trueno en el pecho de una madre: “Mama”, quiero ser torero.

jueves, 27 de enero de 2011

Domingo Ortega, maestro de Borox


Domingo Ortega y su látigo
Decir que Domingo Ortega era el maestro de Borox, puede parecer demasiado poco para la figura que fue para el toreo. En este caso solo puede indicar la procedencia, pues lo que realmente llegó a ser fue maestro indiscutible del toreo , estando entre los cuatro o cinco más grandes. Aunque si hacemos caso a las referencias que a él se hacen en nuestros días, parece que fue uno más. A mí solo me cabe una explicación a este hecho y es que ni el toro, ni el toreo de hoy pueden compararse a aquello.

Es obvio que yo no le llegué a ver torear en la plaza, esa pena tengo, pero en todos aquellos que sí lograron verle hay un punto en el que coinciden: el dominio. Podía haber escrito esta entrada apoyándome en datos biográficos del maestro, pero para eso cualquiera puede acudir a los libros y leer lo que se escribió de él. Yo voy a ceñirme a mis recuerdos y a la imagen que me ha quedado de Domingo Ortega. Y uno de los testimonios que más me impresionaron fue el de un antiguo miembro de los de José y Juan, quien me contaba que cuando él toreaba se oían crujir los huesos del toro; todo con una majestuosidad y naturalidad tremendas, con esa naturalidad de los grandes en que pareciendo que no hacen nada, lo hacen todo. Suyas son muchas citas que hoy maneja el aficionado como si fueran propias y sin conocer el origen de ellas.

A menudo he oído la historia de la corrida en que se rodó “Tarde de Toros”, quizás la mejor película taurina, o una de las mejores, en que el guión exigía que el toro cogiera a un espontáneo, que luego moriría en la enfermería entre sueños de llegar a ser lo que el toro le impidió. Pues según me contaban se contrató a un voluntario del barrio de Cuatro Caminos de Madrid, aunque esto no lo puedo afirmar con rotundidad, para que se dejara coger y que el maestro no paraba de gritarle: “arrímate, arrímate, que así no te hace nada”. ¿Qué diría ahora en que el toro no anda y si lo hace se le ahoga para que se pare y las figuras se pegan un “arrimón” para encandilar al público?. Igual se ponía a buscar las cámaras de cine o se echaba al ruedo a saludar al matador pensando que era el espontáneo de Cuatro Caminos.

Recomiendo esta película en la que hace de un matador fracasado en el ocaso de su carrera y al que solo respetan los aficionados más veteranos, que se resisten a abandonarle y a tomar la bandera del nuevo ídolo de la multitud, papel que encarnaba Antonio Bienvenida. Pero como no podía ser de otra manera, el personaje de Domingo Ortega renació esa tarde y triunfó por todo lo alto desparramando la alegría entre los partidarios propios y los ajenos; el buen toreo conseguía poner de acuerdo a todo el mundo.

Durante años era habitual verle como asesor de la presidencia en el palco de las Ventas, con aquellas gafas de pasta y el pelo cano, e incluso en alguna ocasión aparecía en televisión en algún programa taurino, con esa falsa apariencia de paleto que no conseguía esconder su aspecto de persona inteligente, cosmopolita y que cuando hablaba con esa pausa de los que saben lo que dicen y que obliga a todos a escucharle, tal y como se debe hacer cuando un maestro comparte su sabiduría. Sabiduría que recordó el presidente Kennedy al citarle en el Congreso norteamericano, o que saborearon aquellos que le oyeron dictar conferencias en el Ateneo, o al subirse a un escenario a representar el Tenorio.

Tampoco era extraño verle entre los jóvenes aspirantes de la escuela de Madrid, aunque por su actitud más parecía que era él el que iba a aprender. Pero quiero acabar con aquella tarde en que se encontraba como espectador en el festival a beneficio de Nicanor Villalta, cuando le obligaron a bajar al ruedo a dar una clase más y vestido de calle toreó e impartió su magisterio con la misma naturalidad que lo hacía de luces. Seguro que el traje no hubo que llevarlo al tinte, si acaso limpiar un poco los zapatos de la polvareda que pudiera levantar el novillo. De esta tarde existen bastantes fotos, e incluso una película, aunque por cosas de la época, por mucho que se suba el sonido no se podrá oír el crujido de los huesos del toro, pero se intuye.
PD: Es la mejor manera que se me ha ocurrido para llegar a las doscientas entradas en este blog. Gracias maestro y perdón por prmitirme esta muestra de vanidad.

sábado, 22 de enero de 2011

La Corrida Extraordinaria de la Beneficiencia

La Beneficiencia de Madrid
Que alegría que ya tenemos cerrado el cartel de la próxima Beneficiencia de Madrid. Gracias a los señores de Taurodelta nos hemos quitado un gran peso de encima y ya tenemos una preocupación menos. Así, el tiempo que pudiéramos gastar con esa pregunta de, ¿se sabe algo de la Beneficiencia? Lo podemos emplear en comentar el último capítulo de Amar en tiempos Revueltos. Que nadie me diga que no hemos salido ganando y que no es más interesante saber qué le echa Manolita al bacalao, que quiénes son los que le brindarán un toro al Rey.

Yo estoy encantado, y soy de los que piensan que para evitarnos penosas tareas ya podrían hasta hacer entrega de las orejas y rabos pertinentes, otorgados según el certero juicio de la empresa, el presidente y los apoderados. Así los matadores podrían hacer el paseíllo exhibiendo sus trofeos ganados en buena lid en los despachos, fruto de los ecos de aquella tarde en Villaluenga del Monte, Cascarrobillas y Guadalmazo. Que espectáculo lleno de emoción y sentimiento. En lugar de romper plaza con el gesto preocupado, podrían ir con una sonrisa que no les cupiera en la montera y darse varias vueltas al ruedo, al modo de los rejoneares, recogiendo los parabienes de un público entregado.

La pena es que en un mundo en el que ya casi no queda ningún rastro de competitividad en el que se premiara el esfuerzo, se ha cerrado la puerta de la Beneficiencia. No diré si esta es un fórmula mejor o peor, pero por esta regla de tres en otros años se habrían quedado fuera un tal César Rincón, que contó su San Isidro por clamorosas salidas a hombros, y que antes de la feria casi era un desconocido que se pasó por las Ventas en marzo y al que se le vieron cosas, pero sin imaginar lo que traía en la maleta desde Colombia. Y, si buscamos, seguro que nos encontramos muchos casos en los que los más humildes pegaron un golpe en el ruedo delante del toro para poderse ganar la recompensa de torear ante el Rey. O de figuras consagradas, de las de verdad, no de las prefabricadas, que reafirmaron su maestría y la rubricaron en una tarde que era la más importante del año, precisamente por esto. Una tarde en la que el aficionado iba a ver a los toreros a los que días antes sacó en volandas de la plaza enfrentándose a la ganadería que el año anterior les había hecho perder el sentido, esa a la que pertenecía el toro del azulejo del Batán y del desoyadero de las Ventas.

Pero no seamos ingenuos, eso ahora no es posible. Quitando el caso de Juan Mora, que ese sí que se ganó el estar en la Beneficiencia, la Prensa, San Isidro, Otoño y hasta en la cena de Nochebuena si quiere, los otros no han hecho aún ningún mérito para estar ya anunciados para esta corrida. Don José Antonio, al que da gusto ver torear y ante el que tiene que caer rendido cualquiera con cierta sensibilidad taurina, el año pasado no fue el de hace dos temporadas. Fuera por los motivos que fueran, no estuvo a su altura. Es verdad que nos regaló gotas de su arte, que le sobra, pero no fue el matador que nos rindió a todos a sus pies. Seguro que este año volverá a hacernos perder la cabeza, pero por el momento no es el caso.

Luego está don Julián López, que en Madrid no ha triunfado de forma incontestable todavía. Y quiero que se lean bien mis palabras y lo quiero decir. Ha podido cortar orejas, salir por la Puerta de Madrid y ser aclamado por locutores televisivos, por la prensa especializada y por las aficiones de todas las plazas del mundo, incluso que en Madrid no se aprecie su arte y que se considere que su torero es ventajista desde que coge el capote hasta que suelta la espada tras el ya famoso julipié; pero la afición de Madrid no se le ha entregado y la corrida de la Beneficiencia es en la plaza de Madrid y para el público de Madrid, y que no nos quieran hacer tragar con el mochuelo de que triunfó en todo el orbe taurino. Pues que toree todas las corridas Extraordinarias de todo el orbe taurino, menos la de Madrid, al menos hasta que se lo gane. Y si esto año se lo gana, pues le aplaudiremos e iremos a verle tan contentos.

¿Y los toros? ¡Ay amigo, los toros! Como siempre, ese podría ser el pequeño detalle que arreglara todo y que redimiera a los enchufados de su trato de predilección respecto a sus compañeros. Si en lugar de elegir una corrida de “garantías” de esas que no son borregos, ni toros encastados, sino todo lo contrario, ni sardinas, ni elefantes, pero que valen para que pasen, hubieran optado por una de las ganaderías triunfadoras del año pasado en Madrid, pues a lo mejor admitíamos pulpo como animal de compañía. Imagínense un cartel con los tres matadores elegidos y toros de Cuadri o Dolores Aguirre o de Moreno Silva en su defecto, aunque fueran novillos, daría igual. Entonces sí que sí. Pero eso no; eso no entra dentro de los planes de Curro Vázquez o Roberto Domínguez. ¡Quita, quita!

Seguro que no ha habido otros toreros que el año pasado hubieran hecho méritos suficientes. Ni Morenito de Aranda, ni Curro Díaz, ni Diego Urdiales. Yo me pongo en su pellejo y entiendo la frustración que tendrán. ¿Qué tienen que hacer para poder torear esta corrida? Pues a lo mejor deberían subirse a lomos del toro y tirarle fuerte de las orejas, al tiempo que nos deleitan con una amplia sonrisa y entonando el “O sole mio” a capela.

Lo único que deseo es que esta corrida Extraordinaria, esa en la que antes se apuntaba el que quería previo paso triunfal por el ruedo de la calle de Alcalá, no sirva para estrellar al único torero que puso de acuerdo a todo el mundo y que en ese mismo momento en que la afición de Madrid le subió a sus altares de la torería eterna, otros le pusieron la cruz como torero incómodo y al que hay que borrar del panorama taurino para evitar que descubra las carencias de esa troupe incompetente y vulgar que van de sublimes. Tiempo al tiempo y a ver si la Beneficiencia es esa corrida Extraordinaria que nos han prometido.

PD: Señores de Taurodelta, ¿es qué nunca se van a cansar de atropellar a la razón y a la afición cautiva de Madrid? Y este año ¿también van a hacer el esfuerzo de dar a la feria de San Isidro la categoría que merece y que ustedes con tanto empeño tiraron por el retrete?

miércoles, 19 de enero de 2011

La suerte de varas: de fundamental a vital


Que la suerte de varas nos saque del pozo.
Es una frase multitud de veces repetida el que la suerte de varas es fundamental en la lidia del toro bravo, fundamental para apreciar el comportamiento del toro y ver lo que lleva dentro y para ahormar su embestida de cara al último tercio de la lidia. Es algo tan evidente como indiscutible, aunque la tendencia postmodernista parece querer empujarnos a un punto en el que este tercio es más una molestia que algo esencial, que lo es, aunque de momento solo estamos en eso del mal menor y del trámite previo a la faena de muleta.

Pero la suerte de varas ha dejado de ser algo fundamental en la corrida para convertirse en un aspecto vital de la fiesta. Desafortunadamente es así, y digo desafortunadamente porque si no se le dota del valor que nunca debió perder, la fiesta se nos puede desintegrar entre los dedos.

Nadie se escandaliza cuando sale un toro arrastrándose por el ruedo y al que no se le puede casi ni arañar con el palo, si no es a riesgo de que se desplome definitivamente bajo el peto, y que el resto de la lidia sea un ir y venir de los señores de las medias rosas ante un marmolillo incapaz de dar un paso y mucho menos de embestir contra todo lo que se mueva a su alrededor.

Yo solo voy a hablar de lo que veo en la plaza de Madrid, donde puede que sea el sitio donde por el momento mejor se simula la suerte de varas. Aparte de por ser la plaza que más frecuento, porque tampoco creo que aguante demasiado análisis esos esperpentos en los que el toro topa una vez el peto, el picador apoya el palo suavemente y lo levanta inmediatamente, mientras el matador ya lleva un buen rato pidiéndole que levante la puya y que le cambien el tercio. Y no quiero afirmar que en las Ventas se pique como Dios manda, fíjense que he dicho que es donde mejor se simula.

En los tendidos de la calle de Alcalá es frecuente escuchar durante o después de la simulación de varas eso de “a picar” o “hay que picar” y por las mismas también hay quien salta como un resorte y afirma “si le pica se cae”. Pues que se caiga. Con un gesto tan sencillo como hacer que el toro vaya tres veces al caballo, dos desde el reglamento infame del señor Corcuera, se adelantaría mucho para limpiar la fiesta. Yo no digo que a los toros se les masacre debajo del caballo, pero una cosa es eso y otra el que el castigo que reciben no llega ni a regañina.

Pero si tarde tras tarde se le dota al primer tercio de la seriedad que éste precisa, y la consecuencia es que los toros rueden y rueden, solo pueden pasar dos cosas: que la gente se ponga como un basilisco y que los taurinos se decidan a arreglar el tremendo desaguisado de ahora, o que ese mismo público se amotine y se proponga pegar fuego a las plazas de toros, con lo cual igualmente habría que hacer algo para sacar del pozo a las corridas de toros.

¿Y qué ganaríamos con eso? Pues poca cosa, que los toros no fueran unos cadáveres que se arrastraran por la arena, que los matadores tuvieran que aprender a lidiar contra un animal con poder y pujanza, no como el de ahora, y a lo mejor hasta veíamos lo que las figuras pueden dar de si, o como si se tratara de los tiempos de la eclosión del cine sonoro, de la desaparición de los ídolos postmodernistas y la ascensión de nuevos toreros más capaces y con mejor timbre de voz. Entonces sí que el toro sería el elemento decisivo que recompondría el escalafón y daría a la fiesta ese impulso que muchos tercamente buscan en las corridas sin sangre, en la saturación de triunfos vacíos o en los indultos de bobalicones sin malicia.

Por el momento parece sacar ventaja la tendencia “humanista”, que prefiere que al toro no se le lidie y sí que se le “cuide”, incluso a costa de arrinconar una parte vital de la corrida, con el casi único y exclusivo objetivo de fabricar triunfos de cartón piedra. Triunfos construidos sobre una base falsa en la que se simula un aspecto fundamental como es la suerte de varas, pero que hoy en día ya ha pasado a ser vital para curar a una fiesta enferma, aunque para muchos está en un estado de salud envidiable. Pues adelante con los faroles.



PD: Mi recuerdo para José Manuel Sánchez, aquel que cuando estaba en el palco llamábamos "el de la pajarita". QDEP.

sábado, 15 de enero de 2011

El monoencaste y la variedad en el toreo


Julio Robles, el que nunca entendió la vulgaridad
En estos días he tenido la oportunidad de leer la entrada que Juan Medina ha escrito en “El Escalafón del aficionado”, donde con sus números evidencia lo que todos sabemos. Y para confirmar estos datos, véase la abrumadora presencia de hierros del encaste Domecq en todas las ferias. Yo no voy a entrar en las cifras, porque no podría añadir nada nuevo a este estupendo trabajo, pero si nos paramos a escuchar, podremos oír lo que nos dicen los números.

Los datos se empeñan con terquedad en dibujarnos una uniformidad casi soviética de la fiesta de los toros; un mismo tipo de toro, un torero cortado por el mismo patrón, una afición monótonamente domesticada y unas empresas y apoderados que solo tienen un único pensamiento, cubrirse el riñón con billetes de a 500, todo ello aderezado con un buen chorreón de prensa sumisa y agradecida.

Quizás esto sea una adaptación de la tauromaquia a los gustos del momento, pero, al mismo tiempo, se están dinamitando dos de los principios fundamentales de este arte: la emoción y la variedad. Emoción que nacía al contemplar la capacidad de un hombre de solventar el compromiso que le planteaba el toro. Un toro con evidentes diferencias de comportamiento, de exigencia, de tipo y que dependiendo de su procedencia reaccionaba de una forma u otra ante un mismo estímulo y eso el torero tenía que tenerlo archivado en su cabeza, para rescatarlo a cada embestida y a cada derrote del burel.

Y que nos ha traído el monoencaste, pues muy sencillo, un decidido caminar hacia la nada. Un continuo avance hacia una faena tipo, que se acerca más a la perfección cuanto más se parece a todas las demás y a las de todos los demás toreros. Cuanto más se parezca a todos, mucho mejor. No importa la personalidad del espada, eso es solo una molesta piedra de la que hay que desprenderse para ajustarse lo antes posible a la faena paradigmática del pase, pase, pase, pase, salteado de carreras y sin obligar al toro a nada, ni a humillar, ni a seguir el engaño, ni a arrancarse; sería un sin sentido, porque el toro ya viene preparado para esto de fábrica, no hay que hacer nada, como una Thermomix, solo hay que apretar el botón de “Faena Standard” y él solito se la hace.

Creo que pocas veces en la historia de todas las artes ha existido una tendencia que dejara más a las claras la incompetencia de los creadores. Creadores que alardean con orgullo de no necesitar abandonar su fraudulenta monotonía y no dudan en tomar las medidas que crean oportunas con tal de garantizar el martilleo de este tedio.

El encaste Domecq se ha convertido en sinónimo de garantía; garantía ¿de qué? De que el señorito que se viste de luces no pase ni un mal trago extra, aparte de tener que escuchar a algún indocumentado vomitando sonoramente palabras incomprensibles para cualquier aficionado moderno que sabe apreciar el valor del aburrimiento. El torito tiene que permitir hacer la misma faena en Madrid, Sevilla, Lima, Brazatortas o Bullorinos del Rey. Todo el mundo tiene y debe hacer valer su derecho a aburrirse como todo hijo de vecino. ¿Por qué van poder aburrirse en Madrid casi treinta tardes seguidas, junto con los domingos y fiestas de guardar y no en mi pueblo? ¿Es que en Madrid son más por tener Metro, el Pirulí o la Puerta del Sol de bote en bote el día de las uvas? Y que tampoco saquen tanto pecho, que en verano y a veces en la feria de Otoño, cuando no vienen tantas figuritas, salta la rana y se llevan el chasco de tener que aguantar un toro y torero de esos de antes. Con faenas de no más de veinte pases y toros que no han aprendido eso de la “toreabilidad”.

Es el mundo al revés, pero muy bien montado. Antes decían que el mejor aficionado era aquel que más toros y toreros le cabían en su cabeza, virtud que se quiere aplicar ahora a muchos toreros, sobre todo cuando atacan al propio de cada uno. Pero que alguien me diga de todas las figuras de ahora, cuáles son las grandes diferencias entre unos y otros, a parte de ejecutar las suertes con más o menos gracia, con más o menos vulgaridad. En lo fundamental todos son el mismo torero. Y aquí dejo el campo abierto a que cada uno me llame lo que crea más oportuno. Quitemos las cuatro excepciones que a todos se nos vienen a la cabeza, el de Plasencia, el de la Rioja, el anciano de Madrid, el de Linares y algunos casos más, junto con el de la Puebla y Galapagar, según a lo que se enfrenten, aunque nadie puede dudar de su valía y yo menos que nadie.

¿Y el toro? Pues en esto se simplifica la cosa todavía mucho más. Están los toros artistas, los que colaboran, transmiten y se dejan, ahí es na’, y los imposibles, que son todos los demás, que cuando se han ganado ciertos galones, no se les vuelve a ver ni en pintura. Lo que son las cosas, todo esto solo por una estadística, por un puñado de números que nos ha plantado en la cara el amigo Medina. Pero la cosa no se para aquí, quien quiera puede detenerse a ver lo que pasa en cada plaza y se dará cuenta que si la uniformidad supera lo permisible en plazas de primera, en las de segunda ya es para echarse a temblar. Quizás sea esa una de las pocas diferencias que quedan ya entre plazas de primera, segunda, tercera, carros y talanqueras, que en aquellas les dan fiesta a los Domeqeces un día sí y un día no. No iban a tener curro todos los días.

Las plazas de toros se han convertido en un restaurante de menú de los malos, en el que la carne sabe igual que el pescado y el pescado igual que la las croquetas, y que los calamares, y que la pasta, y que la tortilla, y las tostadas, y las salchichas, y la sopa de letras y hasta el zumo de guacaramarta; todo sabe igual. Dice el refrán que en la variedad está el gusto, pero lo que no dice es que en la variedad está también la emoción, la verdad, el toro y el torero y todo lo demás es una filfa para ver si nos dejamos engatusar con un caramelito que aunque se chupe y se chupe no sabe a nada.

lunes, 10 de enero de 2011

Hoy hay toros por la tele


Perdón por lo enigmático e incomprensible del titular, pero no he podido evitar encabezar así esta entrada, recordando una expresión que se repetía con relativa frecuencia años ha. Esta es una de esas frases que un día tuvo su significado, que todo el mundo conocía, pero que ahora a las jóvenes generaciones les suena a chino. Y a las venideras hasta les puede sonar a insulto.

Yo no voy a ser de los que censuren a los directivos de la televisión pública estatal por expulsar y prohibir las corridas de toros en su parrilla de programación. Están en su derecho y seguro que se han guiado por sus mejores intenciones y sentimientos democráticos y de libertad, y en las que todo el pueblo español disfruta de igualdad de oportunidades para acceder a la enseñanza, a la sanidad y al ocio que más le satisfaga.

Quizás ha habido algo de gusto personal, no digo y que no, o quizás también un deseo de no saturar las limitadas mentes de los habitantes de la piel de toro ¡uy! perdón, quise decir bovino no maltratado y que vivía en libertad antes de que desapareciera la dehesa, su medio natural, donde vivía en libertad. Pero a lo que iba; será por esa escasa capacidad mental que solo saturan nuestras mentes con el Madrid y el Barcelona, Pep y Mourinho y, para los más espabilados, Cristiano y Messi. Ya hasta para darnos el tiempo nos ponen fotos de la lluvia, la niebla, un día soleado o la Cibeles nevada. Es que si no, no hay quien se entere.

Como parece que no es cosa menor eso de los gustos de cada uno, yo reclamo mi derecho a que se escuchen los míos, sobre todo si tenemos en cuanta mi contribución al mantenimiento del Ente Público, especialmente allá por el mes de mayo, cuando Hacienda somos todos. Pues bien, a mí las motos no me gustan, me dan miedo y vértigo y no soporto ver a críos que no han alcanzado la mayoría de edad rodando a velocidades de vértigo. Tampoco me gusta que me hablen de comida, cuando lo que estoy intentando desde hace meses es quitarme esos kilitos de más, que no quiero decir que esté gordo, quizás algo fuerte. No soporto las telenovelas, no soy capaz de aguantar toda mi vida esperando a ver qué pasa tarde tras tarde. Tampoco estoy preparado para ver desgracias, catástrofes e infortunio, así que nada de informativos en los que solo se cuentan cosas desagradables y cuando son agradables me corroe la envidia y me doy cuenta de que soy un “jodido envidioso” y eso no me gusta. Tampoco me interesan los programas culturales o los reportajes de la dos, porque me recuerdan lo ignorante que soy y yo siempre me había tenido por un tío listo y no por un tuercebotas cultural. Y, ¿qué me dicen de los concursos? Esos que parecen hechos única y exclusivamente para que unas ratas de biblioteca nos soben el papo con sus conocimientos enciclopédicos y conozcan la obra completa de “Sopenjagüer”, “Volter”, “Quirquegar” o “Sespir”.

Y es que uno ya está harto de sentirse discriminado, minimizado, ninguneado, pisado y humillado por tanto listo, hábil, ágil, inteligente o ecuánime que sale por la tele. No voy a pedir que retransmitan corridas de toros porque entiendo que pueda herir la sensibilidad de algunos, especialmente si se les ata delante de la pantalla y se les obliga a contemplar esa barbarie desde el paseíllo, hasta el arrastre del último toro, que para eso es la tele. Quizás si desde la mañana a la noche pusieran la carta de ajuste todos nos pondríamos de acuerdo, eso sería inaguantable.

Podríamos ponernos a pedir que algún torero de verdad se decidiera a ser televisado por el Ente Público; no sé a lo mejor ¿José Tomás con toros de Cuadri? Pero quita, quita, semejante barbarie no podría ser aceptada por los capitostes de la TE- UVE- E, la UNO, la DOS, y TELEDEPORTE. Además el locutor tendría que ser un periodista ecuánime y equilibrado que no contara milongas a la audiencia, y no esos halagadores profesionales que hablan de toros en ese programa que es el último vestigio de la fiesta de los toros en la tele de todos.

No digo yo que fuera una buena idea, pero a lo mejor si se ofrece un espectáculo íntegro y lleno de emoción, a lo mejor, solo a lo mejor, estos señoritos se replantearían su sabia y acertada decisión de mandar los toros al exilio hertziano. Así todos podríamos ver una corrida de toros sin tener que bajarnos a alguno de los escasos bares que ponen los toros por la tele de pago, la que es más, o sin tener que hacer horas extras para abonarse, que aunque en ella hable el señor Molés, eso de abonarse no es cubrirse de estiércol hasta las cejas; lo del olor pestilente es por otras causas.

Quizás los toros se ven excluidos de la programación de televisión porque es una fiesta y una tradición ajena a este medio, como les pasa en alguna Comunidad Autónoma. ¿Quién es capaz de recordar una corrida televisada por la tele de todos? Pues nadie, por supuesto. Y habrá quien me diga que la primera retransmisión que se hizo en la historia del Ente Público fue una corrida de toros desde las Ventas, o que la tarde del toro blanco de Antoñete era una corrida televisada o la retransmisión por parte de Matías Prats de la Corrida del Siglo, con los Victorinos, Ruiz Miguel, José Luis Palomar y Esplá, o que la oportunidad de Vistalegre de la que salió Palomo, también se vio en la tele y otras muchas tardes más, las tardes de los Guardiolas en Sevilla cerrando la feria, la Beneficiencia de todos los años en Madrid, la de Asprona en Albacete y muchas tardes más, que nunca se televisaron en un medio tan serio y preocupado de la divulgación cultural, el entretenimiento y la información como lo es RTVE, la tele de todos, menos de los aficionados a los toros. Pero yo no desespero y todavía creo que algún día podré volver a decir que: hoy hay toros por la tele.

PD: A propósito, ¿se imaginan que una de las televisiones que emiten en abierto contrataran a un director de programación francés, aficionado a los toros, y que con su consabido chauvinismo se decidiera a mostrarnos uno de los espectáculos que más tirón tiene en el mediodía francés: la “corridá”?

jueves, 6 de enero de 2011

La técnica en el toreo

Manolo Martínez. Torero de Monterrey
Hace unas fechas dediqué una entrada a confesar mi ignorancia sobre lo que los taurinos llaman toreabilidad, pero si la ignorancia humana es infinita, la mía mucho más, y por eso he decidido enfrentarme a otro término que aficionados, periodistas, toreros y demás habitantes del mundo de los toros manejan con evidente soltura: la técnica.

No sé si serán muchos los que se apunten a esta declaración de desconocimiento taurino, pero a mí me enseñaron que tenía que ser sincero. Pero esto no quiere decir que al oír la dichosa palabrita no experimente ciertas sensaciones. En primer lugar, creo que me están queriendo engañar, y como si se tratara de un juego de manos, me quieren ocultar algo. Nada por aquí, nada por allá, nada en esta mano, nada en la otra y el caballero se va merendando una rueda de molino más grande que la de un tractor.

La técnica en el toreo es contemplada desde dos puntos de vista absolutamente contrapuestos. Cuando algunos revisteros o aficionados duchos en la nueva terminología taurina se refieren a un torero como técnico, parece que quieren destacar la cualidad del coletudo para dar pases y más pases, incluso a veces consiguiendo que un pobre torete camine siguiendo el engaño. Dicho en otras palabras, si el maestro se encuentra con un toro parado desde el primer picotazo en el caballo, porque si se le diera un segundo se moriría allí mismo, y a base de trapazos y más trapazos logra engatusar al borreguito, eso es técnica.

Pero ante la misma situación también los hay que piensan que eso no es torear, eso es abusar del medio toro que no es capaz de aguantar la lidia completa con que se prepara a un toro para la suerte suprema. Y ¿por qué? pues porque el toro ya sale en plena agonía premortem. Este sector de opinión considera que los denominados toreros técnicos tienen esa rara habilidad de hacer embestir lo mismo al medio toro, que a una máquina de tricotar mientras se teje un poncho bogotano. La técnica en este sentido revitalizador e hipnótico se empezó a manejar con asiduidad allá por los años de Dámaso González, llegando a su cumbre con Espartaco y a su consagración con los Juli, Perera, Castella o Manzanares y con los múltiples aspirantes a técnicos.

Quizás la revelación de lo poco afortunado de la expresión “técnica” sea el que algunos caigan en el error de que estos técnicos acudirán como el rayo a domicilio para desatascar la lavadora, para arreglar cualquier problema de un ordenador o para sintonizar la antena parabólica para poder ver Tele Bucarest. Un concepto tan valorado como este en otras disciplinas, carece de tal aprecio en el mundo de los toros. Un tenor con una técnica depurada nos evoca a un cantante dominador de su voz; por un centrocampista técnico entendemos a aquel que toca el balón con una delicadeza exquisita para colocarlo al pie del compañero; un pintor con una técnica excelente es el que compendia en su paleta y en su pincel todo el saber clásico del dibujo y de la combinación del color; pero nos plantan lo del toreo técnico y nos suena a truco, trampa, mentira, vulgaridad, adocenamiento, aburrimiento y pases, pases, pases y más pases. Lo que cambian las cosas en cuanto las metemos en una plaza de toros.

Estamos ante uno de esos términos de los que se abusa para tapar una deficiencia o un engaño. Como en el caso de la toreabilidad, con perdón, la técnica parece querer suplantar al dominio, mando, torería y capacidad lidiadora. Y digo suplantar y no suplir, porque nos quieren hacer creer lo que no es, y lo que debe ser nos lo quiere hurtar. Y pongo un ejemplo: ¿quién habla de Domingo Ortega como un torero técnico? Pues nadie o casi nadie, y es absolutamente sabida la capacidad de este torero para poder con toros muy complicados, con poder, bravos, mansos, encastados y los barrabás en toda su gama de alimañas. Evidentemente, el torero de Borox poseía técnica taurómaca suficiente para doblegar a cualquier toro, pero eso se llamaba poder, mando y todo lo que he relatado anteriormente. Esa técnica que le permitía saber administrar la lidia adecuada a cada toro, dándole los terrenos que éste pedía, apoyado en las suertes que le ayudaran a domeñar a la fiera y con una ejecución de estas que hacían que a cada pase el toro fuera rindiendo poco a poco sus armas al diestro que le iba a dar muerte.

¿Alguien imagina a nuestras figuras de hoy en día llevando al toro al caballo colocándolo en cada encuentro a la distancia que éste pida, administrando el castigo y sin robarle capotazos inútilmente? ¿Alguien ve a estos “profesionales” iniciando la faena de muleta de aquella manera que pida las condiciones del toro y no repitiendo siempre la misma fórmula o dando derechazos a diestro y siniestro sin previo aviso? Yo francamente no, porque parto de la base de que nunca les veremos delante de un ganado que les exija esa técnica que siempre se les ha exigido a los matadores de toros, pero que se manifestaba en como se iba modelando la embestida y el comportamiento del toro. Ahora resulta que esos toros son “a contraestilo”, “intoreables” o “imposibles”. De momento en lugar de matadores de toros, tendremos que conformarnos con figuras del toreo, que no son ni sucedáneos del toreo eterno.

sábado, 1 de enero de 2011

Queridos Reyes Magos


Este año he sido muy bueno, no he faltado ningún día de pagar mi entrada a los toros, he aguantado todas las ferias de la plaza de Madrid que se han inventado la Comunidad y Taurodelta a pachas, aunque ninguno sea responsable de ello, unos porque solo dan el visto bueno y otros porque, bueno, no lo han visto.

Sí es verdad que he protestado un poco, pero tampoco demasiado. He sido capaz de aguantarme las ganas de protestar haciendo un striptease en los tendidos de las Ventas, pero me lo pensé mejor y pensé que semejante espectáculo solo serviría para que la gente se compadeciera de mí, de mi familia y de ese estado de demencia transitoria.

Pero a pesar de todo me atrevo a pediros mis regalos para el año que viene. Primero quiero que me traigáis unos toros encastados, con presencia y que ellos solitos puedan dar un vuelco a todo eso que llamamos fiesta de los toros, de esos que les pones la muleta torcida y se cabrean como una mona. Y además que sean de los que van al caballo de lejos, que meten los riñones y que van tres veces como mínimo y con los que no se puede simular que se les pique, que hay que picar de verdad.

También quiero que me traigáis unos toreros que sepan torear, pero que no sean de los que venden en los mercadillos que dan muchos pases, pero que no torean, esos no, porque juegas con ellos un ratito y en seguida te aburres porque solo dan vueltas y vueltas y más vueltas. Y si además me podéis traer unos picadores que no tapen la salida y que piquen delantero pero sin masacrar al toro, mucho mejor y unos banderilleros que lidien y pareen asomándose al balcón, pero que no sean tampoco de esos de los capotes con varillas, que parecen más alas delta que los trastos de torear.

Diréis que abuso de vuestra bondad, pero es que me gustaría tener el juego completo y no a cachitos como ahora, pero también os pido el juego de “Tu ganadería de toro de lidia”, con su finca, sus cercados, su placita de tientas y un librito donde se aprende a no hacer caso de los caprichos de las figuras y de las empresas, y además entre los accesorios viene un garrote para echar de la finca al malvado veedor, porque si se te cuela en la ganadería pierdes el juego y a partir de ese momento tienes que hacer lo que te manden los otros jugadores, las empresas, los apoderados, los toreros, la prensa y hasta el Sumsum Corda.

También me gustaría que me dejarais una prensa que dijera la verdad y que no se limitara a repetir fórmulas vacías pero muy rimbombantes, que no dicen nada y que dejan con los pies fríos y la cabeza caliente. Un machaconeo continuo y pertinaz que te taladra los sesos y te mina la moral, cuando no te lava el cerebro. Yo quiero unos periodistas honestos y que se atrevan a contar las cosas como son y no como las quieren ver. Cuando ves pasar cerca de ti a un grupito de aquellos se oye: maestro, formidable, profesional, maestro, formidable, profesional, maestro, formidable, profesional.

No sé si serán demasiado altas mis aspiraciones, pero es lo que más deseo, aunque no lo único. De pequeño mis padres siempre me decían que también tenía que pedir algo para los demás y este año no iba a ser menos y por eso me gustaría que a los señores antitaurinos les trajerais Los Toros o El Cossío, como todo el mundo lo conoce, unas entradas para ver la reaparición de José Tomás en Madrid, si es que ésta se produce y un fin de semana para dos personas en tierras de Salamanca, para que así puedan disfrutar del campo charro antes de que se convierta en urbanizaciones de lujo, si es que alcanzan su objetivo de acabar con la fiesta de los toros; aunque a este viaje se podrían apuntar también muchos políticos, responsables de medios de comunicación que vetan, suprimen o arrinconan la información taurina y también para mí, que nunca es mal momento de hacer una excursión como esta.

¡Ah! y si es posible, que los regalos sean de una tienda de postín y no comprados en los chinos como los últimos años, que luego vas a abrirlos y donde pone maestro sale El Fandi, donde pone toro hay un Cuvillo y donde pone empresario colocan a los Choperitas y a Simón Casas. Solo queda que en lugar de una plaza de toros me traigáis el Palacio Vistalegre.