jueves, 22 de junio de 2017

Nos pedían paciencia pero, y ahora, ¿qué nos piden? ¿Cabestrear?


¿Quién dice qué?

Qué gran acontecimiento fue aquel día en que la Comunidad de Madrid le concedió la gestión de la Plaza de Madrid a don Simón Casas y compañía. Unos se lanzaron a rasgarse las vestiduras sin demora, mejor antes que después, otros, entre los que me incluyo, pensamos que había que dejarle actuar y otros que no se podía desconfiar cuando aún no se había ni sentado en su mesa de las Ventas. Es que no se puede ser tan negativo, ni ver todo mal, que es verdad, pero, ¡hombre! Que cada uno tiene sus antecedentes y el señor Casas, don Simón, tiene los suyos, que ni son pocos, ni tranquilizadores. Pero no había empezado la temporada y ya llevaba una larga lista de promesas incumplidas, que otra cosa no, pero defraudar, este señor no defrauda, se esperaba un disparate y respondió con una montonada de ellos, a cuál más descabellado. Pero no les voy a aburrir contando los planteamientos de la feria, ni de la temporada que estaba iniciándose. Vayamos al final de la feria, que según él, los medios oficiales y sus seguidores más fervientes, los que se quedan siempre con lo bueno, loaron el ciclo como el mejor de no sé cuántos años. Daban cifras de más de 600.000 espectadores, más que el año anterior, pero sin contar que con un mayor número de festejos; pero eso no lo decían. Nos hablaban de las puertas grandes, algo que no es mérito del señor Casas, don Simón, pero no de la forma en que se produjeron. También nos tiraban a la cara los muchos toros que embistieron a la muleta, de lo que tampoco se puede aprovechar el señor Casas, don Simón, más si nos paramos a ver cuántos de esos toros soportaron medio puyazo, por dar un dato, ni del bajón en la presentación del ganado no solo durante la feria, sino desde que comenzó la temporada. Todo era idílico, ¿a ver qué espectáculo reúne a tantos miles de personas durante tantos días? Decían los pancistas de la tele, como si nunca hubiera ocurrido lo que no hace tanto era norma, la sucesión de llenos que empezaban con la primera y se cerraban con la última, eso sí, con un ligerísimo descenso en la asistencia en los días de novilladas. Pero todo era felicidad, gloria, jolgorio y alegría, aunque yo me hacía una pregunta: ¿estará realmente satisfecho el señor Casas, don Simón? Pues parece que no demasiado.

La verdad es que el señor Casas, don Simón, comenzó con un ritmo difícil de mantener, porque no se puede soportar por mucho tiempo eso de maquillar la asistencia a base de regalar entradas. Circunstancia que igual también rondaba la cabeza de los señores de Plaza 1 y que quizá provocó cierta inquietud entre el señor Casas, don Simón, y su socio, Nautalia, lo que se vio reflejado en la desaparición del callejón del caballero francés a las primeras de cambio durante la feria. Bastaron cuatro protestas y dos toros devueltos, para que alguno decidiera esconder la testa. ¡Ay que ver! Ni un corte de mangas que nos ha dedicado a la afición de Madrid. Todo lo bueno se lo guarda para sus paisanos. Y cuando ya todo parecía discurrir por las calmadas aguas de la temporada madrileña, los festejos con menos de un cuarto de plaza con torerillos baratos y ganado más barato aún, ¡zas, cataplum, chimpún! Que se corta la temporada de Madrid, que hay que hacer obras en la plaza para garantizar la seguridad de los asistentes y que ya si acaso, pero que aún no se sabe, igual para el próximo San Isidro se volvía a abrir el portón de los sustos en Las Ventas. ¡Caramba! Eso sí que es arte y del bueno, del que te estremece y hace que no te llegue la camisa al cuerpo, que a más de uno se le encogió la pajarilla y aún no se le han destensado las cervicales. Pero, ¿qué broma es esta? ¿Qué broma de mal gusto, de pésimo gusto es esta? ¿A qué estamos jugando? Resulta que antes de la temporada nadie se había enterado de que había que hacer obras, que se liaron a poner cámaras y a tirar cableado y no hubo cristiano que pensara en que había que echar mano de Manolo y Benito para meterse en reformas y si llegaba el caso, darle una manita de gotelé a la “primera plaza del mundo”. Pero según parece, solo según parece, ha bastado que el ayuntamiento de la capital negara la correspondiente licencia para lo de las motos, para que al señor Casas, don Simón, se le encendiera la luz de emergencia. ¿Allí no se podían dar espectáculos no taurinos? Pues de los otros, los supuestamente taurinos, tampoco. Y punto, se corta la temporada y el domingo 25 con la corrida de Martín Lorca se echa el cerrojo y a otra cosa. Un hecho que solo tuvo lugar durante la Guerra Civil, sin precedentes en tiempos de paz, pero que al señor Casas, don Simón, le debe importar un bledo. Lo que me gustaría saber es si tal anuncio contó con la anuencia de la propietaria de la plaza, la Comunidad de Madrid, o si se ha lanzado a la piscina por su cuenta, en cuyo caso, la señora Cifuentes y su equipo, aparentemente siempre tan preocupada por los toros, deberían actuar de inmediato y aclarar todo este embrollo. Si bien es verdad que el consejero portavoz del gobierno regional, don Ángel Garrido, ha salido a desmentir tal suspensión, se deberían dar detalladamente los motivos y sucesión de los acontecimientos que propiciaron tal anuncio. 

Lo que está claro es que si alguno aún dudaba de la condición del señor Casas, don Simón, igual con esto se le han abierto los ojos, a no ser que esa ceguera parcial sea propiciada por el grosor de sus buenos fajos de billetes. Me gustaría oír a la señora Cifuentes que en caso de incumplimiento del pliego de contratación se aplicarán las medidas administrativas pertinentes, me gustaría también saber si se mantendrá el rigor necesario a la hora de aprobarse los carteles, para lo que resta de temporada, para la siguiente y para las ferias de Otoño y de San Isidro. Son muchos aspectos que ahora parecen cogidos con alfileres. Así como recordarle al señor Casas, don Simón, y a su socio de Nautalia, que firmaron un contrato con una administración pública y que su incumplimiento no sale gratis. Ahora solo queda esperar que la Comunidad de Madrid sea capaz de llevar a cabo las obras necesarias y dar satisfacción a las demandas del Ayuntamiento de la capital, al que hay que agradecer ese innegable desvelo por la seguridad de los ciudadanos que acudimos a la plaza de las Ventas, siempre y cuando vayamos a las motos, a un concierto, al circo o a la Copa Davis, porque si vamos a los toros, ya se nos puede caer encima el palo de la bandera. Aunque tampoco hay por qué alarmarse, pues no me cabe la menor duda de que ya sea en el caso de que pudiera peligrar nuestra seguridad, ya sea porque de repente nos hurtan la temporada de toros a la afición madrileña, seguro que aparecerá la Fundación del Toro para defendernos de cualquier entuerto o injusticia con el yelmo de Mambrino calado hasta las orejas, la adarga antigua y el galgo corredor.  Los seguidores del señor Casas, don Simón, ya fuera desde los micrófonos de la tele, desde los medios de comunicación oficiales, desde la propia administración o desde la barra de la tasca del Pedernales nos pedían paciencia, pero, y ahora, ¿qué nos piden? ¿Cabestrear?

P.D.: Y servidor que pensaba tomarse un descanso...

sábado, 17 de junio de 2017

Iván Fandiño, D. E. P.


Iván Fandiño, D. E. P.

Poco sentido tiene ponerse a hablar de corridas de ningún tipo, todo pasa a segundo plano, hoy ha muerto un torero, Iván Fandiño, que descanse en paz. Perdonen que no cumpla con mi compromiso de contar lo que he visto en una calurosa tarde en Madrid. Volvía a casa cruzando mensajes comentando el festejo, charlas telefónicas, cuando de repente se ha colado la fatal noticia. Un tremendo golpe, muy fuerte y que de momento no se puede asumir, aunque la realidad sea la que es. Aparecerán ahora por un lado esos mensajes tan inoportunos, como parece que inevitables; los que también buscarán responsables dónde no los hay. Allá cada uno con la tarea que quiera iniciar, otros simplemente nos quedamos dando vueltas a algo tan tremendo, rumiando la pena y queriendo recordar lo bueno del torero y del hombre. 

Ruego me disculpen, ruego me perdonen, pero no puedo decir más, no encuentro más, ni tampoco tengo fuerzas para buscarlo, simplemente el deseo de que Iván Fandiño, el matador de toros, el hombre, descanse en paz, la paz que los suyos han visto desgajada, ese consuelo que en ningún sitio encontrarán y el sentir que les han abierto en canal para arrancarles el corazón. A ellos todo el cariño del mundo, que desafortunadamente les sabrá a muy poco. Iván Fandiño, D. E. P.

Gol en las Gaunas



Cuándo la Beneficencia era la Beneficencia

Hay veces que uno no sabe si está en una plaza de toros, en un campo de fútbol, en una sesión del parlamento filipino o en la lonja del pescado de Teruel, después de que los barcos pesqueros hayan llegado a puerto y expuesto el género tras un día en la mar. ¿Qué en Teruel no hay ni mar, ni puerto? Si ya les digo que a veces uno se pierde. Uno va a los toros con la idea de ver una corrida de toros, ¡qué coincidencia! Y viendo como celebran el que uno de los actuantes, como si hubiera marcado su equipo el gol del campeonato, poniéndoles caras a una parte del público, cortes de manga y hasta gestos amenazantes de rebanar el pescuezo, lo que, cómo en un campo de fútbol, sirvió para que el “amenazante” tuviera que abandonar su localidad acompañando a las fuerzas del orden. Quizá faltaban las bufandas y las banderas, aunque con los pañuelos blancos algunos ya se daban por satisfechos. Si ya lo intuía un despistado cuándo tras sonar el himno en honor del rey, que presidía la corrida extraordinaria de Beneficencia, preguntaba si no tocaban también el del equipo contrario. 

Ya digo, Corrida Extraordinaria de Beneficencia, la más importante del año, porque siguiendo la costumbre, los actuantes son los triunfadores de la reciente feria de San Isidro y hasta llegan a anunciarse sin cobrar un duro, donando sus beneficios a… Perdón, perdón, me he vuelto a despistar. ¡Vaya día! Que no me centro. Pues eso, la Beneficencia, que ya no es de Beneficencia, con tres matadores que no son los triunfadores de nada, aunque en su día pasearan algún despojo, El Juli, José María Manzanares y Alejandro Talavante, con ganado elegido y muy elegido, de don Victoriano del Río y el tercero de Toros de Cortés. Más un sobrero, el que hizo segundo, de Domingo Hernández. No quiero pensar el mal rato que habrán pasado los taurinos con algunos de los ejemplares, productos les llaman sus criadores, que saltaron al ruedo, pasados de kilos más de uno y de dos. Eso sí, en la segunda mitad ya se calmarían al ver salir esas raspas con cierto aire anovillado. Toros modernos, por supuesto, que para resumir, ya adelanto que no se les picó, excepto al sobrero de Domingo Hernández, que presentó cierta pelea, poniendo en apuros A Chocolate, que se agarró bien al toro y mucho mejor al palo, porque ya se veía midiendo el suelo con los lomos. 

El Juli recogió a su primero por abajo, con muletazos con la diestra, para seguir con todo el pico que puedan imaginar y tres palmos más, retorcido, despegadísimo, enlazando tanda tras tanda, recolocándose, ahora te pego uno por aquí, otro más, para cerrar con esa forma tan “particular” de sacrificar a los animales, echando a correr en rededor del toro, bordeando el Amazonas y cuándo ya ha ganado la orilla, a la altura de las orejas, ¡zasca! Sablazo. Ya ven, suerte suprema, sí, supremas de pollo con salsa barbacoa. Quizá vio en el escurridito cuarto a algo más acorde a lo que está acostumbrado a enfrentarse por esas plazas del mundo y corriendo buscó en sus archivos que tipo de repertorio le va mejor a semejante criatura y ni corto, ni perezoso, le endilgó una lidia y una faena digna de una talanquera de charol. En el primer tercio, cuando el caballo deambulaba por allí para no hacer nada, hizo un quite con capotazos del revés y muy desmadejaos, de esos que despiertan al respetable. Esos oleses sentidos le hicieron ver la luz. Derechazos, cambio de mano por detrás, enganchones y la parroquia entregadita, para continuar incluso con más pico que en su primero, como palmo y tres dedos más. Trapazos, por aquí, ahora con la zurda, más trapazos, metido entre los pitones, venga a recomponer con carreritas lo que no mandaba con la muleta, el toro para afuera, trapazos largando tela hasta el infinito, sin rematar jamás atrás, el toro muy parado ya muy despacito y El Juli gustándose con trapazos lentos, pero sin torear, aunque vaya usted y explíquele eso a los que veían que marcaban el gol del campeonato, que cómo sería la cosa, que hasta se enrabietó el maestro. Una entera trasera y caída y ahí llegaron los enfrentamientos, esos de los que los señores de la tele están tan orgullosos y echan tanto de menos. Pero, ¿qué quieren? ¿Qué nos matemos? ¿Qué es eso de incitar a que los que aplauden se enfrenten y le planten cara a los que protestan? ¿Qué sin sentido es ese? ¿Para salvarle el negocio al señor empresario, a ellos, a los criadores de productos, a los pegapases y a toda esa peste del taurineo? La lástima es que hoy la policía ha pedido que les acompañara a un caballero quizá cargado de alguna copa de más, que solo iba a pasar una tarde en los toros y que quizá contagiado por ese fervor populachero, se ha estropeado la tarde, mientras estos incitadores a vaya usted a saber qué, volverán mañana y pasado y al otro y cobrarán una tela por servir a los taurinos y por vejar la fiesta de los toros. Pues eso, lo dicho, una orejita para El Juli, que afortunadamente no montó la zapatiesta de Toledo, porque el usía no le concediera el segundo despojo.

José María Manzanares se las vio con ese sobrero que no se aguantaba en pie de salida, al que los lidiadores le echaban los capotes al cielo para evitar que se cayera. Pero inesperadamente en el caballo pareció revivir, peleando en el peto y por momentos con fijeza, arrancándose al peto con las ganas del que quiere echarlo abajo. El de aúpa picando, según los embates del de Don Domingo, con firmeza, sin barrenar y aguantando bien. Si es que lo que debería ser la norma, ahora nos parece casi extraordinario. Ya en el último tercio, Manzanares empezó a componer, que se le da, que lo monda, pero es que… compone tan lejos, que casi no se le oye. Abuso desesperante del pico, sin bajar la mano, escondiendo descaradísimamente la pierna de salida, carreritas y más carreritas, que dirán que uno se pone pesado con el tema, pero es que creo que es un sigo inequívoco, uno más, de que allí falla algo, que no hay toreo, que no existe el mando, el dominio. Al final el toro acabó en toriles, ¡qué cosas! Al quinto, más de lo mismo; parecía que aquello podía tomar vuelo con un galleo andando para llevar el toro al caballo, pero en esto que el animal se empezó a caer y ya nada podía tener sentido, a pesar de que el matador insistía e insistía, dejando que pasara el tiempo, sin más.

El tercero en cuestión era Alejandro Talavante, ese torero que unas veces parece que… y otras que tampoco. Un maestro al que le cuesta no solo fijar al toro, ni llevarlo al caballo, es que como les ocurre a muchos, le cuesta un mundo deshacerse del toro con un remate. Telonazos y naturales enganchados para comenzar, se dejaba puntear demasiado la tela, el toro hasta parecía arrancarse con brío, más pico y más enganchones a un toro que se quería ir constantemente a su querencia en tablas, hasta casi acularse para plantear su defensa. Poco se le podía hacer al inválido que cerraba plaza, que se caía a cada muletazo, a pesar de lo cuál el matador insistía en prolongar innecesariamente la faena y desesperando al personal, que ya llevaba un buen rato aguantando el calor de la tarde, tarde que no se sabe por qué motivos, empezó con un considerable retraso, quizá porque nadie pensó en retirar antes la lona decorativa instalada en el ruedo, quizá porque nadie cayó en que había que regar lo cubierto y pintar las rayas, quizá porque pocos cayeron en la cuenta de que aquello era una corrida de toros, lo más puntual que existe en España, que viendo esas celebraciones de los trofeos hasta se podía pensar que estábamos jugándonos el título y que dependíamos del resultado en otro campo, desatándose el jolgorio y la celebración cuándo al sacar el usía el pañuelo blanco para El Julio se oía una voz que gritaba Gol en las Gaunas.

lunes, 12 de junio de 2017

Tanta historia arrastrándose por la arena


¿Será Miura un fósil más de la tauromaquia clásica?

Decir Miura es decir toro, así es y así ha sido durante muchos años, quizá no esos 175 que carga sobre si el hierro de los de la gaita, pero tampoco mucho menos. Una historia, un prestigio que ha traspasado los límites del toreo, las fronteras por tierra, por mar y hasta las de la lengua, porque Miura no es solo una ganadería, ni tan siquiera es solo el toro, ha llegado más allá y hasta encierra en esas cinco letras un carácter, una forma de ser y un comportamiento propio de las personas. Miura ha proyectado sus valores sobre mucho más que simplemente una ganadería y cuesta mucho ver como unos toros que llevan la gaita a fuego sobre su piel, no parecen de esa casa. Cuesta mucho el verlos y pensar que ellos pueden haber sucumbido a la peste taurina, la peste de la Tauromaquia 2.0. Cuesta mucho ver como un encierro de Miura, que cerraba la feria de Madrid de 2017, se arrastraba por la arena.

Volvía Rafaelillo con otra “facilona”, que no se puede negar ni las carencias, ni el toro con el que tiene que tragar tarde tras tarde, si quiere torear. Su primero ya renqueaba de salida, lo que no impidió que el matador intentara alargar el viaje del animal, algo que últimamente parece que se ha convertido en costumbre. No hubo forma de picar al toro, pues el más mínimo intento de administrarle algún castigo podía dar con el animal en el suelo. Al inicio de la faena de muleta le siguió una tanda en la que se pudo ver hasta un derechazo aseado y templado, pero la continuación fue el toreo desde fuera, con el pico y el brazo excesivamente alargado, especialmente en los remates. El de Miura no hizo ni un mal gesto, pero la poca fuerza hizo que se fuera parando y a pesar de la insistencia del matador, allí poco o nada quedaba. El cuarto salió haciendo cosas muy raras, que si reparado de la vista, que no, que si una mano, pero en fin, lo recibió Rafaelillo muy arrebatado, de rodillas, mantazos sulfurados, retirándole el capote con violencia de la cara al toro. Quizá al final, dónde mejor se encuentra el espada es en esos terrenos de la épica, aunque sea forzada. Mal colocado el animal en el caballo, fue una sucesión de idas y venidas, para al final no ser picado. Al primer muletazo se vino al suelo, para proseguir con más de lo de siempre, muletazos alborotados y sin parar quieto un momento. En ese alborozamiento, el murciano salió trompicado, con el resultado de salir calado. Sin la chaquetilla y en esos espacios del drama que tan bien trabaja Rafaelillo, se limitó a estar y a dejarle la muleta en la cara al toro, sin tan siquiera amagar con citar y correrle la mano, provocando los lógicos derrotes del de Miura. Un macheteo que el toro no precisaba, quizá pretendiendo hacer creer que aquello era una alimaña tobillera, pero nada más lejos. Y como decían por allí, quizá volvamos a ver a este torero en otoño y seguro que si es así, con lo que nadie quiera ni ver.

Excepcionalmente y para homenajear al hierro de la familia, reaparecía Dávila Miura, quien por esas casualidades y el capricho de unos inválidos, no pudo matar ninguno de la casa y se tuvo que enfrentar a un primero de Buanavista y a otro de El Ventorrillo. Salió parado y olisqueando el primer sobrero, buscando la salida y ya perdiendo las manos, lo que sucedió en el caballo, dónde sí que se le castigo, sin que el Buenavista hiciera otra cosa que dejarse. Siguiendo los mandamientos de la ley de la modernidad, el animalito, con más presencia que todos los de Miura juntos, hasta siguió la muleta, para que Dávila Miura no le ofreciera otra cosa que un toreo lejano, demasiado apartado, metiendo pico y sacando culo, alargando el brazo, sin bajar la mano, para acabar de pinchazo y bajonazo. En el otro sobrero, el de El Ventorrillo, que ya renqueaba de salida, ni se molestó en llevarlo al caballo. Se agarró bien el picador en la primera vara, quisieron darle más distancia en la segunda, pero no pudo ser y lo que fue un puyazo trasero, desde cerca, en el que le dieron a gusto. Comienzo del trasteo por abajo, a una mano, pero seguía con el brazo largo, largísimo, con el pico, conduciendo por afuera al toro, mucho muletazo, sin que el toro se enterara de que allí alguien pretendiera torearle. Sería que nadie le estaba toreando. 

Quizá costaba entender la presencia de Rubén Pinar en esta feria y en este cartel, pero al finalizar la corrida, tampoco se entendía la presencia de este ganado con tan poco dentro. A su primera raspita miureña la recibió con capotazos a ritmo de yenca, izquierda, derecha adelante, atrás, un dos tres. Se revolvía el animal debajo del peto, sin poderle picar y a la salida del caballo se vio ese lamentable espectáculo de los capotes al cielo, para ver si aquello se aguantaba. Con la muleta el animalito no aguantaba los intentos de muletazos al sesgo, con el pico, sin pararse quieto y dando la sensación de no saber por dónde meterle mano. El sexto ya de salida hacía méritos para irse para adentro y como toda la corrida, discurrió su lidia entre ver si iba aguantando, para no devolverlo. Evidencias de invalidez, pero todo dependía de si perdía las manos una vez más o menos. En el caballo empujaba con fijeza, lo que las fuerzas le permitieran empujar, sin que se le pudiera apenas apoyar el palo, pero como no se caía, aguantábamos, lo mismo que en banderillas, cambio de tercio y a ya coló, otro más. Y la faena de muleta fue un intento de nada, por parte de Rubén Pinar, que quedó precisamente en eso, en más nada. Así concluía una feria más, según unos, la mejor de la historia, según otros, un fiasco más, como se decía antes, de crítica y público. Con menos público que nunca, con la exigencia bajo mínimos, lo mismo que con el trapío de los toros y un ambiente creado artificialmente para provocar el desvarío, que un desvarío fue, pero no como imaginaba el señor Casas y si queda alguna duda, detengámonos con la última y reflexionemos sobre qué sentimos al contemplar tanta historia arrastrándose por la arena.

Enlace programa Tendido de Sol del 11 de junio de 2017:

sábado, 10 de junio de 2017

No es bueno mezclar, sienta mal


Hay cosas que no se pueden ocultar ni con una gran polvareda

Anda que no habré escuchado veces eso de que mezclar no es bueno, que mezclar no es bueno, que… Pues don Adolfo Martín parece que no le quiere hacer caso a la sabiduría popular y se empeñó en mezclar la casta con lo comercial, para ver si el sabor tomaba un poco de dulzor y así vender más combinados, pero que será por la Coca Cola, por los hielos o por la selección, que el resultado es anodino, sin gracia y después de toda una feria, después de un mes yendo a la plaza, la gente ya no está para un toro que parece toro, que no se mueve como un toro, que no sabe a toro y que no recuerda a un toro, si acaso al calimocho de mezclar vacas suizas con un morucho desbravado. ¡Hay que ver! Con la fe que mucho aficionado tiene a este hierro y se encuentra con un encierro descastado con tintes de buey para carne.

Con este material, la verdad es que poco se puede decir de los matadores, Antonio Ferrera, Juan Bautista y Manuel Escribano, porque a cualquier crítica pueden contestar con un argumento irrefutable: es que yo venía a matar una corrida de toro. ¿Y qué les dices a eso? Pues que es verdad. De poco sirve contar que Ferrera intentara alargar el viaje por abajo a su primero, en los lances iniciales de capote. No demasiada pelea en el caballo, dónde hasta mostró cierta fijeza. Luego vinieron las banderillas de Ferrera y Escribano; un número que ya no entusiasma demasiado. Ya en la muleta, a lo más que se llegaba era a muletazos de uno en uno, no pudiendo evitar que antes de la salida ya levantara la gaita como buscando la noria. Lo que sí es de agradecer es que Ferrera no se pusiera exagerado en las poses, aunque para pegar un espadazo trasero, para eso es tirarse recto o no, poco tiene que ver el mueble que tenga delante. Al cuarto costaba darle un capotazo, él andaba pendiente de ver por dónde quedaba la salida. En el primer puyazo el animal echó la cara arriba y mandó por los suelos al pica, que se encontraba sin casi ningún auxilio de un capote. Una segunda vara desde más lejos, y el pica, que se agarró bien, no pudo contener ese impulso de zurrar al que te tira. Con el toro muy cerrado, costaba saber por dónde meterle mano a aquello, que se marchó tranquilamente a toriles. Se iba del engaño a cada muletazo y Ferrera al menos consiguió una tanda. Todo el tiempo muy aquerenciado en tablas, lo que dificultaba cualquier intento de sacarle algo, además de esos ademanes de mulo. Quizá el extremeño pecó de alargar demasiado su labor, lo que pudo costarle un disgusto, pues a punto estuvo de sonarle el tercer aviso y, francamente, que te echen un animal de estos al corral habría sido para darse de cabezazos.

Luego vino lo de Juan Bautista, que a veces no se sabe muy bien si quiere no estar a mal con su compatriota empresario de Madrid, alargando faenas innecesariamente, o que por dónde va es por el “no quieres caldo, toma tres tazas”. Que ya sería curioso que utilizara su toreo como herramienta de tortura. Su primero, a punto estuvo de derribar al caballo, al que levantó hasta el ¡ay!, porque lo siguiente sería el ¡ay, ay, ay! Pero del picador. Después de eso, ni presentó pelea, ni tampoco le castigaron. Un segundo puyazo andandito, le dieron lo suyo y no opuso la más mínima resistencia. Fue al comienzo de la faena cuándo el animalito hasta dio la impresión de que iba a ir, pero fue un espejismo que se diluyó entre el toreo con el pico y los enganchones y con un cambio de pitón que acabó con cualquier tipo de especulación, ahí la sosería de toro y torero rebosaba por los bordes. Al quinto le dejó Juan Bautista que se pegara las carreras que le parecieran bien, fue al caballo para que no le picaran, a lo que el de Adolfo respondió con un “vamos a ser amigos”. El público protestaba por una eminente falta de fuerzas, pero no se cayó ni una vez, esto llegó en el momento en que se hizo intención de bajarle un dedito la mano. Y para justificarse él, al presidente y al Sumsum Corda, se puso s hacer que daba pases, dejando que pasar y pasara el tiempo, provocando la desesperación y enfado de la concurrencia. Igual es que el galo quería hacerse con un puesto en la novillada de triunfadores de la semana próxima.

Cerraba Manuel Escribano, que se fue de primeras a recoger al suyo a portagayola. Muy suelto en los primeros compases así acudió al caballo, dónde peleó con fijeza, lo contrario de lo ocurrido en la segunda vara, dónde ahí ya dimitió de toro encastado y de todo lo que se le pudiera parecer. Más banderillas de los matadores, lo que seguía sin despertar el entusiasmo del personal. Y para el último tercio ya estaba el toro parado del todo. Toreo moderno, escondiendo la pierna de salida, lo que en un momento le pudo costar un susto, pues por ese hueco se quería colar. Muy, muy parado y con Escribano tan parado como él. El sexto hasta parecía que de salida iba a tener un poquito más de brío que sus hermanos, hasta iba lejos si le alargaban los brazos. Le costó al matador quitárselo de encima para que entrara al caballo, dónde le administraron cierto castigo y hasta se vislumbró un querer meter los riñones, pero ya saben, poco dura la alegría en casa del pobre. Faena iniciado al abrigo de las tablas, para proseguir sacándoselo fuera, pareciendo que hasta iba a humillar. Con la muleta en la zocata, Escribano largaba tela, sin llevar al toro y sin rematar, muy cerca, por ambos pitones, acabó atosigando al animal, que por otro lado tampoco tenía un cortijo en cada pitón. Por no tener, no tenía ni el pago de una letra de la finca. Y así se fue el respetable, con la sensación de haber pasado allí años y solo fueron un par de horas, pero es que cuándo los combinados no cuajan, se convierten en un brebaje imbebible y así pasó que la corrida de Adolfo Martín fue cabezona, con lo mal que se pasa después y es que no es bueno mezclar, sienta mal.


viernes, 9 de junio de 2017

Que hasta dio el pego y todo


Escenas de otros tiempos, que parecían, pero que no, aunque casi dan el pego.

Después de toros, tercios de varas y ese sopor de tener que seguir la lidia con interés, ese querer escudriñar en el toro para ver si deja que asome el misterio de la casta, del toro con presencia, del toro, en definitiva, y antes de los de don Adolfo y lo de Miura, un pequeño descanso con la reconfortante modernidad de los Alcurrucén y el Cortijillo, Lozanos al fin y al cabo, con El Cid, Joselito Adame y Juan del Álamo como estrellas invitadas. Una tarde en la que se ha divertido hasta el que pone los capuchones a los bolis. Y es que con esto de Alcurrucén, repartiendo felicidad por el mundo, por todas las plazas de España, que no me dirán que no, que según el programa de mano, el año pasado lidiaron 113 toros, en 25 festejos. Vamos, que Nautalia estaba pensando regalar al triunfador de la feria un tour por todos los lugares dónde se anunciara este hierro y para abaratar ha optado por regalar una vuelta al mundo para dos personas.

A ver qué se creen ustedes, que Alcurrucén tiene hasta marca blanca, que le iban a poner Alipende, pero como ya estaba cogida, le pusieron El Cortijillo, que modestos, ni el Cortijazo, ni el Cortijo, el Cortijillo. Y con lo que llevaba dentro ese primero que le tocó a El Cid, no daba ni para comprarse una tienda de campaña con jardín, no daba para nada. Ya salió parado, buscando a la familia, porque a los de los capotes no los quería ni ver. El matador tampoco ayudaba, que le dio unos capotazos así con una desgana; sería por lo de la marca blanca. Le llevaron al caballo y al principio dudaba, sería que no le apetecía el puyazo trasero que le endiñaron, tampoco demasiado fuerte, pero aún así mostraba fijeza, pero con los pitones al cielo. Se fue suelto escapando hasta el que hacía la puerta, le apartaron, pero vuelta la mula al trigo, un picotazo y adiós muy buenas. Le cogió Adama para darle unos delantales, pero se quedó en mandilazos. Ya en la faena de muleta, le tomó el Cid por el derecho, punteaba mucho, mientras el espada citaba desde fuera, con el pico de la muleta y con mucha desconfianza. Con la zocata le daba dos muletazos desabridos y el toro se le iba; tampoco ayudaba mucho ese baile permanente del matador, que mantuvo hasta el final. El que hacía cuarto ya del hierro titular, fue recibido con más decisión, una serie de verónicas jaleadas por el personal, aunque sin que el sevillano dejara de echar el pasito atrás. Puyazo trasero, durmiéndose el toro en el peto y el de aúpa apoyado en el palo, sin castigo, en el que el caballo casi se derriba solo. Le puso de lejos en la segunda vara y el animal se arrancó bien, pero no se le picó, a lo que el de abajo respondió no empleándose. Tras dolerse un mundo en banderillas, se inició el trasteo en los medios, por el pitón derecho, abusando del pico y con el brazo agarrotado. Ya más relajado, en las siguientes tandas ya se empleó el Cid estirando el brazo a todo lo que daba, tirando mucho de pico, tronchado por la mitad, aunque por el pitón derecho hubo un momento en que hasta parecía que asomaba el temple. El toro seguía y seguía el engaño sin hacer un mal gesto y queriendo coger la muleta, perdón, el pico que le ofrecía su matador. Había expertos en la Tauromaquia 2.0, que hasta vaticinaban la oreja, pero esta saltó por los aires tras pinchar a espadas.

Concluía Joselito Adame su periplo isidril de este año y a decir verdad que en esta última tarde no apareció ese torero que al menos pone entusiasmo. Su primero, una raspa, parecía manifestar cierta flojera. Muy corretón, no fue apenas castigado en el caballo, más en el reserva, al que se fue escapando para la segunda vara. Siempre muy suelto por el ruedo. Lo que resulta bastante feo es ver como no han acabado de irse los caballos y los banderilleros ya están con los palos en la mano, de la misma forma que no se ha acabado de parear y los matadores ya tienen la muleta montada. Que no hay prisa. Se lo sacó Adame a una mano, para ver si se le olvidaban momentáneamente sus querencias. Le costó confiarse, para ya decidirse por trallazos con la muleta al bies, alargando el brazo y continuar presentando el pico como si fuera un escudo o un arma amenazadora, que no al toro, sí al buen gusto en el toreo. Mucho enganchón y el toro aún andaba suelto por allí. Concluyó con bastante mala maña con la espada, con pinchazos y dos bajonazos para no contar. Consintió que su segundo deambulara en demasía por el ruedo, que si lo apartaron del picador de la puerta de cuadrillas, que no le ponen en el de tanda, que le dio lo que debía y una más, salió suelto. A la siguiente tampoco se le puso en suerte, fue al relance y del topetazo derribó al penco, para acabar recibiendo un leve picotazo. Muy suelto en banderillas, dónde se montó una capea en la todos cogían toro, los quintos del 98, los del 88 y hasta los del batallón de gastadores Almería nº 5. Estatuarios de inició con la muleta, a veces telonazos, para proseguir por ambos pitones. Pico y enganchones por el pitón derecho, brazo estirado citando muy fuera, largando tela por el izquierdo, además de enganchones un bajonazo, según dicen haciendo guardia, varios pinchazos y otra caidísima.

Pero lo fuerte, fuerte estaba por venir y llegó de la mano de Juan del Álamo, menos arropado que otras veces por sus paisanos a los que cambió por una gran mayoría de la plaza. Tengo que decir que me ha parecido menos moderno que otras tardes y que hasta ha hecho cosas de mérito; eso sí, lo de las orejas por las orejas y las puertas grandes a cuestas, eso ya es ir muy lejos. Por un momento parecía que se empleaba con sus toros solventando las dificultades que presentaban y acto seguido, casi inmediatamente, te soltaba un ¡Viva el vino! En plena jeta. Su primero salió paradito, como enterándose, amagando, suelto y se fue solito al picador de la puerta, pero fue notar el palo y salir espantado. Para entonces, los sabios transeúntes de Madrid protestaban al toro por su mansedumbre, estos que dicen que a Madrid no hay quién la entienda, pero ellos tampoco lo ponen fácil. Ya en el de tanda le dieron a base de bien y el de Alcurrucén peleaba con los dos pitones, aunque sin humillar. Se fue, volvió y ahora sí, fue notar la puya y otro respingo. Tuvo que entrar una vez más, para recibir un picotazo trasero, rectificado, del que también salió espantado, a terrenos que olieran a chiqueros. En los primeros muletazos el animal se quería marchar, pero le sujetó bien Juan del Álamo en el engaño. Continuó por el pitón derecho, tirando del pico, desde fuera y dejándose enganchar la tela, muñecazos y la pierna de salida muy escondida. Sin templar, con la zurda no remataba los muletazos, y siempre con esa costumbre de atravesar la tela. El mansito no se cansaba de embestir y concluyó el trasteo cómo lo comenzó, con ayudados por abajo, que precedieron a una entera desprendida. Aguanto el presidente, que no concedió una oreja muy gritada y como el usía fue malo, malote, pues una segunda vuelta al ruedo. Bueno, a hacer piernas. El trofeo no sé si será exagerado, francamente, pero lo de la segunda habría sido poner en entredicho todo lo hecho, aunque ese segundo giro tampoco está mal. Eso sí, los de las protestas por manso, se rompían las manos al ver arrastrar al toro. El sexto era una raspa en toda regla y por si faltaba algo, un manso de libro que no quería nada con nadie, ni en ningún sitio que no fuera la querencia de los mansos. Se revolvía en seguida en los primeros capotazos. No, esta vez no hubo protestas por la mansedumbre,  pesar de que era bastante peor este caso que el otro, pero igual ya alguien le chivó a media plaza que la mansedumbre no es un defecto, es una condición, mala, pero no para devolver a nadie a los corrales. Se hacía complicado sujetar a la joyita esta, le abandonaron cerca del caballo y se fue, siempre entraba con el freno de mano echado y cuándo tocó palo, tocó escapar desaforadamente. Aquerenciado en tablas, decía que el caballo para el hipódromo. Fue complicado desentablerarlo. En el de puerta al notar el palo, otra vez de escapada; vuelve, derriba y a correr. Al final en el cuatro y en este caso que era recomendable taparle lña salida y aprovechar la ocasión, no se la tapan. Complicadísimo tercio de banderillas, especialmente si el Pirri no estaba en su sitio a la salida del par. A este señor le quitas de ponerse a frenar a las mulillas para forzar las orejas y de presionar al presidente y ya se pierde. Primer arreón en los medios y del Álamo le sujeta. El toro muy violento. Le desarma, para volver a las tablas, una tanda arrebatada, pero aguantando, sin que esos mismos arreones le permitieran meter el pico, había que taparse. Quizá este inicio fue lo más meritorio del salmantino, incluida esa primera faena de las orejas voceadas. A partir de ahí, ya algo más centrado, volvió su toreo habitual, el moderno del pico, fuera de cacho y esas, pero no obstante, había que estar allí. Muy embarullado por el pitón izquierdo, de nuevo el toro para adentro y en los muletazos para afuera se lo pensaba, pero para adentro, ni por un momento. Faena enredada, a la que daba valor las complicaciones del toro. Con este no se podían esperar pinturerías, pero sí verdad, que en un principio pareció vislumbrarse. Y cuándo solo le quedaba un último recurso para rubricar esta pelea, la estocada, volvió con otro ¡Viva el vino! En forma de bajonazo infame que avergonzaría a un matador de toros, que no a Juan del Álamo, al que solo parecen preocuparle los despojos. Bueno, es una forma de entender esto, igual que los que con ese espectáculo de la espada tan caída, no se pensaron lo de sacar el pañuelo. Una corrida a la manera moderna, pero dejó ráfagas de otras formas, otros usos y otro entender todo esto, pero ya digo, que hasta dio el pego y todo.


jueves, 8 de junio de 2017

Si yo tuviera una escoba, cuántas cosas barrería


Si sale el toro, todo se revoluciona

Lo que a priori era casi una tarde de relleno, una tarde de transición, lo que se vio reflejado en la escasa asistencia a la plaza, se acabó convirtiendo en un ejemplo de lo que puede ser la fiesta de los toros, de esta fiesta que vivimos en la actualidad. Sale el toro, con sus cosas, con sus maneras, cada uno con sus comportamientos y tres señores que se empeñan en aplicarles la misma receta que a todos, beber mucha agua y paracetamol y si lo que piden es distancia y mano firme, gárgaras de agua con sal y bicarbonato.

Se anunciaban con estos de Rehuelga, Fernando Robleño, Alberto Aguilar y Pérez Mota y quizá se anunciaran estos tres espadas, porque a otros no les veremos en la vida con este ganado. Pero cómo diría aquel, con estos bueyes hay que arar. El primero no era del hierro titular y salió para Robleño uno de San Martín, gesto que es de agradecer que al menos se respetara la procedencia del sustituido. Ya en los primeros capotazos ni amagaba con meter la cabeza. En la primera vara, aparte de picarle traserísimo, el animal echaba mucho la cara arriba, un defecto que ya traía de casa y que el pica no hizo por apaciguar, que otra cosa es que lo pudiera haber conseguido. Tanto le picaba el palo, que hasta parecía que el darle la vuelta al caballo era para alejarse de semejante instrumento del demonio. Robleño quiso comenzar por abajo y el toro se vino al suelo, luego muchas carreras para recuperar el sitio, pico, cites desde fuera y el animal sin meter la cabeza. Quizá el espada se puso demasiado pesado, pues con prendas como este, lo único que se podría llevar es que le levantara y la verdad, no merecía lo más mínimo la pena. Su segundo, ya de Rehuelga, salió muy parado y perdiendo las manos. Fue al caballo al paso, para empujar solo por el pitón derecho, mientras el de arriba se empleaba a gusto, tapándole la salida. Un segundo puyazo desde lejos, frenándose antes de llegar al peto, para a continuación seguir en la pelea y seguir recibiendo castigo. Presto en banderillas y haciendo hilo con los rehileteros. El toro iba bien por ambos pitones, exigiendo en cada embestida un torero que le mandara y dominara y que le hiciera saber quién marcaba el camino, pero ese no fue Robleño, que se perdió en trapazos y más trapazos, muy ratonero, mal colocado, estirando el brazo exageradamente y sin tener nunca en cuenta las condiciones del toro y lo que este demandaba, concluyendo su presencia con un infame bajonazo.

Alberto Aguilar supo en seguida cómo venía la tarde. A su primero no fue nada más que darle unos capotazos desmarañados y atropellados para tener que darse la vuelta y ceder terreno hacia las afueras. Sin cuidar la colocación en el caballo, se le picó muy trasero, mientras el toro empujaba contra el peto. Le levantaron el palo, pero él seguía encelado en la guata. Si ya perdió una vez las manos en el primer encuentro, en el segundo puyazo volvió a caerse al topar con el penco, para continuar echando la cara arriba, sobre todo por lado izquierdo. Tras un mal segundo tercio, Aguilar comenzó citando de lejos, aguantando, pero atravesando mucho la muleta y echándose fuera al toro. Muletazos con el pico de la muleta, sin mando y obligado a recuperar el sitio a cada momento; uno de pecho estimable, pero que sabía a poco. Se limitaba a estar ahí, por uno u otro pitón, pero sin poder, mientras que el toro se le comía, se iba haciendo el amo, hasta que las fuerzas le hicieron pararse, lo que aprovechó el espada para seguir con lo suyo y que al menos pasara el tiempo. Pero el verdadero calvario vendría en el quinto, un torazo, como casi toda la corrida, largo y grandón, que como en el anterior, le hizo darse la vuelta de inmediato. Lo pusieron de lejos al caballo y se arrancó bien, pronto, para recibir un puyazo trasero, tapándole la salida, sin que se empleara demasiado el animal. Una segunda vez, bien puesto, en que se volvió a arrancar con ganas, de nuevo para recibir un puyazo, tapándole la salida. Aquí ya pareció reaccionar el de Rehuelga y se empleó más a fondo. Y un tercer puyazo, lo cual hay que agradecérselo a Aguilar, de lejos, con alegría, para que solo se señalara el puyazo en buen sitio, no hacía falta más. Ya en banderillas empezó a confirmar que pedía distancia y así pareció entenderlo el espada, que en la primera tanda así le citó por el derecho, solo acompañando el viaje. En un derrote seco le llegó al muslo a Alberto Aguilar, que más tarde hubo de pasar a  la enfermería. Pudo proseguir la faena, pero esa de las distancias ya era agua pasada, era lo que pedía el toro, pero no lo que el matador estaba dispuesto a darle. Ya muy encima, ahí el de Rehuelga iba peor, y le soltaron la retahíla habitual de trapazos y más trapazos, dejándose ir a un buen toro, al que despachó de un bajonazo. Se le dio la vuelta al ruedo, aunque si se le hubiera dejado ver en la muleta, es posible que la cosa hubiera sido mucho más rotunda, pero a veces las cosas vienen como vienen y el mérito no es darle la lidia que pedía el toro, sino estar ahí. Pues bien, ahí estuvo.

Desde el inicio parecía que el tercero tomaba el capote de Pérez Mota, fue bien de lejos al caballo, desde bastante lejos y con alegría, para recibir un puyazo trasero, tapándole: en la segunda vara lo dejaron más cerca, pero también se arrancó de buena forma, aunque peor que en el primer envite. No se le dio demasiado, mientras el cabeceo hacía sonar el estribo. Quizá habría estado bien un tercer puyazo, pero no lo consideró oportuno el matador. Ya con la muleta el toro entraba despacito y Pérez Mota se limitaba a acompañar el viaje, pasándoselo a una distancia más que prudencial. Cambió al pitón izquierdo, para comprobar como tomaba bien la muleta si se le corría bien la mano. Incluso ya avanzada la faena, el toro iba bien de lejos, pero el torero traía ya una idea de faena y parecía que no estaba dispuesto a cambiarla. Le salió otro torazo en último lugar, que en el caballo, aún yendo de lejos, cabeceó en el peto y no humilló y en la segunda vara, también desde lejos, solo se le señaló el puyazo. Si ya anteriormente se habría esperado un tercer puyazo, en este caso con más razón, a ver si así se aclaraban las posibles dudas. Hubo quién vio a este que cerraba plaza como un mejor toro que el anterior, que tuvo un mejor comportamiento en el caballo, a lo que quizá ayudó el que tomaba mejor la muleta, por momentos parecía que se toreaba solo, llegando a dar la sensación de que se comía a Pérez Mota, que desplegó un toreo al uso con pases y más pases, sin colocarse en su sitio, sin mando y dejando que el toro se le fuera yendo sin torear. Que en esta ocasión han sido estos tres toreros, pero es que es posible que con otros nombres el resultado hubiera sido muy similar, porque eso del dar pases y no torear es algo tan extendido. Pero ya ven sale el toro y parece como si se pusiera a tararear aquella cancioncilla de los sesenta: si yo tuviera una escoba, cuántas cosas barrería.


miércoles, 7 de junio de 2017

Me acordaba de los Victorinos… o igual no


Aquel espectáculo de los Victorinos en el caballo

Que si el hocico de rata, que si las alimañas tobilleras, que si hacían surcos embistiendo, que si la casta, que si se crecían en el caballo, que si… Tan lejos que parece aquello y lo que es peor, lo difícil que parece que pueda volver algún día. Cuándo salían público y aficionados llenos de entusiasmo y enamorados de un toro o dos o de toda la corrida, sin acabar de saber por cuál decidirse, cuál elegir. Lo mismo que ocurre hoy en día, pero con algunos parámetros sensiblemente cambiados. De no saber cuál elegir entre lo bueno, se ha pasado a no acaba r de saber cuál elegir, ni tan siquiera si se puede elegir alguno, pero por lo cortitos que se quedan estos Victorinos de Victorino jr. y familia. Porque además de comportamientos muy diferentes, de la alarmante decadencia de la casta en esta casa, nos encontramos con el inconveniente de la falta de presencia, de toros a los que incluso cuesta pasar el reconocimiento y una vez superado, en el ruedo aparecen anovillados, escurridos, con caras destartaladas que antes no lucían y hasta con esa flojera que hace que el caballo, en ocasiones, sea una pura pantomima, especialmente en comparación con los tercios de varas que protagonizaron en otros días los toros de don Victorino Martín Andrés, alias “El Paleto”, vecino de Galapagar, Madrid.

El gran debate era discernir si tal o cuál toro era malo o peor o si ese con aspecto de chiva rasposa y encornadura de alce iba a acudir a la muleta mejor de lo que dejaban ver o peor de lo que parecía. Rompió el fuego un primero, para Diego Urdiales, que realmente no tenía trapío ni para ponerlo en un belén. Salió rematando en el burladero y no había pasado casi del tercer capotazo, que se paraba y perdía las manos. Acudió andandito al caballo, para que no le picaran, soltando derrotes ya fuera con el palo apoyado en su lomo o en la grupa del penco. Se salió y volvió tímidamente y teniendo que realizar verdaderos esfuerzos para aguantarse en pie y ese leve raspalijón del picador ya contó como una entrada al caballo. Que buena forma de dejar ver al toro, que una colleja te la cuentan como puyazo. Capotes al cielo para sujetar al de Victorino que por allí andaba con un trotecito cansino. Urdiales le intentó probar por ambos pitones con la diestra y quedó claro que el animal ya se quedaba. Intento de sacarlo más allá del tercio, pero era absurdo intentar hacer nada con ese moribundo. El cuarto, otro en el tipo chiva, ya salió quedándose por ambos pitones. En el caballo, mientras el señor de arriba intentaba atinar de una vez con el palo, el animal hasta parecía que quería empujar y todo, pero querer no siempre es poder, para acabar pegando derrotes. Una segunda vara dándole distancia, arrancándose al paso, sin alegrías, para recibir un puyazo trasero del que se defendía dando cabezazos. E incluso hubo un tercer encuentro, caso insólito, aún a mayor distancia, se lo pensó bastante, pero aún así, se volvió a arrancar al paso, sin entusiasmo. Lo que no sé es si estas tres entradas al caballo pudieron hacer pensar que el toro era otra cosa de lo que fue en realidad. Ya en banderillas dejo ver su forma de embestir, se arrancaba para quedarse parado de repente, lo que mantuvo en el tercio de muerte. Arreón y frenazo, a lo que Urdiales respondió con un toreo de demasiadas proximidades, que igual no era lo que más le beneficiara al de Victorino. Le costaba un mundo arrancarse, los muletazos, por el izquierdo, de uno en uno y con la muleta retrasada, dando más la sensación de que se estaba dejando pasar el tiempo, que de pretender sacar algo en claro.

A Alejandro Talavante, por eso de no ser menos, le salió su cabra correspondiente, que tomó las verónicas de inicio, la mayoría rectificando, entre respingos. La verdad es que el público estaba con el extremeño, algo que se confirmó más adelante. Entro el de Victorino al caballo con un ligero cabeceo, continuando con mayor fijeza, mientras el del palo no acababa de atinar dónde picar. Aquí o atamos al toro o al caballo o a los dos, y así evitamos trances tan comprometidos a los picas. Pero también hay que entenderlos pues no ejercitan demasiado eso de tirar el palo, enganchar en el morrillo y aguantar los embates de los toros sujetando la vara con firmeza. Ya en el segundo puyazo, quizá por eso de que acudió al peto poco menos que a rastras, le costó menos atinar, justamente para no picar. Comenzó Talavante por abajo, sin tampoco abusar del castigo, para echarse la muleta a la izquierda y enjaretar una serie pasándose el animal a una distancia prudencial, citando desde fuera. El toro acudía como un corderito, como uno de esos que tanto gustan a los taurinos, despacito, sin estridencias y permitiendo que el maestro acompañara con despaciosidad el viaje. Si sería noble el toro, que el espada hasta se permitió el lujo de no abusar en exceso del pico, tomándose alguna ventaja más por el derecho, pasándoselo algo más lejitos. La cosa iba así que sí y cuándo ya acabó de despertarse el personal fue con una arrucina, que eso de flamear el trapo por detrás siempre gusta. Una entera muy trasera y caída, más un golpe de verduguillo desembocaron en una orejita. Pues vale, ya, ¿qué más da, despojo más que despojo menos? El quinto, un ciervo con una arboladura tan escandalosa como destartalada, salió quedándose y revolviéndose por los dos pitones, lo que obligó a Talavante a darse la vuelta, pero en cuanto pudo se apartó y les dejó el regalo al peonaje. No puedo asegurar si los caballos ya estaban en el ruedo, cuando el de Victorino ya daba muestras de no poder. Fue suelto al caballo y aquí no funcionó eso del ¡Vale, vale! Porque en los dos puyazos le dieron como para ir pasando, a lo que el animalito respondía dejándose hacer y durmiéndose debajo del peto. Seguía revolviéndose mucho, ofreciendo pocas posibilidades de hacer nada con él, pero quizá eso de que llegara el matador, le trapaceara vagamente por la cara y tomara la espada, ya era extremar demasiado las precauciones. Que creo que realmente el toro no tenía nada, pero, ¡hombre! Al menos un trasteo por abajo para dejárselo ver al personal y para que este también pudiera apreciar la capacidad como matador de toros de Alejandro Talavante, que ni tan siquiera se agarró a ese recurso de los toreros con vergüenza, el entregarse en la suerte suprema.

Acababa su feria Paco Ureña, que quizá no haya respondido del todo cómo se esperaba a las expectativas que despertó la feria pasada. Salió el Victorino rematando y con cierta tendencia a vencerse por el pitón izquierdo y hasta poniendo en apuros al de Lorca. En el caballo con la cara a media altura y mientras le tapaban la salida, tirando derrotes por el pitón izquierdo. Se empezó midiéndole el castigo, para en el segundo puyazo darle algo más, mientras el toro simplemente se dejaba hacer. Cortaba y bastante por el pitón derecho, por el mismo pitón que Ureña inició la faena de muleta, permitiéndole que le tocara la tela y aguantando el que le apretara por ese lado. Prosiguió con medios pases, sin rematar ninguno de ellos, dejando que el toro le siguiera tocando la muleta y recolocándose constantemente. Muy acelerado, daba la sensación de no poder mandar en las embestidas, sin quedarse quieto, retirándole la pañosa de repente, pegando tirones, sin templar, ni mandar. Vuelta al pitón izquierdo, achuchón comprometido, intento de abrir más al toro, pases con el pico y acabándolos hacia arriba. Cambio de manos por detrás y nuevo empellón del Victorino, amago de cites de frente y quedando la sensación de que aquel toro tenía más de lo que se hizo y sin que se le hubiera mandado en ningún momento, lo que quizá se reflejaba en ese no rematar atrás ninguno de los muletazos. Pero con todo y con eso, quizá el mal uso del descabello fue el que evitó una posible petición de oreja, pero eso ya es una apreciación personal. Al que cerraba plaza lo recibió con medios capotazos y pasito atrás, no le puso al caballo, prácticamente lo tiró, para que le hicieran la carioca y el pica aprovechara para barrenarle con ese pico, pero no quiero, que más que picar parece que están haciendo mahonesa en el lomo del toro. Se le aplicó bastante castigo en la segunda vara, para después de dejarse dar, empezar a tirar derrotes al caballo. En banderillas hubo un auténtico descalabro, con demasiadas pasadas en falso, pasadas dejando un palo, clavando hasta de tras de la oreja, entradas por detrás y con el toro correteando desordenadamente para todas partes. Inicio de faena por abajo a una mano, pareciendo por momentos que el toro era hasta tobillero. Derechazos acelerados, sin templar, dejando que el toro tocara demasiado el engaño, intentos de citar dando mucho el pecho, para al final quedarse fuera, coladas. El toro era complicado y el mérito era mantenerse ahí y el querer hacer lo que el animal no admitía, jugándosela de verdad. Era más lo que ahí se podía perder, que ganar. Intentaba Ureña torear con el pico, pero quizá eso era aún más peligroso y como prueba una colada por el derecho. Intentos de frente, achuchones, cuando aquello ya solo tenía un camino, acabar cuanto antes. Y al terminar la corrida, el juego ofrecido por los toros y lo desplegado por los tres matadores, me puse a hacer memoria de y creo que hasta me acordaba de los Victorinos… o igual no.

martes, 6 de junio de 2017

La espera tenía sus razones


Igual hay que seguir esperando a los de Dolores Aguirre

Llevábamos años sin ver lo de Dolores Aguirre en Madrid, una ausencia que no se entendía, pero que ha bastado su vuelta para entender el por qué de esos años sin anunciarse en Madrid en la feria. Toros sosos, algunos blandos y también los que cumplieron la primera parte del festejo, con la presencia más que justita. Eso s´, hay que decir en su favor que han aguantado el tercio de varas, que en los tiempos que corren no es poca cosa y que si no han lucido más, también hay que achacárselo a la poca pericia de los alternantes. Y no pretendo cargar desaforadamente contra la corrida, pues quizá también puede que algo tenga que ver en esta desilusión las ganas que había de volver a ver este hierro y lo que se esperaba de él, que no ha llegado a satisfacer ni mínimamente las expectativas. Quizá habrá quién me diga que compare con esas ganaderías comerciales, pero no, lo siento, la comparación, aparte de odiosa, no es posible, estamos hablando de cosas muy diferentes. Porque vale que ha sido una corrida sosa, pero al menos no ha sido ese tedio desesperante de los animalejos que se arrastran por el ruedo y que solo van a la muleta, siempre y cuándo no haya una muleta que les someta, pues entonces quizá no solo no se llegaría a esos 80 pases o más por faena, sino que a lo mejor no se llegaba ni a la media docena. Pero esto ya lo llevamos comentando toda la feria, la presente, la pasada, la otra, la otra y muchas más y lo que es peor, lo que nos queda en el futuro, el próximo y el más lejano, porque esto del medio toro es lo que nos viene sin tan siquiera permitirnos el recurso del pataleo.

Salió Rafaelillo con apariencia de dominar la tarde y a los pupilos de doña Dolores, pero una cosa es la apariencia primera y otra… Recogió a ese primero por abajo, intentando alargar la embestida, con capotazos largos, que a medida que el animal comenzaba a flojear, iban acortándose por momentos. Prosiguió con trallazos, que se tradujeron en que el toro perdía las manos; parece una ley no escrita, poca fuerza, ausencia de temple, caídas de los toros. Tardeó mucho en el caballo y no solo no se arrancaba, sino que confirmó su tendencia de irse suelto a toriles. Aunque trasero, se le picó a gusto. Se le puso de lejos para el segundo puyazo, pero eso no iba con él, que dio media vuelta para seguir de gira. Ya desde cerca volvió al peto y aunque daba serias muestras de no poder con su alma, siguió recibiendo leña. Muy pendiente de las tablas, siempre queriéndose ir, lo llevó Rafaelillo por abajo en el inicio de muleta, trapaceándole como si estuviera ante un auténtico barrabás. Banderazos y permitiendo que el perla este le tocara la muleta en demasía. De acuerdo que no podía con su alma, pero no era para hacerle eso. Mucho pico y sin parar de moverse en ningún momento, todo muy eléctrico y dejándole la muleta en la cara, lo que provocaba el derrote del de doña Dolores. Pero la mayor descarga fue la estocada que le propinó haciéndole guardia. No varió demasiado el panorama en el cuarto de la tarde, al que recibió con mantazos desaliñados, para después dejarle sin más. Mal puesto al caballo en la primera vara, en medio de las dos rayas, puyazo trasero, haciéndole la carioca, derribando a caballo y caballero, dando lugar a ese horroroso espectáculo del niño monosabio coleando al toro, cosa que desde hace mucho, hacen sistemáticamente y esta vez no podrá nadie decir que no fueron los toreros al quite, pues allí estaba Gómez del Pilar echándole el capote al hocico, pero lo de este mono es un vicio que no se le quita, quizá con una multa, o con varias, e incluso no permitiéndole salir al ruedo por una temporadita. Se le volvió a colocar al toro, en esta ocasión con una larga de su matador, para que el de aúpa se agarrara bien, midiendo el castigo a un toro que metía la cabeza abajo. Pronto en banderillas por ambos pitones, lo que quizá hizo que Rafaelillo decidiera comenzar citando de lejos, lo que noquiere decir que prolongara el viaje del toro. No había hecho más que empezar y ya estaba aperreado, acortando los muletazos, quitándole el engaño de la cara de repente, de nuevo de una forma frenética, sin correr la mano, dejando la tela en la cara, parándose a cada muletazo y desplegando banderazos, enganchones y desarmes. Un auténtico desastre, convirtiendo al toro en un imposible, algo que no es la primera vez que le vemos hacer al murciano y que quizá por esa reiteración, hasta puede que se le estén viendo ya demasiado las costuras.

Había quién esperaba a Alberto Lamelas, que en esta feria copia y pega de las de otros años con otra empresa, era una de las escasísimas novedades del serial. Le salió uno muy justito de presencia, con trazas de anovillado, al que recibió de una larga de rodillas. Muy corretón, buscaba los terrenos por los que saltó a la arena. Ya en los capotes amagaba con irse al suelo, pero iba aguantando, incluso tras esa cuchillada traicionera que recibió en la paletilla en la primera vara, de la que salió tambaleándose. En la segunda le taparon la salida y se dejó castigar de nuevo. A la salida ya sí que perdió las manos. El toro iba de lejos, pero no tenía la virtud de humillar. Muletazos acompañando, sin templar y el toro vuelta a caerse. Sin bajarle la mano, el animalito no aguantaba en pie y nuevas caídas, para acabar parándose. Muy pesado Lamelas, casi se ve cogido por culpa del viento, que le descubrió en un mal momento. El quinto que ya salió dejándose atrás una pata, acudió al caballo sin que nadie le hubiera fijado aún, amagó al pica y se fue suelto. Acudió con alegría al caballo para recibir un puyazo trasero, se salió y volvió de nuevo él solito, operación que repitió en el segundo encuentro, para concluir que cumplió en el peto. Ya en el último tercio, Lamelas le tomó por el pitón derecho, con mucho pico y colocándose muy fuera, para proseguir con la muleta más plana, llevándolo templado, pero con la pierna de salida retrasada. Empezó demasiado pronto a ahogar la embestida acortando distancias, cambiando al pitón izquierdo, por el que ya entraba con la cara alta y convencimiento ninguno, como si estuviera dando vueltas en una noria.

Recibió Gómez del Pilar a portagayola al tercero de la tarde, con otra larga de rodillas ya en otras latitudes y verónicas quedándose quieto por el pitón izquierdo, para incomprensiblemente perder el capote antes de rematar la serie. Bien colocado el toro en la primera vara, dónde le picaron trasero, tapándole la salida, con escaso castigo, mientras el animal quería plantar pelea. Le dejó muy lejos para el segundo puyazo, pero hubo que acercarlo más y aún así, el mismo toro se aproximó más, al pasito, para entrar en el peto andando. Ni se le picó, ni se empleó. Ya daba muestras de flojear en los primeros muletazos por ambos pitones. Demasiado pico y alargando el brazo, pasándoselo bastante lejos, pero con cierto templo. Trapazos con la zocata, para que el toro se acabara marchando al amparo de las tablas, una de arrimón y una oreja sin petición. Seguramente que tendría la esperanza de salir a hombros, pero el toro no estaba por ayudar. De nuevo a portagayola, pero en este caso el de Dolores Aguirre le esquivó, se desentendió del capote que le ofrecían y la larga de rodillas hubo de darse en otros terrenos. Muy suelto, se fue al caballo, del que salió espantado dando respingos al notar el palo. De nuevo le hacía pupa el palo y se retorcía tirando derrotes y pegando repingos para que le apartaran eso de encima. Aún no había podido ser picado, pero volvió en una tercera ocasión sorprendiendo al picador, que le agarró en mitad del lomo para lanzarle una sucesión de cuchilladas de mala forma. Y el troro seguía sin estar picado. Con la cara a media altura, esperaba a los banderilleros, doliéndose mucho, pero mucho, de los palos. La cosa no estaba clara y Gómez del Pilar se lo tuvo que pensar por dónde abordar aquel manso. Primeros muletazos con el pico y sin pararse quieto, para después ver como el toro iba tomando la muleta, incluso abandonando ese molesto defecto del calamocheo. Pero el matador no pudo más que querer dar pases y más pases, poniéndose pesado y aburriendo, para acabar embarullado y dejándose enganchar la muleta. Tres pinchazos y a por el descabello, desoyendo aquello de que se mata con la espada y ya con una estocada al menos, entonces sí, entonces a por el verduguillo. Y la de Dolores Aguirre no daba para más, que no fue mucho, llegando a entenderse esa larga ausencia de Madrid y se pudo comprobar que la espera tenía sus razones.

lunes, 5 de junio de 2017

Toros que no olvidan y toreros que no se acuerdan


La esperanza de los Cuadri se quedó en lo que se quedó

Al fin llegó la tan ansiada tarde de los Cuadri. Para muchos parece que es la primera y la última de la temporada, tanto borrego, tanto medio toro, tanto animalejo desfondado, que al final no queda otra que agarrarse a Cuadri, pero Cuadri no es el bálsamo de Fierabrás, ni la purga Benito, ni tan siquiera esas gotitas de aceite caliente que curan todos los males, Cuadri es una ganadería de bravo, que como todas, tiene sus altos y sus bajos y ahora parece que se está más cerca de esto último, aunque no seamos injustos y reconozcamos también el mérito a los toreros, que lo tiene y mucho. Nuestro reconocimiento a Robleño, Castaño y Venegas, que con su prácticamente nula capacidad lidiadora, la falta de sitio y disposición, han conseguido hacer aún peor la corrida. Quizá ellos estén más acostumbrados de lo que parece al toro que se deja mejer el dedo en el ojo, el pico en el otro, pegar trapazos a tutiplén, dejarle a su aire durante la lidia y que el animal no lo acuse; pero claro, estos mocetones de por allí abajo son otra cosa, a estos les haces una y te la guardan, les haces dos y te esperan y si les haces tres, se convierten en imposibles. Y eso a los buenos, así que a los que no son tan buenos. Imagínense ustedes.

Se repetía el cartel de otros años, con la misma ganadería y la misma terna, lo que empieza a parecer el cajón de sastre de la feria, los que no entran en otras combinaciones, a la de Cuadri, cuando quizá algunos no deberían volver a anunciarse jamás con este hierro, pues ya no es la primera vez que aunque suponga hacerles las cosas al revés de lo que pide el toro, ellos se empeñan en hacer siempre lo mismo o eso, simplemente lo contrario y si no, ahí está el señor Robleño, consumado especialista en destormar toros, especialmente de Cuadri. Con lo fácil que lo había tenido para que se viera que sus toros no eran un dechado de bravura. Pero el camino fue el de dejar que el primero se estampase contra un burladero, dónde incluso el toro se astilló un pitón o permitir que el picador le picara en la paletilla, tras una pronta arrancada al caballo. Ahí empezó a dar signos de no poderse sujetar demasiado bien en pie. No hubo opción en la segunda vara, el animal estaba desriñonado. En esas condiciones había que cuidarle demasiado y Robleño se limitó a tirar de trapazos destemplados con el pico de la muleta, para que al final ya sin poder dar un paso, echara la cara arriba, aunque el maestro insistía en darlos de uno en uno. Luego vino un pinchazo y un bajonazo. En el cuarto, quizá por la molestia del viento, cambió la lidia al burladero del seis. Salió el Cuadri pegajosillo y revolviéndose rápido. Primer puyazo trasero, mientras el toro cabeceaba bastante, lo mismo que en la segunda vara, dónde l echaba la cara arriba, ante un puyazo en la paletilla. La verdad es que el picador se empleó a gusto. Seguía molestando el viento en la faena de muleta, comenzada con airosos banderazos, sin pararse quieto, como si estuviera regañado con el toro. Mucho pico, demasiados enganchones y carreras en exceso, para desplegar un toreo ratonero, tratando de que colase por una faena épica, cuando no era otra cosa que el que el matador no acababa de tener muy claro por dónde tirar. Y mientras se embarullaba a placer, cada vez se acercaba más a toriles, para concluir de metisaca y otro bajonazo.

El primero de Javier Castaño, tras apenas tres capotazos, daba la sensación de que renqueaba de las patas, las manos de atrás según la terminología televisiva, pero si lo dejamos en las patas, igual nos liamos menos, ¿no? Fue a topar en el caballo que montaba Pedro Iturralde, que se agarró bien con el palo. El toro plantó pelea y a poco que casi derriba, pero el jinete supo defender y salvar su montura. Le pusieron más lejos en el segundo encuentro, tardeaba bastante, entre otras cosas gracias a la colaboración de los toreros que no paraban de moverse, mientras Iturralde intentaba llamar la atención del toro moviendo el caballo. Se acabó arrancando con cierta alegría, para volver a recibir castigo. Esperaba un poquito en banderillas, bien lidiado por Marco galán, con suavidad y pocos capotazos. El toro parecía que iba a ir en la muleta, pero el abuso del pico, las carreritas, el no parar quieto y el no aguantarle desembocaron en un injustificable encimismo que ahogaba las embestidas, en muletazos de uno en uno, más ese arrimón que parece querer ablandar los corazones, pero no. Un pinchazo yéndose de la suerte, más un sartenazo muy caído otro pinchazo más que no justificaba tomar el verduguillo, lo que a Castaño parecía no importarle demasiado. El quinto salió rebrincado y tras unos cuantos trapazos, se lo paró el peón. En el caballo rehusaba el caballo incluso a un palmo del hocico; finalmente le picaron trasero y apretando bien, haciéndole la carioca, mientras el toro mostraba fijeza y metía la cabeza, para acabar yéndose del peto. En el segundo encuentro le metieron entre las dos rayas, no permitiendo que se viera el efecto del prior puyazo en el comportamiento del Cuadri. Marronazo en la paletilla, le siguieron pegando bien, aguantando los arreones del toro. Con la pañosa en la mano, daba la sensación de tener poco clara la forma en que plantarle cara al animal. Tirones por el lado derecho, retirándole la muleta de repente, pero curiosamente en el momento en que le corrían bien la mano, más o menos baja, el toro alargaba el viaje. Pero la tónica fue la mano alta, desde fuera, tirando de pico y muy próximo a tablas, aunque la duda es si como refugio del toro o del torero.

José Carlos Venegas se las tuvo que ver con el que parecía el más pasado de kilos de todo el encierro. No paró quieto un momento en el recibo, no tardando en darse la vuelta perdiendo terreno hacia afuera, manifestando demasiadas dudas. Cumplió sin más el toro en la primera vara, dónde recibió de lo suyo y trasero. En la segunda se distraía, mientras los de los capotes tenían el baile de San Vito. Al final, cuándo fue lo hizo con la cara alta y derrotando en el peto. Al comienzo del trasteo mostraba un molesto calamocheo que lo hacía más peligroso ese solo acompañar la embestida y sin mandar en ella. Mucho trallazo sin rastro de temple. Un primer derrote por el pitón izquierdo al no bajar la mano, y otro, hasta que le enganchó y le pegó un revolcón, pero en lugar de intentar enseñarle a que humillara, hacía todo lo contrario. En el sexto se encontró con un toro que cabeceó en el caballo, aunque cuándo empujaba para afuera mostraba más fijeza. En la segunda vara cabeceó aún más. Muy mala lidia, nefasta, organizándose un auténtico desmadre en el segundo tercio, con una imagen poco edificante de los banderilleros. El toro estaba muy aquerenciado próximo a tablas, pero no había nadie que lo sacara de allí, dónde le siguieron haciendo mil perrerías .Fue protestado por inválido, pero curiosamente se caía cuándo le pegaban tirones con los capotes y en todo ese tercio de banderillas solo dobló las manos una vez. Quizá habría sido recomendable que el matador lo hubiera sacado de allí, pero optó por no cambiarlo de terrenos. No volvió a flojear durante toda la faena, a pesar de la multitud de trapazos. El animal parecía que hasta seguía el engaño, pero Venegas no parecía poder pasar de la pelea, sin correr la mano, soltando el trapazo, carreras, enganchones, muletazos de uno en uno, encimista y hasta pesado. Concluyó con un bajonazo más allá incluso de la paletilla. Cómo suele ocurrir cuándo aparece el toro, la diversidad de opiniones no parece tener límite, los hubo, los menos, que salieron encantados con la corrida, optimistas los ha habido siempre; los que todo lo vieron negro, que sin extremismos quizá se acercaban más a la realidad y los que se quedaron entre dos aguas. Si hasta los hubo que agradecieron la disposición de los coletudos, pero lo que está claro es que se trataba de toros que no olvidan y toreros que no se acuerdan.


Enlace programa Tendido de Sol del 4 de junio de 2017:

domingo, 4 de junio de 2017

Pero, ¿qué estamos criando?


Pero, ¿qué enseñan en las escuelas?

Una voz de sabia aficionada se echaba las manos a la cabeza a mitad de la novillada de Flor de Jara, quizá por los novillos marcados con este hierro que saltaron al ruedo, que por los encargados de ponerse ante ellos. Porque si estos últimos podían poner como excusa la mala condición de los toros, ¿qué podrían decir los seis que se fueron al desolladero? Que poquito tenían que echarse en cara los unos a los otros y los otros a los unos. Que es ver lo de Flor de Jara y acordarse uno de lo que fueron las novilladas de lo que procedía de Buendía y el lamento se escucha Sebastopol. Pero claro, es ver la actitud de los novilleros y acordarse de cómo venían antes los novilleros a Madrid y los de Sebastopol ya se empiezan a preocupar de nuestra salud mental, que a nada eligen al más cañí y motivado de la región y nos lo mandan para acá vestido de luces, a ver si así sacamos un poquito la cabeza. Que majos los de Sebastopol, ¿verdad? Para que luego digan.

Se anunciaban dos novilleros, uno Juan Miguel, que no es cantante, otro Alejandro Marco, que no es ciclista, y el otro, Ángel Sánchez, que no entrena al Coslada. Juan Miguel, novillero ya con años en el escalafón, pareció mostrar voluntad y como muestra ese irse a esperar al primero en los medios, por tafalleras. Bueno, la intención era buena. Un primer novillo que se pasó el tiempo derrotando en el peto. En los inicios de la faena de muleta, hasta parecía que Juan Miguel quería hacer el toreo, no torcía demasiado la muleta, parecía querer rematar los naturales, no estaba tan fuera de la suerte, ni tampoco escondía tanto la pierna de salida. Pero lo que parecía y no parecía se diluyó y tiró por los derroteros habituales de la modernidad, aderezado con los correspondientes retorcimientos, estos que no falten. A su segundo costó llevarlo al caballo, dos primeros intentos con huída entre respingos del animal al notar el palo. Dos veces más tirando derrotes, aunque sin apenas picarle. De nuevo el matador tomó la muleta, para limitarse a vagar en rededor del novillo, a veces presentándole la muleta, metiendo el pico y hasta la sombra de este, todo con tal de pasárselo muy lejos al de Flor de Jara. Se echaba la pañosa al izquierdo, no, mejor al derecho, casi que al izquierdo y en estas sufrió un revolcón cayendo sobre la cabeza y doblando de mala manera el cuello, pero que hizo respirar con alivio al personal al verle salir por su pie. Trapazos de los que el novillo se iba suelto, pero que provocó que algunos le pidieran la oreja, sin haber mayoría, y que el matador la paseara como si hubiera conquistado el Everest. Poco favor se haría si se creyera merecedor de esa oreja, aunque los gestos daban a entender que sí, porque pocas veces puede verse un novillero tan poco rodado, tan incapaz y con tan poco sentido de la autocrítica. Pues nada unas alubias y que aproveche esa orejita.

El segundo de la terna, Alejandro Marcos, según decía el programa de mano está a las puertas de la alternativa. Pues porque lo decía el programa, que si no, ni jurándolo se lo habría creído más de uno. Mucho capotazo para recibir a su primero, para acabar mandándolo al caballo al relance. Se agarró bien el pica, aguantando los derrotes del toro, pero la realidad es que no se le castigó apenas. Inició el trasteo a una mano, para seguir por el derecho, con muletazos de uno en uno, aunque ya para entonces los asomos de aplomarse del animal se concretaron en un marmolillo qu8e no quería nada con nadie. En el quinto, Alejandro Marcos andaba por allí, por dónde le parecía a él bien, pero fuera de sitio siempre. Medio cumplió el novillo en la primera vara, que ya no en la segunda. Trapazos ayudados para comenzar la faena, muletazos acompañando embestidas acemilares, más que de toro de lidia. Pico, carreras, achuchones, nada cariñosos, para acabar metido entre los cuernos, que el respetable agradeció con sus palmas, que más bien parecían premiar la incompetencia del espada, que no sus méritos lidiadores.

Volvía Ángel Sánchez, aquel novillero del que algunos dijeron cosas positivas en su reciente actuación en Madrid. Pero como no hay nada que el tiempo no aclare, solo ha habido que esperar unas semanas. Se tuvo que enfrentar a uno de doña Dolores Rufino, por devolución del titular de Flor de jara. Un becerrito bonísimo, que parecía esperar que salieran los quintos con sus mojigangas, pero al que el matador recibió con enganchones. Corretón, buscando los terrenos de toriles, costó llevarlo al caballo, que lo mismo el matador tiraba para el reserva, que para el de tanda, que aquello de cambiar la lidia parece que ya no lo cuentan en las escuelas, ahora es o a un extremo o al otro. Una lidia penosa, para al final no picarle. Faena a base de estar fuera permanentemente, después de cerrarlo en los terrenos del nueve. Muletazos acompañando, abusando demasiado del pico. Bajonazo y a otra cosa. Salió el sexto, que hasta hubo quién le ovacionó. Trapazos del madrileño, que de repente se esfumó de la lidia agazapado entre la multitud de capotes, dando lugar a lo mejor de la tarde y quizá de la feria, la lidia de Iván García, siempre en su sitio, con sentido de los terrenos, muy pendiente de la lidia y bregando con los capotazos justos y precisos. Poniendo al toro en suerte, que picado trasero empujó en la primera vara, para darle más distancia en la segunda. Lo dejó Iván en su sitio, marchándose rápido del toro, para no molestar. El novillo no iba, Teo Caballero, toreando con el caballo no conseguía provocar la arrancada. Se le puso más cerca, pero tampoco, siempre con pocos capotazos, los mínimos, los precisos. Pero no había manera, ya solo quedaba el picar y punto. Desde muy cerca y rebasando la raya de picadores, entonces sí. En el segundo tercio prosiguió el curso de cómo lidiar un toro, lo dejaba el subalterno en suerte con un capotazo, menos cuándo se aquerenció el novillo en las tablas y lo sacó de allí con dos largos, tirando y embarcando muy bien la embestida, sin un mal recorte, siempre alargando el viaje, por abajo, listo para banderillear. Se le obligó a desmonterarse, pero incluso en ese momento el torero estaba en lo importante, en el novillo. Luego el matador se limitó a lo que ya es norma, a querer dar pases y más pases, sin mando yendo dónde el de Flor de Jara quería siempre camino de chiqueros, siempre a favor de su querencia. Y es que, que lejanos resultaban los Bucaré, los Buendías de los proceden estos del seis apuntado, casi tanto como los novilleros distan de la idea que en otros tiempos se tenía de los que un día querían ser toreros. Como decía esa aficionada a media corrida, pero, ¿qué estamos criando?

sábado, 3 de junio de 2017

Si te roban la patria, si te roban tu ser


Otros no tan artistas, ni tan amanerados, ni tan sublimes, sí vieron cómo se les entregaba Madrid

Bueno, pues Madrid ya casi desapareció, se adueñaron de sus piedras las huestes transeúntes que pisan el verde, arrancan las flores de tus jardines y arramblan con la casa común y con el ser que aún diferente, único e incomprensible para tantos la hacía ser codiciada y deseada, aunque fuera a la fuerza, porque era el deseo de los muchos, que arrasaron con la entrega y el verdadero amor de los pocos. Los triunfos en Madrid, ya fuera junto a la Puerta de Alcalá, en Goya o en las Ventas, eran los más deseados y los más grandes, porque los logrados con la aprobación de aquellos díscolos, pero fieles; duros, pero entregados; incomprensibles, pero diáfanos, eran los que mejor sabían, los más dulces y los más sabrosos, los que hacían engallarse a los héroes. La conquista conllevaba entrega sin reparos, no el tomarla como los piratas se hacían con sus botines a la fuerza, porque ellos eran más y despiadados; no les importaba lo que dejaban atrás, solo las joyas y los cofres rebosantes de ducados de un reino ajeno al que despreciaban. Y esa es la sensación que me queda, que quienes desprecian la plaza de Madrid corren a llevarse el botín de un triunfo, sin preocuparles si es merecido, honesto con la fiesta o si es gracias a que las hordas de piratas superan en número a los que solo a aman una cosa más que a la plaza de Madrid, a la fiesta de los toros.

Que ya llevábamos tiempo cocinando triunfos y puertas grandes es algo que no se le escapa a nadie, quizá solo faltaba saber los nombres. Ya nos anunciaron que se llegarían a las quince puertas grandes, como si eso fuera lo importante para el aficionado, aunque sí para los piratas de los Siete Mares. Los caballeros querrían conseguir el amor incondicional de su amada, estos solo poseer el cuerpo de quién desprecian, quizá porque no llegan a tener la capacidad de entenderla. Nos habían anunciado un encierro de Garcigrande y Domingo Hernández, pero al final nada se ha sabido de lo primero y ha salido al completo de lo segundo. Ponemos dos y así a ver si entre dos hierros juntamos seis para Madrid. Ya ven, si hubiera sido solo de Garcigrande, el señor empresario se habría visto obligado a devolver la mosca al que lo hubiera solicitado, pero con estas trampas, al final no ha pasado nada. Nos quedamos solo con lo de Domingo Hernández. Y lo que es la vida, no hay tarde que no nos cuenten, incluso exmatadores de toros, y digo ex, porque creo que lo dejaron de ser hace mucho tiempo y no precisamente cuándo se cortaron la coleta, que los toros grandes son un imposible inaceptable a desterrar de nuestra fiesta, salvo si al ganadero parte del sistema le conviene, claro. Pero es que resulta que los de don Domingo hasta han ofrecido la posibilidad de triunfo a los señores coletudos, entre ellos el gran prestidigitador de la Tauromaquia 2.0, don Enrique Ponce.

Por la confirmación de Varea, a Ponce le tocó el segundo de la tarde, un grandullón que pasaba las 50 arrobas de largo, al que veroniqueó el valenciano no sin echar el pasito atrás en cada uno de los lances, con ese disimulado resbalar hacia atrás la pierna de entrada. Mientras el animal se apoyaba simplemente en el peto el pica tampoco hacía por apretar en exceso, aunque hay que reconocer que al menos le picó. En la segunda vara lo dejó entre las dos rayas, para esta vez ya no picar. Comenzó el trasteo de muleta por abajo, sufriendo un desarme. Muletazos abusando descaradamente del pico, llevándolo muy por fuera, empalmando pases, con lo que eso enciende a las masas. Más pico aún con la zocata, mano que nunca ha manejado con especial destreza, ya desde los tiempos en que jugaba a las chapas. Ese mismo pico era el que al no dominar las embestidas, le obligaba al maestro a recolocarse constantemente. Una faena en tablas, que tras un pinchazo y una entera muy caída precedió a la primera orejita. Su segundo, que con el sexto fueron los únicos que no brincaban por encima de los 600 kilos, con unas velas que impresionaban, también fue recibido con verónicas rectificadas, que causaron el mismo efecto en el público, el desmadre multitudinario. Le taparon en el primer encuentro con el caballo, sin apretar ni el de arriba, ni el de abajo, mientras Ponce merodeaba por allí, por dónde Dios le daba a entender, que no las normas de la tauromaquia para una buena lidia. El animal perdía las manos y el maestro, que para eso es el que manda, se atrevió a echarle el capote a ver si el usía también se percataba de la merma física del de Domingo Hernández y se lo echaba para atrás. Pero como fue que no, en la segunda vara el de aúpa se desquitó. Comenzó a una mano, siempre manteniendo esa distancia prudencial entre el hombre y la bestia, empleando el pico y estirando el brazo lo que fuera menester: Pedía calma el matador al impaciente público que le pedía que dejara de trampear. ¡Por favor! Tanto atravesaba el engaño, que el toro se le iba al hueco una y otra vez. Cambió al pitón izquierdo para deleitarnos entre enganchones y carreritas. Vuelta al derecho y más de lo mismo, pero en lo que unos veían incapacidad y truco, otros veían hazañas y heroicidades de una divinidad. Bueno, cada uno es cada uno. Pico, medios pases quitando el engaño de golpe, una de meterse entre los pitones con pases vulgares, de plaza de por ahí lejos. Muy perfilero, muleta atrás, pico y la locura. De nuevo pinchazo y entera muy trasera y tendida, pero todo lo anterior dio igual, otra oreja, para que el señor Ponce se pudiera pasear entre gestos y ademanes que pretendían ser ceremoniosos, pero que resultaban algo un tanto diferente. ¿Estará orgulloso el señor Ponce? Pues seguro que sí, faltaría más, pero eso no quita para que muchos hayan sentido que los piratas llegaban a su puerto y les arrebataban la honra, arrastrándola por el suelo entre el jolgorio de la soldadesca invasora.

Hacía segundo David Mora, que a pesar de orejas o no orejas, se ha marcado una feria como para no recordarla demasiado, quizá mejor que la olvide cuanto antes. Le tocó primero el más pesado del encierro, que aparte de otras cosas tenía kilos de más. Salió corretón, fijándolo a los capotes Antoñares. Primer puyazo al relance, en mitad del lomo, castigándole, mientras el de don Domingo solo se empleaba con el pitón izquierdo. Solo cuándo le levantaban el palo se aplicaba metiendo los riñones. Una segunda vara y el toro, encelado con el peto, aún volvió por su cuenta. Apretó mucho en el segundo tercio y el público, muy entregado él, hizo saludar a Ángel Otero a pesar de no clavar los dos palos en su segunda entrada. Brazo largo, echando fuera al animal en cada muletazo, con mucho pico, pero sin causar David Mora el mismo efecto en la masa que su predecesor. Igual por un pitón que por el otro, mientras iba dando la sensación de que al matador se le estaba escapando un toro que ofrecía otras posibilidades que no esa retahíla de pases ventajistas. En cambio, en el recibo de capote al quinto, Mora encogía los brazos, sin alargar las embestidas con vistas al resto de la lidia. Sin poner el toro al caballo, acudió desde dentro y fue sentir el palo y liarse a tirar derrotes. En el segundo encuentro, más de lo mismo, aparte de repucharse. Ya en la muleta, mucho enganchón, pico, carreras y más enganchones, alargando el brazo y sacando el culo. Faena aburrida vulgar por momentos, para acabar entre los pitones, pegando tirones, Entera traserísima, de la que quedó el torero prendido entre los pitones, afortunadamente sin aparentes consecuencias.

Confirmaba Varea y no solo la alternativa, algunas cositas más, como el que puede que no estuviera precisamente para esa confirmación. Le costó hacerse con el primer grandullón, al que se picó al relance. Solo tiraba cornadas por el pitón izquierdo, se fue suelto, no se le picó en el segundo puyazo, tiró derrotes, para volverse a ir suelto. Sin picar, hasta daba la sensación de que le faltaba un picotacito más. Doblaba las manos al comienzo de faena, a lo que contribuyó aún más los tirones y trallazos sin temple del castellonense. Muy fuera, estirando mucho el brazo y pasándose el toro muy lejos, con la ayuda del pico de la muleta. Dejó que le punteara demasiado el engaño, más enganchones y complicaciones con los aceros, llegando a once descabellos. Muchas dudas en el sexto, al que permitió irse suelto al caballo, al hilo de las tablas. A punto de derribar, pero en esta ocasión Pachano supo defender su cabalgadura, picando en buen sitio, Quizá la próxima vez, cuándo al personal ya le suene su nombre, le ovacionarán por picar, aunque ahora se lleva el hacerlo por no picar. En la faena de muleta el toro se arrancaba muy descompuesto, cosa que el matador se mostrara muy poco seguro. Pases y más pases, mucho enganchón, ante un toro que cuándo veía la puerta de toriles al fondo se arrancaba sin pensarlo. Se fue haciendo el dueño y a los defectos que ya tenía, hubo que añadir el calamocheo, quizá porque nunca se le mandó. Solo mostró un toreo más pausado, que no templado, cuándo el de Domingo Hernández ya casi no tenía fuerzas y caminaba muy lentamente. Al final varea se puso demasiado pesado y más con las ganas que tenía el personal de la fiesta de la salida a cuestas de Ponce, les daba igual cómo, solo querían cobrar su botín y con urgencia. No se había entregado la plaza, la habían ocupado y lo mismo les daba todo lo demás. Otros en cambio pensaban en qué les quedaba, adónde agarrarse si te roban la patria, si te roban tu ser