lunes, 26 de abril de 2010

Esos “esaboríos” del siete


Ahora que ya está más cerca la feria de Madrid y mientras veo cómo gozan en Sevilla cuando consiguen sacar a un torero a cuestas, se me vienen a la cabeza esos “esaboríos” del siete que pueblan los tendidos de las Ventas. Esos que no saben en que mundo viven y que no dudan en hacer que se le atragante el canapé al más pintado. Esos a los que los "afisionaos" llaman de todo, esos a los que la gente sensible reta a que bajen al ruedo a poner posturas como el maestro de turno, que coincide que es del mismo pueblo que la voz contestataria contra el siete. Y es que además, estos “esaboríos” del siete abusan con sus protestas porque saben que los fieles del maestro no se atreverán a darles su merecido, por si se les derrama el güisqui.

Pero este no es el único delito del siete, porque el error de sus protestas va muy lejos, protestan los toros chicos, sin trapío, fofos y blandos, como si alguien tuviera la obligación de echar toros como Dios manda. Sí hombre, con lo peligroso que es eso. Además protestan a los señores matadores el que no se pongan en su sitio, el que utilicen trucos para evitar que el toro les pase cerquita, con el riesgo que esto tiene para el traje, y el que pongan posturas que son la envidia de un contorsionista. Y es que estos señores “esaboríos” del siete se creen que esto es un espectáculo serio, riguroso y para toreros con todas las de la ley. Que no hombre, que no, esto es una juerga para que la gente se divierta, que es el fin último de la cosa. No se dan cuenta que a nadie le interesa si el torero se cruza o no, si lleva toreado al toro o no, o si lo que sale a la plaza es un toro o no. Lo primero que se le pide al maestro es que sea simpático, si es posible que corra mucho poniendo banderillas y que regañe al picador con gestos manifiestamente “estentóreos” (sic Jesús Gil) si este osa picar con la parte del pincho del palo. Y lo más importante, que el maestro sepa tirar la montera con suficiente desprecio y conseguir que esta caiga boca abajo; aunque si no lo logra, se le permite que le dé la vuelta así como con saco, con la punta del palo que tiene forma de estoque. Y si después de todo esto le “arranca” ochenta o noventa derechazos “que el toro no tenía”, pa’que más. Que no me diga nadie entonces que muy malo hay que ser para negarle las orejas al chico. Sólo son capaces de eso algún presidente desalmado y esos “esaboríos” del siete.

Pero es que parten de un error de principio; no se puede querer convencer a la gente de que esto es un espectáculo serio, con unas normas y en el que el actor fundamental es el toro. Así como tampoco se puede ir contra la sabiduría de los profesionales del periodismo, porque si lo que dicen en la tele no va a Roma, ¿a qué vamos a hacer caso? Y si serán raros estos “esaboríos” del siete, que muestran su debilidad por torerillos que ni salen en la tele, ni na’ y ni tan siquiera tienen una novia que salga en las revistas. Nos pretenden hacer creer que un tal Frascuelo es torero o el Curro Díaz ese que viene hasta fuera de la feria. Tíos que hacen faenas de no más de veinte o veinticinco pases y además no brindan todos los toros al público, ni ponen banderillas.

Ya estamos cansados de esos “esaboríos” del siete que nos quieren fastidiar la merienda y la vuelta al barrio diciéndole al estúpido del quinto que hemos visto cortar ocho orejas por toro. Y lo peor no es eso, lo peor es que así salpicados, yo creo que estratégicamente colocados, hay más gente de esa que no aprecia un buen bocata de pata negra, la bota, el vaso de güisqui, un clavel rojo reventón en la solapa y las pipas. Pero yo espero que no cunda el ejemplo y que poco a poco se vayan de la plaza, por lo menos el único día en yo voy a los toros, como todos los años, con los colegas de la peña los “Cogechufas”. Luego a la otra a la que voy con mi suegro, ya me da igual, casi hasta me vienen bien para en medio del silencio de la plaza, poder levantarme y decirles a la cara, con un par, desde mi entrada en el cinco, eso de ¡Baja tú! ¡Cállate! y algunas cosas más que improviso sobre la marcha. Luego se lo cuento a mi chuti y quedo como el machote que soy. Y que no se piense alguien que yo no sé de toros, que me veo todas las ferias en la tele y en mi pueblo soy el encargado de llevar la sangría a la plaza de toros.

domingo, 25 de abril de 2010

A José Tomás le cogen los toros


Hoy tenía preparada una entrada completamente diferente a ésta, que nunca habría querido escribir. En la radio del coche he oído la noticia de la corrida de Aguascalientes y los detalles de la grave cogida del torero de Galapagar. Diez centímetros en el muslo, por dónde se le iba la vida y aún tenemos que felicitarnos porque hayan logrado estabilizarlo, después de haberle puesto hasta seis litros de sangre. Según contaban, los momentos vividos en la plaza han debido resultar especialmente dramáticos, la sangre brotando como si se tratara de un manantial y por la megafonía de la plaza pidiendo donantes para ayudar a salvar al torero.

Quizás esté cometiendo un gran error al estar escribiendo esto ahora mismo, con la firme idea de sacarlo a la luz en cuanto ponga el punto y final, pero en cuestión de segundos se me han venido a la cabeza muchas cosas, la mayoría tonterías y estupideces con mala baba espetadas por aquellos a los que José Tomás no baila el agua o por los partidarios de otros fenómenos que ven tambalearse su gloria de cartón piedra.

Cuántas veces hemos tenido que escuchar que este torero está loco por decir que no le importaría morir en el ruedo, igual que lo hicieron otros muchos, entre ellos Juan Belmonte, pero que con toda lógica hacen todo lo posible para que no ver cumplida esta “ilusión”. Pero su forma de evitar que se cumpla el vaticinio no es pasarse el toro a metro y medio, ni citar con el pico de la muleta, ni echar el toro para afuera en cada mantazo.

También hemos oído que el torero que es cogido por el toro no es un buen torero. Pues hemos tenido que llegar a estos inicios del siglo XXI para ver la luz. Parece ser que la historia del toreo es la historia de una panda de ineptos a los que cogían los toros varias veces por temporada, llegando incluso a recibir varias veces en su vida la Extremaunción. Esos ineptos como Pepe Luís, Diego Puerta, Paco Camino, el Viti, Antonio Ordóñez, Domingo Ortega, Marcial, Manolo Vázquez, Curro Vázquez, Ándrés Vázquez y los que ya sobrepasaron el límite, no siendo capaces ni de salvar la vida, como los Joselito, Manolete, Granero, Sánchez Mejías o Antonio Bienvenida. Lo siento, pero confieso mi admiración hacia todos estos “ineptos” y mi repulsa ante esos “listos” a los que el toro no pilla a no ser que les tire un cuerno, y si por un despiste son cogidos, lo son por el culo, por la espalda o le rompen el menisco.

Esto de torear tiene esas cosas, que el torero se tiene que poner en un sitio en el que el toro coge y además debe tener el valor de cargar la suerte, que es sinónimo de “si te pilla no te escapas”. Pero para eso se inventó la técnica, la de verdad, no la hacer embestir a una máquina de coser, el dominio y el poder.

Estoy absolutamente convencido de que nadie se haya alegrado con este percance, es más, tengo la seguridad de que a cualquiera con un mínimo de sensibilidad se le habrá encogido el alma. Pero quizás esto les ayude a pensar un poco más sobre lo que es torear. Y estoy de acuerdo en que en ocasiones José Tomás pueda apuntarse a becerradas más que a corridas de toros, pero lo que nadie puede negar es que su forma de torear es poniéndose en unos terrenos muy complicados, esos terrenos en los que se metió Belmonte y todos sus seguidores. ¿Críticas a José Tomás? Por supuesto, como a todos, pero lo que no se puede negar son sus virtudes.

De nuevo repito que no sé si es el mejor momento para esta reflexión, pero no lo he podido evitar y tampoco he puesto mucho empeño en ello. Seguro que dentro de no mucho tiempo le volveremos a ver de luces, ojalá, pero, de momento, está en la cama, viendo como sale de ésta.

miércoles, 21 de abril de 2010

Por ese camino vamos bien


Hoy he recibido un correo de Lupimon, un asiduo de Toros Grada Seis y de todos los blogs que uno se pueda imaginar, en el que me contaba la forma tan pobre y absurda en que ABC censuraba dos comentarios suyos, contrarios a la corriente oficialista y triunfalista que maneja, o pretender manejar el toreo. Pero esto no es una excepción, buscando en la red me encuentro con una entrada en Cornadas Para Todos la reproducción de una carta de Nacho Lloret, al que también he visto que se le contesta en División de Opiniones, otro de los clásicos de la blogotauromaquia. Y este cruce de cartas se origina en la del señor Lloret, publicada en Aplausos, órgano propagandístico de la prensa del movimiento, quejándose del pesimismo militante de muchos aficionados a los toros, y señala a este pesimismo como el gran mal de la fiesta en la actualidad. Pues vaya.

Aparte de entran a considerar o no, estos ataques, censuras o como se le quiera llamar, contra esa panda de pesimistas, aunque yo más bien llamaría realistas, me demuestra que molestamos más de lo que nos pensamos y que somos como la ama de llaves que se da vueltas por el palacio de los marqueses y está a punto descubrir que en lugar de recoger la basura, uno de los empleados de la limpieza la mete debajo de la alfombra. Y justo en el momento en que este mal trabajador ve a su superioridad avanzar hacia el montículo de la alfombra y de doblar el espinazo para ver el origen de semejante montañita, éste se pone a pegar voces, saltos y a echarle en cara que lo malo de la casa es que ella, el ama de llaves, ve suciedad donde no la hay y que si se puede escribir en la mesa del salón por el grosor de la capa de polvo, es para fomentar la buena literatura y la libertad de expresión.

Pues a lo mejor a fuerza de contar lo que vemos, igual estamos consiguiendo que haya más de uno que se está pensando lo de levantar la alfombra del salón. Coincido con quien me diga que esta panda de pesimistas militantes somos pesados, repetitivos y hasta poco creativos, porque siempre le estamos dando vueltas a lo mismo, que será verdad, pero es que si ellos se inventan falacias e intentan conseguir su propio beneficio con ellas, pues los demás contamos lo que vemos, a lo mejor porque ni vivimos, ni pretendemos vivir de esta afición; más bien vivimos para ella. Y que nadie me malinterprete, no quiero decir que el beneficio sea conseguir unos duros, no, muchos son tan estúpidos que se conforman con una palmadita en la espalda y con que la figura, el plumilla o el taurino de turno le llame por su nombre. Aunque también los hay que son recompensados con una excursión a tal ganadería, con una invitación a una fiesta o cualquier cosa que no tiene importancia por el valor, pero sí por el simple hecho de vender el alma al diablo.

La verdad que no me pensaba yo que los taurinos y sus satélites me fueran a marcar el camino, pero tengo que confesar que lo están haciendo y yo lo sigo encantado; de lo que no estoy tan seguro es de que sea el camino que ellos hubieran imaginado. Somos como los niños chicos, que basta que se les diga que eso no, por ahí no, eso no lo hagas, para que acaben fumando, yéndose de botellón y corriendo detrás del guapo o la guapa del instituto, sin ver más allá del trasero del susodicho.

Pues sí que la ha hecho buena el señor Lloret y los moderadores de comentarios del ABC, ellos pensando en colgarse una medalla, queriendo cortarnos las alas y a lo mejor les cuelgan de las orejas por metepatas. Pero yo, desde mi humilde ignorancia, les pregunto a estos señores, sobre todo al señor Lloret, que no sólo no me contestará, sino que seguirá feliz por no saber de mi existencia, si él disfruta cuando un caballerete se dedica a hacer cucamonas delante de un animal que no puede casi moverse y que provoca la misma emoción que leer la guía telefónica. Lo de ABC casi lo entiendo más, tampoco van a hacer caso a todos los comentarios, aunque sean de buenos aficionados y llenos de razón, que les lleguen, ¿no? Sobre todo porque, ¿a quién interesan esos que rompen el encanto de las tardes soleadas, las mujeres con mantilla, los caballeros con su puro y su clavel y el batir de palmas acompasado de los “güenos aficionaos”? Esos “aficionaos” que van a la plaza a soltar ese “bieeeeejn” tan sonoro y que sale tan de dentro. Y eso que sólo estamos empezando.

domingo, 18 de abril de 2010

Victorino, Palha y la ley del péndulo… inmóvil


Que la realidad es cambiante, es algo evidente. Es algo sobre lo que han reflexionado filósofos, pensadores, poetas y todo tipo de artistas. Unos decían que el mundo avanzaba en forma de espiral, lo que quiere decir que la historia avanza y retorna al mismo punto cíclicamente, e incluso también están los que afirman que el movimiento es pendular, que se pasa de un extremo a otro periódicamente. Pero aunque parezca mentira, en los últimos tiempos esta norma no se cumple en el toreo. Nuestra historia es un línea recta, como el toreo de los maestros del momento, que se dirige a un punto desconocido, por no decir eso tan sobado del abismo.

Todos hemos sido testigos de las grandes tardes de algunas de las ganaderías actuales, como la de Victorino y Palha. Una símbolo durante años del gusto del aficionado torista de la plaza de Madrid y la otra como clara aspirante a recoger el cetro que el ganadero de Galapagar se olvidó en la barra de un bar, un día que iba con prisa.

Yo tengo que confesar que no soy de los que investigan en la vida de toreros o ganaderos para conocer el motivo de un bache y darme por conforme. Naturalmente que me gusta saber todo lo que ocurre en torno a cualquier actor de la fiesta, pero por lo que no paso es por admitir como buena esta coartada y comulgar con ruedas de molino, porque a mi la entrada me la cobran igual.


Estamos en la primera parte de la feria de Sevilla y ya hemos podido corroborar el batacazo de las dos ganaderías ya nombradas. Si seguimos esa ley del péndulo, después de un momento bueno, viene otro malo, al que sigue otro bueno o una corrida que sea un chasco, frente a otra en la que salen uno o dos que te hacen albergar ciertas esperanzas. Pues no, el señor don Victorino Martín, uno de los que mejor conocen, o conocían, lo que tenía en su casa, hace años que se lanzó por el tobogán de la mansedumbre, vulgaridad y falta de casta y todavía no sabemos si ha llegado abajo o si sigue cayendo. Porque lo de Sevilla no ha sido una tarde mala, es una tarde mala más. A Madrid, su casa, no viene porque no tiene que traer y se debate en devaneos con plazas que nunca soñaron tener a los archifamosísimos toros de la A en su ruedo. Lo que voy a decir me cuesta mucho y me duele, pero esta ganadería ya no es ni sombra de aquella que garantizaba emoción, que exigía saber lidiar y que en ocasiones regalaba calidad con algún toro surcando la arena con el hocico. Los terroríficos Victorinos ya no aterran a nadie, se caen como los demás, se paran como los demás y aburren igual que los demás. El péndulo de este hierro hace años que se quedó clavado en el polo negativo, quizás esperando hasta que don Enrique Ponce los exija por las ferias de esos mundos de Dios.

La otra ganadería que he nombrado ha sido la portuguesa de Palha, esa de aquella corrida en Madrid que nos hizo frotarnos los ojos al volver a ver de nuevo lo que era el toro bravo de siempre. Pero que nadie piense que don Joao echó seis ejemplares bravos como el toro Diano, nada más lejos de la realidad; unos fueron buenos, otros menos buenos, otros regulares, pero nos hicieron recuperar la emoción, algo tan necesario y tan escaso en las corridas de toros de este siglo XXI. Luego volvió a Madrid para cambiar el éxito por el fracaso, sembró o dejó sembrar la duda sobre posibles oscuras actividades en los corrales de las Ventas y de nuevo en Sevilla ha pegado el petardazo. Otro clavado en el polo negativo. Según las crónicas, los Palha de Sevilla se acercaban más a una moruchada con peligro que a una corrida de toros.

No quiero hacer un juicio de valor precipitado, pero me da en la nariz que el señor Folque ha podido tomar la misma opción que otros antes, y me explico. Han sido muchas las ganaderías que han pasado por un bache a lo largo de su historia y que para salir de él, da la sensación de que lo primero que buscan es que no se les caigan los toros. Me viene a la cabeza ahora Miura. Un toro duro, que no dobla las pezuñas, pero que es intoreable desde cualquier punto. No es que sea duro y que haya que poderle, lidiarle y dominarle hasta que llega el momento supremo; no, son burros con cuernos que no son demasiado aptos para la lidia.

De momento no he querido entrar en otras ganaderías por varios motivos. Primero porque para hablar del monoencaste Domecq, ya voy a tener toda la feria de San Isidro y segundo porque para ir desgranando el estado actual de cada hierro, uno por uno, ya voy a tener toda la feria de San Isidro. De momento con conseguir que el péndulo prosiga su balanceo de lo bueno a lo malo y de lo malo a lo bueno, ya nos conformaríamos más de uno. Ahora a seguir lo de Sevilla como se pueda y a ir preparando la almohadilla, el chubasquero, la libreta y el boli para la feria de San Isidro.

martes, 13 de abril de 2010

El azote de la vulgaridad


En estos días muchos han sido los que han recordado a Joaquín Vidal y de forma más que notable, todo sea dicho de paso. Todos hemos podido disfrutar de las semblanzas que del maestro han hecho en este ciberespacio taurino. No se trataba de ningún ganadero de renombre, ni de ningún maestro con la espada, era simplemente un señor que escribía de toros y que contaba lo que veía, aunque que nadie se pierda cómo lo hacía. Pero yo no voy a contar quién era Joaquín Vidal, no me atrevería. Además, después de todo lo que he leído, prefiero evitarme el hacer vergüenzas gratuitamente o repetir lo ya dicho. Yo sólo me voy a limitar a contar lo que fue para mí este señor de aspecto tranquilo, con una voz muy particular y sin parecer ni un matador de toros, ni una imagen de un paso de Semana Santa. Algo muy frecuente en los maestros de la pluma de nuestros días. Don Joaquín Vidal no necesitaba aparentar ni siquiera lo que era.

Tengo que reconocer que me tenía comida la moral, primero porque tenía la sensación de que poseía una tupida red de espías repartidos por todo el tendido. Y es que era capaz de recoger el sentir del aficionado como nadie, que aparte de ser un enorme aficionado, esto había que saber hacerlo. Y que nadie piense que es ni una crítica, ni desmerecer su trabajo. Es que me parece tan complicado reflejar el sentimiento de una afición…Podría haber bastado con que repitiera lo dicho en los tendidos, que había dos orejas, pues triunfo, que no había orejas, pues fracaso, que ponían banderillas a todo correr, diversión, que daban seiscientos pases, más diversión. Pero no, separaba el trigo de la paja escrupulosamente y se quedaba con los mejores granos. Aunque no era un crítico taurino al uso de esos de: “Con tres cuartos de entrada se han lidiado seis ejemplares con desigual presentación de don…” Tenía la virtud de conseguir que los no aficionados a los toros se convirtieran en asiduos lectores de sus crónicas. Qué socorrido era para muchos no aficionados el soltarte la crónica del día anterior y empezar a comentarte la corrida por lo leído en el periódico. No es que fuera una obligación, más bien todo lo contrario, pero si querías quedar bien con un posible ligue, había que darse más prisa que esa loca que no distinguía un natural de un vendedor de cervezas, pero que se desayunaba con un zumito, un café, una tostada y la crónica de don Joaquín. Es que era un sin vivir.

Era un critico tan poco usual, o quizás tan clásico, que lo mismo empezaba con un Manili “on the rocks”, como con un Lalo, la lona, El par “al sopetón”, Pitorreo general o ¡Torero, Toreo! De la misma forma que de una tarde horrorosa hacía una crónica rebosante de sentido del humor aliñado con unas buenas dosis de tabasco, era sensible como el que más ante la tragedia o ante el toro bravo o el toreo bueno. Era tan fino y exacto como un funcionario de telégrafos. En una frase encerraba todo lo que se puede decir de una tarde de toros.

Si Joaquín Vidal ya era valorado, seguido y admirado en sus días de periodista del País, hoy lo es aún más, sobre todo si vemos y leemos a esos periodistas de cámara de los semidioses de hoy, figurones que quieren aparentar ser más toreros que el mismísimo Mazzantini y más redichos que don José María Pemán.

Puede que haya quien piense que no haya sido todo lo respetuoso que merece Joaquín Vidal, pero aparte de sentir una especial devoción por él y por su trabajo, su recuerdo me sugiere buen humor, el que me producía el leer sus artículos, aunque fueran de una tarde nefasta, y la satisfacción al comprobar que coincidía con él. Con él no tenía la sensación de haber estado en otra corrida. Eso sí, tenía que darme prisa, no fuera a ser que se me cruzara la fiel seguidora de “el de los toros del País” y me pillara en renuncio. Otro día hablaré de Navalón el del Pueblo. Otra pluma con retranca y de como un buen aficionado se mudaba de periódico al son de los cambios de estos dos maestros del toreo.

martes, 6 de abril de 2010

El maestro Pepe Luís chochea


Y esto no lo digo yo, Dios me libre de semejante blasfemia, pero si los figurones y taurinos tan de moda fueran mínimamente consecuentes, es lo que deberían pensar y decírselo al maestro de San Bernardo. Pero está claro que no se atreverán, aunque lo piensen. Y ¿qué es lo que ha dicho Pepe Luis Vázquez? Pues cosas muy evidentes, muy lógicas y muy sabias.


Se ha atrevido a decir que el verdadero arte reside en la naturalidad y que el temple es fundamental, y tanto lo es que “Es casi un milagro, conseguir que el toro se vaya acomodando al temple del torero. Sobre todo, con el toro de antes, que salía con muchos pies. Ese temple es lo que más llega al público”. Menudo descubrimiento, dirán algunos, pero si nos detenemos a ver cómo se torea hoy en día, aparte de que salga mucho toro inválido, cuando se templa a los toros se caen bastante menos. No sé qué tendrá esta medicina, pero es así. Si el toreo se basa en ese continuo pegar tirones, lo mezclamos con la invalidez casi congénita y lo batimos a punto de nieve, el resultado será que el toro aterrice y arrastre la badana por la arena. La imagen es realmente poco edificante.


Pero no se detiene ahí el maestro. Para él, que sabía cómo era esto del toreo, le debía resultar sencillo eso de que para torear bien, el torero se ha de poner en un terreno donde el toro le puede coger: de ahí surge la emoción. Cada toro tiene su sitio, su distancia... No se trata de que el toro te coja, pero sí de que el público sienta que te puede coger. Pero un toro malo, difícil, nunca te debe coger: tienes que ganarle la partida. Con toros difíciles, yo habré estado más o menos lucido pero nunca he estado aperreado. Sin duda, el ejercicio de la lidia siempre ha contado con un denominador común, la posibilidad de la tragedia”.


Así en dos patadas ha desarmado el toreo vigente en estos días. ¿Qué les decimos a esos que manifiestan que no les gusta ver a un torero que parece que va a ser cogido en cualquier momento? Va a ser que los toros cogen a los toreros y que solventar esta dificultad es uno de los pilares sobre los que se construyó el toreo clásico. Igual que cuando el matador ahora se encuentra con un marrajo y todos sus recursos se limitan a que el de las medias rosas se quede a su merced, a ver si le roba algún muletazo, que no a ponerse a torear; Lo que queda clarísimo con sus palabras Si yo veía que no tenía faena, lo lidiaba y lo mataba. La gente se enfadaba, claro... Eso sí, tuve la suerte de que no me echaran ningún toro al corral”.


Y si se torea, como dice Pepe Luís, bien, mal o regular, existe la posibilidad de la tragedia, porque que no se le olvide a nadie, esto no es un videojuego, esto es la vida y la muerte. Aquí no vale eso de me quedan dos vidas y sigo jugando, esto va de verdad. Pero en estas declaraciones hechas al diario ABC, todo sea dicho de paso, continúa diseccionando sin quererlo, la taurobasura del siglo XXI y se atreve a decir que “en las ferias importantes, las figuras elegían alguna corrida que podía permitirle cortar las orejas, pero también alguna que podía salir más difícil, precisamente para demostrar su maestría”. ¿Habrase visto semejante desfachatez? Pero si ahora de lo que se alardea es de no haber visto jamás, ni en foto, un toro de esta o aquella ganadería. Y para más INRI, si el maestro de turno no tiene ganas de ir a Madrid, pues no se va. Faltaría más. ¿Qué maestría tiene que demostrar el señor Ponce con una ganadería complicada en San Isidro? Eso se queda para los simples mortales, como este tal Pepe Luis, que seguro que no es capaz de apreciar ese toreo en las lejanías, ese toreo de tiralíneas.

Pero el señor Vázquez Garcés cierra con un humilde pero concluyente “¿La época actual? Yo la veo corrientona”. ¿Veis como no sabe apreciar la suprema maestría del semidios de los toreros? Que la época de ahora es corrientona dice. Como le pille algún plumilla de cámara de los figurones actuales, se va a enterar. Pero si se torea como se es, así es don Pepe Luís Vázquez Garcés, natural, sabio y humilde, un torero que hacía temblar al mismísimo Manolete, sobre todo cuando se le ponía el caracolillo en el flequillo, como decía el monstruo. El que puso el toreo de frente, con el medio pecho y boca abajo. El maestro del que seguro que habrá muchos que piensen que chochea, pero que como sigue demostrando, sabe de toros como nadie. Y perdón por el titular, que espero haber aclarado suficientemente.

viernes, 2 de abril de 2010

El traje nuevo del Emperador


Érase una vez un emperador que contrató a unos pícaros que se hacían pasar por los mejores sastres del reino y que… Imagino que todos sabemos cómo sigue este conocido cuento. Unos desaprensivos convierten en verdad una ilusión creada por ellos mismos. Una mentira evidente y al descubierto, pero que nadie se atreve a denunciar. Una mentira que a fuerza de ser repetida por todo el mundo parece que puede llegar a ser una “verdad acordada” para beneficio de unos embaucadores.

¿Y qué tiene esto que ver con el mundo del toro? Pues creo que está muy claro, y si no, sólo tenemos que prestar oídos a esos personajes que se mueven por los medios de comunicación. Podemos empezar por esos periodistas de cámara que ahora se empeñan en decir que ahora se torea mejor que nunca, y que basan sus argumentos en los números y no en el arte, en la capacidad lidiadora y mucho menos en el tipo de toro con el que se tienen que enfrentar. Puede que toreen bien de espejo, que tampoco. Está instaurado el pase largo, que no hondo, la faena larga, que no buena lidia y mesura, y el vaciado de las embestidas al viento, que no el remate dominando y llevando toreado al toro.

Pero este absurdo nos lleva a ver cómo profesionales de la comunicación taurina basan su vida en demostrar la mentira que era el toreo en el pasado, pretendiendo reescribir la historia, que según ellos está mitificada, con el único objetivo de encumbrar más a los mediocres actuales. No son capaces de diferenciar un trapazo de un lance, ni el torear del pegapasismo imperante. Eso sí, son capaces de recitar carteles de hace cuarenta años, contando con pelos y señales las orejas cortadas, asistencia de público y el color del terno de cada uno de los actuantes, aunque ellos ni tan siquiera hubieran nacido.

Estos sastrecillos de pacotilla llevan años mostrándonos sus espléndidos tejidos de los que alardean cínicamente. Esos paños monoencaste con pinta de borreguitos, que no soportan ni el viento que les azota las grupas para mantenerse en pie. Los paños del torerillo tan arrogante como ignorante que nunca ha visto un toro de verdad y que, por la cuenta que le tiene, es el primero en creer en su propia divinidad y en la despiadada fiereza de sus oponentes.

Con este material es con el que se montan espectáculos bochornosos por todo este reino del absurdo y, a diferencia del cuento, nadie hace caso al que dice que el emperador se pasea desnudo por las arenas del mundo. Es más, como los que se dan cuenta del engaño persisten en su denuncia y se lo gritan a todo el que creen que les escucha, y lo comentan entre ellos y lo corean al unísono en los tendidos de las plazas, ya son tomados por locos. Tal es el encantamiento de este falso gremio de los sastres, que hacen todo lo posible porque esta tropa se calle y abandone el espectáculo. Aunque con lo que ellos no contaban es con que esta panda de amotinados se alimenta de algo más poderoso que el dinero o la fama: su afición a los trajes. Y para mayor dificultad, se saben de memoria cómo era la confección de antaño y cómo se elaboraban aquellos espléndidos trajes del rey y de toda su corte imperial. Lo que nadie tiene ahora muy claro es si aquellos tiempos volverán, o definitivamente habrá que conformarse con estos trajes de mercadillo, de seis camisetas a un euro.

Con esta historia o cuento chino, lo que prefieran, he querido cumplir mi entrada número cien en Toros Grada Seis. Un dato que sólo vale para mi estadística personal, pero que no afectará ni para bien, ni para mal al transcurrir de la fiesta. Si acaso para intentar llegar a las doscientas sin antes haber dimitido por aburrimiento.