sábado, 27 de noviembre de 2010

Concha y Sierra, una lámina


Vuelvo con mi idea primitiva de ir ilustrando los diferentes encastes de toro bravo. Quizás ahora esto adquiera un diferente significado al que podía tener hace un tiempo. Antes únicamente se trataría de un ejercicio de documentación y la habilidad, maña o pericia necesarias para hacerlo brotar en un papel. Pero con la que está cayendo la cosa cambia. Tal y como está el panorama, en unos meses puede que este dibujo se convierta desgraciadamente en un testimonio de algo que fue, pero que la ineptitud de taurinos y señores de la administración se llevó por delante.

Los Concha y Sierra nunca han sido un toro colaborador, tal y como hoy se entiende por colaborador, pero sin embargo figuras de verdad, como Juan Belmonte o Vicente Pastor supieron alcanzar la gloria ante ellos. Sus últimas apariciones en Madrid han sido como sobreros, pasando sin pena ni gloria por la calle de Alcalá. Pero toda la consideración que se tiene con otros hierros, a los que se les permite arrastrarse año tras año por los ruedos, a estos, como a otros, no se les consiente.

No son toros ni fáciles, ni difíciles, son diferentes, pero que no se ajustan ni de lejos al canon actual, ese que dice que al toro sólo se le pide que vaya detrás de las telas como un borrego en el último tercio. Entonces si nos encontramos con un encaste, como los veragua, que desarrollan un tremendo poder en el caballo, pero que luego llegan más justos a la muleta, ya no sirven, porque como todo el mundo sabe, en los dos primeros tercios uno se aplica al canapé, al güisqui y a charlar con la concurrencia.

El toro de Concha y Sierra se ha caracterizado por su lámina y por la variedad de su capa. Procedentes de aquellos con que don Fernando de la Concha y Sierra formó con reses vazqueñas de Taviel de Andrade y de Castrillón y que continuó doña Celsa Fontfrede, su viuda, y su hija, doña Concepción de la Concha y Sierra. Luego pasó a manos de Juan de Dios Pareja Obregón en 1966, a Martín Berrocal en 1968 y finalmente en 1970 a King Rancha España, S.A, una sociedad americana que casi la llevó a una prematura defunción, que anunció la ganadería con el nombre de Los Millares. Tuvo que ser Miguel Báez, “Litri”, quien la sacara de este pozo, le devolvió su nombre original anunciándola como "Toros de Concha y Sierra". Lo que no sé es si será suficientemente reconocido el esfuerzo del matador onubense, quien se tuvo que enfrentar a mandar al matadero a un elevado número de reses y a armarse de una paciencia infinita. Y aquí dejo esta pequeña reseña histórica de la ganadería y del encaste, pues lo que vino después se puede consultar en cualquier anuario de la Unión de Criadores de Toros de Lidia y hace más referencia a la ganadería que al encaste histórico.

El toro de Concha y Sierra, heredero directo de la casta vazqueña, cornalón y cornialto, veleto, cornidelantero y abrochado, presenta una cabeza ancha y voluminosa, alargada en algunos casos, con un cuello ancho y enmorrillado. Ancho de pecho y badanudo, con un tronco ancho y un vientre voluminoso, siendo un toro hondo, con patas cortas y fuertes. Ligeramente ensillado, con una culata desarrollada y redondeada y un poblado borlón que remata el rabo. Puede presentar todas las capas que el aficionado pueda imaginar. Ahora sólo nos queda esperar que la situación varíe el rumbo y que se pueda seguir viendo Concha y Sierras por mucho tiempo y que no tengamos que lamentar que otro pedazo de historia de la tauromaquia desaparezca bajo la puntilla del matadero, perdiendo para siempre estas láminas del encaste vazqueño.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Se inaugura el zoo de especies extinguidas


Corran niños y mayores a hacer cola en el nuevo parque zoológico que a no mucho tardar se va a abrir en nuestro país. Falta definir la ubicación definitiva, aunque todo apunta a que el lugar elegido será el campo charro. Al menos es que el que más espacios naturales puede poner a disposición de las autoridades que decidan embarcarse en esta iniciativa urbanístico ecológica.

Los campos de Salamanca permitirían un fácil acceso a Madrid, a dos horas de autovía, con aeropuerto próximo y con tanto terreno para expropiar en las dehesas de ganaderías que van a desaparecer en un abrir y cerrar de ojos, que posibilitaría la construcción del parque temático ExpoNecio. Incluso sería mucho más cómodo el traslado de algunas reses de Atanasio Fernández, desde Campocerrado, los patas blancas de Sánchez Cobaleda y quién nos dice que pronto podremos contar con los Coquillas. Nos va a quedar un parque estupendo; incluso, en lugar de mantener los ejemplares vivos, se podrían disecar. Así se podría permitir que los papás pasasen a los cercados con los niños, para que éstos los tocaran, se subieran a ellos y hacer la visita mucho más participativa. Y allí mismo se habilitaría un aula taller en el que esos niños pudieran jugar al juego educativo “La extinción ecológica”.

Ya lo estoy viendo; un resort con campos de golf, pistas de padel, squash y monopoly, salón multiusos, auditorio con proyecciones de las dos mejores faenas de los ídolos del momento. Se prevé la construcción de unos minicines para poder ver más que dos a lo largo del día. Aunque si se trata de una lección de torería de Ponce. Igual habría que poner una única faena, no daría tiempo a más, ni empezando a las ocho de la mañana. Con unos sillones amplios y cómodos en los que el espectador pudiera dar una cabezadita a partir de la tanda veinticinco.

Y yo que me pensaba que me iba a afectar el que toda una ganadería única y de la que parece que ya sólo quedará el recuerdo, pero no, estoy feliz. Vamos, tan feliz como pueden estar los amantes del toro artista, esos bajitos y bonitos, noblotes ellos, que no se rebelarían ni aunque les redujeran su ración de pienso a la mitad. Al fin podremos disfrutar de una fiesta alegre, despreocupada, uniforme, monotemática, adocenada, aburguesada, vulgar, mentirosa, aburrida, sosa, insulsa, tediosa, sin emoción, pero eso sí, con un ganado que en los test de “toreabilidad” reventarían el contador.

No creo que vaya a haber manifestaciones por las calles de Madrid, Barcelona o Sevilla, incluso no creo ni que vaya a salir en la tele en el Telediario de la noche, ni tan siquiera saldrá en las páginas de cultura o naturaleza de cualquier periódico de gran tirada. Al fin y al cabo sólo se pierde un encaste, que además ya no interesaba a nadie. Lo que no vale a la basura y punto. Total un toro que lo mismo salía manso de foguearlo, como que únicamente iba al caballo para hacerlo bailar sobre sus extensos pitones, sin aguantar como un perrillo doscientos derechazos sin salirse de la línea recta. Un toro con una arboladura que incomodaba a las figuras que mantienen la fiesta en todo lo alto. ¿Para que queremos ver como estas figuras se desenvuelven ante un tipo de toro diferente del borrego al uso?

Igual que pasó con los Atanasios, con los patas blancas y, Dios no lo quiera, con los Coquillas, al final no pasará nada y seguiremos discutiendo sobre orejas de oro, medallas a las Bellas Artes, propuestas parlamentarias, toreros mandones, toreros paradigma de la regularidad, toreros que torean tan mal como hablan, toreros a los que vetar, no vaya a ser que descubran el engaño, empresarios pedigüeños sin rubor, si Cultura o Interior y tantas y tantas cosas que nos alejan de los fundamental y nos enredan en lo accesorio. Luego un día un parlamento autonómico prohibirá las corridas de toros y nos tiraremos de los pelos, apelaremos a la libertad, al derecho al trabajo de unos profesionales y a no se cuántas frases que suenen bien, pero la realidad es que esto importa un pito a los que viven de ello y nos quita la vida y la ilusión a los que vivimos por ello. Señores profesionales, ¡váyanse ustedes a la real…!

domingo, 21 de noviembre de 2010

Ayudemos a los empresarios


Hay que reconocer que ha sido un año duro para los empresarios taurinos, quienes han visto sustancialmente mermados sus ingresos, pero no sus preocupaciones, por ayudar a la fiesta brava a ser grande. La mayor parte de las veces no reciben el reconocimiento de la gente, del aficionado, quienes son incapaces de apreciar sus desvelos por encumbrar este espectáculo, que no sería nada sin su trabajo. Ya es hora de hacer justicia y de recompensarles con nuestro agradecimiento y si es necesario con nuestro dinero. De acuerdo que a lo largo de la temporada ya hemos desembolsado exiguas cantidades de dinero, pero ¿qué es eso si se trata de salvar la fiesta? No podemos permitir que los empresarios taurinos, sabiamente dirigidos por las seis casas más importantes, naufraguen sin recibir ayuda. Ellos, el verdadero motor de este espectáculo, necesitan ayuda.

En estos días pasados he leído en diferentes soportes digitales el producto de sus reflexiones y sus preocupaciones. Se quejaban de la escasa o nula rentabilidad de casi todas las plazas de toros, excepto Madrid, Sevilla y alguna más que son la excepción que confirma esta regla. Pues señores empresarios, despréndanse de tanto remilgo y copien los usos de estas plazas, anuncien ganaderías de saldo, matadores que no interesen a nadie o casi nadie durante treinta días seguidos y no contraten a los toreros que interesan de verdad, si estos piden más de la cuenta, o como mucho se les contrata una o dos tardes a lo sumo. Hay que ahorrar y el movimiento se demuestra andando. Pero esto no quiere decir que los precios de las entradas se rebajen; hasta ahí podíamos llegar. A ver si los señores aficionados ahora se nos van a poner remilgosos y van a dejar de sacar sus abonos porque los carteles sean una basura.

Pero ellos solos, el mundo empresarial no puede cargar con todo el peso, necesitan ayuda, y quién mejor que los poderes públicos para prestársela. Porque que sepan todos ustedes que esto de los toros no es un negocio, aunque pueda a veces dar esa impresión. La organización de corridas de toros y novillos es un postulado, que digo postulado, un apostolado. Un acto de fe en el que incluso tienen que bregar con esos ingratos padres de toreros, representantes de toreros y hasta los mismos toreros, que no entienden que no se puede torear sin pagar.

Leo las palabras de Simón Casas y no me negarán que habla como los ángeles. Si lograra olvidarme a perpetuidad de las fechorías perpetradas en las plazas de España y Francia por este señor, podría llegar al éxtasis escuchando sus argumentos. Si Castelar levantara la cabeza se escondería detrás de un sillón de las Cortes, acomplejado ante semejante verborrea, pero si el auditorio lo componen los aficionados del momento, cuidadito que no haya piedras por esos contornos.

Pero no sólo es Monsieur “Casás” el exasperador de aficionados, por no decir encabr…itador de masas; ¿dónde nos dejamos a los Choperas, Choperitas y Choperotas, que siempre se están esforzando para que este año sea el bueno, pero que siempre van un año por detrás? Los Lozano, que se esmeran por llevar plazas siguiendo el canon comercial, por criar toros que respondan al toro comercial y por apoderar toreros que no se desvíen del nuevo toreo comercial, para conseguir llegar a la más excelsa vulgaridad; Matilla, que prepara un cierre glorioso en Barcelona, pero que se cerrará ya para siempre; o la empresa de Sevilla, que parece estar más pendiente del calendario Zaragozano y de las fiestas a santificar que del Taurino.
Pero ahora todos se han olvidado de sus particulares preocupaciones y se han unido para pedir desde su particular Corte de los Milagros. Señora Ministra, aplíquenos una generosa bajada del IVA y le digo la buenaventura, señores de la administración, una pequeña subvención de nada para mis churumbeles. Señoras Comunidades Autónomas, Diputaciones y Ayuntamientos no sean malajes y “arrebájennos” las condiciones de los pliegos.

Y todo por esa cabecita loca que les ha llevado a la perdición. Como todos los “Profesionales” de la fiesta nunca se han preocupado por el futuro de ésta. Siempre han actuado como si después de ellos, ellos, después de ellos “nadie” y luego ni tan siquiera Antonio Fuentes y sí el abismo. Eso que tanto le reclaman a las administraciones públicas no se lo aplican a ellos mismos, mucho que hay que promocionar la fiesta, pero no ellos. Ahora se encuentran que entre entradas y televisión no les llega para llegar a final de mes. Les ha importado un pito el fortalecimiento del espectáculo, el convertirlo en algo robusto con unas raíces bien asentadas. En cuanto veían asomar unas ramitas, ñam, ñam, ñam, ñam, a devorarlas, sin preocuparles si eran los futuros frutales que les fueran a asegurar el sustento. Siempre han cumplido a rajatabla eso de pan para hoy, hambre para mañana.

Nunca se ha planteado nadie la incorporación de nuevas formas de financiación, como puede ser la publicidad; y en los casos en que han apostado por la innovación era a costa de llevarse por delante las tradiciones y ritos de la fiesta que deberían considerarse intocables. A los anunciantes se les pide que inviertan en el mundo taurino, pero sin ofrecerle nada a cambio. Si el anunciante normalmente decide invertir su dinero en un medio con la esperanza de ver esta multiplicada en forma de ventas de productos o de servicios, en este caso se le exige que haga un gasto a fondo perdido. No para ofrecer un beneficio a su empresa, sino para seguir llenando la saca de los taurinos.

Quizás lo más importante, y urgente, fuera recrear un espectáculo en el que el aburrimiento no sea aceptado como un mal inevitablemente presente tarde tras tarde, y que de verdad compareciera la emoción y la verdad, sobre todo por la mejora del toro y la estricta observancia de su integridad, convirtiéndolo de una manera efectiva en el centro de todo este tinglado que llamamos tauromaquia. A partir de ahí ya podemos empezar a pensar en la publicidad en televisión, en las revistas, programas de mano, patrocinio de ferias, corridas y plazas y todas las fórmulas que se nos pudieran ocurrir, pero por favor, olvídense de destrozar los trajes de luces con anuncios de Avecrem, de decorar las plazas de toros como si fuera un todo a cien o de marcar los petos con el logotipo de una empresa anunciadora. ¿Se imaginarían un peto de las Ventas con el logo de Sanitas mientras el toro se despanzurra contra él, para acabar rodando por la arena? Sólo un poquito de decencia, amor por la fiesta y sentido común.

martes, 16 de noviembre de 2010

Manolo Vázquez, la verdad de frente


Era a principios de los ochenta cuando se anunció la vuelta a los ruedos de Manolo Vázquez Garcés. El motivo no era otro que doctorar a su sobrino, Pepe Luis Vázquez hijo, como se decía en aquellos días. La ilusión de los viejos aficionados se contagió en los más jóvenes que iban a poder contemplar con sus ojos aquello que tantas veces habían oído a sus mayores.

Para los más veteranos, especialmente del público de Madrid, Manolo Vázquez, igual que Manolo González, había sido uno de los grandes, uno de esos toreros por los que el público ya daba por bien empleado el dinero de su entrada. Y eso que desde el primer día que vistió de luces tuvo que llevar encima la pesada carga de ser el hermano de Pepe Luis, con lo que eso debe lastrar. Quizás esa comprensión y complicidad fue la que le empujó a vestirse de luces para entregarle los trastos al hijo de Pepe Luis y al sobrino de Manolo Vázquez, su sobrino. Eso es una dinastía y no la de los Trastamara.

Aquel día recuerdo que yo ya iba muy en situación, no sólo para aquella tarde, sino por todo lo oído durante años, que si se ponía de frente, que si daba el pecho, que si toreaba así o asao. Y como buen hijo, en ese momento le decía a mi padre que era un pesado y que eso me lo había contado mil veces. Pero como buen hijo también y con la insoportable soberbia de los pocos años, rebosaba ignorancia por los cuatro costados y no sabía lo que se me iba a venir encima.

Recuerdo que vestía de grana y oro, lo cual no me parecía lo más apropiado para un venerable anciano. Salió a hacer el paseíllo con esos andares suyos nada ceremoniosos, pero muy toreros, y con ese movimiento de hombros como para acomodarse el traje, pero sin las estridencias de los tauroatletas de hoy, que parecen más que nada contorsionistas. Aunque de esto ya hace casi treinta años ya había malos usos que se repetían tarde tras tarde. Sonó el clarín para anunciar la salida del toro de la reaparición en Madrid y me chocó ver como un peón salía casi al tercio delante del burladero junto a la puerta de arrastre. Allí espero quieto y cuando asomó la gaita el toro le llamó para fijar su atención. Lo que son las cosas, en aquellos días en los que el toro se daba mil vueltas al ruedo antes de ser fijado, a este no le dejaron que anduviera a su aire ni un segundo. Una vez parado, Manolo Vázquez desplegó su capote y levantó la plaza. Tanto que me habían contado y aquello no me lo imaginaba así. Pero ¿este señor no era el que toreaba de frente con la muleta? Pues sí, pero también toreaba con el capote. Con una gracia increíble, pero toreando, no abanicando al toro, nos dio a los jóvenes ignorantes la primera lección de la tarde y a los veteranos les recordó como era el toreo.

Era una forma de hacer completamente desparecida, todo estaba en su sitio y nadie se salía del papel asignado. Eso que tantas veces reclamamos, la colocación y el estricto sentido de la lidia, lo teníamos delante de los ojos de grana y oro. Luego vino la lección con la muleta y ese toreo de frente, muy natural y muy de verdad, en una faena cortita, como siempre se dice que eran las faenas clásicas. Los años no me permiten acordarme de los detalles, pero lo que no se olvida es que toreó con la derecha, citando a media distancia y colocado muy de frente. Eso era más de lo que nadie nos había contado y no es que censure a los que me hablaron de este toreo, sobre todo mi padre, pero es que aquello era difícil de explicar. Bastante tenían los viejos aficionados cuando acompañado de un codazo te decían: ¿qué, te gusta? Eso no lo has visto tú nunca ¿eh? Y no te quedaba más remedio que reconocer tu ignorancia y tu soberbia juvenil de aficionado muy leído, pero que no sabía de la misa la mitad. Tampoco recuerdo si cortó o no orejas, creo que fue una, pero la verdad es que eso no cuenta demasiado. Años después en un viaje a Sevilla me lo encontré casi de frente, no podía ser de otra manera, en un aparcamiento y me quedé pasmado como una estatua de sal sin saber qué decir.

Fue una gratificante vuelta al pasado, a un pasado que estaba aún más lejano del que Juan Mora nos recordó a los que vamos camino de ser veteranos y del que le descubrió a otros jóvenes. Ahora he oído que la sangre de Manolo Vázquez vuelve a coger los trastos y a probarse delante de una becerra. Imagino que si la cosa prospera los más mayores empezarán a ilusionarse como otros hace casi treinta años. De lo que creo que podemos estar seguros es que si a este nuevo Vázquez se le ocurre convertirse en un pegapases adocenado, le destierran del barrio de San Bernardo. ¡Ay si la dinastía continuara!

jueves, 11 de noviembre de 2010

Una historia de toreros


Cuando empleamos la palabra torero, en muchos casos sólo nos referimos a esa figura vestida con un terno bordado de oro y que se dirige hacia la gloria envuelto en un halo casi de santidad. Pero cualquiera me puede decir que esto es absolutamente inexacto y tremendamente injusto, y con toda la razón. Toreros son también los que llevan en volandas a su matador a esa gloria tan deseada y a veces tan utópica como remota.

Hace unos días se nos marchó un torero. Una de esas personas que un día persiguió una ilusión, con el impulso que da el amor por una fiesta, a un animal y a un arte tan contradictorio, emotivo y bello como es el toreo. Este torero se quedó en el camino de esa gloria mitificada de ser “figura del toreo”, pero tuvo la suerte de poder vivir la gloria y el orgullo de ser torero. ¡Qué gran cosa ser torero! ¡Qué privilegio el poder vivir del toro! Y cuanta afición hace falta para aguantar lo que esto supone, aunque también es vivir una pasión permanentemente. Viajes a las plazas de primera, segunda, tercera y carros, pero con el maestro y los compañeros; tardes de gloria y fracaso, pero con el maestro y los compañeros; alegrías y decepciones, pero con el maestro y los compañeros. Incluso en los momentos más duros se puede sentir el apoyo y la presencia del maestro y los compañeros y muchos más maestros y compañeros que se juntan para ayudar a quien ya no puede vivir del toro, de la mejor forma que saben hacerlo, toreando para ti. Y el público que te dedica una sonora y cariñosa ovación aunque no hayas puesto un par en todo lo alto y asomándote al balcón, aunque salgas al ruedo en una silla de ruedas.

Las cogidas siempre son una desgracia que afectan a cualquiera con un mínimo de sensibilidad, aunque parece que unas se olvidan antes que otras. La del matador que estuvo a punto de abrir la puerta grande, pero que un toro le abrió la de la enfermería. Pero también están las de los toreros que no van de oro, pero que también cortan orejas. Mi padre, quien vio más toros que la dehesa, siempre se acordaba de la cogida de El Coli, un peón que se dejó la vida un verano en las Ventas, y pasado el tiempo todavía le impresionaba el camino hacia la enfermería y la salida de sus compañeros tapándose la cara con las manos, llorando y abrazándose unos a otros.

Hace dos años nos dejó helados la cogida de Adrián, quien ahora se ha marchado igual que lo hicieron Montoliú, Soto Vargas, el Campeño o el mismo Coli, junto con otros muchos. Otros tantos que como el Ruso, Jesús Márquez o Luis Mariscal, por citar algún nombre, se enfrentaron al ganado que les marcaba el matador, a los que nadie les preguntaba sus preferencias o si preferían un hierro duro, comercial o de garantías. Los mismos que si el toro era complicado o un bombón, tenían que plantarle cara y que sea lo que Dios quiera.

Pero no sólo es tristeza y anonimato. Recordemos que los dos triunfadores del San Isidro de este año han sido Jesús Arruga y Carlos Casanova, que protagonizaron un tercio de banderillas en el que parecían absolutamente convencidos de dejarse coger con tal de clavar arriba, dejándose ver, asomándose al balcón y dejando llegar al toro una barbaridad. O ese Boni que podría reclamar con todo el derecho del mundo la mitad de los éxitos de su matador. Los que se visten de Ángeles de la Guarda como lo fue Joselito Calderón o ahora lo es Domingo Navarro. Los mismos que cuando tienen que pasear la oreja ganada por su matador, lo hacen casi a la carrera y modestamente y que cuando su maestro triunfa y se lo llevan por la Puerta de Madrid, reciben empujones y golpes por igual con una sonrisa de lado a lado intentando llegar al coche de la cuadrilla. Son tantos nombres que mi memoria no los podría abarcar nunca.

Todos estos también son toreros. Toreros de plata que valen como el oro. Y que nadie piense que me he olvidado de los de a caballo, esos mismos que en alguna ocasión hemos visto dar la vuelta al ruedo de la mano del espada y que parecen revivir el protagonismo del que gozaron hace décadas, pero hoy era el día de los peones de a pie, era el día de Adrián, que ya vestirá su terno de gloria y plata allá donde esté.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Ortega y Gasset y los toros


Resulta bien conocida la famosa frase de Don José, quien afirmaba que: “la historia del toreo está ligada a la de España, tanto que sin conocer la primera, resultará imposible comprender la segunda”. Regularmente alguien que nos quiera remover la conciencia rescata estas palabras del filósofo. En este caso, hace unos días fue Juan Medina en “El Escalafón del aficionado”, quien nos refrescó la memoria.

Podría parecer una frase sin más de esas que sirven para ganar en un juego de preguntas y respuestas, pero sería demasiada simplificación. En un tiempo en el que los toros parecen arrinconados y sin la presencia en la sociedad de que gozó en otros momentos, la frasecita en cuestión sigue estando vigente.

Si analizamos el estado de la fiesta y lo comparamos con la fotografía de la sociedad actual, se ven reflejados los mismos defectos y las mismas virtudes. Tenemos una tauromaquia que parece la hija putativa de la LOGSE, mucha participación del alumno, o del público, sin tener en cuenta lo fundamental. Es más importante comentar la palabra patata, que conocer las propiedades de este tubérculo. Se valora mucho más la acumulación de orejas que hacer el toreo.

No resulta infrecuente escuchar eso de “no te preocupes, si lo has intentado es suficiente”, que está muy bien, porque ya se sabe que el que da lo que tiene no está obligado a dar más, pero si te cobran lo mismo por el intento que por la consecución, entonces la cosa empieza a desequilibrarse en contra del espectador. Lo mismo que no es admisible ese argumento de “si no te gusta, hazlo tú”. Que no creo que nadie en su sano juicio sea capaz de llegar a su jefe y cuando éste le recrimine por un trabajo mal hecho le suelte la frasecita en cuestión. Pues en los toros es una de las coartadas más utilizadas para encubrir la vulgaridad. El mundo perfecto, que vas a un restaurante y te ponen un vino picado, pues “hazlo tú”; que no sabes cómo se cría un buen vino”, que no te gusta la película, pues “hazla tú, que no tienes ni idea de los dineros y esfuerzos que conlleva esto; que un delantero falla un penalti y tu equipo baja a segunda, “tíralo tú, que no sabes los nervios que se pasan”.

Quizás estemos en un mundo ñoño, en el que la actitud es más importante que la aptitud. Aquella tiene su valor, por supuesto, pero no puede convertirse en el dios supremo de nuestra vida. La torería imperante pretende que se les idolatre por el único mérito de intentar ser torero y por la dificultad que entraña ponerse delante de un toro. Y a lo mejor tienen razón, sobre todo si se agarran a ese “quién paga manda” y además exige. Tal y como está montado el tinglado taurino en el que para llegar a ser torero hay que empezar sacando la cartera, parece impensable que al que pone le fueran a hacer la puñeta. Es más, el que pone se siente con todo el derecho del mundo de exigir un toro que no le fastidie la diversión y que le haga creerse una figura del toreo. Vamos, que es como el que va a correr en bici y como tiene que pagar la bici, la licencia, el maillot y hasta la merienda, se crea con derecho a colocar debajo del sillín un motorcito que le alivie en las cuestas.

El ser torero ya no es cuestión de afición y de profesionalidad, ahora se trata de elegir un hobby y que te paguen por él, que ya bastante dinerito ha puesto papá, como para que ahora no le paguen al niño por salir a poner posturas en el ruedo. Una falta de exigencia absoluta que se lleva al límite, hasta convertir al toro en un simple colaborador para alcanzar esa gloria personal y no en el actor principal al que hay que superar.

Igual que sin saberlo vivíamos en una ilusión en la que pensábamos que éramos ricos, que teníamos derecho como cualquier hijo de vecino a un coche lleno de lujos, a comer en restaurantes de mil tenedores, a gastar lo que no está escrito en ropa de marca, a tener un móvil de última generación o a meter en el salón de casa una televisión superplana y supergrande. La torería camina por unos caminos muy parecidos, al torero, novillero o matador de alternativa, se le convence de que es la reencarnación de Cagancho y si hace falta se pide la ayuda de plumillas, ganaderos, empresarios y aficionados de prestigio, que pondrán la mano en el fuego por el figura en cuestión.

Todo esto nos empuja a una exagerada simplificación, sin admitir matices y sin aceptar la menor crítica. Incluso se ha llegado a la negación de varias partes de la lidia que,en otro tiempo, no es que fueran vitales, es que eran el motivo por el cual existía eso que se llama corrida de toros. Se ha despojado de sentido al tercio de varas, al de banderillas y se ha mutado el de la suerte suprema. La lidia ha quedado reducida al número de pases que cada cual sea capaz de enjaretar a un animalito exhausto y la estocada sólo es el trámite previo a la concesión de orejas, otro de los males de la fiesta por ese empeño en contabilizar el arte. Y lo que es peor, la exigencia de esa uniformidad demandada por el público que quiere ver todas las tardes lo mismo, hace que el toro se robotice, que se llame bravura a la docilidad y que se reniegue de virtudes imprescindibles en el toro de lidia como la casta.

Esperemos que esta nefasta ilusión estalle y volvamos a la realidad, por dura que sea y que cuando veamos que estamos cubiertos de harapos, que somos unos ignorantes fruto de esa LOGSE taurina, nos pongamos manos a la obra a reconstruir nuestra casa y a coser unos nuevos vestidos que nos tapen las vergüenzas y que no se rompan al primer enganchón. De lo que sí estoy seguro es de que si Ortega y Gasset levantara la cabeza y viera como está la fiesta, se pondría a llorar por lo mal que va España.

martes, 2 de noviembre de 2010

¡Había una vez… un circo!



Adrián, va por usted
Un circo que repartía alegría y felicidad a diestro y siniestro. Un engendro entre el “Circo de Manolita Chen”, por su casticismo, y el “Cirque du Soleil”, por eso de no incluir fieras en su repertorio. Allá por febrero y marzo nos amenazaban con su nuevo montaje para la temporada: “Tauromágicos”. Ahora lo ves, ahora no lo ves y ¡tacháaaaan! te la vuelven a colar.

Si hacemos caso a los profesionales y especialistas del volatín, cucamona y malabarismo, el éxito no ha tenido precedentes. No hay que tener en cuenta que entre Sevilla y Madrid se sumaran casi sesenta funciones entre abril y mayo y que el público se aburriera y en ocasiones se cabreara como una mona. En Sevilla irrumpió un tal Oliva Soto al que el respetable acogió entre grandes esperanzas, pero al que los empresarios y artistas de este circo de “Manolita Soleil” le mandaron ipso facto a limpiar la jaula de los elefantes. Parecido a lo que en Madrid sufrieron dos secundarios de la función, un tal Arruga y un tal Casanova, que un poco más y les destierran al oasis de Siwa.

Pero estaba muy pensado este tinglado de “Tauromágicos” para que no se consiguiera que saliera bien. La gran estrella del trapecio Pinito del July iba a demostrar lo que se puede hacer con un trapo y un palo en la mano. El hombre que más vueltas da en rededor suyo sin perder el sentido, al compás de un animalillo que va detrás de una tela de color rojo. Y no acaba ahí la hazaña, porque este mismo ejercicio ha sido capaz de repetirlo en varios escenarios, sin cambiar ni un punto, ni una coma. Cada ejercicio era un clon del anterior. Eso sí que es para enmarcar. Una vuelta y otra y otra más, hasta conseguir hipnotizar a toda la concurrencia. Bueno a todos no, había algunos que decían que tenía truco, ¡sabrán ellos! Que bajen ellos a dar esos volatines veleteros sin tan siquiera tambalearse.

Aunque no ha sido éste el único genio que ha esparcido su magia por el mundo. ¿Quién se puede olvidar de la velocidad de las frenéticas carreras del Fandi…ni. Directamente del circo de Monza, para todos los públicos de España, Francia, Portugal y América. Velocidad y precisión perfectamente conjugadas. El grande, la reencarnación del hombre bala, capaz de alcanzar unas velocidades estratosféricas y además atinar en lo alto del lomo de un animalito, negro generalmente, que no llegaba a ver de donde le caía el rayo de su arte.

Los increíbles 7 Grandiosos, o como se anuncian por ahí, los G7, los acróbatas más esperpénticamente acoplados en pos de un interés común, común a ellos solamente, pero común. Con sus ejercicios de prodigiosa elasticidad para encajar donde les pongan y su increíble capacidad para obnubilar hasta a los señores ministros del gobierno. Ahora estoy aquí, pego un salto con un escalofriante volatín y me planto en el Ministerio de Cultura en un abrir y cerrar de ojos; que ahora estamos con la ministra y ¡voilà! Pues ahora me planto en un hotel cercano para dar una rueda de prensa casi en la clandestinidad y sin que se note que les acaban de dar una larga cambiada digna del mismísimo Rafael el Gallo. Y que conste que en estas giras de entrevistas osan actuar sin red. La lástima es que estos “shows” sólo son para disfrute de unos pocos privilegiados, ministros, ministras y otras autoridades de alto nivel.

Y todo esto vigilado por el ojo que todo lo ve, con la majestuosidad propia de los elegidos, por aquel que este año ha celebrado que ha alcanzado la cifra de… ¿de cuántas? No sé, pero han sido muchas corridas del Maestre Ponce, el califa de Chiva, el que ha reinventado las artes circenses, el que ha conjugado riesgo, arte, estética y un excelso sentido de la precaución.

Luego también ha habido algunos que no podrán tener nunca el privilegio de actuar bajo la carpa de este “Cirque du Chen” y nunca serán adornados con el título de Tauromágico, esos son un tal Mora, un acabado que hay que apartar, un nefasto Cuadri, que pretende criar un animal poderoso, con presencia y que se ha acercado mucho a un espécimen que llamábamos toro de lidia, Frascuelo, ese que sólo hace gracia a unos absurdos de su pueblo, Madrid y otros que han ido sobreviviendo en este circo como han podido y que en una tarde, acompañando a ese acabado de Juan Mora, puede que se hayan autoexcluido, Curro Díaz y Morenito de Aranda. Y que conste que no me he olvidado de ese José Tomás, pero una mala tarde la desgracia nos lo quitó de repente para el resto de la temporada. Habrá que esperar todavía más de lo que llevamos esperándole.

Como guinda y plato fuerte, no podían faltar los payasos, pero cosas de las modernas performances, éstos no saltan a la arena para hacer las delicias del respetable. En el Cirque de Chen al Soleil, los payasos son los que están en los tendidos y a los que se le quiere cerrar la boca a toda costa; hay que tener en cuenta que en un espectáculo de alegría, jolgorio y titiriteros no caben unos vociferantes señores que se empeñan en descubrir el truco, por muy evidente que este parezca. Eso sí, en el momento en que entregan su dinerito al dueño del local, no le ponen ninguna pega y es más, le intentan convencer de que ya no va a haber más trampa y que lo que van a ver va a ser “El mayor espectáculo del Mundo”.

No sé, pero visto lo que ha dado de sí la gira de “Tauromágicos”, casi parece mejor haberse quedado fuera del espectáculo y convertirse en un ente marginado no apto para este circo. Parece que sólo tiene porvenir aquel que se apoya en la trampa y en la vulgaridad. Y es que tal y como están las cosas, esto no hay quien lo entienda. A mí me queda una duda, y es que si los que tanto alboroto montan con este espectáculo, ¿realmente disfrutan? De que se divierten no me cabe duda, pero... ¿disfrutan? De momento sólo queda esperar al nuevo “show” del “Cirque de Manolita al Soleil del Chen” aunque que nadie se haga muchas ilusiones y que no espere grandes cambios.

PD: No quiero dejar pasar la ocasión de recordar a un torero que sufrió la parte mala del toreo, pero que pese a todo reconocía su agradecimiento a este arte. Desde hoy hay uno más en la cuadrilla de los ángeles del cielo. Adrián Gómez, torero, descanse en paz