sábado, 15 de junio de 2019

Ustedes por allí, ustedes por allá y…


Decían que no era ni elegante, ni pinturero, pero sí honrado y honesto con el aficionado, el toro y la fiesta. Estaría bien recuperar su ejemplo

Pues se acabo lo que se daba, la feria de San Isidro se acabó, ya no habrá más disputas entre isidros y abonados, ya no habrá más efectos de los yintonises, que si que los habrá, pero no en la feria, ya serán en otras juergas verbeneras, como la de la Cultura y la Prensa, pero en la feria no, ya no da para más, ya veremos las grandes estadísticas de miles de miles de espectadores, con la plaza que no llegaba a tres cuartos, en el mejor de los casos casi todas las tardes; orejas y puertas grandes para llenar un contenedor amarillo o marrón, cómo prefieran; grandísimos toros, de vacas o de mulas, pero a los que no se les vio cerca de un caballo de picar; consagraciones de toreros encumbrados forzando mucho el encumbramiento; grandiosas faenas de las que resulta difícil acordarse, aunque también los hubo que se emocionaron y contra las emociones no hay nada que decir, que cada uno es cada uno y él sabrá de su vida taurina interior; una feria con un dato curioso, que no es importante, pero dice mucho del público que ahora va a la plaza de Madrid, botas he visto una y de lejos, pero la gran mayoría del personal que entraba a los tendidos con la hora pegada y hasta con el paseíllo hecho, iba cargado de su vaso, blanco o verde, grande como una bañera, para aguantar uno o dos toros; la feria de los vivas a todo, que no molestaban a nadie, pero que nadie dijera un simple no a su ídolo, que entonces se iba a enterar; y lo peor, lo peor de todo, los toreros que han ido a la cama, con demasiadas cornadas graves. Y como diría el tabernero en la Verbena de la Paloma, ustedes por allí, ustedes por allá y ni aquí usted toca el pito, ni aquí usted toca na’.

Y para cerrar, una corrida muy al estilo de la modernidad imperante, la de Fuente Ymbro, con algunos toros feotes, muy del estilo de esta ganadería, que a veces hasta han propiciado triunfos importantes, y otros grandones, con grandes arboladuras, que hacían las delicias de los taxidermistas. Toros que han medio manseado y digo medio, porque sin ser marrajos, ni mucho menos, a lo más que llegaban era a quedarse en el caballo debajo del peto, sin que el de arriba amagara tan siquiera con apretar el palo, que con apoyarlo ya era suficiente; eso sí, en la muleta iban y venían, sin apenas incomodar, permitiendo que los de luces les hicieran todas las perrerías del mundo, meter el pico, echarlos para afuera, pegar trapazos largando tela, que ellos ni aprendían, ni lo tenían en sus planes. Y un puyazo administrándole cierto castigo, ¿saben para quién fue? Para el sobrero del Conde de Malladle, cosas que pasan en esta “Taugomaquia 2.0”.

Morenito de Aranda se encontró con un primero que buscaba constantemente refugiarse en tablas, sin entregarse en las embestidas y el burgalés, pues unas veces poniendo posturas, componiendo, que dicen, y otras intentando que no se le escapara, lo que consiguió a duras penas en una tanda. Luego se puso un pelín pesado, terminando con un muy feo bajonazo. Su segundo presentaba la complicación de puntearle el engaño en los primeros compases del trasteo, para continuar con el pico y consintiendo que le tocara demasiado el engaño, sin pararse, con muletazos a base de tirones, para concluir de otro bajonazo incalificable.

Pepe Moral ofrece unas sensaciones un tanto complicadas de analizar, por eso quizá lo fácil sea contar cómo se le ve, muy acelerado, tenso, arrebatado, como si pretendiera dar todos los muletazos de una vez o como si de tantos que lleva en la cabeza, le pudiera la presión de que no fuera a tener tiempo. En su primero le costaba encontrar el sitio, trapazos, enganchones y sin parar quieto, En el quinto unas verónicas crispadas con el paso atrás. Mostraba voluntad por agradar, citó al comienzo de la faena con la montera sobre las zapatillas, para pasárselo por la espalda, pero rápido se zambulló en la vulgar monotonía del trapazo distante, tirando de pico y sin rematar nunca, muy perdido. Que este torero ya sabíamos que era un poco montaña rusa, que un día estaba abajo, otro también y al tercero apuntaba lo que podía hacer con la zurda y a veces hasta lo hacía, pero las sensaciones eran otras.

José Garrido un día creyó que era merecedor de vestir la púrpura del arte taurino y del cha chacha y ahí vino su calvario y el de los que le tienen que sufrir desde los tendidos. Poses de artistas, maneras de artista, ademanes de artista, pero no es un artista, con perdón. Que tan ocupado ha debido estar en eso del arte, que dejó de lado lo de torear. Hace intentos con el capote, pero cuándo no es que se lía, es que la tela va por un lado, el toro por otro y él se queda con el molde. Con la muleta, en su primero lo quiso recoger por abajo, flexionando la rodilla toreramente, pero falla el que ya atraviese la tela y se lo eche para afuera, que sufra los primeros enganchones, que el toro bese el ruedo, que no se pare y que tenga que estar recuperando el sitio constantemente. Un bajonazo después de costarle un mundo cuadrar al toro, aunque quizá haya que culpar de este fallo a espadas a un inoportuno resbalón en el momento de hacer la suerte. El sobrero del Conde de Mayalde salió frenándosele, sin que nadie le sujetara, ahora voy al de puerta, ahora al de tanda. Mucho pico por ambos pitones, enganchones y venga a recuperar el sitio, sin pararse, para colmo el toro empezaba a calamochear y Garrido aperreado con él. Mal con los aceros, con la espada y el verduguillo, se libró por la campana de ver a su oponente camino de los corrales, pero dos avisos fueron suficientes. Y así concluimos este serial y esta serie de opiniones diarias, de pretender contar cómo veía yo lo sucedido cada tarde. Ya me es más que suficiente. Vendrán dos tardes más de folklores y alegrías, pero con su permiso, servidor se tomará unas vacaciones. Eso sí, solo me queda agradecerles en el alma el tiempo que me han dedicado para leer estas cosas mías. Hasta siempre a todos. Y después del alboroto sucedido, como decía el tabernero en la Verbena de la Paloma, Ustedes por allí, ustedes por allá y…

viernes, 14 de junio de 2019

Siempre hay que verlos


Aunque no se enteraran de lo que tenían delante, se agradecería un Cuadri más fiero y geniudo

Tarde de los Cuadri, tarde de expectación, expectación porque se esperaba y se suponía la presencia del toro. Y siempre con un denominador común, a estos toros hay que verlos, por esa presencia impresionante, con un trapío que rebosa las más de las veces; hay que verlos porque es un comportamiento diferente al toro comercial; hay que verlos, porque son demasiadas las ocasiones en que los lidiadores no quieren mostrarlos y hacen verdaderos esfuerzos por hacer que parezcan lo que no es y a continuación despacharse en los micrófonos de la tele con que tal o cuál toro es una m…; hay que verlos porque si no los ves, si no los descifras, puede que no te enteres por dónde iba el de negro y en lugar de triunfar, hacer el ridículo y dejarte a ti mismo en evidencia como matador de toros; hay que verlos por muchas razones, aunque no siempre sea fácil, cosas del toro de lidia, y por muchas más, que no siempre se aprecian, nos quedamos en la superficie, nos precipitamos en emitir juicios y al final alguien puede pensar que hay que verlos, pero que no los han visto.

Que no sé si no los han visto o no los querido ver los tres matadores, que para no verlos han aplicado casi a la perfección esa máxima de hacerles todo al revés, a ver si así parecían malos y descastados, con esas cosas del momento en que confundimos genio con casta o esta con la pujanza y la fiereza, que es lo que a algunos de los seis lidiados les ha podido faltar, pero no casta, porque si esta no hubiera estado presente, no se habrían ido complicando a medida que avanzaba la lidia, acusando las mil y una perrerías que han perpetrado con ellos las cuadrillas, incluidos matadores, montados y toreros de plata.

Rafaelillo parece que no salió demasiado feliz con los Cuadri, aunque tampoco creo que los ganaderos puedan estar felices con él. Porque es fácil despotricar contra un toro que ya no se puede defender, pero claro, si esperamos que un toro no acuse el que se le reciba a base de mantazos, si bien es verdad que intentando sacar los brazos para alargar las embestidas, que a la primera de cambio se dé la vuelta para perderle terreno o que se quede como si nada después de hacerle culebrillas con el capote en la cara, igual es que no acabamos de ver esto del toro. A su primero le dieron bien en el caballo, dónde el toro echaba la cara arriba tras recibir un puyazo trasero. Con la muleta, el murciano inició con trallazos por alto a una mano. Cambió a la zurda y con el primer susto en que se vio complicado, se volvió la pañosa a la diestra. Muletazos sin plantar los pies y echándose él solito el animal encima. Medios muletazos citando muy fuera y apartándose a cada embestida. Quizá entiendan que a estas alturas el toro estaba más que aperreado y hasta se empezara a parar, lo cual no impedía que a cada cite y a cada arrancada el murciano pegara un respingo de padre y muy señor mío. En el cuarto ya ni intento sacar los brazos, capotazos trapaceros echándose al toro encima, enseñándole a volverse antes de tiempo. Mucho mantazo y de nuevo eso que tanto malea a los toros de hacerle regates por la cara con la tela, que si por el derecho, no, por el izquie… el derc… el izqui… el… Con la cara a media altura, el Cuadri mostró fijeza, mientras le tapaban la salida. Inició el trasteo por abajo, sin mando, acortando los mantazos de mala manera. Se empeñó Rafaelillo en mantenerlo próximo a las tablas, aunque daba la sensación de que el animal pedía amplitud de espacio y de algo más distancia que no fuera la cuarta y media. Muletazos largando tela, con enganchones incluidos, cada vez acortando más las distancias, dando la sensación de que se buscaba lo contrario de lo que se podría suponer, que se parara y así hacer ver que el toro no valía, lo cual confirmó con el micrófono en la boca. Previo al arrimón, Rafaelillo le merodeaba, daba vueltas en su derredor, y tras unos pocos respingos más se dio por satisfecho, ha colado, he hecho creer que era un mulo malo y descastado. Eso sí, después de esa retahíla de despropósitos, ¿la culpa es del toro? Y que además es algo que se viene repitiendo desde hace ya bastantes años con este torero. Bueno, habrá que verlo.

López Chaves se encontró con uno que de salida se le venía muy levantado, obligándole a darse la vuelta de espaldas a los medios, por no poder hacerse de momento con él. Fue con la cara alta al caballo, de nuevo picándole trasero o en la paletilla y con el picador yendo detrás del toro para seguir castigándole con el palo a larga distancia. Tardó poquito en pararse en la muleta, l costaba arrancarse, mientras el matador se ponía demasiado encimista. Muletazos de uno en uno y siempre al amparo de las tablas, cuando había quién pensaba que le vendría mejor el abrirlo un poquito más. La evidencia era que para dentro le costaba embestir más que para los medios, sin atosigarle tanto, pero eso había que verlo. Salió el quinto pujante y obligando al matador a instrumentar capotazos arrebatados. Peleó en el caballo echando la cara arriba, para después pretender que el animal fuera de cerca al caballo, para acabar arrancándose desde más de lo que pretendían los de luces, para casi sentir el palo en la penca del rabo, tras resbalar por todo el lomo. Tomó la muleta López Chaves, con un planteamiento muy claro desde le principio, acortar las distancias sin cuartel. Aún así, el animal embestía. Trapazos, banderazos, enganchones, parecía que hasta iba por el izquierdo, pero el espada seguía en sus trece, derechazos como un giraldillo, sin mando y sin torear. Una tanda por el izquierdo y el toro entraba cada vez mejor, siguiendo con suavidad el engaño, cuando daba la sensación de que se le estaba yendo sin que lo viera. Solo al final pareció percatarse de lo que había tenido delante y quizá después de dos bajonazos, uno frustrado pinchando y el otro entero, con el toro buscando abrigo en toriles, se debió dar cuenta el matador de que era un toro que había que verlo, debió verlo mucho antes.

El gran misterio es Octavio Chacón, que según van pasando las tardes, más nos va confirmando que fue flor de un día… y medio. Se le esperaba en esta feria y al final se le ha visto desbordado, con ese empeño de hacer lo que podría hacer un peón, explotando eso de lidiar, que está muy bien y se agradece, pero lo que le tocaba como matador no lo ha trabajo mucho que digamos. Su primero salió atosigándolo, obligándole a darse la vuelta y perdiendo el capote en los primeros envites. Al menos lo llevó al caballo, para dejarlo muy cerca y, no se sabe por qué, decidió cambiar la lidia al seis, cuando aparentemente el toro no había hecho ningún feo que obligara a ello. Dejó que se fuera suelto por el ruedo, yéndose al que hacía la puerta. Mucho capotazo para devolverle a su sitio, con un evidente desbarajuste en la lidia, para que el Cuadri se limitara a dejarse y no presentar pelea. En la muleta no solo no metía la cara, sino que punteaba la tela, con la cara alta y el matador poniéndose muy al hilo, pegando tirones para afuera, empezando muy prontito a darlos de uno en uno, sin que el animal ayudara ni un poquito, insulso el uno, insulso el otro. El arrimón correspondiente y a largar tela, para que el Cuadri se marchara buscando las tablas. El sexto era un torazo enorme, un cinqueño ya pasado, que se le quedaba a mitad de viaje en los primeros capotazos, revolviéndose y que a poco de que Chacón se diera la vuelta para ceder hacia los medios, ya tenía montado el cisco padre en el ruedo, sin que nadie le sujetara ni un poquito. Le dejaron las dos veces muy de cerca en el caballo, picando trasero y tapando la salida y dándole estopa. En el segundo encuentro, dos palmos más lejos, hasta mostró alegría en la arrancada. Comenzó la faena con trapazos sin quedarse quieto, por la izquierda la dejaba sin amago de correr la mano, enganchones pico, dejándole el engaño y haciéndole derrotar. Mostraba el espada demasiadas precauciones, siempre muy en corto, merodeándole como buscando a ver por dónde se le ocurría meterle mano a aquella mole, para acabar la tarde y su feria con un tremendo bajonazo, que en si mismo puede ser el resumen de la presencia de Octavio Chacón en esta feria. Y los Cuadri, pues no es para estar felices, ni para celebrarlos a bombo y platillo, ni mucho menos, pero lo que desde luego no ayuda es que se les haga todo al revés, porque una cosa que tienen estos toros es que siempre hay que verlos.

miércoles, 12 de junio de 2019

Y me tuvo que tocar a mí


A veces los toros piden toreo de verdad, pero los toreros no les hacen caso

Ya es mala suerte que tras una feria de olés, de vivas a todo el mundo, de la alegría de los muletazos al aire, los repartos de despojos a diestro y siniestro y de los toros que lo mismo van y vienen dejándose hacer, ya casi a punto de terminarse la feria te sale la corrida de la maldición de la gitana, esa que desea al torero que le salga un toro bueno. Pues en este caso la maldición la ha hecho realidad lo de Valdellán y la han padecido Fernando Robleño, Iván Vicente y Cristian Escribano; y eso que la cosa no prometía, hasta que salió el tercero, anovillado él, sin acabar de rematar, pero que mostró al personal la diferencia entre seguir el trapito jugando con él a coger la pelotita y el querer comerse la muleta, buscándola con codicia. Será cuestión de matices, pero caramba el abismo que media entre un caso y otro.

El primero era muy justito de presencia y hasta regordío, se limitó a cumplir en el primer encuentro con el peto, mal picado, fue tres veces más al caballo y de las dos últimas salió suelto, no queriendo saber más ni de palos, ni de puyas, ni de nada que le hiciera pupa. Complicó el segundo tercio a los de plata, esperando y convirtiendo en una empresa muy complicada el juntar al menos cuatro palos en el morrillo. Le recogió Robleño por abajo, reservón cuándo iba hacia los medios y pronto cuándo a la salida del muletazo se atisbaban las tablas o la puerta de toriles, mientras Robleño solo era capaz de soltarle trapazos sin sustancia, sin mandar ni en las embestidas, ni en ese continuo quererse ir rehuyendo la pelea. Marchó a los terrenos del cinco y una vez sintió la estocada entera, escapó sin pudor a refugiarse en tablas. A su segundo, el cuarto, le recibió Robleño con unas verónicas más que estimables por el pitón derecho. Apenas fue picado el toro, que ya en el último tercio comenzó queriendo comerse la muleta que el espada movía con demasiada celeridad, más queriendo frenar ese aluvión de codicia, que intentando conducir y mandar en las embestidas. Demasiados tirones, quitándole la muleta de repente al de Valdellán. Continuó por el izquierdo y el animal no cejaba en su empeño de hacerse con la presa, enganchones, carreras, muchas carreras, continuos cambios de mano, pero no había manera. Y el toro se fue sin que se le hubiera toreado.

Iván Vicente dio la sensación devenir a no dejarse llevar por el entusiasmo, demasiado ausente y como si no le importara que se le escapara esta oportunidad. A su primero, justito de presencia, le saludó sin ganas, hasta que el animal le arrancó el capote y con él enredado en los pitones, se fue suelto al caballo, para marcharse en cuanto notaba que el palo le hacía daño. Desconfiado con la muleta, con muletazos al aire, quedándose fuera y apartándose según pasaba el de Valdellán. Pico, enganchones y una desgana desesperante, que más parecía merodear al toro, que intentarlo torear. La misma forma de entrar con la espada ya decía bastante, saliéndose y clavando allí dónde cayera. El quinto salió perdiendo las manos, apenas se le picó, aunque muy mal, en muy mal sitio. Comenzó el trasteo Iván Vicente con la diestra y desde muy pronto se pudo apreciar la codicia del Valdellán, a lo que no se le opuso otra cosa que trapazos con el pico, echándolo para afuera. Uno quería atrapar la muleta y el otro solo la apartaba jugando con el pico y sin acabar de saber por dónde meterle mano a aquello que no paraba de embestir. Y bien que se estaría frotando las manos la hacedora de maldiciones, al ver como el toro había salido triunfador.

Cristian Escribano fue el elegido para que se las tuviera que ver con un cárdeno bastante anovillado, pero que despabiló a toda la plaza y que hizo que empezara a dudar de las cualidades de este torero. Le recibió con capotazos a pies juntos, sin conseguir que se quedara fijo en el engaño. Fue suelto al caballo, sin pararlo, para que el picador le provocara la arrancada. Mostró fijeza, pero poquitas fuerzas a la hora de empujar. En banderillas parecía que el novillote mostraba poca codicia, pero en ese hacer hilo queriendo buscar al que le había dejado los dos palos, empezó a dejar ver cosas. Ya en los primeros compases de la faena de muleta dejó claro que quería enganchar ese trapo rojo, una y otra vez, buscando y Escribano intentando que no le comiera por los pies, aunque el toreo con el extremo de la muleta, acelerado y para fuera no era la mejor opción para evitarlo. Muchos muletazos sin sustancia y empezaba a cundir la idea de que se le iba yendo un toro de bandera. Carreras y más carreras, un desarme, se le viene encima y el toro sin cansarse de embestir, boyante, alegre, codicioso, pero sin que nadie le mandara, sin que nadie le hubiera toreado por un instante. Costó mucho conseguir que se parara y cuadrarlo para tirarse a matar, un aviso y aún seguía queriendo coger la muleta. Varios pinchazos hasta llegar al bajonazo infame e inmerecido para este vendaval cárdeno. Sonaron dos avisos antes de que doblara y en el arrastre hubo quién pedía la vuelta para el de Valdellán, que quizá se la hubiera ganado si su matador se hubiera esmerado en la lidia y lo hubiera lucido en el caballo, pero dejando las suposiciones de lado, no era para esa vuelta al ruedo. Eso sí, me gustaría saber, que no lo sé, si los señores de la televisión comentaron algo de que este era un toro de vacas, de la misma forma que lo dijeron con otro toro que se limitó a jugar a la pelotita con el diestro que le tocó en suerte. Y salió el sexto el más grandón de todos y el más pesado, regordete, recibido con capotazos de trámite y con poquito sentido. Empezó empujando en el caballo, para después dormirse debajo del peto. Muy pendiente del caballo, quizá pedía un tercer puyazo, pero como ahora las cosas se hacen más por inercia, que por sentido común, se pidió el cambio y nos quedamos con las ganas de una tercera entrada, el toro incluido. Escribano pareció no querer enmendar la decepción de su primero y continuó mostrando su repertorio de trapazos, dejando la muleta como un telón al concluir el pase, que no rematarlo, lo que hizo que el toro se quedara con la cara alta, mirando a ver dónde estaba aquello que se le escapaba. Trallazos largando tela, en línea recta y sin torear, hasta que aburrió al personal y casi hasta al mismo toro. Quizá cada uno de los actuantes pensara que con todos los toros que habían salido en la fiesta, a ellos les tuvieron que anunciar en esta y que con tanto torero como hay en el escalafón y tanto bombo, va la de Valdellán y me tuvo que tocar a mí.

martes, 11 de junio de 2019

Que la felicidad rapte nuestros sentidos


Y que conste que esta no ha sido la peor tarde que se ha pasado de destoreo, esperando a alguna que otra que queda por venir.

Hay carteles que desde que nacen ya te dicen mucho, avisan que no debes esperar gran cosa de ellos, que incluso si ese día no vas a la plaza, mejor para ti, que allí no vas a encontrar nada de lo que podrías esperar en una tarde de toros, pero claro, no todos somos iguales, que hay quién ve lo del Ventorrillo, con Eugenio de Mora, Ritter y Francisco José Espada y corre a deleitarse con el excelso arte de la tauromaquia. Eso sí de lo que no estamos libres, desafortunadamente, es de que en el momento menos esperado surja la cornada, y cornada fuerte, como ha sido el caso de Ritter, quien al ir a hacer un quite ha visto como el toro le atravesaba el muslo. Pero el personal al final se ha podido marchar feliz, pues tras tanta sequía, ya tres días sin despojos, se hacía necesario un despojo que alimentara el espíritu de los taurinos.

Lo del Ventorrillo ha salido en modo moderno, a lo que han colaborado los espadas actuantes. Desidia durante la lidia, sin poner el más mínimo cuidado en poder dejar ver a los toros en el primer tercio, lo que no quiere decir que los montados de Espada no se hayan explayado con el palo sobre los lomos de sus dos oponentes. Luego, pasado el trámite de los petos y las puyas, los animalitos iban a la muleta y más sin los muletazos no les obligaban lo más mínimo, que eso no solo alegra a los astados, sino que también hace feliz al personal, que así ve más trapazos, que ya se sabe, que si son con mando y poder, igual los del Ventorrillo habrían dicho que por aquí se va a Madrid.

Eugenio de Mora, que sigue viniendo por Madrid, será por esas maneras en las que algunos creen ver clasicismo y pureza, no llegando más que a ser un claro exponente de la modernidad imperante. A su primero le hizo poquito caso con el capote y en la muleta hasta parecía que le complicaba la existencia. Se mostraba poco firme, poco seguro, echándose para atrás con cada embestida, intentándolo con el pico, mucho trapazo, hasta quedar desarmado. Tomó la espada y escuchó los dos primeros avisos de la tarde. El cuarto quería poca tela y menos si era para recibir mantazos en el hocico. Tampoco quería caballo, no había manera de hacerle entrar al peto, pero sí que atinó, muy certero, en el quite que Ritter le intentó por chicuelinas. El torero se enredó con el capote ante un animal que no ofrecía una embestida franca. El toro se iba complicando por momentos. Quizá por eso de Mora le recogió no sin ciertas precauciones. Citando desde fuera, con enganchones, sin rematar ni atrás, ni abajo, hasta que el bicho se le paró. Hubo de vérselas con el sexto, que era el que correspondía a Ritter y para no tener que torear dos toros seguidos, se cambió el orden de lidia. Le recibió entre mantazos y carreras. Poco picado, lo que parte del público celebró mucho, especialmente ese momento mágico para algunos en que el picador levanta el palo y se lo pone como un lancero bengalí o apoyado en el suelo, tal cual Moisés bajando del monte de recoger las tablas de la ley. Lo recogió Eugenio de Mora con ayudados por abajo, a dos manos. Decidió darle distancia y si a un toro hoy en día se le da distancia, mucho se tienen que torcer las cosas para que el personal no se entregue sin reservas. Trallazos por la derecha con el pico de la muleta, otra tanda más, más distancia aún, sin variar la tónica, un primer muletazo como un latigazo, para a continuación esperarle con el pico preparado. El animal escarbaba una y otra vez. Cambio a la zocata y lo mismo, con muletazos en línea recta y el del ventorrillo acudiendo a cada cite. Vuelta a la diestra y tanda de empalmados. La locura. Media tendida que tardó en hacer efecto y de acuerdo a esas normas no escritas de la modernidad, el matador no tomó el verduguillo para abreviar la agonía del toro, llegando a permitir que sonaran hasta dos avisos. Le dejaron al abrigo de las tablas y hubo hasta quién ovacionó al toro. Ya ven, la felicidad quería salir ya, cuanto antes, mejor. Al final dobló y el usía le concedió un despojo que hizo que el personal tocara el cielo con las manos, que la felicidad les rebosara, que raptara todos sus sentidos. ¿Y lo baratito que nos sale?

Ritter solo pudo torear el primero de su lote, por resultar cogido y no poder volver al ruedo. En este segundo no tardó en darse la vuelta con el capote y ceder terreno hacia los medios a un animal que ya empezaba a mostrar ciertas trazas de mulo descastado, sospechosamente estrecho de sienes, peri que muy estrechas. Muy suelto por el ruedo, apenas se le picó. Con la muleta mucho pico, enganchones y mucha carrera. Optó por darle distancia para pasarlo por la izquierda, con más enganchones y obligándole a correr todavía más. No acababa de encontrar Ritter el sitio adecuado, para acabar echándose encima del toro, muy en corto, muletazos vulgares de uno en uno, con la muleta atravesadísima, robando trapazos por ambos pitones, cambios de manos y en estas que le sonó un aviso sin tan siquiera haber pensado en cambiar el estoque de mentira, por el de verdad. Solo cabe desearle que se recupere pronto y con bien del percance sufrido, por supuesto.

Francisco José Espada era quién cerraba la terna. Quizá de los tres, el que menos disimulaba su modernidad más descarada. No olvidemos que su maestro era un auténtico especialista en esto del destoreo. Con su primero, que ya salió parado, se dio enseguida la vuelta. Picado en la paletilla, con la cara alta, tapándole la salida, fijo en el primer encuentro, derrotando el peto en el segundo. Ya con la muleta, Espada comenzó con la zocata con muletazos para afuera y sin quedarse quieto, trapazo estirándose y a hacer con las piernas lo que no llegaba con la tela. Pase por detrás, dando comienzo a un repertorio vulgar y chabacano, metido entre los cuernos y dando trapazos a discreción. Media muy caída y un mitin surrealista entre él con el descabello y el puntillero. Al quinto le quiso bajar las manos en los capotazos de recibo. Mal picado, en mitad del lomo, tapándole la salida, encelándose el animal con el peto cuando ya no había palo que le molestara. Telonazos para iniciar el trasteo, enganchones y acabando con el pico. Derechazos con la pierna de salida escondida, pico, medios pases, muy vulgar, también con la izquierda, un desarme, para ya entregarse a todo el repertorio que pretende ser efectista y resulta adocenado, el péndulo, pases por detrás, carreras y las manoletinas de la tarde, que no podían faltar. Pero el destino hizo que no fuera Francisco José Espada el que cerrara el festejo, sino Eugenio de Mora, que con esa oreja mandó al personal feliz para su casa. El despojo aterrizó en Madrid, celebrémoslo y que la felicidad rapte nuestros sentidos.

lunes, 10 de junio de 2019

Qué difícil es seguir adelante


A veces las buenas fachadas ocultan muy malas intenciones

La de Baltasar Ibán, era una de las tardes señaladas en este serial isidril, el ganado llamaba la atención, los espadas no desentonaban y el aficionado en su cabeza ya empezaba a montar su ilusión. Pero nada más lejos de la realidad. Aparte del primer sobrero de Montealto, que tampoco se puede decir que fuera un prodigio de bravura, la de Ibán ha sido una mansada importante y con mucho peligro, que requería que se la pudiera y sobre todo, que se la sometiera. Al menos reconducir aquello y que no se convirtiera la corrida en un sufrimiento innecesario y subrayo esto de sufrimiento innecesario. El sufrimiento de Román, el querer estar ahí delante queriendo sacar al toro lo que no tenía ni por asomo y que lo único que podía ofrecer era eso, la cornada. El gañafón del manso al sentirse herido. Uno de esos con los que no cabe un gramo de generosidad torera, que no se merecía ni intentar medio muletazo y si me apuran, a todo lo más, un bajonazo y para adelante. En el toreo los percances están siempre al acecho, pero que uno de estos te pegue una cornada de caballo no tiene sentido alguno. Y que nadie vea ni un atisbo de censura a Román. Pero, que bien estaría que en situaciones como esta alguien le dijera que a quitárselo de encima y punto y repito, hasta de un bajonazo. Un toro al que no se le pudo apenas picar, con la faltita que le hacía que le metieran bien las cuerdas. Pero en el primer encuentro porque derribó, mientras echaba la cara a las nubes, y en el segundo, cogido en buen sitio, quizá por medir el castigo, el hecho es que no se le picó. En banderillas un caos, no había forma de cuadrar y clavar, sin riesgo de recibir un gañafón traicionero. El presidente quizá podía haber pasado por encima del reglamente y cambiar el tercio, aunque no prendieran los cuatro palos, pero ya eran más que suficientes las pasadas, que no hacían más que empeorar todo. Con la muleta, Román se empeñaba en querer sacarle un derechazo, un natural, pero aquello estaba seco para el toreo y rebosante de malas ideas. Arreones, enganchones, más arreones, más enganchones y el espada rebasando cualquier límite con aquel marrajo. Se le pedía que abreviara e incluso se comentaba eso, que un bajonazo y pa’lane. Nadie creo que habría sido capaz de afeárselo. Porque en el toreo hay que ser exigente, por supuesto, pero también hay que tener sentido común y entender que hay veces que se pone por delante el acabar con un marrajo, antes que intentar ponerse a hacer el toreo de redondos y naturales. Se cuadró el valenciano y cuando toda la plaza empujaba la espada, al sentirse herido de una entera casi en las yemas, arreó la cuchillada que atravesó el muslo al torero. Lo que vino a continuación es solo morbo y a mí no me interesa.

A partir de entonces ya todo se volvió del revés. Se hacía muy complicado con esos toros y en esas circunstancias, exigir lo del pico. Si acaso, el que los picadores les dieran leña sin pudor, aunque hubo quién aún cantó eso del picador que malo eres, que tantas veces se escucha y que tan pocas está bien encajado. Pero ya digo, si de algo pecaron, todos, es de no amainar el vendaval de arreones a base de picar, incluso parear por la espalda, machetear y a quitárselo del medio con una estocada que si se iba un poco, tampoco había que ponerse más papista que el papa. Quizá se sorprendan de todo esto que estoy diciendo, pero así lo siento. No soy partidario del toreo perfilero y ventajista, aunque pleno de estética, de Curro Díaz. Tampoco de esa aceleración, de esa precipitación, ese afán de dar muletazos, de la manera que sea, de pepe Moral, ni por supuesto del las formas de Román, pero las cosas son como fueron siempre, al torero hay que juzgarlo dependiendo de lo que tienen delante y lo de Ibán era para poco y poco o nada podían dar ellos. Así me lo enseñaron y así lo veo. Igual que es complicado el ponerse estupendo con los que acaban de meter al compañero a la cama con un puño metido en el muslo. El que un torero tenga que coger los trastos para aviar al que le toca. La forma en que Curro Díaz se fue flechado a la puerta de la enfermería lo dice todo, dice cómo estaban los ánimos. Y allí se fue a brindárselo a Román. Un bicho que en el caballo echaba la cara al cielo queriendo cazar las nubes, que en la muleta aguantó muy poco y sin tardar ya se quedaba, enganchaba la tela y a pesar de todo se le concedió una oreja al de Linares.

En el sexto, un torazo enorme, grande todo, tuvo que soportar los frenazos ante el capote, que se le quedara. Mal picado, se quería quitar el palo con desesperación y no dudaba en salir a escape del peto. No tenía nada este último de la tarde, que enganchaba la muleta y hacía que fuera a peor, arreciando en los arreones. Un pinchazo poniendo los pitones en la luna y un bajonazo, que no merecía más. Antes del shock, Curro Díaz tuvo que vérselas con el sobrero de Montealto, que ya de primeras perdía las manos. Poco castigo en el caballo, dónde no disimulaba el querer morder el cielo. El espada se mostró inseguro con la muleta, dando la sensación de que no quería demasiadas cosas con él. Sin parar quieto, permitiendo que se la tropezara demasiado, alargando aquello innecesariamente.

Pepe Moral tuvo que vérselas con un mulo que se frenaba, no humillaba, que se cruzaba por el pitón derecho y aunque mostró fijeza en el caballo, no presentaba pelea, simplemente se dejaba, haciendo sonar el estribo en el segundo encuentro. Intentó alargarle el viaje en los primeros muletazos por abajo, para continuar ya en pie, abusando demasiado del pico. Muletazos lentos, al paso del animal, que ya no podía con su alma de manso, para no sin tardar, acabar acortando demasiado las distancias, siempre fuera, sin rematar los pases y recolocándose continuamente. Prosiguió de uno en uno, con el toro muy parado, quién tras un primer pinchazo corrió a refugiarse en las tablas, para recibir otro pinchazo hondo. Le salió el quinto, un torazo tremendo, que ya tiraba arreones, indicando que la cosa no tenía trazas de mejorar. Al toro se le dio en varas y aún así, igual le habría venido más una nueva entrada al caballo. Esperaba a los banderilleros y se dolía al notar los palos. A estas horas el ambiente no era ya el más propicio, del Moral acababa de dejar al compañero en la enfermería y el Ibán le saludaba tirando arreones y tropezándole la tela. Estaba para pocas cosas, si acaso darle por abajo hasta que rindiera ese mal genio y punto. Vanos eran los intentos de pasarle con la derecha, arreones y derrotando en cada viaje. Se quedaba a mitad del muletazo y allí andaba el matador estando dónde ya no tenía que estar, pero es probable que su apoderado, siempre tan sensato y moderado él, le estuviera berreando desde el callejón, no sé para qué. Allí solo había un camino y no era el de ponerse a pegar derechazos y naturales. Y dicen que los que más saben de esto, los que mejor lo entienden son los profesionales, pero hay algunos que parecen no haberse enterado y pretenden cosas alejadas de toda lógica. Se podrían decir más cosas de la actuación de los matadores ante esta mansada, pero hay momentos en los que uno no tiene el cuerpo para ello, y eso que solo es sentarme a escribir; no quiero ni imaginar lo que tiene que ser vérselas con una corrida tan mansa, mala, con peores intenciones y con tan poquito que sacar de ese pozo. Igual ya era suficiente que se la quitaran del medio y a otra cosa, porque cuando las cosas se tuercen de esa manera, qué difícil es seguir adelante

Enlace programa Tendido de Sol del 9 de junio de 2019:

sábado, 8 de junio de 2019

Cuando los veedores se perdieron por Gredos


Que no hay manera de que uno se ponga a lidiar a un manso que no tiene un pase

Es innegable lo útil y práctico que es tener un navegador en el coche, pero ¡ojito! Hay que actualizarlos convenientemente, porque si no se vuelven locos y lo mismo quieres ir a Torremocha de los Montes y terminas en Torremocha del Mar, sin montes y sin nada parecido, pero con una playa llena de guiris al sol, que más parecen un convención de gambas a punto de espelechar, todas rojitas ellas. Y quizá ustedes no lo saben, porque no se preocupan de los profesionales del toro, de esa labor oscura y nada reconocida. Porque, ¿alguna vez se han puesto en el lugar de los veedores? ¿Ustedes saben la de kilómetros que tienen que hacer? Y miren que con los navegadores se les facilitó mucho el trabajo, pero claro, al final se desactualizan y… Puede pasar que el aparato les lleve por la carretera de Extremadura y de repente se vuelva loco y en lugar de ir a lo de los Lozano, acaben en la Sierra de Gredos. ¡Ay, Dios mío! Y por lo visto, allí acabaron, que se liaron y en el circo de Gredos vieron cinco cabras, puro encaste montés, y un mulo, encaste entre Rucio y Platero y, ¡hala! Ya hay corrida para Madrid y a precio de corrida grande.

 Y con la de Alcurrucén enchiquerada directamente desde la Sierra de Gredos, ya estaba todo listo para que los tres espadas saltaran al ruedo, Antonio Ferrera, Diego Urdiales y Ginés Marín. ¿Qué podía fallar? Pues vayamos por orden. Antonio Ferrera recibió a su primera cabra con ese amaneramiento contenido de nuevo cuño, que viste de inspiración. Sin sacar los brazos, acortando el viaje ya de salida. El animalito se lió a tirar derrotes echando la cara al cielo de Madrid. No dudó en escapar hacia toriles tras tocarse al último tercio. Allá se fue el extremeño, planta erguida, toreando al natural, muy eléctrico, pegando tirones a la muleta y sin rematar en ningún caso. Lo mismo con la diestra, tirando también de pico. Y parecía que el bicho hasta le comía el terreno. Vuelta al izquierdo y el espada parecía sentir la llamada del arte y se puso de nuevo entre sentido y pinturero, pero sin llevar en ningún caso toreado a su oponente, pero queriendo agradar al paisanaje, para que todo quedara en casa. Su segundo se puso a escarbar en cuanto pisó la arena, echando las manos por delante y con la cara alta. Suelto por el ruedo, ya en el caballo no paraba de pegar derrotes, queriendo quitarse el palo con auténtico frenesí y cuando no, salía espantado del caballo. Ferrera tomó la muleta y en su afán de pegar pases, ni molestaba al de Alcurrucén, muy al hilo del pitón, con trapazos casi por la cara. El toro amagaba con repucharse, para de repente darse media vuelta y tomar las de Villadiego. Insistió el matador, con el pico de la muleta, pinchazo y tras entrar a matar cayó en machetearle por abajo, como previo a un bajonazo.

Al chivo con trazas de equino que hacía segundo, Urdiales lo recibió sin entusiasmo, con capotazos de compromiso. Le molestaba el palo al animal, queriendo quitárselo en cuanto lo notó sobre su piel. El manso puso en serios apuros en el segundo tercio a Juan Carlos Tirado y el señor Ferrera solo fue capaz de tirarle el capote, a ver si sí, pero no. Que igual le pudo la inspiración artística, pero cuándo se trata de auxiliar a un compañero, casi mejor la eficacia que la estética. Muletazos de tanteo y el Alcurrucén se va al suelo. Pico echándose el toro para afuera, sin acabar de confiarse, alguna tanda más, frío, un desarme y a otra cosa. El quinto salió emplazándose y sin que nadie le ofreciera un capote. Se frenaba en el que le presentó Urdiales, echando las manos por delante. Cara alta en el caballo, tirando derrotes, para acabar repuchándose, quedándose sin picar. Tomó el riojano la muleta, empezando metiendo el pico, sin rematar y levantado la mano al final del muletazo, más pico, cambio a la zurda y naturales en línea recta, para proseguir plantando las zapatillas y dando un único pasito adelante tras cada muletazo, que en estos tiempos no es que sea cosa muy frecuente. Parecía intentar tirar hasta atrás, sin conseguirlo, `para acabar con uno medio aseadito que hasta ligó con el de pecho. Pretendía repetirlo con la diestra, pero el chivo ya iba con la cara a media altura. Cites de frente y ayudados a dos manos, para que el animal se desplomara tras el primero. Entera ligeramente, muy ligeramente trasera y desprendida. Y había quién comentaba que a Urdiales hay que verle con el toro y no con esto.

El primero novillejo de Ginés Marín salió como casi todos sus hermanos, con las manos por delante, a lo que el espada respondió no parándose quieto. En el caballo los espectadores del seis y el siete pudieron contemplar como el montado simulaba picar y apretar el palo, cuando la puya ni tan siquiera rozaba al torete. ¿Qué sentido tiene eso? Obviamente, no se picó, mientras Marín andaba por allí a ver qué pasaba, como si esperara que su oponente se colocara solo. Primer muletazo enganchado y la fiera se desploma. Muletazos muy desde fiera, con mucho pico, tanto por uno como por otro pitón, sin enmendar tal vicio, tan generalizado, en ningún momento. Y salió el sexto, el descolgado del rebaño caprino que mandó el clan Lozano como corrida de toros. Este no respondía a tales trazas, pues este era el mulo, el cruce entre el encaste del Rucio y el de Platero, que entraba a los engaños con la cara a media altura, suelto por el ruedo. Se fue él solito al que guardaba la puerta, con la cara alta, para marchar a continuación al de tanda y mientras no le picaban, Marín deambulaba de aquí para allá, sin saber a que atenerse. Ya con la pañosa en la mano intentó pegarle muletazos, siempre con el engaño atravesado, allí dónde pillara animal, persiguiéndole por todo el ruedo. Primero próximo a toriles, en seguida en la misma puerta de toriles prosiguiendo en un penoso deambular por el ruedo. Pero el extremeño jerezano no desistía en querer darle pases, dónde fiera y cómo fuera, pero quería darle pases. No se le ocurrió eso de machetearle, y así midió el ruedo detrás del mulo, que entre col y col, tiraba un arreón. Y es que estas cosas pasan por no actualizar los navegadores de los coches y esto fue lo que pasó al ir a reseñar una corrida de toros, cuando los veedores se perdieron por Gredos.

viernes, 7 de junio de 2019

Devuélveme el rosario de mi madre


Lo sencillo y lo complicado que es matar con ortodoxia, como para ponerse a inventar y mucho menos improvisar

Tarde de toreros triunfadores, Ferrera, Perera y López Simón, con ganado que en los últimos tiempos parecía que empezaba a repuntar y a abandonar un pozo en el que estuvo durante años y del que nadie creía que pudiera salir, el Puerto0 de San Lorenzo. Pues bien, ahora se imaginan todo al revés y quizá se queden cortos. Por un lado, cinco mansos, a excepción del primero, a los que no se picó apenas, a excepción del primero, de los que cuatro fueron a morir a la puerta de toriles, que a pesar de todo en algunos casos pudieron permitir algo de lucimiento a sus matadores, especialmente el primero. Bien presentados, a pesar de perder algunos las manos en algunos momentos, nada tuvieron que ver con aquellos encierros de años pasados en los que más parecían una ruina con cuernos, que lo que se entiende por una corrida de toros. Sin exceso de casta, a excepción de ese primero. En lo que sí coincidieron los seis del Puerto es en el trato recibido por parte de los tres espadas. No se puede decir que Ferrera haya devuelvo su triunfo de hace unos días, pero desde luego que no ha podido rubricarlo. Otro caso es el de Perera, aquel que dio origen a posteriores conflictos con el presidente de aquella tarde. Perera ha devuelto las orejas, la puerta grande hasta las tapas que pudiera tomarse en los bares de la zona. Lo mismo que López Simón, que dicen que una tarde de esta feria obtuvo un trofeo y que aparte de devolverlo, lo ha hecho con creces, no solo por no acoplarse con su lote, sino por esos extraños intentos de convertir el toreo en una parodia de si mismo con extrañas excentricidades difíciles de entender y si se entienden, además cabrean.

Antonio Ferrera se encontró con el toro de la tarde, que ya de salida se veía que no iba a ser fácil, punteando los engaños y obligando al extremeño a darse la vuelta y perderle pasos. Mal picado, en mal sitio, peleando en el peto, aunque en el segundo encuentro se marchó suelto del caballo. El viento era un problema añadido en el momento de tomar la muleta Ferrera, que a poco de comenzar el trasteo por abajo se vio desarmado. El animal no era fácil, precisaba un toreo de mando, había que dominarlo y hacerle las cosas bien, porque si no, igual se enteraba peligrosamente de lo que allí se cocía. Buscaba la muleta con codicia en los primeros compases, comiéndole el terreno al espada, que no pudo evitar los enganchones, lo mismo por uno que por otro pitón. Justo lo que menos falta le hacía al toro. Empezó a quedarse y revolverse y a acusar ese palpar tan a menudo el engaño. No regalaba nada, había que sacárselo, pero lo tenía. A su segundo lo recibió con un capotazo que recordaba, aunque de lejos, a Rodolfo Rodríguez, El Pana, haciendo flamear el capote, para justo en el momento del embroque, que el vuelo de la tela enganchara la embestida del toro. Les confieso que ignoro el nombre de tan vistoso recibo, espero que sean condescendientes con quién esto escribe. La ejecución de Ferrera no gozó de la limpieza necesaria para que aquello tuviera la vistosidad deseada. Prosiguió con cierto amaneramiento, acentuando la pose de minucioso lidiador, quitando del caballo con un vistoso quite echándose el capote a la espalda con un lance, como siempre fue. El animal se aquerenció en tablas en terrenos del uno, de dónde lo sacó para llevárselo al lado opuesto, entre el cinco y el seis. Las embestidas se le venían rebrincadas y por causa de querer encelar con el pico, vino la colada y el susto. El viento arreciaba, más pico y tirones, haciendo que el del Puerto perdiera las manos. La cosa estaba complicada, un ligero calamocheo lo empeoraba, pero si se le corría la mano por abajo, el negrillo seguía el engaño. Luego solo de uno en uno y echándose el toro encima, hasta acabar en toriles, sin realmente saber por dónde meterle mano al del Puerto, del que se deshizo de un bajonazo en la puerta de toriles.

El primero de Perera se astilló el pitón rematando en tablas de salida. Mostró fijeza en el caballo, aunque sin que se le castigara mientras se le hacía la carioca. Con la muleta se pasó el espada un buen rato tanteando si por aquí o por allá, entre enganchones y sin plantar las zapatillas en la arena. Pico y el toro se le quedaba debajo, pero si le movían el paño, ¡qué cosas! Lo seguía, pero Perera prefería seguir a lo suyo, dando la sensación de estar dejando pasar el tiempo. Quizá se conformaba con el empate, ¿no? Su segundo falló en el intento de saltar, para después ser recibido por su matador con capotazos apartándose y más tarde consiguiendo meterle en las telas. Ni se le picó, ni peleó en el peto. Primeros muletazos y corrió buscando su querencia de manso. En las siguientes tandas la tónica se repetía una y otra vez, uno citaba con el pico y el otro se marchaba a la salida del segundo muletazo buscando las tablas, en un trasteo que el propio Perera alargó en demasía y sin necesidad.

López Simón comenzó con capotazos a pies juntos, sin hacer nada por sujetar al toro. No se le picó apenas y el animalito tenía que hacer verdaderos esfuerzos por mantenerse en pie. Inició con banderazos con la derecha por ambos pitones, que no dijeron nada a nadie, hasta que se lo pasó por la espalda, ahí reaccionó el público. El animal, aunque sin un gramo de fuerza, seguía la muleta muy despacito y el madrileño no tenía más recurso que dar trapazos con el extremo de la pañosa, citando desde muy fuera, muy vulgar. Más por la espalda y bernadinas para animar, recibiendo un terrible revolcón. Se sobrepuso y de nuevo por lo mismo, más bernadinas, que por momentos eran más que pasaba el hombre que el toro. Y entonces, en el momento de tirarse a matar, surgió el número de la cabra. López Simón se cuadro y en el momento de tirarse sobre el morrillo, en una maniobra extraña, tiro el trapo a las patas del toro y él esperando encunarse, pero el toro no reaccionó cómo esperaba y todo quedó en un esperpento, con un pinchazo. Un nuevo intento de la misma forma y el mismo resultado. Resultaba grotesco ver semejante numerito, porque si lo que pretendía era realizar algo de mérito, nada mejor que hacer la suerte, pero si el objeto era que el personal se tomara aquello como un espectáculo bufo, lo bordó. El sexto ya salió parado de chiqueros, pero con fuerzas suficientes para arrancarle el capote a la primera de cambio. No quería caballo, lo que originó un completo desastre en la lidia, con el caballo caminando al revés y al final con el penco yendo al toro y no al revés. Acabó yendo a refugiarse en tablas, se puso un pelín andarín, muletazos con la muleta atravesada y tropezándosela, dudas sin saber por dónde entrarle al del Puerto, sin ubicarse, largando tela en cada pase, para acabar dando un mitin con los aceros y dejando allí mismo aquella orejita que algunos no entendieron y que López Simón no ha tardado en devolver. Tarde para el sopor, en la que los entusiastas de Madrid, defraudados, exigían la devolución de prendas a quién otra tarde entregaron su alma, acabando todo como suelen acabar estas historias, devuélveme el rosario de mi madre.

jueves, 6 de junio de 2019

Como le demos todo el poder al público…


Cuentan que hubo unos señores que reclamaban que uno de los de Gracigrande se volvieran al campo. Pero no, los inválidos no vuelven, si acaso, a los corrales

Pocas veces se apelará más a la democracia que cuándo un presidente no concede una oreja en una plaza de toros. Y vean que digo que no concede, no hablo de que niegue, porque quizá, en contra de lo que muchos se creen, en casos como el del señor Magán, no la negó, simplemente no la concedió. Se les llena la boca a muchos con eso de la democracia, con lo de que la primera oreja la pide el público y que quién esté de presidente no puede más que sacar el pañuelo, pero esto nunca ha sido así hasta que los señores del canal de los toros empezaron a difundir esta idea, no sé si cargados de ignorancia o cargados de intenciones aviesas que favorezcan el triunfalismo sin reservas. Decir que de cada toro se pueden conceder dos orejas, puede que sea la mayor perogrullada del mundo, pero aunque lo parezca, es necesario aclararlo. La primera, como bien dicen estos amantes del poder del pueblo, se concede por petición mayoritaria del público, que expresará su deseo ondeando pañuelos blancos, una vez que el toro haya doblado y no berreando como posesos, ni sacando dos pañuelos por barba. Pero, siempre hay un pero, en el momento en que el espada pincha o deja una estocada defectuosa, por ejemplo un bajonazo, esa primera oreja se pierde, se va al limbo de las orejas perdidas y entonces será el usía quién decida si concede otra, siguiendo los criterios para dar una segunda oreja; las condiciones del toro, la lidia completa, la faena de muleta y la estocada. Es como si fuera necesario haber hecho méritos para dos, pero el matador solo podrá pasear una. ¿Ven que sencillo? Ahora a ver quién le pone el cascabel al gato y se lo explica a ese público furibundo que quiere ver ríos de orejas. Que me dirán que tal y cuál, pero así ha sido de toda la vida de Dios en la plaza de Madrid. Que otra cosa será si se le concede el poder al público, así, sin reservas, a lo que él diga y dependiendo del día. Que a nada que nos descuidemos, como lo del ruedo no valga, o valga muy poco, me veo campañas electorales con un “Vota por la oreja a Chiquito del Matadero”, “Vota por el futuro de la fiesta, pide orejas para Maragatito de Alcabaracena”. ¿Se imaginan?

Y dejando aparte este ingrato mundo del despojo, ¿creen que cualquier matador de toros con vergüenza torera pasearía con orgullo cualquier trofeo conseguido ante un encierro tan vergonzante como el de Garcigrande/ Domingo Hernández/ Buenavista? Que ya dice mucho que la ganadería titular, que lidia miles de toros por temporada, no consiga seis para que puedan salir al ruedo de Madrid con un mínimo de dignidad. Que han sido cuadro de garcigrande, pero desde luego que no han superado ese mínimo de dignidad, esa mínima presencia para una plaza de toros, de Madrid en este caso, y se supone que para unos señores que se llaman matadores de toros. ¿O quizá solo son profesionales? Pero tampoco sé de que nos extrañamos hoy en día, si esto es el pan nuestro de cada día. Corrida muy en el tipo de la ganadería, eso sí, anovillados, gordinflones más de uno, que pasan de puntillas por el primer tercio, contando con la complicidad de los actuantes, que no cuidan mínimamente el ponerlos en suerte, el medir el castigo , ni mucho menos fijarlos en los capotes para evitar que anden sueltos por el ruedo. Que lo único que cuenta es que el animalejo vaya y venga a la muleta, sin ser sometido en ningún momento, no vaya a ser que la pelota se despanzurre contra la arena y entonces luego se vaya al garete el pedir la oreja y poner de vuelta y media al señor del palco, porque ha “robado” una oreja, una puerta grande o un rato de celebración popular.

Sebastián Castella mimó a su primero, un cebón, para que no se le cayera y que no se lo echaran para atrás. Capotes arriba y vergüenzas abajo. Y así pasó, que apenas le dio tiempo a los telonazos de inicio y a trapazos encimistas con el pico, porque el de Buenavista se paró, no era capaz de embestir y respirar al mismo tiempo y tenía que recuperar el resuello. Su segundo novillo le complicó de salida, dejándole que se fuera suelto hacia las proximidades de toriles. El novillote hasta se atrevió a desmontar al piquero, que no atinó con el palo y acabó echando por tierra a montado y montura. Eso sí, el bicho se fue sin picar. Paradojas de la tauromaquia moderna. Ya en la muleta, entraba con la cara a media altura y en los muletazos por abajo se le revolvía, mientras el francés cortaba los pases. Entraba punteando el engaño, lo que incomodaba a Castella, que tenía que recuperar el sitio constantemente. Sin probarlo por el izquierdo, tomó el acero para dejar más de media muy baja.



Álvaro Lorenzo es uno de esos matadores de la nueva hornada que encuentra en novilladas como esta de Garcigrande, el molde perfecto para “expresar” su toreo: pases muchos, toreo ninguno. Poco eficaz con el capote, le cuesta un mundo, o muchos capotazos, llevar al animal a las inmediaciones del caballo, para acabar dejándolo al relance, en el mejor de los casos. Ya con la muleta, citando con el pico sin miramientos, sin rematar, medios pases y sufriendo algún que otro desarme, lo mismo por uno que por otro pitón, acortando demasiado las distancias, moviéndose entre la vulgaridad de los trapazos enganchados y la pérdida de la muleta. En el quinto más de lo mismo, con el añadido de que el de Garcigrande perdía las manos con cierta facilidad. Un calco de la faena al segundo y se podría decir que un calco a todas. Entera trasera que hizo que el toro tardara en doblar, lo que el respetable tomó como signo de bravura, arrancándose a aplaudir cuando este buscaba el refugio de las tablas para doblar. Que si algunos se hubieran sentido con el poder en sus manos, igual hubieran pedido la vuelta al ruedo, quién sabe.

Ginés Marín se encontró con un novillejo que ya flojeaba de salida, al que se le dejó a su aire, hasta el punto de acudir al caballo al hilo de las tablas, cuando venía correteando de no se sabe dónde. Quite a la verónica con suma lentitud, más por la falta de brío, que porque los lances tuvieran mando y fueran templados. Inicio de faena sacándose el toro a tirones, pareciendo que lo conducía más y mejor en los remates con la izquierda. Tanda corta por el derecho, abusando del pico, igual que en las siguientes tandas. Muletazos sin rematar e incluso quitando la tela dando un tirón, para cambiársela de mano. Empalmados con la derecha, que, como es habitual, encendieron a la concurrencia. Continuó en la misma tónica, para acabar con una entera bastante trasera. Una oreja. Al que cerraba plaza lo recibió a pies juntos, sin llevar lo más mínimo al de Garcigrande, un novillote más. Comenzó con la muleta en la izquierda, citando de lejos, enjaretándole unos soberanos trapazos echándoselo para afuera. Enganchones, más pico y sin mandar lo más mínimo. Con una y otra mano, más de lo mismo, cortando los pases, hasta culminar con unas bernadinas atropellas y si quedarse quieto. Pinchazo y entera caída y una vez hubo caído el toro, mientras los entusiastas pedían un despojo que sacara al extremeño de Jerez a cuestas, los mulilleros exhibían una lentitud insultante y una torpeza provocadora, fallando una y otra vez al enganchar al toro al tiro de mulillas. Afortunadamente para el prestigio de esta plaza de Madrid, el señor Magán aguantó el tirón y no sacó el pañuelo blanco, a pesar del enfado de estos públicos verbeneros. Inmediatamente les brotó ese fervor democrático de sus tardes de toros y se indignaron porque un señor no concedió una oreja. Y es que, como le demos todo el poder al público…

miércoles, 5 de junio de 2019

Al Rocío yo quiero volver


Hay tardes que entre los bueyes, el viento y la poca pericia, solo faltaría que el volcán de la plaza entrara en erupción

Se nota que estamos en fechas para poner rumbo al Rocío y parece que el señor ganadero de Las Ramblas no ha querido ser menos y ha mandado a Madrid un avance; eso sí, sin carro. Era lo único que les faltaba. Una tarde redonda, unos bueyes, viento y tres matadores que han contribuido de forma muy especial al sopor, Morenito de Aranda, Juan del Álamo y Tomás Campos, cada uno en su estilo. La verdad es que resulta complicado decir algo de tan anodina tarde. El ganado bien presentado, si nos atenemos a la segunda parte u quizá más por grandones, que por armonía. Curiosamente, a semejante boyada se le ha picado más que a varias corridas juntas de las que este año han echado toros aceptables para la muleta. Incluso han peleado en el caballo, alguno con fijeza, aunque después se descubrieran tirando derrotes y casi siempre con un solo pitón. Pero luego en la muleta ya era otro cantar, que si parecía que la tomaban, no tardaban en salirse con la cara a media altura y mirando el panorama, como los burros en una noria.

Poco qué decir de los matadores. Morenito de Aranda dando la sensación de dejar pasar una oportunidad sin demasiado pesar, apático, aparte del viento que ha molestado hasta a los vendedores de almendras, parecía entre desconfiado, desmotivado y con pocas ideas para resolver aquella papeleta. Un torero de buen corte, fino, pero que ha permitido que su primero se la tropezara demasiado, sin parar quieto, con el inconveniente añadido de que el animal perdía las manos una y otra vez. Su segundo salió con brío y con algún que otro arreón destemplado. A pesar de mostrar fijeza en el caballo, pronto sacó lo que llevaba dentro, yéndose del caballo y empezando a buscar con la cara a media altura, como un mulo. Le recogió por abajo y ya ahí se quiso ir de las telas. Se puso hasta andarín, tomaba el engaño unas veces rebrincado y otras tirando arreones, con desarmes y Morenito intentando pega muletazos. Pero la cosa no estaba para ese tipo de lucimiento, quizá para otro sí, pero que no entraba en los esquemas del matador.

Juan del Álamo cerraba su presencia en la feria y lo que por un lado parecía que tuviera ansias de querer aprovechar el día, por otro daba la sensación de todo lo contrario, como en el caso de conducir la lidia con un mínimo de criterio y no dejar que sus toros anduvieran por el ruedo a su antojo. En cambio, con la muleta todo era precipitación, demasiado acelerado. Comenzó de rodillas en los medios, yéndosele el toro con demasiados bríos. Ya en pie, muletazos retrasando la pierna de salida, con muchas prisas y sin abusar por el momento demasiado del pico, para después ya sucumbir a la tentación sin disimulos. Su segundo bastante tenía con aguantarse en pie, el animal se defendía y del Álamo solo propuso torear con el pico, con demasiadas carreras y con pases insulsos que nada decían a la parroquia.

Tomás Campos mostró voluntad, sin arredrarse ante las dificultades, pero eso no es suficiente, es más, puede ser demasiado peligroso, y más en mitad de un ventarrón. Su primero ya le dio un susto en los primeros muletazos, no lo veía claro, se le venía rebrincado y en una de esas embestidas, se le quedó y le cogió, quedándose literalmente colgado del pitón, pero afortunadamente, sin calarle. Acortó mucho las distancias, acabando en toriles, dónde el toro mandaba. Arrimón con muletazos de uno en uno, sin someter, quedándose unas veces al descubierto, rondándole, citando desde muy fuera y con el único objetivo que dar pases, sin quizá pararse a pensar que podía haber otra opción y desde luego estando ahí más tiempo del preciso, pues el de las Ramblas lo único que tenía eran complicaciones. El sexto ya de salida más parecía un mulo, que un toro, un torazo, pero con ademanes de acémila. Muy a su aire, en la faena de muleta quiso empezar con muletazos por abajo, rodilla en tierra, pero quizá un tanto acelerados. Sin pararse quieto, intentando pegar pases allá por dónde anduviera el animal. Complicado poder hacer camino como matador de toros de esta forma, esperando a ver que decide su oponente. Eso sí, que hay oponentes que mejor andarían por las marismas, que por una plaza de toros y hasta puede ser que al final de la fiesta salieran cantando lo de al Rocío yo quiero volver.

martes, 4 de junio de 2019

A saber lo que les enseñan


Muchos pases y poco toreo

Última de las novilladas de la feria de este año, con un paupérrimo resultado en cuanto a los aspirantes a matadores de toros. Se supone que este es el futuro más inminente, se supone que son matadores de novillos ya cuajados, para los que actuar en un San Isidro es el último impulso que les lleve a la alternativa; los hay incluso que en pocas fechas recibirán el doctorado en tauromaquia. Pero y ahora, ¿qué? ¿Con qué se queda el aficionado de Madrid? Pues viendo a los nueve chavales que han estado en el ciclo y viendo sus evoluciones en el ruede madrileño, no es de extrañar que se pregunten sobre lo que ocurre en las escuelas de tauromaquia, qué les cuentan sus maestros. Con toda la razón pensarán “a saber lo que les enseñan”. Ya nos gustaría saberlo, ya lo creo. De momento, lo que parece evidente es que no les enseñan a ser matadores de toros, si acaso, todo lo más a ser profesionales, a ganar dinero y a hacer de esto un medio de vida, pero, no lo olvidemos, siempre que haya alguien detrás que dé el conveniente soporte económico. O sea, que por las mismas, da igual lo que les puedan contar a los chavales en esas escuelas taurinas, porque al final, lo que cuenta, la que manda, es la pasta. Así están las cosas

Con ganado de Fuente Ymbro, venían los chavales a hacer sus sueños realidad, pero… La novillada fea, con una presentación desigual y hasta con cierta comodidad de cabeza. Ausentes en el caballo, en el que solo el quinto apretó algo cuándo le tapaban la salida, aunque no solo es cuestión de no haber sido castigados, sino que tampoco hicieron amago de pelear bajo el peto, dando quizá demasiados síntomas de mansedumbre. Sí es verdad que los tres primeros eran de dulce para la muleta, pero ya saben, el toro moderno, el que no quiere nada con nadie, pero que acude yendo y viniendo a la pañosa. Escapaban a tablas o incluso a terrenos de toriles, pero en la muleta se animaban. Eso sí, los tres últimos, ni eso.

En cuanto a los novilleros, pues poco que decir. Cada uno a su manera son un calco de todos los demás y un boceto de copia de los que mandan en el escalafón superior. Juanito, el primero de la terna, intentó mostrar variedad con el capote en un galleo para poner el toro en suerte, lo cuál está muy bien, a pesar de los resultados, pero por el contrario, sus habilidades lidiadoras quedaron en un muy deficiente. Vulgar con la muleta, empezó dando distancia a su primero, sin poder con él, intentando acortar más las distancias, a ver si así sí, pero no había manera, el novillo se le comía, se le revolvía y no el luso quedaba a la deriva, pero sin renunciar a ponerse muy pesado. En el cuarto tiró de muletazos por detrás y por delante y ahí acabó todo, quedándose al descubierto, con peligro de ser levantado del suelo. Mucho trapazo, mucho pico y nada de nada y para rematar, bernadinas. Este era el primer ejemplo de lo que los chavales aprenden en las escuelas, nada de nada, pero el show que no falte.

El segundo Antonio Grande, se presentaba en Madrid, torero salmantino, y los de la tierra esperando y deseando volver a tener un torero, pero tendremos que perseverar en la espera. Capotazos rectificando y hasta respondiendo a un quite de Diego San Román, por chicuelinas, exageradamente despatarrado, apartándose y dándole muy poca tela al novillo. Parecía estar queriendo demostrar permanentemente que su decisión era infinita, que no digo yo que no, pero aparte de ganas, un poquito de toreo, ¿no? Quiso recibir a su primero con un afarolado de rodillas, con mucho viento, pero el resultado fue que el Fuente Ymbro le sobrevoló, la muleta salió por un lado y él por otro. De pie, retorcido, solo ofrecía el pico de la muleta a un animal que iba y venía como un tren, mientras que Grande solo se apartaba. La pierna de salida muy retrasada, abuso del pico, muy vulgar, soltando muletazos como un papagayo soltaría la misa en latín, sin saber lo que dice, ni o que hace. En el quinto fue más de lo mismo, soltando pases allí dónde pillara, que la cuestión no era torear, sino dar pases, muchos pases, quizá para ver si se sentía a gusto, que es otra de las asignaturas que les deben enseñar en las escuelas, el “agustismo”. Cites desde muy fuera, pico, enganchones, para concluir muy encima y con trapazos de uno en uno. Y cuándo ya parecía que todo había pasado, manoletinas. El respetable protestaba, pero a él le daba igual, él había ido a dar manoletinas y las iba a dar. Quizá estaría bien que se matriculara de nuevo en la escuela y que atendiera más a sus maestros.

Volvía el mexicano Diego San Román, quién tampoco evidenciaba ningún progreso en esto del toreo. Sin jugar los brazos a la verónica, ni eficacia en la lidia, dejando que su primero fuera literalmente a su aire. Sin pausa, sin sentido, el novilla iba por el ruedo a su antojo. Se plantó en los medios con la muleta en la izquierda, para, en lugar de recogerlo y meterlo en el engaño, darle un soberano latigazo para que se fuera suelto a la puerta de toriles. Incapaz, por el pitón derecho quedó al descubierto y acabó enganchado por el de Fuente Ymbro. Este pedía mano y solo le ofrecían mantazos. Se complicó y solo aguantaba el primero, para después salir escapando de la muleta buscando su querencia. Espadazo entero en mitad del lomo, tirando la muleta allá a lo lejos. Y ya con el toro herido, aún le dio la oportunidad de pegarle otro susto. El sexto salió haciendo poquito caso a los capotes, corretón y buscando la salida. Con la muleta le quiso recibir de rodillas, se le iba, pero no desistía en su intento de seguir de rodillas, allá dónde fuera. Más trapazos ya de pie, se lo saca a los medios para ahogarle, se echa la muleta a la izquierda y de nuevo le coge el novillo, llevándole como diez metros, por el aire, sin dejarle caer, de pitón a pitón. Siguió sin darle ningún sentido al trasteo, para inmediatamente liarse en un arrimón innecesario, para concluir con el toro aculado en tablas. Y aparte de las manoletinas, una entera caída, mandando la muleta a que echara a volar. El aficionado se marchaba de la plaza decepcionado con lo sucedido con los novilleros en los tres festejos menores, preguntándose que iba a ser del futuro de esto, de las escuelas y rumiando eso de a saber lo que les enseñan

Enlace programa Tendido de Sol del 2 de junio de 2019:

domingo, 2 de junio de 2019

Disposición a la locura


Llegará en que los toros acabarán surcando los aires, no se picarán, pero podrán volar

Los triunfalistas del toreo están de enhorabuena, están felices y celebrando la continua consecución de triunfos, despojos y salidas a cuestas de cualquiera que se ponga un pelín así. Y ahí está el peligro. Antes los más clásicos se escandalizaban con estos triunfos decadentes y vacíos de fundamento taurino, de la verdad del toreo. Ahora casi les da lo mismo. Estos triunfalistas están consiguiendo que todos estos triunfos se devalúen desde el preciso momento en que el señor del palco saca el pañuelo blanco. Son triunfos que entusiasmas a los paisanos, a los fieles al torero, a los que de repente se ponen tiernos y se emocionan, pero a los que la afición no hace ya caso. Que Al final, quién va a hacer que esos triunfos, los toreros que los logran y el toro pasen a la eternidad, son los aficionados; quizá por algo tan simple, como el que estos saben realmente lo que han visto, lo saben valorar y lo saben contar. Los otros bastante tienen con contar despojos, con ver si han robado un alamar en la salida a hombros, pero poco más. Porque si realmente quisieran profundizar en lo que allí ocurrió, no tardarían en descubrir que detrás de elegantes poses, de una teatralidad demasiado impostada, solo había muletazos a media asta, sin obligar, trazados con el pico de la muleta, sin un final rematado, sin ligar y si con demasiadas carreras y con más enganchones de los permitidos, ninguno. Eso sí, esa elegancia aparente ha encandilado a todo aquel que quería dejarse encandilar.

Lo de tratar a lo de Zalduendo como corrida de toros ya es un signo de inequívoca buena voluntad, con esos novillotes regordíos, aunque el último, ni eso, que solo le faltaba balar. Imaginarán que lo de la suerte de varas no ha pasado de la caricatura más esperpéntica, con los picadores haciendo que picaban, pero con cuidadito de no picar, no fuera a ser que tuviéramos un disgusto grande. Y luego en el último tercio, a ver quién era el guapo que se ponía a someter, que al segundo muletazo acabábamos en traumatología del Ramón y Cajal.

Debutaba Antonio Ferrera en esta feria y ha sido recibido con las muestras de cariño y apoyo que merece y que nunca serán suficientes. Las mismas que quiero mandarle desde aquí, junto con toda mi comprensión, sin necesidad de tener que saber más, ni que nos explique nada, el apoyo en estos casos sí que es incondicional, sin reservas. Su primero le salió corretón, no se empleó en el caballo y fue en la primera vara cuándo Ferrera quitó al toro de verdad, no eso de sacarlo, llevárselo lejos y lancearle. Le quitó del peto con el capote a la espalda con garbo y variedad y casi dejándolo a punto para el siguiente encuentro. Cuándo tomó la muleta se fue a los medios, con la pañosa echada al hombro y esperando fijar a su oponente. Primeros muletazos muy perfilero, despacio, para inmediatamente tirar la de mentira a la arena. A partir de ahí, con una y otra mano, dándole sitio al toro, figura erguida, tirando con el pico de la muleta, medios pases, sin rematar nunca detrás de la cadera. Prosiguió dándole distancia, desde muy lejos, citando y el animal acudiendo a la llamada. En la medida que crecía el entusiasmo entre el público, crecía la teatralidad de Ferrera, exagerando aún más el pico, siempre a media altura. El animal mostraba ya cierta querencia a tablas y dejó entrever cierta complicación para cuadrarse en corto y volcarse sobre el morrillo. Sin dudar demasiado, el extremeño montó espada y muleta a una distancia que podría ser de diez metros, tampoco hacía falta un metro, era muy de lejos, con la puerta de toriles a su espalda y bien visible para el Zalduendo. Se arrancó primero al pasito, despacito, para acabar cobrando una entera caída. El premio fue de una oreja y el paisanaje entonó ese cántico que por otras zonas de la plaza es causa de que te manden a los guindillas, el “fuera del palco”.

El segundo salió muy suelto, sin que nadie le fijara, tomaba los engaños como un burro y en el caballo hasta mostró cierta fijeza en el primer encuentro y ganas de empujar. Para que luego digan que los Zalduendo no son un dechado de fiereza. Un león parecía, aunque no lo era. Comenzó la faena con poco eco en los tendidos, muletazos a media altura, para evitar que perdiera la manos, con el pico, siempre y salpicado de algún enganchón. Excesivo abuso del pico por momentos, echando al animal para afuera. Todo transcurría sin sobresaltos, hasta que Ferrera tiro de recursos escénicos y volvió a deshacerse la de mentira, para entendernos, lo que ahora llaman eufemísticamente, ayuda. Muletazos que más parecían abanicazos en la cara, que casi no llegaban ni a un cuarto de pase, cada vez más evidente la trampa y el personal más entregado. Había encontrado la veta y la exprimió alargando demasiado el trasteo con más pico, enganchones y cazando muletazos entre carreras, para concluir hasta pinturero, escuchando un aviso antes de montar la espada. Y claro, eso ofendió a los más fieles, que afearon el gesto al presidente, quién quizá debería haber metido el reloj en ácido sulfúrico y así olvidarse del tiempo. Un solemne bajonazo recibiendo y ¡halaaa! Dos orejas. El hombre se fue tan feliz y dando la última vuelta al ruedo, hasta parecía excusarse con los que le decían que no. Bueno, a pesar de todo y dejando esto de los toros aparte, reitero mi apoyo, que no le valdrá de mucho, pero ahí lo dejo.

Curro Díaz se encontró con su primero que casi nada más terminar los lances de recibo se paró. Demasiados capotes durante el primer tercio, en el que al animal no se le castigó apenas nada. Empezó el linarense con muletazos con la muleta casi bien presentada, anodino, acompañando las embestidas de el soso Zalduendo, para continuar después ya metiendo más el pico y doblando la figura, con muletazos de uno en uno y dejándosela enganchar mucho. A su segundo le quiso recibir con galanura, a pies juntos, pero no consiguió fijarlo en el capote. Sin picar, salía derrotando del peto en huída declarada. Ya con la muleta, Curro Díaz se mostró demasiado perfilero, exagerándolo, retrasando mucho la pierna de salida. Le dio distancia en el platillo de la plaza, pero la tónica no variaba, con el añadido de que el toro buscaba la querencia de tablas en el momento que le daban el segundo muletazo y yéndose como un mulo. Se recorrió el ruedo detrás del animal, intentando cazar muletazos, siempre muy de perfil, para acabar de bajonazo.

Luis David concluía su feria de este curso y poco más ha añadido a lo que dejó en presencias anteriores, que definitivamente se ha alineado del lado de la modernidad y que sigue profundizando en ese toreo anodino y sin sustancia por el que optó hace tiempo. Quiere a veces mostrar su variedad con el capote, pero no pasa de enredarse en quites de extravagante modernidad. Aburrido en su primero, trazando líneas restas y acumulando muletazos sin limpieza y con el pico de la tela como principal señuelo, como único señuelo.  Cortando los pases quitando la muleta, sin otro recurso que el de las manoletinas para animar el cotarro. A su segundo le recibió en la faena de muleta con telonazos por alto, mucho pico, hasta que el Zalduendo se le coló, le apretó y le puso en apuros y en lugar de salir despedido, se agarró a los pitones y ahí fue cuándo en un derrote le acabó enganchando, dándole una tremenda paliza, que le obligo a pasar a la enfermería. Estaba ya dispuesto Ferrera a terminar con este sexto, cuándo reapareció el mexicano de nuevo en el ruedo. Reinició el trasteo con muletazos alborotados, arrebatados, enganchados, muy vulgar, para acabar con bernadinas, que no todo van a ser manoletinas. Y los continuos fallos a espadas fueron los que evitaron que el personal sacara a pasear de nuevo los pañuelos, porque estaba claro que el personal mantenía una absoluta e inevitable disposición a la locura.

sábado, 1 de junio de 2019

Un día nuevo, una plaza distinta


El toreo de frente puede ser hermoso, pero no siempre, no si es a tirones
Dicen que después de la tempestad viene la calma y así parecía la plaza de Madrid en la tarde de los de Alcurrucén. Con  la que montaron los señores entusiastas del torerismo la tarde anterior y al día siguiente ya no quedaba ni uno, no coincidía ni una cara de un día para otro. Es lo que pasa, llegan hoy, te ponen las peras al cuarto, te ajustan las cuentas porque ellos deciden como tiene que ser la plaza de Madrid, te dan la lección de aficionado y al día siguiente, si te he visto no me acuerdo. No se quedan ni a explicarlo con mayor detenimiento, por eso de afianzar conceptos. ¿Dónde estáis aficionaos? ¿Dónde estáis amantes de Baco? ¿Hay alguien ahí? ¿Oigaaaa? Nada, que no están. Pero los que sí que estaban eran los protestones/ reventadores/ frustrados/ culpables con las manos manchadas de sangre/ indeseables/ … Bueno, todos no, que hubo uno al que le cambiaron el turno y tuvo que trabajar, en la misma plaza, pero eso no cuenta.

A los de Alcurrucén se les puede decir que venían presentados como para un carnaval del ganado o una parada de los horrores, cómo prefieran. Mansos que los del turno de hoy hasta han aplaudido en el arrastre. Ya ven, no todo van a ser broncas. Eso sí, cuándo había alguna protesta, en lugar de mandar callar y acordarse de la parentela de los protestones/ reventadores/ frustrados/ culpables con las manos manchadas de sangre/ indeseables/ … solo miraban para arriba como pajarillos abriendo el pico en el nido, pero de ahí no pasaban. Igual es que no había ningún seguidor de algún torero que tuviera que hacerse notar, por aquello de ganar puntos de cara al maestro. Eso sí, en un momento en que se olían que uno era manso de libro, casi empezaban a protestarlo, pero al final acabó entrando en los capotes y la cosa quedó solo en susto. Si es que no echan cuentas de lo que va saliendo, mansos, pero que iban y venían a la muleta, que al final es lo que cuenta. O quizá a estos sí que hay tenerles en cuenta el que no se les haya picado nada. A los grises no, pero a estos sí. No hubo manera de picarlos y en el peto el que no cabeceaba se dormía y se marchaba suelto, iban casi desde debajo del peto, al relance o cuándo les venía bien.

De los matadores poco se puede decir y menos sin ofender a los espíritus puros y respetuosos con los toreros, que ya se sabe, todos están bien y todos los días. Que esto me recuerda a un señor entrevistador de la tele oficial, que en lugar de decir que va a recoger las opiniones de los toreros después de su toro, dice que les va a dar la enhorabuena. No me digan que eso no es de ser buena persona. Que no sé que enhorabuena habrán podido darle a David Mora, que nunca fue un dechado de virtudes taurinas, pero es que ha llegado a un punto preocupante. Que lo más lucido de su actuación han sido unos muletazos con el pico, retrasando la pierna hasta la exageración y empalmándolos, aprovechando la bondad de su primero. El resto ha sido lo de siempre, posturas gallardas, pero vacías, con un destoreo al uso, a veces hasta con peligro, por quedarse descubierto por esa mala costumbre de todos de atravesar hasta la exageración los engaños. En su primero se echó sobre el toro al entrar con la espada, resultando prendido, pero sin llegar a más.

Quién no creo que se pueda quejar del trato recibido es Paco Ureña, que volvía en su segunda tarde, con la de la Cultura en el horizonte. Lo que no se le puede negar es la voluntad, el deseo de querer dar todo lo que lleva dentro, pero los resultados no siempre son los deseados. Si bien es verdad que parece querer ponerse en el sitio, se deja llevar por esa corriente modernista del abuso del pico, de echarse el toro para afuera, sin acabar de mandar en las embestidas. En su segundo fue más de lo mismo, pero lograba encandilar con los muletazos del desprecio y los de pecho. Retorcido en exceso, acabó este segundo trasteo con naturales rodilla en tierra, pero quizá un tanto vulgares y exagerando la escenificación de la faena esperando que aquello tomara un cariz más entusiasta. Puede que no las tuviera todas consigo y que para acabar de levantar los ánimos se decidiera por matar recibiendo, pero el resultado fue un pinchazo en mal sitio. Volvió al volapié y cobró una entera caída. Y entre el entusiasmo de la plaza del turno de los viernes y la más que desesperante tardanza de las mulillas, la oreja fue concedida. Que estaría bien que a los señores acemileros les indicaran que una cosa es salir en un Belén viviente y otra sacar las mulillas en la plaza de Madrid, que cada cosa tiene un ritmo. Igual esa lentitud algo tiene que ver con que ya no se escuchen los trallazos en el arrastre o que con las trallas se estresaban las mulillas, que todo puede ser.

Álvaro Lorenzo cerraba el cartel y su presencia en esta feria y habrá que hacer mucha memoria para recordar lo que ha dejado sobre el ruedo de Madrid. Poco con el capote en su primero, pero en el segundo tuvo que vérselas con un manso que no quería capotes de ningún tipo, no había manera y cuándo ya se decidió por tomarlos, fue echando las manos por delante y tirando gañafones para romper el aire o lo que pillara por medio. Se vio lo que era cuándo prendió a un peón en el segundo tercio, como se empleaba una vez cogida la presa. Con la muleta Lorenzo es un alumno aventajado de esta Tauromaquia 2.0, que no sé si ya está más que superada, con ese toreo del pico, de mantener la distancia de seguridad, de largar tela en línea recta y si hay que pegarse una o mil carreritas para recolocarse, pues se dan. Enganchones, desarmes y el toreo sin asomar, pero no es que esto sea lo que le gusta al personal, es lo que admite sin pensárselo dos veces y les vale para sacar pañuelos y pedir orejas sin reservas, aunque la espada caiga en el número o en mitad del lomo. Pero la fiesta sigue, a la siguiente y a la siguiente y a todas las que queden de feria y a las de los domingos, o jueves, los que vayan a la plaza puntualmente serán los protestones/ reventadores/ frustrados/ culpables con las manos manchadas de sangre/ indeseables/ …, porque con los demás ya sabemos que a un día nuevo, una plaza distinta.