sábado, 31 de mayo de 2014

Yo soy torero

Si las cosas no salen como se quiere, la estocada es una buena manera de demostrar que se es torero.


Un día vas a los toros a ver a las más grandes figuras de la tauromaquia y cuando sales de la plaza procuras evitar el verte en un espejo, porque no te aguantas la cara de tonto que se te queda, la misma del señor que llegaba a la estación del Norte de Madrid y le pegaban el timo de la estampita o el tocomocho. Y vuelves al día siguiente aún con las heridas abiertas y te dispones a aguantar lo que te echen; lo que no te esperas es que te descarguen un balde rebosante de torería y valor. En este orden, pues lo primero es lo que da verdadero valor a lo primero. Y me explico. Esto es que un señor se viste de luces y aplicando las normas y saber del toreo de siempre se dispone a dominar a un toro, sabiendo lo que tiene delante y a lo que se expone en cada momento. Quizá es la diferencia que hay entre una corrida y otra. En unas con el torillo le pides al matador que de un paso adelante y que se deje de precauciones y en otras, como la del Montecillo, ruegas a los toreros que frenen sus impulsos y que reculen, porque los ves constantemente en peligro. Pero ni en uno, ni en otro caso obedecen a los deseos del público. ¿Qué a qué viene todo esto? Pues a que Miguel Abellán, hijo del Maletilla de Oro, puso todo de su parte para encogernos el corazón. No me quiero apuntar al carro de esos sabios que hace tiempo, años, decían que era un torerazo, porque lo que yo vi a este torero era una apatía y conformismo desesperante, incluso con aparente valor irreal, que aparecía por Madrid de la misma forma que desaparecía. Pero señoras y señores, me descubro ante este torero.

Personalmente, yo salí conmocionado de la plaza, quizá hasta más que él, pues los toreros hay veces que no le dan tanta importancia a lo que hacen y, por el contrario, a los que estamos en los tendidos nos parece un imposible, una verdadera heroicidad lo que desarrollan en la arena. Sonaron los clarines y timbales y Miguel Abellán empezó a cruzar el ruedo en dirección a la puerta de toriles. ¡Caramba! Qué malos recuerdos, aún demasiado recientes, se nos venían a la cabeza. Pero empezando por el sitio elegido para arrodillarse, la cosa parecía distinta. Salió el del Montecillo, y antes de se le echara encima, el torero le marcó la salida y le dio una larga afarolada de rodillas. En esa circunstancia el torero queda en unos terrenos complicados, en los que poco se puede hacer aparte de liarse a trapazos descompuestos. Pues con mucha vista, según venía, Abellán le pegó otra larga de rodillas y ya más abierto, se lo sacó hasta los medios a la verónica. Mal el Soro en el caballo, sin atinar con el palo en ninguno de los dos encuentros y perdiéndolo en la segunda vara cuando el toro se marchaba. Este empujaba de lado, por el pitón izquierdo, por el que se vencía peligrosamente. Chicuelinas con serenidad del matador, más ajustadas las de ese pitón izquierdo. En la faena de muleta Miguel Abellán empezó con derechazos sosos e insustanciales. Citando de largo ofreció la muleta al toro por la derecha y viniéndose de lejos y sin dar lugar a rectificaciones, se fue directo al muslo del torero. O eso pareció en la plaza, que le había levantado partiéndole en dos. Una cogida espeluznante. Luego se vio que tan “solo” le encunó y le pegó un puntazo en la axila, pero el trompazo fue tremendo. Los entendidos dicen que las cogidas son siempre un error del torero, incluso estos las asumen como tales, pero perdonen que les diga, que en este caso no fue así. A partir de ahí el toro iba al bulto por ese lado derecho, pero mantenía las complicaciones del izquierdo. No se empleaba y cuando parecía que podía meter la cabeza, simplemente era para probar, porque inmediatamente levantaba la cara a media altura. Este sií que era un toro imposible. ¿Y qué hacer en estos casos? Pues lo que hizo el madrileño, mantener su dignidad en alto, tirándose a matar como un jabato. Tras doblar el toro, pasó a la enfermería, con claras muestras de ir conmocionado por el golpetazo.

No salió hasta el quinto, cambiando el orden de la lidia. Recibió a su segundo a la verónica, llevándolo toreado por el derecho y cortando el viaje por el izquierdo, rectificando, para rematar de una revolera. En varas el toro cumplió sin más, empujando a media altura y por momentos echando la cara arriba. En la segunda vara no recibió más que un picotazo. Cortaba y hacía hilo por el pitón derecho. El tercio de muerte fue convirtiéndose en un duelo, una pelea entre dos antagonistas. Por el pitón derecho se quedaba a medio camino u se revolvía con prontitud; si bien es cierto que seguía los engaños, no lo hacía entregado y siempre cabía la posibilidad de que pegara el derrote a medio camino. Esa poca certeza de que el animal llegara hasta el final del muletazo es lo que convertía en muy meritoria la labor del espada. Cada muletazo era un esfuerzo tremendo en el que había que mandar y tirar del toro. Lo mismo al natural, quizá algo más torpón. No adelantaba siempre la muleta, pero allí estaba Miguel Abellán, valiente y decidido a dejar claro al del Montecillo que el torero era él y quién obedecía era el toro. Acabó de una entera en buen sitio, que hizo que el público le pidiera una oreja con fuerza. No diré que fuera una oreja clamorosa, incluso puede que fuera del gusto de algunos aficionados más inclinados por el toreo artístico y pinturero, pero creo que a nadie molestó que el madrileño paseara la que le dio el presidente por el ruedo de Madrid.

El lorquí Paco Ureña aparecía en esta feria después de haberse ganado su presencia en este mismo ruedo en su última actuación. Torero poco placeado, pero con un toreo más cerca de la verdad, que de lo accesorio. Así lo empezó a dejar entrever en su recibo al segundo de la tarde, con unas verónicas a pie firme, sin moverse, cuando el toro venía por el pitón izquierdo. Por el derecho se cruzaba una barbaridad. En el caballo el animal se dejaba pegar sin más, poco castigado, embestía como un burro. Inició el trasteo a una mano por ambos pitones, quizá demasiado mecánico y acelerado, soso y casi aburrido, pero dejando que el toro pasara cerca. Volvió en cuarto lugar, a la espera de que Abellán pudiera recuperarse para matar su toro. Recibió al toro con sosería, pero en cambio lo dejaba bien en el caballo, que se limitó a cumplir. Con la muleta instrumentó unos estatuarios quedándose muy quieto, sin gracia, pero colocándose como se debe, sin estar mal, pero faltando ese algo que impulsa a cruzar esa línea que delimita el triunfo. Puede que parte de culpa de esto fuera el rematar los muletazos arriba. En un instante presentó la muleta torcida y el toro hizo por él, pegándole una cornada en la parte posterior de muslo izquierdo. Poco más que voluntad, pero a pesar de todo es un torero al que creo que merece la pena volver a ver.

A quién ya empieza a cansar el verle en Madrid es a Joselito Adame, que parece que va a acabar en la nómina de los habituales en Madrid. A su primero le dejó que anduviera muy suelto por el ruedo. Fue solo al caballo, donde se lió a pegar derrotes desesperadamente, con fijeza cuando le tapaban la salida, para acabar yéndose a refugiar a terrenos del 1, donde no había nadie que le molestara. Seguía suelto cuando el de Aguascalientes le recibió con un trincherazo rodilla en tierra, del que quedó traspuesto, como si se hubiera convertido en estatua de sal, el matador, que el toro estaba de gira por el ruedo. Vuelve, le toma por bajo y casi sufre un percance al perder la muleta. Un peón se cae en la cara del toro, lo que incrementa el caos existente en el ruedo. Adame no conseguía superar las complicaciones que el toro presentaba. Dudas y falta de quietud, para acabar con un macheteo que podía entenderse como anacrónico. Si el comienzo del trasteo hubiera sido con muletazos eficaces que limaran las asperezas del burel, puede que no hubiera acabado tan aperreado como acabó con su primero. Hay veces en que los toreros hacen al toro peor de lo que es y luego sufre las consecuencias. Al sexto de la tarde tampoco le logró parar, vagando por el ruedo intentando frenar ese desesperante correteo del toro. No había llegado el toro a empotrarse contra el peto, cuando ya quería quitarse el palo con desesperación. En la segunda vara le dieron a base de bien, mientras el toro medio empujaba de lado. Esperaba mucho por el pitón izquierdo. Estatuarios de recibo junto a las tablas, para continuar pasándolo sin correrle la mano, un derrote y le desarma. Se limitaba a acompañar las embestidas, sin mandar en ellas, lo que hacía que el toro fuera complicándose más por momentos. Se puso peligroso, a su aire, haciéndose el amo de la situación. Un arrimón que no venía a cuento y que evidenciaba aún más la incapacidad del torero.


La del Montecillo fue una corrida mansa, que fue sacando bastantes complicaciones, que a medida que se le hacían las cosas de mala forma adquiría más sentido y se ponía más difícil eso de ponerse delante. No se puede decir que los toreros estuvieran grandiosos, no, ni mucho menos, pero sí que se puede afirmar que estuvieron dignos, muy dignos, que pueden ser anunciados más tardes con más merecimiento que muchas figuras y decir categóricamente “yo soy torero”.

viernes, 30 de mayo de 2014

Tía, no mola nada, aburrido no, lo siguiente…

Tía, qué rollo.


Hoy me he enfadado mucho, tía, que cabreo, osha, que llega José Mari, que cada día está más güeno tía, y salen unos toros casi moribundos tía. ¡Qué flash, requeteflash! Si es que no es que estuvieran flojos, qué va tía, lo siguiente, y lo siguiente tampoco, lo de después. Vamos, que se me ha atragantado el gin tonic; no te digo más. Me lo han preparado agitado, no removido, con un poquito de morcilla de Burgos en pan candeal y un pimientito asado encima. Es el toque del Barman. Eso sí, luego una pesadez,… aunque no sé si es por el ginto o por la corrida. Pero, ¿dónde van a buscar esos toritos tan fofos? Y había uno muy grandullón que tenía unos cuernecitos pequeñitos, ¡más mono! Tía, que un señor muy majo que se sentó a mi lado, hasta se me durmió en mis piernas. ¡Más majo! No veas lo preocupado que estaba porque yo me sintiera cómoda, hasta me dijo que me sentara en sus rodillas. El hombre me estuvo dando garrapiñadas toda la tarde.

Los toros eran una cucada tía, unos negros, otros negros con manchitas y otros marrón clarito, así muy recogiditos, menos uno que era más grandón, pero con los cuernos pequeñitos, mucho mejor, así no dan miedo y hay menos peligro de que los toreros se hagan daño. Creo que eran de Zaragoza, porque se llamaban del Pilar. A ver si te crees que soy tonta, si fueran de una señora no se llamarían así, sería de la Pilar. Los veía y me recordaban a mi cole, el de las monjas, igual que los niños correteábamos por el patio y las madres no nos decían nada, pasaban, así estaban ellos, iban por toda la plaza y nadie les hacía caso. A veces iban al tío bruto subido al caballo con faldas, pero menos mal que se portaba bien y no les hacía pupa. Él quería hacerse el duro y nos hacía creer que apretaba mucho el palo, pero, que va, solo disimulaba. ¡oye! y menos mal, porque los toritos no hacían casi fuerza, porque si la hacían, ¡cataplam! Se caían redondos. No sé a que jugaban, pero por lo que vi, la valla debía ser casa, porque en cuanto podían se iban allí corriendo, o cerca de la puerta por la que salían, se querrían ir a echar la siesta un rato.

¿A que no te imaginas quién toreaba? Josema ¡Tía! ¡Mmmmmm! Si es que me lo comía enterito. Es monísimo. Iba con dos amigos, uno así como muy soso él, muy místico, un francés que se llamaba Sebas, Sebastián Castella. Y el otro, feúcho el pobre, pero simpático, así muy gracioso él, Alejandro Talavante. Pero ninguno como Josama, José Mari Manzanares como le llama mucha gente. El chiquito francés ya te he dicho que era un poco paradito, muy sosito y andaba así como si fuera pisando altramuces, para no mancharse cuando explotaran. Al primer torito que toreo le dio unos pases, verónicas dicen, pero sin moverse del sitio. Le daba uno, el toro se daba una vuelta por la plaza y luego volvía a por otro, como mi madre dando la merienda a mi hermano pequeñito en el parque; muerde el bollycao, se va al tobogán y luego vuelve. Cuando estaba el toro con eso del caballo, Sebas se ponía allí apartado para vigilar, pero no hacía nada más. Hasta que cogió la tela roja con un palo. Pero me parece un poquito flojo, porque empezó a dar pases sentado en la valla, en eso que sobresale. Luego siguió, pero muy rápido, me daba miedo de que se mareara, pero casi me daba más miedo que se hiciera daño en la espalda; no veas tía como se retorcía. Un primor. Y se nota que él se lava la ropa, porque solo dejaba que el toro siguiera la punta del trapo, la muleta, y además cuando daba el pase, hacía que el toro se fuera lejos de él. Qué tío tan espabilado. Le mató muy feo, primero metió la espada y la sacó y luego se la dejó hacia el culo. Luego toreó otro toro más, al que dejó corretear a sus anchas. Claro, a ver por qué a uno sí y al otro no. Con la muleta, que ya me he aprendido el nombre, andaba como si no supiera qué hacer. “Le torero, no l toreo”. Y no sé si lo toreó o no, pero él estaba por allí, que hasta parecía que no se decidía a pegar pases, no fuera a ser  que el toro se enfadara. La gente se enfadaba porque tardaba mucho y no hacía nada bonito, pero él, como mi madre, ¿protestas? Pues doble ración de sopa.

¡Aaaaayyyy! Y Josema tía, ¡cómo sacude el telón rosa! El toro correteando, pero él como pasando de todo, ¿sabes? Así, como si le despreciara. Como debe ser. Hasta que le tocó coger la muleta debió estar hablando por el móvil o en el WhatsApp, porque yo no le vi, o no me fijé en él. Y mira que a mí no se me despinta un segundo. Aunque igual con lo de las garrapiñadas y las piernas del señor, se pasó sin enterarme. Pero con la muleta sí que le vi, ¡lo flipas! pone unas posturas que me muero. Como estira mucho el brazo y saca el culito ahí para que el toro pase lejos y no le mache el traje, se le marca todo tía, pero todo, todo. Aunque debió perder Josemari, porque el toro se le fue corriendo a la valla y debió decir “casaaaa”. En el otro hizo lo mismo, pero como es un tío estupendo, dejaba que todo el que quisiera le pegara un pase con el capote al toro. Luego ya toreó él solo y tía, es guapísimo, un tipazo, un pibón, pero es que me aburrí mucho, se me hizo muy pesado. Que le queda el traje de colorines muy bien, pero es que es muy pesado, casi lo prefiero de modelo. Y luego una sufre, claro, porque verle así retorcido, se tiene que hacer daño en la espalda, ¿no?

El simpaticote, Alex Talavante, también me aburrió tía. Salió con un toro chiquitín, una monada, así él muy flojucho, pero muy “salao”, se caía todo el rato, pero allí seguía para no ofender a Alex, para no hacerle un feo se levantaba otra vez. Aunque al público no le gustaba. Ya sabes, las envidias, no les gusta que solo sea Alex el que torea a los toritos estos, seguro que ellos también querrían, pero como no son toreros, pues hala a aguantarse. En el otro dio dos pases buenos con la capa, dos verónicas decían que se llamaban. Luego con el trapo rojo iba muy rápido y como el torito no tenía fuerzas, se caía, no podía seguir ese juego. Después, el señor me dijo que estuvo aseadito; qué educado. ¿Será que Sebas y Josemari no se habían lavado? Pero bueno, que Alex estuvo aseadito, aunque yo no he olido nada, ni bien, ni mal. Parece ser que por ser limpio le iban a dar una oreja, pero como clavó la espada varias veces, igual se manchó de sangre y ya no se la dieron. No sé si volveré algún día más en la feria, porque aunque mi jefe igual quiere que vaya para beber de la bota, que no sé por qué, habiendo gin tonics, pero él nada, no para de decir “te pegaba un tiento”.  Y el caso es que él no bebe. Pero bueno, ya te digo tía, no mola nada, aburrido no, lo siguiente…

La Vane


jueves, 29 de mayo de 2014

¡¡¡Se va sin torear!!!

La belleza de la lidia, de la lucha entre el hombre y el toro.


No sé si habrá alguna voz que moleste más a los toreros que esta de que el toro se le va sin torear. Al matador le deben entrar unas ganas tremendas de pedirle al toro que le espere unos minutos, al mozo de espada que le sujete los trastos y ponerse a intercambiar opiniones con el dueño de la voz que le espeta semejante opinión a gritos. Estaría curioso oír las opiniones de ambos y las de otros espontáneos que gustosamente se unirían al debate. Puestos a hacer toreo ficción, es probable que el matador asegurara que le había pegado mil pases y que además el toro echaba la cara arriba, a lo que el aficionado podría responder que pegar tantos pases no es torear y que precisamente por este motivo, el animal no para de lanzar los pitones al cielo. Y entonces es cuando empezaría eso del respeto, del baja tú, que si tú eres un pegapases, que te retuerces, que si no rematas… ¿Y por qué todo esto? Pues muy fácil, porque en la corrida de Baltasar Ibán, tanto Robleño, como Bolívar, como Rubén Pinar, se han dejado ir varios toros sin torear. ¡Ay! Si el toro saliera más a menudo y saliera para todos, en cuatro días no iba a conocer el escalafón taurino ni el que lo fundó.

Toros de Baltasar Ibán, que como diría más de uno, no se comen a nadie, pero que como no les hagas las cosas como se debe, te acaban comiendo. Salía el primero que no era un portento en cuanto a presencia, sobre todo comparado con lo que venía después, unas velas como para alumbrar París, aunque con que dieran luz a la Fiesta y a la plaza de Madrid, ya nos conformábamos. Este que habría plaza salió echando las manos por delante, mientras Robleño sacudía el capote en sus alrededores. Empujó con un pitón en la primera vara y con fijeza en la segunda, a la que se arrancó con alegría. La misma con que fue desde el burladero al centro del ruedo donde el espada le ofrecía la muleta. No supo templar las buenas embestidas del Ibán, abuso de pico, banderazos y trallazos. Un toro de esos que no paran de demandar los toreros, pero que cuando les sale no acaban de saber qué hacer con él y se limitan a pretender aplicarle la faena al uso o a aparentar que es una alimaña. En este caso, nada más lejos de la realidad. El cuarto, que lucía una impresionante cornamenta, empujó de lado en el caballo y con la cara alta. De primeras se marchaba del caballo, pero volvió al peto para acabar derribando al caballero, que ya había decidido no picar al toro. Quizá habría sido conveniente no dar tanta ventaja al burel. En la segunda se fue de lejos, cabeceó varias veces y se acabó yendo suelto. Saludó Ángel Otero, aunque no clavó reunido en el primer par y lo hizo demasiado horizontal en el siguiente. Robleño inició el trasteo sentado en el estribo, para sacarlo después más allá del tercio. Se limitó a pelearse con el Ibán, ahogando la embestida, con el pico de la muleta y muy encerrado en tablas, cuando precisamente tomaba mejor todo lo que fuera en dirección a los medios, protestando lo que le metiera más al amparo de la barrera.

Peor suerte tuvo Luis Bolívar, que se encontró con el que hasta el momento puede ser el toro de la feria, un torazo de imponente lámina que ya en el capote casi arrastraba los amplios pitones por la arena. Se arrancó de lejos al caballo, con alegría y prontitud, para recibir un navajazo en la paletilla. Empujaba mientras le tapaban la salida. Más lejos en el siguiente puyazo, cumpliendo de nuevo. En el último tercio parecía un tren en busca de la muleta que Bolívar quitaba de allí sin templar, ni mandar. El toro se iba haciendo el dueño a cada pase, parecía que se iba a comer al colombiano, que por el contrario parecía a merced del animal, que iba a todo, si le dejaban la muleta quieta, la hacía volar, banderazos por alto y parecía querer volar. Que dirán que echaba la cara arriba, pero es a lo que le enseñó el espada. Que si con el bueno no pudo, con el menos bueno, pues echen cuentas. Al quinto le dieron capotazos y más capotazos antes de llevarle al caballo, donde se le castigó poco mientras se quedaba debajo del peto sin más. Con la muleta Bolívar no supo por donde echarle mano, quizá aún estaría pensando en lo que se le fue un rato antes.


El tercero recibió capotazos a diestro y siniestro, sin que ninguno lograra fijarle lo más mínimo, suelto al reserva, para salir de najas en cuanto notó el palo, vuelve y se lía a pegar derrotes al peto. Ya en el de tanda, solo aceptó la pelea mientras le tapaban la salida, cuando vio el campo libre ya ni eso. Rubén Pinar se dispuso a administrarle su buena colección de pases con el sello de la modernidad, recolocándose a cada mantazo, abusando del pico y estirando el brazo para mantener la muleta lo más lejos posible. El toro seguía los engaños con sosería, haciendo juego con la forma de desenvolverse del manchego. El cornalón que hizo sexto ya de salida le arrancó el capote de una mano y sin dudarlo, el espada se lo soltó en la cara para tomar el olivo con más ventaja. Se durmió en el peto para que el picador hiciera lo que creyera conveniente. Una segunda vara que no fue más que un picotazo tras arrancarse de lejos. Otra faena vulgar y aburrida y el fin de una corrida que evidenció muchas cosas, que si saliera el toro con más frecuencia, la Fiesta cambiaría de forma radical. Que en estos tiempos de tanta técnica y tanto saber, no saben lidiar un toro, ni poderlo, ni después torearlo, aunque este se deje. Que con una corrida de toros es difícil aburrirse, salgan buenos, malos o regulares, pero con casta. Y que por el camino que vamos, los taurinos no darán ninguna facilidad para que cambien las cosas y mucho menos para que reaparezca el toro.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Mansitos para triunfar

Ángel Otero se asoma al balcón y mira si hay conocidos en el parque


Se veía venir una catástrofe ganadera en la corrida en la que Fuente Ymbro sustituyó a los de José Luis Pereda y la Dehesilla, hasta era difícil entender el motivo de que fuera elegida esta y no otra, pero al final las cosas fueron bastante mejor de lo previsto. Aunque ni el aficionado, ni mucho menos el ganadero, creo que debería lanzar las campanas al vuelo. Pero aparte especulaciones y centrándonos en lo que pasó en Madrid, se puede decir que la corrida era mansa, de esto no hay duda, pero que permitía torear al que estuviera dispuesto y preparado para ello. No se puede decir que no se les picara, sí es cierto que se les castigó poquito, muy poquito, que ya es suficiente motivo como para preocuparse, aunque sin llegar a eso de levantar el palo antes de que llegue el toro al peto. El comportamiento general fue el de empujar poquito, casi todos de lado y en cuanto veían el campo libre se marchaban del caballo. En el quinto se pretendió eso de no aprieto y hago que me estoy desriñonando, pero el toro descubrió el truco y echó por tierra a montura y montado. Si es cierto que más de uno luego apretaba para los adentros, pero al menos no salían despavoridos buscando la puerta de salida. ¡A lo que estamos llegando! Una corrida mansa a la que le damos cierta coba, porque no eran mansos “pregonaos”. Me leo lo escrito y no me lo creo. Quizá puedo añadir en mi descargo que no fue un aburrimiento de los que tanto padecemos. Había cierto interés y que me perdone mi maestro que estará allí arriba echándose las manos a la cabeza de lo que escribe su pupilo.

Pero claro, a estos también hay que torearlos y muchas veces aunque no quieran saber nada de caballos y capotes, es ponerle los capotes delante, se obnubilan y no paran de buscar la telita “colorá”. Uceda Leal
ya debía venir obnubilado de casa, manteniendo esas maneras y ese porte que parece que va pisando barquillos, deleitándose con el crujir de la galleta, pero que al coger los trastos parece más bien un torero soso, apático y aburrido, que un matador pleno de elegancia y sensibilidad. Si alguien les dice que no hizo nada con el capote, no le hagan caso, lo sacudió, le quitó el polvo y lo dejó listo para guardarlo para otro día. Con la muleta se lió a dar muletazos a su primero, primero trapazos por ambos pitones, dejando que le tocara demasiado la tela, para seguir con derechazos y naturales, sin abandonar la misma tónica. Muy perfilero, excesivamente perfilero y manejando la muleta como si fuera un trapo de cocina, hecha un burruño y sin hacer que los vuelos envolvieran las embestidas. El primero era más bonachón y le permitió llegar a los cien trapazos, lo que debió ser el mérito principal para que le dieran una oreja. La verdad es que yo no encontré otro motivo. En el segundo, ya más complicadito, le rondaba por un lado y por otro, pero no acababa de ver por donde atacar, banderazos, mantazos, carreras, retorcimientos y para acabar un sablazo innoble.

Curro Díaz era un torero artista, con pellizco, como se dice por ahí abajo, que en las condiciones más adversas movía las telas y hacía que surgiera el arte. Pero haciendo memoria de lo que ha dado en las últimas apariciones por esta plaza, ya parece uno más, ya ha dejado de ser ese torero al que sus paisanos seguían a base de tragar kilómetros, aunque compensaba, porque el paisano se lo agradecía con arte. Pero esto parece tan lejano. Si hubiera sido un pegapases como tantos, pues solo cabría la resignación, pero estamos hablando de un torero que molestaba por sus buenas condiciones. Que resultaba incómodo incluso para el Sumo Sacerdote del arte torero, el de la Puebla, entre otras cosas por carecía del amaneramiento de este y poseía muchísima más naturalidad y torería que el artista al que le molesta hasta que tosan mientras torea. Curro era otra cosa. Pero su realidad presente también es otra cosa. Inédito con el capote, con la muleta todo fue abusar del pico, mantenerse en la pala del pitón, retorcimientos, carreritas constantes para recuperar el sitio y la sensación de ser un torero mecánico. Lo peor en un espada con sus condiciones y su expresión.

Pero si eso de mecánico, de torero autómata, se lo aplicamos a Matías Tejela, seguro que nadie se asombra, ni se ofende. En su primero se sintió torero y lo recibió rodilla en tierra, pero cuando ya había pasado el toro. Acompañando la embestida, sin torear, desaprovechó el buen pitón izquierdo de su primero, pero esa falta de mando le convertía en un toro pegajoso que se volvía en seguida en busca de la tela. El torero no le daba tiempo a colocarse, quizá porque no era él que tenía que hacerlo, es más probable que fuera al toro al que habría que dejar en su sitio a base de llevarle sometido con la muleta. Y si estos mismos defectos se reproducen con un toro no tan claro, pues pasa lo que le ocurrió con el sexto, que le echaba la cara arriba, que se mostraba incierto y que sus arrancadas eran arreones destemplados.


Quizá la benevolencia inicial sea achacable al buen sabor de boca que dejó el peonaje en los aficionados. Primero Montoliú, quien empleando las facultades en la justa medida para superar los problemas del toro, dejó un buen par en la cara del de Fuente Ymbro. Más tarde fue Jesús Romero, quien tras un par de mérito al tercero y aguantar el acoso del toro haciendo hilo con él, aguantó la embestida y dejándose ver y midiendo la embestida, encontró el punto justo del embroque clavando también en la cara. Pero permítanme entusiasmarme con Ángel Otero, que dejó un primer buen par en el último de la tarde, pero el segundo fue de levantar al público de la piedra. El toro ya le había apretado por el pitón derecho, pero con mesura le ganó perfectamente la cara e incluso se permitió dejarle llegar demasiado y evitando el viaje que le tiró el animal, cuadró y clavó en todo lo alto, para salir del compromiso con torería. ¡Qué bonito es el toreo cuando se hace de verdad! Y es que ya lo decía al principio, los de Fuente Ymbro fueron unos mansitos para triunfar.

martes, 27 de mayo de 2014

Espejo de sus mayores, toreros o figuras

¿Cuál es el patrón a imitar por los que empiezan?
Que don Julián López, El Juli”, me perdone, igual que otros aficionados que consideran que a los novilleros no se les debe juzgar con severidad, como si los demás fuéramos unos sádicos que disfrutamos sacando los trapos sucios a la gente que maneja el toro y que se enfrenta a él. Ya me gustaría entrar a la plaza lleno de ilusión y salir feliz y esperanzado, pero la inmensa mayoría de los que integran el escalafón inferior no hacen otra cosa que mostrarnos la negrura del futuro que se nos avecina, un futuro tan próximo como lo que tarden estos chales en vestir las galas de matador de toros y en ser los que conformen los carteles de las futuras ferias, pensando que seguirá habiendo ferias. Pero resulta que en una misma tarde se pueden dar tantos matices como conceptos desea uno explicar.

Novillada de la feria de San Isidro, una oportunidad que ningún novillero que pretende ser algo en esto se atreve a despreciar. Es más, si para hacer el paseíllo en mayo en Madrid se tienen que taladrar el tabique nasal, adelante con el berbiquí. ¿Ganado? El que sea, aunque ya se sabe que si en el cartel figura algún novillero puntero, la corrida será mucho más comodita y bobona que si los anunciados son tres jóvenes sin padrino poderoso. A estos les tocará vérselas con lo que no matan por ahí las figuras del escalafón superior. Pero siempre ha habido clases, resulta que del hierro anunciado Guadaira, solo pasaron tres, que por otra parte parecían más unos erales adelantados que unos novillos para Madrid. Pero claro, en estas circunstancias, como si de un matador consagrado estuviéramos hablando, no se puede consentir que los veterinarios decidan lo que una figurita en ciernes tenga que torear o no; así que Martín Escudero se enfurruña y mal aconsejado por su entorno, se cae del cartel y prefiere no torear ni en Madrid, ni en su feria. Hasta ahí podíamos llegar. Luego estos serán los que veten compañeros, periodistas, ganaderías y hasta si el sol debe lucir en sus tardes de gloria. Se encararán con el público, los presidentes y con el Papa de Roma si se pone a tiro. Esto es lo que estamos criando, pequeños tiranos que quieren ser figuras sin tener madera, ni espíritu para serlo, pero seguro que los que le rodean le habrán hecho creer que es la reencarnación de el Espartero. Siempre habrá quienes les rían las gracias.

Abría cartel Román, un torero bullidor, tosco, muy del gusto de la afición de ciertas plazas, con buen cartel en Valencia, pero que a nada que se rasca, se ve que es un novillero muy limitado; que puede que esos seguidores le aúpen a la fama y que al final viva de esto, porque ejemplos tenemos a docenas y si no, piensen en quién es el que encabeza el escalafón por número de corridas. Al público le daba igual que le saliera casi un eral en lugar de un utrero, que repartiera mantazos sin control o que tirara al toro contra el caballo, sin tan siquiera haber hecho amago de fijar al animal. Este se limitó a pegar cabezazos al peto mientras le tapaban la salida sin picarle. Trapazos y más trapazos, achuchones, incómodo al cuando el novillo echaba la cara arriba. Recolocándose constantemente, dejando mucho hueco entre la tela y el cuerpo, con la consiguiente colada. Luego daba igual que viniera o no el bajonazo que llegó. No varió el estilo y las pautas en el segundo suyo,  con el agravante de tener que pelear con esa querencia a toriles del novillo. Estatuarios de recibo, para continuar con enganchones, demasiadas prisas, dando vueltas alrededor suyo como si fuera un molinillo. Muy, muy vulgar; vale que gusta al gran público, pero… ¡Madre mía!

Gonzalo Caballero, que hizo el paseíllo liado en un capote con el escudo del Aleti, a pesar de ciertas deficiencias, estuvo serio y con ganas de agradar durante toda la tarde, interviniendo en quites en los toros de sus compañeros e intentando hacer el toreo de siempre. Poco eficaz para recoger a su primero, otro de Gavira con escasa presencia, al que no fijó y que se marchó suelto al caballo desde el burladero del 6. Fue notar el palo y pegó un respingo que decía poco bueno de él. En las dos entradas posteriores se limitó a derrotar contra el caballo y en cuanto podía se marchaba a la carrera. En banderillas esperaba a los toreros y exhibió su espléndida condición de mulo para tirar de un carro. Caballero se lo fue sacando con torería a base de pasarle por abajo en pases con la derecha por ambos pitones, con la rodilla en tierra. Una buena tanda de derechazos, con alguno tirando del novillo y rematándolo detrás de la cadera. Reposado, parecía haber abandonado la celeridad de otros tiempos, siguió con la derecha, bajando en intensidad y calidad, pero aguantando el tipo. Derecho y bien plantado, por momentos corría la mano y toreaba con cierta naturalidad. Cambió al pitón izquierdo, pero ahí tiraba del pico y echaba al toro para afuera y al querer rematar, en algún pase pegaba un tirón. La pena es que se entregó al arrimón, a dar pases de uno en uno, a atosigar al animal y de cierre las inevitables bernadinas. Su segundo, el de Montealto entró rebrincado en los primeros lances, poco castigo, como es ya habitual. En banderillas apretaba por el derecho, esperaba y escarbaba. Un desarme a las primeras de cambio con la muleta, el madrileño optó por acortar mucho las distancias, nuevo desarme, cabezazos del mulo, que definitivamente se paró, quizá esperando que le pusieran las alforjas y echarse a los caminos.


Al que no se acaba de encontrar el por qué de las dos presencias en Madrid y de esa fama que le precedía, es a Posada de Maravillas. Habrá que morderse la lengua para no hacer el chiste fácil con su nombre y su toreo, pero es que así se las ponían a Fernando VII. Al comodito tercero le recibió muy despatarrado, con un toreo convulsivo. Llevó el toro al caballo con un vistoso galleo. El de Gavira no hizo ni ganas de empujar y encima se marchaba del caballo. Quite por delantales, aunque sin torear jamás. Mucho muletazo desacompasado, mientras el animal se le iba yendo arriba poco a poco. Mil trapazos, enganchones, lo mismo por uno que por otro pitón, para cerrar con una estocada trasera muy, muy caída. Luego le salió un novillo muy cuajado, con trapío, al que no estaba muy dispuesto a hacer caso, eso sí, posturas todas. No se le castigó en el caballo, se quedó parado y se dolió en banderillas. El trasteo de muleta fue un continuo trapaceo ineficaz, sin convicción, sin saber por donde meterle mano para dominarle y un sin fin de enganchones. Falto de aptitud y muy aburrido. La verdad es que no recordó en nada a sus predecesores taurinos en la familia, sin ese sello propio de los Posada. Peor para él. La verdad es que en el momento que vivimos, salvo honrosas excepciones, los novilleros ya parecen figuras con fincas y fincas que mantienen con unos dineros que parecen sobrarles; las figuras parecen niños malcriados y caprichosos; el público se cree que está en un guateque, donde no les falta ni bebida, ni comida, ni pipas. Así está esto, los jóvenes se ven reflejados esperpénticamente en el espejo de sus mayores.

lunes, 26 de mayo de 2014

Telepizza, ¿Qué desea? Cenaaaaaar

Se decía que el buen banderillero era el que encontraba toro en todos los terrenos, como Juan Navazo.


No se les ocurra ir a una corrida de Peñajara o de cualquier otra ganadería enferma y quedar después para ir a tomar algo antes de la cena. ¡No sean locos! Llegarán tarde y perderán un amigo, por informal. Y no valen excusas de que la corrida duró más de tres horas, lo empeorarían, nadie les creerá. ¡Que no! Ni lo intenten. Yo lo intenté con mi familia y ahora estoy escribiendo esto desde una pensión de la calle Montera. No solo me han echado de casa, sino que además me he cruzado con un excompañero de trabajo y unos vecinos y al verme entrar en el portal del hostal se han echado una sonrisita malévola, como si fuera a echar una cana al aire con las señoras que rodean la manzana. Y a todo esto, sin cenar, a las tantas de la noche y con el estómago vacío; solo me queda el recurso de pedirme algo por teléfono. A lo que me ha empujado una mala corrida de toros.

Servidor que tenía cierta fe en lo de Peñajara; que no es que esté mal, por lo visto en la corrida, está más que podrido. Ahora nos dirán que estaban enfermos de los colindrones, pero nadie aviso antes de ello. De haberlo sabido, lo mismo hasta habríamos avisado en casa. El primer primero fue devuelto tras comprobar como se tambaleaba, el segundo primero, de El Cortijillo, por partirse un pitón por la misma cepa. A propósito, ¿de qué están hechos los petos que hacen que los toros se desgracien al topar contra ellos? ¿Que guata usan para su confección? Corrió el turno y salió el Peñajara que iba en cuarto lugar, un inválido que le comía el terreno a Víctor Puerto y al que no pudo sujetar en su huída hacia toriles. Se dejó en el caballo sin más, tú me picas y yo me aguanto, aunque no me pueda mantener en pie. Rodaba por los suelos al ritmo de los trapazos del matador, que por otra parte tampoco paraba quieto.

A eso de las nueve de la noche salió el sobrero del Conde de la Maza, un cornalón que se rebrincaba en el capote. Peleó en el caballo, donde le dieron estopa, no fuera a ser que luego no hubiera tiempo, le taparon la salida y sacó al picador más allá del tercio, o mejor dicho, el picador se fue con él, no consintiendo que se le escapara. Se dolió en banderillas, con embestida incierta en la muleta y pagando arreones. Puerto se tomó todas las precauciones posibles y el airbag y casco, porque no le dejarían. No se paraba jamás, ni tampoco le apetecía mucho estar por ahí con ese cornalón delante. Un amago tímido de macheteo y se acabó. Él al menos ya podía tomarse un tentempié.

Eugenio de Mora recibió al primer segundo con el capote, dando la sensación de que el animal se descuajaringaba allí mismo. A los corrales. Corre turno y sale el que hacía quinto, cornalón, echando las manos por delante, se le picó trasero, le taparon la salida, como ya es habitual, mientras el animal se tambaleaba. Sería que empezaría a sentir gusa, la que ya nos rugía por dentro a los que allí estábamos como estatuas de sal. Tardeó mucho en la segunda vara, que si acaso, se la señalaron. Banderazos por alto a una mano y en la primera tanda por la izquierda, ¡zasca!, al suelo. Mano alta y aún así, el animalito no se aguantaba en pie. Se vencía por el izquierdo y el estar ahí delante era cuando menos, absurdo. El de la Rosaleda, que salió en quinto lugar, ya con noche cerrada, entraba como un tren, muy violento. En el caballo no humillaba jamás, costumbre que permaneció en la muleta. Inicio de rodillas, para inmediatamente erguirse y conseguir un derechazo tirando bien del toro. Mucho pico y dejando que el toro se la tocase casi siempre. Mucho pico, y carreras para recolocarse, pero al final su actuación no pasó de vulgar.


Quien sorprendió fue Alberto Lamelas, uno de esos toreros de aguantar quina para que le pongan en un cartel. El primer tercero, de Peñajara, veía el palo y se venía abajo, le suplió uno de Torrealba que siguió la misma tónica, y el tercero tercero, el de Los Chospes, fue el que al final se quedó. Se frenaba de inicio y aunque acabó tomando el capote que le ofrecía el torero, no acababa de entregarse. Mucho cabezazo en el caballo mientras le tapaban la salida, aunque no le estuvieran picando. Tampoco lo hicieron en el segundo encuentro. Quizá se lo dejó demasiado crudo. Bien Fernando Téllez pareando al toro que apretaba bastante. Lamelas le dio distancia, se le caía, bien colocado citando y en los pases sucesivos, muy valiente, logrando incluso un buen derechazo tirando del toro y llevándolo metido en el engaño, aunque ya he dicho muchas veces que a mí no me gusta ver el toreo con el bisturí y que un pase no significa que se toree. Pero Alberto Lamelas dejaba claras sus buenas intenciones. No se acopló con la izquierda, levantando la mano y dejándose enganchar la muleta, además de citar con el pico. Volvió al pitón derecho, citó muy de cerca, pero ya no había nada que sacar. Se empezó a hacer pesado, quizá ese afán de querer mostrarse, un intento de bernadinas, un revolcón muy feo y dejando claro el valor y las ganas de querer ser. El sexto tomó el capote tirando tornillazos, mientras se vencía por el lado derecho. Se dejó en el caballo, cabeceó en el peto, pero con tal fuerza, que el penco ni se inmutó. En banderillas cabe destacar a Juan Navazo, que tuvo la claridad de ideas de banderillear a la media vuelta, dejando un buen par por el pitón derecho. Y es que siempre se agradece ver a toreros con recursos, y este ya lo ha demostrado otras tardes. Poco más se pudo hacer con el último mulo de Peñajara, el matador lo intentó, pero poco se podía hacer con esa embestida sin meter la cara y sin hacer demasiado caso a la muleta. Las diez y diez de la noche y lo demás ya lo saben, solo queda decidir si de jamón, hawaiana, de carne o con miguelitos de La Roda. Allá voy. Telepizza, ¿Qué desea? Cenaaaaaar.

sábado, 24 de mayo de 2014

¡¡¡Oe, oe, oe, oe!!! Osha tía, flipa

La Vane, cada día más talentosa


Bueno, pues hoy es el primer día que mi jefe me deja escribir aquí, ¡¡¡qué chupi, tía!!! Y además en un día tan… guay, no, lo siguiente. Con los toros de Victoriano del Río, no sé de cuál, pero de un río. Debía ser más bien un riachuelo, porque los pobres tenían unas pintas. Unos eran así muy monos, gorditos, como los cerditos que hay en las granjas. Otros eran más largotes, pero más feitos los pobres. Si hasta ha salido un toro de un tal Zalduendo, vaya nombre, que era así muy delgadito. ¡Me parto! Parecía una raspilla el pobre. Pero lo mejor lo mejor han sido los toreros. Bueno y no te digo nada de la gente chupiguay que ha ido hoy a la plaza. Donde yo estaba hasta me han pasado unos bocatas para comer. Riquísimos tía, estaban que te mueres. Eran de un restaurante de Arganda, el pueblo ese que está a las afueras de Madrid; y hasta pastas de té. Riquísimo todo. Había gente de todo el mundo, unos chinos de Oriente, de la misma China, italianos, tan elegantes ellos, y de todas partes. Había hasta un rey, que el pobre que mala tarde ha pasado, él acostumbrado a su trono, tan cómodo, tan amplio y le ponen allí, en la grada, donde se pone mi jefe. Bueno, pobre Su Majestad, no cabía, tía, y el pobre queriendo hacerse sitio a codazos, pero nada. Al final un proletario se ha marchado para que este rey estuviera más a sus anchas.

Tía, he visto al Juli, ¡más mono! A ese delgadito, si le toreaba con el capote, se caía, ¡pobre! Y claro, no le iban a picar. Pero el señor del sombrero redondo ha hecho como si le picara sí muy fuerte, pero no le ha picado, qué majo tía. Yo me he dado cuenta de que disimulaba. Y el toro el pobre dando cornadas contra las faldas del caballo. Luego El Juli se ha quedado solo con el torito, ¡qué miedo tía! Él solo, como lo oyes. Pero el toro no quería embestir, se escapaba todo el rato a donde la valla de madera. Pobrecito. Y al final le ha matado de una forma bien chula. Mira, coge El Juli, le pone la tela en los ojos al toro, él echa a correr hacia un lado del toro, así para apartarse, y le clava la espada de medio lado, con los cuernos por otro lado. ¡Qué pillo! ¿Verdad? Luego ha toreado otro toro, uno al que le ha sacudido así el telón rosa delante de la cabeza del toro. Los de los caballos tampoco han apretado con este toro. Qué buen corazón tienen. Aunque para lo que hacen, podrían al menos salir con un gin tonic en una mano y con el palo ese largo en la otra, aunque si no lo usan, ¿para qué lo quieren? El señor del caballo ha puesto el caballo de tal forma que el toro estaba acorralado, por un lado este señor y al culo las vallas. ¿Se dice culo? Y el toro se ponía a empujar solo por el lado izquierdo (Me dicen que diga por el pitón izquierdo). Pero luego con el trapo rojo, El Juli no ha podido quedar bonito. Empezó así, medio arrodillado a darle pases, pim, pam, pum, y otro. Pero iba muy rápido. A mí así no me gusta, no queda bonito, ¿sabes, tía? Eso sí, el pobre tiene que tener la espalda muerta, no sabes como se estira y venga a estirarse. Luego ha entrado a matar como en el otro, así apartándose todo lo que puede de por donde va a ir el toro. ¡Qué listo el tío!

¡Aaaayyy! Y luego José Mari manzanares. Qué guapo, tía, osha, lo flipo. Pero no veas, cuando ha ido a torear al toro con el capote, el muy pesado no se iba y Jose Mari, ya no sabía como quitárselo de encima, el pobre. Pero él, que es un señor, luego ha pasado del toro, hala, para que aprenda el delgaducho ese. El señor del caballo ha hecho como los otros, hacer que picaba y dejar al toro por la parte de la valla. ¡Me muero! Luego ya sí ha salido José, tan guapo, con un cu… Más guapo. Para no mancharse se apartaba mucho el trapo rojo, estirando así el brazo y haciendo que el toro solo quisiera coger la punta de la muleta. Y así todo el rato, imagínate que se le mancha el traje y luego no nos podemos hacer fotos con él. Además ha toreado con las dos manos, un rato con una y otro con la otra e iba cambiando, claro para pegar muchos pases, yo creo que ha debido dar por lo menos, mil. El otro toro, uno de los gorditos, no le dejaba tampoco en paz y Jose Mari no sabía como dejar de darle con el telón grande, el pobre. A este tampoco le hizo caso ya. Que se apañe solo. Y el toro que se fue bordeando la valla hasta hacer catachof contra el caballo. Le picaron con el palo largo casi en mitad de la espalda, igual era porque así le daban más puntos al del caballo. Yo creo que se enfadaron todos los de las medias rosas con el toro. Es que era muy bruto. Y no le hicieron ni caso durante mucho rato. No veas como se retorcía cuando le pusieron las banderillas. Claro, se las ponen en la espalda y no las ve y por eso se  dobla tanto. Una vez, cuando un señor le iba a clavar los dos palos, hasta echo la cabeza muy para arriba. Sería para ver los colorines de los palitos. Como el toro se quedó que no se movía, Jose Mari copio y le hizo así y asao por el hocico y entró a matar. Me parece muy bien, que no sea tan bruto el toro. Si es que no tienen delicadeza.

Pero lo guay, guay es lo que hizo uno que se llamaba Míguel, Miguel Ángel Perera. Que tiene un hoyito así en la barbilla. Lo que pasa es que es muy serio y así como muy brutote. Pero también muy mono. No veas, se ha liado a pegarle pases con lo rosa y le ha dado un montón, pero como es un tío majo, ha dejado que el toro se fuera por ahí a dar vueltas solo. Ni ha ido para acompañarle donde el señor del caballo, ha tenido que ir el toro solo. Lo mejor es eso, el desprecio, ¿no? Será por eso que el toro solo chocaba en las faldas con el cuerno de la izquierda, mientras estaba para la parte de la valla. Luego, cuando han salido los de las banderillas, a uno casi le coge el toro y Jose Mari, como estaba distraído, no le ha podido ayudar llamando al toro. ¿Pensaría en mí? Después, el Míguel, Perera, ha empezado a torear con los pies juntos, como si fuera una estatua, sin moverse. Luego ha empezado a pegar pases mucho rato, con una mano, con la otra, con la una, con la otra. Lo que no sé es por qué se cambiaba cada vez la tela de mano. ¿Será algún conjuro? Que eso lo he visto yo en las pelis. Tía y el toro venga a ir para un lado y para otro y el torero le mandaba para allá, para acá. O igual no le mandaba el torero, lo mismo era que el toro iba solo. Luego se ha puesto muy cerquita del toro y se ha puesto a pegar más pases, pero yo no me he enterado bien de por qué era todo eso. Cuando ha matado le han dado dos orejas, porque yo lo valgo, que decían algunos tíos muy serios que era mucho. A mí eso no me importa, ya sabes que yo voy a ver cu…, aunque no se lo puedo decir a mi jefe. Joer, el tío está todo el día enfadado. Yo creo que es porque en su casa no le dejan hablar, su mujer le tiene apoquinado. Luego, como toreaba otro toro, ha empezado a ponerse igual, muy cerquita, y ha hecho con la muleta así y asao, el toro le agarraba la tela, pero daba igual, no paraba de darle pases. Menos mal que le han dado otra orejas. Ya te digo tía, lo he flipado. Era como cuando papá me llevaba a los toros en Marbella. Ahora a ver qué me dice el avinagrado este, pero me da igual, yo estoy feliz, no, lo siguiente. ¡¡¡Oe, oe, oe, oe!!!


Fdo.: La Vane

viernes, 23 de mayo de 2014

Las mujeres y los niños primero

El natural, qué belleza.


Esto es la debacle, un torero de los geses, una de las figuritas parece querer cambiar el rumbo de su toreo. Que no parece que sea casualidad, sino algo meditado, querido y perseguido. Alejandro Talavante sorprendió cuando en su día afirmaba que ya estaba harto de trampas y retorcimientos, que no se sentía a gusto y que  el tomarse tantas precauciones y alivios no acababa de entusiasmarle. Muchos pensaron que del dicho al hecho hay un trecho, a veces enorme, que habría que ver cómo entendía el cambio y por fin, verlo en el ruedo. Y se cumplió la catástrofe, llegó Alejandro Talavante a Madrid y en el primer toro ya rasgó de lado a lado el casco de acero reforzado de la Tauromaquia 2.0. La verdad es posible, no es una ilusión, no es una idea utópica de aficionados anclados en un pasado idealizado que nunca existió. No creo que este vaya a ser el acto definitivo que “elimine todo lo anterior” y de paso a lo que nunca debió dejar de ser. Así que si quieren ver un apunte, tampoco nos volvamos locos, aprovechen y vayan a ver al torero extremeño. Que vayan las mujeres y los niños primero, estos para que se den cuenta y tengan una idea aproximada de lo que es torear y ellas, aparte de para conseguir el mismo efecto, al menos que les den la merienda. Los hombres, como ser superior y más fuerte, se irán  conseguir el sustento de sus familias. Como toda la vida de Dios fue, el macho cazador. Ya esta bien de tanto traidor a las tradiciones, que hoy se le deja trabajar a las mujeres, que conduzcan, que piense y hasta que voten; cualquier día nos va a salir algún torero con que esto es una pantomima y entonces veremos.

Afortunadamente siempre hay quienes se agarran a esas prácticas indecorosas que nos permiten augurarle aún muchas tardes de vergüenza a la Tauromaquia 2.0. Siempre nos quedará un Finito de Córdoba que pegue capotazos largando tela y vaciando las embestidas de mala manera. Como en el primero, al que se le picó poco; cuando empujaba de lado en la primera vara y en la segunda en que a poco ni le rozan con el palo. El señor Morante sin saber dónde colocarse en el segundo tercio; así son los artistas. Con la muleta, Finito de Córdoba planteó algunas dudas, no se sabía si no se acoplaba con el toro, con la muleta retrasada, sin firmeza, trapazos sueltos y deslavazados, o si no estaba con ánimo para ello. Un bajonazo criminal dilucidó la cuestión para unos cuantos, dejando la cosa más clara en su segundo. Primero le salió uno de la ganadería anunciada, Montalvo, al que no se puede decir que le cuidaran intentando tapar su invalidez. Capotazos desabridos y leña en el caballo a base de bien. Salió un sobrero de Núñez del Cuvillo, qué grata casualidad; si hasta parecía un novillote, cómodo de cara, sin exageraciones, justito de todo, por momentos hasta llevaba la pata derecha a rastras, pero a este no querían que le devolviera al corral. Capotazos por docenas para llevarlo al caballo y no picarlo, con esa imagen tan torera del picador apoyado en la vara y esta en el suelo, como si fuera Moisés abriendo las aguas. Tanto mimo para que al final Finito de Córdoba se enredara con el pico de la muleta y dando pases y más pases, como si así fuera a pasar algo.

La verdad es que la corrida se hizo un pelín larga, como si se hubiera detenido el tiempo, pero tranquilos, esto fue solo una sensación personal, nada tuvo que ver el Demiurgo del Toreo, este estaba más en sus cosas que en lo que pasaba en el ruedo. Igual se estaba pensando por qué solo venía una tarde a Madrid, con lo a gustito que se está aquí; pero la cosa ya no tenía remedio. Dos verónicas muy jaleadas para recibir a su primero, más pendiente de buscar terrenos sin tanta gente, que de atender a los señores de los telones rosas. No se le pico, pero se simuló muy bien la suerte el picador, mientras el toro empujaba con un pitón. En el siguiente encuentro le molestaba el palo, aunque este estuviera en el aire. Aunque el toro prefería los medios, Morante se empeñó en pasarlo cerca de la barrera. El torillo aguantó los ademanes de artista y los hechos de jartista que le instrumentaba su matador. Muleta atrás, sin pararse, abusando del pico, ventajista y sin verdad. Media estocada baja tras un pinchazo y como una docena de intentos con el verduguillo. El quinto ya de salida le dio un buen susto al de la Puebla, sin acabar de decidirse por qué pitón entrar, con el torero aculado en tablas y a merced del de Montealto, que no estaba para atender los capotes, frenándose y pegando derrotes. Metido debajo del peto, pegó cornadas al peto con desesperación. Le dieron de lo lindo en la primera y segunda vara, esta hasta más allá del tercio, y una más de propina y tras el toque de clarines, en el de puerta, que también se desahogó a placer con el palo. Un despropósito en banderillas, que sería por solidaridad, continuó el maestro con la muleta en la mano. Trapazos por abajo, el animal rodando por la arena y como despedida y cierre, un mitin con la espada. Este año tampoco era el día, habrá que esperar un año más a ver si…


Alejandro Talavante volvía con nuevos propósitos, queriendo parecerse más a aquel que sorprendió en sus inicios, que al  de la tarde de los Victorinos o al de la última salida a hombros tan poco convincente. Su primero se le frenaba en el capote y echaba las manos hacia delante. Complicado, no quería capotes. En el caballo no se le castigó apenas, pegando cabezazos y echando la cara arriba. Como parecía lógico, tras probar la vara, ya no quería ni ver al caballo. Hubo que meterle debajo del peto para ni tan siquiera señalar el puyazo. Se marchó a toriles, de donde Talavante le sacó citándole desde los medios. Una tanda de naturales en los que al menos no había trampa; aunque no acababa de rematar atrás. El toro queriendo escapar constantemente. Otra tanda sin temple, para acabar consintiendo al toro y darle los terrenos que quería. En la zona de chiqueros otra nueva tanda en la que hubo destellos de buen toreo. Dándole sitio al toro, dejándole tomar aire y sin esos horrorosos retorcimientos tan en boga y que el mismo Talavante hizo suyos. Quizá se pudo echar de menos el que llevara más dominado al de Montalvo, pero al menos se vieron otras intenciones. Lástima de la mala media estocada atravesada. En el sexto hubo más voluntad que toreo, ante un animal al que no se picó demasiado y que puede que en la muleta echara de menos una entrada más al caballo, pues sus arrancadas violentas dificultaban el toreo y su flojedad impedía castigarle por abajo con la pañosa. Volvió al natural, en este caso metiendo el pico y con enganchones, precisamente por esa condición del toro de pegar esos arreones tan incómodos. El toro quería irse a las tablas y el torero apartarle de ellas. Al final no hubo nada, muletazos sin poder bajar la mano con la muleta atravesda y sin temple. Mal con la espada, pero el público se quedó con un buen sabor de boca. No tanto por lo desarrollado por Talavante en los dos toros, sino por lo que muchos quisimos adivinar. Al menos ya se nos puesto derecho y nos ha dejado con ganas de volver a verlo, aunque los amantes de la Tauromaquia 2.0 piensen que se les hunde el mundo. Pero tranquilos, el que ya está más que derrumbado es el nuestro, el del Toreo clásico, este desapareció hace años, si acaso de tarde en tarde se ven retazos, y como nadie pareció enterarse, nadie mando por delante a las mujeres y los niños.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Qué vuelvan pronto


Qué vuelva el toreo
Estoy convencido que si me pusiera a analizar lo sucedido en los dos toros que saltaron al ruedo, en las causas de las cogidas, lo hecho por los toreros, si hubo aciertos o errores, sería censurado por tantas mentes lúcidas y honestas, por tan buenos aficionados que me honran con sus visitas y sus comentarios. Y yo tampoco me lo perdonaría, no me reconocería a mí mismo. Hay momentos y circunstancias en los que hay que taparse y preocuparse de lo importante, de que los tres matadores se recuperen pronto y que este mismo cartel lo veamos de nuevo anunciado en Madrid. Sería un gesto que yo aplaudiría y agradecería a Taurodelta.

Solo haré una referencia a lo sucedido y es que tras la escalofriante cogida de David Mora, la plaza quedó sumida en un silencio  que nada tiene que ver con el respeto, con el miedo, con actuar según unas normas no escritas, todo el mundo estaba tremendamente impactado y no le quedaban ganas de ponerse a pensar en nada más que en el torero que estaba ya dentro. Bastante era ver la sangre derramada, ver a su peón con el terno teñido por el horror y con huellas evidentes de haber querido tapar el boquete por el que manaba la vida del torero.

A los que quedaban en el ruedo poco se les podía pedir, ni ganas de jalear quedaban. Luego vinieron los percances posteriores. Quizá fueron errores, falta de concentración, mala suerte, pero, ¿qué se le puede pedir a un hombre que unos momentos antes ha llevado al compañero a la enfermería sin tener más suficientes para tapar aquello? No podían tener la mente en otra cosa. Cómo sería la cosa que hasta resultaba tranquilizador el saber que David Mora estaba muy grave, pero que se le había estabilizado. ¿Qué se nos pasaría por la cabeza para tener estos pensamientos? A mí se me echaron encima los peores fantasmas que asoman al toreo. Con los tres matadores en la cama, quizá sobraba ese anuncio por megafonía de que se esperaba a ver si alguno de los toreros podía continuar la lidia. Pero con el buen criterio de los doctores que a pesar de las circunstancias son capaces de pensar con lucidez, se impuso sobre cualquier voluntarismo posible, que al final solo podría haber empeorado una situación francamente desgraciada.

Siento hoy no hablar de casta, bravura, de la suerte de varas o de grandes pares de banderillas, ni tan siquiera de si en tal o cual faena de muleta el toro pedía las tablas o los terrenos de fuera. Ahora mismo les confieso que no recuerdo nada de lo que pasó en el ruedo, solo tengo las imágenes de las cogidas, de los matadores entrando en la enfermería y el deseo de verlos de nuevo haciendo el paseíllo. Porque vuelvan pronto David Mora, Antonio Nazaré y Jiménez Fortes.

martes, 20 de mayo de 2014

Hasta los toros se aburren


Cuántos novilleros tuvieron que renunciar a sus ilusiones por no "poner" para torear. ¿Injusticias? Quizá.
El espíritu de superación, la lucha contra las adversidades o los imposibles, quedó puesta de manifiesto en la segunda novillada de la feria. Es algo más frecuente de lo deseable que el respetable, al que no se respeta, se aburra, se duerma y hasta se expatríe de la afición a los toros. Incluso los propios taurinos han admitido el aburrimiento como animal de compañía o lo que es peor, como un ingrediente más de las corridas de toros, en íntima relación junto con la paciencia; pero lo que no se esperaba es que los toros también se aburrieran. No es para menos si nos detenemos un momento a contemplar el toreo de los futuros matadores, tres novilleros, que poco se diferencian de los demás, que tienen aprendido y asimilado eso de pegar pases y más pases, que lo de torear ya se verá.

Novillos de El Montecillo, con una presentación intachable, tanto que ya gustaría que muchos cuatreños que se lidian por ahí, incluyendo Madrid, tuvieran el trapío de los que salieron al ruedo de las Ventas. El primero, flojito en varas, fue poco a poco haciéndose el amo durante la faena de muleta, de noble embestida, pero pidiendo algo más que esa colección de pases al aire. El segundo, muy mal lidiado, le abandonaron al caballo, se tragó los mantazos sin rechistar. Como el tercero, que tenía una evidente querencia a la zona de toriles. Tardó mucho en ir la primera vez al caballo, se dejó y en la segunda a poco ni le alcanza el palo. A su aire, sin que nadie se hiciera con él. El cuarto no fue nunca colocado en suerte, hizo sonar el estribo en paralelo al caballo y en un tercer encuentro hasta osó derribar al picador. Después en la muleta no se cansó de embestir, ya le pusieran el pico de la muleta que el estaquillador, que una bolsa de ganchitos, el novillo no dejaba de embestir. Cuando dobló, hasta algunos pedían la vuelta al ruedo, aunque no era la cosa para tanto, especialmente si nos fijamos en su reacción en el caballo. El quinto, nada cuidado en varas, empujó con una fijeza extraordinaria, metiendo los riñones y llevando al caballo hasta empotrarle en las tablas. A su aire, recibió el segundo puyazo de mala manera, aunque también metió los riñones.

De los jóvenes espadas poco se puede decir y menos si es bueno. Que me disculpen los defensores de la novillería, los que demandan novillos pequeños, críticos bondadosos, que ya lo son, y aficionados mucho más todavía y que a nadie se le ocurra levantar la voz para demostrar disconformidad. Espada y su toreo de capote pegando un tirón a medio lance, con muletazos sin sustancia, abusando del pico, intercalados por esas feas carreritas para recolocarse a cada momento. A merced de un novillo que no tiraba un mal derrote. Aunque lo del cuarto, aún fue peor, y lo reafirmo, aún fue peor. No sabe para que vale ese trapo rosa grande y pesado, ni como llevar la lidia, eso sí, lo de pegar mil y un pase con la muleta, lo borda. Metiendo la punta de la muleta, empalmando, que no ligando, a trompicones, desarmes, más trapazos y venga trapazos y el animalito ya aburrido de ir de un lado a otro sin que nadie le dominara como él esperaba. Tanta modernidad ya abruma, cansa y, por supuesto, aburre. Pero mira, Espada se fue contento, porque le dieron una oreja. ¿No es eso lo que cuenta? Pues entonces…

Posada de Maravillas, torero de rancio abolengo taurino, despertaba la esperanza de algunos de ver a su abuelo en aquella faena en la que sin entrar a matar le concedieron dos orejas, que le llevaron a la enfermería. Pero no creo que sea el caso de este torero. Daban ganas de enchufarle a Internet y que se pegara un atracón de tutoriales para saber para qué vale el capote. Con la muleta también estaría bien que supiera mandar, que no tuviera que ir detrás del novillo a rascarle muletazos. Pero esto de no mandar es un mal demasiado extendido entre los que visten de luces. En el quinto era como si ese tutorial se lo hubieran metido en vena. Recibió al del Montecillo con buenas verónicas, con los pies fijos al suelo y una media de remate de claro sabor abelmontado. Con la muleta se vio desarmado al primer pase y al no poder frenar el ímpetu del novillo se limitó a pegar soberbios latigazos destemplados, a disimular la sorpresa al ver como se le arrancaba sin respetar el que Posada compusiera posturas de fino estilista. Desbordado, solo respiro con cierto sosiego cuando se aburrió el toro, viendo que el joven aquel no quería jugar con él al tú me toreas y yo me entrego. Acabaron con el yo te como el terreno y tú te apañas, pero esto era muy aburrido, había mucha diferencia en el juego.


Otro esperado, una de las promesas más firmes del escalafón, era Lama de Góngora, pues bien, habrá que seguir esperando. Inseguro, vulgar, sin temple, con demasiadas ventajas, vulgar y sin dar sensación de ser uno de los delfines del toreo. Ya digo, igual hay que darle tiempo. Pero que tampoco se piense que tiene la exclusividad de todo esto, ni mucho menos. Hay tanta uniformidad entre los toreros jóvenes, ya sean novilleros o matadores de toros, que el aficionado ya no sabe si seguir esperando, si mandar todo este tinglado muy, pero que muy lejos o solidarizarse en su sopor con los toros y novillos, porque hasta ellos se aburren.

lunes, 19 de mayo de 2014

¡Qué asco de ganadería!

Saltó un espontaneo al ruedo, que más parecía que pedía que le cogieran y con urgencia, no fuera a ser que tuviera que irse a la cara del toro


Se escuchaba una voz en los tendidos, una voz que retumbaba próxima a la Puerta de Madrid, una voz que parecía más que protestar, el canto del cisne de un tendido en el que en otros tiempos había mayor densidad de buenos aficionados que la que hay ahora de japoneses y curiosos que quieren saber que se siente al acomodarse en ese tendido. Qué tiempos aquellos en los que una voz llamaba la atención a la autoridad y esta se sonrojaba al verse señalada por quién sabía lo que decía y cuando lo tenía que decir. Pero como en todo, hay veces que los tiempos pasados fueron notablemente más fructíferos. De ese sentido se fueron los cerebros, algunos lamentablemente para no estar más entre nosotros, y se quedaron las voces, esas que a la casta de los Couto de Fornilhos, casta no para echar las campanas al vuelo, pero casta al fin, les hacía gritar eso de ¡Qué asco de ganadería! Que uno entiende y hasta comprende las causas de este clamor, pues no era un ganado apto para el pase, pase, pase y de remate otro pase, pero sin torear. Anda que no exigían estos que les torearan, pero a conciencia y sin errores. A ver si ahora va a resultar que estamos pidiendo ganarías encastadas, eso de los encastes minoritarios - que expresión tan desafortunada y dañina para el toro-, pero que si sale cuando no lo esperamos, nos parece mal. Será que ahora nos estremecemos con el toreo fino y estilista de la Tauromaquia 2.0, aunque tampoco lo parece, pues sale Fandiño con su valiente e irreflexiva tosquedad y nos rompemos las manos aplaudiendo.

Los augurios no eran nada favorables, dos de los toros portugueses fueron para atrás y en su lugar trajeron dos de Gerardo Ortega, los toros viajeros ¿Recuerdan? Esos que vinieron tras echarse para atrás la de los Bayones sin que nadie llegara a entenderlo y que ni tan siquiera bajaron del camión. Estos retales hicieron primero y sexto. Al primero lo paró bien Paulita, se puede decir que cumplió en el caballo en la primera vara, sin más, pero no en la segunda, un picotazo. Bien el maño poniéndolo en suerte, lo que se agradece. Flojito, seguía el camino marcado por las telas, pero puede que también por la cercanía en los cites, se fue quedando sin el poco fuelle que podía tener. El de Couto que mató Paulita salió dándose un garbeo por el ruedo, para después buscar refugio a favor de su querencia. Demasiado suelto, se arrancó al picador que hacía la puerta en los dos picotazos que recibió. Alegre y con la cara alta en banderillas, acabó midiendo la arena tras unos trapazos destemplazos, llenos de tirones. No toreaba, se la dejaba tocar en demasía y el de Couto se iba complicando poco a poco. Un toro para otra cosa que no esa ausencia de temple, ni para ahogar la embestida con eso del arrimón que demuestra disposición, aunque no saber hacer el toreo.

Morenito de Aranda parece empeñarse en no torear los toros que así lo exigen y que piden que se les mande, que se les domine y se les marque el camino. Hasta me atrevería a afirmar que la condición que presentaba, queriendo coger la muleta en el tercer tercio fue debida a la lidia ordenada que el burgalés le administró, con esos capotazos de recibo en los que se hizo con el toro. Lo dejó bien en el caballo, donde se dolió del palo sin disimulo, corneo el peto, especialmente con el pitón derecho y más al tapársele la salida. En el segundo encuentro lo dejó dos palmos más lejos, para que Francisco José Quinta le toreara con gusto a caballo. El de Couto se arrancó al cite, para salir dando respingos al notar el palo; quizá habría necesitado entrar otra vez, pero… En banderillas dejó ver como cortaba por el lado derecho. La embestida tenía cierta brusquedad, que no se arreglaba precisamente dejando que tocara la tela. Sacó cierto genio, pero tomaba la muleta. Morenito de Aranda no le templó, ni mucho menos le mandó en los primeros encuentros, lo mismo al natural que con la derecha, dando más la sensación de que se batía en retirada, en lugar de ir a por el toro, que a cada momento se iba creciendo y haciéndose el dueño de la situación. Que nadie piense que se le fue un toro de ensueño, ni mucho menos, era un toro de esos que dan la dimensión de un torero. En el quinto, el más parado del encierro ya de salida, se fue suelto al caballo reserva para recibir un picotazo de pasada. Ya en el de tanda un puyazo al relance, haciéndole la carioca y que podría haber dado con los huesos de Héctor Piña en el suelo, si no hubiera defendido como lo hizo, su cabalgadura. Nuevo picotazo otra vez en el reserva, para irse a refugiar a zonas más cálidas en las que no le hicieran tanta pupa. En el ruedo se hizo el caos, quizá contagiado por la gresca que se montó en la grada del 8, para que nos demos cuenta de que no solo en el tenis hay que estarse quietecito, también en los toros, y a no ser que sea por riesgo de muerte por inanición, sería bueno que no se aprovechara durante la lidia para abandonar la localidad, llamar al de los refrescos o saludar al cuñado, que está en el otro extremo de la plaza. El toro seguía buscando las tablas y Morenito optó por sacárselo dominándolo. Se fajó bien en los inicios de la faena, pero la aparición de los trapazos desmandados hizo que el matador perdiera el control de la situación.


El colombiano Ritter mostró cierta disposición, pero también dejo claro que no ha asumido de momento los secretos de la lidia y que pretende seguir un guión establecido, que casi nunca se cumple. En el único toro portugués que mató no cuidó los detalles de la lidia; le dejó muy cerca en la primera vara, para que le picaran trasero, mientras él echaba la cara arriba y hacía sonar el estribo. Lo mismo en la segunda, dejando el toro poco picado. Se dolió muchísimo de los palos, esperaba por el derecho, pitón por el que se vencía peligrosamente, que en conjunción con que el diestro dejaba mucho hueco al torcer la muleta, provocó que se llevara un buen susto. Siguió tirando derrotes, defecto que Ritter ni sabía, ni podía remediar, con mala colocación, presentando la muleta peor, se limitó a estar a merced del toro, lo que quizá dé idea de su valor, pero no creo que eso sea el toreo. El sexto, de Ortega, se quedaba por el lado izquierdo y punteaba los capotes. Se le picó trasero, empujaba de lado, echando la cara arriba, mientras se le tapaba la salida. El colombiano, embarullado, no parecía tener claro por donde meterle mano al animal y se decidió por el mantazo, por dejar la muleta atrás y torcida y por ahogarle en demasía la embestida. Arrimón, alardes propios de otros cosos y una vulgaridad plomiza. Un bajonazo triunfalista y punto y final a una tarde en la que hubo toros para que los lidiaran toreros, aunque según voces muy autorizadas de la plaza de Madrid, era un ¡Asco de ganadería!

domingo, 18 de mayo de 2014

Perdón por la espera, tenía pendiente un campeonato

Esta es la causa de la tardanza. Gracias Aleti por lo feliz que me has hecho


Perdonen esta falta de puntualidad y seriedad, pero estaba acabando de escribir lo ocurrido en la corrida de los Jandillas mientras mi Aleti estaba jugándose el campeonato de liga. O para mayor exactitud debería decir que lo estaba perdiendo. Luego las cosas han cambiado y entonces la cosa se me ha ido de las manos. No obstante les adjunto el texto original, independientemente de lo ocurrido en Barcelona. Muchas gracias por dedicarme su tiempo y de nuevo disculpen por este desliz futbolero.

El día de las marmotas

Que cada uno se lo aplique como mejor le cuadre, pero la corrida de Jandilla/ Vegahermosa fue, como dicen ahora, una corrida con matices, para unos fue soporífera y para otros era volver a vivir lo mismo de muchas tardes, muchísimas. El mérito puede ser del ganadero, que cría unos novillejos acemilados que según dicen son una maravilla para que los de luces demuestren su clase. Pero si vemos el cartel original, Abellán, Fandi y Fandiño, no se puede decir que sean finos estilistas, al igual que tampoco lo es Joselito Adame, que se incorporó deprisa y corriendo por la ausencia imprevista de Miguel Abellán. Si ya es difícil de entender que Jandilla esté en Madrid, más lo es el ver en la misma corrida a Iván Fandiño, un torero que luce con el toro de verdad, que es lo que le ha hecho ganarse el respeto de la afición.

¿Recuerdan cuando los de Jandilla recibían tres puyazos empujando, metiendo los riñones, creciéndose al castigo y exhibiendo una boyantía envidiable en el último tercio? Yo tampoco y puede que nadie, lo mismo se contrataron para San Isidro porque alguien lo soñó alguna vez. El primero salió dando coces del caballo, no se le picó y quedó moribundo para la muleta, lo que tampoco preocupaba al Fandi, que después de un soberbio tercio de banderillas demostrando lo que es clavar a toro pasado, pasadísimo, más cerca de la penca del rabo, que de la cabeza; ¿y qué? ¿Ya no vale eso de que hasta el rabo todo es toro? Lo de la muleta, pues por resumir, tanto en este como en el cuarto, pico, retorcimientos, carreritas y trapazos. En el cuarto, uno de los dos de Vegahermosa, pareció ya abolida la suerte de varas y el del caballo, ni tan siquiera osó regañar al animalito, no fuera a ser que se viniera abajo, más aún. El número de las banderillas y a otra cosa.

Iván Fandiño volvía a los dos días de su anterior actuación, esa que nadie recuerda por otra cosa que por lo de la muleta a la hora de matar. Su primero era un chivo crecidito, pero malamente pasaba por toro, ni por hechuras, ni por tamaño, ni por comportamiento, pero seguro que habrá quien diga que era un animal muy en tipo, en tipo caprino ibericus. Nadie pensó que había que ponerlo en suerte en el caballo, pero él solito, se fue a refugiarse en el peto. Se bailó un chotis con el picador, que galanamente le hacía la carioca sin picarle; y aún así, se derrumbaba bajo el penco. Fandiño tomó la muleta y se dispuso a plantarse delante de un tipo de toro que no va con él, desengañémonos. Él deseará matar solo este tipo de corridas, pero que no pretenda entonces contar con el respeto y admiración que el aficionado le profesa en la actualidad. Que luego vendrá lo la espada y la muleta, pero eso es aparte. Y si encima a este moribundo le capea con el pico, recolocándose a cada pase, pegando tirones, igual por el pitón derecho que por el izquierdo y sin torear, solo acompañando, motivo por el que el toro le lanzó un gañafón y le pegó un feo revolcón. Al cuarto no solo no le picaron, sino que demostrando esa falsa bondad del picador, este levantó el palo para apoyarse con él en el suelo. ¿Hay algo más vergonzante? ¿Hay una imagen más denigrante de algo tan grande como la Fiesta de los Toros? ¡Por favor! Fandiño sin hacer acto de presencia en los dos primeros tercios. Faena de muleta aburrida y hasta vulgar, innecesariamente larga, unas manoletinas ajustaditas y nada más.

Joselito Adame, que empieza a parecer un funcionario de la Comunidad, cumplió con las dos posibilidades de la marmota, hizo lo de siempre y adormiló al personal, pero no se apropie de estos méritos él solito, no, es probable que con otro ganado no hubiera conseguido dormir al personal. En su primero se siguió sin picar, faltaría más. Luego en la muleta se le arrancó como un tren, llevándose puesta la muleta a modo de mantilla. Pero el mexicano, en lugar de intentar frenar esos ímpetus y suavizar la embestida, ya que no se hizo antes, se lió a pegar trapazos enganchados y recibió un nuevo aviso por el pitón derecho. Más desarmes, sin conseguir pararse quieto, recolocándose a cada pase, hasta llegar a eso tan socorrido del arrimón; ya les digo, el día de la marmota, siempre la misma faena. En el sexto, que fue bien al caballo en la primera vara, haciéndonos albergar ilusiones, inmediatamente nos dejó clara su condición, cabeceó, se quitó el palo descaradamente y se marchó tan campante. En el segundo puyazo empujó, pero cuando estaba con las tablas a su espalda y la libertad al otro lado del caballo. En el tercer tercio fue recibido con estatuarios por parte de Adame, quien tras un desarme decidió llevarlo al sol, a ver si allí quedaba aún alguien despierto. La cosa no era muy diferente a lo ocurrido en su primer toro. En este caso el de Vegahermosa tenía cierta brusquedad y el espada se decidió al final a hacer lo que debía haber sido el inicio del trasteo, un macheteo por abajo que habría sido más eficaz un ratito antes. Pero tranquilos, no se vayan a alarmar ustedes, seguro que Jandilla volverá también el año próximo y nos volverá a invadir ese sopor que despliega la Tauromaquia 2.0 y volverá a atormentarnos el quedarnos en estado catatónico durante una corrida de toros; perdón durante un festejo de San Isidro.


viernes, 16 de mayo de 2014

Un maestro sin apreturas, faltaría más

Ya volvió Ponce a Madrid, ¿lo hará alguien más?

Que largas son las esperas cuando deseas que alguien vuelva, cuando ardes en deseos, pero cuando no, la cosa es más leve. Cuántos años sin aparecer Enrique Ponce por Madrid y en el día del Patrón ha deslumbrado con ese terno celeste y oro, y con ese toreo desahogado del que es un maestro consumado. Que elegancia, que relajación, que donosura, que lejos se pasa el toro, que… Anda que se quejará del recibimiento de Madrid al que durante tantos años ha despreciado, esa plaza en la que se le empezó a querer de novillero, de matador de toros, hasta aquel momento en que empezó a cambiar lo fundamental por accesorio y que tuvo su continuidad al convertir esto en la esencia de su forma de hacer. Y además se presentaba como una víctima incomprendida y no respetada por los que tanto se le entregaron. ¡Ay! Que pago tan cicatero. ¡Tú también Enrique, hijo mío! Pero al final ha vuelto, ya quedaron en el olvido aquellas ganaderías de Sepúlveda o Samuel Flores, aquellos seis toros fallidos. Pero con los de don Victoriano se ha encargado de recordárnoslo, igual que el por qué de ese distanciamiento que se inició tiempo antes de la primera ausencia.

También volvía la ganadería de Victoriano del Río, la que el año pasado fue premiada como la mejor del serial, reconociendo sus méritos y su colaboración para engrandecer la Tauromaquia 2.0 y para enterrar un poquito más al Toreo Clásico. Afortunadamente hemos podido comprobar que el señor ganadero mantiene firmes los pilares de la vacada, siguen siendo unas borreguitas en la muleta, lo de picar a estos toros es una utopía inalcanzable y la flojedad y justeza de fuerzas es uno de los sellos marca de la casa. Seguro que las sesudas mentes del taurinismo ya han apuntado esta corrida como candidata a revalidar el título de 2013. Los tres primeros muy justitos de presencia, pero paradójicamente daban la sensación de estar algo pasados de peso. Don Victoriano tomará nota y aparte de llevarlos a esos modernos gimnasios para toros, les aplicará unas horitas de sauna y les mantendrá a raya a base de verduritas y pescadito a la plancha y si la cosa se pone dura, pues unas galletitas de esas que te quitan la gazuza en un santiamén. Lo que no cambiará será lo del caballo, y eso que el primero derribó, pero eso es lo que pasa cuando el montado hace que hace, pero sin hacer. Luego le atizaron un raspalijón que ni le arañó la piel. Y ahora esto lo multiplican por tantos toros como hayan salido y ya tienen el resultado de la corrida en el primer tercio, en el que tantas veces hemos visto esa imagen tan elocuente del señor picador apoyando el palo en el suelo y viendo como el animalito de los cuernos se apoya o se desmorona bajo el peto del penco. Luego en la muleta, lo dicho, aunque casi sin poder moverse, más o menos han acudido en busca de la muleta, como si fuera una barra de regaliz.

Aunque ya he comentado por encima algunos detalles de la presencia de Ponce, creo que siempre es conveniente extenderse un poco más sobre su magna lección de destoreo. No ha dado una verónica en la que no haya dado el pasito atrás, que ya es el colmo de la falta de cálculo. Con la muleta ha desplegado esa pulcritud que tanto se valora, pases sin molestar al toro, no vaya a ser, aplicando el pico en toda su extensión para echarse el toro para afuera y luciendo una muleta talla XXL, porque él lo vale. A su segundo, un ejemplar que tal y como entraba a los engaños podría haber pasado por un burro curioso, parándose a cada pase para contemplar el panorama, a ese se lo ha pasado lejitos, muy despegado, con demasiadas carreritas entre los pases, perdón, medios pases y muchos enganchones. Tanta espera para acabar así.

Sebastián Castella, perdón, Monsieur Castelá, ha repetido con una pulcritud excelsa la faena que viene perfeccionando desde hace mil doscientos siete años. Será por eso que da la sensación de ser mecánico en su destoreo. Capotazos a pies juntos siempre perdiendo terreno ante su primero, desentendido de la lidia, lo mismo tiraba al toro al caballo, que lo dejaba entres las dos rayas. Muletazos a media altura y con el pico, con mucho sentimiento, el del público que no veía el fin a tanto sopor, pero el bajonazo desvergonzado les ha puesto los pelos de punta y les ha espabilado al menos hasta su siguiente aparición. Ahí fue cuando al fin, al fin, hizo ese derroche de inventiva y recibió al toro con un muletazo por detrás, por delante, por detrás… Creo que ya saben a lo que me refiero; a lo que hace siempre, para entendernos. Lo demás ya lo conocen, su faena de toda la vida, esa que no cambian ni bajo amenaza de tortura, sin pensar en la tortura que para el espectador es verle pegar pases.


David Galán, que confirmaba la alternativa, no ha manejado mal el capote, al menos ha conseguido sujetar a sus toros, sin clase, sin demasiado estilo, pero en estos tiempos ya es algo a tener en cuenta, a pesar de su tosquedad. Con la muleta ha demostrado muy poquita variedad, con dos faenas muy similares, con ese retorcimiento habitual en toda la torería, muy despatarrado, retorcido, con el brazo estirado y metiendo el pico de la muleta, aunque por momentos consentía que el toro se le viniera más por dentro, con los dos pitones siguiendo el engaño. El día en el que Madrid honraba a su Santo Patrón no era para que hubiera estrecheces, mejor desahogaditos, sin apreturas, que el sol ha calentado y cuando el Lorenzo se emplea, lo mejor es que corra el aire. Lo malo es que los de las medias rosas se aplican el cuento al pie de la letra, para castigo de los asistentes.

jueves, 15 de mayo de 2014

Madrid feliz, pero sigue sin llenar

Esto es lo que se llamaba suerte de varas, una cosa que se hacía durante las corridas de toros, ¿recuerdan?


En Madrid estamos que lo tiramos, nos sobran las orejas, los pañuelos, los canapés, los cubatas en el balde de fregar, los bocatas de la nouvelle cousine, las palmas y ya puestos, hasta corridas de San Isidro, las podemos regalar si queremos. En Madrid hacemos lo que se nos pone; que si nos da la gana le regalamos una oreja a un novillero basto como un bocata de chapas o a un señor que hace volatines a lomos de un toro. Nos sobra de todo, tenemos la abundancia como castigo. Hasta toros nos sobran. Anuncian seis de la Palmosilla y todavía salen tres más de otras ganaderías ¡Será por toros! Si hasta sitio nos sobra. Llevamos casi una semana de festivales y no se ha llenado aún ningún día, ¿y por qué? Porque nos mola estirar las piernas. No se llega a cubrir los tres cuartos de plaza, pero no nos importa. Y eso que es una feria increíblemente “güena”. Los modernitos ya se están frotando las manos de lo bien que nos lo vamos a pasar. Todo perfecto, mojicones desmochados, público dulzón, toreros modernos y simpáticos a los que se mide por lo que hacen requetebién, aunque esto sea hacer surf con los ojos vendados; luego se pone los leotardos con lentejuelas, hace dos cabriolas y le damos una orejas, porque yo lo valgo.

Si empezamos por el ganado de la Palmosilla, tal y como ha ido la tarde no me extrañaría nada que ya hubieran pedido otro encierro para el año próximo. El toro ideal, no hace falta picarlo, porque si te descuidas y le rozas con la puya igual se explota como muñecas hinchables o igual se desmorona, como los anovillados mozos de la Palmosilla. Al grandullón de Torrealta al menos le pudimos ver pegar cabezazos al peto y marcharse de allí a escape. Tampoco el de González Sánchez Dalp se puede decir que fuera picado, si acaso, regañado un poco, a lo que él respondía queriendo quitarse el palo. Y tan hechos están los picadores a ese torillo mojiconero, blandito y esponjoso, que al de La Rosaleda le quiso simular la suerte y el montado acabó desmontado. Qué cosas, si bastaba con aguantar un poquito, si luego el animalito ni se meneaba debajo del acorazado corcel.

Juan José Padilla es un diestro que cae bien, aquel tremendo percance ha hecho que el público le mirara de otra forma, servidor incluido, pero en la arena y de luces no es que haya cambiado demasiado; banderillas más atléticas que toreras, sin clavar en la cara y, como en su segundo, a toro pasado. Quiso pasar por la muleta al moribundo del hierro titular, pero aparte de echar el toro para afuera, este le enganchaba con frecuencia el engaño. En el sobrero que hizo cuarto le dio mantazos a placer, acelerado, un desarme, más trapazos y poco a poco logró empeorar aún más al animal. De momento, a esperar.

Confirmaba Manuel Escribano, torero muy apreciado en la actualidad, pero que no había asomado por aquí. Hizo una declaración de principios con su primera portagayola un poco sui géneris. No demasiado aplicado en eso de poner el toro al caballo, practicando esa suerte tan habitual del ahí te quedas. En banderillas poco brillante, destacando el mérito de poner un par al quiebro por dentro. Se empeñó en querer dar pases a un moribundo, pero al final solo hacía perder el tiempo y la paciencia al personal, que no sabía lo que le esperaba. Al siguiente de la Palmosilla se le llevaron los de Florito y al de La Rosaleda le recogió admirablemente bien, sin ese don que es el arte, pero con mucha efectividad. Ese mal que todas las tardes se repite en cada toro, pero en el que Escribano no incurrió. Había que frotarse los ojos, un capotazo y no se va, otro por el otro lado y lo aguanta, otro y lo sujeta, lo lleva, hay mando y el toro no se pega esas carreras tan innecesarias. Pero ahí quedó todo, lo mismo con los palos que con la muleta, se volvió a la realidad de lo que es la Tauromaquia 2.0, mucho pase, abuso del pico de la muleta, trallazos como rayos, y la sensación de que estaba dejando pasar el tiempo para cumplir el expediente. Que dirán que vaya obsesión con eso del tiempo, pero, ¿ustedes saben lo que es que te den las diez de la noche sin cenar y ni tan siquiera haber merendado? Pues háganse cargo. Terminó con tal bajonazo que hasta el peonaje pareció asustarse y de la impresión se cayó de cara.


Joselito Adame puede tener muchos pecados taurinos, pero el que no conoce es el de la apatía, el hidrocálido siempre pone todo lo que tiene y no se deja pasar ninguna oportunidad de triunfo; otra cosa es que lo logre. Al grandullón de Torrealta le tiró al caballo, sin colocación, ni mando alguno. Con la muleta lo recibió rodilla en tierra, pero ese maldito pico, los muletazos sin mando, en ocasiones demasiado perfilero, demasiado movido y aunque por momentos adelantaba la pierna de salida, al hacerlo antes de que se arrancara el toro, lo que hacía era echárselo para afuera. Asomaron los primeros signos de rajarse y el mexicano pretendió taparse a base de un arrimón, hasta que se despertó con un aviso antes de entrar a matar. Hubo petición y se dio la vuelta al ruedo, ¿excesivo? Pues yo creo que sí, ¿habría levantado el ánimo de una corrida cuesta abajo? Pues no lo creo, entre otras cosas porque si no hay toro, no hay remonte posible. Igual esta negativa presidencial fue lo que le empujó a recibir a su segundo a la verónica y sin enmendarse en los lances por ambos pitones. El toro se dañó una mano y aún mermado de fuerzas, no fue devuelto. La faena de muleta la inició con un ¡ay! cuando el último inválido se le coló por el pitón izquierdo en los telonazos. Muletazos descargando la suerte, empalmando, que no ligando los pases. Siempre con el pico, en el primer pase se lo echaba para afuera y en el segundo lo llevaba más largo, aprovechando el viaje. Otro arrimón, mal con la espada y peor con el verduguillo. Y ya de noche cerrada salimos de la plaza después de disfrutar lo “güeno” de la Fiesta, lo verbenero, matadores banderilleros y hasta un presidente al que echar la culpa por no dar una oreja y eso que los señores mulilleros le dieron tiempo para sacar el pañuelo, pero este es otro de los temas de los que algún día hablaremos. De momento a seguir estirando las piernas en los tendidos, porque la plaza sigue sin llenarse.