domingo, 4 de octubre de 2015

Mariano, despierta

Todavía nos acordábamos de Uceda y su espada


Que pena me ha dado el ver que se acababa la corrida del Vellosino. Así, de golpe y sin aviso, se han esfumado unos bellos momentos de paz, tranquilidad, sosiego, hasta una cierta felicidad y a don Mariano le han despertado de su siesta. El pobre dobló un poquito después de que Gonzalo Caballero intercambiara los trastos con Uceda Leal y no ha abierto el ojo hasta que ha sonado el aviso en el sexto y doña Dolores le ha despertado de un codazo y quitándole violentamente la almohadilla, que había que recoger, a ver si llegaban a coger el autobús de y cuarto y ya que era más o menos prontito, aviaba unas acelgas para cenar. El pobre don Mariano, que ayer se debió acostar tarde, ha sido apoyar la cabeza contra la columna en la delantera del seis y con el solecito en la cara se ha quedado traspuesto con una sonrisa de tímida felicidad, que daba cosa sacarle de su sueño para que no se perdiera la corrida del Vellosino.

Y que a ciertas cosas le llamen corrida de toros, y que convoquen manifestaciones para defender estas cosas. Si es que esto no hay quien lo defienda, no tiene por donde cogerse, ni aunque los aficionados a los toros nos constituyéramos en secta y nos dejáramos lavar el cerebro. Una presentación infame, uno parecía una cabra, otro la cabra de la Legión, otro la cabra de Heidi y así pueden ir adjudicándoles las cabras que más rabia les dé. Se han mantenido en pie gracias a que nadie ha osado someterlos, porque a veces ha resultado complicado sujetarlos a los capotes, independientemente de la poca pericia de los coletudos para hacerse con ellos, y a que no hay un hijo de vecino que se vista de luces que aplique eso de bajar la mano. Que si lo llega a poner alguno en práctica, lo mismo estos animalitos modernos le hacen una peineta al ingenuo que lo intentara.

Habría plaza Gonzalo Caballero, hasta ayer por la tarde novillero y gracias a la tele, como si fuera “Sorpresa, Sorpresa” o “Tengo un mensaje para ti”, de repente se ha visto metido en su alternativa. Que forma de machacarle la ilusión de un día tan especial a un chaval, pero así de generosa, sorprendente e insensible es nuestra venerada Taurodelta. Allá que salió el madrileño y de golpe le sale un mulo que no quería telas ni para hacer un traje. Corretón, huidizo, echando las manos por delante, distraído, peligroso, sin dejar de escarbar y regalando arreones a todo el que se le acercaba. No se le picó, pues nada más estamparse con el peto ya estaba el pica con la minipimer, cogiendo el palo al revés y y moviendo el brazo como si estuviera cuajando mahonesa. Gaoneras que simplemente eran un testimonio de su buena voluntad, que no una muestra de toreo, pues por no sé que regla, este lance lo han convertido en una sucesión de violentos trallazos con el capote a la espalda. Empezó por alto, en contra de la opinión de los más veteranos, que recomendaban empezar por abajo. Estatuarios, muy quieto, para ya sí, acabar con muletazos por abajo. No pintaban mal los primeros derechazos, más bien por las intenciones que se adivinaban, aunque carecieron de todo sentido del temple, citando de frente, pero sin acabar de redondear, era un sí pero no en toda regla. Al natural la cosa ya se iba aclarando, mucho pico, enganchones y menos temple aún, para continuar trapaceando al mulo y acabar con un conato de arrimón. Bernadinas que no venían a cuento y tras un bajonazo, Gonzalo Caballero ya se había convertido en matador de toros.

Parecía que no se le habían esfumado las ganas y recibió al sexto con unas más que aceptables verónicas, rematadas con una descompuesta media de rodillas. Con lo bien que se le daba este lance a Julio Robles, pero claro, no todo el mundo es Julio Robles. El toro campó a sus anchas y se le permitió que se fuera al picador reserva, donde le dieron a gusto. Ya en el de tanda, el animal se dejó sin más. Y lo que se enfadó el personal porque a Uceda Leal se le ocurriera hacer un quite en su turno de quites. ¡Válgame! Como me decía un amigo, eso lo hacen en mi pueblo, pero, ¿en Madrid? Pues sí, en Madrid, de un tiempo a esta parte, también pasa esto. Solo les animó el buen segundo tercio de Curro Robles con los palos. Luego ya con la muleta en la mano, Gonzalo Caballero destapó, no el tarro de las esencias, más bien el brick de Don Simón y nos obsequió con una faena propia de estos tiempos oscuros y de muy escaso buen gusto. Cite desde el centro con banderazo por la espalda, embarullamiento, naturales con la muleta completamente torcida, lo mismo con la mano derecha, carreritas entre pase y pase, mucho pico, encimista y el inevitable arrimón, a ver si así se animaba el personal y despertaba del sesteo otoñal. Manoletinas y a abreviar, justo en el momento en que don Mariano abrió de nuevo los ojos al mundo, pero antes habían pasado más cosas.

Uceda Leal volvía a Madrid y lo que son las cosas, ya nadie le ve como una promesa, sino que ya se le mira como un veterano, da la sensación de que pasó de crío a veterano en una noche, o también puede ser que nos quedáramos traspuestos como don Mariano, pero durante décadas. Y la verdad es que al bueno de Uceda se le nota el paso del tiempo; se le nota en que no tiene energías para fijar un toro y como en su primero, le deja corretear a su aire por el ruedo, que lo mismo va al relance al caballo, que ni se preocupa de que le tapen la salida, ni que apenas le den picotazo y arañazo entre cabezazos del animal. Su labor con la muleta fue un conglomerado de trapazos desangelados, echando al toro para afuera. Lo del cuarto fue algo muy parecido, a dejar al Vellosino que correteara por la arena, dejarle que se fuera suelto al de puerta y ya en el de tanda, limitarse a contemplar como el animal se deshacía corneando el peto mientras le tapaban la salida. Un encuentro más y como nadie se preocupaba de poner el toro en suerte, allá que se fue el caballero a por el toro. Lo que llama la suerte de acercar el piano a la silla. Así no es de extrañar que el animalito buscara con ansia los toriles. Tanteo por ambos pitones y varios intentos de sujetar al abanto que se tragaba el primer muletazo y que en el segundo iniciaba la huida a favor de su querencia de manso. Uceda quiso aparentar que hacía, pero la verdad era esa, que no estaba para complicarse la vida con su oponente. Una buena estocada, que al menos hacía pensar que había vuelto a cargar aquel cañón que tan buen nombre le creó.


Otro veterano aparecía de nuevo por Madrid, Eugenio de Mora, un torero con tan poquito que ofrecer, con un toreo ventajista y sin fundamento, pero que el público premiaba con orejas, triunfalistas, pero orejas. Su primero le arrinconó en tablas, pero se supo salir del compromiso sin tener que darse media vuelta. Mal colocado en el primer tercio, convirtiéndose más que en un lidiador, en un bulto sospechoso que merodeaba por allí. El Vellosino echaba la cara arriba y se quería quitar el palo tirando derrotes al peto. El toledano tomó la muleta y no dio para más que derechazos y naturales con el pico, estirando el brazo más allá de lo aconsejable por el colegio de Traumatología de Madrid, sacando el culo, perdón, las posaderas y dejando entre toro y torero espacio suficiente para que pasara el AVE, de ida y vuelta, para poner una cafetería, un parking para coches y un centro comercial con 10 salas de cine. Y esto, sin exagerar. Su segundo fue recibido con mantazos de trámite y un primer puyazo en mitad del lomo, que el respetable aplaudió a rabiar porque el caballero logró mantenerse en pie a pesar del empuje del toro. Y no piensen que el del palo rectificó, ¿para qué? Si la gente estaba encantada. El animal presentaba bastantes dificultades por el pitón derecho, complicando la tarea de los banderilleros, haciendo hilo después de cada par. Eugenio de Mora empezó con banderazos rodilla en tierra, esa práctica que tan buenos resultados le produjo en otros tiempos. Ya en pie, derechazos empalmados, que no ligados, muy despegado, naturales más próximos a los banderazos que a muletazos con mando y sin dejar de estirar el brazo una barbaridad. Pero claro, después de todo esto, cómo no se iba a amodorrar don Mariano. Lo raro es que los demás aguantásemos con las persianas levantadas durante todo el festejo. Y con el solecito que ya resulta agradable en esa época del año pegándote en la jeta. Así estaba Mariano tan bien acomodado, abrazado a la columna, con una media sonrisilla de felicidad y gozo, que solo se rompió al acabar la corrida y al resonar la voz de doña Dolores rompiendo el sueño y la paz con ese lacerante: Mariano, despierta.

6 comentarios:

fabad dijo...

Enrique, ¡qué mérito tienes!. No decaigas. He estado a punto de hacerte una visita. Menos mal que no he podido. Habrías tenido otro protagonista que habría hecho como Mariano....
Un abrazo.

Enrique Martín dijo...

Fabad:
Pues ya sabes que habría sido una alegría el tenerte por allí, aunque fuera a costa de que sufrieras lo que estamos sufriendo.Y ya ves, si quieres alguien que no tenga palabra, que diga que no vuelve y que vuelve, ya sabes, aquí tienes a uno.
Un abrazo

fabad dijo...

Si yo viviera en Madrid, volvería cada día, despotricando eso si. Los taurinos no son conscientes de la falta que le hacemos los sufridores.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Esto de “Mariano, despierta” me recuerda aquella anécdota de Camilo José Cela, en su época de senador, cuando un colega de cámara le recriminó por estar amodorrado en su escaño…
-¡Señor Cela, está usted durmiendo!
-No, estoy dormido –respondió Cela
-¡Es lo mismo!
-No, no es lo mismo. No es igual estar durmiendo que estar dormido, al igual que no es lo mismo estar jodiendo que estar jodido.

Apunta Enrique Martín “El pobre don Mariano, que ayer se debió acostar tarde, ha sido apoyar la cabeza contra la columna en la delantera del seis y con el solecito en la cara se ha quedado traspuesto con una sonrisa de tímida felicidad, que daba cosa sacarle de su sueño para que no se perdiera la corrida del Vellosino”.

Pero el bueno de don Mariano, aunque para muchos ni es bueno, ni feo…piensa que para lo que hay que ver, preferible el dormir el sueño de los justos, aunque sea en Las Ventas y toreando Gonzalo Caballero.

También pudo ser posible que en el placido sueño la voz de otra doña Dolores rompiera en el subconsciente la repetida frase: Mariano, despierta.

Uno que pasaba por aquí

Enrique Martín dijo...

Fabad:
Si no lo sabrán, que encima creen que sobramos.
Un abrazo

Enrique Martín dijo...

Anónimo:
Pues sí, así se las gastaba el señor Cela.
Un saludo