sábado, 13 de octubre de 2018

Les faltó rebuznar


Ni la estampa respondía a lo que fueron

Nunca había acabado tan tarde la feria de San Isidro de Madrid, pero este año ha cerrado sus puertas el 12 de octubre, vaya si se ha alargado. Con cartel diferente de toreros, pero el mismito de toros que nos tenían programado para aquel ya lejanísimo 28 de mayo. Que si lo llegamos a saber, en lugar de disgustarnos por aquella suspensión a causa de la lluvia, habríamos ido corriendo a la ermita del santo a darle gracias por el milagro de habernos evitado una mala, malísima tarde de toros. Y créanme que lamento profundamente tener que decir esto, pero esta es la realidad. En esta tarde de la corrida de la Hispanidad hemos podido constatar el adiós de los Pablo Romero, ahora Partido de Resina, a los que ya ni guapura les queda. Ni los más fieles podemos seguir defendiendo este hierro, esto no se sujeta por ningún lado; mansos, feos, descastados, a veces hasta con malas ideas, más próximos a las acémilas, que al toro de lidia. Una verdadera lástima.

Habría plaza Rubén Pinar, especialista en rellenar carteles, que no molesta, no estorba, no levanta la voz y puede que haya quién piense que nunca va a decir un “aquí estoy yo” y que los demás se pongan a temblar. A él correspondió el primer Pablo Romero, ahora Partido de Resina, abanto, con intenciones incluso de escapar del ruedo, sin atender a los requerimientos de los capotes. Acudió al caballo a su aire y se limitó a quedarse allí. Complicó a Ángel Otero en el tercer par, defendiéndose y echando la cara arriba, ¿qué digo? Poniéndole el hocico en la frente. Pinar tomó la muleta y no llegó a más que muletazos anodinos a ese mulo que ni tan siquiera iba o venía, pero en un instante en que enganchó la muleta, al no querer soltarla el matador, le tiro un mal derrote le pegó la cornada al espada. Un mulo que no valía ni para hamburguesas y que te meta para adentro. No tiene sentido. Continuó Pinar en el ruedo intentando a su manera sacar lo que aquello no tenía. Era evidente que no estaba en condiciones de hacer nada y quizá en estos casos lo mejor sea irse para adentro lo antes posible. Que esa merma de facultades no pueden justificar cosas como el bajonazo con que se lo quitó del medio. Y aquí se entra en el eterno debate. ¿Si permanece en el ruedo hay que consentirlo todo? ¿Si no se va a la enfermería hay que juzgarlo como a los demás? No creo que nadie disfrute viendo a nadie chorreando sangre y poniéndose delante de un mulo, porque esa es otra, si fuera un toro con algo y le hiciera el toreo, aún, pero en este caso no se dio ni una cosa, ni otra, así que casi mejor que no se haga esperar a don Máximo.

El segundo, para Javier Cortés, ya salió frenándose y resoplando mansedumbre, con mala pinta, no dudó en irse a toriles tras un pequeño garbeo por el ruedo. Ni capotes, ni capotas, ni humillaba, ni se le pasaba por el testuz semejante dislate. Mal tercio de varas, que empezó con la joyita frenando al sentir el palo y como mayor virtud fue el que se dejara debajo del peto. Suelto, mucho capote, nadie le sujetaba y él tampoco estaba por la labor. Que no había joyero que puliera este pedernal. En banderillas hizo hilo y se tiró como un león cuando calculó que podía enganchar a Prestel. Que hasta saltó las tablas para llegar a su presa, con el consiguiente tremendo trompazo para el torero, que se fue para dentro, quizá no contrariado porque te coja un toro, que con eso se cuenta, sino porque te coja eso. En la muleta el bicho se quería ir, no había manera. Cortés medio se pudo defender para sacarlo más a los medios, pero a los mulos no se les puede torear, si acaso, mulear o si nos ponemos finos, acemilear. Era para machetearle y a otra cosa. En los intentos de naturales y derechazos, el espada se quedaba al descubierto, muy al descubierto, encima se puso andarín, sin dar la más mínima opción al menos para cuadrarle y tirarse a matar. La noticia es que no se le escuchó rebuznar, lo que tampoco habría sorprendido.

A portagaoya se marchó Gómez del Pilar, que al menos consiguió dársela y hasta defenderse en unos delantales. Bien puesto al caballo, en los dos encuentros, el de Partido de Resina hasta hizo por pelear, pero al final era más tirar derrotes, que otra cosa. Nada tenía para el último tercio, el matador comenzó dejando que le tocara demasiado la tela, un desarme, cambio al pitón izquierdo y ahí se quedaba a mitad de viaje. Un amago de correr la mano y hasta pareció obedecer; el toro incierto, Gómez del Pilar sin confiarse, intentando dar pases y sin quizá pensar en torear, y me refiero a darle por abajo hasta que no le quedara aliento al animal. Muletazos de uno en uno y unas manoletinas en las que no había acabado de pasar el toro y ya se estaba revolviendo a ver qué quedaba atrás.

Javier Cortés cambió el orden de lidia y echó en cuarto lugar el de José Luis Pereda, que incluso con la capa castaña y sin tener nada que recordara a lo de Pablo Romero, era el que más se podría parecer a lo de Pablo Romero. Entiendan la broma. El de Pereda salió a andar por allí, a su aire, sin poder picarlo, en el último terció la tónica era un muletazo y al siguiente al suelo. Por allí anduvo Javier Cortés, pero allí no había nada que hacer.

Volvió a irse a la puerta de chiqueros Gómez del Pilar y esta vez el cárdeno se frenó antes de tiempo y ni la larga de rodillas se tragó. Acomodado en toriles, no quería ni un capote, pero aún así, su matador se despachó con unas verónicas medio apañadas, que ya era mucho decir. Muy mal picado, en mitad del lomo. Suelto al de puerta, sin atisbo de humillar, paseando como un mulo, volvió al de tanda y ahí el pica se aprovechó, tapándole la salida y dándole sin pena. Incierto en banderillas, siempre con la cara alta, se paraba y cuando lo veía claro, tiraba el arreón a los de los palos. No quería muleta, huyendo permanentemente, primero en busca de la querencia de toriles y después escapando a cualquier parte donde no viera un trapo rojo. Quizá aquello no tenía otra cosa que un macheteo y a tirar, pero Gómez del Pilar se empeñaba en el derechazo y eso era un imposible.

El que cerraba plaza no sé si era el que más parecía un Pablo Romero o el que más tenía apariencia de toro de lidia, pero bastaba con verle un momentito y se esa idea se esfumaba. Fue al caballo al paso, sin intento de pelear, tirando derrotes a la guata. Mitin en banderillas y cuando Cortés tomó la muleta para pasarle por el derecho, aquello miraba y volvía a mirar, sin meter la cara, tirando derrotes, lo mismo por el pitón izquierdo, cara al cielo y quedándose en mitad del muletazo. Una joya, como todos, que ni pasarle por la cara admitía. Y esto es lo que creímos que nos habíamos perdido en el ya lejano mes de mayo. Quizá no supimos entender la señal que nos mandó el cielo, que aquello no iba a valer ni para carne, que eran unas joyas que no había joyero que supiera enga5rzarlas, que no se puede decir que los espadas estuvieran bien, ni mucho menos, pero es que lo que echaron de Pablo Romero, ahora Partido de Resina, es para avergonzar al que los fundó. Feos, con trazas que en nada podía imaginarse que estos fueran hijos de aquellos que se ganaron el ser los más bonitos, mansos, descastados con malas ideas, en dos palabras, que solo les faltó rebuznar.

1 comentario:

angel dijo...

es verdad que la corrida mostro mansedunbre a raudales,eso afin de cuentas es una de las condiciones que puede aparecer en el toro de lidia,ami particularmente me gusta que eso salga en vez en cuando,para ver la capacidad de los toreros,la pena es que siempre les toca bailar a los mismos con toros de esa condicion,problemas que se agraban cuando casi todas las cuadrillas de esas tardes lidian tan pesimamente mal.