viernes, 15 de agosto de 2025

Mira papá, otro toro amarillo

 

Contaban los plumillas que lo de Vázquez, después Veragua, eran de una asombrosa variedad de capas; pues ahora parece que solo existe lo jabonero y si es un niño el que lo cuenta, solo hay toros amarillos.


Lo bueno de esto de la variedad de encastes es que como son de distintos colores, así es muy fácil saber de cuál es cada uno. Grises, de Adolfo y Victorino; amarillos de Veragua, todos amarillos; marrones de... de muchos ; y negros... negros... de Fuente Ymbro, ¿no? Y, ¿qué diferencia a unos de otros? ¿Solo el color? Pues quizá depende de a quién preguntes. Si vas a un aficionado, igual hasta te hace una disección clara y exhaustiva de lo que es cada color. Eso sí, si antes no le explota la cabeza al escuchar eso de separar los toros por colores, como si fueran fichas del parchís. Y si le pregunta usted a los novilleros de la víspera de la Paloma, o a sus mentores, lo más normal es que les respondan que todo es lo mismo, que esto va de dejarlos a su aire, sean del color que sean y luego, ¡hala! A pegar trapazos como si no hubiera un mañana. Y así pasa, que les echan una de Aurelio Hernando, sangre Veragua, según los escritos oficiales, y andan más perdidos que Pinocho en una serrería.

Seis de Aurelio Hernando, todos jaboneros, unos más claros y alguno jabonero sucio. Pero vamos, si los quieren llamar amarillos, jabonosos, enjabonados o como gusten, ya tampoco pasa nada, que si hoy en día llamamos toro a según que espécimen y toreo a según que práctica, tampoco vamos a ponernos exquisitos con los colores de las capas de los toros. Correctamente presentados, pero con poco dentro y lo poquito que había los actuantes tampoco sabían cómo y cuándo se les podía sacar. Mansearon en el caballo, dónde en ningún caso se les puso correctamente en suerte. El que no derrotaba con un pitón lo hacía con el otro o echaba la cara arriba descaradamente, cuando no tomaban las de Villadiego en el momento en el que no se les tapaba la salida o se les hacía la carioca. Malos comportamiento acrecentados por unas lidias nefastas, por un dejar a los animales a su aire, como si fuera miembros de la secta monoencastada al uso. Mal picados, con cuchilladas traseras, como una que casi le sirve al piquero para extirparle de un marronazo las piedras del riñón al de don Aurelio.

Con una pobrísima asistencia, aún había entusiastas aferrados al paisanaje que animosamente jaleaban los trapazos y enganchones como si fueran pinturas. Que dirán que por qué sabíamos que eran paisanos. Pues muy sencillo, porque en el trascurso del festejo anda cada uno a lo suyo y cuando llega el chico de la Filomena, venga a bienear al muchacho. Y al ver caer al animal, sea de un bajonazo o no, venga a sacar pañuelos con frenesí, sin que nadie más, aparte del paisanaje, secundaran su propuesta orejil. Álvaro Seseña no era la primera vez que se pasaba por Madrid, pero muy bien podía ser la última. Inoperante con el capote, inoperante en la lidia, A su primero, que buscaba amparo en las tablas constantemente, se lo sacó en el inicio del trasteo, para luego soltar su repertorio, trapazos de uno en uno muy en corto, venga a tirar de pico y una sosería malamente aguantable. Sin parar quieto un momento y como culmen de su arte, a citar dando el culo y metiendo el pico de la muleta como queriendo exagerarlo ¡Ay señor! Se ponen así y luego pretendemos que lidian cada encaste de acuerdo a lo que este sea. El cuarto, que notaba la puya entre protestas airadas, aguantó poco. El primero al menos tardó un poquito más en ponerse en modo burro descastado, pero a este le faltó tiempo para mostrar sus modos acemilares. Y el espada, pues a ver si alguien le iluminaba, porque no sabía por dónde meterle mano al bicho. Y tras mucho esfuerzo tan solo para cuadrarlo, todo lo arregló con un bajonazo, como en el que abría plaza.

Valentín Hoyos, otro que repetía, se encontró con un manso que tiraba derrotes al peto con saña. Le dejaron a su aire, quizá con la esperanza de que con la muleta iba a ser otra cosa, pero... fue lo mismo de siempre. Banderazos muy bien bailados, a merced del novillo, sin amagar jamás con bajar la mano, muleta exageradamente al bies, hasta que pronto lo que parecía un toro se transformó en la mula Francis. Que esta ha sido una tónica general. Que quizá los animales tenían arrancadas para dos tandas a lo sumo y no para ponerse exquisito al natural o con derechazos, quizá el darles por abajo, el poderles, a los seis, habría sido lo más recomendable, pero no, había que dejar claro que no se podía con este ganado y al final los mansos cambiaban los arreones por entradas de burro. En el quinto, Valentín Hoyos insistía en demostrar su escaso bagaje para estar en Madrid, como tantos, y su toreo trapacero sin parar quieto, siempre fuera, hasta encimista y con el pico le daban para muy poco. Cuchillada va y cuchillada viene con la espada, metisaca en los blandos y quizá se despedida de esta plaza al menos en un tiempo suficientemente prolongado.

Y el tercero, el más acompañado según las formas y actitudes de muchos, David López, que se presentaba, pero visto lo visto, parecía que le habíamos visto mil veces mil. Lo de todos, sin tan siquiera dejar atisbos de una personalidad que le distinga de esa legión de novilleros con poco garbo taurino. Ausente de la lidia ¡Novedad! El Aurelio echaba la cara arriba con desesperación en el peto, pero en el momento en que se le quiso citar por abajo con trallazos muleteros, se iba al suelo. No quedaba otra, debió pensar el debutante, que tirar de pico, piquero desde lejos, largar tela y empezar a ponerse encimista. Le sorprendió un par de veces por el pitón izquierdo, pero no pasaba nada, a pegar más derechazos, que de eso siempre hay. Y apareció el mulo después de no sé cuantas tandas de trapazos. Que mala forma de aburrir a una borrica. Que sí, borrica, pero hombre, se acorta el trasteo, porque esto es así y evitas ese mal trago al ganadero. Bajonazo tirando el trapo y, ¡oiga! Que todavía afloraron pañuelos blancos, como afloran las malas hierbas en un patio abandonado. Que hasta iba decidido a darse un garbeo por el ruedo, pero alguien le dijo, ¿dónde vas, Tomás? Y se frenó. Gracias al que le hizo ver la luz. Al sexto le costaba mantenerse en pie y a poquito que le exigían, al suelo, lo que no impidió que el ídolo de unos pocos se pusiera decididamente a liarse a trapazos, más al aire, que al novillo. Arrimón, que eso siempre calienta a la parroquia, pero el mal uso de la espada, tras pasar un ratito merodeando por allí, más un bajonazo, nos evitó el mal trago de la ya tradicional vuelta al ruedo en el sexto, cuando todo el personal se ha marchado, ¿todo? Todo no, se quedan los allegados y ahí viene la trampa, vuelta al ruedo para cuarenta y cuatro mal contados. Y al final, ni jaboneros, ni Veraguas, ni nada, que el crío tenía razón cuando le dijo a su progenitor, mira papá, otro toro amarillo.


Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:

https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html


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