viernes, 13 de febrero de 2015

Ver frenarse a un toro

Lo de frenar a los toros no es algo que esté al alcance de cualquier, es un privilegio exclusivo de los elegidos.A ver si eso de parar, templar y mandar va a ser más verdad de lo que se dice.


Quizá ustedes han experimentado en algún momento una extraña sensación que creo que hace años que no siento. Será la edad, será que uno ya no se fija en las cosas como lo hacía antes, que el toreo ya no despierta en mí las emociones de otros tiempos y también será por eso que uno no se entera de lo que sucede en el ruedo y, en consecuencia, no lo puede saborear. Eso sí, debo de ser un tío estupendo cuando hay personas que se aplican con fervor a hacerme notar tal circunstancia, que no me entero de nada y que no entiendo nada de nada de lo que pasa en una plaza de toros. Ya ven, una desgracia que viene acompañada por el ansia de hacerme ver. Y no es fácil, qué digo fácil, es casi imposible. De vez en cuando, muy de vez en cuando, cometo el error de leer y escuchar a los que saben, atento a sus dictámenes me parece que me cuentan las cosas a medias, que no me cuentan la historia completa, me dejan el cuento co
lgado en la mitad. Así me pasa, que me creo que Blancanieves vive instalada en una casita del bosque con siete camas enanas, sin saber para qué las necesita. Será que vaya a montar un negocio de hostelería en los bosques de Centroeuropa. En Caperucita me he quedado en es una repartidora de comida a domicilio. La Bella Durmiente es un niña que quiere aprender a coser, pero que luego debió arrepentirse y se dedicó a hacer magdalenas, combinando su nombre con el de su tierra, Easo o Donosti. El Conde Drácula simplemente era un señor con mal dormir y problemas de fotofobia. Ya ven, que esto es un permanente quedarse a medias.

Pero me van a permitir que abuse de ustedes y en especial de aquellos que tan bien explican esto del toreo, aunque me crea que no me cuentan todo el cuento. Pues vamos allá. La cuestión es que hace mucho tiempo, antes de que Caperucita empezase a emplearse por horas como repartidora de comida a domicilio, había momentos en los que al ver a un matador dar un natural, por poner un ejemplo, veía arrancarse al toro a la tela como si se la quisiera comer y de repente se frenara casi en seco, para a continuación seguir el engaño a menor velocidad que la que traía, embestía al ritmo que le marcara el hombre. Pero lo curioso es que me parecía ver como la muleta dibujara un abanico que envolvía y mandaba en el ímpetu atacante, para acabar viendo como los vuelos rojos guiaban al toro hasta un punto concreto, sin que se retirara violentamente estos de su vista. Es más, el pase concluía porque resultaba imposible seguir más allá la pañosa, que se ofrecía de nuevo para el siguiente viaje, una dos, tres veces, para concluir con el pase de pecho.

Dirán ustedes que qué cosas más extrañas se me pasaban por la cabeza, ¿verdad? Pues sí, y encima voy y lo comparto con todos los que tan amablemente me visitan en esta grada. Era como si la fuerza de un rayo fuera absorbida por la muleta, como si esta violencia fuera dominada así, de repente, conducida y dejada a la espera del siguiente natural, dispuesta para seguir mandando en la tormenta. Llámenme ingenuo, pero yo eso se lo he visto hacer a toreros como a Rafael de Paula o Curro Romero, que ya sabemos que no son ni de lejos, dignos de compartir espacio con las ilustres eminencias taurinas con las que hoy compartimos las horas. Era como si en cada natural hubiera varias fases, una primera en la que el toro se arrancaba como si se fuera a llevar por delante el mundo, una segunda en la que se paraba al animal en un punto determinado en el que quizá debería estar el engaño, pero que no está porque ya ha iniciado la siguiente etapa, la que marca el recorrido al toro, haciendo que siga un trayecto circular alrededor del torero, que actúa a modo de eje en esta sucesión de movimientos. Y todo para llegar al último instante, que es cuando la muleta se despliega para detener el viaje y preparar el siguiente, continuación del anterior y del anterior, hasta que irremediablemente se abroche la tanda con el forzado de pecho.


Los años, la falta de atención y, ¿por qué no reconocerlo? mi incapacidad para reconocer la grandiosidad, hacen que mis sensaciones presentes sean muy diferentes. Cuando veo torear ahora al natural me parece que lo que estoy viendo son sucesiones de segmentos aislados que si los uniéramos obtendríamos una línea recta interminable y llena de lañas para coser las rectas. Es un como si el toro se arrancara, le pusieran la tela delante y a la velocidad que trajera el animal, la moviera hasta que la longitud del brazo hiciera imposible mantener la zanahoria en movimiento, por lo que se hace imprescindible retirarla de golpe, para a continuación repetir la misma operación a partir del lugar en que el engañado hubiera decidido pararse. Eso sí, con semejante método contamos con la ventaja de divertirnos con tandas de multitud de pases. Lo otro es solamente una espiral trazada sobre la arena sin levantar el lápiz del papel, para acabar con la rúbrica en sentido opuesto. Cuánto les agradecería que me explicaran las causas de estas visiones mías, el por qué antes el toreo me parecía una cosa y ahora me parece otra; y lo que es para mí más doloroso, me estoy perdiendo lo más grande que pudiéramos haber imaginado jamás, simplemente porque no me entero. Atiendan mi llamada de socorro y aclárenme por que ya no soy capaz de ver frenarse a un toro.

4 comentarios:

MARIN dijo...

Enrique:
Ahora no ves frenarse a un toro porque ya eso no se lleva. Eso si, siempre habrá por ahí algún Urdiales que me contradiga...gracias a Dios. Eso si, no me digas que tu no cambias un natural tal y como lo describes, con eso de tocar, parar, mandar, templar y soltar con esos naturales tipo ventilador que da Manzanares hijo últimamente en la plaza de tu pueblo. Esos que no terminan nunca, con el animalillo trotando detrás de la muleta y haciendo que todos los que estáis por allí pilléis una pulmonía de tres pares de cojones. Estos si que molan eh?.

Bueno, que te dejo que no tengo yo el humor ultimamente para hablar de toros. Que dar un natural bien dao es mas difícil que ser alcalde de tu pueblo. Un abrazo.

fabad dijo...

Enrique, lo que describes es lo que nos ha emocionado siempre. No tenían que explicarnos quien daba ventajas, si el Toro al torero o al revés. Simplemente veíamos la esencia... ¡Que torpes!. No vislumbrábamos la nueva estética del toreo de invierno (el que nos resfría, como dice Marín)... Lo malo es que no dejamos que nos expliquen la nueva estética del pase largo, muy largo con el torillo hacia fuera y bien lejos.
Con "aficionaos" tan torpes...esto no hay quien lo arregle...
Y mira que Simón lo intenta....

Enrique Martín dijo...

Marín:
Cómo no te voy a plagiar tus expresiones. Eso del natural y el alcalde de pueblo, si me lo permites, me lo guardo para mí. Y mira lo que te digo, no sé si a Urdiales le he visto parar al toro, quizás le he visto más tirar de ellos y llevarlos por dónde quiere, pero con el ganado que le echan no sé si le dan demasiada oportunidad para pararlos.
Un abrazo

Enrique Martín dijo...

Fabad:
Si seremos torpes, que nos teníamos que conformar con aquello, porque no nos tenían que explicar nada, lo veías y te pegaba un porrazo en toda la cara, por si estabas dormido. Y ahora, mira que explican y explican y como tú bien dices, no hay nada que hacer, que no llegamos. Y para colmo, nos deja helados; será por el ventilador.
Un abrazo