lunes, 10 de julio de 2023

Vociferar el destoreo

Torear es mucho más que pegar alaridos delante del toro y si para esto ha habido que esperar catorce años, podíamos haber seguido esperando.


Esto que ahora los más chic llaman tauromaquia, esto que parece definitivamente apartar a un lado eso que los clásicos llamaban los Toros, tiene unos registros indescifrables para los que no se manejan con esto de la modernidad. Que habíamos visto muchas maneras de intentar cortar despojos en una plaza y que ahora no nos vamos a poner a enumerarlos, porque, ¿para qué tanto padecer? Pero en la tarde veraniega de las Ventas ha aparecido algo que algunos no habíamos vivido a los niveles a los que lo ha llevado Calita, diestro mexicano que en esta tórrida tarde se ha presentado a confirmar la alternativa casi catorce años después de que se doctorara en su país. Eso, que las prisas no son buenas para nada, aunque tampoco hay que dormirse. Y esos niveles elevados a las nubes no se crean que ha sido de valor, conocimiento de las suertes, la lidia o tan siquiera variedad en quite, lo que ha reventado han sido los decibelios. ¡Qué voces! Cuánto gritar y lo que es peor, “pa na”; bueno, sí, para enardecer a los partidarios, que los debía haber y a su vez, vociferando aquí y allá, para tapar el profundo y vulgar destoreo que ha practicado desde el primer instante. Pero ya les digo que con todo lo que ha berreado, que ha sido mucho, se ha quedado corto para tapar tanta mediocridad y tanto teatro. Que habrá quién se moleste porque se hable así de un torero supuestamente modesto, que exigirá respeto hacia el hombre que se viste de luces, pero, ¿y ese respeto que él debe lo primero al vestido de torear, al toreo, al que paga y al toro? Porque todo eso lo ha arrastrado por la arena de Madrid.

Una corrida de Román Sorando impecablemente presentada, con comportamiento dispar, pero que ha mantenido la atención del público, incluso con las voces que podían despistar, pero no. De salida todos parecían querer enterarse lo que pasaba allí, querían enterarse de qué iba aquello en el que un señor berreaba y los otros dos hacían lo que podían. El primero metía la cara ya en los primeros encuentros con el capote, manejado por un Calita que no paraba quieto. Peleó con fijeza en el peto, aunque curiosamente se dolió en banderillas. En el último tercio continuó queriendo coger los engaños y a veces hasta los cogía, por impericia de Calita, que estaba a otras cosas, quizá a pedir una oportunidad en un coro de variettes. Muletazos levantando la mano, trapazos sin asomo de temple y mucho menos de mando, empezando a dar la sensación de que el toro se le iba. Con la zurda, a lo más que llegaba era a echárselo para fuera con los consabidos enganchones. Y enseguida, pues a darlos de uno en uno y a meterse entre los cuernos, eso que gusta tanto en las plazas de carros y que alguno que otro, quizá amigo, aplaudía con entusiasmo. Cobró una entera contraria y los fieles decidieron sacar los pañuelos y berrear, que será el sello de la casa Calita, haga lo que haga, grite. Que el maestro no esperó ni a que alguien le agradeciera la labor con palmas, ni mucho menos, salió a cuerpo gentil y se dio un garbeo por el ruedo. Que no había corrido lo suficiente recolocándose permanentemente en su toro, que aún quería estirar un ratito las piernas. En su segundo, otro torazo que de salida se emplazó esperando a que alguien le diera las buenas tardes, mientras ya se entretenía en escarbar, quizá buscando unos tapones para los oídos, por lo que se le pudiera avecinar. Mal y poco picado, cabeceó en el peto y siguió escarbando, pero no cuando se trataba de ir al caballo. Luego se dolió en banderillas y ya en el último tercio, los tapones, ¿dónde estarían los dichosos tapones. Inició Calita el vociferío por el pitón derecho, siempre con el pico y con demasiadas prisas, levantando la mano entre grito y grito, un desarme muy gritado, trallazos y más trallazos y de nuevo berridos, perdón, trapazos de uno en uno, al más puro estilo talanquero, carreras, pico, sin rematar jamás de los jamases, para acabar metido entre los cuernos, que imagínense lo que habrá sido para el pobre animal de Román Sorando, que además de trapacearte con eximia vulgaridad, te peguen de voces en las orejas. Un solemne bajonazo y allá que se fue el gran Calita, a pegarse otra vuelta por su cuenta, con pamema incluida de coger un puñado de tierra de Madrid para besarla, mientras los habituales de las Ventas se tiraban de los pelos ante semejante descaro y… Bueno, que luego hay quién se me molesta porque no alabamos a los supuestos toreros modestos, pero si no volviera por aquí, seguro que entre unos cuantos le mandamos un trailer con arena de las Ventas y cuando haya acabado de besuquearla toda todita, allá para el veinticinco aniversario de su confirmación, pues que vuelva a por otro cargamento. Y de regalo, yemas de Santa Teresa, anchoas, miel y limón, porque esa voz hay que cuidarla. Lo de torear… a san Judas, patrón de los imposibles.

Volvía a Madrid un torero que en otro tiempo hasta actuaba en la feria de mayo, Joaquín Galdós. A su primero le recibió con lentitud, pero si torear. Mal picado, muy mal picado, no quería caballo, que o bien cabeceaba o hacía intentos de querer marcharse, repuchándose sin rubor. Parecía que el trasteo podía empezar con bien, por abajo, un trincherazo con cierto gusto, pero hasta ahí duró la ilusión. Toreo deslavazado, intentando acoplarse para no acoplarse, pico, tirando líneas, para proseguir más merodeando que intentando torear, a ver si cazaba un muletazo, recolocándose constantemente, trapazos de uno en uno, anodino y si además no gritaba, ¿cómo nadie se iba a entusiasmar? Que así no hay manera, o gritas o nada. Su segundo salió suelto y buscando su querencia hacia toriles, plantándose en terrenos del cuatro. No se le picó, si acaso… es que ni regañarle. Defendiéndose en banderillas y claramente tirando para tablas, pero aún así, con toreo hasta parecía ofrecer posibilidades para el espada. Pero un capote inoportuno le estrelló contra un burladero y ahí el toro ya fue otro, de lo que podía haber sido, nada, parándosele demasiado pronto, mientras Galdós intentaba acoplarse y acoplarse, ver si así, si por aquí, pero el peruano no ve nada, muy fuera de todo. Demasiado apático, anodino y sin recurso alguno y esto ya no era cuestión de gritar, para lo que también hay que tener ánimo y Galdós, mucho no parece tener.

De nuevo David de Miranda, un torero tratado injustamente en los últimos tiempos y que tenía a la plaza muy a favor, quizá deseando empujarle para volver a ver a aquel que antes de la pandemia triunfó en esta plaza. Tarde irregular la del onubense, sin acabar de llegar. Recibió a sus dos toros manejando el capote con mucha eficacia, sujetándolos y fijándolos, evitando esas carreras y capotazos que hacen más mal que bien. Desafortunado después en la lidia, no cuidando el poner el toro en suerte en el caballo. Poco castigo en su primero, que esperaba un tanto en banderillas. Se le quedó corto muy pronto en el último tercio y de Miranda tiró de repertorio entre los pitones, con muletazos de uno en uno que decían más bien nada. El mulo ya no daba un paso y el espada insistía en el arrimón ante un marmolillo que no tenía ya nada. En su segundo, el sexto que cerraba la tarde, de nuevo eficaz en el recibo, pero no muy vistoso. En el caballo hubo que ponerlo muy de cerca, empujaba mientras le tapaban la salida y con fijeza, pero al final se marchó suelto. En el segundo tercio esperaba y hacía hilo con los banderilleros. Lo citó desde los medios pasándoselo por la espalda, por delante, muy quieto, pero como alguien le gritó, porque aquí ya grita todo el mundo, que ahora a torear. Y hubo tandas y más tandas, pero sin rematar ningún muletazo atrás, con la izquierda tirando con la uve de la pañosa, para acabar de nuevo entre los cuernos. El toro seguía el engaño, pero ese no rematar y en consecuencia ligar hacían que diera la sensación de que el toro se estaba yendo sin torear. Será el toreo moderno, medios pases, sin profundidad, alargando demasiado el trasteo, para cerrar con unas manoletinas sin moverse y solo para adelante, que ya parecían fuera de guion. Decidió darse una vuelta al ruedo, excesiva y sin venir a cuento, sobre todo si echamos cuentas del toro. Pero más de uno salió de la plaza, aparte de la presencia y variado comportamiento de lo de Román Sorando, que ahora viene una nueva moda de allende los mares o incluso desde mucho más cerca y es que para llegar al respetable, aparte de otras muchas barbaridades modernistas hay que vociferar el destoreo.

Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:

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miércoles, 5 de julio de 2023

Un mercedes blanco en la feria del “ganao”… de Madrid

Dicen que no hay toros para Madrid, pero... y si lo que no hay son toreros que puedan de verdad con el toro, con el que sí que sale en otras plazas.


Solo los que ya tengan una edad considerable, y más que considerable, recordarán una cosa que se celebraba en la casa de campo de Madrid y que congregaba por unos días a todo el mundo mundial, La Feria del Campo. Allí lo mismo te daban café de Colombia, que caña del trópico, que embutido de Salamanca, lo que quisieras y además, no podía faltar, un gorrito rojo de cartón del Flan Chino Mandarín. Y por supuesto, como feria del campo, había ganado, gallinas e Guinea, pencos de tiro, pura sangres de paseo, vacas limusinas, charolesas, suizas, holandesas, de un tamaño espectacular, de esas que no cabían en un camión, que había que llevarlas en dos camiones. ¡Espectaculares! Que algunos añoramos aquellos días de caminar y caminar, de comer tortilla y filetes empanados y sobre todo, que éramos niños y nos llevaban nuestros padres, lo que daría por que mis padres me volvieran a llevar aunque fuera a la luna. Pero parece que otros también echan de menos esa feria y se han propuesto reverdecer aquellos laureles rurales de años pasados. Y si no se lo creen, dense un garbeito por las Ventas; no hace falta mirar mucho, vayan el día que vayan, allí nos tiene el señor García Garrido montada su particular Feria del Campo. Que muchos no saben valorar sus esfuerzos, lo que apena profundamente a este señor, que se siente un incomprendido. Con el empeño que le pone y aún…

Que ya les digo yo que aún habrá a quién no le parezca bien esta evocación al pasado muy pasado, pero ya lo decía el otro, que hay gente “pa to”. Que tampoco es algo improvisado, que aparte de ensayos en temporadas, esta ha impuesto esa permanente exposición de ganado variado, desde el mismo inicio de la temporada. Perdón, hablo de variación de ganado y ahí tengo que pedir disculpas y rectificar. Variación de hierros, porque el ganado, salvo rarísimas excepciones, es todo de lo mismo. Que en los programas de mano ya te tienen que poner a quién le hicieron una de las últimas compras, porque si ponen la procedencia real, igual le gastaban el nombre a don Juan Pedro Domecq y habría que empezar a llamarle don Pedro el del arte y los artistas. Que ya digo que esto no es casualidad, que ya empiezan a dar pistas cuando en los carteles te anuncian tres de un señor y tres de otro, cuando no son tres y tres, o los que consideren, del mismo señor. Que luego te cambian uno solo y ya tienes tres hierros; y que no devuelvan uno a los corrales, que entonces… Y si devuelven dos… la fiesta del corcho, que el del tablón que sale a mitad del ruedo se tiene que volver tarumba. Si es que tiene que tener más hierros en cartera que los altos hornos de Vizcaya.

Pero lo que el señor García Garrido no tiene muy ejercitado es eso de que rectificar es de sabios. Que la cosa, esta feria del campo venteña, va de mal en peor y él, erre que erre. Que dice que son sus asesores, pero… ¡Hombreee! Pues igual habría que cambiar de asesores y no seguir ahondando en la herida. Que unos se ofenden y se rasgan las vestiduras porque consideran que la plaza de Madrid no podía caer más bajo, pero tranquilos, que solo hay que esperar al domingo siguiente para darse cuenta de que sí, de que todo puede empeorar y de qué forma. Que esta situación a unos les indigna, a otros les deprime, a otros les hace sentirse cada vez más apartado de esto, que a otros les dan ganas de cortarse… el flequillo. Pero también los hay que se ofenden de que haya algunos que protesten y manifiesten esa indignidad. Claro, faltaría más. Esto es como la alarma de un banco, ¿a quién molesta más y hacen todo lo posible para silenciarla? Efectivamente, a los del butrón, la media en la cabeza y los que tienen el coche esperando con el motor en marcha. Pero no tengan cuidado, que podrán cenarse las Ventas, podrán beberse el mar, darle aire a los moqueros y dar vivas y más vivas, que eso sí que se puede, a precios de vergüenza, ‘pero es que el jolgorio hay que pagarlo. Que todavía habrá alguien que espere que de esta feria del ganado salga un día un toro que…, un toro así o asao, pero eso es como esperar que te toque la primitiva con un boleto caducado. Que nos vendrán con esa cantinela que ofende de que no hay toros para Madrid, aunque más bien se podría decir que no hay los toros que ellos quieren, al precio que ellos quieren o regalados, como ellos querrían, porque en Pamplona, sin ir más lejos…

Pero la realidad es que con esta gente, ni a la vuelta de la esquina. Se les llenaba la boca a unos con que si eran abonados desde… quizá desde que se celebraba la feria del Campo de Madrid, otros con que venían a revolucionar la fiesta, la “taugomaquia”, otros que si venían a defender no se sabe el qué y que nos hace pensar que ya pocas defensas va a poder soportar la plaza de Madrid. Porque hablamos de la empresa de Plaza 1, pero, a todo esto, qué tiene que decir la Comunidad de Madrid y su Centro de Asuntos Taurinos? ¿Se han mirado aunque fuera por casualidad, uno solo de los carteles programados por esta empresa? De nuevo mis disculpas, ¡qué ingenuo es servidor! Claro que los miran, los miran, los remiran y los hacen suyos. Y entre todos han conseguido ese gran logro: hundir la plaza de Madrid hasta los sótanos enfangados de la fiesta, llevándolos a límites que ni el más optimista de los antitaurinos podrían imaginar. Y mientras, como si fuera el tío Eustaquio, con su faltriquera al cinto llena de billetes y haciendo realidad el cántico de Kiko Veneno, ahí está el señor García Garrido en un mercedes blanco en la feria del “ganao”… de Madrid.

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domingo, 2 de julio de 2023

Tratado de “Tauromaquia” del s. XXI: y VI La torería

La torería nunca puede recordar a un ligón de discoteca por momentos, hasta soez.


Cienfuegos Aguado, Catedrático en Arte Abstracto en la Universidad de Chesterton, Virginia del Sur, aborda un aspecto de profundo calado y que se maneja a veces con ligereza y quizá sin ajustarse a lo que muchos creen, pero que él aclara en pocas líneas:

Nos encontramos con un aspecto que provoca cierta controversia, o mejor dicho, la provocan esos anticuados que creen que esto de la “Tauromaquia” es… en fin. Hablamos de la torería. ¿Qué es un torero sin torería? Un mindundi de chichinabo, un caballero sin afición. La torería es mucho más y lo que es peor, o se tiene o no se tiene.  Con la torería se nace, esta no se hace. A un crío no se le puede enseñar, eso sí, se le puede potenciar. A un chaval que está empezando se le puede incentivar aconsejándole con conceptos claros y concisos, como: “Véndelo”, “Bieeeen torero bieeen”, “date importancia”. Y a partir de ahí, luego que cada uno. Pero estos son solo los inicios. A partir de ahí será el ejecutante el que tenga que desplegar toda su torería.

La torería debe empezar por saber elegir los terrenos, porque en esto del toro, los terrenos y su sabia elección es algo vital. Si lo que se pretende es crear las condiciones óptimas para el triunfo, uno debe elegir los terrenos próximos a los paisanos, a la familia, porque estos nunca te abandonan… bueno, casi nunca. Y ya en esos lares, lo que toca es levantar mucho la cara mirando a los parroquianos, bien con una enorme sonrisa, o si le caso lo requiere, poniendo una cara de solemne altanería, así como con desprecio, con mucho desprecio, que los públicos del momento tienen una capacidad infinita de aguantar desprecios casi procaces, que además reciben con glorias y alabanzas. La torería en estas requerirá que el ejecutante airee mucho las telas.

Pero hay veces que el toro no está para festejos, quizá debido a que el ejecutante se encuentra en un mar de dudas y no sabe por dónde meterle mano. En ese caso, y contando con la complicidad de paisanos, familiares y los que se acoplan con ellos, lo mejor es encararse a los que no están de acuerdo con su arte supremo aireando las telas. Esto suele ser definitivo. A los discrepantes se les pone cara de asco, de mucho asco, con el toro a una distancia suficiente para que no quiera intervenir en la representación, claro. Los discrepantes es probable que respondan, que con uno que no aplauda ya es suficiente para mentarle a lo más grande. En este preciso momento los paisanos, familiares y los que se acoplan ya no estarán en otra cosa que en que aquello termine, pedir despojos a dos manos y sacar a cuestas a su ídolo de luces. Que luego es probable que no recuerden nada, pero al menos se han pasado un rato bueno. Y, ¿por qué? Por la torería. Aunque hay que ser muy preciso en esto de la torería, pues si quitamos el traje de luces, el entorno de una plaza y el vocinglerío de los paisanos, familiares y los que se acoplan, podría más parecer el ejecutante un macarra arrabalero que te exige el parné con ninguna cortesía.

La torería se adereza con múltiples detalles que solo los más avezados y adeptos a la sensiblería de la “Tauromaquia” del s. XXI pueden percibir. Andar desubicado en los dos primeros tercios, porque claro, el ejecutante está en sus cosas, en me coloco el capote, en que me da por torear de salón y si acaso en un momento dado sacudo la manta. Torería es hacerse la toilette antes de tomar los trastos y cuando se cambia la espada de mentira por la de verdad, acompañando el momento por unas flexiones aquí y allá. Torería es brindar un toro, así con poses como si se fuera a bailar el zapateado de Sarasate, tirando la montera con tal desprecio, como si esta pinchara. Y si cae bocarriba, pues se le da la vuelta; eso es de lo más celebrado en el mundo mundial; mucho se tiene que torcer la cosa para que no te lleven en volandas a la Luna. Lo que sigue ya se ha explicado en otros apartados, así que lleguemos al momento de agitación pañuelera, que exige al ejecutante poner mala, malísima cara, como si le acabaran de quitar una novia en sus narices, pero mirando al palco. Entre mirar al palco y a las tablas refunfuñando y diciendo que no con la testa. Que es mucho lo que asoma esta torería, quizá demasiado, pues ya se sabe, lo bueno, en dosis pequeñas… como el veneno. Y tengan la precaución de la estricta observancia de contemplar todo esto con un caballero en traje de luces, en el entorno de una plaza y el vocinglerío de los paisanos, familiares y los que se acoplan, porque si no, podría más parecer el ejecutante un macarra arrabalero que te exige el parné con ninguna cortesía.

Y cerraremos esta serie con el último escrito de don Arsenio Cienfuegos Aguado, Catedrático en Arte Abstracto en la Universidad de Chesterton, Virginia del Sur, como resulta más que evidente, profundo conocedor en la percepción y descripción de la “tauromaquia” del s. XXI.

 

Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:

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