Seguro que alguno ya me ha oído relatar cómo “el Más Grande”, Marcial Lalanda, en su día agradeció a los antitaurinos su labor dentro de la fiesta de los toros, aunque seguramente que éstos no acababan de saber si el reconocimiento era sincero o se la estaban colando por toda la escuadra. Pues no seré yo quien contradiga al maestro de Rivas. Es más, incluso me atrevo a justificar este agradecimiento. Probablemente nadie en el “Planeta de los toros” haya puesto tan de acuerdo a tanta gente al mismo tiempo como lo han hecho los que han elevado la propuesta de abolición de la fiesta de los toros en Cataluña, la ILP dichosa.
Puede que esto nos haya hecho ver a todos que lo que considerábamos uno de nuestros tótems más sólidos de nuestra cultura puede tambalearse como si fuera un dominguillo. ¿Quién se iba a atrever a plantarle cara al arte de Cúchares, a la inspiración de Goya, de Lorca, de Picasso y de tantos otros genios? Pues los osados han sido un grupo de ciudadanos residentes en Cataluña y será porque consideran esta fiesta “española”, que lo es, o porque la consideran sangrienta, que también lo es. Les han llamado de todo lo imaginable e inimaginable, pero ellos han puesto sus argumentos sobre la mesa, aunque algunos sean peregrinos y erróneos, y han conseguido que el Parlament los someta a voto.
No obstante parece que no acababan de tomarles en serio; incluso el PSC permitió a sus parlamentarios que votaran “en conciencia” y, vistos los resultados, han decidido que en futuros sufragios la conciencia será la que marque el partido, no vaya a ser que irritemos a los votantes de otras comunidades con un sentimiento taurino más a flor de piel y que se organice un enorme pitote por dos verónicas y tres naturales. No hay más que ver el conato de debate planteado en Madrid por un asambleísta autonómico de IU, que inmediatamente ha sido desautorizado por la dirección del partido. “Cuidadín, cuidadín, que perdemos votos” habrán pensado sus superiores.
Pero lo que el antitaurinismo militante nos debe enseñar es que tenemos que salvaguardar el espectáculo en toda su esencia e integridad, ya que esta es la única manera de defenderlo, protegerlo y hacerlo fuerte. Más vale que pidan prohibirlo porque el toro es picado, lidiado y muerto a estoque, que porque vean a un animalito inválido, sin fuerzas, rodando por la arena mientras un señor vestido de colorines pone posturas histriónicas delante de su hocico.
El espectáculo de los toros siempre ha sido y será controvertido, pero es de verdad, donde la vida y la muerte bailan en pareja y a veces hasta hacen acrobacias que sobrecogen el corazón. Pero pocos son los que logran sustraerse a esa emoción y a la pasión de la tauromaquia si se les presenta con toda autenticidad delante de sus ojos. Es verdad que tiene mil caras, mil matices y tantas formas de entenderlo como aficionados existen en el mundo, pero hay algo común a todos, entendidos, no entendidos, turistas, advenedizos puntuales y profesionales del gremio y es que cuando en el ruedo surge el arte o aparece la casta y la bravura, a todo el mundo le llega. Pero esta fiesta es tan sincera y tan honesta, que cuando lo que se muestra es la mentira, la vulgaridad y el toro desaparece, entonces deja de interesar, deja de ser verdad para convertirse en una burla.
Precisamente en este punto, en plena lucha entre la verdad y la mentira, la honestidad y el engaño, es donde se separan los caminos del aficionado y del taurino. Los primeros que viven la fiesta como una forma de sentir, no quieren ceder lo más mínimo a favor del fraude y los segundos, que viven como reyes a costa de la fiesta, pretenden crear una falsa ilusión triunfalista en la que se crean ídolos para manejarlos a su antojo, bajo la apariencia casi divina de maestros en tauromaquia. Pues bien, esta batalla debe acabar. Los que enarbolan la bandera de la mentira están obligados a claudicar y entregar las armas al verdadero aficionado. Que cada uno asuma su papel, el ganadero criar el toro bravo íntegro, el torero conocer los secretos de la lidia y del arte del toreo, el empresario montar carteles con lo mejor que en cada momento sea posible, la prensa ser absolutamente parcial a favor de la fiesta y no a favor de los toreros afines y el aficionado seguir acudiendo a las plazas. Quizás ahora mismo éste es el único que cumple con su parte. Porque de momento parece que pueden salvarse los toros en Cataluña, aunque estén en la cuerda floja, pero si dejamos que se abra esta puerta, puede que no la podamos volver a cerrar.
Puede que esto nos haya hecho ver a todos que lo que considerábamos uno de nuestros tótems más sólidos de nuestra cultura puede tambalearse como si fuera un dominguillo. ¿Quién se iba a atrever a plantarle cara al arte de Cúchares, a la inspiración de Goya, de Lorca, de Picasso y de tantos otros genios? Pues los osados han sido un grupo de ciudadanos residentes en Cataluña y será porque consideran esta fiesta “española”, que lo es, o porque la consideran sangrienta, que también lo es. Les han llamado de todo lo imaginable e inimaginable, pero ellos han puesto sus argumentos sobre la mesa, aunque algunos sean peregrinos y erróneos, y han conseguido que el Parlament los someta a voto.
No obstante parece que no acababan de tomarles en serio; incluso el PSC permitió a sus parlamentarios que votaran “en conciencia” y, vistos los resultados, han decidido que en futuros sufragios la conciencia será la que marque el partido, no vaya a ser que irritemos a los votantes de otras comunidades con un sentimiento taurino más a flor de piel y que se organice un enorme pitote por dos verónicas y tres naturales. No hay más que ver el conato de debate planteado en Madrid por un asambleísta autonómico de IU, que inmediatamente ha sido desautorizado por la dirección del partido. “Cuidadín, cuidadín, que perdemos votos” habrán pensado sus superiores.
Pero lo que el antitaurinismo militante nos debe enseñar es que tenemos que salvaguardar el espectáculo en toda su esencia e integridad, ya que esta es la única manera de defenderlo, protegerlo y hacerlo fuerte. Más vale que pidan prohibirlo porque el toro es picado, lidiado y muerto a estoque, que porque vean a un animalito inválido, sin fuerzas, rodando por la arena mientras un señor vestido de colorines pone posturas histriónicas delante de su hocico.
El espectáculo de los toros siempre ha sido y será controvertido, pero es de verdad, donde la vida y la muerte bailan en pareja y a veces hasta hacen acrobacias que sobrecogen el corazón. Pero pocos son los que logran sustraerse a esa emoción y a la pasión de la tauromaquia si se les presenta con toda autenticidad delante de sus ojos. Es verdad que tiene mil caras, mil matices y tantas formas de entenderlo como aficionados existen en el mundo, pero hay algo común a todos, entendidos, no entendidos, turistas, advenedizos puntuales y profesionales del gremio y es que cuando en el ruedo surge el arte o aparece la casta y la bravura, a todo el mundo le llega. Pero esta fiesta es tan sincera y tan honesta, que cuando lo que se muestra es la mentira, la vulgaridad y el toro desaparece, entonces deja de interesar, deja de ser verdad para convertirse en una burla.
Precisamente en este punto, en plena lucha entre la verdad y la mentira, la honestidad y el engaño, es donde se separan los caminos del aficionado y del taurino. Los primeros que viven la fiesta como una forma de sentir, no quieren ceder lo más mínimo a favor del fraude y los segundos, que viven como reyes a costa de la fiesta, pretenden crear una falsa ilusión triunfalista en la que se crean ídolos para manejarlos a su antojo, bajo la apariencia casi divina de maestros en tauromaquia. Pues bien, esta batalla debe acabar. Los que enarbolan la bandera de la mentira están obligados a claudicar y entregar las armas al verdadero aficionado. Que cada uno asuma su papel, el ganadero criar el toro bravo íntegro, el torero conocer los secretos de la lidia y del arte del toreo, el empresario montar carteles con lo mejor que en cada momento sea posible, la prensa ser absolutamente parcial a favor de la fiesta y no a favor de los toreros afines y el aficionado seguir acudiendo a las plazas. Quizás ahora mismo éste es el único que cumple con su parte. Porque de momento parece que pueden salvarse los toros en Cataluña, aunque estén en la cuerda floja, pero si dejamos que se abra esta puerta, puede que no la podamos volver a cerrar.
4 comentarios:
Estimado Enrique,
Estoy de acuerdo en esencia con lo que dices. Soy optimista y a lo mejor no tengo por qué, no sé, pero algo me dice que 2010 va a seguir siendo año taurino en Cataluña.
Los "anti" refuerzan su postura con el discurso político mientras que a los taurinos no nos queda otra que defendernos, "a lo nuestro", dentro de la legalidad, más allá de invadir cosos a discrección.
Ganaremos la batalla final y... la guerra.
¡Felices Fiestas!,
Luis
Luís:
Felices Fiestas para ti, aunque también lo he hecho en tu blog, que recomiendo a todo el mundo (Tercio de Pinceles) y que el año que viene y muchos más, podamos ir a los toros en Barcelona.
No sé si te van a hacer mucho caso: no todos tragan bien el que pongas a cada uno en su sitio.
¡Feliz Navidad!
Seguro que no hacen mucho caso, pero ellos sabrán lo que hacen ¡Feliz Navidad!
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