Si el toro es toro, no caben clasificaciones |
Lo que son las cosas: tanto que nos ha costado llegar a los
años dos miles, tanto progreso, tanta libertad, tanto liberalismo, para que
un calificativo que ponía más ancho que
largo al que lo recibía, ahora es poco menos que un insulto. Qué por menos se
han citado los caballeros en el campo del honor para cruzar sus espadas de
recio acero toledano, que no de fibra de carbono ultraligera y resistente, como
para instrumentar dos millones de pases sin resentirse. Pero es que si te
quieren hacer daño en lo más íntimo, basta con que te llamen “torista”. Ya
digo, lo que son las cosas.
Quizá sea uno de los males que arrastra la modernidad, el
ansia de dividir al personal y encasillar a cada uno en un grupo; puede que
para facilitar las cosas a los simples, que solo ven en blanco o en negro: no
hay grises. Se va a favor del toro o del torero, la tortilla con cebolla o sin
cebolla, el café con azúcar o sin azúcar, del PP o del PSOE, de carne o
pescado, tonto o listo, Madrid o Barça, homosexual o machote, ateo o beato,
pluma o Boli, guantes o manoplas, paraguas o capucha; no te dan más opción.
Pero hay tantos matices y situaciones intermedias como individuos caminan por
el mundo.
En esta disputa de toristas o toreristas hay quien no
entiende que el aficionado a los toros comparte ambas tendencias y además
apasionadamente. Eso sí, siempre teniendo al toro como el eje y los cimientos
sobre los que se construye todo este galimatías que es la Fiesta brava. Menuda
perogrullada ¿no? Pues parece ser que no, es más, otro tipo de “istas” lo ve
como un atraso, un contrasentido, una forma poco práctica y falta de estética
al contemplar el fenómeno taurino. Pero es que los hay que toman un nombre o
una palabra, al azar, le ponen el sufijo “ista”, y cataplum, “habemos” creado una tendencia, o
hemos etiquetado a esos malignos que nos acechan y que todo lo complican. Con
lo simple que es esto de los toros ¿verdad? Pues no, esto no es tan sencillo.
He aquí uno de los males que nos martillean la cabeza, a
unos porque por mucho que se fijen no ven la simplicidad por ningún lado y a
otros porque no les entra en el cacumen que una cosa pueda ser lo mismo y lo
contrario, pero es que esto es “el toro imbécil, es el toro”. Y así corren,
saltan, regatean, se agachan e intentan esquivar todos los obstáculos posibles
para hacer de esto algo simple, sencillo y de fácil acceso y comprensión para
una amplia mayoría. Qué equivocados están. Porque por mucho que nos empeñemos,
cómo decía Bergamín, no todo el mundo tiene sensibilidad para poder entender el
toreo, ni para que este les remueva por dentro.
A ver cómo se le puede explicar a un neoaficionado, que
habitualmente se deja deslumbrar por las figuras, quizás porque les han creído
eso de que son artistas, que no todo vale y que los triunfos no son admisibles
a cualquier precio. Como los toros encastados, el aficionado va modificando su
opinión a medida que se va desarrollando la lidia. Cuando se abre el portón de
los sustos, o de las decepciones, se espera que salga el toro. Entonces
manifiesta un profundo convencimiento torista. Si sale la rata desmochada se
irrita y lanza su inquina contra todo lo que piensa que puede ser responsable
de ese engaño, toreros, ganaderos, empresarios o prensa, porque demostrado está
que ésta puede decidir mucho más de lo es imaginable.
Poniéndonos en el caso de que hubiera salido un toro y no un
mal sucedáneo, cuando el torero despliega su lienzo rosa pasión y le seca el
sudor al morlaco sin enmendarse ni una pizca ante el bruto empuje de éste,
entonces la admiración muta al aficionado de torerista, precisamente por la
conciencia torista que le corea desde dentro el valor del arte. Salen los
caballos enfaldados y vuelve el torismo a gobernar las cabezas, que crece
súbitamente en el momento en que el rayo de negro se lanza buscando levantar el
peto hasta los cielos. Para los más románticos y vejestorios, este es el
momento culmen de la lidia antes de la muerte. No hay nada comparable a ver a
un toro cargando el caballo sobre su cuello, tensionando las patas y poniéndose
casi de puntillas sobre sus manos, mientras el de arriba se apoya en un palo,
mirando al morrillo cómo si fuera su único punto de equilibrio. Entonces no sé
si los toristas se convierten picadoristas, toreristas, toristas o en marxistas
leninistas falangistas capitalistas. Ahí se entremezclan en una vorágine de
emoción todos los “istas”, enredándose unos con otros, dejándose llevar por la
casta y la bravura del toro. Esa tensión se hace más leve en el segundo tercio,
aunque el espectáculo gana en vistosidad y alegría, pero sin perderse ese
mosaico de luces que estalló con el caballo.
De repente todo parece que alcanza la paz, pero es una calma
ficticia, que encierra toda la tensión previa a la faena de muleta, al tercio
de muerte. Ya se ha visto al toro en el caballo para poder medir su bravura, en
las banderillas para apreciar las condiciones en que ha quedado después de
sentir los palos y ahora le toca al maestro. Ya decía que el comportamiento
puede haber variado, y mucho, el que parecía manso puede haberse destapado cómo
un buen bravo, y el que supuesto bravo revelar su mansedumbre en la forma de
recibir los palos y de reaccionar al sentirlos en su piel. Pues lo mismo le
ocurre a nuestro aficionado mutante.
Ante el toro bravo y encastado, el aficionado se rinde y se
entrega a ese torismo recalcitrante, esperando que el matador responda a la
calidad del toro. Las miradas escudriñan en las intenciones del espada, con la
esperanza de que aproveche lo que tiene entre manos. Si el milagro se produce,
si el torero manda y domina a ese buen animal, extrañamente el torista se
transforma en torerista, para volver a la actitud original cada vez que se
produce una arrancada. Y es en el trance del pase en el que vuelven a mutar las
voluntades. Así una y otra vez, hasta culminar en la suerte suprema, cuando se
cruza la muerte de los dos protagonistas, uno ofreciendo la espada y el otro
entregando la vida al que supere sus dos puñales de gloria. Quizás este baile
de sentimientos y sensaciones es lo que convierte al toreo en algo único, lo
que hace que nos sintamos encadenados a una afición, de la que jamás queremos
liberarnos y aunque algunos se alejen de las plazas, siempre serán aficionados.
Pero esta locura y este enloquecido Jeckyll y Hide no
termina con la espada, es más, se acentúa. Tras doblar el toro se produce el
estallido de pañuelos entregados al torero, pero acto seguido el toro bravo
recibe quizá el mayor tributo de respeto y honores que se puede contemplar en
una plaza de toros, la vuelta al ruedo de un toro. Entonces yo me pregunto, ¿es
posible ser torista sin ser torerista? Pues creo que no, pues la gloria del
matador se construye sobre la verdad e integridad del toro, que es quién da
importancia a todo lo que se le haga en la arena. Cuanto más torista se pueda
parecer, más se valora lo hecho por el torero, pero no al contrario, sin toro
no hay nada. ¿Qué somos? ¿Alguien sabe ya a que bando pertenece? Pues yo creo
que sí, tengo la sensación de que podemos quitarnos ese “ista” de encima y
colgarlo en el perchero a perpetuidad, porque en invierno no abriga y en verano
da calor. Creo que lo mejor es intentar llegar a ser buen aficionado y así se
podrá disfrutar de todo lo que ofrece esta Fiesta, uno de los espectáculos menos
simples de los que habitan por el mundo; complejo, lleno de contradicciones,
con sentimientos encontrados, pero que cuando te atrapa… ¡Ay cuando te atrapa!
8 comentarios:
Creo que lo ideal es saber valorar en su justa medida lo que uno ve en el ruedo, venga de parte del toro, del matador, de los subalternos, de Florito o incluso del presidente. Cuando algo está bien hecho da gusto verlo y aplaudirlo.
Que, de un tiempo a esta parte, cada vez hay menos motivos de aplausos eso lo sabemos todos.
Un saludo
J.Carlos
J. Carlos:
Eso de motivos de aplausos me suena al título de una canción, pero como no me la silben. Es que podemos contar con los dedos de una mano las veces que nos hemos sentido satisfechos en toda la temporada pasada. Pero, qué te voy a contar a ti.
Un saludo
Como siempre, simplemente MAGISTRAL
Cada día te superas, y mira que es difícil. Este artículo demuestra que a ti si te atrapó la Fiesta de lleno. Enhorabuena!
Pepe:
Muchas gracias.
Pepe:
Os agradezco mucho estos halagos, pero el decir que la Fiesta me atrapó de lleno, eso es lo más grande que nunca podría haber escuchado.
Muchas gracias
Magistral.la verdad es lo unico que salvara la tiesta
Anónimo:
Muchas gracias.
Un saludo
Publicar un comentario