martes, 18 de agosto de 2015

¡Cómo hemos cambiado!



Entre sorpresa y sorpresa, seguimos ajustando los últimos detalles para Logroño


Uno tiene la costumbre de acercarse de cuando en cuando a la plaza de Madrid, o lo que queda de ella, en mayo todos los días y el resto de la temporada casi cada semana, por aquello de no abusar; y así desde hace un tiempecito. Y uno se da cuenta de lo mayor que se va haciendo cuando ve cómo han cambiado las cosas a lo largo del tiempo. Antes los afisionaos de verdad llevaban claveles reventones en la solapa, ahora almohadillas con asa, a rayas y metidas en una bolsa de papel con asas, de la medida justa de los cojines. Antes se iba a los toros con la ilusión de ver a fulano o mengano y los toros de la ganadería que tocara. Hoy se va con desparpajo, disfrazado de taurino y con un pañuelo blanco “preparao” para la ocasión, que como si tuviera vida propia, a los quince ¡bieeeeejjjnnnes! y un ¡Vámonos! se engancha en la mano del nota y se empieza a agitar convulsamente.

Pero estos antes y despueses casi son lo de menos, lo de más son otras cosas. Recuerdo yo cuando a un torero se le media por lo que tenía delante y por lo que era capaz de hacer ante semejante ejemplar y si su actuación no se correspondía con la condición, la del toro, se supone, allí podía arder Troya. Olvídense de semejante majadería. Si esa regla no escrita se hubiera tenido en cuenta en la corrida de la Paloma, por poner un ejemplo, el campechano Javier Jiménez habría salido abochornado y corrido a gorrazos el día de su confirmación. Y si nos descuidamos, casi le sacan a cuestas los “afisionaos” de la nueva plaza de Madrid. Si al primer mansito come muletas, un cualquiera hace años se dedica a darle trapazos y recortes sin torear, a largar hasta Murcia los mantazos con la siniestra, no habría encontrado refugio para la pitada que le habrían dedicado en tan señalado día. Lo mal que se llevaba el que a un torero se le fuera una babosa, un carretón, una malva, un cortijo. Pero na’ hasta le pidieron la oreja, la del toro, claro, en eso aún no ha habido variaciones. Y si para cierre, en el último sale a estar a merced del toro, sin saber por dónde meterle mano, sin mandar, ni torear, tienen que sacarle escoltado por el Benemérito Cuerpo. Pero la gente se emociona, se envalentona y a pesar del navajazo en mitad del lomo, ponen al del palco en la tesitura de tener que conceder un trofeo. Pero que los había que salían encantados y no eran un par, que eran unos cuantos.

Las broncas que uno ha vivido cuando un toro iba al caballo y a nada que rozara el peto el señor de arriba le señalaba el puyazo automáticamente sin casi producirle ni arañazos de segundo grado. Pues los “afisionaos” sensibles, ahora rompen en ovación cerrada y al retirarse el de aúpa le transmiten sus felicitaciones desde su localidad. Que ganas me dan a mí de imitarles, porque hasta el momento, por vestirse de colores no cobraba nadie, excepto Papá Noel y los emisarios reales de los Reyes Magos. Pero parece que el mercado del travestismo se va ampliando. La sensación que se percibe es como si el personal, tras estar un ratito aplanando nalgas contra el granito madrileño, sintiera la necesidad de desfogarse y, ¿qué mejor que aplaudiendo? Que lo mismo ocurría cuando el señor Jiménez andaba errabundo y desconcertado con su último de la tarde, sin saber por dónde aviarle y enseguida asomaba el del trasero más plano con sus palmas extemporáneas, que el resto del personal seguía con aparente convencimiento. Eso sí, les ruego que ese momento de efusión plausiblilista no les pidan razones, so riesgo de cortocircuitar al interrogado. Ya les adelanto yo la respuesta que puede ir desde un “ha estado muy bien” al socorrido “le ha echado un par de c...”, que sirve para todo lo que ustedes quieran que sirva. El niño que se tira por un tobogán con la bici y se parte la crisma, “le ha echado un par de c...”. El marido disoluto que mantenía una amante por cada día de la semana aparte de la oficial, “le ha echado un par de c...”. EL estafador que aprovechando su concejalía de urbanismo y que recalifica los terrenos del Campo Santo para hacer chalets, “le ha echado un par de c...”. La expresión vale para todo, aunque en realidad no diga nada.


Pero si hay que echarle un par para aguantar como lo que queda de la plaza de Madrid se pone hecha un basilisco por un manso y lo protesta y lo protesta, quizá con la esperanza de que el señor presidente lo devuelva a los corrales. Que habrá quién me diga que no hay que preocuparse, que eso no es posible, que antes le condena a las viudas, pero ojito, que no hace mucho, tan solo dos ferias atrás, que un morador del palco pretendía echar para atrás a un toro porque le daba la sensación de que iba a salir manso. Así que cuidadito, que no solo rechazan los mansos en los tendidos. Que uno sí ha visto protestas durante la lidia de un manso en esta plaza, pero después de ver que el animal no quería peto, reclamando que se le fogueara de acuerdo al reglamento. ¡Ay! Si a los que van a las plazas les diera por leerse el reglamento taurino, lo convertían en best- seller de dos patadas. En fin, que tenemos dos opciones, una amoldarnos a las nuevas y felices corrientes de los taurinos, que Dios me libre de tal calificación, y otra el intentar seguir, cuanto menos molestando, a ver si a alguno de estos satisfechos les da por mirar un poquito lo que era esta plaza y lo que era esta Fiesta. Y lo mismo llega a la misma conclusión y exclama eso de... ¡Cómo hemos cambiado!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues sí, a Javier Jiménez se le escapó un primero de o casi de cortijo. Me uno a la corriente de pensar que en el sexto le "echó un par". Al principio bastante por debajo del toro y en peligro para más tarde, ir de menos a más y yo diría que ganarle la pelea. Que estuvo a merced del toro, cierto pero me pareció una actuación digna la suya.

De Angel Teruel decir que debería estar fuera de esto. Frascuelo concita las simpatías del público venteño pero creo que ya va siendo hora de la retirada.

Los toros no estuvieron mal para lo que estamos acostumbrados a ver. El segundo me gustó bastante, ni que decir tiene que estuvo por encima del Maestro y el sexto puso emocionante su paso por la plaza.

Te perdiste los saltillos de Cenicientos, te hubieran gustado aunque con matices.

Saludos
J.Carlos

Enrique Martín dijo...

J. Carlos:
Pues si tú lo dices, seguro que sí, me fío de tus gustos y tu criterio. Respecto a lo de Madrid, quizá me pierda esa manía de no gustarme ver a los toreros a la deriva. En ese complicado sexto, curiosamente una o dos veces que le bajó la mano, el toro entraba bien. Que no quiero decir que esa era la solución definitiva, pero igual podría haber probado a hacerlo más veces. El maestro se vio superado y a nada que le apretaba el toro, la verdad es que se notaba lo que ya no tiene remedio. Los primeros que lo notaron fueron los peones, que no volvieron a dejar dar un capotazo al maestro. Lo de Teruel, pues con decirte que me recordó al Capea, ya te lo digo todo.
Un abrazo