viernes, 24 de noviembre de 2017

En la mano del aficionado



Son muchos los que quieren, pero el aficionado tiene que ser el filtro, siempre con la inestimable colaboración del toro

Se ha convertido en un clásico la idea de que esto no tiene remedio y que no lo salva ni el papa, y no diré yo lo contrario. Basta asomarse al balcón del taurinismo y el panorama que un día fue el de una apacible avenida, con su bulevard, sus bancos, sus sombras y con espacio para que jugaran los niños, se ha convertido en desolación, las papeleras volcadas, los bancos quemados y apenas solo conservan el esqueleto metálico y algún tablón atravesado, no se ven niños jugando, a riesgo de que se corten con botellas rotas, las tertulias ordenadas han devenido en grescas vociferantes y hasta el olor nos obliga a meternos para dentro y cerrar las ventanas para evitar los ruidos y la pestilencia de tanta miseria. Pero cuidado, que aún hay quién opina que esto es maravilloso y que tampoco está tan mal la cosa como dicen los aguafiestas del vecindario.

Que puede que esto les suene a algunos, trasladándolo a los toros, que unos recuerdan aquel panorama del toreo clásico y otros parecen encantados pisando cascotes y restos de botellones por el suelo. Pero demos por bueno que al menos hay un grupo de aficionados que coinciden en el primer supuesto, el que esto va de mal en peor. Y quizá poco puedan hacer para reconducir este dislate en un corto plazo, lo que a muchos les lleve a tomar la postura del derrotismo pasivo, esto no tiene remedio y no hay nada que hacer y como no hay nada que hacer, esto no tiene remedio y como no tiene remedio… Y así, hasta el infinito o la desesperación. 

Llámenme iluso, pero creo que aún nos queda alguna salida, lenta, lentísima si en la empresa solo se empeñan los aficionados. Como muchas veces hemos dicho, la regeneración solo puede nacer de la exigencia, del no permitir el fraude, la trampa, la globalización de la fiesta comercial y demandar el toro. Si los estamentos de la fiesta no se deciden a colaborar, este proceso puede alargarse tanto, que lo mismo antes de llegar a buen fin, podría llegar el fin. Mala cosa si el camino se recorre a base de coscorrones, que eso de la sangre entra nunca me acabó de convencer, aunque tampoco vamos a irnos al extremo opuesto y pensar que los taurinos y los ganaderos en particular tienen que aprender que el fraude es pan para hoy y hambre para mañana, pero jugando. A ver si ahora vamos a perder la cabeza de repente.

El aficionado, aunque a veces le invada el escepticismo, tiene la capacidad de frenar la caída, con su exigencia, desterrando el medio toro, rechazando el toreo mentiros y respaldando el que los carteles se confeccionen por los méritos en el ruedo y no en los despachos. Seríamos unos ingenuos si pensáramos que esto se soluciona con tres tardes de protesta; ojalá fuera tan sencillo, pero la única forma de alcanzar el objetivo, ese gran objetivo de la regeneración de la fiesta empieza por ponerse a ello. La cosa no tiene nada de simple y sí de mucha constancia. Y esa unión que los taurinos piden constantemente, aunque para apoyar sus trucos de thrileros, nacería del rigor, independientemente de gustos, modos, modas, personalidades, preferencias o debilidades. Esa sería esa variedad que tantas veces añoran los viejos aficionados. Pero ya digo que esto no debe ser solo cosa del que paga, bastaría que los señores ganaderos se sumaran a la causa, porque tal y como esto está montado ahora mismo, quizá ellos serían de los primeros en caer y cada ganadería mandada al matadero no supondría una mejor opción de mercado, un competidor menos. Que no se confundan, cada hierro, cada ganadería de un encaste no comercial no supone otra cosa que acotar más los límites de la fiesta.

Con el toro es cuándo realmente se podría pensar en un renacimiento de esto de los toros. Este pondría orden en este jaleo tan enmarañado que han provocado esos paradigmas de la mediocridad, esos adalides del fraude, esas aves carroñeras que parecen esperar a que la fiesta se desvanezca para levantar el vuelo desde sus troncos secos, e ir a arrancarle los ojos con sus picos corvos y sanguinolentos. Que habrá quién disfrute de semejante espectáculo, pero otros, los que aman sin reservas esto de los toros, sufrirían como si fueran los suyos los ojos del festín de los carroñeros. Pero igual no hay que llegar a este punto; podríamos llegar a soñar en la regeneración de la fiesta, quizá baste con que nos demos cuenta de que el futuro de todo está en la mano del aficionado.



Enlace programa Tendido de Sol del 19 de noviembre de 2017:

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