martes, 13 de julio de 2021

Caligrafía taurina

 

Solo hay uno que engrandezca los bellos trazos caligráficos del toreo: el toro encastado, fiero e imponente. Y si es bravo o manso, pues eso ya es otra cosa.

Qué cosa más bonita que una letra bien hecha, clarita, las redondas bien redondas, las alargadas bien alargadas y estilizadas, como si casi tocaran el cielo. La caligrafía que han cultivado grandes artistas en todas las culturas y que convierten el escrito en sí en una obra de arte, a veces incluso sin un excesivo detenimiento en el contenido, pero bueno, todo sea por ese placer de ir recorriendo los trazos con la mirada. Calígrafos de Oriente, del Medio Oriente, anglosajones, medievales, modernos, contemporáneos. Ellos repetían una y otra vez textos religiosos, textos que alababan la prudencia, la humildad, que declaraban el amor a una dama. Y si será a tener en cuenta esto de las artes caligráficas, que sus anhelos de belleza se han trasplantado a otras bellas artes. Que no es cuestión de entrar en ellas ahora mismo, baste con centrarnos en el toreo.

El toreo, la tauromaquia como dice ya todo el mundo que no se acuerda de aquello de los toros, actualmente es un perfecto ejercicio caligráfico. Quizá con la diferencia de que se presta aún menos atención a los contenidos e importa muchísimo menos la repetición de estos una y otra vez, una y otra vez y… así hasta casi el hartazgo. Eso sí, sin que a nadie se le permita manifestar tal hartazgo, que ya saben, que si la educación, que si el respeto, que si el baja tú a ver si lo haces mejor, que si a mi torero ni me lo mientes. Pero sí, todo bonito, pero vacío y repetitivo.  El mismo libro, el mismo relato, el mismo cuento, una tarde tras otra. Evidentemente, se han cambiado los términos, se le ha dado la vuelta a la tortilla y aunque esté cruda, es la tortilla que tenemos. El fundamento sobre el que durante siglos se fue construyendo este edificio del toreo era, y debería ser, el poder, el dominar al toro, un toro fiero, encastado, bravo o manso y de imponente presencia. Y después, si el cielo y la providencia lo permitían, el arte se hacía presente. De forma caprichosa, repentina y por supuesto, inesperada. Pero, y aquí viene el pero, no sé quién, o sí sé quiénes, un día decidieron que el leit motiv de todo esto era el arte, el arte y nada más que el arte. Y entonces es cuando ese arte se llevó todo por delante. Si arrasaría con todo, que hasta lo hizo con el propio arte, el de verdad y no el amanerado, el que surge en los momentos de exigencia de los de luces y no este programado todos los días y que se pone en marcha a toque de clarines y timbales. Que ya digo, si al menos fuera arte de verdad y no esas pantomimas, si al menos sus artífices fueran artistas y no señores poniendo poses rayando en lo absurdo, por no hablar de ridículo, que igual eso podría sonar demasiado fuerte y destemplado.

En el toreo se ha olvidado el contenido de esta historia tan llena de verdad, que ciega con su resplandor, esta historia en la que solo los privilegiados pueden convertirse en actores y solo los héroes en sumos pontífices del arte. Ahora parece ser que nos vale con trazos a medios esbozar, con palabras inacabadas y con letras unas veces redondillas y otras picudas, achaparradas y desgarbadas. Nos vale con una caligrafía llena de adornos, ribeteada, con ápices retorcidos y desmedidos, aunque el contenido sea un pueril bla, bla, bla, bla. ¿Ustedes admitirían el “Teo va a la escuela o Teo va al parque o Teo va al zoo, con una esmerada caligrafía como candidatos al Nobel de Literatura? Quizá no le cabría en la cabeza ni al autor de toda la serie de Teo; Lo más probable es que se sintiera avergonzado, casi tanto como  lo orgulloso que pueda sentirse de empujar para que los críos se aficionen a la lectura. Pero no, en el toreo, en la tauromaquia al uso, los del parloteo vacío, los del “El maestro va la finca”, “El maestro da un trapazo” o “El maestro no ve un toro”, se ponen ufanos e hinchan el pecho como si lo ofrecieran en holocausto para cargarlo de condecoraciones de hojalata con crespones de plastilina. Eso sí, que cada uno se entusiasme con lo que mejor crean, con la caligrafía vacua o incluso con un remedo de caligrafía llena de borrones, pero dejen a los que no pasan por ahí y quieren algo más, quieren que ese libro que es el toreo les cuente cosas, cosas que les levanten del sitio, que les graben el tiempo en la memoria, que les hagan entender el por qué de su pasión, obras con letras de oro bañadas en la tinta bravía del toro, el único que puede engrandecer esa caligrafía del toreo y alejen de nosotros eso que tanto les gusta, salpicado de vulgaridad, de esta penosa y actual caligrafía taurina.

 Enlace a programas de Tendido de Sol:

https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol_sq_f1254883_1.html

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Completamente de acuerdo. El concepto que yo tengo del toreo, difiere muchísimo del que veo tarde tras tarde aclamado como "faena extraordinaria" hecha normalmente a un animal claudicante, moribundo descastado. Sé que es una utopía el ver toros bravos con genio y poder y enfrente matadores dispuestos a lidiarlos primero y si se puede, después crear arte. Rigores.

Enrique Martín dijo...

Rigores:

Ahí está el quiz, en que lo que debiera ser una norma, ahora no es que sea una excepción, es una utopía casi inalcanzable. Lo que cambian los tiempos, ¿no?
Un abrazo