martes, 15 de septiembre de 2020

Tauropía, una isla en tierra de nadie



Aislados, esperando que llegue la gloria


Parece evidente y quien no lo vea es que no quiere verlo,  que el mundo está, si no desquiciado, sí descolocado, sin saber para dónde tirar. Y si el mundo está cómo está, qué podemos decir de los toros. Si en el mundo unos tiran para acá y los otros para allá, en los toros unos no saben para dónde tirar y los otros para lo suyo, pero exigiendo, y de qué manera, que tires tú también, que no hay más mundo, más solución que lo suyo. No hay más futuro que el que ellos quieran, aunque la evidencia nos diga que por el camino que ya habían tomado hace tiempo, tal futuro se diluía a muy corto plazo. Eso sí, los que parece que igual no tiran de la cuerda para ellos, quizá con otras maneras, también lo hacen, con esa sutilidad del “haz lo que quieras”, pero nada que pueda contrariarme.

Son malos tiempos para las minorías; de hecho, siempre han sido malos tiempos para estas, pero ahora parece que o blanco o negro, sin admitir el menor guiño a lo que unos consideran blanco o negro. Que en la mayoría de los casos, la ignorancia hace que unos u otros no acaben de saber que hay cosas sin color, si acaso, el color que marquen los sentimientos de cada. Pero puede que en unos y otros impere ese sentido de simplificarlo todo, etiquetar a diestro y siniestro y así poder rechazar de plano cualquier cosa que se nos ponga delante, sin tan siquiera mirar la mercancía, se mira la etiqueta y andando. Que les daría lo mismo que se les ofreciera la octava maravilla del mundo, que ellos la cubren con un velo de prejuicios que solo les permite ver la etiqueta. Como si estuviéramos en las rebajas de enero, se mira la etiqueta, se ve el precio y si es barato, a la bolsa. Que a lo mejor es una chaquetita para un bebé y el comprador mide casi dos metros, pero a euro y medio no se puede rechazar. Y lo mismo en sentido contrario, un magnífico Goya con una escena de su tauromaquia, pero a cien euros. ¡Aaaah! Eso no, se sale de mis parámetros y no lo puedo admitir.

Hay que cumplir lo que dice la mayoría, hay que seguir las normas del grupo, no se puede distorsionar el rebaño y que mientras todos pacen en un lugar, que haya uno que se vaya seis palmos más allá porque la hierba sea más sabrosa. Si se paran a pensar, ¿quién no pertenece a alguna minoría? Basta que a usted le gusten las motos de carreras, ya es algo que no gusta a todo el mundo, o si colecciona sellos, monedadas, abanicos, si escala montañas, si pasea por el monte, si es amante de la música barroca, si le gusta el cine japonés, si… Lo que quieran y hasta me podrán decir que son muchos los que comparten su afición, pero no son mayoría. Es más, el mundo seguiría girando sin esas minorías. O quizá no, bueno, sí, pero seguro que el mundo no sería lo mismo; las mayorías serían más potentes, quizá hasta más sólidamente unidas, pero, ¿sería esto mejor?

Pues ahora pónganse a pensar en el mundo de los toros. ¡Carambaaaa! Aquí no sé si tenemos dos mayorías o una mayoría con poder, una nebulosa de seguidores que siguen los dictados del poder y luego, allí a lo lejos, unos que luchan contra ese poder y al que esta mayoría, incluidos los de la nebulosa, se empeñan en arrinconar. ¡Fuera, quita bicho! Que ya pueden gritar que para dónde corren tan frenéticamente hay un acantilado de miles de metros y desde donde no se ve el fondo, que no se sabe si es acantilado al borde de un mar bravío o son las puertas del Averno. Pero nada, que se callen y no nos perturben nuestra feliz y alegre carrera hacia donde nos marcan los que manejan todo esto, sin caer en la cuenta que estos, como si fueran dibujos animados, al final del trayecto tienen ya preparada una rama de un árbol para agarrarse en el último momento y ver como todos los del rebaño se despeñan, muy felizmente, pero se despeñan. Y luego echarán la culpa a un tercero por no poner ramitas para todos. ¿Cabe mayor descaro?

Y los del rincón, ahí están, en tierra de nadie, pero que al ver como algo que ellos tanto amaban se despeñaba, hasta les darían ganas de dar ese definitivo paso adelante y abrazar el abismo por decisión propia. Quizá para estos habría que imaginar, pensar y crear una isla en el Mediterráneo en la que se criara el toro bravo, fiero y encastado, esperando a un héroe dispuesto a ponerse delante sin ventajas, con verdad, dispuesto a conquistar la gloria, a hacerse rico, ¿por qué no? Y a raptar el sentido de todos los que se reunieran en esa enorme plaza en mitad del mar, en la que nadie te llamara ninguna barbaridad por gustarte los toros, por exigir el toro, por esperar el toreo eterno, sin que cuestionaran ni si tus ideas son de aquí, de allí o más hacia un lado u otro, ni tus opiniones, que nadie te dijera eso tan feo de si tú te has puesto, si no te has puesto, ni tan siquiera eso de tan mal gusto y pocas entendederas de “disfruta lo votado”. Pero igual estamos pidiendo demasiado. Lo mismo tendríamos que empezar a darles vueltas seriamente a lo de imaginar, pensar y crear una isla en el Mediterráneo, quizás Tauropía, una isla en tierra de nadie.

Enlace programa Tendido de Sol del 13 de septiembre de 2020:

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo me apuntaría a esa isla. Si no hay otro medio de transporte, iría nadando. Rigores.

Enrique Martín dijo...

Rigores:
Lo mismo teníamos que pedir una ampliación o una isla grande para que entráramos todos los que querríamos estar.
Un abrazo