miércoles, 12 de junio de 2019

Y me tuvo que tocar a mí


A veces los toros piden toreo de verdad, pero los toreros no les hacen caso

Ya es mala suerte que tras una feria de olés, de vivas a todo el mundo, de la alegría de los muletazos al aire, los repartos de despojos a diestro y siniestro y de los toros que lo mismo van y vienen dejándose hacer, ya casi a punto de terminarse la feria te sale la corrida de la maldición de la gitana, esa que desea al torero que le salga un toro bueno. Pues en este caso la maldición la ha hecho realidad lo de Valdellán y la han padecido Fernando Robleño, Iván Vicente y Cristian Escribano; y eso que la cosa no prometía, hasta que salió el tercero, anovillado él, sin acabar de rematar, pero que mostró al personal la diferencia entre seguir el trapito jugando con él a coger la pelotita y el querer comerse la muleta, buscándola con codicia. Será cuestión de matices, pero caramba el abismo que media entre un caso y otro.

El primero era muy justito de presencia y hasta regordío, se limitó a cumplir en el primer encuentro con el peto, mal picado, fue tres veces más al caballo y de las dos últimas salió suelto, no queriendo saber más ni de palos, ni de puyas, ni de nada que le hiciera pupa. Complicó el segundo tercio a los de plata, esperando y convirtiendo en una empresa muy complicada el juntar al menos cuatro palos en el morrillo. Le recogió Robleño por abajo, reservón cuándo iba hacia los medios y pronto cuándo a la salida del muletazo se atisbaban las tablas o la puerta de toriles, mientras Robleño solo era capaz de soltarle trapazos sin sustancia, sin mandar ni en las embestidas, ni en ese continuo quererse ir rehuyendo la pelea. Marchó a los terrenos del cinco y una vez sintió la estocada entera, escapó sin pudor a refugiarse en tablas. A su segundo, el cuarto, le recibió Robleño con unas verónicas más que estimables por el pitón derecho. Apenas fue picado el toro, que ya en el último tercio comenzó queriendo comerse la muleta que el espada movía con demasiada celeridad, más queriendo frenar ese aluvión de codicia, que intentando conducir y mandar en las embestidas. Demasiados tirones, quitándole la muleta de repente al de Valdellán. Continuó por el izquierdo y el animal no cejaba en su empeño de hacerse con la presa, enganchones, carreras, muchas carreras, continuos cambios de mano, pero no había manera. Y el toro se fue sin que se le hubiera toreado.

Iván Vicente dio la sensación devenir a no dejarse llevar por el entusiasmo, demasiado ausente y como si no le importara que se le escapara esta oportunidad. A su primero, justito de presencia, le saludó sin ganas, hasta que el animal le arrancó el capote y con él enredado en los pitones, se fue suelto al caballo, para marcharse en cuanto notaba que el palo le hacía daño. Desconfiado con la muleta, con muletazos al aire, quedándose fuera y apartándose según pasaba el de Valdellán. Pico, enganchones y una desgana desesperante, que más parecía merodear al toro, que intentarlo torear. La misma forma de entrar con la espada ya decía bastante, saliéndose y clavando allí dónde cayera. El quinto salió perdiendo las manos, apenas se le picó, aunque muy mal, en muy mal sitio. Comenzó el trasteo Iván Vicente con la diestra y desde muy pronto se pudo apreciar la codicia del Valdellán, a lo que no se le opuso otra cosa que trapazos con el pico, echándolo para afuera. Uno quería atrapar la muleta y el otro solo la apartaba jugando con el pico y sin acabar de saber por dónde meterle mano a aquello que no paraba de embestir. Y bien que se estaría frotando las manos la hacedora de maldiciones, al ver como el toro había salido triunfador.

Cristian Escribano fue el elegido para que se las tuviera que ver con un cárdeno bastante anovillado, pero que despabiló a toda la plaza y que hizo que empezara a dudar de las cualidades de este torero. Le recibió con capotazos a pies juntos, sin conseguir que se quedara fijo en el engaño. Fue suelto al caballo, sin pararlo, para que el picador le provocara la arrancada. Mostró fijeza, pero poquitas fuerzas a la hora de empujar. En banderillas parecía que el novillote mostraba poca codicia, pero en ese hacer hilo queriendo buscar al que le había dejado los dos palos, empezó a dejar ver cosas. Ya en los primeros compases de la faena de muleta dejó claro que quería enganchar ese trapo rojo, una y otra vez, buscando y Escribano intentando que no le comiera por los pies, aunque el toreo con el extremo de la muleta, acelerado y para fuera no era la mejor opción para evitarlo. Muchos muletazos sin sustancia y empezaba a cundir la idea de que se le iba yendo un toro de bandera. Carreras y más carreras, un desarme, se le viene encima y el toro sin cansarse de embestir, boyante, alegre, codicioso, pero sin que nadie le mandara, sin que nadie le hubiera toreado por un instante. Costó mucho conseguir que se parara y cuadrarlo para tirarse a matar, un aviso y aún seguía queriendo coger la muleta. Varios pinchazos hasta llegar al bajonazo infame e inmerecido para este vendaval cárdeno. Sonaron dos avisos antes de que doblara y en el arrastre hubo quién pedía la vuelta para el de Valdellán, que quizá se la hubiera ganado si su matador se hubiera esmerado en la lidia y lo hubiera lucido en el caballo, pero dejando las suposiciones de lado, no era para esa vuelta al ruedo. Eso sí, me gustaría saber, que no lo sé, si los señores de la televisión comentaron algo de que este era un toro de vacas, de la misma forma que lo dijeron con otro toro que se limitó a jugar a la pelotita con el diestro que le tocó en suerte. Y salió el sexto el más grandón de todos y el más pesado, regordete, recibido con capotazos de trámite y con poquito sentido. Empezó empujando en el caballo, para después dormirse debajo del peto. Muy pendiente del caballo, quizá pedía un tercer puyazo, pero como ahora las cosas se hacen más por inercia, que por sentido común, se pidió el cambio y nos quedamos con las ganas de una tercera entrada, el toro incluido. Escribano pareció no querer enmendar la decepción de su primero y continuó mostrando su repertorio de trapazos, dejando la muleta como un telón al concluir el pase, que no rematarlo, lo que hizo que el toro se quedara con la cara alta, mirando a ver dónde estaba aquello que se le escapaba. Trallazos largando tela, en línea recta y sin torear, hasta que aburrió al personal y casi hasta al mismo toro. Quizá cada uno de los actuantes pensara que con todos los toros que habían salido en la fiesta, a ellos les tuvieron que anunciar en esta y que con tanto torero como hay en el escalafón y tanto bombo, va la de Valdellán y me tuvo que tocar a mí.

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