miércoles, 15 de agosto de 2012

Los verdaderos sabios chapotean en la ignorancia


¿Nos iluminará la luz de los faroles?


¡Qué caros están los sabios! Nunca abundaron demasiado: hubo siete en Grecia; los de Salamanca decidían los destinos del reino en Castilla,  y otros eran los únicos con el privilegio divino de saber rectificar. La tauromaquia no iba a ser menos y también cuenta con sus propios sabios, aunque con todos sus conocimientos y lecturas, como único logro solo pueden decir que han alcanzado la ignorancia más absoluta.

Qué dura es la vida del aficionado a los toros y en especial la de sus escasos sabios. Se han pasado toda la vida viendo toros, ganaderías de todos los colores y pelajes, toreros de todos los estilos, estrellas rutilantes, fugaces, estrellas que han mantenido su luz por encima del tiempo; han aguantado modas, fenómenos pasajeros, fenómenos de cartón piedra, de todo y hasta comprobaron cómo el tiempo y el toro ponían a cada uno en su sitio; pero ahora, después de todo eso, se dan cuenta de que son unos ilustres ignorantes. Contemplan el panorama taurino con perplejidad y pensando que les traicionan sus ojos, que en realidad no están viendo lo que creen ver. Contemplan atónitos como unos señores que se hacen llamar artistas se dedican a caricaturizar el toreo, mientras escuchan las aclamaciones de los públicos de todos los rincones del reino. Como en otros días, esperan que sea el toro el juez que ponga las cosas en su sitio; los valientes en el ruedo, los artistas a su lado, los vulgares al tendido, los mentirosos a su casa y los correplazas al limbo. Pero ¡oh, sorpresa! Este toro no es capaz ni de ordenar sus instintos. Cuando busca la casta, no la encuentra, la fuerza no la conoce, el ímpetu y la fiereza la ha desterrado y solo se queda con una bobonería que algunos confunden con la nobleza. Pero ¿qué es esto? claman los sabios. Pero si en esta Fiesta en la que el toro era el protagonista, ahora es solo un mero acompañante del torero, si casi se ha convertido en atrezzo, en un elemento puramente decorativo. Los públicos tampoco reclaman ese orden natural de la Fiesta de los toros, esa jerarquía, esa escala de valores en la que en la cúspide siempre figuraba el toro.

Imagínense a estos sabios sentados en las duras piedras de los tendidos, tomando notas, casi sin saber de qué, intentando poder establecer las oportunas comparaciones entre el toreo clásico y el toro, con esto de ahora, el bailecito y el monigote. O esos aficionados que aprendieron las cuatro letras del toreo de la mano de sus mayores y que a partir de ahí fueron escribiendo con rectitud las líneas del libro de su afición; viajaban a Sevilla, se enamoraban de su plaza, recorrían kilómetros y kilómetros para respirar el aire del campo bravo, iban a las casas de sus ídolos a rendirle respeto, cuando no, se postraban delante de la televisión para recibir el jubileo del toro, tarde tras tarde. Y ahora gritan con profunda convicción para que todo el mundo lo sepa, que renuncia a la fiesta, su apostasía de aquello que les dio la vida. Ya nunca más, se acabó. Y ¿por qué se acabó? Porque esto no tiene ya nada que ver con lo que ellos conocieron; lo llaman igual pero solo para confundir al público y hacerles pasar por taquilla, aunque luego se vayan a sentir engañados y cuando se vean tan profundamente defraudados abjuren de su fe. No hay fe de la que abjurar. Ellos hablan de una cosa y los otros se limitan, en el mejor de los casos, a aplicar una terminología mil veces oída y ninguna comprendida, aunque en nada se ajuste el referente primigenio descrito por las palabras, a ese esperpéntico e insustancial espectáculos.

No es que se haya modificado la escala de valores de la tauromaquia, la han dinamitado, haciendo desaparecer toda la rica y expresiva ornamentación que la convertía en una de las artes más pasionales y apasionadas, para sustituirla por planchas de metacrilato desdibujado, que ya vienen arañadas de origen. Dicen que esto es mucho más práctico que lo de siempre; tengo mis dudas, pero vamos a dejarnos convencer, pero ¿para qué nos vale eso? También podríamos coger las Meninas, hacemos una copia exacta fotográficamente y punto, si el original se deteriora, pues que se deteriore, ¿no tenemos una foto magnífica? Lo que no entienden es que cuidando el original, limpiándolo, contemplándolo, queriendo saber el por qué y conociendo el cómo, se sabe mucho más de él, de su autor, de su tiempo, del momento, de los materiales, de lo que aguanta y como soporta el paso del tiempo, de tantas cosas que una copia ignora. ¿Cómo se sentirá un estudioso del arte ante esa copia exacta de las Meninas? Como un verdadero ignorante, porque no puede ver nada que no vean el resto de los mortales. Él siente que eso no va con él, si acaso con un estudioso del arte de la fotografía, pero no de la pintura. “Pero oiga, ¿qué dice? Si es la misma obra. No, no es lo mismo, aunque lo parezca. Una nace de la mano y la cabeza de un genio en el dibujo, en la proporción, la profundidad, el comportamiento del color, de los tintes, de los soportes, de la mitología y hasta del carácter de un rey que le encargó la obra. Lo otro…

Entonces, ¿qué podemos esperar de los sabios del toreo? ¿Qué de repente dejen de serlo y se conviertan en sabios de las fotocopias de mala calidad? Porque es que además no es que esta Tauromaquia 2.0 sea una magnífica copia del original, es que además es una fotocopia de aquella en que lo blanco era blanco, el gris clarito blanco también y el resto salía negro, negro oscuro, negro negro, sin matiz alguno. Se ponen a buscar el toro y ven una mancha negra, se detienen en el torero y es una prolongación de lo anterior. Entonces no es que se sientan unos profundos ignorantes, es que lo son, se les pone cara de ello y hasta lo reconocen abiertamente. Eso sí, siempre habrá una mente privilegiada que no sabe lo que eran las Meninas, n Velázquez, ni el que lo fundó y se burlan de nuestros sabios. Entonces sí que queda claro quién es el ignorante. Desprecian aquel remoto referente pintado sobre un lienzo y valoran cono esa borrosa fotocopia puede reinventarse una y mil veces, siendo siempre igual la primera a la número mil. Y si el marco es mayor o menos, el defecto está en el marco. A mí esto no es que me parezca absurdo, es que no me parece que pueda pasar jamás, pero… pero está pasando cada tarde en la que se dice que va a haber una corrida de toros o novillos.

Señores sabios, no le den más vueltas a las cosas, a ver si se caen de una vez del burro; su mayor error, igual que el de otros muchos, Es querer pensar que esto que vivimos es la Fiesta de los Toros. No, y seguro que me van a entender, por algo son ustedes los sabios, aunque me sienta avergonzado de dirigirme a ustedes de este modo. Será su afición, el recuerdo de días pasados o el no resignarse a que algo tan querido desparezca, pero como si fuera un primer amor, van buscando a esa compañera que tan feliz les hizo en los rostros de todas las chicas jóvenes que pasan a su lado. Eso ya no es posible. Buscan el toro y no lo encuentran, buscan el arte y no lo ven y claman por el valor, la emoción y el desgarro, que desapareció sin dejar rastro. Y además tienen que aguantar que les llamen de todo, porque no saben ver todo aquello en esto que no se parece en nada a una Fiesta que un día fue grande. Ustedes que iban a los toros y que camino de la plaza se tiraron por la primera calle a la derecha y resulta que era por la segunda. Lo que vino después ya lo saben, se metieron en una corrida de toreadores y no en una de toros. Y dejen de buscar el toro, dejen de querer encontrar una explicación a todo aquello; no la encontrarán, ¿saben por qué? Porque en esto chocolate sin chocolate, ustedes, los verdaderos sabios chapotean en la ignorancia. Y que sea por mucho tiempo.

4 comentarios:

Xavier González Fisher dijo...

Enrique: Creo que las pildoritas del "Dr. Óptimo" te hacen efecto. Tu optimismo "artificial" es evidente. No es "chapoteo" lo que hacen los sabios (verdaderos), llevan el agua hasta el cuello...

Enrique Martín dijo...

Xavier.
No sé si el Dr. Óptimo es de los de enfrente. Creo que me tiene hipnotizado.
Un saludo

MARIN dijo...

Es curioso Enrique, que me pasa lo de la entrada. Que ves toros, y toros... perdon, festejos y festejos, y en muy poquitos se te pone la piel de gallina. Pero es que ya sabes que solo soy un aspirante a aficionado, y a lo mejor por eso, porque me queda mucho que aprender no me doy cuenta.

Lo que si que me doy cuenta es cuando sale un pobrecillo torito suplicando que lo apuntillen en el tercio de banderillas, arrastrandose por el ruedo y cuando sale un toro con poder en un tercio de varas de cuatro puyazos, cada uno mas lejos y exigiendo a su matador que se ponga las pilas en la muleta. Pero vamos, que de eso me doy cuenta yo que soy aspirante y el que va por primera vez a los toros. ¡ah! que a lo mejor ahí está la cuestión.

Un abrazo campeon.

Enrique Martín dijo...

Marín:
Ya sabes que lo bueno es como un rayo que llega a todo el mundo, pero cuando hay que explicar demasiadas cosas, entonces algo falla. Ya sé yo que eres el eterno aspirante a aficionado, pero yo te veo chapoteando en esa ignorancia que tienen los que no entienden nada de esta pantomima, de la que tú no quieres saber nada.
Un abrazo, torero