martes, 31 de mayo de 2011

La misma canción con otras trompetas



Estamos llegando al final de la feria de San isidro de este año y, salvo honrosas excepciones, desde el primer día estamos escuchando la misma canción que tarde tras tarde nos atornilla las sienes. Unos días nos la tocan a trompetazos, otros con violines y la mayoría con panderos y zambombas. Y este desgaste no lo aguanta ninguna melodía, por bella que ésta sea, y si esta cancioncilla carece de toda armonía y es una trituradora de tímpanos, pues mucho peor.

Nos llevan diciendo años que no se trata de una cancioncilla graciosa, sino que estamos antes una magistral obra sinfónica, pero a algunos nos cuesta nos cuesta tragarnos ese sapo. Nos traen a las figuras más rutilantes del panorama taurino con las ganaderías de más prestigio y el resultado es el mismo. Pero si queremos encontrar algo diferente en las novilladas, la cosa cambia poco. Empezando por el ganado, que muestra los mismos o peores defectos que el de sus hermanos mayores. No s querían engañar con que si el toro grande no andaba, que mejor el más terciado y que la prueba eran las novilladas, pero me da que los esquemas son los mismos. Quizás salgan algunas novilladas mejor que las corridas porque a los novilleros se les echan hierros que ya de matadores no querrán ni ver.

Volvía el ganado de El Ventorrillo en su versión mini, pero con los mismos comportamientos que los maxi. Con mejor presentación y más trapío que en algunas corridas de toros, pero con ese mal eterno de la falta de casta y la mansedumbre que ya está apareciendo como algo habitual, demasiadas tardes seguidas. Los señores ganaderos están buscando un tipo de toro tan dócil y lo están moldeando tanto, que al final el resultado se está pareciendo más a un cordero que a un toro. Puede que ya haya llegado el momento pararse a pensar en lo que se está haciendo. Quizás abría que sopesar si toda esta basura con cuernos compensa el sexto toro que repetía y repetía en la muleta, pero que las dos veces que fue al caballo se marchó suelto en busca de sitios menos transitados. Pero que se lo piensen ya, porque la recuperación no podrá ser algo rápido, así que cuanto antes se empiece a trabajar en otro sentido, mejor. Primero hay que decidirse a cambiar, después a tomar decisiones y por último esperar los resultados, tres o cuatro años después y ver si hay que volver a empezar el proceso o no. Realmente la cosa resulta muy complicada.

Había bastante expectación y muchas esperanzas puestas en la novillada. Por un lado se volvía a ver el apellido Silveti en los carteles, el que otras veces fue sinónimo de toreo grande y el que en las últimas veces que lo vimos por estas latitudes era para helarnos el alma y encogernos el corazón. Volvía Víctor Barrio, quien lleva tiempo escalando puestos para convertirse en el nuevo delfín de la torería actual y cerraba el cartel Rafael Cerro, pupilo de Ortega Cano, tan presente en estas últimas fechas y al que tanto bien le deseamos para que se recupere.

Diego Silveti salió a comerse el ruedo si hacía falta, pero seguro que no contó con lo que le iba a salir por toriles. Quiso mostrar su toreo variado con el capote, sello de la tauromaquia mexicana, pero no logró acoplarse con sus oponentes. Con la muleta se encontró con un marrajo para abrir plaza, que se acostaba que era un primor por el pitón derecho una y otra vez, hasta que le enganchó y le dio u n buen susto. Pero por el izquierdo no era mucho mejor. Le embarcaba el azteca y a mitad del pase se daba la vuelta para el lado contrario. La cosa no era para relajarse, pero una estocada con mucha habilidad, sobre todo con el inconveniente de ese pitón derecho, licenció al primer regalo de El Ventorrillo. En el cuarto empezó con unos estatuarios, muy quieto, pero bien por las prisas, bien por la poca claridad del novillo, que salía de cada pase mirando al personal y buscando las tablas, o por las prisas de agradar, el caso es que se fue acelerando y su labor se redujo al toreo con el pico, a pegar demasiados banderazos y a no poder recetar otra estocada como en el anterior y tener que sufrir para cerrar su actuación. De todas formas, habrá que esperar.

Víctor Barrio pasea desde hace tiempo la vitola de figura o futura figura, lo que no sé si le viene bien o mal. Recibió a su primero a portagayola, para continuar con varias verónicas enganchadas Con la muleta empezó usando el pico y retrasando la pierna de salida, pero después se daba una curiosa circunstancia, si adelantaba la pierna, no remataba el pase y si la retrasaba, sí, o casi. Si hubiera adelantado la pierna y rematado atrás, aquella serie limpia, con la derecha habría tenido bastante más peso. Después el novillo, que acabó en toriles, le tocó demasiadas veces la tela y no encontró el mando que demandaba. En su segundo intentó llevar al toro al caballo con un galleo con el capote, pero luego no puso el interés debido para colocar al toro. Con la muleta dejó que le tropezara mucho la muleta de inicio, no se paró, acompañaba la embestida y como toda solución a estos problemas solo tiró de arrimón. Demasiado soso y si hay que elegir un Víctor Barrio, yo me quedó con el del día de los Flor de Jara y como afrontó la dificultad de la casta, con más casta, en lugar del torero que se alinea con el modernismo y los pases sin sustancia. Pero por lo menos me ha dejado ver cosas que no pensaba que tenía. Ahora él tendrá que elegir uno u otro camino.

Parecía que la sorpresa iba a ser Rafael Cerro, sobre todo al verlo recibir a su primero comunas verónicas aceptables, aunque con el defecto de no bajar completamente las manos y traerse el capote para si en el momento de entregarse y rematar el lance. Demostró quietud en un quite por detrás e incluso respondió a un quite por delantales con otro del mismo palo, rematado con una largo por bajo muy templada. El comienzo con la muleta fueron unos pases por bajo, destacando especialmente un natural que recordaba a su maestro. Pero a partir de ahí vino todo un recital de derechazos y naturales con la pierna muy retrasada, naturales destemplados y varios pases invertidos que acabaron de desesperar al personal, para acabar con un infame bajonazo. En el sexto la cosa no mejoró; el inconveniente es que este era el mejor novillo de la tarde y uno de esos que a veces le toca a un torero y que no le sirve para otra cosa que para mostrar todas sus carencias. Mucho pico, carreras para recolocarse, ausencia de mando y de toreo, mientras el de El Ventorrillo se le arrancaba de lejos. El extremeño despreciaba siempre el primer pase y en los siguientes no sabía como llevar la embestida. Muchos pases, mientras el toro seguía metiendo la cara en las telas. Le sonó un aviso antes de otro bajonazo descarado que sonrojaría al más flamenco.

Resulta difícil juzgar lo que van a ser estos chavales en un futuro próximo, aunque con cierto tipo de ganado, lo mejor que se puede decir de ellos es que habrá que volver a verlos, aunque algunos puede que no tengan otra oportunidad tan clara para poder decir que quieren ser algo en esto del toreo.

lunes, 30 de mayo de 2011

Ciervos por toros y saltimbanquis por toreros



Yo no estoy en contra de que se celebren festejos como el de la tarde de los Samueles, pero que avisen. Que se anuncie que no se van a soltar toros y que lo que se va a desarrollar en el ruedo poco tiene que ver con una corrida de toros. Nos podemos poner a sacar la lupa y empezar a rebuscar algo que se asemeje a lo que el aficionado espera, pero como ya he dicho en otras ocasiones, eso es colaborar con esta pantomima que nos azota.

El ganado de Samuel Flores y familia, nada tiene que ver con los toros que antaño lucieron el hierro de la “o” cruzada. Muy corralones, espectacularmente corralones, pero escuchimizados, escurriditos, zancudos y tan estrechitos, tan estrechitos, que cabrían entere los barrotes de una talanquera. Será por eso lo del exceso de pitones. Todos desarrollaron una mansedumbre preocupante. El que no la emprendía a cornadas contra el peto se retorcía como una lagartija queriendo quitarse el palo, siempre y cuando no saliera a escape buscando terrenos más templados, como podían ser los toriles. Se dolían al notar la vara, se dolían al notar las banderillas, se pasaron la tarde doliéndose. Y en la muleta solo tenían una faena posible, la del macheteo por abajo, los pases de castigo para quebrantarle y así poder entrar a matar con cierta dignidad. Pero que nadie olvide los tiempos que corren y la ineptitud de los coletudos para doblarse con estos mulos, junto con la incomprensión de los públicos feriantes que no entienden de otro toreo que no sea el pase y más pase, el derechazo, natural y algún remate florido; pero eso de hacer crujir al toro no entra en sus esquemas. Y si todo esto pareciera poco, una lamentable flojedad e invalidez, que si no se notó tanto fue precisamente porque esa mansedumbre les hacía que no se emplearan, que fueran con la cara por las nubes. El no tener que emplearse para seguir los engaños humillando ayuda mucho al inválido. Además salió un sobrero de los Chospes, tan manso como los titulares, pero al que se pudo torear con la muleta, a pesar de entrar rebrincado y sin que se le olvidara su mansedumbre.

Lo de los matadores es capítulo aparte. ¿Era éste un cartel redondo de esos que tanto proclamaron los taurinos? ¿Hay alguna justificación para incluir a estos tres espadas en la feria de Madrid? ¿Quizás es uno de los carteles que se cobran como buenos, pero que ayudan a recuperar los beneficios que la empresa considera que no se ganaron otras tardes? O será la crisis, que afecta a ganaderos, a trabajadores y muy en especial a los que pagan, a los aficionados, para que los empresarios mantengan sus márgenes de beneficio y para que las figuras no tengan que bajarse el caché, llenen o no llenen los tendidos.

Juan José Padilla volvió a Madrid, una vez que unos señores consideraron que ya se había congraciado con esta afición. Pero no hay nada más que verle salir al ruedo para darse cuenta de que este torero desprecia toda la liturgia y todos valores que esta plaza se empeña en mantener vivos. Aparte de histrionismos y contorsiones, su toreo se basa en el movimiento. No se para con el capote, que usa como una toalla de playa, da el pasito atrás como parte del lance; no se implica en la lidia más básica, como es intentar colocar el toro en suerte, pensando solo en el momento atlético de las banderillas. Banderillas siempre puestas a la carrera y a toro pasado, mientras en el ruedo se vive un verdadero caos de capotes, carreras, apretones y ademanes de toreros de opereta. Pero con la muleta la cosa no cambia, ni mejora. Primer pase y desarme, para seguir aguantando las broncas embestidas del Samuel, y sin saber por donde meterle mano a un toro que no estaba para derechazos, pero tampoco para ser asesinado con un bajonazo infame. Tampoco se puede decir que templara, lo que se pudo comprobar con toda nitidez en el cuarto, que cada vez que iba a la muleta se la tropezaba, cuando no se quedaba desarmado.

Antonio Ferrera sigue la misma escuela de Padilla, pero con ese rictus de estar permanentemente cabreado, haciendo verdaderos esfuerzos para que la gente note su crispación. No se para quieto con el capote, verónicas agitadas sin mando. Él espera su momento en el segundo tercio, para poder seguir moviéndose. Carreras a toda velocidad para clavar a toro pasado, aunque es de justicia reconocer que cuadrara más en la cara en el que hizo quinto, pero sin asomarse al balcón en ningún momento. Cerró con un par al quiebro clavando los palos muy horizontales, más saliendo del compromiso como podía, que con la serenidad y torería que se requiere en estos casos. La muleta no es lo mejor que tiene el extremeño, pues es donde se ven y se corroboran todas sus carencias. Además de los males propios del momento, pico, pierna atrasada, cite fuera de cacho. toreo lineal y vaciar la embestida delante de la cadera, hay que añadir el que no se para quieto un momento y las continuas carreras que tiene que dar para colocarse. Desperdició al más manejable de los Chospes, que ante la inseguridad de su matador, se fue haciendo dueño de la situación.

El caso de César Jiménez es el de un torero de esos a los que se les ve por la plaza y te dices “ahí va un torero”, pero que de repente ves como se hurga la nariz y todo se te viene abajo. Pues algo así es el madrileño. Lleva años haciendo que apunta, pero cuando dispara a la diana, le pega a un avión y además, no pone banderillas. Torea aplicando las teorías más vanguardistas del toreo, lo que le obliga a estarse recolocando continuamente, pasándose el toro muy lejos y tomando para sí todas las ventajas y precauciones. El momento más lúcido lo tuvo ene. último, un toro imposible, al que se decidió a machetear por bajo, pero con tan poco convencimiento y decisión que no sirvió para nada. Consintió al toro dejándole irse a toriles para ver si ahí había alguna opción, pero los chicos de don Samuel y familia, no estaban para nadie. Quizás estos ciervos exigen cosas diferentes a las que se le hace a un toro de lidia.

sábado, 28 de mayo de 2011

Arte, artistas y el fenómeno cultural de la feria

La chicuelina de Silverio nada tiene que ver con el del voluntarioso Saldívar


Puede que haya alguien que al salir de la plaza después de la corrida de Las Ramblas/ José Vázquez/ Ortigao Costa/ José Luis Iniesta se vaya de cañas y se dedique a querer convencer a alguien de que esta corrida es parte de un fenómeno cultural y que los protagonistas son artistas y hacen arte ¡Miau! Quizás le sería más fácil hacer creer a alguien que el corderito de Norit es una alimaña. Aunque ya lo decía El Gallo, “hay gente pa’to”.

La corrida fue un infame desfile de inválidos sin presencia, salvándose un poco los dos de José Vázquez, mansurrones a los que se simuló la suerte de varas, con el lamentable espectáculo de ver a los toros despanzurrados bajo el peto, saliéndose de la suerte y buscando las tablas y los toriles rehuyendo la pelea. Algo muy difícil de defender de cara al exterior, porque no es la primera vez, ni la segunda, ni la tercera, es la tónica general y un hecho que se hace más palpable cuando los anunciados son las figuras, los miembros del G10, los de las revistas o los modelos de una marca de moda famosa. Y los ajenos a la fiesta se creen que esto es lo mejor que se puede ofrecer. ¿Y cómo será lo peor? Esto es indefendible y en lugar de una fiesta en que el toro debería ser el rey y ser el paradigma de la fuerza la bravura y el poder, esto se ha convertido en un abuso.

Pero a estos males hay que sumar la aquiescencia de los toreros y su manifiesta inoperancia para salir de este atolladero. Perdón, inoperancia sería en el caso en que intentando buscar y poner en marcha una solución, no fueran capaces de ello. Como muy dice la sabiduría popular, se agarran al “dame pan y llámame perro”. El Cid, el que en su día parecía que nunca iba a abandonar la senda del toreo puro y clásico, casi se le puede dar por perdido y entregado al lado oscuro del toreo: El capote es un mero instrumento para trapacear por la cara al toro, no se queda quieto jamás y siempre cae en el mismo vicio de echar el pasito atrás cuando el toro va a llegar a su jurisdicción. ¿Tan difícil es quedarse quieto? Bueno, sí que es difícil, bastante difícil, pero esa es la diferencia entre lo bueno y lo vulgar. En el primer tercio no sabe ni dónde colocarse, la sensación de ser un bulto sospechoso que vaga por la arena. Lo mismo se para junto al estribo derecho del picador, que pasa por detrás del penco, que deja al toro donde éste se quiera parar y que el picador o la cuadrilla se las apañen, que él es el maestro. Con la muleta vive en un permanente encogimiento, ha tomado la pala del pitón como si sitio ideal para citar, abusa del pico, como todos, alarga el pase sin torear, vacía la embestida y ya se ha olvidado lo de traérselo atrás toreado, dejando al animal colocado para el siguiente pase. Ahora, en el mejor de los casos echa la pierna contraria atrás sin vergüenza, cuando no tiene que darse una carrerita para recolocarse. Este es el Cid en este momento. El torero que parecía que pasaba por un bache, pero que está dejando muy claro que lo que ha hecho ha sido mudarse al barrio de la vulgaridad, el destoreo y los trucos de los capas de otra época. Ya no sirve de nada el buen hacer de El Boni y sus lidias y el Alcalareño.

Lo de El Fandi es capítulo aparte, este si que está en su burbuja verbenera. El granadino parece que aún no se ha bajado de su motonieve y todo lo hace a velocidades inverosímiles, lo cual también tiene su aquel; pero toreo y velocidad es como querer hacer pareja de hecho a Mou y Valdano, a Quique y a Forlán o que Belén Esteban y la Lomana monten un negocio de modas. Si todo se reduce a un corre que te pillo, pues resulta que pasa lo que pasa, que el toreo de capote se convierte en un continuo baile sacudiendo la tela. Es como el baile de San vito, pero con medias rosas. El toreo de capote es casi un calco de lo anterior, pero con una sola mano, pero que no le impide el seguir moviéndose. Cita como cita, el toro se le arranca, inicia el pase y antes de que el toro haya pasado, ya estamos apartándonos. Pero es tan simpático y electrizante que provoca una histeria colectiva desenfrenada entre el afable personal venteño, capaz de morderle en el ojo al insensato que ose en mostrar su disconformidad. Pero lo “güeno, güeno” de verdad es lo de las banderillas, eso es “pa’volverse tarumba”, carreras por aquí, carreras por allá, que clavo a toro pasado, pues a toro pasado, pego un salto tremebundo, saco el culo y se acabó. Otra carrera y la locura y ahora el del violín, un poco más retorcido, pero merece la pena que caramba. Pero ¡lástima! se caen los palos al suelo, pero ¿puede ser que estén unidos por los arpones? No lo tengo muy claro, lo que sí sé es que en su segundo ya no hubo músicas que valgan.

Arturo Saldívar sustituyó al convaleciente Curro Díaz. Un cambio muy oportuno, un torero artista, con gusto, muy del gusto de Madrid, de repente se convierte en un voluntarioso y vulgarote torero mexicano. No se le puede negar la voluntad y ganas de agradar, pero poco más. El capote también ejerce sobre el azteca ese poderoso influjo que le impide mantenerse quieto y sin dar el pasito para atrás, que hace un quite por tafalleras, pues a apartarse tocan, chicuelinas, pues me retiro para que pase el toro a placer. Lo mejor fue el galleo para llevar al toro al caballo, pero claro, como era andando, eso lo hacemos de perlas. Sabe manejar los mecanismos para encender al público, que si de rodillas dándose más vueltas que un destornillador, para después empezar con el repertorio de todos, vulgar y de plaza de carros, pico, estiramientos, vamos lo de siempre, que tampoco hay que repetir lo que todos sabemos. Quizás lo más destacable fueron los pases por alto con que recibió al sexto, quieto y derecho como una vela, para dejarse llevar a continuación por eso que tanto le gusta, el baile del me retuerzo, con un ritmo que hace que se le vayan los pies. Lo malo es que eso no es el toreo, y aunque parezca mentira, viendo lo que vemos, el toreo fue arte interpretado por artistas, lo cual devino en fenómeno cultural.

viernes, 27 de mayo de 2011

Hasta coceaban los mulos

Seguro que Urdiales hubiera cambiado a ciegas el mulo por la vaca encastada de Victorino



Otra gran tarde de toros que parece poner a prueba la afición de todo el mundo, de los asistentes a la corrida, de los toreros, de los caballos de picar, de los vendedores de la plaza, de los almohadilleros, de las taquilleras del metro, de las vendedoras de claveles, pero no de empresarios y ganaderos, que sacaron su buen beneficio con la corrida y con los toros, que nos cobraron como si valieran. Una mansada descastada de El Cortijillo apta para cualquier cosa, menos para ser lidiada, picada, banderilleada y muerta a estoque. Es demasiada ofensa para el toro de lidia. Ninguno disimuló su mala condición en el caballo, se iban sueltos, no querían entrar al peto, buscaban refugio en las tablas, cabeceaban sin pudor, se iban con descaro a los caballos cuando salían al ruedo buscando escapar y si se les mostraba el capote para evitarlo, soltaban una coz; casta y bravura.

Y dicho esto, ahora nos ponemos a exigir gollerías a los de luces. El primero y al que se esperaba, era Diego Urdiales, pero este torero está muy limitado, él solo sabe torear toros, le pones un mulo y no sabe qué hacer. ¿Cómo va a saber si él se ha curtido con el toro, toro? Contratamos a Plácido Domingo para cantar en el Real y le ponemos a vender gallinejas en un puesto de la feria. Y todavía le exigiremos profesionalidad. Y que se me entienda eso de que Urdiales está muy limitado. Empezó con su primero tratándolo como si fuera un toro, por alto, para evitar que su flojera le hiciera rodar por los suelos, como ocurrió a las primeras de cambio. En su segundo quiso justificar su presencia allí y a lo mejor se hizo pesado, que sí, pero es que la frustración debe ser tremenda. Se le niega entrar en las ferias del triunfalismo y como humano que es, quiso demostrar la equivocación de esos empresarios. Intentó pasarlo allá por el dos y no iba, el toro buscaba las tablas, le dejó irse a su terreno, a toriles y tampoco, por naturales exponiendo la pierna, nada, pidiéndoselo por favor, tampoco, y además el viento, ese permanente vecino de esta plaza. Le seguiremos esperando y con el deseo de que en la próxima no le hayan “escogido” el ganado con tanto mimo.

Morenito de Aranda era el segundo sufridor de los mulos de El Cortijillo. Además fue el único que pudo mostrar algo de lo que lleva dentro. Fue con su primer manso, al que logró pegar algún muletazo que otro. Se ajustó en dos tandas de derechazos, quizás demasiado retorcido, pero adelantando la pierna y aguantando los arreones del manso que embestía más defendiéndose que atacando. Otra de naturales, pero a los que les faltaba el temple que el mulo no permitía. Un estoconazo yéndose detrás de la espada muy derechito, pero al que le falto muerte. Con el quinto, que según comentaba una fiel de la grada, parecía la vaca de Milka, todo quedó en el intentó, no daba para más.

El tercero, Miguel Tendero, no iba a ser menos y tampoco pudo lucirse, lo único es que cada uno se estrella a su manera y la manera del albaceteño es más propia de otras plazas que de la de Madrid. En varias ocasiones he expresado mi disconformidad con su toreo, con sus formas y con su concepción del toreo. Quizás aquel afán de muchos de convertirle en figura del toreo fue su principal handicap, lo que le apartó de la dura realidad que es ser matador de toros. Es el mismo mal que afecta a muchos jóvenes a los que se les engaña, se les hace creer lo que todavía no son y después si tienen suerte logran aguantar un poco más de la mano de algún empresario potente, y después lo tiran a la papelera. Ojalá que Miguel Tendero haga caso a alguien que le aprecie de verdad, que le haga pararse unos minutos a reflexionar y que canalice sus facultades por el camino de la torería de verdad, no la de opereta y que abandone definitivamente esos modos de plaza de pueblo que tanto daño le hacen, Yo lo espero sinceramente. Y un saludo muy cordial a los criadores de estos animales que podrían pasar por toros, aunque sea con dificultad, pero que enseguida se descubren cuando se les oye relinchar.

miércoles, 25 de mayo de 2011

No valen ni para empanarlos

El natural de Juan Mora, que no pudo dar


Uno de los más viejos recursos de las madres es que cuando la carne no vale para mucho, pues se empana y ya está. Pues los del Torreón no valieron ni para eso. Ya volvemos a la rutina del pseudotoro de lidia, que da igual que se mueva, que se pare, que derroche bravura o que mansee como una oveja, lo que importa es que no levante las protestas del respetable y que la tarde avance sin que se convierta en un show de los cabestros.

Lo que a mi me asombra es que los sobreros, como el que hizo segundo de Carmen Segovia, saquen la misma condición que la ganadería titular; eso es compañerismo y camaradería. Los del Torreón cumplieron el expediente como ninguno, ¿Qué había que ir al caballo? Pues aunque a veces costara ponerles frente al peto, se iba, se hacía amago de que iba a empujar y luego a pasar el rato haciendo uno que empuja y el de arriba que pica. En banderillas no hay que esforzarse mucho, porque esos amables señores lo hacen todo, van corriendo, te clavan los palos y se marchan, es como estar en la peluquería, tú te sientas y allí te las den todas. Y para que la cosa no sea muy escandalosa, en la muleta te das unos cuantos paseítos y ya está, total, si tampoco te van a obligar demasiado, si estos buenos hombres no te van a bajar la mano jamás.

Era uno de esos días de carteles rematados, pero fueron sonar los clarines y todo se empezó a deshilachar. Juan Mora, el triunfador de la pasada feria de Otoño, se veía incluido como protagonista en el Día Internacional de la Belleza Taurina. No había corazón que aguantase la caidita de ojos de un alicantino y los ojazos de un madrileño con sangre del sur. Pero Juan Mora intentó ir a lo suyo, sin importarle lo que se movía a su alrededor. En el primero no había ninguna posibilidad de lucimiento que no pasara por aguantar al toro en pie y en el que hizo cuarto nos dejó unas bellas verónicas a pies juntos y la forma en que le llevó al caballo. Un intento de quite frustrado por la dificultad de torear a un animal mientras se arrastra por el suelo. A pesar de todo no se desanimó. Tomó la muleta y recibió al toro muy vertical, con pases por ambos pitones, con un bonito trincherazo. Siguieron unos naturales llenos de estética, pero que solo acompañaban al toro, sin torear, ni someter, porque aquella fuente estaba reseca. Un intento por el derecho, pero aquello era absurdo, solo había lugar para sacar la espada y acabar con esa pantomima. Ni la naturalidad, ni la gracia, ni el arte, ni las ganas lograron nada ante esa mole de filetes.

José María Manzanares, el rey del nuevo público de Madrid, terminaba su feria. Empezó muy a favor, pero después del camapanazo del primer día todo se le fue complicando más. Como si los que protestaran se hicieran oír más y los que aplaudían quisieran pasar más desapercibidos. Como en las fechas precedentes, exhibió de nuevo todos los recursos de su toreo, el cite fuera de cacho metiendo el pico de la muleta al pitón contrario para que el toro pase muy lejos, estirando el brazo a todo lo que dé, dibujando una trayectoria en línea recta, que termina después de que el matador se retuerza y vacíe la embestida allá, muy lejos, cerca de la boca de Metro de Manuel Becerra. Así una y otra vez. Y cuando encuentra alguna dificultad, como ocurrió con el quinto, que puso en más de un apuro a los banderilleros a los que buscaba con todas sus ganas cada vez que se le pareaba por el pitón derecho, entonces el Niño Manzanares no sabe por donde empezar. Es como el que tiene que servir una tarta con la foto de un niño cubriéndola y no sabes si cortarle primero el ojo, la boca o la nariz. Entonces puso en práctica la estrategia del “merodeo”, yo ando por aquí, por allí, pasa el tiempo, le enseño el trapo y a matar.

Pero si hay un misterio sin resolver en esto de la tauromaquia, ninguno como Cayetano. Al finalizar la corrida y visto lo visto, yo me preguntaba como había llegado a matador de toros, como se le incluía en todas las ferias y como era uno de los símbolos de la modernidad de la fiesta. Y había más, cómo podía verse incluido en el G10 que está para defender los intereses de la fiesta. Pues como no sea por su caligrafía clarita y uniforma para cumplimentar las actas de las reuniones, no le veo otra capacidad. Porque si quiere explicarle a los señores ministros de la belleza y el sentimiento del toreo a la verónica, creo que le faltan datos. Si le preguntan por eso de pasarse el toro por la faja toreando con la muleta, haciendo que con un giro de muñeca éste vuelva y que con un solo pasito hacia delante tenerlo dispuesto para el siguiente, eso ni se lo imagina. Así que solo es que o le cuenta su vida en inglés, o le hace una planilla con una letra inglesa que es un primor. Pero en el ruedo se maneja como uno más de la tropa de los vulgares, pico, lejanías, fuera de cacho… Toda esa letanía que nos vemos obligados a repetir todas las tardes, especialmente las de las figuritas. Y como despedida lo del sexto, que en otra tarde y con otro público, hasta podría haber acabado en escándalo. El toro no era bueno, como todos, pero de ahí a empezar a dar respingos alrededor suyo. Ya avisó con una media verónica extrañísima dada al aire y que afeaba la presencia del toro. Pero es lo malo de esto, que siempre tiene que haber un toro por allí. Con la muleta le enseñaba el trapo como si fuera una bandera, se la quitaba, saltaba, daba una vuelta, mostrando todas sus carencias e inseguridades cuando las cosas se tuercen un poco. La duda que me ronda es aclarar si eran los toros o los jóvenes maestros los que no valen ni para empanarlos. Y de lo que no tengo duda es de que no estaré en la “Tradicional Corrida de la Prensa”. A veces hay cosas más importantes que aguantar al dúo Perera- Castelá.

martes, 24 de mayo de 2011

Los toros de las figuras

La verónica


Pues era una novillada, efectivamente, lo que se anunció en la plaza de Madrid y lo que la gente pensó que iba a ver, era una novillada. Al contrario que pasa en otras ocasiones, que el público cree que va a ver una corrida de toros y le sueltan una novillada. No sé que líos tendrán en los corrales o si algún gracioso va y cambia los carteles de los corrales para luego partirse de risa en su casa. O igual no hay nadie que cambie nada y son los veedores los que cometen el error.

Novillos de Montealto que en algún momento más parecían toros para las figuras, que para chavales que se están iniciando en esto. Bien presentados en su conjunto e interesantes, aunque no fueron lidiados como cabría desear. No se fijó en el capote a casi ninguno, se les dieron demasiados capotazos, se les permitió que vagaran por el ruedo a su antojo y en el caballo se dejaron; unos cornearon el peto queriéndose quitar el palo, a casi todos se les tapó la salida y de la misma forma se fueron sueltos en busca de terrenos más templados donde no les hicieran daño. El segundo, que fue el único al que se le recogió bien, quizás algo tuvo que ver el toreo de capote de Sergio Flores, se le puso en suerte largo y el animal empujó, derribó en el primer encuentro, le volvieron a colocar frente al peto, empujó, pero acabó escapando del castigo. Un mal gesto que luego ratificó en banderillas. Pero quitando el jabonero que hizo tercero y que se paró demasiado, todos pudieron haber encontrado otro destino en el tercio de muerte y haber lucido más en la muleta.

Los embriones de figuras fueron el francés Thomas Duffau, el azteca Sergio Flores y el madrileño, de Barajas, López Simón. Thomas Duffau se mostró como un alumno aventajado de la escuela pastelista, con amplios conocimientos del toreo moderno y de opereta. Más parecía que le habían prestado su personalidad torera, que no que quisiera mostrar lo que llevaba dentro. Con el capote evidenció su capacidad para sacudir mantas de varias formas, pero nunca toreó, ni mandó y ni tan si quiera fue capaz de llevar el toro al caballo y de ponerlo en suerte con sosiego. Con la muleta empezó con los originales pases por detrás, o por delante, Siguió con el repertorio habitual de la modernidad, citar completamente fuera, dar pases con el pico, alargar el brazo y vaciar las embestida allá en las lejanías, sin tener en cuenta el quedarse colocado para el siguiente pase. Muy vulgar y para corroborarlo unas absurdas manoletinas sin gracia alguna. Ante este panorama, en su segundo, que era más bronco y que exigía que se estuviera más pendiente de él, solo pudo darle trapazos destemplados. Se llevó un buen susto al caerse en la cara del toro, quedando unos segundos a merced del novillo.

Sergio Flores fue el que más detalles buenos mostró. Nada más salir su primero se abrió de capote y lo recibió a la verónica y si bien por el derecho rectificaba, por el izquierdo se estiró a gusto llevando toreado al novillo, para cerrar con una airosa larga afarolada. Fue el único de la tarde y uno de los pocos de la feria que puso el toro en suerte en el caballo, incluso a cierta distancia. Intentó un simulacro de competencia en quites con López Simón, pero la cosa no llegó a mayores. Con la muleta bajó bastante, mostrando un toreo moderno acelerado, desajustado y abusando del pico, no consiguiendo otra cosa que el que se le marchara el de Montealto sin torear. En su segundo se retorció aún más, intentó alargar el brazo aún más, abusó del pico aún más, alargó el brazo para vaciar la embestida del toro allá lejos aún más y nosotros pudimos ver bastante menos. Habrá que esperar a ver si se decide por el camino duro de ser matador de toros, o por el lado oscuro, para hacerse figura del toreo.

Algunos esperábamos bastante más de López Simón, aburrido con el capote, aburrido en la lidia y aburrido toda la tarde. Parece como si hubiera perdido aquella frescura que le hacía torear con mucha naturalidad y desparpajo, pero que le hacía diferente y que hacía albergar ciertas esperanzas. Pero si las muestras de voluntad se reducen a recibir con la muleta a sus dos novillos de rodillas, pues da toda la sensación de haber equivocado los conceptos de entrega y torería. Sobre todo si todo lo que se muestra de tras es la aceleración, el encimismo más vulgar o el toreo perfilero y fuera de cacho. No obstante, como al mexicano, me gustaría volver a verle, con la esperanza de que vuelva a su idea inicial del toreo y no a lo que le cuentan. Son muy jóvenes y es muy fácil influirles de mala manera y hacerles creer que ya son alguien en esto del toro. Pues que repasen la lista de los que no llegaron o que vean la respuesta del aficionado ante muchos de los que se consideran triunfadores. Y si les vale de algo, que tengan en cuenta que esas figuras casi matan el mismo toro que ellos, y eso sin haberse doctorado aún. Esperemos a las futuras novilladas que con toda certeza serán más de las anunciadas. Y si no, tiempo al tiempo.

lunes, 23 de mayo de 2011

Habrá que seguir esperando

El toro guapo de Pablo Romero, ya Partido de Resina, no saltó al ruedo


Llevamos años con la esperanza de que Partido de Resina ahora, Pablo Romero antes, salga adelante; es un deseo y una necesidad para la fiesta de toros, no nos podemos permitir dejar escapar este encaste, vamos este y ninguno, aunque por las circunstancias específicas que adornan al hierro sevillano, parece que el camino seguirá siendo largo y difícil. Por lo visto en la plaza de Madrid, todavía hacen falta buenas dosis de paciencia. La misma que requiere ver llegar el momento en que un torero se decida a lidiar a un toro complicado y que no se reduzca todo a intentar aplicar el toreo al uso y esperar a que el toro no nos dé un susto.

Empezamos con la malas noticia de que el Partido de Resina no conseguía completar una corrida para Madrid y hubo que tirar de uno de Nazario Ibáñez que manseó, que solo quería tablas y que fue a la muleta sin que su matador aprovechara lo poquito que tenía. Salió el primero de los toros guapos, un cárdeno justito de presencia pero que no aguantó de pie ni el primer tercio y tuvo que ser devuelto a los corrales, para dar paso a un basto sobrero de los Chospes. Algo más parecido a un buey que a un toro, que solo tuvo como aceptable la alegría con que se arrancó en la segunda vara, pero que emborronó con los feos gestos de dolor al notar las banderillas. Pero incluso también se arrancó de lejos a la muleta, aunque en su embestida exhibió un molesto calamocheo. Los de la ganadería titular salieron muy poco parejos, con una presencia a veces más que justa y entre medias un enorme cuarto toro que imponía más que respeto. Un elemento común fue la dificultad para ser lidiados, muy sueltos, a lo que colaboró la falta de recursos por parte de los toreros, complicados, con un feo comportamiento en los caballos. Unos iban a uno y otro sin orden ni concierto, cabeceaban en los petos, echaban la cara arriba, escarbaban y no acababan de entregarse en la muleta. Y de entre todos, quizás el peor fue ese cuarto, muy peligroso y con esa presencia que daba pavor. Se le picó, por decir algo, poco y mal, muy mal. Hasta cuatro veces pasó por el caballo, escapando como alma que lleva el diablo al notar el hierro. Y la inestimable ayuda del dadivoso señor presidente, don Julio Martínez, que debía tener alguna urgencia inconfesable y decidió cambiar el tercio con el toro crudo, sin tan siquiera consultar con el matador, quien se quedó un tanto perplejo al oír los clarines que echaban del ruedo a los caballos. De mala manera se le dio un puyazo más para intentar remediar lo irremediable. El final fue esa cornada seca en la que hirió a Ignacio Garibay, que a buen seguro no pediría la cabeza del toro para ponerla en casa. No fue una corrida de esas complicadas que el aficionado recuerda como un prodigio de casta y emoción; emoción hubo, pero nada más, solo complicaciones y riesgo absurdo. Para que nos entendamos, no tuvo nada que ver con la de José Escolar.

Los matadores casi bastante tuvieron con estar allí y salir indemnes, aunque a los tres, como a casi todos los matadores del escalafón, habría que pedirles que se decidieran a lidiar, que en muchos casos hay que olvidarse del pase, pase pase, que en ocasiones se hace indispensable empezar por bajo hasta que el toro reviente. que en plazas como la de Madrid eso también se valora. Ignacio Garibay pretendió pasar el expediente trazando líneas en su primero, con el destoreo moderno del pico y pierna atrasada. Luego en el otro pudo comprobar que además de imposible, era muy peligroso y la prueba se la llevó en su muslo y en la boca. Con la cornada encima sufrió para poder matar al grandullón con mal estilo y tuvo que recibir ayuda de sus compañeros, que no dudaron en salir al ruedo para intentar ayudar a finiquitar a su oponente.

Serafín Marín, el penúltimo torero catalán, volvía a Madrid después de una temporada pasada muy pobre en contratos. De primeras se encontró con un toro devuelto que le cambiaron por un magnífico buey, ideal para tirar de un carro. Intentó incluso lucirlo citando de lejos, le instrumentó una tanda por la derecha más o menos aseado, aguantó el cabeceo de la mole, pero le faltó templar y adelantar la pierna, aunque quizás el error fuera el no doblarse con él. Se tiró con mucha decisión detrás de la espada muy derecho, quedando enganchado sobre el pitón derecho durante unos segundos interminables. El toro cayó fulminado y él se dio una vuelta al ruedo porque sí. Yo no se lo voy a censurar ahora, pero quizás debió medir mejor sus méritos para ello. En el quinto permitió la capea que se vivió en el ruedo en el primer tercio en el que el del Partido de Resina elegía cuando, dónde y cómo acudir al caballo. Con la muleta no se paró, dio pases queriendo aparentar que hacía, pero solo dejaba pasar el tiempo sin oponer ni mando, ni dominio al rebelde quinto de la tarde.

Sergio Aguilar estuvo digno, aunque con esa frialdad que le adorna y esa dificultad para llegar a los tendidos le hace parecer menos de lo que es. Incluso da la sensación de que no se decide a dar el paso, lo mismo en su primero, como en el sexto, un toro que salió muy suelto, que se emplazó en los terrenos de toriles a la espera de que alguien se metiera en aquella trampa. Fue al caballo reserva, corneó el peto, y nunca humilló, llevaba la cabeza alta y más que embestir, atropellaba sin atender a nadie. En la muleta se revolvía, doblaba las manos y no tuvo el detalle de ofrecer un una embestida franca. El madrileño le logró arrancar unos cuantos naturales y ahí quedó todo.

Fue una corrida con emoción, aunque no tanto por las embestidas de los toros, sino por ver si la enfermería se abriría una, dos o las veces que fueran. Muy a mi pesar, a mi no me gustó la corrida del Partido de Resina. No tuvo la casta que se le pide al toro, tampoco tuvo la presencia deseada, y todo lo que ofrecían era el peligro de la cornada. Igual que otras veces alabamos y disfrutamos con toros complicados y que piden una lidia firme, en este caso no se puede decir eso. Parece como si la recuperación de este hierro hubiera tomado el camino de la dureza absurda, que el toro no se caiga y poco más. Pero esto tampoco se consiguió. De momento paciencia, esperar q que salgan más como la concurso de Zaragoza y habrá que seguir esperando.

sábado, 21 de mayo de 2011

¡Benidorm, Benidorm, Benidorm, tierra de luz y alegría!





En Benidorm no se pica así



Hoy estoy feliz, pero que muy feliz. Hoy he rejuvenecido un montón de años, he vuelto a mi infancia, a aquellos años en que El Cordobés se encerraba con seis novillos seis y hacía las delicias de los turistas. Era para envidiarlo ¿o no? Una tarde llena de emociones y al final lo sacaban a hombros mientras la algarabía de aficionados de pro tenía que esquivar las colchonetas y las sombrillas de los que volvían de la playa, o a los pimpollos que eran carne de discoteca.

¿Por qué no podíamos disfrutar también de eso en la plaza de Madrid? Menos mal que todos los isidros del mundo unidos se han puesto de acuerdo y han obligado al señor presidente, el señor Muñoz Infante, a que respondiera a sus demandas orejeriles. Pero que nadie piense que ha sido fácil, porque el usía no estaba dispuesto a satisfacer todas las demandas del pueblo soberano, había que ser serios. Si nos ponemos a hacer caso de todo lo que nos dicen igual tendríamos que haber cambiado los novillotes de Parladé y los dos de Juan Pedro, que a su vez sustituyeron a los Garcigrande, por toros de verdad. Que ya no digo yo que sean bravos, que eso nos es exigible de salida, pero ¡hombre! por lo menos que tuvieran no ya pinta de asesinos, pero por lo menos que pudieran mantener asustados a los niños del barrio; qué menos. Los negrillos que salieron tenían la fuerza justa como para abrir una lata de aceitunas de abrefácil. Midieron repetidamente el suelo de las Ventas con sus hocicos y lomos, como si se revolcaran en la playa. Impidieron que la suerte de varas entrara en el menú de la corrida de hoy y en la muleta iban y venían como bobonas, sin oponer ninguna resistencia, ni dificultad que pudiera impedir el triunfo de las figuras.

Así de primeras yo he notado al público de Madrid algo frío, o igual más que frío era ignorante. o a lo mejor los ignorantes no eran del público de Madrid, a lo mejor los que hace unos días pidieron orejas con el pañuelo, a voces, agitando la mano y animando al vecino a que hiciera lo propio, esos a lo mejor hoy no estaban. Y ¿por qué esa ignorancia? Pues porque si en el paseíllo salen dos toreros que en su última actuación han abierto la Puerta Grande con dos orejas en un toro, después de construir las dos faenas más grandes de todos los tiempo, lo lógico sería sacarles a saludar una vez que se ha acabado el desfile de las cuadrillas. Por lo menos eso era lo que se hacía aquí, en Benidorm ya no lo sé. No les han dado ni las gracias a los pobres chicos.

Monsieur Castelá es un torero de inspiración, es un místico del toreo que se deja guiar por los impulsos de las musas, ya puede estar toreando con la derecha abusando del pico descaradamente, que si le viene el soplo y le exige que tiene que darse media vuelta, pues hala, a hacer la peonza. Aunque no acabo de saber muy bien si son las musas o que le da y no sigue ninguna lógica en su lidia. Así son los genios. Ya puede estar el toro destripándose contra el burladero por las malas mañas de los peones, que a él se le verá en los medios mirando para otro lado mientras coloca las bambas del capote. Y como si de repente se hubiera teletransportado a Benidorm en los sesenta, tomó la muleta en su segundo y recibió al torillo con unos estatuarios que le llevaron al suelo al tercer telonazo. Lo siguiente fue el conocido repertorio de “el destoreo provenzal” con un toreo muy lineal, con el pico de la muleta, retrasando la pierna de salida y sin dudar en pegarse la correspondiente carrerita después de cada pase para recolocarse y arreglar con las piernas lo que no puede con la muñeca. Los isidros estaban entre aplaudidores y jaleadores, con ese grito de guerra de la neotauromaquia el ¡bieeeejn! Pero no hay ánimo que resista ver a un señor con las medias rosas metido entre unos cuernos, ya sean de toro, carretón o los de fieltro que se ponen los niños y los cuñados graciosos en Navidad. Una estocada atravesada y rinconera y la primera oreja de la tarde. Petición no mayoritaria y protestas de los que igual estaban los días anteriores, pero que no les salía de ahí sacar a saludar a la terna de coletudos. Unos esaboríos.

Volvía el Niño Manzanares después de su clase magistral de hace dos días. Todavía nos palpitaba el corazón más acelerado que de costumbre. Un torero en el que sus partidarios destacan en primer lugar como cualidad torera que… ¡es tan guapo! Lo que no es moco de pavo. Ya le gustaría a Talavante tener la mitad de encanto que Jose Mari, con su caidita de ojos y todo. En lo que ya falla algo más es con el capote, aunque quiere descubrir para qué vale. Habrá que tener paciencia. En su primero pilló a la parroquia haciéndose a la idea de que estaban en Benidorm, viendo donde alquilaban las hamacas, clavando la sombrilla y limpiando de arena la milhoja que traían para la merienda. Pero en el quinto ya estábamos todos en situación. Una primera tanda de derechazos un tanto crispado ¡nos ha "amolao”, baja tú a ver! Otra tanda y un cambio de mano que vuelve majareta al personal de la playa de Levante, Poniente y todo el Rincón del Loix. Naturales alejados, con la muleta atravesada, muy en línea y haciendo alarde de que retrasaba la pierna contraria, como diciendo “¿Ustedes han visto?” y zaca. Todo un curso de destoreo y muy poca verdad en su toreo. Estocada entera y otra oreja para el alicantino.
Talavante no es que haya emulado a Pepe Luis o Domingo Ortega, pero el hombre parece que quiere agarrarse a otras cosas que no sean ni el misticismo neotaurino, ni el tener que lucir palmito para triunfar. En el tercero pareció el Talavante más reciente, ese que triunfa en los pueblos de España, pero qu e pasaba inédito en las plazas importantes. En el que cerraba plaza salió decidido a sumarse a la verbena benidormí y salió decidido con un toro al que ni le picaron, ni le dieron un cachete y casi ni le regañaron en el caballo. El animalillo lo empezó acusando, con embestidas destempladas, pegando arreones y echando la cara arriba. Continuó el extremeño con medios pases por el pitón derecho, con innumerables trapazos, sin templar y sin rematar. Solo le conté un natural en que lo hiciera, o que tampoco es demasiado. Unas manoletinas de las que sale prendido por la espalda y el primer aviso antes de montar la espada. ¿No se darán cuenta de que eso es feo hasta en la plaza de Benidorm? Intenta matar recibiendo a un manso que no paró hasta que no se le llevaron a toriles y una casi entera en buen sitio.

Y así terminó otra tarde feliz en la plaza de la calle de Alcalá, ese nido de felicidad, vulgaridad y toreo adocenado las tardes de carteles de postín en la que hacen el paseíllo los toreros que llenan páginas y páginas de las revistas, esos que salen con el torso desnudo en las marquesinas de los autobuses o los que salen a torear vestidos de macarras de los bajos fondos parisinos. Toreros que son un primor, pero a los que no hacen saludar al finalizar el paseíllo, ¿ignorancia? ¿Mala conciencia?

viernes, 20 de mayo de 2011

Y esto ¿Cuándo se acaba?



Hay veces que los malos momentos se reducen a unos segundos y a partir de ahí todo es alivio. ¿Un pinchazo en una encía? Duele, pero luego la pena va siendo menos. ¿Un sopapo en la jeta? Primero pica, pero lego la picazón va remitiendo en la misma proporción en que aumenta la indignación del sopapeado. ¿Un golpe en el hueso de la risa? Que al final solo queda en risa. Pero ¿Y una corrida de toros interminable con toros inválidos y toreros pesados, pesados de los más pesados del país de los pesados? Eso tarda en superarse, por lo menos el tiempo que va desde que el presidente abandona el palco, hasta que lo sustituye otro al día siguiente.

Si solo nos quedamos en la ficha de la corrida y leemos que El Cid ha cortado una oreja, pues hasta puede que haya quien envidie a los espectadores de la susodicha corrida. Pero si hurgamos un poquito más, dan ganas de invitarles a tilas y valerianas o a un café muy cargado a los que se quedaron dormidos en el hombro del acompañante; cosa que por otro lado no es nada complicado dadas las “anchuras” de las localidades de la plaza de Madrid, especialmente de gradas y andanadas, donde siempre te puede llegar un tío muy listo que pretenda ocupar su sitio, el sitio del de al lado y el sitio del de atrás. Y o te lías a rodillazos o lo dejas y esperas a otro día.

Pero a lo que íbamos, la corrida. Pues si vemos lo del Puerto de San Lorenzo y recordamos los antecedentes del año anterior, muy bien no pinta la cosa. Muy flojitos, con diferentes grados de invalidez, sin admitir que les bajaran la mano más allá de la cadera y con escasas dosis de casta. Para mi resulta muy triste ver como un hierro que en su día fue de los duros, que incluso echan toros de calidad y bravos, como aquellos Carretilla o Curioso. Toros que incluso no han borrado en la mente de algunos la idea de ganadería excesivamente floja. Y si ya me gustaría que todas las ganaderías tiraran para adelante, esta mucho más. La condición del ganado hizo que los picadores fueran meros espectadores que contemplaban como el toro se les derrumbaba bajo el peto. Salieron como sobreros uno de Salvador Domecq, en tercer lugar, y otro de Carmen Camacho, que hizo quinto, y que no aportaron ni más casta, ni más bravura, ni casi más fuerza, y anda que no estaba fácil esto último.

El Cid volvió a Madrid y Madrid le sigue esperando para ver si también vuelve aquel torero que nos enamoró con su toreo y su verdad, que cayó en un bache hace unas temporadas y del que parece que todo el mundo quiere ayudarle a salir; pero la cosa no parece fácil. Quizás le falta ese echar para adelante que hacía que los toros malos le parecieran regulares, los regulares buenos y los buenos buenísimos. Ahora no le vale casi ninguno. Su labor casi hay que diseccionarla como si fuéramos cirujanos. Un derechazo en su primero, algunos estimables en su segundo, que junto con dos tandas más que aceptables de naturales, algo despegados por cierto, una trincherilla y un afarolado para despertar a los que pudieran estar traspuestos, fueron los que le hicieron ganar una orejita. ¿Merecida? Pues casi como todas. Yo solo digo que en otro momento no se la habrían dado y que a otro torero puede que tampoco. Quizás habría pesado más la estocada tan trasera que licencio al del Puerto. Pero como decía, son tantas las ganas de hacerle volver, que a lo mejor puede que se nos nuble un poco el sentido común. El Cid volverá y estará bien, mal o regular, pero de momento no parece que se vean atisbos de una recuperación absoluta.

Miguel Ángel Perera, el torero con mejor oído del escalafón, protagonizo, a su pesar, uno de los momentos más tensos de la feria. Fue cuando se vio volteado por su primero, que le tuvo sobre los pitones toda una vida, sin que el torero pudiera librarse de la paliza. Afortunadamente todo quedó en un susto y en una taleguilla echa jirones. Lo que no tiene lógica es que un toro como aquel pueda coger a nadie, el toro no tenía nada, y mucho menos fuerza, y lo que no se entiende es que Perera estuviera allí perdiendo el tiempo y desesperando al personal y que solo se decida a coger la espada de verdad cuando oye el aviso, de ahí lo del oído. Es una insufrible sucesión de trapazos, de recursos de plaza de tercera, de toreo ventajista, de verle con el brazo encogido como si empuñara una bandera o una raqueta y todo para nada, solo para mosquear al personal, que ve que no llega el final de aquella penitencia. Quizás Perera piense que esa es la forma de demostrar sus ganas de trabajar, pero que no trabaje más, que se dedique al arte, que no nos pinte un mural de 4x4, que nos haga una miniatura, pero bonita. Que así solo evidencia que los naturales y derechazos que da por docenas, no tienen ni mando, ni hondura, ni mucho menos arte. Y por último, ¿tan complicado es volver a usar los pantalones de monosabio y no unos vaqueros bien preparaditos, cuando la taleguilla no tapa lo que tiene que tapar?

Daniel Luque, la emergente figura del toreo, a pesar de todo, incluso de que no acabe de serlo nunca, al menos fue capaz de mostrarnos algo de toreo con el capote y en algún momento en que no echó la pierna atrás. Hasta fue capaz de ilusionarnos. Pero aún le queda mucho camino por delante, empezando por quitarse esos tics de populacheros de dar los pases de uno en uno y recolocar al toro mostrándole la muleta por detrás, que eso puede estar bien una vez y como recurso, pero no convertirlo en una parte más del número; o que cuando ve que no va a haber premio, se mete entre los pitones del toro a hacerle todo tipo de cucamonas. Seguro que podría ser mucho mejor torero, pero lo primero es que tiene que querer él. Y el dejar pasar el tiempo, el aburrir, el desesperar al personal no es el camino. Un personal que ha vivido en sus carnes como las tardes en que más emoción ha habido y en la que disfrutó con el toro, salía por la Puerta de Madrid antes de las 9 de la noche.

jueves, 19 de mayo de 2011

Madrid es una plaza muy seria



La prueba de la verdad de esta afirmación está clara, en la última de Núñez del Cuvillo, la incompleta, se han concedido dos orejas a José María Manzanares y una a El Juli, sin que nadie se partiera de risa allí mismo a carcajada limpia, practicándose una fisura en los huesos propios de la risa. Si eso no es seriedad, que venga Dios y lo vea.

Tarde de triunfo rotundo, triunfo de la modernidad torera más vanguardista que se conozca, tan vanguardista que yo casi lo denominaría como arte abstracto taurino, porque tú lo miras y no ves nada parecido al toreo, pero si haces caso de lo que te cuentan, aquello es toreo. Yo juro que no pretendo ni provocar, ni llevar la contraria a nadie porque sí, ni nada por el estilo, pero después de ver a la plaza como loca una tarde más, yo he salido más frío que nunca. Podría intentar nadar un poco a favor de corriente, pero así estaría más incómodo que con unos zapatos de niño. Así que lo menos que me queda es la sinceridad. Otra cosa muy diferente es que esté acertado o no, pero eso es harina de otro costal.

Al llegar a la plaza podía escuchar a los alegres isidros como afirmaban sin rubor que era la mejor corrida de la feria. Cartel de postín, los toros más prestigiados del momento, los Núñez del Cuvillo, que no han venido una tarde a la feria, han venido dos, ¿qué más se puede pedir? Pues que logre juntar una corrida completa para Madrid, con toros de verdad. Yo cambio diez monas por seis toros, otros no sé. No se puede completar una corrida y hay que remendarla con algo que no desentone y que no nos descubra el truco. Todos deben cumplir la misma condición, que vengan picados de la finca y a juzgar por la manifiesta flojedad, les deben pegar de lo lindo antes de subirlos al camión. Luego pretendemos que entren al caballo en la plaza. Como no van a salir sueltos a escape un cuanto notan el hierro en el lomo. Si es que a los pobres se les deben venir a la memoria todas las imágenes juntas del castigo que recibieron en el campo. Mansos, con muy mal estilo, con unas huidas que avergonzarían hasta a un ganadero de vacas de leche. Y son tantas las carreras, que ya en banderillas van arrastrando la lengua por la arena mientras se retuercen de dolor al notar las banderillas. Eso sí, siempre hay algún “toro de bandera”. Que ahora quiere decir aquel toro que sigue la muleta bobaliconamente, y cuando no, bien se sigue doliendo de los palos, bien mata el rato escarbando o disimuladamente y ante la falta de mando y dominio de su matador, va buscando los terrenos de toriles, a ver si se abre la puerta y se puede marchar de allí. Porque además, si tienes la mala suerte de que te destinen a Madrid, no parece muy probable que te indulten, ¿o quizás sí?

Si vamos in crescendo según la casquería que obtuvo cada uno de los adalides del toreo moderno, monsieur Castelá ni apareció. Su misticismo taurino no encontró ni toro, ni ecos entre el público. Sus retorcimientos y bailes de salón no fueron suficientemente reconocidos por esta amable afición venteña. El siguiente en glorias y triunfo fue El Juli ¡ay El Juli! Madrid sigue sin entender su magisterio, que si alargo el brazo aquí, que si me encojo acá, y ese molesto animal que anda por aquí. Yo no le discuto a nadie sus condiciones y facultades para ser figura, pero que se olvide ya de los trucos, de los retorcimientos, de minimizar tanto el riesgo y que se dedique de una vez a ser torero. Creo, y espero que se me confirme, que podría ser muchísimo mejor torero, pero ahora mismo no lo es, siempre guiado por mi opinión. Quizás lo mejor lo hizo en su segundo, que fue capaz de tirar del toro, en unos derechazos, pero claro, con estos animalitos, eso no tiene el mismo valor. Resulta basto, con esa contorsión de la columna que es una pintura, abstracta, y que se le puede tildar de todo, menos de artista. Igual si en lugar de Cuvillos nos ponen un Escolar, pues a lo mejor hasta me hago julista, pero con aquello… Pero él que se pensaba que en Madrid no le caía bien a la gente, y después de ejecutar la suerte de matar de esa forma tan personal del cito, me aparto, que no es lo mismo que salirse, estiro el brazo, y en lugar de irme detrás de la espada, la meto de lado como si pegara un raquetazo, el toro cae y empiezan a salir pañuelos. ¡Qué mala es la alergia primaveral! Y sin venir a cuento, una orejita. Las protestas, que fueron muchas, no tienen importancia, lo importante era ver saltar a Caballero encima de la puerta de arrastre. ¿Ves Julián como no somos tan malajes? ¿Ves como tu toreo desde fuera, retorcido, de lomo partido, con el pico, lineal, destormando con la pierna atrasadísima, no le parece tan malo a todo el mundo?

Pero lo grande vendría después, lo grande vendría con Manzanares. Y de verdad que no quiero ofender, ni tan siquiera molestar a nadie y mucho menos a compañeras de localidad que son más que eso y solo espero que me entiendan y que comprendan que no me puedo callar. Va por vosotras. Pues a lo que iba, lo del Niño Manzanares, torero elegante donde los haya, vestido como un pincel, pero… Si empezamos con su toreo a la verónica, compone la figura como si fuera el mismísimo Antonio Fuentes, pero ¡por Dios! hay que pararse quieto, no puede ser que según viene el torillo, por sistema arrastre hacia atrás la pierna por la que entra el toro. Da la sensación de que todo su toreo se basara en la compostura y no en dominar al animal. Pero también, que cosas digo, si ya salen dominados de los chiqueros. Con la muleta planta la figura y muy elegantemente desarrolla un toreo vulgar. Vulgar porque torea desde muy lejos, mete el pico de forma descarada, no remata nunca atrás, hace un toreo lineal y atrasa la pierna contraria haciendo ostentación de este vicio. Esto en el mejor de los casos, cuando no tiene que pegarse una carrerita para recolocarse para el siguiente pase. Defectos que se acrecientan en su toreo al natural, perdón, con la izquierda, porque de todo puede ser, menos natural. Con unos alargamientos de brazo fuera de lo común. Sin quererlo ni beberlo, nos enjareto la faena de Sevilla o una muy parecida en su reducido catálogo de faenas. Intercalando detalles muy propios para una plaza de carros o para esas ferias en las que todo es alegría, merienda, bota y orejas. No sé si sería porque veía que el toro se lo pedía, que puede ser, o porque vio el efecto del día anterior, que se preparó para matar recibiendo, lo cual siempre está muy bien. Además en el centro del ruedo. Pero a mi no me quedó muy claro si en su fuero interno creía que el toro era un mansurrón o bravo Núñez del Cuvillo. ¿Y por qué? Pues porque si lo que se quiere es lucir al toro, no se le pone con la salida hacia toriles, que sí que es verdad que estaba en la boca de riego, pero ¿qué costaba ponerlo a contraquerencia? Luego dos orejas y alboroto general. Dos orejas que podían haber sido diez o veinte, pero que si no hubiera sido ninguna, pues casi mejor. Eso sí, esto engrandece lo del día anterior, aquello por lo que la recompensa fue idéntica y que la duda estaba en si era para una o si las dos eran excesivas. Ya lo dice el refrán, “detrás vendrá quien…” Pero lo que parece es que al final este toreo moderno, y superficial, puede acabar echando de las plazas a muchos aficionados que se emocionaban con otras cosas, cuando Madrid a lo mejor no era tan seria, porque el buen toreo la hacía sonreir.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Madrid: preparados para todo

El toreo soñado


La gran tarde en Madrid, dos orejas en un toro y petición de vuelta para el toro. Es una de esas tardes históricas que pueden preceder a otra que se convertirá en un acontecimiento histórico. No sé en que grado, pero seguro que esto se verá muy pronto superado; el público de Madrid ha dado muestras de la madurez necesaria para pedir un rabo o el indulto de un toro, sin pararse a reparar en los detalles.

Ante una circunstancia como esta no nos podemos detener en que Alejandro Talavante haya cortado dos orejas a un espléndido toro en la muleta, llevando al toro con el pico de la muleta mientras retrasaba la pierna de salida, no con la exageración habitual, también es verdad. Igual que tampoco hay que tener en cuenta el que en lugar de romperse la cadera para rematar cada pase atrás, ha preferido romperse la columna retorciéndose y vaciando la embestida delante, lo cual tampoco era tan importante, ya que a un toro con tanta fijeza en la muleta daba lo mismo mandarlo con la muleta y dejarlo colocado para el siguiente pase, adelantando solo un poco la pierna contraria, que mandarlo a Pernambuco. Él siempre volvía. Y volvía para buscar la muleta tantas veces como hubieran sido necesarias. Incluso tampoco era importante que en lugar de un pase templado le pegaran un trallazo a toda mecha, él pasaba y siempre volvía. Habrá quien piense que los adornos entre retorcimientos y las manoletinas finales sean más dignas de otras plazas, en las que son el arma más propicia para acabar de calentar al público y conseguir que tire las pipas a tomar… viento y hacerles que busquen un pañuelo blanco por los bolsillos. Quizás esa idea de matar recibiendo sea el único hecho anacrónico y ajeno a los usos del momento, pero no solo no molesta para alcanzar el objetivo del triunfo, sino que puede servir para convencer a los más reticentes a la locura. Era la forma torera en que muchos toreros querían cerrar una gran obra. Ahí sí que aguantó la arrancada y no se apartó hasta que la estocada estuvo enterrada hasta la cruz. Un pelín trasera, pero en este caso creo que se puede perdonar, yo me quedo con la rectitud en la ejecución. No seré yo el que le niegue una oreja, pero sí las dos y sobre todo por la repercusión que a todo esto se pretenderá dar. El público pidió la vuelta al ruedo para el toro, quizás por el recuerdo reciente de cómo acudía a la muleta, pero para tal petición algunos tenían que olvidar la forma como se retorcía al sentir las banderillas sobre sus lomos. Pero existe ese convencimiento actual de pretender unir la gran faena al gran toro, y eso no siempre es así, es más a veces un mal toro engrandece aún más la labor del matador.

A Talavante le acompañaron El Cid y Miguel Ángel Perera, uno que parece perdido por los siglos de los siglos, que hasta llegó a ofrecer una buena colocación en su segundo, pero la sosería y ese no estar convencido de poder con el toro, le convierten en un fantasma vagando por los ruedos. El otro, Perera, vive en su mundo, un mundo en el que todo se circunscribe a dar pases, pases y pases, en aburrir, en parecer un guardiamarina pegando banderazos y en no importarle que le toquen los avisos antes de pensar en entrar a matar, lo que dice muy poco de su forma de torear, del mando y de esa forma de no molestar al animal. Lo de los picos, retorcimientos y demás es ya repetirse y uno ya está cansado de repetirse. Uno ya está cansado de muchas cosas y aunque estoy convencido de que lo escrito estará en las antípodas del pensamiento de muy buenos aficionados, es lo que siento. Lo que tampoco significa que me cierre en banda y diga que esta verdad, mi verdad, sea la absoluta. Creo que por aquí se pasan varios aficionados de verdad, a los que escucharé con atención, con mucha atención, esperando aprender y aprender a ver lo que no vi con Alejandro Talavante. A además todo esto me sonó a estar preparándonos para acontecimientos mayores. Hace unos días tildamos de ignorantes a la afición de Sevilla y no paramos de gritar que Madrid es otra cosa, de lo que estoy cada vez menos convencido. Ahora podrán venir rabos, indultos o beatificaciones fulminantes, y será la certificación definitiva del cambio de lo que era la fiesta de los toros en otra cosa, y aunque no nos agrade, estamos preparados para todo.

martes, 17 de mayo de 2011

Un oasis en el desierto







Uno de los escasos placeres que se pueden disfrutar en las largas travesías por el desierto es el descanso en un oasis. Está claro que mejor sería pasear por un bosque frondoso mientras se escuchan los pájaros y el rumor de los arroyos, pero será esa asfixiante sequedad y aridez la que hace que se valore mucho más una sombra y un trago de agua fresca. Este reposo nos lo han proporcionado unos novilletes que se han venido desde los alrededores de Colmenar hasta la plaza de Madrid, los de Flor de Jara. Alguno puede que se haya desorientado y pensado que los encargados de lidiar y estoquear los negros y cárdenos santacolomeños serían las rutilantes figuras que nos castigan día a día; pero rápidamente se despejaban las dudas, estos tenían más trapío. Pero no era esa la única diferencia, a estos se les podía picar sin que se despatorraran debajo del caballo al notar el peso del palo.

El primero de la tarde recibió en dos varas más de lo que le dieron a los Cuvillos la tarde anterior, echando la cara arriba. Pronto en banderillas, en el último tercio precisó la firmeza y mando que no se le dio, lo que le facilitó el irse haciendo dueño y señor de la situación. El segundo empujó bien, pero luego cambió de repente. En el primer par de banderillas, en el que el peón le fue por detrás, se quedó muy parado, pero en los dos siguientes pares se fue de lejos, algo que a lo mejor podía no tener importancia, si no tuviéramos en cuenta lo que vendría después. No había recibido más de dos muletazos, cuando de repente se cruzó tirando al bulto, levantando y prendiendo por la pierna a Jiménez Fortes. Lo que pareció un accidente se siguió repitiendo a lo largo de toda la faena, pero con la extraña circunstancia de que topaba y no hacía caso por todo lo que estuviera a menos de dos metros de su testuz. Daba la sensación de que el origen de este comportamiento estaba más en un defecto en la vista, que a errores en la lidia, pero eso ya no lo sabremos. el tercero, y gracias a su matador, Víctor Barrio, lució en el caballo, arrancándose con alegría de lejos y empujando en el peto. Luego en la muleta se acostaba mucho por el ambos pitones. Admitía el primero y el segundo pase, pero al tercero se cruzaba una barbaridad. El cuarto levantaba la cara en el peto, empujando de lado y cabeceando en el segundo encuentro. El siguiente, que se fue al caballo suelto desde muy lejos, no dudó en salirse suelto y escarbar, aunque en la segunda vara empujó con cierta fijeza. Luego en la muleta embistió con decisión, aunque quizás pedía un poco más de mando y dominio y no tantos pases sin sustancia. El último tuvo un feo comportamiento en el caballo, cabeceaba, buscaba la grupa del caballo y en la segunda vara solo señalaron el puyazo. En la muleta, como varios de sus hermanos, pedía que se le marcara más el camino, pero eso no sucedió.

Me he querido extender en el comportamiento de los novillos para manifestar que una corrida de toros o novillos, para tener emoción y ser entretenida, no necesita toros que vayan como bobas a la muleta ni que pasen inadvertidos en el caballo. Lo que emociona es la variedad, la incertidumbre y el que presenten ciertas dificultades que el matador debe solventar. El toro tiene que dejar claro que está ahí y que en cualquier momento se puede hacer el amo.

El primero de los novilleros, Manuel Larios, no parecía demasiado preparado para este compromiso y casi siempre estuvo a merced de sus dos novillos y del que tendría que haber matado Jiménez Fortes, si no hubiera tenido que pasar a la enfermería. Intentó hacer el toreo del pase y pase, pero la tarde no estaba para ello, había que torear de verdad. Torear como hizo el herido Jiménez Fortes, que se anunció con unas ceñidas chicuelinas en un quite al primero y que al primero suyo recibió con unas verónicas casi sin enmendarse, ganado terreno en cada una de ellas, para rematar casi en la boca de riego con una media. Otro quite muy despacito con una bella media de cierre y cuando parecía que se barruntaba una faena de artista, el toro se encargó de descomponerlo todo. Dos pases de muleta y el percance ya narrado y en el que ya se llevó la cornada. No obstante el torero siguió porfiando, valiente, sabiendo la dificultad a que se enfrentaba, pero sin volverla cara en ningún momento. No cortó orejas, pero dejó un excelente sabor de boca y muchas ganas para volver a verlo por estos barrios en cuanto se recupere de la cogida.

El tercero era Víctor Barrio, un novillero que ya va como figura del escalafón y que el año pasado no me llenó lo más mínimo, sobre todo si ya pasea el cartel de figura. No se puede decir que le esperara con ilusión, pero en su primer toro me quitó de golpe toda predisposición en contra. Recibió al novillo en el centro del ruedo, igual que al segundo, que no voy a decir que me parezca maravilloso, pero bueno, si quiere convertir esto en su sello, pues adelante. Tafalleras y media de rodillas, de la que resulta enganchado por el de Flor de Jara. A este paso no terminábamos la corrida. Pero se rehizo de inmediato, nos dejó ver al novillo en el caballo poniéndolo de lejos en la primera vara y algo más cortito en la segunda. A algunos nos habría gustado ver ir al toro una vez más. Buenos derechazos con la muleta antes de que el toro se le cruzara y se le viniera a él, lo mismo que por el izquierdo. Pero lejos de plegar las velas, se tiró para adelante y se decidió a poder a su oponente. Un pase, otro y el arreón. Barrio intentaba solucionar la papeleta cruzándose mucho en ese tercer pase, y así obligar al toro, pero no había manera. Por supuesto que la faena no fue lo que se puede decir artística, pero nos dejó ver un torero con mucha cabeza y con decisión y amor propio. En su segundo, en el que ya pudo estirarse más, quitando los pases de buena factura del inicio, lo demás tuvo demasiada carga modernista, con la pierna de salida retrasada, el piquito y el toreo lineal. Mato de un bajonazo, más caído que el de su primero, pero a pesar de todo la “exigente” plaza de Madrid le pidió una oreja que el señor presidente no concedió, con buen criterio. Se nos pasó la tarde en un abrir y serrar de ojos, pensando que después de este descansito en el oasis comiendo dátiles a la sombra de una palmera, había que reiniciar la tediosa, larga, aburrida y sin sentido travesía del desierto. Ojalá nos encontremos con nuevos oasis; lo malo es que los guías que vienen nos llevarán por el camino más penoso dando un rodeo, para al final dejándonos tirados en medio de la nada.

lunes, 16 de mayo de 2011

La pantomima, falsedad y burla de la tauromaquia del s. XXI

Me parecería una tomadura de pelo por mi parte ponerme a hablar de la primera corrida de Núñez del Cuvillo como si no pasara nada, como si realmente estuviéramos hablando de una corrida de toros al uso. No creo que sea saludable tratar a lo que salió en Madrid, como una corrida de toros. A mi personalmente, e insisto, personalmente y según mi opinión muy personal, me parece que no debemos seguir el juego a estos mentirosos del toreo. Si nos ponemos a hablar con toda naturalidad de los que pasó en las Ventas el día del santo patrón, creo que seríamos cómplices de un delito contra lo que se quiere convertir en Patrimonio Cultural Inmaterial Universal. Cosas así solo merecen que se tiren a la basura e intentar que no vuelvan a pasar jamás, aunque pasarán. Empezar a decir que si el toro de Saldívar fue a la muleta o dejó de ir, creo que es dar cobertura a una inmoralidad.

Pero como las cosas funcionan como funcionan, dentro de tres días nos volveremos a encontrar con otra como esta. Igual hasta sale mejor, con más trapío, más brava y sin ese aspecto anovillado que han exhibido en la quinta de feria. Entonces a lo mejor hasta me sentía más engañado todavía, porque me sonaría a que en la oferta de dos por uno, la de regalo no era para sacarla en Madrid, lo sabían y a pesar de todo tiraron pa’lante. Ahora se me vienen a la cabeza las imágenes de recientes indultos, la emoción y las lágrimas del ganadero, coronado como el gran adalid de esta comedia bufa.

El espectador esperaba verse inundado por el arte desparramado de Morante de la Puebla, el místico taurino por excelencia, el que crea hasta fumándose un puro, el recuperador de las tauromaquias antiguas con la chota moderna. Nunca pensé que pudiera decir esto de un torero que tanto me ha hecho disfrutar, pero ahora mismo es un cómplice más de todo esto. Como evidencia la lidia que se le instrumentó a su primero, no se le pudo picar, malamente banderillear y solo un trapazos con el pico y por la cara es lo que se llama habitualmente faena de muleta. En su segunda cabrita nos deleitó con unas verónicas marca de la casa, echándole el capote adelante y llevándolo muy toreado, perdón cabriteado. A este manso que no tuvo reparo en coser a cornadas el peto y en dolerse en banderillas, le recogió por ambos pitones, destacando un buen trincherazo que más parecía la caricia de una nodriza que un pase con mando. El inválido soportó a duras penas los intentos de toreo con el pico y recibió resignado los cuatro pinchazos saliéndose, antes de la estocada rinconera que acabó con el suplicio de todos.

Pero si hablamos de cómplices de esta infamia, no nos olvidemos de don Alejandro Talavante, aquel torero que de novillero encantó a la plaza de Madrid, que ya de matador fue adoptado si no como sucesor de José Tomás, sí como su alumno más aventajado y al que se esperó, esperó y esperó en los malos momentos. Pues ahora no duda en colaborar en el engaño. Después de desentenderse de la lidia de su primer novillo, lo recibió con unos estatuarios y naturales simplemente aseados, otra tanda sin pararse quieto, derechazos con pico y pases y más pases, sin ningún objetivo aparente. Daba la sensación de alargar la faena para complacer a alguien poderoso que pueda mandar en los contratos, como si tuviera que justificar su buena “actitud” o simplemente porque no da para más. En su segundo inválido, para el que la suerte de varas se resume en dos picotacitos escasos, le enjaretó unas chicuelinas apartándose, para después pasara a otra de esas faenas eternas, pesadas y absurdas, utilizando el pico como su arma fundamental para enfrentarse al de Núñez del Cuvillo.

También era el día de la confirmación del mexicano Arturo Saldívar, al que por el momento no vamos a meter en el saco de los despropósitos, abrió la tarde con muchas ganas, con las que debe tener un torero el día en que hace el paseo como matador en Madrid con la montera en la mano. Tras no picar al gordo que hacía primero, con evidente flojera, y mansedumbre manifiesta al cornear el peto sin reparo y salirse suelto del caballo y al dolerse con ostentación de las banderillas, lo recibió con la muleta en los medios y de rodillas. Saldívar practicó un toreo tan efectista, como insustancial, trapazos, abuso de pico y viéndose obligado a recolocarse con una carrerita después de cada redondo o natural, evidenciando el poco toreo y escaso mando de sus muletazos. Unas manoletinas para encandilar al personal y una estocada entera y tendida, después de tirarle la muleta a la dulce babosa. En el sexto, otro novillo marca de la casa, repitió la misma estructura, falta de lidia y gestos para el público que lo mismo se enardecía porque le brindaban un toro, que perdía la cabeza al ver como el espada ponía la montera boca abajo con las bambas de la muleta. ¡Para qué más! Con el aceleramiento que le acompañó durante toda la tarde empezó la faena con un falso pase cambiado; aquel en el que el maestro Bienvenida esperaba a los toros hasta lo increíble con la muleta plegada, marcando la salida por el pitón derecho, para al final hacerlo por el izquierdo, por eso se llamaba el pase cambiado. Pero si esta maniobra la hacemos tres días antes de que el novillote llegue a jurisdicción, entonces ya es otra cosa. Más pases por detrás y muchos trallazos destemplados con sus correspondientes enganchones y con la obligación de rectificar y recolocarse después de cada trapazo. Pases en línea, sin rematar, para llegar al intento de arrimón final, donde el toro molestaba bastante menos.

Una tarde más, una de tantas de las muchas que nos quedan, en las que la mentira y la pantomima ya casi hay que aceptarlas como algo habitual si en el cartel se unen torillos comerciales con figuras rutilantes, pero es que además nos quieren convencer de que esto es la gran maravilla y de que es lo que nos queda. Esos sabios del siglo XXI nos sueltan a la cara que o esto, o nada. Pues por mi parte prefiero la nada. Mejor un buen recuerdo que un vergonzoso presente.

domingo, 15 de mayo de 2011

Nos toman por idiotas



Gran triunfo de los toros de El Montecillo, unos toros bonitos y bajitos, exceptuando al cuarto, el más grande de la corrida, con una embestida noble que permitía al torero pensar que no había toro, no le era nada difícil pensar que estaba solo en el ruedo de las Ventas, el marco ideal para sentirse artista, que eso es lo que son las figuras del toreo, artistas.

Pues cualquiera que haya leído esto habrá pensado que me he propuesto seriamente tomar el pelo a todo el que se pasa por esta tertulia. Pues bien, eso mismo es lo que pretende hacernos creer el taurineo. Hoy ningún vividor de la fiesta se habrá echado las manos a la cabeza, ni habrá sentido vergüenza de ver a que niveles ha llegado la fiesta de los toros, esos mismos que en cuanto ven una corrida con más casta de la que ellos desean, corren como locos a declarar lo nefasto de su presencia en las plazas de toros. Justamente lo contrario de lo que habitualmente opina el aficionado a los toros, que no el espectador de toros.

La corrida de El Montecillo no es que haya sido peor que otras tantas que sufrimos habitualmente, pero es que uno ya se cansa. Se cansa de ver ese ganado que sobrepasa los límites de la lógica y que roza los del escándalo. Escándalo que no llega si no se sobrepasa esa fina línea. Como todas las tardes, salvo excepciones, los toros no aguantan ni un puyazo, resumiéndose todo el castigo a señalar la vara y a levantar la mano inmediatamente después de que el torillo topa contra el peto. Justo en ese momento se oyen las sabias voces de los modernistas convencidos: “es que si le pica se cae”. Pues que se caiga de una vez. Luego en la muleta, vistos los resultados, podríamos pensar que embestían como el toro Jaquetón, pero que nadie se engañe, el que más poder tenía tomaba la muleta como un corderito al que no se le podía bajar la mano, si no se quería que rodase por los charcos de las Ventas. Pero luego tendremos que oír y leer que si los Montecillos tenían fondo, que duraban- me niego a repetir lo de “durabilidad”- y no sé cuantas milongas más para tapar una fea realidad. Como si esa palabrería nos impidiera ver la evidencia.

Uceda repetía como premio a la orejita de la tarde anterior. En su primero toreó mejor aún que en el Juan Pedro que cortó la oreja, escondiendo la pierna contraria, con un bello trincherazo en el inicio de la faena, algún natural suelto y aislados derechazos, que para los tiempos que corren, ya es mucho. Pero una faena en la que se tienen que ir sacando pases, como el que limpia lentejas, pues no es demasiado apasionante. ¿Y cuál es el pero? Pues el pero es el toro. Daría lo mismo que se nos pusiera con el carretón. Todo pierde sustancia en el momento en que no existe el toro. En el cuarto de la tarde no se pudo ni poner bonito ante un mulo que más parecía para tirar de un carro que para ser lidiado en una plaza.

Iván Fandiño “triunfó” y lo hizo porque cortó una oreja. En el primero de Uceda se hizo presente con unas ajustadas gaoneras. A su primero lo recibió por verónicas, echando en todas el pasito atrás. En este segundo de la tarde, viendo las condiciones del torillo se echó la muleta a la izquierda para empezar su faena, consiguiendo uno francamente bueno. Luego vinieron más naturales, más derechazos, pasándose el toro más cerca de lo habitual y evitando casi siempre descargar la suerte, pero al final de pase le faltó muñeca, lo que intentaba tapar retirando el engaño de la cara del animalito. Un estoconazo que le valió la oreja. Y en esto creo que hay diferentes opiniones. Unos pedían la oreja por los pases y los aficionados se consolaban diciendo que el premio era por la estocada. De lo que no estoy yo tan seguro es de que los de los pañuelos hubieran tenido en cuenta la estocada. Bueno, son formas de ver las cosas. En el quinto salió a buscar ese uno más uno que le abriera la puerta de Madrid, pero el soso Montecillo no le dio opción.

Miguel Tendero es una de esas cargas que Taurodelta nos manda todos los años como a otros les mandaron las plagas de Egipto, la maldición de los faraones o la discografía de David Bisbal. Es el caso prototípico del cambio de cromos. ¿Es vulgar? A rebosar, ¿Es un buen lidiador? Ni sabe lo que esto significa ¿Tiene arte? Menos que los cuadros de cacerías de ciervos. Pero aquí viene cada mayo a hacer bulto en la feria de Madrid. No me voy a detener en su actuación, solo que fue sosa, vulgar y en la que tampoco ayudaron los torillos de turno. Porque este torero, de momento, no ha tenido tan siquiera que ganarse su presencia en las ferias enfrentándose al toro de verdad, porque desde el primer momento nos quisieron hacer creer que era una figura. Y es que nos toman por idiotas.

sábado, 14 de mayo de 2011

Pero ¿qué queréis exactamente?




Uno cada día entiende menos esto de los toros y además, si ya resulta bastante complicado en si mismo este asunto del toreo, van los que deberían saber más que nadie y nos lo complican todavía más. Nos quieren hacer tragar que el toro no debe ser muy grande, que si no, no puede embestir, que tienen que ser nobles más que sir Lanzarote del Lago, que lo del caballo es para nostálgicos y que lo importante es que vayan bien a la muleta, que a partir de ahí les esperan los maestros de la tauromaquia moderna para hacernos tocar el cielo con los pañuelos pidiendo orejas por docenas. Pues todo lo dicho es un trágala que no hay por dónde cogerlo.

Cuarta de abono de la feria de Madrid para homenajear a San Isidro, santo patrón de la Villa y Corte, toros de don Juan Pedro Domecq, QEPD, justitos de presentación, que aunque alguno lucía perfiles casi anovillados, estaban en ese límite impreciso que con tanta soltura manejan los taurinos y el público que se desenvuelve como pez en el agua con los códigos de la moderna o postmoderna tauromaquia. Ya digo que justitos de presentación, justitos de fuerzas, algunos incluso menos que justitos, justitos de casta, aunque sea exagerando, sobrados de nobleza y con evidentes muestras de mansedumbre. Pero todo esto da igual, qué más dará que en el caballo después de la primera impresión se pusieran a cornear el peto queriéndose quitar ese molesto palo, que buscaran el refugio en las tablas o que escarbaran escandalosamente en cuanto les dejaran un segundo de respiro. Luego llegaban al segundo tercio y se ponían a embestir como si se les activara el chip de la famosa “toreabilidad”. Y ya si atisbaban la muleta hacían la ola de rabo a pitón. Incluso hubo alguno que hasta “transmitía”, ofrecía un magnífico nivel de “toreabilidad” y “durabilidad”. Vamos, todo un compendio de la Neotauromaquia. Que quien después de la corrida no fuera capaz de irse a la peña taurina “la Esclavina de oro”, es que o no se entera o que se pasó toda la corrida intentando ligar con la guiri que era la novia del gordinflón sonrosado de la cámara de vídeo y las cervezas.

Uceda Leal tuvo lo más soso de la tarde en sus manos. En su primero se contagió de la abulia del bovino y se limitó a estar por allí. Solo despertó a la hora de propinar una estocada algo trasera, con mucha facilidad, que nos hizo recordar a aquel torero que mataba como los buenos. Fue en su segundo cuando nos mostró algo más de lo que de él se espera. Unas verónicas de recibo jaleadas, aunque no se parara quieto en ninguna de ellas, una buena media en un quite y se fue a coger la muleta. Empezó con trapazos, pero firme y sin moverse. Luego una buena tanda de derechazos, muy despacito, con el temple como mejor virtud. Una de naturales para volver a la mano derecha. Muy lentos, pero a todo esto le faltaba un detalle sin importancia, el toro. Lo mismo daba que hubiera sido el de Juan Pedro, que el carretón guiado por un fiel amigo. Un estoconazo y una oreja, que no era para protestarla, pero tampoco para subirse hasta Manuel Becerra dando naturales a los taxis, tequis en cheli. Que cosas, si hubiera habido oponente quizás ahora estaríamos hablando de otra cosa, pero…

El segundo de la terna era Juan Bautista que a lo largo de la tarde provocó cientos de exclamaciones que decían ¿Cómo le pudimos dar a este dos orejas el año pasado? Pues eso mismo me preguntaba yo… el año pasado. Muy digno y muy soso él, parece que la cosa no va con él, que tampoco está mal ese derroche de serenidad y mística apatía, pero si resulta que te toca el mejor de la de Juan Pedro, pues es como bailar una jota a los sones de la marsellesa. Se limitó a sortear las embestidas con violentos trallazos aderezados con toneladas de vulgaridad. Y el toro a todo esto no paraba de gritar “¡orejas, cómo las tengo! ¡Orejas señora, orejas! ¡Qué me las quitan de las manos! Pero el Bautista no estaba allí, su reino no era de este mundo. Y dejó irse un toro que le podría haber asegurado la entrada y los 20 primeros plazo de una finca en la desembocadura del Ródano.

A Morenito de Aranda se le puede “nominar” como uno de los candidatos mejor colocados a torero con peor suerte de todo el escalafón. En otoño hizo una gran faena y coincide con el día en que Juan Mora abrió el manual de la torería más clásica. Todo el mundo recuerda el “Día de Juan Mora” y tiene que hacer un anexo explicativo para valorar como se merece lo de Curro Díaz y Juan Mora. Y con los de Juan Pedro Domecq va a tocarle otro toro al que se le podían haber cortado las orejas. No tendremos en cuenta lo del inválido tercero, al que a nada que le obligaba se le venía abajo, aunque otra cosa habría sido si se le hubieran administrado buenas dosis de temple. El temple, la misma carencia que le impidió destacar en el sexto. Aún así, lo recogió bien y con torería por bajo, pasándolo por ambos pitones, pero a partir de ahí vino su calvario, que empeoraba a medida que el toro le tropezaba la tela una y otra vez, lo que hizo que se esfumara toda opción de triunfo. Intentó el recurso del arrimón, pero ya no iba a servirle para nada, ya todo estaba hecho. Tendrá que esperar a otra tarde.




PD: Los toros de Jaun Pedro Domecq lucieron divisa negra en memoria de su ganadero desaparecido recientemente.