sábado, 8 de junio de 2019

Cuando los veedores se perdieron por Gredos


Que no hay manera de que uno se ponga a lidiar a un manso que no tiene un pase

Es innegable lo útil y práctico que es tener un navegador en el coche, pero ¡ojito! Hay que actualizarlos convenientemente, porque si no se vuelven locos y lo mismo quieres ir a Torremocha de los Montes y terminas en Torremocha del Mar, sin montes y sin nada parecido, pero con una playa llena de guiris al sol, que más parecen un convención de gambas a punto de espelechar, todas rojitas ellas. Y quizá ustedes no lo saben, porque no se preocupan de los profesionales del toro, de esa labor oscura y nada reconocida. Porque, ¿alguna vez se han puesto en el lugar de los veedores? ¿Ustedes saben la de kilómetros que tienen que hacer? Y miren que con los navegadores se les facilitó mucho el trabajo, pero claro, al final se desactualizan y… Puede pasar que el aparato les lleve por la carretera de Extremadura y de repente se vuelva loco y en lugar de ir a lo de los Lozano, acaben en la Sierra de Gredos. ¡Ay, Dios mío! Y por lo visto, allí acabaron, que se liaron y en el circo de Gredos vieron cinco cabras, puro encaste montés, y un mulo, encaste entre Rucio y Platero y, ¡hala! Ya hay corrida para Madrid y a precio de corrida grande.

 Y con la de Alcurrucén enchiquerada directamente desde la Sierra de Gredos, ya estaba todo listo para que los tres espadas saltaran al ruedo, Antonio Ferrera, Diego Urdiales y Ginés Marín. ¿Qué podía fallar? Pues vayamos por orden. Antonio Ferrera recibió a su primera cabra con ese amaneramiento contenido de nuevo cuño, que viste de inspiración. Sin sacar los brazos, acortando el viaje ya de salida. El animalito se lió a tirar derrotes echando la cara al cielo de Madrid. No dudó en escapar hacia toriles tras tocarse al último tercio. Allá se fue el extremeño, planta erguida, toreando al natural, muy eléctrico, pegando tirones a la muleta y sin rematar en ningún caso. Lo mismo con la diestra, tirando también de pico. Y parecía que el bicho hasta le comía el terreno. Vuelta al izquierdo y el espada parecía sentir la llamada del arte y se puso de nuevo entre sentido y pinturero, pero sin llevar en ningún caso toreado a su oponente, pero queriendo agradar al paisanaje, para que todo quedara en casa. Su segundo se puso a escarbar en cuanto pisó la arena, echando las manos por delante y con la cara alta. Suelto por el ruedo, ya en el caballo no paraba de pegar derrotes, queriendo quitarse el palo con auténtico frenesí y cuando no, salía espantado del caballo. Ferrera tomó la muleta y en su afán de pegar pases, ni molestaba al de Alcurrucén, muy al hilo del pitón, con trapazos casi por la cara. El toro amagaba con repucharse, para de repente darse media vuelta y tomar las de Villadiego. Insistió el matador, con el pico de la muleta, pinchazo y tras entrar a matar cayó en machetearle por abajo, como previo a un bajonazo.

Al chivo con trazas de equino que hacía segundo, Urdiales lo recibió sin entusiasmo, con capotazos de compromiso. Le molestaba el palo al animal, queriendo quitárselo en cuanto lo notó sobre su piel. El manso puso en serios apuros en el segundo tercio a Juan Carlos Tirado y el señor Ferrera solo fue capaz de tirarle el capote, a ver si sí, pero no. Que igual le pudo la inspiración artística, pero cuándo se trata de auxiliar a un compañero, casi mejor la eficacia que la estética. Muletazos de tanteo y el Alcurrucén se va al suelo. Pico echándose el toro para afuera, sin acabar de confiarse, alguna tanda más, frío, un desarme y a otra cosa. El quinto salió emplazándose y sin que nadie le ofreciera un capote. Se frenaba en el que le presentó Urdiales, echando las manos por delante. Cara alta en el caballo, tirando derrotes, para acabar repuchándose, quedándose sin picar. Tomó el riojano la muleta, empezando metiendo el pico, sin rematar y levantado la mano al final del muletazo, más pico, cambio a la zurda y naturales en línea recta, para proseguir plantando las zapatillas y dando un único pasito adelante tras cada muletazo, que en estos tiempos no es que sea cosa muy frecuente. Parecía intentar tirar hasta atrás, sin conseguirlo, `para acabar con uno medio aseadito que hasta ligó con el de pecho. Pretendía repetirlo con la diestra, pero el chivo ya iba con la cara a media altura. Cites de frente y ayudados a dos manos, para que el animal se desplomara tras el primero. Entera ligeramente, muy ligeramente trasera y desprendida. Y había quién comentaba que a Urdiales hay que verle con el toro y no con esto.

El primero novillejo de Ginés Marín salió como casi todos sus hermanos, con las manos por delante, a lo que el espada respondió no parándose quieto. En el caballo los espectadores del seis y el siete pudieron contemplar como el montado simulaba picar y apretar el palo, cuando la puya ni tan siquiera rozaba al torete. ¿Qué sentido tiene eso? Obviamente, no se picó, mientras Marín andaba por allí a ver qué pasaba, como si esperara que su oponente se colocara solo. Primer muletazo enganchado y la fiera se desploma. Muletazos muy desde fiera, con mucho pico, tanto por uno como por otro pitón, sin enmendar tal vicio, tan generalizado, en ningún momento. Y salió el sexto, el descolgado del rebaño caprino que mandó el clan Lozano como corrida de toros. Este no respondía a tales trazas, pues este era el mulo, el cruce entre el encaste del Rucio y el de Platero, que entraba a los engaños con la cara a media altura, suelto por el ruedo. Se fue él solito al que guardaba la puerta, con la cara alta, para marchar a continuación al de tanda y mientras no le picaban, Marín deambulaba de aquí para allá, sin saber a que atenerse. Ya con la pañosa en la mano intentó pegarle muletazos, siempre con el engaño atravesado, allí dónde pillara animal, persiguiéndole por todo el ruedo. Primero próximo a toriles, en seguida en la misma puerta de toriles prosiguiendo en un penoso deambular por el ruedo. Pero el extremeño jerezano no desistía en querer darle pases, dónde fiera y cómo fuera, pero quería darle pases. No se le ocurrió eso de machetearle, y así midió el ruedo detrás del mulo, que entre col y col, tiraba un arreón. Y es que estas cosas pasan por no actualizar los navegadores de los coches y esto fue lo que pasó al ir a reseñar una corrida de toros, cuando los veedores se perdieron por Gredos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Los toros, una birria. No diré más. Me resultó muy extraño el cuarto de la tarde, parecía descoordinado, como si no supiera pisar. Yo le hubiera hecho una analítica post mortem, con eso te digo todo. A Ferrera le he visto mal, Urdiales no tuvo su tarde pero fue el único de lo tres que a rachas intentó hacer el toreo y Marín con su repertorio 2.0

Un abrazo
J.Carlos

Enrique Martín dijo...

J. Carlos:
Se nos desdibujó todo, alejándonos un mundo de todo lo que pudiera parecer la fiesta de los toros, quizá porque no había toros.
Un abrazo