viernes, 28 de febrero de 2020

Revolucionario con chanclas y calcetines


A veces los verdaderos revolucionarios no caen en la cuenta de que lo son y los que no lo son, alardean de ello. Así es la naturaleza humana.

Nos llevan queriendo convencer desde hace muchos años, que el señor Casas, don Simón, es un revolucionario. Que incluso los hay que se lo han creído y hasta tal punto, que lo tienen como un modelo, como un líder de las barricadas, un adalid de la injusticia taurina, un campeón de los sometidos, un… Pero quizá lo único que tiene de revolucionario es el pelo alborotado y la voz altisonante incluso entre susurros, y la pomposidad de su palabrería vacía y repetitiva como las letanías muleteros de cualquiera de sus idolatrados “jartistas”.

Pero aparte del vocerío, uno no acaba de encontrar su revolucionario carácter por ninguna parte. Que se agarra a lo más ancestral del ser humano, alimentando todo lo que podría ser propio del viejo régimen, que no del suyo que cree tan revolucionario. Que sus mayores aportaciones se reducen a poca o casi ninguna novedad y se expanden en profundizar en lo de siempre. Que ya en su primera incursión en la plaza de Madrid, su gran invento fue el de poner un macrotascuzo junto a la plaza, para que ya antes de entrar los asistentes se pudieran ir entonando. Pero esto lo ha ido perfeccionando, que igual es ahí dónde él mismo cree que reside su espíritu revolucionario. Que ya como máximo responsable de las ventas, o eso nos ha hecho creer, se sacó de la manga lo de “Cénate las ventas”. Nos llenó las galeríias de más tascuzos y permitía que los hambrientos y sedientes entrasen y saliesen a su antojo, hubiera lidia o dejara de haberla en ese momento. Que como de todos es sabido, si uno se está trasegando un buen bocata o un barreño de alcohol o ambas cosas al tiempo, en el ruedo no pasará nada, ni bueno, ni malo. Que vamos, que si nos ponemos todos a darle a la flauta de jamón o chorizo de Salamanca, los toreros pueden estar tranquilos, que el toro no hará por ellos. ¿Se acuerdan de cuando niños un se veía casi atrapado y bastaba que se parase y dijera “casa”, para que ya no le pudieran hacer nada? Pues lo mismo, pero con toros y novillos toros. Y en ese afán revolucionario, convierte la plaza de Madrid en una discoteca , en una macro terraza y vaya usted a saber en qué más, cuando acaba el festejo. Que no han hecho más arrastrar al último de la tarde y empieza el tacatun tun peten que sacatún, que cualquier día un señor mayor bajando las escaleras le va a venir la inspiración bailonga y no te digo na’ como se le salga la cadera, el disgusto que nos vamos a llevar.

Pero no queda ahí la cosa. Recuerden que el revolucionario este un día dijop que le iba a dar al bombo. ¡Madre! La locura. Si es que es el Robespierre de los toros, el Che Guevara del barrio Ventas, el Lenin de la M-30. No diga revolución, diga Casas. Que tal revolución era elegir unos hierros que se rifarían todos los coletudos del planeta, que cualquiera que les tocara iba a ser una perita en dulce. Que decían que si los come hígados de don Adolfo, pero ya vieron cómo salió la cosa. Que al final la supuesta revolución no quedó ni en asonada de medio pelo. Que ha habido motines de parvulario mucho más tensos que aquel sorteo cuasi benéfico. Que este es un rasgo que también define a este caballero, tan revolucionario él, que se cuida muy mucho de ofender o molestar a los macroganaderos, a las grandes casas del toreo y por supuesto, a las figuritas. Que con estos pone caras, pero a todo que sí y que bueno. Los malos modos, el enseñar los dientes y el imponer, se lo guarda para los desheredados del toro, para los que tienen que jugarse mucho más que los muslos o el prestigio en una tarde de toros. Mano dura con el débil y sumisión con el poderoso. Ese es nuestro revolucionario.

Que para no liarnos más, su revolución se basa en dejar todo como está, en no menear nada, no vaya a ser que mueva el manzano un poquito y se le caigan dos reinetas en la coronilla. Un revolucionario que hasta para tejer sus discursos echa mano de algo tan antiguo como es la charlatanería, aquella que practicaron muchos maestros de la venta, que no de las Ventas, que te vendían mantas en el caribe, paraguas en el desierto o pareos en los Polos, pero sin engañar a nadie. Que quizá esa sea la innovación del señor Casas, don Simón, que su revolución, su parloteo no aguanta la verdad. Que al final no nos va a quedar otra que pensar que este caballero no es otra cosa que un revolucionario con chanclas y calcetines.

Enlace programa Tendido de Sol del 23 de febrero de 2020:
https://www.ivoox.com/tendido-sol-del-23-febrero-de-audios-mp3_rf_48099623_1.html

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