jueves, 28 de septiembre de 2017

Líbrense de los partidarios y sus peligros, que del toro ya les librará el buen toreo


No se trata de volver a aquellos aprendizajes duros, duros de las talanqueras de los pueblos, pero entre el negro y el blanco hay muchos matices y...

Parece ser que a los niños no se les deben dar todos los capricho, ni intentar librarles de todos los peligros del mundo, ni consentir que se encuentren con nadie que les pueda contradecir en lo más mínimo, o eso dicen al menos los pedagogos, pediatras, psicólogos y demás sabios que estudian a la infancia e investigan las maneras idóneas para un óptimo crecimiento de las criaturas que mañana serán adultos y se tendrán que enfrentar al mundo y a sus mundadas. Pero esto no cuenta si a los jovencitos les dejamos enfundarse un vestido de torero; ahí, y perdónenme, no valen teorías de ningún tipo, ya sean de la señora Montesori, del señor Marina o de la Súper Nanny. Al que viste de alamares, todo le está permitido y la crítica más encarnizada que se le debe dedicar es la de “bieeeeejjjnnnn torero, bieeeeejjjnnn”. Y a partir de ahí, todo bueno y si hay que crearle un mundo, un toro, un público, una plaza y un ambiente propicio ad hoc, pues se le crea y si alguien pone pegas, que baje él.

Obviando los resultados del certamen internacional de novilleros que nos montó para los calores madrileños el señor casas, don Simón, nos montó para esta de Otoño un cartel de novilleros que en nada y menos serán ex novilleros y lucirán las galas de doctor en tauromaquia por la Universidad McCag Huen, de Sotoserrano del Soto, más un Carlos Ochoa, que se presentaba en Madrid con caballos y que parece sentirse cómodo en eso de ser amigo, de tal y no como matador de novillos con la ambición de ser en esto del toro. Les buscaron una comodita novillada del Ventorrillo, a excepción de los dos primeros, que en nada ya iban a llegar a toros. Corrida que no ha presentado más complicaciones que las propias que los coletas les provocaban por su escasísima capacidad lidiadora, su nulo conocimiento de la colocación y sus ansias por no meterse en apreturas, incluso a costa de pasarse los novillos por la circunvalación de Sotoserrano del Soto.

A Jesús Enrique Colombo se le ovacionó sus capotazos de recibo al más puro estilo de los peones, con la salvedad de que quizá estos estén más avezados en eso de parar un toro y que ya puestos, para hacer lo mismo y no tan bien, ¿por qué no deja a los peones? Mal y poco picado, mientras el animal evidenciaba una preocupante falta de fuerzas. Tomó el matador los palos y que no se inquiete el Fandi, de momento, a no ser que cambie el motor a Ferrari, no peligra su hegemonía como el rehiletero más rápido al este del Pekos. Lo de ponerlas más a cabeza pasada, para eso igual se necesita foto finísh. Y eso que es en ese momento cuándo parece empezar a sentirse el venezolano. A todo lo más que aspira es a hacer un quite aventando el capote y poco más. Luego, con la muleta, en ambos toros ha desplegado todo su repertorio de toreo moderno, la muleta atravesada y trapazos y más trapazos echándose el toro fuera con el pico de la muleta, pierna de salida retrasadísima, ahogando las embestidas cuándo ya su arte no le da para más y con la notable aportación de tirar lejos de si y empezar a dar muletazos con la derecha o bernadinas al paso del Kasachov, sin pararse quieto al ejecutarlas. No le pidan temple, que les dará enganchones, ni hondura, que responderá con banderazos. Lo único que hay que reconocerle es la forma de tirarse a matar los toros, aunque a veces utilice ese feo truco de soltar la muleta a las pezuñas del toro. Y hasta hubo quienes flamearon pañuelos por él, muy contrariados de que algunos protestaran y de que el usía no sacara el pañuelo, pero no al comprobar sus vulgares manejos de torero efectista y de mal gusto torero. Ni los partidarios, ni la cuadrilla parecen dispuestos a decirle eso de ¡Niño, a ver si nos centramos! Peor para él. Eso sí, en nada toma la alternativa y a lo mejor, hasta nos lo quieren colar como figura. Ya que vamos con la venda en los ojos, hasta sus últimas consecuencias y si el mamporro se lo lleva el chaval, tampoco pasa nada, que es joven y aún está a tiempo de montar un videoclub.

Otro de los que despedía sus galas de novillero de la plaza de Madrid era Leo Valadez, leal a los modos modernos, superficiales, vacuos y llenos de modernidad. Lo mismo le da que su primero flojee descaradamente de remos, como el primero, que no se entregue y dé muestras de mansedumbre, él aplica la lección postmodern a todo lo que le pongan por delante. Pesado hasta la saciedad con un inválido que no se tenía en pie, aburrido hasta ofender con su segundo y siempre abusando del pico, de estirar el brazo para echárselo para fuera, sin tan siquiera amagar el toreo. Acabando en ambos novillos con un deplorable espectáculo navajero al emplear la espada. Quizá sus partidarios, sus fieles, le jalearán las guapuras que crean convenientes, pero esos sablazos en la barriga, esos bajonazos infames, deberías al menos procurar el silencio de esos jaleadores por vocación. Al menos, que haya un momento de dignidad en todo esto.

Y cerraba la terna Carlos Ochoa, con la esperanza de reverdecer los éxitos de aquellas becerradas matinales, pero a veces el destino se tuerce y cuesta enderezarlo. Por sus maneras parece no haber asimilado eso de torear con caballos o sí, pero que lo de poner los novillos al caballo no va con él. Algo muy de moda, de la misma forma que lo está ese trapaceo chabacano, retorcido, tomándolo con la puntita de la tela, echándoselo para afuera y dando muletazos sin ton ni son, mientras el paisanaje se lo jalea y cuando ya parece agotada su “creatividad” pues invertidos y arrimones, que en plazas de postín, como la de Sotoserrano del Soto causa furor. Que si alguien protesta, siempre estarán ahí los más fieles, a los que parece gustarles ver al chaval a merced del novillo, jugándose la cornada estúpidamente ante un animal que ya no daba nada bueno, que tras un revolcón le animan a que siga ahí, sería que les parecía poco el porrazo y barruntaban alguno más, teniendo como aliado a la cuadrilla que en lugar de llevarle la espada de verdad, cuándo el chaval parecía ir a buscarla, aún le empujaban a seguir ahí. Que no, hombre, que no, que esto no es de suicidas y que ese partidismo no puede nunca cegar el buen sentido común y si tan fieles son a este o a cualquier otro torero, no se le puede empujar al abismo. Que esto es muy serio y complicado. Rigor, seriedad y buen juicio, que los chavales aprendan primero y luego les jalearemos lo que haga falta. Pero ya saben, a los toreros que andan por esos ruedos de Dios, líbrense de los partidarios y sus peligros, que del toro ya les librará el buen toreo.

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