miércoles, 30 de marzo de 2011

La libertad, la concubina de los demagogos


A raíz de las declaraciones de El Juli, de las que ya hemos hablado y comentado un buen rato en esta ventana taurina, se me han venido a la cabeza la multitud de veces en que muchos utilizan la palabra libertad sin pensar en lo que realmente significa. Se pide libertad para atufar del humo de un cigarro a aquel que ni se le ha pasado por la cabeza encender un cigarrillo, para el que se siente en el derecho de exigir que nadie encienda ese cigarrillo, para poder beber el alcohol que a uno le venga en gana y después coger su coche sin importarle un pito que otros sufran las consecuencias, para los que se creen en el derecho de que toda la vecindad aguante sus curdas y las de sus camaradas de botella, para los que se sienten atacados porque el vecino se case con el otro vecino, para los que se ven acosados porque un juez les grabe las charlas de sus fechorías pasadas o futuras, para los que no conciben que se les pueda exigir responsabilidades por crímenes del pasado porque son del pasado, para los que entienden que el culto religioso tenga que llevarse clandestinamente o los que quieren imponer los símbolos de sus creencias, los que se ven encadenados por ver satisfechos sus caprichos, los que quieren cambiar el signo político de las urnas o los que nos quieren imponer a todos el resultado de estas.


Todo esto en nombre de la libertad, esa señora con un pecho fuera que con una bandera en la mano guiaba a su pueblo. Esa señora que ahora iría rodeada de esa panda de golfos y descarados que confunden libertad con capricho y que se escandalizarían porque el pueblo no le dejara tocarle el culo a la señora del pecho al aire. Y esto se extiende a todo el mundo, lo mismo al deportista que en su libertad acusa al de enfrente de tramposo con el único fin de conseguir el beneficio que falsamente reprocha al contrario, que al político que pone lo ancho del embudo para su lado, que a los maestros que no soportan una china en el zapato; china que crece a medida que crece su mentira y de la misma forma que la verdad resulta más evidente.


Los demagogos del G (7, 10 ó mil) se van paseando luciendo sus vergüenzas por los salones de ministerios, hoteles y tascas de mala muerte que los reciban y se van pasando la libertad de unos a otros a conveniencia, según el deseo libertario de mancillar a la señora que ellos quieren convertir en mero objeto de tráfico carnal. Pero no tardan un segundo en saltarle los ojos a cualquiera que se atreva a profanar su divinidad a base de recitarle la verdad de la realidad que vivimos. Uno de los últimos ha sido el maestro Esplá, quien no tiene nada que agradecer a esta troupe y sí al toro, a la fiesta y al público, con el que él fue tan generoso vestido de luces. Igual que esta fiesta y que su trayectoria, el torero de Alicante es contradictorio, y lo mismo se planta delante de todo el estamento taurinista, que se marca la pantomima de Alicante; igual se arriesgaba a tener que cortarse la coleta por inactividad forzosa cuando el conflicto de las televisiones, que se marcha de charleta con Juli y Ponce, pero esa misma contradicción le impide tener la boca callada y decir a todo que sí a los mandones del momento.


En este caso el maestro Esplá es el espíritu bondadoso que empeña su esfuerzo en salvar a la concubina de los brazos de los oligarcas tiránicos y que no duda en luchar a favor de la libertad de esa señora llamada Libertad y de la que todos esos demagogos abusan, aunque nos quieran hacer creer que la llevaran del brazo al altar; de esto estoy seguro aunque no sea para unirse a ella per secula seculorum. Lo más probable es que la lleven al otro altar, al de los sacrificios y la entreguen en holocausto a la divinidad de los dineros y le saquen las entrañas con el único fin de sacar un beneficio, por pequeño que sea, hipotecando cualquier bien futuro para su bolsillo o, ¿por qué no? para el bien de esa fiesta a la que tanto dicen defender y a la que tratan de la misma forma que a esa libertad de quien tanto hablan, como la concubina de los demagogos.


PD: No me quedo a gusto si no pido perdón por el término empleado para titular esta entrada, aunque tampoco voy a prescindir de él en esta ocasión.

viernes, 25 de marzo de 2011

El Juli, "por una corrida más libre y democrática"


Si es que no le dejan a uno tranquilo; yo que andaba con el firme propósito de estarme un tiempo callado, pero parece que esto no es posible, al menos si sientes esto de los toros como algo tuyo. Pues hay que ver con lo que se nos despacha don Julián López, alias “El Juli”. El líder y mandón indiscutible de la torería que nos azota va y se nos descuelga con una petición, pretensión o reivindicación que no hay por donde cogerla. Al leerlo en Toro, Torero y Afición, me había pensado que el buen amigo Javier había perdido la cabeza, pero conociendo su forma de hacer desde hace tiempo, me extrañaba, y mucho. ¿Qué quiere don Julián? ¿Qué esto se convierta en un espectáculo abierto a la permanente improvisación y que nadie supiera con qué se iba a encontrar al entrar en la plaza? ¿Que todo el que vaya a los toros pueda decidir antes del toque de clarín si en lugar de unos toros bodegueros prefiere unos toros tobilleros? ¿Que el matador considerado del grupo A se marche a su casa vestido de luces y todo y que le sustituya un torero de los que cada vez que salen honran al traje de luces, a la fiesta y al espectador que paga? Creo que no, que las intenciones de don Julián López, así como la de muchos de sus compañeros de grupo dominante y de su “entorno”, es que les dejen hacer a ellos lo que les dé la real gana y que dispongan a su antojo de toros, compañeros de cartel, de los medios de comunicación irremediables aplaudidores y hasta del público que paga por verlo y que desgraciadamente a veces tiene boca y se queja de que le atropellen. ¿Quizás se pretende legalizar e institucionalizar el atropello al aficionado y el abordaje a su bolsillo?

Estamos ante uno de los líderes de la mayor degradación conocida en la historia de la fiesta de los toros, aunque habrá quien se eche las manos a la cabeza al leer esto, que seguirán coreando los “triunfos” de este torero y de todos sus compañeros, pero que cuando caigan en la cuenta de que les han engañado o que no han obtenido lo que esperaban, serán mucho más crueles que cualquiera de los que ahora no nos mostramos conformes con esta situación. Porque después de tanto tiempo convenciéndonos del momento taurino de privilegio que vivimos, cuando caigamos en la cuenta del fraude, el palo va a ser morrocotudo. Un día abriremos la puerta de casa y nos encontraremos a nuestro amor en los brazos del séptimo de caballería, con caballos, Rin Tin Tín, el cabo Rusty y al corneta tocando “a la carga”.

Creo que nunca tantos se unieron para conseguir un fin tan poco solidario, generoso y honesto con la fiesta como estas prendas que no paran de quejarse. Y ¿cuál es la queja primordial que no les deja vivir? Pues que nadie les entiende, son unos perpetuos incomprendidos y viven su divinidad sin que nadie se lo crea o lo que es peor, sin que nadie se entere. Pero ¿esto no les da qué pensar? ¿Tantos tontos, ineptos y ciegos que no quieren ver, puede haber en el mundo? A mi esto me recuerda al mal estudiante que llega a casa con las notas y con todo suspenso, hasta el recreo y no tiene otro argumento que el “es que el profesor me tiene manía”. A esto los buenos padres les contestaban que los maestros no tenían manía a nadie y que la mejor forma de arreglarlo era hincando los codos. Pero estos niños mal criados, consentidos, pagados de si mismos y encantados de haberse conocido tienen unos padres taurinos que no cesan de repetirles lo buenos que son, aunque no toquen un libro, que lo mejor es copiar en los exámenes, como ellos hacen y que tiene un mérito tremendo eso de copiar y que no te pillen, en lugar de sentarles de cara a la pared y hacerles copiar los diez mandamientos del toro, diez mandamientos que se cierran en dos, respetar y amar al toro por encima de todas las cosas y amar al toreo verdadero como a ti mismo.

El aficionado sí que pide y exige una corrida más libre y democrática. Libre en cuanto a que no esté controlada por esa oligarquía empresarial que actúa como sátrapas que acaban con cualquier asomo de verdad, afición y honestidad; y democrática que permita que los que echen la pata para adelante tengan las mismas oportunidades de verse anunciados en todas las ferias como los demás, aunque ridiculicen a las “figuras del toreo” en cuanto sale el toro y que ese toro encastado y de todas las sangres, mida el valor y la valía de los que se visten de luces. Y ahí sí que estaría de acuerdo con usted don Julián, pero si no, a otro perro con ese hueso.

miércoles, 23 de marzo de 2011

La lección de un torero


La penúltima tarde de José Tomás en Madrid
En otras ocasiones ya he hablado de los toreros que parece que no existen por el simple hecho de que no aparecen en Internet o porque no existen vídeos de sus años de actividad taurina. Y uno de esos toreros es José Ignacio Sánchez, el diestro de Salamanca que se empezó a ganar al público de Madrid el día en que, aún de novillero, salió al ruedo venteño y se puso a torear al natural de una forma increíble y como el que no quiere la cosa. Luego de matador de toros volvió a mostrar lo que llevaba dentro y, como casi todos los toreros de Salamanca que apuntan maneras, se convirtió en la ilusión charra que ocupara el lugar de S.M. el Viti. No hay que decir que estas esperanzas no se han hecho realidad todavía, pero si alguien estuvo más cerca que ninguno de ello, ese fue José Ignacio. Solo una inoportuna lesión le apartó de ese camino y nos dejó a todos con la miel en los labios y con los naturales grabados en la memoria.

José Ignacio Sánchez se encontró de la noche a la mañana apartado de las ferias y de los carteles en los que se había ganado su sitio y cambio el ruedo por la escuela de Salamanca. Fue entonces cuando comenzó su labor docente para formar a nuevos toreros allá a la sombra de las encinas de su tierra. Buscando buscando he encontrado este vídeo donde el torero imparte una clase de cómo torear y cómo no torear, con una claridad, una sencillez y una verdad solo comparables con su forma de torear. Creo que lo que se ve y se oye en estas imágenes retrata a más de uno y, en algunos casos, solo con las explicaciones del maestro, podríamos poner nombre y apellidos a los trucos o trampas que describe, así como a la forma de hacer el toreo clásico.

El vídeo es para verlo, volverlo a ver, reflexionar sobre él y marcharse un tiempo de vacaciones esperando que venga nuevas tardes de toros. Hasta pronto.




domingo, 20 de marzo de 2011

Los grandes males del pasado


Chiculina de Silverio Pérez
Desde hace tiempo leo a algunos compañeros de otros blogs como abogan por una excesiva idealización del pasado de la fiesta de los toros y no seré yo el que les quite la razón, es más gracias a ellos me he puesto a hacer memoria y espero que ellos como buenos conocedores de la tauromaquia de hace treinta y tantos años completen aquellos detalles que a mí se me queden en el olvido o sencillamente en el desconocimiento.

Eran momentos en los que la afición de Madrid se tiraba de los pelos al ver como el paseíllo lo hacían tres o cuatro caballos y no los seis más el reserva desprovisto de peto. La verdad es que era un público mucho más amable, que no se cegaba con su manía a las figuras del toreo cuando estas les mostraban la sublimación de su toreo. Aunque también tenían sus cosas. Era salir el toro al que consideraban falto de trapío, que renqueara de patas o manos, que un pitón no estuviera pulcramente en puntas o que el toro soltara el derrote antes de tiempo y, chico, la sobria y seria plaza de las Ventas se convertía en un manicomio; la andanada del ocho, el siete, la sombra, y todo para cambiar el toro, que permanecería en el ruedo sin poder ser sustituido si el de a caballo le tocaba con el palo. Unos sacaban un billete de mil con su entrada y se lo mostraban al señor presidente, pero respetuosamente, eso sí, y otros, que se habían gastado el billete en comprar la entrada, simplemente protestaban.

Otro de los males que afeaban la fiesta era el terrible problema del monopuyazo, en el que el pobre toro recibía de lo lindo en su primer encuentro con el caballo y luego le costaba apretar en los dos puyazos restantes que se le administraban desde una pesada mole compuesta por caballo, picador y un peto que no movían catorce buenos mozos sin partirse los lomos. Sin hablar de cuando el toro doblaba las manos, aunque eso aún lo tenemos presente cualquier tarde del siglo XXI.

Tampoco era inhabitual el que los días de las figuras hubiera baile de corrales la mañana de la corrida y los días previos a ésta. Y es que la gente de Madrid siempre ha sido muy rencorosa ella. Si no, ¿cómo se puede llamar a que si un matador protagonizaba año tras año este rally de camiones de la finca a la plaza, de la plaza a la finca, del Batán a la finca, de la plaza al Batán? Un lío. Y además, como se podían ver los toros en el Batán durante la feria, pues ya se les iban calentando los cascos, que empezaban a echar fuego en el apartado y ya era una falla por la tarde en la corrida. Si es que no se puede ser tan rencoroso hombre. Eso sí, se podía consolar con ver verdaderas corridas de toros en la parte de la feria en la que acudían los modestos, aunque era bastante infrecuente que estos modestos debutaran en la temporada de ese año en una corrida de la feria de San Isidro, o que fueran con una o dos toreadas en la temporada antterior, a ver qué pasaba.

Como decía al empezar a escribir, en aquellos años no se ataban los perros con longaniza y si no, solo hay que recordar como se censuraba lo del codilleo, lo de no torear con el capote y en su lugar limitarse a sacudirlo como las mantas al acabar el invierno. El no entrar en quites, el no colocarse en su sitio durante la lidia o su inhibición mientras esta transcurría eran motivo de mandarle a pensar al rincón ¡Cuánto se afeaban las carreras o los excesos atléticos en banderillas!

¿Y con la muleta? Con la muleta, el que no anduviera espabilado tenía que escuchar como le contaban los pases a coro y como era tomado a chufla al llegar al cuarenta. Claro que también había cosas que no eran tan idílicas, había matadores que presentaban un certificado médico aludiendo una lesión para no llevar la espada de verdad y utilizar la de mentira durante la lidia. Lo que luego ya hemos conocido como “la ayuda”. Entonces la gente era más ignorante y se limitaba a lo de “la de mentira”. Si no serían ignorantes que no perdonaban un bajonazo, que no pedían la segunda oreja si no habían desarrollado un lidia completa con capote y muleta y después de dejar una estocada en todo lo alto, aunque fuera una media, pero ejecutando la suerte a ley.

Fíjense ustedes lo que se idealizarán aquellos años que hoy en día se les da el título de maestros a toreros que nunca triunfaron de verdad en Madrid, y no me refiero a orejas y salidas a hombros, se les considera maestros a Paquirri, que era un prodigio de facultades físicas, Dámaso González, honrado como el que más, Espartaco, que conseguía que embistiera una máquina de tricotar, Ojeda, que hacía lo mismo que Manili, pero con un toro más… más para la ocasión, y otros cuantos que ahora pretenden hacernos pasar como los autores de la nueva tauromaquia. Las figuras de entonces huían de los tremendos pitones de los toros de Luciano Cobaleda, que procuraban evitar los Miura, Victorinos o Albaserradas, y que preferían lo de Núñez, Osborne, Santa Coloma, Atanasio, Barcial, algunos los Coquillas o Pablo Romero; ahí también entraban en juego las manías y predilecciones de unos u otros hierros, pero sin defenestrar a los demás, entre otras cosas porque a lo mejor los quería el compañero. Incluso había Juan Pedros, para los que había que echar un cuarto a espadas para torearlos.

Pues vaya que se ha idealizado el pasado, incluso se ha idealizado la idea de pensar que se contaba con los mismos medios de divulgación como son el vídeo, los libros, Internet y demás. Eso ha llevado casi al olvido de las masas a Camino, el Viti, Curro Vázquez, Puerta, El Inclusero, José Luis Palomar, José Ignacio Sánchez, Pepe Luis Vargas, Manolo Cortés, Gabriel de la Casa, Ángel Teruel, José Luis Galloso, Manili, Julio Robles, Juan José, Macareno, Miguelín, Joaquín Bernadó, Andrés Vázquez, Pepe Luis hijo, Miguel Márquez, Manolo Vázquez, Dámaso Gómez, Marismeño, Luguillano, El Yiyo y tantos y tantos que sé que olvido, y lo siento, que torearon otro toro y que mostraron otras maneras y otro respeto por el clasicismo, tan devaluado con el paso del tiempo. Es verdad que aquello no era tan idílico y maravilloso, pero ojalá tuviéramos aquellos problemas y no los de ahora. Y nos quejábamos, pero no sabíamos lo que se nos venía encima. Ahora sí, porque sufrimos todos los días el peso de su vulgaridad. Y una última pregunta ¿Quién está satisfecho con lo de Valencia?

miércoles, 16 de marzo de 2011

Las bondades de las fundas, o no.


Mi pequeña aficionada tampoco quiere fundas.
Asomado desde mi ventana he venido contemplando con atención todo lo que están moviendo las fundas en este siempre ajetreado mundo de los toros. Sin pretenderlo se han convertido en un signo de distinción y en una frontera entre aficionados y taurinos o aficionados aspirantes a taurinos y aficionados no aspirantes a tal título, o incluso entre ganaderos de provecho y exitosos que venden todo lo que lleve su hierro, aunque sean corbatas promocionales, y ganaderos que con criar el toro ya se conforman.

No me voy a poner a hablar sobre el contenido de los muchos y certeros estudios sobre el efecto de las fundas en el toro y las consecuencias que provocan en los pitones por mantenerlos cubiertos un largo espacio de tiempo. Para eso recomiendo que echen mano de los artículos que con este motivo nos ha regalado Antonio Díaz en su “Hasta el rabo todo es toro”. Aunque no cometan el error de detenerse en el último escrito, buceen en el blog y saquen sus propias conclusiones sobre los datos aportados por el autor; merece la pena.

Pero ya he dicho que esto de las fundas es como un muro entre dos mundos que parece que nunca se encontrarán. Los que están en contra de las fundas argumentan perjuicios en cuanto a la salubridad del pitón, comportamientos anómalos en el toro una vez desenfundado con secuelas psicológicas en el animal, la innecesaria manipulación de los pitones, el más innecesario todavía manejo extra del toro haciéndolo pasar por el mueco o problemas éticos en cuanto a la dignidad del toro y el orgullo del ganadero que busca la integridad del animal que cría. Y, ¿cuál es la argumentación a favor? La económica y que no es tan grave la cosa como la pintan, y punto. Aunque yo no me acabo de creer que esto sea así. Estoy convencido que habrá otras razones de más peso ¿no?

Hemos escuchado repetidas veces que así los toros no se inutilizan en la finca y que de esta manera no se pierden animales y se incrementa el número de estos aptos para la lidia. Dicho en otras palabras, se pueden vender casi todos los toros que se crían. Eso sí, siempre teniendo la precaución de quitarles el apósito un mes antes de viajar a la plaza, o quien dice un mes, dice quince días, o una semana.

Repito que yo no me creo que este valor comercial sea el que se coloque en la cúspide de la escala de valores del taurinismo. Y me voy a poner de su lado. Voy a aceptar que todos los valores en contra no se ajusten a la realidad, admitiremos pulpo como animal de compañía, lo que por otra parte no cuesta tanto como admitir como toros de lidia todo lo que sale a las plazas de España. Si un Zalduendo o Cuvillito lo pasamos como toro de lidia, podemos creer que los pulpos se sacan a pasear por la mañana y por la tarde con una correa al cuello, con sus dueños pergeñados de bolsas de plástico para cuando el animalejo deje su regalo sobre la acera.

Yo solo pido que alguien me dé una razón, no mercantilista, del beneficio que las fundas le producen al toro. Tampoco es mucho pedir: Creo que bastante esfuerzo ha hecho ya uno tragándose el sapo de arrinconar el sentido común y de lo “inconveniente” que puede resultar inmovilizar al toro en el cajón de curas, vulgo mueco, para quitarle la cinta americana de los cuernos o que a estos no les dé la luz, el sol y el aire durante meses.

Y que nadie se piense que las fundas son las causantes del aborregamiento del toro en la actualidad, más bien puede ser que estas fundas se las pongan a esos borregos destinados al triunfo o indulto de las figuras modernistas. De la misma forma que los ganaderos que más cabezas venden son los más fieles defensores del método “fundamentalista”, lo que hace comprensible que no quieran echar a perder ni un euro, perdón, ni un toro, perdón, ni un pulpo. Creo que me he acabado liando, pero ya entenderán lo complicado y dañino que me ha tenido que resultar aceptar ciertas cosas para las que uno no está preparado. Si realmente existe esa división, tal y como me hace entender mi imaginación, de aficionados modernistas leales al pegapases, al dócil borrego, a la figura indultadota, al toreo vulgar y a las fundas y, por otro lado, los que claman por el toro íntegro, encastado y sin fundas y por el toreo de verdad y por todo aquel que sea capaz de hacerlo, pues la cosa no pinta bien. Y si alguien me quiere apuntar a la doctrina modernista, pues que me borren y que sepan que lo que me sale es un NO A LAS FUNDAS.

domingo, 13 de marzo de 2011

Los toreros que caben en la cabeza


Quien no haya oído nunca aquello de que el mejor aficionado es aquel al que le caben más toreros en la cabeza. Y que verdad más grande, dejando de lado el tamaño del sombrero del mejor aficionado del mundo. Pero eso era de fácil aplicación y comprensión hace años, quizás muchos años, y ahora algunos lo quieren aplicar al escalafón actual para intentar arrimar el ascua a la sardina de su torero de cámara.

Pero una frase llena de verdad puede verse manipulada y cubrirse de falsedad. Se sobreentiende que se habla de buenos toreros, artistas, dominadores, valientes, con facultades, pero buenos. Los vulgares no tienen cabeza donde meterse, ni previa trepanación taurina. Aunque la perversión modernista intenta hacerse su sitio y hasta mal interpreta esta sentencia queriendo meter en el saco de los buenos toreros a los Juli, Cayetano, Ponce, Castella, Perera y demás tropa de las huestes de los pegapases. El primero nos lo quieren presentar como dominador y técnico, justamente por poder con un tipo de toro que ya viene dominado de casa. Cayetano, pues no sé, ni sé si sabré en algún momento. Ponce es la elegancia distante, Castella la sublimación estética del aburrimiento versión gala y Perera idem de lienzo, versión ibérica. Pero todos responden a un mismo tipo de torero, el aburrido y monotemático, que se diferencia del otro por el grado de retorcimiento, pero que básicamente desarrollan el mismo toreo. Ausencia y abulia durante toda la lidia, desinterés por el tercio de varas y un toreo de muleta asentado sobre los cimientos de la cantidad de pases describiendo líneas rectas cuando deberían ser curvas y curvas cuando deberían ser rectas. Con la inequívoca e inevitable marca de la casa del toro sin describir curvas y el torero que no soporta la rectitud de su cuerpo.

Si nos cupiera el toreo moderno dentro de nuestra cabeza, con el único fin de que los modernistas nos pudieran considerar buenos aficionados, a estos los meteríamos en el cuarto trastero de nuestra afición, todos empaquetados dentro de una caja bien cerradita y muy al fondo del cacumen. Pero que nadie se rasgue las vestiduras que esta misma receta es aplicable al estado general de la fiesta en este momento.

A pesar de los apóstoles de la modernidad que nos quieren adoctrinar de lo que está bien y de lo que nunca estuvo bien, aún quedan algunos indocumentados e insensibles que prefieren quedarse con lo malo de antes, mejor que con lo maravilloso de ahora. Incluso sin remordimientos que valgan, pues les basta ver cualquier día en cualquier plaza algo que se parezca a aquello y la forma en que todo el mundo pierde la razón, para que piensen que no pueden estar tan equivocados. Porque a pesar de los vídeos y de los libros de que ahora se escriben, nada hay como lo vivido.

Es un error muy frecuente ese de querer trasladar usos actuales a épocas anteriores y querer pasar toda la historia por el rasero que se aplica a las “figuras del toreo”, lo cual es un gran sin sentido, pues son dos mundos que no admiten comparación. En primer lugar porque se parte de un fundamento falso y es que en la actualidad el toro es más grande y bravo que nunca, véase si no lo de Vistalegre y véase lo que va a salir por los toriles la temporada que empieza. Además si se considera una virtud esa uniformidad cansina y monótona, casi clónica de la torería imperante, entonces nada vale de lo vivido hasta ahora. Nada tiene que ver con la exigencia del toro de ahora, con la del de antes, entre los que también había juanpedros, que no Domecq, no sé si se entiende la diferencia. Esa variedad de toreros se debía primordialmente al toro, a los diferentes tipos de toro que salían al ruedo y a la capacidad que los matadores desarrollaban para poder con esa variedad.

Para ser más exactos la sentencia de que “el mejor aficionado es aquel al que más toreros le caben en la cabeza”, quizás habría que darle algunos retoques y decir que el mejor aficionado es aquel al que le caben más nombres en la cabeza, entronizando de una vez el conocimiento enciclopédico del aficionado moderno, capaz de retener fechas, nombres y número de orejas cortadas, con toda la naturalidad del mundo. Luego pretenderemos que tengan sitio para el toreo clásico, ese que es tan grande que no cabe en cualquier lado.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Reconocimiento a los empresarios


Quiero empezar de una vez por todas por reconocer la difícil labor de los empresarios y de todo el mundo taurino. Ya está bien de cerrar los ojos a la magnífica y magnánima labor por la fiesta brava que estas personas llevan a cabo, a costa de no poder atender a sus familias como les gustaría y renunciando a otros negocios mucho más beneficiosos que esta actividad altruista que son los toros.

En este incomparable mundo que es el planeta de los toros, yo solo veo bondad donde otros quieren ver mentiras y fraude. ¿Fraude? Por favor, si estamos en el punto ideal de la historia del toreo. Vivimos un hito que los antiguos no se habrían ni imaginado al pensar en una situación utópica para el toro. Unos empresarios sacrificados que tienen que luchar con las televisiones que quieren que haya más y más toros para satisfacer a los espectadores, lo cual no es posible porque los que rigen los destinos de las plazas se tienen que atener a unos pliegos de arrendamiento que no permiten dar todos los festejos que les gustaría. Esas peleas con los mismos apoderados, que ofrecen los servicios de sus pupilos para lidiar las corridas más duras del campo bravo. Con los veedores, que nunca ven al toro lo suficientemente grande para llevarlos a la plaza.

Pero no podemos tampoco hacer oídos sordos al ganadero, ese ser que vive para el toro, que no duerme pensando en su bienestar, poniendo toda su alma en darles el cuidado y el mimo que le corresponde al tótem ibérico. Incluso preservando sus veneradas astas de las inclemencias climatológicas o de posibles encontronazos con otros animales de su especie, de otros toros, se entiende.

¿Y los toreros? ¡Señor, señor! ¿Quién tiene valor para poner una pega a estos hombres descendientes de los héroes clásicos que ponen su vida al servicio del arte? Ídolos que nunca cobrarán lo que merecen y que jamás recibirán tantas alabanzas a las que se hacen acreedores. En ellos se encarna la elegancia y pinturería capaz de domeñar la fiereza de un bruto con un simple giro de cintura. Incluso a riesgo de troncharse el espinazo al doblar su torso mientras alargan su brazo hasta el infinito… y más allá.

Me cuesta comprender cómo todavía hay alguien en este mundo que tenga entrañas para poner un pero a toda esta fiesta. Pero claro, es muy fácil eso de ir a una plaza de toros y decir que esto o eso no me gusta. Pues no vayas, si no te gustan los toros, pues quédate en casa. Y que nadie me diga que le gustan, si luego va a protestar esto o aquello. Porque claro, uno se pone a criticar a un empresario, a tildarle de inútil y el empresario, que tiene familia, hijos, primos, cuñados, amigos, vecinos y hasta yernos, por muy buen corazón que tenga, igual no puede evitar que alguno de estos coja y vaya a darle dos tortazos a uno de estos inconformistas enfermizos. Que uno también es “persona humana” y le corren hemoglobitos por las venas. Que muchos hebemos tenido que arrenunciar a una formación académica para dedicarnos al toro. Pero claro, si se nos cruza un sinalma de estos, pues a lo mejor se arriesga a que se le arrimen dos os… ¿Y quién dice luego que no tenía motivo? Porque así arreglan las cosas los hombres. Y algunos son mu hombres, que apañan sus cosas, si hace falta, firmando en barbecho, y hasta sin firmar si es menestral.

Y una vez demostrada mi fidelidad a los taurinos, quiero aclarar que este panflet…, que este escrito no tiene nada que ver con ese vídeo que todo el mundo puede ver en Internet, de nuevo, en el que unos individuos amenazan a una persona que estaba viendo una corrida y que parece que en algún momento mostró su disconformidad con sus quehaceres empresariales. Ni mucho menos me dejo yo influenciar por amenazas como esas, aunque si alguien lo cree conveniente y no le gusta este escrito, ni mis principios, pues tengo otros, por ahí no íbamos a discutir. Esto lo aprendí de Marx, don Groucho, y lo he llevado a rajatabla. Porque, ¿qué gana uno todo el día enfadado? Pues nada. Si uno se dedica a calentarle los cascos a la gente, luego ni le invitan a una finca, ni te saludan por tu nombre al verte por la plaza, ni te llaman para un cóctel, ni tan siquiera para que les lleves en coche a algún sarao, pagando tú la gasolina y el papelito del aparcamiento. Pero es que hay que saber valorar las buenas amistades, ¿no?

lunes, 7 de marzo de 2011

Con el toro ya nos conformamos


Hemos pasado un entretenido invierno con el monoencaste de marras; Unos alabándolo y queriendo demostrar lo beneficioso que es tener un toro hecho a la medida de las capacidades de los toreros, que no les moleste, vamos, como afirmaba un ganadero, que no se entere que allí hay un toro. Otros tirándose de los pelos precisamente por todo lo dicho anteriormente. Y ahora que ya se nos arrima la primavera, pues unos y otros vamos a “disfrutar” de los torillos del monoencaste. Como aperitivo ya tuvimos la sublimación del arte del toreo de Vistalegre, al que solo le faltó el indulto para poder ser proclamada como la corrida paradigmática de la tauromaquia moderna y ejemplo a seguir en el siglo XXI, donde se destaparán todas las falsedades del pasado y surgirá toda la vulgaridad del presente.

Uno de los principales culpables de esta degeneración que estamos sufriendo es el requetesobado monoencaste, al que se contrapone la variedad de encastes, discusión en la que hemos caído todos. Yo francamente estoy un poco cansado, porque veo que esto resulta infructuoso. Unos nos aburrimos con la monotonía impuesta por ese tipo de toro que ha infestado los carteles de todas las plazas y otros se parapetan en que de vez en cuando sale algún toro bueno. ¡Hombre! Solo por estadística, alguno tendrá que embestir, lo que no quiere decir que sea bueno; al toro de lidia hay que exigirle algo más, no para que sea el prototipo de la bravura, sino para que alcance unos mínimos que ahora no cumple.

Entonces ¿qué es lo que estamos pidiendo? Pues sencillamente el toro íntegro, otra de las expresiones más sobadas del panorama taurino y al mismo tiempo otra de las circunstancias que menos se cumplen. Pero no hay otro camino que exigir el toro, con eso es más que suficiente. Y si ese toro es de este o aquel encaste, pues que sea, y si este o aquel encaste resulta más molesto o más incómodo para el torero, pues allá penas, que se aplique en conocer los secretos del toro y de su lidia y punto. Y no ese papanatismo de entronizar al elegante incapaz a costa de castrar la esencia del toro.

Quizás si don Juan Pedro Domecq Solís no hubiera salido con aquella genial idea del toro artista y se hubiera dedicado a preparar unas oposiciones a bodeguero en su pueblo, a lo mejor ahora no estaríamos en las que estamos. Pero lo hecho, hecho está. El problema ahora es ver cómo se convence al público de que eso que llaman fiesta de los toros es un tercio, o menos de lo que fue. Igual todos tendríamos que aprender que hay toros que el espectáculo lo dan en el caballo y que luego tienen una faena más corta, o que otros parecen mansear de salida y en cuanto notan el palo del picador se empiezan a venir arriba, o esos que parece que se van a comer a todo el que se les ponga por delante y que después de que les digan dos veces como son las cosas acaban entrando en la muleta como los ángeles.

Yo estoy convencido que si se estableciera esta exigencia de mínimos en la fiesta seguiríamos teniendo toros del encaste Domecq, lo único que quizás no pertenecerían a los hierros que ahora van apestando en todas las plazas del mundo. Puede que muchos piensen que de esta forma la fiesta se convertiría en un espectáculo monótono y aburrido, pero ¿qué tenemos ahora? ¿Por qué pagamos cada tarde? ¿Qué nos dan a cambio? Puede que este cambio exigiera un tiempo de adaptación, o puede que no. A lo mejor lo único que cambiaría sería el nombre de las ganaderías, que casualmente pertenecerían a una mayor variedad de encastes. Lo que sí es muy posible es que cambiaran los nombres de los coletudos, a no ser que se apretaran los machos y se adaptaran a ese toro que muchos no han visto ni en foto. Y a cada toro tendríamos que saber lo que les pedimos. A un Miura no se le puede pedir nobleza y docilidad, igual que a un Atanasio no se le puede exigir fiereza, o a un Veragua que se convierta en un carretón por arte de magia. Nos hemos empeñado en tomar solo un camino, pero quizás el único viable sea el del toro, que es el único que hace que tenga valor lo que se hace en el ruedo. Si no, nos podemos encontrar con lo que ocurrió en Carabanchel protagonizado por Morante. Muchos fueron los que cantaron las glorias del de la Puebla, incluso buenos aficionados que no podían sustraerse al arte de este torero, pero a mi juicio esto es lo más próximo a un ballet, alejándose de lo que es el toreo.

Y, como es habitual, al final nos encontramos en el mismo punto de siempre, que todo nace a partir del toro. Sean de uno u otro encaste, lo primero es el toro y nos podremos empeñar en hacer desparecer los patas blancas, los coquillas o los atanasios, pero entonces corremos el peligro de quedarnos sin toro, o se podrá insistir en esa uniformidad que impone lo Domecq, pero antes que después nos quedaremos sin toro y sin vías para recuperarlo; así que parece que lo único que podemos hacer es exigir el toro, que con el toro ya nos basta.

PD: ¿Veremos algún torillo de Carabanchel protagonizando el entierro de la sardina?

miércoles, 2 de marzo de 2011

El desprecio a nuestra cultura

Pepín Martín Vázquez, la torería y la gracia de la escuela sevillana



Murió Pepín Martín Vázquez. Un torero único que representó en si mismo tal cantidad de valores y virtudes taurinas que le valieron en su momento ser un referente del aficionado y que el paso del tiempo nunca logró borrar. Hace tiempo ya conté los recuerdos que mis mayores me transmitieron y la fascinación y admiración con que hablaban de él. Yo aparte de estos recuerdos, los que me legó principalmente mi padre, solo conocí a este maestro a través del cine en Currito de la Cruz. Por norma las películas de toros no han sido muy generosas con el toreo; será porque los toros no admiten trucos de rodaje, pero afortunadamente en esta cinta el director decidió intercalar imágenes reales de corridas en las que actuó Pepín Martín Vázquez. ¡Caramba qué sorpresa! ¡Qué forma de torear!

Pero no voy a insistir en su toreo, solo me repetiría y no aportaría nada nuevo. Además, lo mejor es cogerse la película, sentarse cómodamente y disponerse a disfrutar sin más, dando el pecho y cargando la suerte. Una vez superada la primera impresión de la noticia y después de unos días madurando la entrada, quiero expresar mi decepción por el silencio con que los medios de comunicación han cubierto la noticia. Ni una simple referencia al hecho. No voy a pedir que hubieran interrumpido la emisión, pero qué menos que mencionarlo y ya mañana detenerse un poco más y explicar a las nuevas generaciones quién fue y recordar a los aficionados con más experiencia lo que les hizo vivir en los ruedos. Solo ABC, que aún cree en los toros y poco más, una columnita en el País y seguro que algún periódico más, pero ni las radios, ni las televisiones se dignaron mirar hacia la historia de la tauromaquia, hacia nuestra cultura.

Me parece perfecto que los toros no sea un espectáculo de masas seguido por todo el país como si no hubiera otra cosa en el mundo; eso es imposible, pues no todos los mortales gozan de la suficiente sensibilidad para disfrutar de este fenómeno cultural, pero lo que no se puede hacer es ignorar un hecho como este. Yo no pido que los periodistas redactores de los informativos sepan de toros, pero lo que sí deben saber es valorar la importancia de cada noticia. No es para que abra el telediario, pero tampoco es para silenciarlo. Ya está bien de prejuicios estúpidos llenos de ignorancia y prepotencia juvenil del que desprecia todo lo que desconoce o que piensa que en el pasado todo el mundo era un estúpido, sin pensar que pueda haber otras intenciones menos confesables; dejémoslo solo en ignorancia, que ya me parece ser demasiado benévolo.

Pepín Martín Vázquez no salía en facebook, ni tan siquiera en Youtube, esto último por decisión de los dueños de los derechos de la película, pero a pesar de muchos, existió y fue una figura en una España en la que se vivía el toreo de una forma más intensa que en la actualidad. Pero no voy a echar la culpa a los no aficionados a los toros, para los que un hierro es algo duro y un torero un personaje pintoresco, chulesco y con unas poses antinaturales más propias de una opereta del XIX. Pero ¿qué se preocupa el mundo de los toros por conservar y cuidar su historia? Solo hay que buscar la casa de Lagartijo en Córdoba, o lo que queda de Pino Montano en Sevilla o lo que se conoce la labor de Sánchez Mejías y su decisiva aportación a la cultura, entre otros méritos el de impulsar la generación del 27, para comprobar que los culpables están muy cerca de nosotros.

Y si a todo esto unimos el déficit en el respeto de las nuevas generaciones por los viejos maestros, ¿qué podemos esperar? En un tiempo en que se más de toros que nunca, se ven películas de toros que nunca y se filosofa de toros aunque sea para no estar callado; hay muchos que a todo lo más que se apartan del presente es hasta llegar a Espartaco, Paquirri, los menos Dámaso González y repiten como loros y sin saber de qué hablan los nombres de Antonio Ordóñez y El Cordobés, como si tuvieran algo que ver. Pero eso no es un delito, ni una falta, porque nadie nacemos enseñados, lo malo es cuando nos quieren dar sopas con onda a los demás, incluso escribiendo libros y despreciando el fenómeno cultural que encierra la historia del toreo; una historia que se ha escrito con toreros como Pepín Martín Vázquez y con los aficionados que lo único que pretendían era ir a los toros y emocionarse, sin pensar en que estaban haciendo algo importante, porque para ellos el ir al plaza era un hecho común y cotidiano y no un motivo de lucimiento en los tendidos, o al menos no tanto como ahora. Pero ahora los que se llenan la boca de cultura son los que pisotean nuestra propia cultura, pretendiendo construir un nuevo sucedáneo de ésta para que se aproveche Dios sabe quién.

Volvemos a uno de nuestros pecados capitales, que no enseñamos la fiesta como es, como rito, como hecho cultural nacido desde la naturalidad y nos empeñamos en convertirlo en un mero acto social con una escala de valores absolutamente enloquecida. La emoción y la pasión han pasado a ser una utopía que nunca existió, para entronizar al aburrimiento y la vulgaridad como parte esencial y omnipresente del espectáculo. Pero luego no dudaremos en echarle las culpas al de enfrente, mientras exhibimos ese soberbio desprecio a nuestra cultura. Pepín Martín Vázquez, matador de toros, D.E.P.