jueves, 29 de febrero de 2024

Vale, vale o… dale, dale

¿Usted le gritaría a este picador que levantara el palo?

Intentar abarcar el primer tercio con uno, dos o tres escritos es de ingenuos, porque esta fase de la lidia, una que debería ser uno de los pilares de esta, tiene mil caras y otras tantas aristas, con leyes claras y concisas que a veces el sentido común recomienda no cumplir. Como la propia fiesta de los Toros, es un mundo de contradicciones que no hay por qué entender, simplemente basta con dejarse llevar por ellas. Y por supuesto hay comportamientos que no son otra cosa que concesiones sin fundamento al público, que este celebra con alegría. Como ejemplo baste esos casos en que el picador, las más de las veces tapando la salida, se ceba con el animal que tiene bajo el peto y a una prudencial distancia se encuentra el matador haciendo gestos mayúsculos con la mano pidiendo que el de aúpa levante el palo. Acompañado de voces gritando eso tan conocido del ¡Vale, vale! Una voz que los hay, los mal pensados, que es una contraseña para decir dale, dale y así acabar con el poco ímpetu que le pudiera quedar al toro. Pero a este vocerío del maestro es fácil que se sumen desde los tendidos los más experimentados del público. ¡Qué cosas! Todos con el ¡Vale, vale! Pero muy pocos, contados, piden el ¡sácalo! Porque el que debería hacer que cesara el castigo no es otro que el propio matador yendo a sacar al animal del caballo, quitarlo, que se decía antes. Pero no, aquí todo se arregla voceando, haciendo que se note, que así la bronca cae en el picador. Que los hay también en los tendidos que le mandan, no que le piden, que levante el palo ¡Hombreeee! El palo no se levanta, o al menos yo no creo que se deba levantar, precisamente por lo dicho anteriormente, porque en el momento en que se considere que el castigo es suficiente, se quita y punto. Así de sencillo, aunque a veces el quitar no lo sea tanto.

Pero claro, como para todo en el toreo, para quitar, y para seguir la lidia, es preciso estar bien colocado y eso… ¡Ay, seguir la lidia! Que aquí tendremos que hablar de los de luces y su saber estar en el ruedo. Qué cosas, cómo no van a saber los “profesionales” ponerse en su sitio ahí abajo, cuando se cansan de repetirnos que los que saben son ellos y nadie más. Que el que paga no sabe y para saber, hay que ponerse y el que no se haya puesto… silencio, no puede hablar, vamos, por no poder, casi ni respirar. Pero se hable o no, lo que nadie puede negar es que en el primer tercio el matador, ponga o no ponga el toro al caballo, se quede como un pasmarote en mitad de ninguna parte. O cerca de la cabeza del caballo en dirección a toriles, si hablamos de Madrid. Otras veces se quedan en medio del ruedo como espectadores privilegiados y absolutamente exentos del transcurso de la lidia. Pero los hay que se sienten incómodos en esas posiciones que van en contra de la lógica lidiadora y corren a ubicarse al lado del estribo izquierdo del caballo, pero en lugar de hacerlo al poner el toro en suerte yéndose por la cabeza, se pasan por detrás de este, o dicho vulgarmente, muy vulgarmente, por el culo del mulo.

Que luego los hay que se quejan de que el primer tercio no pasa de ser un trámite inevitable, en el que el animal de los cuernos tiene que acudir dos veces a estamparse con el peto e independientemente de que se le castigue mucho o apenas se le pegue un raspalijón con el palo, el señor de luces empieza a mover el dedito pidiendo el cambio, con el animalito debajo del peto, independientemente de si se le está administrando castigo. Porque va dos veces y se pide el cambio, como si la suerte de varas se limitara a que el toro se arranque. Que ya pueden estar barrenando, tapándole la salida o haciendo el jinete la suerte del Moisés, esa en que levanta el palo y apoya el regatón en el suelo, si va dos veces, una en plazas de inferior categoría, se pide el cambio. Que ya digo, para muchos es un trámite y punto, pero quizá esto nos debería hacer reflexionar sobre el hecho de que en puridad, el primer tercio en la actualidad es algo que no resulta absolutamente necesario. Y no se me echen las manos a la cabeza. Quizá nos la deberíamos echar al ver que el toro actual no admite el primer tercio, deberíamos también escandalizarnos al comprobar como muchos que se autodenominan aficionados hablan de un gran toro porque ha ido y venido en la muleta, pero al que no se le pudo apenas picar. Y claro que deberíamos echarnos las manos a la cabeza, porque en este caso ya estamos hablando de algo diferente, algo que poco tiene que ver con aquello a lo que muchos nos enganchamos y que no acabamos de entender el que se levante el palo, el que se tape la salida, se barrene, nadie este colocado y  que no sepamos lo que realmente quieren decir los coletudos si vale, vale o… dale, dale.

 

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lunes, 19 de febrero de 2024

El primer tercio, un dónde, cómo, cuándo y de qué manera

Hay tanto y tanto que ver en el primer tercio


A cualquiera que se le pregunte sobre el tercio de varas, afirmarán sin duda que es fundamental durante la lidia. Bueno, cualquiera, lo que es cualquiera, igual no, porque los hay que empiezan a manifestarse de acuerdo con esa idea que parece estar haciendo fortuna de que sea el maestro el que decida si salen los montados o no. Toda la vida clamando por la integridad del primer tercio y ahora quieren imponer las corridas sin picar. Pero de momento será mejor hablar de cosas serias y no de pamplinas taurinas. Pero tampoco se resuelve todo con decir que el primer tercio nos importa mucho, que lo respetamos y que hay que salvaguardarlo por encima de todo, hay mucho más.

No es infrecuente en una plaza de toros el ver cómo se pone al toro de lejos y se espera con ansiedad su arrancada al peto. Pocas cosas habrá más espectaculares durante la lidia, pero a veces, muchas veces, se insiste tanto en que el toro se arranque, que dejamos de lado el sentido de este tercio. Al toro se le debe dar distancia, algo más que sabido y que no voy a descubrírselo a nadie, pero también tiene un tiempo, porque la bravura también se manifiesta en la prontitud. El estar insistiendo e insistiendo e insistiendo, no tiene sentido. Que al toro hay que darle su tiempo, por supuesto, pero no todo el del mundo. Se le pone una vez, si no va, se le cambia y se le vuelve a poner y si a la tercera no va, se le cambian los terrenos, el caballo camina al contrario de las agujas del reloj a favor de la querencia y se vuelve a intentar, que el terreno en el que vaya también importa mucho, vaya si importa.

También es algo que se ve en las plazas el que una vez se arranca el toro, luego ya todo pierde importancia. Pero es que es en el peto dónde quizá se puedan apreciar más matices de lo que el animal lleva dentro, sin olvidar la labor del jinete, que mucho tiene que ver en permitir que se vea al toro. Si el toro cabecea al sentir el palo, si derrota solo con un pitón, si echa la cara arriba, si se pone de lado, si busca dar la vuelta a la caballería y, por supuesto, si empuja con fijeza con los dos pitones. Pero hay otro matiz. Cuántas veces no escucharemos exclamar al público cómo empuja un toro, precisamente cuando se le tapa la salida. Porque claro, no es lo mismo que lo haga en este caso, buscando la libertad, que con la libertad de los medios a su espalda y que la desprecie optando por la lucha. Y volviendo a los terrenos, no es lo mismo que lo haga a medida que se va a favor de su querencia, que a contraquerencia. Y ya no les digo nada, cuando el toro, antes o después, se marcha suelto del peto. Feo gesto que no dice nada bueno del mozo. Que puede ser quien me diga que es que ha visto un capote a lo lejos, pero es que los capotes, a lo lejos, tienen que estar. De acuerdo que no se debe molestar, ni entorpecer el transcurso de la lidia, pero allí tiene que haber unos actores y no se pueden evaporar. Que ya es frecuente incluso en la plaza de Madrid, que en las concurso o en los desafíos ganaderos, aparte de esas rayas tan horrorosas y sin sentido para el aficionado, se haga salir solo un caballo; que esto tiene su sentido en ruedo pequeños, en los que resulta más complicado ver al toro en toda su dimensión, pero en uno como el de las Ventas, perdonen que les diga. Que dicen que eso es para no distraer al toro. Pero, ¿por qué no se le va a distraer? Distraerlo con sentido, aunque si se piensa que el caballo que guarda la puerta distrae, no sé qué decirles. Y digo que yo quiero esa

 Distracción, porque quiero ver lo que el toro decide elegir, si pasar un mal ratito a sabiendas que detrás está la salida o si desprecia esa supuesta libertad y elige la pelea en el polo opuesto al lugar por dónde salió. Que eso algo querrá decir, ¿no?Y volviendo a lo de las rayas, si ya me parecen de poca utilidad las dos rayas del tercio, y que me perdone el maestro Ortega, el poner esas líneas que parecen una cerradura gigante, pues qué quieren que les diga. Que ahora resulta que el aficionado no sabe si un toro se pone de largo o si se le mete debajo del peto, si no es por las dichosas rayitas. Y todo esto, solo en lo que toca al toro, porque si nos metemos en los de luces, esos que ni lo ponen en suerte, que lo dejan abandonado de cualquier manera dónde caiga, que lo meten debajo del caballo, que no van a sacarlo y se limitan al ¡Vale, vale! En lugar de ir a por él al caballo. Esto sería un no acabar. Y por último, también en relación con las rayas, si el toro no va ni empujándolo, a veces hay que ir a por él, porque habrá que picarlo y no pasa nada si el jinete traspasa la raya, que no se rompen, se pintan otra vez y ya, pero será mejor eso a que el toro no se pique. Que ustedes verán en este escrito cuestiones que conocerán de sobra, pero bueno, permítanme la licencia de poderme explayar a gusto restringiendo mucho el tercio de varas, dando solo unas pinceladas para hablar de ciertos matices que encierra esta fase de la lidia y ya saben, el primer tercio, un dónde, cómo, cuándo y de qué manera.

 

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lunes, 12 de febrero de 2024

Esto no va de mayorías o minorías

Al final son minoría los que se ponen y lo hacen sin trampas, los que lo quieren ver sin que les engañen los que viven esto sin importarles si son o no de cualquier mayoría, porque eso no les incumbe


Un argumento de peso para muchos, un argumento al que se agarran para vaya usted a saber qué, es eso de lo que interesa a la mayoría o solo a una minoría. Que esto viene muy bien para que todo el mundo se adapte a un pensamiento determinado, a una moral supuestamente buena y acorde al bondadoso sentimiento del espíritu que esté de moda en cada momento. Así de simples somos. Que ahora resulta que los toros es algo que solo interesa a una minoría, bien, vale, lo que quieran, no voy a entrar ahora en cuestiones estadísticas y menos para valorar un hecho social. Porque si entramos en eso de las estadísticas, como parece que pretende hacer con el mundo antitaurino, incluidos los que ostentan cargos en gobiernos, podemos entrar en una deriva muy complicada y por supuesto muy empobrecedora. Es verdad que así se podría adoctrinar con eficacia a la “mayoría”, pero… ¿Se han pensado realmente en las consecuencias? Que esto puede ser un rasgo magnífico que nos permita percibir una aplastante ignorancia sobre el tema en cuestión y sobre el personaje del que se trate, incluido un señor ministro de cultura. ¡Ministro de Cultura! Pero como autoridad que es, obedezcamos y corramos a aplicar el sentido estadístico a la vida.

España es un país con una indudable y potente cultura, pero hay que reconocer que hay aspectos, muchos, que no tienen el predicamento que algunos desearían y solo interesan a minorías, y en consecuencia, ¿por qué no eliminarlas y excluirlas de momento de ministerios y organismos de la administración de los que se espera cierto apoyo? Que levanten la mano los que se consideren amantes de la ópera, la música clásica, incluso del folklore de los pueblos del país, la poesía, la pintura, aparte Antonio López que gusta a todo el mundo, de tantas y tantas manifestaciones artísticas que por otro lado mueven grandes sumas de dinero… Nos quedaría un mundo de lo más particular, ¿no creen?  Qué bonito sería que nos moviéramos todos con el mismo ritmo, la misma cadencia, a la misma hora, en los mismos lugares y con las mismas cosas, aunque… Bueno, de momento no todo está perdido.

Hay que proteger a las minorías, por supuesto y a veces hasta promover lo que a estos persuade, porque puede ser que sea el desconocimiento lo que impide que el caso no llegue a más gente. Y en esto de los toros, ¿qué les voy a contar? Esto de los toros presenta de primeras muchos obstáculos que parecen insalvables y que solo se pueden superar con el conocimiento, el intentar entender qué hay dentro y alrededor de los toros. Y para conseguir esto, desafortunadamente, los taurinos colaboran más bien poco o nada. Que ellos mismos, los que se quejan de que se arrincone al mundo de los toros, son los primeros que condenan a sus minorías y pretenden y hasta exigen su desaparición total y absoluta. No consienten que nadie ponga en duda ciertas prácticas, al que saca a la luz el fraude lo tildan de derrotista de anti, cuando a veces esa falta de sentido crítico por la que abogan es el mayor de los males de la fiesta de los toros, incluso hasta más que los propios antis. ¿Y por qué digo esto? Muy sencillo, porque si se meten debajo de la alfombra los males, los errores, aquello que carcome en este caso la fiesta, nunca podremos llegar a eliminar la peste y no solo nos fortaleceremos esto que nos apasiona, sino que lo iremos convirtiendo en algo débil. Si atacamos sus fundamentos solo haremos que esto deje de tener sentido.

Pero siguiendo por las minorías, las cuales no son ni buenas, ni malas, ni regulares, solo son minorías, lo que tampoco es admisible es satanizarlas y convertirlas en un enemigo. No puede consentirse que los que gusten de ir a los toros sean unos enemigos a los que batir. Que entre estos puede haber eminencias médicas, grandes artistas, cocineros, hombres de empresa, misioneros en el Congo o simplemente un tío que saluda cordialmente a los vecinos del barrio. No se puede pensar que cuando uno se aficiona a los toros, en ese mismo momento llega Belcebú y le unge con la marca del mal eterno. Porque también, entre otras muchas cosas, estaría bien que se le permitiera a los aficionados explicar su pasión, lo que esta les provoca, lo que esta les genera y lo que es para ellos el toro. Eso sí, cuídense, por favor, de esos entes que unen la falta de toros con la sequía, los toros con la testosterona, el ir a la plaza con un gran botellón y el consumo de alcohol a cubos y hasta con esos que restringen los toros a su españolidad, entre otras cosas, porque la españolidad es mucho más que eso, aunque nadie niegue el carácter profundamente ibérico de los toros, del mismo modo que los toros ya no son desde hace siglos, algo exclusivamente español y de la península, afortunadamente. Dejémonos de tópicos estúpidos, sin sentido y sin ajustarse a la realidad. Y al final, después de dar tantas vueltas, resulta que esto no va de mayorías o minorías.

 

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domingo, 4 de febrero de 2024

A ver si me acuerdo de…

A ver si me acuerdo y en algunos casos habría que remontarse quizá demasiado. Y recordaremos lo de hace mil vidas, pero no lo de hace dos ratos. Y, ¿por qué?

Siempre me ha asombrado la capacidad de muchos para reivindicar a Juanito o a Juanelo cuando salen los carteles de las ferias, cuando aparecen los nombres de los actuantes en grandes certámenes tintados de una oportunidad, aunque ni noticia del ganado. Qué capacidad memorística. Que también puede ser porque el reivindicado sea paisano, pariente o conocido del cuñado de un amigo del bar y entonces hay que hacer fuerza para que al conocido le pongan. Pero lo más habitual en estos días es que los que no tienen relación alguna con gente del toro, ni se acuerden del caballero en cuestión. Que se puede dar la circunstancia de haber visto a un torero, no una, sino varias veces y no recordar ni el nombre; y no digo nada si el susodicho solo actuó una vez y, en el caso de Madrid, si le pusieron cuando lo que mandaba la empresa era cenarse las Ventas.

Que me dirán que es que el aficionado es un desmemoriado, pero se da el caso de que estos se acuerden de toreros ya retirados y los que supuestamente están en candelero, aparte si se es paisano, pariente o conocido del cuñado de un amigo del bar, sean unos perfectos desconocidos. Aunque ya les digo que para acordarse de un nombre por un natural, en el mejor de los casos, una trincherilla o solo la buena disposición, aparte de meritorio, requiere una memoria de elefante. Que no es que nos lo pongan fácil. Primero, porque con tanta presentación, tantas confirmaciones que asombran hasta al confirmante y que luego todos se aprenden la misma lección y vienen a hacer lo mismo, a repetir lo que hacen otros, a repetir el repertorio que tan aprendido tienen, a profundizar en la vulgaridad impuesta de esta agoniante modernidad. Y por si fuera poco, salvo ilusionantes excepciones, el toro siempre es el mismo, el que va y viene, va y viene y a veces, viene y va. Que los hay que parece que quieren remediar esto, pero nada, exigen variedad de encastes, que dicen ellos, pero que luego solo piden variedad de capas, pero con el mismo comportamiento que lo demás.

Y en estas condiciones, ¿quién puede recordar nada? Tenemos una fiesta que es como una caja de cerillas, con todos los fósforos iguales, todo son clones y la única diferencia es si la caja lleva el palillo largo o corto o si hay que arrancarlos de una carterilla de solapa. Que traducido en lo taurino, pueden ser los toreros pegapases sin gracia o los que se enfrentan a l que no quiere nadie, ellos los primero, y pare usted de contar. Eso sí, en los novilleros esa diferencia aún apenas se percibe. Y aún pretenden que recordemos a fulano, mengano o zutano. Que no les digo yo que la solución sea no ir con demasiada asiduidad a la plaza, que eso de ver entre cincuenta o sesenta festejos puede ayudar a que todo se convierta en una amalgama de toros con alamares, toreros enmorrillados, caballos astifinos y trapaceros gesticulantes. O cómo se diga.

Eso sí, quizá algunos que echan de menos a tal o cual en las ferias, lo mismo es porque aquellos triunfos triunfalistas tampoco convencieron a los de los despachos y que ellos, como otros tantos, se percataron de que si no es por los autobuseros, aquel del que se decía que toreaba como los ángeles, no pasaba de vulgar, aunque de estos hay muchos, y gracia tenía la justa, a no ser que se sea paisano, primo, cuñado o conocido del coletudo en cuestión. Otra cosa es lo del ganado. No, esto nada tiene que ver. Aquí es más fácil que nos podamos acordar de tal o cual toro y de los agobios que provo0có en su lidiador. Entonces, en ese preciso momento ese hierro queda sentenciado ¿Nunca más, jamás! Y efectivamente, no los volvemos a ver nunca más jamás. Pero ojito, que en esto de los toros empezamos a caer en algo parecido a lo de los de luces, que se empiezan a ver fenómenos que embisten donde solo hay un animal que va y bien y que apenas pasó por un peto. Eso sí, te cuentan de él su nombre, el de la madre, el del padre, el de los hermanos, pero, ¡oiga! Que les preguntas si a ese fenómeno se le pudo picar y te saltan, en el mejor de los casos, que no mucho, pero que si le hubieran puesto, seguro que habría acudido al caballo, como si esto fuera de suposiciones y no de evidentes certezas. Lo que nos lleva a tener que hacer demasiadas veces el ejercicio del a ver si me acuerdo de…

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