miércoles, 11 de octubre de 2017

El indulto apuntilla a la fiesta  

Aunque muchos no lo crean, quizá la estocada sea la mayor garantía para indultar a la fiesta.


Nos quieren convencer de lo conveniente de los indultos, de lo que estos engrandecen y benefician a la fiesta, no sé si a la de los toros o a la de Blas, con las consiguientes copas de celebración, igual es eso. Pero como ocurre con otras muchas tendencias de la modernidad, tampoco hay muchos más argumentos que respalden este hecho y mucho menos algunos que aporten solidez. Los hay que quieren tirar de lo de perdonar la vida al toro en el ruedo, para que vean lo buenos que somos, pero claro, este es el argumento de la manta corta, que si te tapas los pies, no te tapas los hombros y si te tapas los hombros, no te llega a los pies. Lo orondos que se ponen con esto de devolverles a la finca, cuánta bondad en los aficionados, pero, ¿Y cuándo no? ¿Qué ocurre cuándo el toro se lo llevan las mulillas? ¿Entonces somos unos crueles sin alma, cómo nos pintan los que no entienden la fiesta? Por favor, pensémonos las cosas, no vaya a ser que ciertas defensas que son un tiro en el pie.

Viendo los indultos de los últimos tiempos, lo único que parece seguro es la perpetuación del borrego zanahoriero, bobón, dócil, con el que a poco que nos descuidemos, acabará posando el maestro de turno. Animales despojados de casta, genio y las complicaciones propias del toro de lidia. Con esto solo se aseguran su futuro las figuras pegapases, los General Manager de las factorías bovinas de productos taurinos. Un poquito de rigor, que se puede entender que los vividores, sicarios y palmeros del sistema se deshagan en elogios, sobre todo si el indultado es de una ganadería “simpática”, pero, si el propio aficionado jalea este fraude, igual hay que empezar a pensar en eso del síndrome de Estocolmo o en cosas peores y más feas. Que no me vale eso de que el público es soberano y hay que tragar. ¡Ojo! Que se avecina otro cartuchazo en el pie, en el otro pie. Que hubo un tiempo en el que el linchamiento era considerado un ejemplo de soberanía popular y quizá lo que a algunos les impulsó a hacer leyes y reglamentos, para frenar esa soberanía de las masas, más teniendo en cuenta cuándo estas se ponen a impartir justicia en mita de la locura colectiva. 

Esto ha adquirido unas dimensiones, que hasta dudo que los ganaderos empleen a los indultados para padrear, eso si que sería un tiro en el pie, pero así, apuntando directo al juanete; y si lo hacen… entonces solo nos queda rogar al destino por un tsunami selectivo en ciertas fincas y que la gran ola se llevara primero de todo al General Manager de ciertas factorías bovinas de productos taurinos. Espero que esto de los indultos no sea más que una galería de trofeos para exhibir y de los que alardear en reuniones sociales, para poner plazas y azulejos por esas plazas de Dios y para que los más concienzudos recuerden el nombre del indultado y en caso de discusión, tirar de ello como ejemplo de animalito dócil y cansino en su ir y venir detrás del trapito. O para grabar horas y horas de vídeo del traslado al campo, de las curas, de la recuperación del animal, de cuándo le pusieron la primera vaca a tiro y, años después, para contar cómo transcurrió la vida de aquel toro indultado en tal plaza, tal día, a manos de un tal Fulanito de la Parra.

Quizá estaría bien que se impusiera como requisito irrenunciable el que el toro acudiera al menos tres veces al caballo, que no sé si serviría para algo, porque vean el caso que se le hizo a aquello de indultar solo en plazas de primera, pero bueno, igual algo frenaba los impulsos pañoleros. De acuerdo que así no habría indulto que echarse a la cara, pero lo mismo, si se logra convencer a los telecharltanes, hasta se podría acabar convenciendo al personal que sin caballo, no hay perdón. Que no se piensen que estoy en contra de los indultos porque sí, ni mucho menos; sería una lástima desperdiciar un torrente de bravura tras superar con matrícula de honor el examen de la lidia en una plaza, pero siempre y cuándo esto sea así, que cumple con creces el primer tercio, el segundo y el de muerte y en plazas de primera. Que entiendo que en Brazatortas del Tropezón también se creen con derecho a tener su indulto el día de la fiesta mayor, pero igual que tienen que entender que no es posible, aunque tengan derecho, a tener su línea de metro para tres estaciones, ni que en el polideportivo municipal se juegue la final de la Champion, ni que al lado de las escuelas les pongan el mar, con su playita y todo, en ese pueblo de la provincia de Ávila, ni tantas y tantas cosas a las que seguro que tienen derecho, pero que chocan con el buen sentido común. Que esta euforia solo provoca que muchos aficionados se opongan a cualquier tipo de indulto, que estos pierdan su carácter extraordinario, precisamente por no serlo con ciertos toros, que tengamos que soportar esas imágenes bochornosas de toreros suplicando no coger la espada, desoyendo a la autoridad, enfrentándose a ella o ver como un torero retirado e idolatrado trepa a un palco para exigir el pañuelo naranja. Que igual lo que algunos creen que es una “propaganda” magnífica para la fiesta, otros puede que no vean otra cosa que vergüenza, bochorno y falta de respeto absoluto a la misma fiesta, al toro, al aficionado y al sumsum corda. Y es que, aunque no se lo crean, el indulto apuntilla a la fiesta.

Enlace programa Tendido de Sol del 1 de octubre de 2017:

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