Muchos dirán que ha parado los relojes, otros los corazones y otros, Dios no lo permita, los marcapasos. El caso es que cuando Morante de la Puebla despliega todo su aroma delante de un toro, consigue embrujar a todo aquel que presencie tal acontecimiento. Él solito es capaz de hacer entrar en estado catatónico a toda una plaza como la de Madrid. Tarde pintoresca y preparada con esmero por los ingenieros de carteles, caminos y ferias que tiene en nómina Taurodelta.
De entrada los Núñez del Cuvillo, esos toros que se mantienen dentro de una línea de regularidad asombrosa. Asombrosa porque como se desvíen de esa línea, o tiran para el novillo descarado, manso, sin casta y sin presencia, o en dirección contraria hacia el toro con trapío, casta y bravura al que las figuras no querrían ni ver, y entonces se resentiría el negocio. Están en un sí pero no, que vale a casi todo el mundo. ¿Son toros con trapío? No ¿Son novillos con pinta cabras? Pues tampoco. Y esa disyuntiva se puede aplicar a todo lo que se le deba exigir a un toro de lidia. Flojean, sin estrépito, aguantan en el caballo, sin deslumbrar, les pican las banderillas como la pimienta y a la menor que pueden se van buscando los toriles, pero luego llegan a la muleta y embisten, sin derrochar clase, ni emoción, pero van y vienen. Y además, como son de buena familia, no hacen ni un feo al matador. Aunque raro que es uno, yo los prefiero con peores entrañas, a ver si así se puede saber lo que cada matador puede dar de sí, manías de uno.
Los matadores respondían a criterios muy diferentes, Morante de la Puebla, el que tira del aficionado, Cayetano, el que tira de la jet y la gente guapa estupendísima de la muerte y Daniel Luque, el que tira de los orejainómanos y público en general que quiere divertirse. Aunque muchos de los asistentes no esperaban gran cosa, quizás contagiados por el desastre continuo que ha caracterizado a la feria.
Salió el primero de Morante al que el sevillano no hizo demasiado caso, hasta el trasteo de muleta en que recibió al pobre Núñez del Cuviillo por bajo, como si fuera una alimaña que después de tres varas necesitara un castigo extra. La verdad es que los lances por bajo resultaron muy estéticos, llegando casi al macheteo, haciendo retorcerse al animal, al que le esperaba la cuchillada con que le despachó. Estaba claro que este no era el momento. Habría que esperar al tercero en el que Morante de la Puebla entró en quites, primero con unas espléndidas verónicas trayéndose al toro muy enganchado desde muy adelante, para pasárselo por la faja y despedirlo detrás de la cadera, dejándolo colocado para la siguiente, en que parecía que acunaba al torete en los vuelos del capote. Después y gracias a la generosidad de Daniel Luque, que le invitó de nuevo a responder a un quite suyo, el de la Puebla contestó con unas chicuelinas ofreciendo mucho capote y quitándoselo despacito, convirtiendo el lance en toreo y no en el trallazo y volatín eléctrico en que se ha convertido en manos de muchos jovenzuelos.
El momento de embrujo de Morante de la Puebla prosiguió en el cuarto de la tarde, al que recogió sobre el tercio y verónica a verónica se lo fue sacando a los medios, donde decidió abrochárselo con una media verónica. Continuó con un quite estupendo por delantales que cerró con una media increíble. El sevillano consigue que estos quites en otros son pirotecnia y volatines se conviertan en toreo, lentitud y arte. Ese embrujo que nos hace olvidar hasta que el toro es un seminovillo, semiencastado y semiblandengue Núñez del Cuvillo.
Cayetano no fue el de la confirmación, ni mucho menos. Este torero tiene gusto y a veces tiene ramalazos toreros, como fue la forma de citar en un quite por gaoneras, echando el capote al suelo para aprovechar la arrancada del toro y con una larga echarse la tela a la espalda para realizar el quite. Quite embarullado y con enganchones. El resto de su tarea fue anodino, con demasiadas distancias al pasar el animal, con el pico, escupiéndole de la suerte y sin recursos lidiadores que le permitan resolver la más mínima complicación.
Por su parte Daniel Luque, que veía que el año próximo no le renovaban este abono particular que se ha sacado este año para Madrid, salió con ganas de demostrar que vale. Su momento estelar se produjo a rebufo de Morante, al que primero quiso responder por verónicas y después por chicuelinas, dando lugar a comparaciones en las que siempre sale perdiendo el aspirante a figura. Uno todo despaciosidad y torería, el otro voluntad, pasito atrás trapazos a tutiplén. Pero en este ambiente tan favorable, incluso estuvo a punto de oreja si no es porque a los toros hay que matarlos. Empezó la faena de muleta con cierta gracia, sacando al toro hacia los medios y con trincherazos a pies juntos estimables, pero como la naturaleza de cada uno siempre se impone, no tardaron en aparecer los trallazos con el pico, estirando el brazo y vaciando la embestida allá donde pillara. Quizás alguien debería decirle a Daniel Luque que los engaños son para dejárselos ver a los toros, no para enseñarlos y quitarlos de repente con un ¿lo ves? Pues ya no lo ves. Torear es algo muy diferente a esto. En su segundo ya no hubo opción, al público se le había pasado la euforia del tercero y del cuarto y no estaban en la misma disposición que cuando estaban bajo los efectos del embrujo de Morante.
De entrada los Núñez del Cuvillo, esos toros que se mantienen dentro de una línea de regularidad asombrosa. Asombrosa porque como se desvíen de esa línea, o tiran para el novillo descarado, manso, sin casta y sin presencia, o en dirección contraria hacia el toro con trapío, casta y bravura al que las figuras no querrían ni ver, y entonces se resentiría el negocio. Están en un sí pero no, que vale a casi todo el mundo. ¿Son toros con trapío? No ¿Son novillos con pinta cabras? Pues tampoco. Y esa disyuntiva se puede aplicar a todo lo que se le deba exigir a un toro de lidia. Flojean, sin estrépito, aguantan en el caballo, sin deslumbrar, les pican las banderillas como la pimienta y a la menor que pueden se van buscando los toriles, pero luego llegan a la muleta y embisten, sin derrochar clase, ni emoción, pero van y vienen. Y además, como son de buena familia, no hacen ni un feo al matador. Aunque raro que es uno, yo los prefiero con peores entrañas, a ver si así se puede saber lo que cada matador puede dar de sí, manías de uno.
Los matadores respondían a criterios muy diferentes, Morante de la Puebla, el que tira del aficionado, Cayetano, el que tira de la jet y la gente guapa estupendísima de la muerte y Daniel Luque, el que tira de los orejainómanos y público en general que quiere divertirse. Aunque muchos de los asistentes no esperaban gran cosa, quizás contagiados por el desastre continuo que ha caracterizado a la feria.
Salió el primero de Morante al que el sevillano no hizo demasiado caso, hasta el trasteo de muleta en que recibió al pobre Núñez del Cuviillo por bajo, como si fuera una alimaña que después de tres varas necesitara un castigo extra. La verdad es que los lances por bajo resultaron muy estéticos, llegando casi al macheteo, haciendo retorcerse al animal, al que le esperaba la cuchillada con que le despachó. Estaba claro que este no era el momento. Habría que esperar al tercero en el que Morante de la Puebla entró en quites, primero con unas espléndidas verónicas trayéndose al toro muy enganchado desde muy adelante, para pasárselo por la faja y despedirlo detrás de la cadera, dejándolo colocado para la siguiente, en que parecía que acunaba al torete en los vuelos del capote. Después y gracias a la generosidad de Daniel Luque, que le invitó de nuevo a responder a un quite suyo, el de la Puebla contestó con unas chicuelinas ofreciendo mucho capote y quitándoselo despacito, convirtiendo el lance en toreo y no en el trallazo y volatín eléctrico en que se ha convertido en manos de muchos jovenzuelos.
El momento de embrujo de Morante de la Puebla prosiguió en el cuarto de la tarde, al que recogió sobre el tercio y verónica a verónica se lo fue sacando a los medios, donde decidió abrochárselo con una media verónica. Continuó con un quite estupendo por delantales que cerró con una media increíble. El sevillano consigue que estos quites en otros son pirotecnia y volatines se conviertan en toreo, lentitud y arte. Ese embrujo que nos hace olvidar hasta que el toro es un seminovillo, semiencastado y semiblandengue Núñez del Cuvillo.
Cayetano no fue el de la confirmación, ni mucho menos. Este torero tiene gusto y a veces tiene ramalazos toreros, como fue la forma de citar en un quite por gaoneras, echando el capote al suelo para aprovechar la arrancada del toro y con una larga echarse la tela a la espalda para realizar el quite. Quite embarullado y con enganchones. El resto de su tarea fue anodino, con demasiadas distancias al pasar el animal, con el pico, escupiéndole de la suerte y sin recursos lidiadores que le permitan resolver la más mínima complicación.
Por su parte Daniel Luque, que veía que el año próximo no le renovaban este abono particular que se ha sacado este año para Madrid, salió con ganas de demostrar que vale. Su momento estelar se produjo a rebufo de Morante, al que primero quiso responder por verónicas y después por chicuelinas, dando lugar a comparaciones en las que siempre sale perdiendo el aspirante a figura. Uno todo despaciosidad y torería, el otro voluntad, pasito atrás trapazos a tutiplén. Pero en este ambiente tan favorable, incluso estuvo a punto de oreja si no es porque a los toros hay que matarlos. Empezó la faena de muleta con cierta gracia, sacando al toro hacia los medios y con trincherazos a pies juntos estimables, pero como la naturaleza de cada uno siempre se impone, no tardaron en aparecer los trallazos con el pico, estirando el brazo y vaciando la embestida allá donde pillara. Quizás alguien debería decirle a Daniel Luque que los engaños son para dejárselos ver a los toros, no para enseñarlos y quitarlos de repente con un ¿lo ves? Pues ya no lo ves. Torear es algo muy diferente a esto. En su segundo ya no hubo opción, al público se le había pasado la euforia del tercero y del cuarto y no estaban en la misma disposición que cuando estaban bajo los efectos del embrujo de Morante.
1 comentario:
Has descrito perfectamente la diferencia entre un Torero que lo es, rebosando torería (lo que le falta a la inmensa mayoría) y un tío que se viste de luces y quiere ser torero. La verdad, no sé, como después de ver TOREAR a Morante, se puede aplaudir la réplica de Lucky Luque pegando mantazos y desplazando al toro hacia fuera. Queda muy bien explicado en tu artículo lo que hace este tío, se la pone y derrepente se la quita. ¡En fin! hemos visto a Morante y un poquito a Cayetano, que como bien dices, tiene gusto y si quiere puede hacer las cosas mejor. Un saludo!
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