Lo que se agradece ver torear bien de capote
Tan mosqueada iba la gente con los vendavales, que temía ver
algo tan vulgar y corriente como lo de los días precedentes, incluso pensaban
que el aire podría echar a volar los Toros de El Puerto de San Lorenzo, pero no
fue así. Salieron con bastante más presencia que la novillada del día anterior,
los Cuviñajos. Salió el primero de la familia Fraile Martín para que Thomas
Dufau confirmara el doctorado como matador de toros. El animal parecía carecer
de fuerzas y entraba con bastantes precauciones a los engaños. No parecía tener
muy en cuenta el día que era para el galo, pero tampoco hay que echárselo en
cara, pues el propio interesado tampoco parecía estar muy presionado. Tocó
poner el toro al caballo y allí lo tiró. Le taparon la salida al animal, que
cabeceaba el peto, luego solo señalaron el puyazo ante la evidente flojedad que
mostraba. Se dolió en banderillas, pero después se arrancó con ganas a la
muleta que Dufau le ofrecía por detrás. Aparte del viento que molestaba
bastante en algunos momentos, se mostró perfilero, con muchas carreras y
enganchado al pico. Se le vieron intenciones de dar los pases completos, pero
la falta de gusto y espíritu modernista no le permitieron lucir más las buenas
intenciones. Arrimón animoso e innecesario al final, abuso del martinete
versión eléctrizante, manoletinas con el toro casi parado y aquello parecía no
terminar nunca. Tuvo que ser una estocada entera rinconera y muy trasera la que
acabara con aquello.
El Cid recibió a su flojo primero sacudiendo el capote en su
cara, por si tuviera polillas sería; ausente de la lidia, mal colocado, dejó ir
al toro al peto al relance; casi no le picaron. Faena de sosos con la muleta,
soso el toro y soso el torero, pero este además estaba muy desconfiado y sin
acabar por donde meterle mano al del Puerto. Desarmes, carreritas, mucho pase
vulgar y aburrido. Pero bueno, a todo el mundo le puede ocurrir que no se
acople con un toro. En el segundo iba a ser, pero ni el toro, que salió muy
frío, más de lo que estos toros suelen salir incluso, pero El Cid no modificó
la estrategia, dejar al toro con un ahí te quedas y delegar en el peonaje la
lidia. El toro quería empujar, pero sin fuerzas se hace complicado. Suelto y
rebrincado salió de la primera vara, en la segunda empujó, pero solo le señalaron
el puyazo. Se dolió en banderillas, donde complicó a los rehileteros echando la
cara arriba. El Cid tomo la muleta y se volvió a mostrar inseguro, sin
convencimiento, muy incómodo, resolviendo con un trapaceo por la cara y tomando
la espada. Quizás debería pensar un poco en lo que fue en esta plaza y en lo
que es ahora. El aficionado ya ni tan siquiera piensa que pueda ser
recuperable, lo da por perdido. Están lejos aquellos días en que él solo era
suficiente reclamo para ir a la plaza y ahora muchos se lo toman como día
libre. Ya sabemos que el aficionado es idiota, lerdo, torpe, bobo, extremista,
talibán, intransigente y además paga, pero sabe lo que quiere y lo que no. Y a
El Cid ahora no lo quiere.
Llegaba de nuevo a Madrid Daniel Luque, el que fue novillero
conflictivo, el arrogante matador que se iba a encaramar al Olimpo taurino en
dos muletazos, el que mató corridas de seis toros y que no dijo nada al
aficionado, el que desaprovechó mil oportunidades. Pero lo que son las cosas,
yendo casi de relleno en esta feria, aunque sin estar bien, ni merecerse cortar
esa orejita, ha sido la vez en que más serio y más centrado le he visto.
Recogió a su primero con unas verónicas muy lentas, pero no por mérito suyo,
sino porque el de los Fraile no tenía resuello para ir más rápido. No empujó en
el caballo, no podía. Aunque en un primer quite el matador volvió a torear más
que aceptablemente a la verónica. Llevó bien al toro al segundo encuentro y a
la salida volvió a repetir quite, pero en esta ocasión mejorando lo anterior.
Verónicas con los pies fijos y sin perder terreno, sin echar el pasito atrás,
metiendo al toro en el capote, toreando de verdad, con la tela horizontal, para
que eso no fuera un simple abaniqueo, llevándolo empapado en el engaño. Sobre
todo dos y la media, enroscándose el toro como si quisiera emular al propio
Belmonte; algo que no es muy viable, pero si digno de alabar. Con la muleta no
fue todo en este tono, demasiado despatarrado y escondiendo la pierna de
salida, demasiado acelerado, lo que le hace embarullarse. Demasiado perfilero y
retorcido al natural, estirando mucho el brazo, fuera de cacho y vulgarote,
dejando que su oponente se le marchara sin torear; sin fuerzas, pero sin dejar
de embestir. Estocada trasera y una orejita que a algunos ya les hacía pensar
que otra vez se iban a levantar las corrientes de aire. En su segundo, muy
suelto, sin que nadie consiguiera fijarle, manso y siempre queriendo irse a las
tablas, no fue posible lucirse. Tuvo que irse a toriles para ver si así cabía alguna
posibilidad, pero lo uno posible era fajarse con él por bajo y a matar. No
mereció la oreja, estuvo mal y moderno con la muleta, pero con la seriedad que
le he visto con el capote ha conseguido que por primera vez pueda confiar en
que es un torero que puede ser recuperable.
Acababa el que empezó, Thomas Dufau, más perdido que en el
otro, que ya es perderse, dando muchísimos capotazos inútiles, dejando el toro
a su aire en el caballo, lo mismo de dentro a fuera, que donde pille. Al final
quiso recuperar en la muleta el terreno perdido, pero solo dejó claro que es un
torero vulgar, que desconoce lo que es la lidia, que no está acostumbrado a un
toro que no sea una borrica y que si no es porque le apodera la parte francesa
del triunvirato, lo mismo se había quedado en una aldea gala de la Camarga. Eso
sí, al menos tenemos asegurado el ventarrón de siempre en las Ventas y nos
evitaremos que además haya más corrientes con tanta puerta abierta.
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