domingo, 31 de agosto de 2025

Pues así parece que están las cosas

Vamos tan derechitos a una falsa modernidad, que al final, esto lo verán como un marrajo con el que ni sabrán poner posturas.


Estamos a un paso de enfilar las últimas semanas de esta temporada. Y, ¿cómo estamos? ¿Qué es lo que tenemos frente a nosotros? Pues depende quién lo mire y con los ojos con que cada uno lo mire. Que ya les digo, si quieren leer glorias y laudes para el taurineo, mejor que cesen la lectura en este preciso momento. Que yo les agradezco el intento, pero no me parece que esté dentro de los límites de la decencia obligarles a pasar un mal rato. El mal rato ya lo estamos pasando, y desde hace ya demasiado tiempo, los que esperamos que se vuelva a ver lo que un día nos aficionó, nos enganchó con las gruesas cadenas de la pasión a esto. Cadenas que no mortifican, cadenas que nos hemos impuesto para que una ola de modernismo, de veleidades triunfalistas nos arrastren lejos de esto que siempre se llamó los TOROS. ¡Benditas cadenas! Y que nadie se me equivoque, que esto no es un viva las cadenas de antaño, ni un viva la libertad mal entendida, esto es un aferrarse a querer seguir en esto que tanto nos ha dado a algunos, que no es ni dinero, ni fincas, ni nada parecido, aunque ya les digo que lo que nos ha dado a algunos los toros es mucho más valioso y que no se puede comparar con nada, ni ponerle precio, porque lo realmente valioso, no tiene precio.

El panorama se pinta ahora con una exaltación a Morante, que unos dirán que se les queda corta y otros que es desmedida. Pero lo que sí que es cierto, es que desde el montaje de Madrid, con aquella salida a cuestas, aquella manifestación nada improvisada por Madrid y aquellos cánticos casi deportivos, se ha venido reproduciendo el modelo por otras plazas. Y siguen ensalzando lo que llaman arte, genialidad y, por supuesto, echando por tierra un pasado que esa chiquillería entusiasta no solo no vio, sino que igual no les suenan ni los nombres de toreros de otro tiempo. Que nos cuentan que es el mejor de la historia, el mejor de toda la vida de Dios, aunque ya se sabe, primero hay que definir hasta dónde llega ese de toda la vida de Dios ¿Y el toro? Eso para después.

Seguimos con una corriente irrefrenable de indultos; indulto por aquí, otro por allí, que algunos te sueltan eso de que un toro es de vacas, después de soltarte que no se le vio en el caballo o lo que es peor, que no mostró demasiado entusiasmo en el peto, ni tan siquiera para acudir con prontitud. Que luego está la excusa de que no hay toro perfecto, pero, ¡hombre! Tampoco tiene que estar a años luz del perfecto y aún así devolverle al campo. Pero ya se sabe, lo que prima es la muleta, es casi lo único que importa, incluso para esos que afirman que el caballo es primordial y que nos lo están robando. Un poquito de coherencia.

Vivimos también un clásico de estos días y que se impone con fuerza, los festivales sin picar, con matadores de toros ¿Alguien me lo podría explicar? ¿Qué orgullo de matador de toros tienen estos caballeros? Ninguno. Se prestan, o exigen, novillos desmochados, casi lo mismo de corto que de luces, para poner posturas y si se tercia, se encaran con los que no se les pongan de hinojos jaleando su ¿arte? ¿Y el toro? Que sí, que se me está poniendo pesadito ya con tanto y el toro y el toro. Pero, ¿esto no iba de jarte y jartistas? Pero entre tantas idas y venidas, quizá estamos viviendo la última temporada en la plaza de Madrid. Que ya han anunciado que con las obras, que no habían tenido tiempo hasta el momento, no va a haber toros... o mejor acortamos diciendo que solo habrá en las ferias y ya, así de claro. Que siempre saldrá el que se ponga del lado de la empresa, quede estos nunca faltan, los especialistas en ponerse en el lugar del que va contra sus intereses, olvidando cuál es su lugar y sus propios intereses, y dirán que montar festejos fuera de feria en Madrid no sale rentable. Claro que no sale rentable; si montan los carteles que montan, ¿a quién puede interesar? Aparte de los cuatro habituales que van y van y van y no se cansan de ir. Que igual estos que afirman eso de la no rentabilidad lo dicen con tanta ligereza quizá porque ellos no van, que están en su derecho, pero como dicen ellos mismos a los antis, déjennos a los demás que queremos ir, que respeten nuestra ya costumbre de ir a los toros en nuestra plaza. Que también puede ser que como durante la temporada no hay tele, pues no interesan, siempre será mejor una televisada con adoctrinadores titulados al micrófono y con ganado... Que lo mismo es que lo rentable, lo que interesa son las tardes de genialidades de genios o las estrafalarias excentricidades ajenas al toreo de los que dicen ser fenómenos que llenan las plazas. La pregunta sería, ¿llenan plazas de verdad? ¿Qué plazas llenan?

Pero como en todos los guisos, siempre tiene que haber una salsa, un adobo que lo sazonen y le den ese puntito, sobre todo si la materia prima no es de lo mejor de lo mejor, es más, puede ser pura bazofia, pero esa salsa, ese adobo, puede hacer creer a alguien que el guiso es un manjar de los dioses del Olimpo. Pero en este caso, el Olimpo es un bar de carretera en el que jamás pararía un camionero. Como en las plazas de toros, en las que el aderezo son los “¡Vivas!” Vivas que resuenan tanto, como aturden a los que desearían ver un espectáculo con algo de dignidad. Que si miramos a los “viveadores”, inmediatamente nos damos cuenta del muro de incomunicación que se interpone entre ellos y los que pretenden ver el festejo tranquilamente. Quizá porque ellos no están por entrar en un club de lectura y los del otro lado no creen que en los toros sea el mejor momento para hablar del mundo del yintonic ¿Y el toro? ¡Ah! Que seguimos con lo mismo, ¿no? Pues el toro es un ente en período de extinción, un imposible, una entelequia que ya casi solo pervive en la mente de algunos aficionados y que otros confunden con un animal amaestrado, dócil y con un toque de bobonería, que si hablaran, igual se liaban a dar vivas al viento. Y ya ven, pues así parece que están las cosas.


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martes, 19 de agosto de 2025

Lo que pesa un caballo de picar

Contaban los más viejos del lugar que un día vieron a un toro romaneando


Si preguntamos cuánto debe pesar reglamentariamente un caballo de picar, la respuesta es sencilla, si no tiene la cifra en la cabeza, usted se va al reglamento y ahí lo tiene bien clarito. Pero si la pregunta es cuánto pesan los caballos que salen a la plaza, ahí la cosa cambia. Ahí lo más probable es que nadie se atreva a dar una cifra. Unos, porque ven que el peso sobrepasa el reglamentado y otros... otros que lo último que harían sería reconocer que el peso oficial y el real no coinciden. Que cuentan que se pesan todos los caballos al principio de temporada, si hablamos de Madrid, pero uno piensa en pesarse antes de las Navidades y después y quizá no necesite ni pesarme, me basta mirar el agujero del cinturón.

Pero el peso de los caballos no es solo lo que mide la báscula, hay otros elementos que influyen y no se pueden medir en kilos o arrobas. Factores que, además de los kilos, influyen y mucho en el primer tercio. Nos encontramos en primer lugar con el peto, que podrá ser ligero como una pluma, que no lo es, pero que es rígido y demasiado largo, lo que impide que el toro pueda meter la cabeza y hacer eso que tanto echa de menos el aficionado, romanear. Ahora es casi un imposible, el peto no cede, no es nada flexible, lo que lo convierte en un muro con el que los animales están claramente en inferioridad, aparte del aspecto psicológico, en el que no voy a entrar. Y el que llegue hasta casi la pezuña de los equinos, pues se convierte en un inconveniente más. Así como tampoco vamos a incluir el factor jinete, que esa es otra. Pero claro, dejando de lado esto y lo otro, quizá estamos obviando demasiadas cosas, que dirán, con razón, que no se pueden obviar tantas cosas. Pero también digo, ateniéndonos exclusivamente a estos estadios primarios, tal y como está esto, ya es un verdadero abuso en el que el toro sale perdiendo.

Pero sigamos avanzando aparte de pesos y medidas, nos topamos con la forma en que se realiza el primer tercio, un señor aupado en un acorazado, con todas las ventajas a su favor, para además interpretar la suerte como el cantante de ópera que suelta gallo tras gallo, hasta completar el corral. Puyazos traseros, cuchilladas en la paletillas, navajazos traicioneros haciendo ojales en la piel del toro y por si fuera poco, esa nefasta, y a veces tan aplaudida, costumbre de agarrar el palo con el pulgar hacia abajo y mover y mover como si fuera una tourmix, una trituradora que tritura al animal, que por otro lado, y volvemos al principio, lucha contra un muro infranqueable que no cede de ninguna de las maneras. Un círculo vicioso que empieza en el momento en que el picador no para al toro, lo deja estamparse contra el muro, con la seguridad en que este se ampara, porque si no fuera así, ¿ustedes creen que levantarían el palo con tanta ligereza, que marcarían levemente el puyazo? Que sí, que los que esto lo piden y lo aplauden, pero si nos empezamos a dejar llevar por lo que se pide y se aplaude, ustedes me contarán.

Y si seguimos con más factores añadidos que vician y corrompen el primer tercio, vayamos con lo de hacer la carioca o tapar la salida, con un toro que se encuentra por un lado las tablas y por otro, y vuelta a empezar, con el muro con kilos, rigidez, volumen y malas mañas del que pica. Que siempre volvemos al inicio, al peso de los caballos y podríamos seguir hasta el infinito, como sería la inhibición de los matadores en este primer tercio, en el que lo mejor que se les ocurre es ponerse allí casi en su casa levantando el brazo y con la horrorosa excusa del vale, vale. Que eso es algo que ya casi nadie se cree y que más bien creen que la indicación es dale, dale. Pero los taurinos no paran de idear y proponer reformas de la puya, reformas los trastos, hasta unos dicen que por qué no decide el matador si salen los caballos o no, pero todo a favor para tapar un toro cada vez más blando, menos encastado, menos toro. Pero, ¡oiga! Que de eso del peso, el peto telón de acero, las sanciones a los que no piquen bien, a los que no actúen como se debe en ese primer tercio, de eso, ni mu. Y quizá hasta les viene bien que nos enredemos en lo del peso del caballo. Pues démosles gusto y sigamos enredados en el peso de los caballos, que ya vemos que no es poco, pero también con el peto, los puyazos, la colocación y... son tantas cosas. Pero tantas cosas, que sumadas, al final nos dará con casi plena exactitud, lo que pesa un caballo de picar.


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sábado, 16 de agosto de 2025

Lo de toros de El Torero ya era una pista

Toros buscan toreros amigos con disposición para darles muchos pases, que ellos están por colaborar... pero algo tendrán que poner los de luces de su parte.


Última corrida de toros en Madrid antes de la feria del caballo. Que no es que se puedan comprar un equino después de arreglar el precio y un apretón de manos, no. La cosa es que la empresa Plaza 1, en su afán por apartar, desilusionar, defraudar y maltratar casi por igual a la plaza de Madrid, como al aficionado de Madrid, desde hace años decide que la segunda quincena de agosto sea para goce de los amantes del galope y toros desmochados. Pero vayamos con lo que toca, una corrida de El Torero, que era para los toreros, como dicen los modernos, pero lamentablemente los de luces no se han debido enterar, nadie les avisó. Que será que han llegado con el tiempo justo a la plaza y nadie les ha avisado. Que eso de toros para el torero ya es algo que hace que a algunos aficionados se les pongan los pelos de punta. Pero no se crean, que también los habrá que afirmen con toda la autoridad de la que ellos mismos se invisten, que eran toros de vacas. Los mismos que luego te vienen con lo de la variedad de encastes, de la importancia del primer tercio y que si a un borrico que cantó la gallina no lo ponen una tercera vez al penco, sueltan eso de que nos están robando el primer tercio. Que pueden ponerse a discutir con ellos de esto o de lo otro, que si no les das la razón te dirán que no tienes ni idea, que es muy posible, y que eso ha sido así de toda la vida de Dios, que es muy posible que no, pero no esperen coherencia; se iban a cansar esperando.

Lo de El Torero, procedencia Domecq, como casi todo, con mucha leña, correctamente presentados, sin alardes, pero que ya me gustaría que esto fuera la tónica habitual, además con mucha leña. Otra cosa es el comportamiento irregular de los animales. Los impares y el sexto han manseado en el caballo, cabeceando en el peto y alguno hasta queriéndose marchar de la pelea. Segundo y cuarto, hasta parecía que no rehuían la pelea, pero como sucedió al segundo, un jabonero, tuvo la mala suerte de que le tocara un partelomos de la acorazada montada. Mal picados, haciéndoles la carioca, tapándoles la salida, sin ponerlos jamás en suerte, sin cuidar ni terrenos, ni distancias, lo cual tampoco debía importar ni a los de luces, ni a sus partidarios, porque lo importante venía después, los trapazos muleteros.

Confirmaba la alternativa el mismo que encabezaba el cartel, Lama de Góngora, que ya de salida mostró su poca pericia capotera y la nula para llevar la lidia. Pero lo fetén era la muleta, y aquí viene lo de toros para el torero. En los medios, el animalito empezó a ir una y otra vez detrás del trapito que el espada movía aceleradamente, que por un instante hasta pareció que medio conducía la embestida, pero a esa aceleración y asomo del toreo ventajista con el pico, hubo que sumar el que acabara alborotado. Trapazos en línea con la muleta atravesada con la zurda, muy fuera y sin dominar por abajo el viaje. Más trapazos apelotonados y siempre a lo que el toro decidía. Bajonazo y fin de la cuestión, pero algunos pensando que a alguien se le había ido un toro de esos que tanto piden. Que si ya decimos que con ritmo y formal, les consiento que me lapiden en la plaza pública, pero es para que los modernos me entiendan, aunque servidor no entienda esta terminología. Había que echar el resto y en el cuarto salió a quemar las naves. A portagayola y el toro que salió por la derecha sin reparar en el caballero de luces. Más o menos salió del paso con una larga de rodillas, pero nada de en la puerta de la jaula. Nadie paraba al corretón que circulaba por el ruedo a su capricho. Y ya en el último tercio, quién corría era el espada. Trapazos trallaceros y sin parar quieto un momento, evidenciando que la incapacidad para sujetar y poder al toro. El animal se quería ir, que le había gustado eso de irse de gira. Una tanda medio sujetándolo, pero siempre con prisas, sin templar en ningún momento, citando desde muy fuera, sin que aquello lo arreglaran más trapazos con la zurda y por supuesto, mucho menos un bajonazo indecente.

El padrino del confirmante era Rafael Serna, quién también probó eso de la portagayola, que convirtió en un todos al suelo. Manteo rectificando en cada sacudida de capote, para continuar con una ineficaz lidia. Comenzó el trasteo rodilla en tierra para pasarlo por abajo, escupiendo al toro de la suerte. Trapazos demasiadas veces tropezados con la diestra, siempre con el pico y sin tan siquiera apuntar una idea de temple. Con la izquierda más atravesar el engaño y más enganchones entre carrera y carrera, evidenciando una absoluta falta de ideas para poder a aquel animal que como piden los modernos, se movía, aunque quizá no como se requería, que iba a su aire; claro, si nadie le enseñó, qué se esperaba. En el quinto, otra portagayola y otro cuerpo a tierra. Se dolió del castigo durante la lidia, pero era llegar al último tercio y de nuevo el milagro, iba y venía, sin que su matador fuera capaz de hacerse con él. Trapazos, enganchones y siguiendo el guión que mandaba el de El Torero, hasta acabar Serna aperreado de mala manera.

Y cerraba el cartel José Fernando Molina, que tiene una gran virtud, que con un toreo vulgar, tramposo y sin fundamente, aparenta que hace, lo que provoca el entusiasmo sobre todo de los partidarios, que acabaron jaleándole hasta los enganchones. Si eso no tiene mérito, ya me contarán. Que ni Anthony Blake emboba mejor a las masas. Con el capote siempre, en cada lance, enmendándose. Lidia nefasta, sin poder evitar que el toro vaya a su aire y acabe en el que guarda la puerta. Que lo importante era lo del final, la muleta. Trapazos retorcido tirando de pico y corriendo para recolocarse a cada pase. Mucho enganchón y otro que no podía hacerse con aquellas embestidas, siempre muy fuera, para acabar citando y moviéndose él en lugar de hacer que pasara el toro. Muy bailón y muy vulgar, aunque ya digo, a los partidarios les llenaba el ojo, aunque si demasiado entusiasmo. Al cornalón sexto le recibió primero a pies juntos y después con el compás abierto, pero siempre con el pasito atrás, pero para esos fieles, la apariencia era como si estuvieran viendo al mismísimo Curro Puya, con perdón. Pero oiga, que había que cortar algo, aunque fuera la respiración. Y como él creía que con una orejita le ponían en San Isidro, pues allá que se fue muleta en mano de rodilla, que me lo paso por el culo, que le tiro naturales echándolo para fuera, vulgar, pero efectista. En pie con la derecha, venga picazo y lo mismo por el izquierdo, venga enganchón que te crió, mano alta, más enganchones y el personal en mitad del delirio. Que eso de jalear los enganchones ya dice bastante de la concurrencia. Siempre fuera, poniéndose ya pesadito, que no veía el momento de parar aquel delirio talanquero. Pero el no ser tan eficaz con los aceros, hizo que el personal se enfriara y ni tan siquiera hubo la tradicional y populachera vuelta al ruedo en el sexto, cuando los tendidos casi se han vaciado. Una corrida propia de la modernidad, para que los de luces se hubieran explayado, pero nada, que no se enteraron y eso que lo de toros de El Torero ya era una pista.


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viernes, 15 de agosto de 2025

Mira papá, otro toro amarillo

 

Contaban los plumillas que lo de Vázquez, después Veragua, eran de una asombrosa variedad de capas; pues ahora parece que solo existe lo jabonero y si es un niño el que lo cuenta, solo hay toros amarillos.


Lo bueno de esto de la variedad de encastes es que como son de distintos colores, así es muy fácil saber de cuál es cada uno. Grises, de Adolfo y Victorino; amarillos de Veragua, todos amarillos; marrones de... de muchos ; y negros... negros... de Fuente Ymbro, ¿no? Y, ¿qué diferencia a unos de otros? ¿Solo el color? Pues quizá depende de a quién preguntes. Si vas a un aficionado, igual hasta te hace una disección clara y exhaustiva de lo que es cada color. Eso sí, si antes no le explota la cabeza al escuchar eso de separar los toros por colores, como si fueran fichas del parchís. Y si le pregunta usted a los novilleros de la víspera de la Paloma, o a sus mentores, lo más normal es que les respondan que todo es lo mismo, que esto va de dejarlos a su aire, sean del color que sean y luego, ¡hala! A pegar trapazos como si no hubiera un mañana. Y así pasa, que les echan una de Aurelio Hernando, sangre Veragua, según los escritos oficiales, y andan más perdidos que Pinocho en una serrería.

Seis de Aurelio Hernando, todos jaboneros, unos más claros y alguno jabonero sucio. Pero vamos, si los quieren llamar amarillos, jabonosos, enjabonados o como gusten, ya tampoco pasa nada, que si hoy en día llamamos toro a según que espécimen y toreo a según que práctica, tampoco vamos a ponernos exquisitos con los colores de las capas de los toros. Correctamente presentados, pero con poco dentro y lo poquito que había los actuantes tampoco sabían cómo y cuándo se les podía sacar. Mansearon en el caballo, dónde en ningún caso se les puso correctamente en suerte. El que no derrotaba con un pitón lo hacía con el otro o echaba la cara arriba descaradamente, cuando no tomaban las de Villadiego en el momento en el que no se les tapaba la salida o se les hacía la carioca. Malos comportamiento acrecentados por unas lidias nefastas, por un dejar a los animales a su aire, como si fuera miembros de la secta monoencastada al uso. Mal picados, con cuchilladas traseras, como una que casi le sirve al piquero para extirparle de un marronazo las piedras del riñón al de don Aurelio.

Con una pobrísima asistencia, aún había entusiastas aferrados al paisanaje que animosamente jaleaban los trapazos y enganchones como si fueran pinturas. Que dirán que por qué sabíamos que eran paisanos. Pues muy sencillo, porque en el trascurso del festejo anda cada uno a lo suyo y cuando llega el chico de la Filomena, venga a bienear al muchacho. Y al ver caer al animal, sea de un bajonazo o no, venga a sacar pañuelos con frenesí, sin que nadie más, aparte del paisanaje, secundaran su propuesta orejil. Álvaro Seseña no era la primera vez que se pasaba por Madrid, pero muy bien podía ser la última. Inoperante con el capote, inoperante en la lidia, A su primero, que buscaba amparo en las tablas constantemente, se lo sacó en el inicio del trasteo, para luego soltar su repertorio, trapazos de uno en uno muy en corto, venga a tirar de pico y una sosería malamente aguantable. Sin parar quieto un momento y como culmen de su arte, a citar dando el culo y metiendo el pico de la muleta como queriendo exagerarlo ¡Ay señor! Se ponen así y luego pretendemos que lidian cada encaste de acuerdo a lo que este sea. El cuarto, que notaba la puya entre protestas airadas, aguantó poco. El primero al menos tardó un poquito más en ponerse en modo burro descastado, pero a este le faltó tiempo para mostrar sus modos acemilares. Y el espada, pues a ver si alguien le iluminaba, porque no sabía por dónde meterle mano al bicho. Y tras mucho esfuerzo tan solo para cuadrarlo, todo lo arregló con un bajonazo, como en el que abría plaza.

Valentín Hoyos, otro que repetía, se encontró con un manso que tiraba derrotes al peto con saña. Le dejaron a su aire, quizá con la esperanza de que con la muleta iba a ser otra cosa, pero... fue lo mismo de siempre. Banderazos muy bien bailados, a merced del novillo, sin amagar jamás con bajar la mano, muleta exageradamente al bies, hasta que pronto lo que parecía un toro se transformó en la mula Francis. Que esta ha sido una tónica general. Que quizá los animales tenían arrancadas para dos tandas a lo sumo y no para ponerse exquisito al natural o con derechazos, quizá el darles por abajo, el poderles, a los seis, habría sido lo más recomendable, pero no, había que dejar claro que no se podía con este ganado y al final los mansos cambiaban los arreones por entradas de burro. En el quinto, Valentín Hoyos insistía en demostrar su escaso bagaje para estar en Madrid, como tantos, y su toreo trapacero sin parar quieto, siempre fuera, hasta encimista y con el pico le daban para muy poco. Cuchillada va y cuchillada viene con la espada, metisaca en los blandos y quizá se despedida de esta plaza al menos en un tiempo suficientemente prolongado.

Y el tercero, el más acompañado según las formas y actitudes de muchos, David López, que se presentaba, pero visto lo visto, parecía que le habíamos visto mil veces mil. Lo de todos, sin tan siquiera dejar atisbos de una personalidad que le distinga de esa legión de novilleros con poco garbo taurino. Ausente de la lidia ¡Novedad! El Aurelio echaba la cara arriba con desesperación en el peto, pero en el momento en que se le quiso citar por abajo con trallazos muleteros, se iba al suelo. No quedaba otra, debió pensar el debutante, que tirar de pico, piquero desde lejos, largar tela y empezar a ponerse encimista. Le sorprendió un par de veces por el pitón izquierdo, pero no pasaba nada, a pegar más derechazos, que de eso siempre hay. Y apareció el mulo después de no sé cuantas tandas de trapazos. Que mala forma de aburrir a una borrica. Que sí, borrica, pero hombre, se acorta el trasteo, porque esto es así y evitas ese mal trago al ganadero. Bajonazo tirando el trapo y, ¡oiga! Que todavía afloraron pañuelos blancos, como afloran las malas hierbas en un patio abandonado. Que hasta iba decidido a darse un garbeo por el ruedo, pero alguien le dijo, ¿dónde vas, Tomás? Y se frenó. Gracias al que le hizo ver la luz. Al sexto le costaba mantenerse en pie y a poquito que le exigían, al suelo, lo que no impidió que el ídolo de unos pocos se pusiera decididamente a liarse a trapazos, más al aire, que al novillo. Arrimón, que eso siempre calienta a la parroquia, pero el mal uso de la espada, tras pasar un ratito merodeando por allí, más un bajonazo, nos evitó el mal trago de la ya tradicional vuelta al ruedo en el sexto, cuando todo el personal se ha marchado, ¿todo? Todo no, se quedan los allegados y ahí viene la trampa, vuelta al ruedo para cuarenta y cuatro mal contados. Y al final, ni jaboneros, ni Veraguas, ni nada, que el crío tenía razón cuando le dijo a su progenitor, mira papá, otro toro amarillo.


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martes, 5 de agosto de 2025

Si se siente excluido de una plaza, igual no es por su persona o por su origen

Cada vez Madrid es menos Madrid, pero de momento, intentemos que no se pierda completamente en el recuerdo


Llevamos años, décadas, hablando de los autobuseros, sobre todo en la plaza de Madrid. Algo que incomoda a los que reciben y a los que deben ser recibidos. Estos lo sienten casi como una actitud xenófoba, que en la capital no quieren a los de los pueblos, los de la capital son unos clasistas, unos excluyentes, que además se creen los más listos del mundo. Bueno, vaya por delante que quién piensa eso de un lugar como Madrid, evidentemente no se ha enterado de lo que es esta bendita ciudad que en su día acogió, y sigue acogiendo, a todo el que decide venir al frío y al calor de este poblachón manchego, el pueblo más grande del mundo, decían. Un Madrid que acogió a tantos y tantos que buscaban un futuro mejor y como dice el chotis, si vienes a Madrid, te casarás aquí y tus hijos, los que nacimos de esos matrimonios, seremos de Madrid. Y Ya les digo yo que una representación muy fiable de esto que digo es la plaza de Madrid. La afición e Madrid se ha alimentado de gentes de todas partes. Nacidos dónde el azar decidió, en las provincias de alrededor, en Castilla y León, La Mancha, Extremadura, Andalucía... y no sigo, porque tendría que nombrar a toda España. Pero claro, como sucede en las Ventas, aquí no sobra nadie. En la plaza de Madrid no sobra nadie, ni los que vienen de fuera por curiosidad, ni los que vienen por el paisano, ni los que simplemente son partidarios, ni los que llevan un pancartón, un pañuelico al cuello con el nombre de la peña que les traslada, ni tan siquiera los japoneses que se acercan a conocer algo tan de aquí como los toros en las Ventas. Pero claro, repito que igual esto no es del todo entendido, quizá porque el que viene de fuera pretende que los de aquí adoptemos y nos sumemos a su juerga. Que ellos no sobran, nada más lejos, lo que sobra de todo punto en muchos casos son ciertas actitudes, no las personas. Que si lo llevamos al absurdo, siempre tan recurrente para ver con más claridad la realidad, imaginemos que nos invitan a una boda. Desde el momento en que nos invitan es porque quieren que acompañemos a los protagonistas en un momento tan especial. Entonces, no sobramos, estamos invitados. Pero claro, si en nuestro pueblo, en nuestro barrio o en nuestra calle es costumbre el quitarle la ropa interior a los novios, ponerse esta a modo de cofia y pasársela entre los invitados, el ponerse a cantar que baile la coja porque la madrina renquea de una pierna o una copita más para el padrino cuando ya no se sujeta en pie de tanto celebrar, pues igual hay a quién no le parezca bien. Pero claro, es que es lo que hacemos en las bodas en... Pues no, lo que sobre no son los impertinentes, que lo son y a los que se quería tener presentes ese día, lo que sobran son sus actitudes; actitudes aplaudidas allí, pero no aquí.

Pretender que la plaza de Madrid saque los pañuelos como un solo espíritu después de que el paisano no haya parado de bailar y haya arreado un bajonazo, por mucho que sea de Villamorreras del Conde, que sea muy querido entre los suyos, pues es mucho pretender, quizá demasiado. Que luego llegarán las fiestas del patrón y no le cabrán los despojos en el esportón, pero eso allí, no en otros lugares. Que sí, que igual es que en Madrid somos muy secos, tremendamente raros porque no aguantamos el pico, las carreras y los bajonazos, que nada nos vale si no hay toro, el toro que a nosotros nos gusta, pues sí, somos una panda de aburridos, pero aquí, en la plaza junto al metro de Ventas ¡Qué se le va a hacer! Que por no tener, no tenemos, ni queremos tener, músicas durante la lidia. Que dicen que eso alegra mucho, pero entre el alegrar y el dolor de cabeza, preferimos evitar esto último. Pero no vayan a pensar que esto va en una única dirección, porque tampoco me parece pertinentes esas actitudes de supuestos aficionados de Madrid, que parecen que quieren ir abriendo franquicias de las Ventas por todas partes del mundo mundial. Que ven una plaza cuadrada y la quieren redonda. Que ven un ruedo chico y ya están presentando proyectos de ampliación, que sí, que los habemos que los ruedos chicos nos cuestan, pero es tan sencillo como o no ir o aguantarse, mientras el de las Ventas no lo hagan más chiquito. Que parece todo muy complicado, pero es más sencillo de lo que parece y no hay tomarse las cosas por lo personal, aunque esto sea lo más habitual. Que en Madrid no sobra nadie, ni el 7, que tanto importuna a muchos de los que nos visitan. Que quizá en su plaza no haya un 7, pues perfecto, que sigan así, pero en Madrid está y no queremos que desaparezca, unas veces para coincidir con ellos, otras para echar pestes y hasta otras para estar en acuerdo y desacuerdo a la vez, porque ni el 7 es un monolito de pensamiento único. Que los hay que hasta se molestan porque unos van en pantalones cortos y no con levita, como en su lugar de procedencia. Así que no hay que darle tantas vueltas a las cosas, no hay que personalizar tanto, no hay que pretender que todos idolatren al paisano y si no es así y esto les incomoda, ya saben, si se siente excluido de una plaza, igual no es por su persona o por su origen.


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viernes, 1 de agosto de 2025

Esos entusiastas de los pañuelos que nunca fallan

En Madrid cabe todo, hasta la suelta de vaquillas al final del festejo, pero al menos que los mozos no se vistan de luces, que pueden confundir al personal y algunos, con su pañuelico blanco al cuello, hasta puede llegar a pensar que está viendo a matadores de alternativa.

Después de haberse devorado las Ventas, ahora vienen las noches de pesadilla en las Ventas, pero sin un cocinero que intente poner orden por aquellos lares. Y más o menos, lo de siempre, los de siempre, que van a los toros con esa esperanza la de ver toros, pero... ¡Ay el pero! Un cartel encabezado por una ganadería que iba a ir para Francia, pero perdió el billete y se quedó en Madrid, tres espadas que igual no se creían que los pudieran anunciar en esta plaza y la guinda de los que nunca fallan, esos paisanos entusiastas que fletan buses como si fueran Álvaro de Bazán mandando su Invencible para conquistar el mundo, aunque luego ya se sabe, ni don Álvaro, ni conquista alguna. Que ya los veías antes de entrar con su pañuelico blanco al cuello, que es la señal inequívoca de que se va a los toros en disposición de darlo todo, todito, todo, para encumbrar al paisano. Que si hay que jalear un marronazo en mitad del lomo por parte del de aúpa, se jalea, que vale con atinar en lo negro. Que los trallazos enganchados los cuentan como esculturas taurinas, quizá pertenecientes a la escuela más abstracta del arte taurino, pero si a ellos les parece arte , y lo que es más importante hoy en día, les emociona, pues adelante con los faroles. Que oiga, a ver si nos salen con eso de la emoción unos por ver corretear a su paisano y no se lo vamos a permitir a los de los autobuses y los pañuelicos blancos. Hasta ahí podíamos llegar.

Toros de puro encaste Graciliano, ¿no? O igual... Pero no me vayan ahora a quitar esa ilusión, no tengan tan mala... Pero claro, uno los va viendo salir y, ¿qué quieren que les diga? Cornalones, eso nadie lo discute, escurriditos, que igual lo discute alguien, pero que en nada recordaban a aquellos que se decían del gasoil. Ha pasado mucho tiempo y por lo que se ve, ni del gasoil, ni de alcohol de quemar. Y si ya buscamos eso de Graciliano, mejor evítenselo, porque a nada que se pongan, no me extrañaría que se dieran a cualquier vicio perjudicial para la salud. Mansos como la madre que... Aunque igual la madre era un dechado de bravura y la pobre no tiene culpa, pero la mansedumbre les rebosaba. Con complicaciones, lo que hacía que la cosa no fuera tan soporífera como en otras ocasiones, y era lo que daba un poco de emoción, paisanajes aparte, a lo que allí ocurría. Emoción acrecentada por la incapacidad lidiadora de los de luces, caballistas incluidos. Capotazos mil, para no llegar a ninguna arte. Los banderilleros negados, aunque todavía hicieron saludar a Iván García, cosas del programa, y que con esas actitudes atléticas, llega como un rayo a los tendidos. Quizá el más aseado en un par fue David Adalid, que a la salida se vio complicado y muy complicado por el toro que hizo por él. Hay que reconocer el oportunísimo quite de Rafael Cerro a cuerpo limpio, primero por estar atento y segundo por ese saber cruzarse en el momento justo. De los picadores, pues si ya he dicho que se les jaleaban los marronazos. Eso sí, no se escuchó lo de “hay que picar”, que solo faltaba eso, animarlos. Ensañados con el palo y yo siempre digo que si el toro no va al caballo, pues tendrá que ir el caballo al toro, pero, ¡hombre! Eso va después de ponerlo en suerte, de cambiar los terrenos si es preciso, pero no de primeras; que se veía que el toro estaba ya parado, pero al menos, que lo dejen ver un poquito. Pero esto quizá sea parte de ese pragmatismo moderno, en el que todo es un trámite para llegar a la muleta. Y los toros, ante tanto barrenar, taparles la salida, hacer la tourmix, la carioca, navajazos traicioneros y todo tipo de tropelías desde el penco, se limitaban en el mejor de los casos a dejarse pegar.

Los espadas iban encabezados por Rubén Pinar, ese torero que tanto afecto muestra a las madres de los que le protestan, que cada día deben ser más y más, hasta ser legión. El segundo, Rafael Cerro, al que parecía que le habían dado el puesto a raíz del vídeo de un quite en una capea de pueblo, que como el de Adalid, oportunísimo. Y cerraba el cartel el confirmante Raúl Rivera, que seguro que estaría muy ilusionado por al fin confirmar en Madrid. Tres toreros que en el pasado año sumaron cinco festejos entre los tres. Que mirado estadísticamente, cada uno toreo un festejo y pico en el 24, pero yendo a la realidad, es que Pinar sumó cuatro, Cerro uno y Rivera... echen cuentas. Y no hablaremos de las plazas en las que sumaron esas actuaciones, peroles doy una pista, seguro que los de los pañuelicos blancos no necesitaron fletar ningún autobús.

Pinar no defraudó, perdido e incapaz como es habitual, que no le dio ni para explayarse con el pico, pero sí para bailar y bailar, probar que si por aquí no y por allí menos y a por la espada. En su segundo que si me lo saco de la raya, que si pruebo con la diestra y luego con la siniestra y como no lo veía claro, a otra cosa. A ver si un mal revolcón le iba a hacer perderse algún contrato. Rafael Cerro, que parecía que si iba a manejar con el capote, pues no, paso atrás, todo muy crispado, con la muleta más de lo mismo, sin poder jamás, venga enganchones, sin pararse quieto. En el quinto lo mismo, sin saber por dónde meterle mano, sin parar un momento, ventanazos, trapazos al cielo, que si ahora me pega un achuchón, que si en lugar de ir de luces me lo ponen de calle, más de uno se pensaría que estaba viendo a uno de las capeas de Arganda, Ciudad Rodrigo o cualquiera de esos pueblos de Dios que aún mantienen las ganas de dar toros. Y tras una media demasiado caída, ¡Oh, milagro! Cae el Fraile y asoman como margaritas en primavera, los pañuelicos blancos concentrados en el cinco bajo. Que después de lo del triángulo de las Bermudas, ese recuadrito es uno de los grandes misterios de la naturaleza. Que oiga, no se crea, que todavía los había que a la salida se quejaban del señor presidente. Que los hubo que te animaban a ser generoso porque llevaba una década sin venir a Madrid, que si tal, que si cual. Que poco ayudan estos entusiastas del pañuelico a los que consideran que tienen que hacer triunfar como sea. Que no voy a decir que me apetezca volver a ver a Rafael Cerro otra vez, pero si viene con esta grey autobusera...

Y cerraba Raúl Rivera. Que si Cerro recordaba a los que salen a las capeas hoy en día, este nos traía a la memoria a los capas de antaño maestros en asaltar corrales y agenciarse un par de gallinas. Que no es que no parara quieto, es que se quitaba con descaro en cada embestida, apartándose aún más de lo alejado del cite, largando el trapo allá dónde fuera, dejando bien a las claras el no saber por dónde echarle mano a aquello de negro. Unos bajonazos monumentales, que se iba tanto, tanto, que el llegar con el acero a cualquier parte del toro ya era meritorio, pero claro, eso no cuenta, el pegar la cuchillada caída no es de mérito, es de mucho demérito, demérito vergonzante.. Que los tres, como todos, se empeñaban en lo del derechazo y el natural, algo que no casaba con los de Juan Luis Fraile, que todo lo que se podía hacer con ellos era lidiar, macheteos por abajo, con poder y simplemente prepararlos para la suerte suprema. Y así, hasta podía ser que alguien les hubiera pedido la orejita, pero eso dicen que ya no gusta. Pues nada, que sigan a lo mismo y a ver cuántos festejos suman este año. Al menos el de ninguno en el 24, ya tiene uno en el 25, gran año para él. Pero que nadie se alarme, porque toreen las que toreen y dónde las toreen, que esos entusiastas de los pañuelos que nunca fallan.


Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:

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viernes, 11 de julio de 2025

Los mismos de siempre, con borrachos debutantes

Y si no quieren ir a los toros a Madrid, póngase el encierro de Pamplona, presentado por un confeso anti de las corridas de toros, pero que si le pagan bien, madruga por San Fermín y se traga sus elevados principios éticos y morales.


Esto de “Engúllete las Ventas” es una oda a la catástrofe. Catástrofe jaleada por la empresa y jaleada y auspiciada, promovida y patrocinada por la Comunidad de Madrid, que también tiene entre sus funciones el alardear de que defienden la Tauromaquia ¡Miau! Que hay muchas formas de entender esto de defender; que claro, como a los madrileños nos gustan las cañitas, las terrazas y el colegueo de hago lo que me sale de mis santas... pues la plaza de Madrid es el ejemplo perfecto, el paradigma de la defensa de la Tauromaquia, nadie mejor... o quizá nos supera el sol de Pamplona, aunque eso ahora parece algo inalcanzable, pero demos tiempo al tiempo. Las Ventas es el mayor botellódromo y el mayor despropósito del mundo de los toros. Chavales, a mansalva, que empiezan a notar los efectos báquicos... que narices báquicas, del alcoholazo garrafero, a partir del tercer toro. Chavales que no paran de pasear por tendidos gradas y andanadas a su aire, sin importarles si hay algún incauto que se interese por lo que sucede en el ruedo. A ellos, evidentemente y como se dice vulgarmente, les suda los... bueno, tan vulgar no hay que ser. Que les importa nada, vamos. De pie, de espaldas a la arena de charla con este, con aquel y eso sí, cuando ellos deciden, ¡Sssssssshhhh! ¡Sssssssshhhh! ¡Sssssssshhhh! ¿Y antes? Y vívases por aquí por allí, apareciendo el hijo de..., el cabr... con solemne descaro, lo que ya les digo que sorprende y ofende a los habituales de las plazas de toros, al menos la de Madrid. Que uno lleva... unos pocos años por esos lares y nunca, salvo ebrias excepciones, había escuchado tal terminología ¡Vivir para ver... y escuchar! Y por si alguien dudaba de lo que había, pudimos ver el triste, tristísimo espectáculo de como a un chaval, porque era un chaval, se lo tenían que llevar sujeto entre sus “colegas!, porque el crío no se sujetaba en pie. Y esto dicen que es defender la Tauromaquia.

Y la empresa sin poner personal de plaza, porque ver un polo azul intentando poner orden es un imposible en estas noches de botellón. Qué gran empresa y que cosa más nefasta. Que el grupo inversor y los de la agencia de viajes deben estar encantados, hasta la Comunidad de Madrid debe estar encantada, pero, ¿ha habido una empresa que haya podido hacer tanto daño a los toros y a la plaza de Madrid? Y anda que no lo tenían fácil, pero lo ha conseguido con creces. Y ya he nombrado dos veces, tres con esta, a la Comunidad de Madrid, concretamente al Centro de Asuntos Taurinos, que no es que intente controlar la gestión de Plaza 1, no es que se abochorne del deplorable espectáculo que se viene produciendo en la plaza de las Ventas, es que ha asumido su posición de subordinada ante la empresa, se ha postrado de hinojos como los siervos ante el tirano, diciendo a todo que sí y que bueno, la Discoventas, el macrobotellón ya habitual, los precios, los carteles, las fechas de festejos, los... si es que son tantas cosas ¿Y el aficionado? Lo primero, ¿qué es el aficionado? Si hablamos de los abonados, pues unos están encantados con que se liberen los precios, pensando que a ellos no les tocará la china -pobres ingenuos, pobres ilusos que igual hasta se ahogan con su propio y abundante baboseo- Los que esperan con ansias el indulto y el rabo, los que jalean al amigo o paisano y les sacan a saludar antes de empezar, los que quieren las ganaderías amigas, los que meriendan como todos y reniegan de las meriendas ajenas, los que pasan lista por si va Pepito o Juanito -que miden el nivel de afición por el desgaste de culo en la piedra- Pero al final, tragan como benditos, tragan y tragan y ya ni montan broncas, no vaya a ser que el periodista amigo, el ganadero amigo, el torero amigo, el amigo del torero amigo o el lucero del Alba, les afee esa actitud tan poco taurina, porque que no se olvide nadie, ellos también quieren ser taurinos, ¡pobres ingenuos, pobres ilusos!

Y me dirán que, ¿y del festejo, qué? Pues un encierro de los Chospes en el que la mansedumbre se enseñoreó a sus anchas, en que cada novillo superaba al anterior y el siguiente al anterior, echando sobre todo tres novillos finales que en muchas plazas pasarían por toros sin ningún esfuerzo. O quizá no, pero más bien porque algunos decidirían que con esa presencia no hay quién se pueda expresar. Blandos, en algún caso en demasía, muy mal lidiados; perdón, corrijo, no lidiados. Con tres novilleros, Nino Julián, Mariscal Ruiz y Juan Alberto Torrijos, que venían a hablar de su libro, a dar trapazos muleteros a diestro y siniestro, dejando el resto para el peonaje, que allí anduvo como Dios se las dio a entender. Los picadores, pues en su línea, pero también hay que reconocer algo, que los dejan a merced, lo que no influye para que peguen un navajazo en la paletilla. Pero si un toro no quiere capotes y mucho menos caballo y se arranca de mala manera, además de evitarse un marronazo, los de a pie, especialmente el matador de turno, deben estar al tanto para sacar al animal del peto y no ponerse a lo lejos a levantar la mano. Y si el toro no va al caballo y el caballo tiene que ir al toro, porque ya solo se trata de picar, no pasa nada porque se pise la raya. Que al final veo que va a montarse la Asociación de amigos de la cal, integrada por esos que luego relinchan una y otra vez, una y otra vez lo de “picadoooor, que malo...”. Que sí, que son muy malos, pero a veces, si nos paráramos a pensar y además pensáramos que esto no es un acto mecánico, pues...

Nino Julián tiene las maneras de un torero del Folie Bergere. Zarandea el capote sin idea, pone banderillas amanerado, como todo lo que hace, y unas veces sobre un pitón, otras al quiebro, según pase. Con la muleta, pues uno de tantos, que si más telonazos o más culerinas, cites descarados con el pico. Sin ningún criterio lidiador, que si el toro se le va a tablas, allí va él sin pensar si en terrenos, si en querencias. Y si su segundo quiere escapar constantemente, pues nada, hay que seguir dando trapazos a tutiplén y si la cosa no pita, entre los pitones. Y la espada... pues eso, bajonazo, pinchazo y siempre tirando el trapo al suelo. Un fenómeno.

Da cosa hablar de mariscal Ruiz después del trompazo que dejó conmocionada a la plaza, pero quizá no nos quede otra. Que el hombre, lo que se dice duende, pues no tiene y además se esfuerza en dejar evidente su vulgaridad en el trapaceo, pico, tirones, manivolazos y perdiendo el tiempo alrededor del novillo. Como sus compañeros, ni piensa en fijar a un toro, que ellos están para dar pases, a ver cuándo nos enteramos. Y en el quinto, que entraba cómo un buey y después de unos telonazos, en un momento se quedó descubierto y allí que tiró el manso el derrote que le levantó y tras una caída a plomo, inmóvil en la arena y con espasmos, fue llevado a la enfermería y los móviles ardiendo, con el personal deseando ver un avance del parte. Salió un banderillero y se señalaba el costado, sin otros ademanes, lo que al menos tranquilizaba algo. Parece que la cosa quedó en solo ese trompazo, que ya es bastante y que pudo haber sido otra cosa.

El tercero era Juan Alberto Torrijos, que ya con el capote dejó evidencias de su escasa pericia capotera. Que claro, si todo tu saber se reduce a irse a portagayola, pues ya es para no esperar demasiado. Con la pañosa, pues, poco que contar, que a veces parecía que era el prólogo al Empastre y el Bombero torero. Trallazos absurdos, enganchones y manteniendo ese nivel de diez en cuanto a la vulgaridad. Vulgaridad en la misma concepción del ciclo, de los carteles, del respetable que no se respeta, de los responsables de la empresa, la plaza y hasta del que vende fantas y al final solo queda en que a esto siempre van los mismos de siempre, con borrachos debutantes.


Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:

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