Que no todo es jolgorio en los Sanfermines |
Antes era costumbre celebrar encierros en Pamplona una
semana al año, siempre por el mes de julio, en los que el toro corría por las
calles en pos de los aguerridos mozos que tenían el cuajo necesario e imprescindible
para templar la carrera que les llevara Cuesta de Santo Domingo arriba.
Mercaderes, Estafeta, Telefónica, hasta la plaza de toros. Pero la modernidad y
el glamour, con su bella cara y agrietado espíritu también han llegado a la
capital navarra. Sin hablar de la ignorancia, que lo mismo se enseñorea por el
las calles por donde pasarán los toros, que a cientos de kilómetros en los
comentarios de los expertos en encierros.
Da gusto ver a esos Adonis rubicundos elegantemente vestidos
como para lucirse por Saint Tropez, con el imprescindible pañuelito al cuello.
Con su terno “de durse” se les ve dar saltitos distraídos, sin saber donde
ponerse para esperar a la manada, quedándose con cara de bobo que no se entera
cuando un lugareño les hace alguna indicación, pero ellos dicen que sí con la
cabeza, como si se enteraran. Tan integrados se sienten, que van con su
cuadrilla de siempre, los amigotes de Wisconsin, de la hermandad Alfa de YALE,
los Omega Plus de Harvard o el Yatching Club de Remeros de un pueblo pegadito a
Cambridge. Y luego pasa lo que pasa, que uno decide que se junten en la curva
que encara la calle Estafeta, porque allí es donde mejor se ve pasar a los
toros. Y allí que están los policías locales empujando a una masa de
“aficionados de toda la vida” para apartarlos y hacer sitio a los toros, que no
es que estos no sepan abrirse camino, pero lo hacen a su manera. Y también
están los que no acaban de aclararse muy bien en que esquina han quedado con
los de su cuadrilla, en la curva de la Estafeta, en la parte derecha, ¿pero tu
derecha o mi derecha? No, la derecha según se sube ¿Pero según se sube para
arriba o según se sube para abajo? En esto que llega un colega por detrás, les
vacía un pack de Don Simón por la cabeza, todos se ponen a dar voces y un poco
pasadas las ocho, ves a dos gilipollas esperando a los toros apoyados en el
tablado sobre el que cada mañana, año tras año, se estrellan los toros sin
poder evitarlo.
Pero No solo hay rubios pegando brinquitos con cara de ”Oh,
mai goz”, también hay rubias de cortos pantalones, corta camiseta y larga
curda, que de la mano pasean sonriendo por el recorrido, cogiditas de la mano y
sin poder caminar derechas, cuando no lo hacen cogidas a un espabiladete que
quiere confraternizar con otras culturas. Aunque no querría yo que nadie piense
que sólo los guiris estorban más que una suegra en la Luna de Miel, también
están los zopencos patrios, esos que dominan esto del toro a la perfección y
que con toda la autoridad que su afición les permite, no dudan en agarrarse al
lomo de los toros, como el que se agarra al pescante del tranvía; y para que se
les vea bien, no dudan en ponerse la camiseta de su equipo, el Aleti, el
Valencia, el Madrid, el Betis, el Barça, siempre hay una camiseta que destaque
entre tanto blanco y rojo y que cumple a la perfección la función de
identificar a los “expertos”.
Si hay algo que caracteriza a estas fiestas, es la
hospitalidad y esa capacidad ilimitada de acoger a todo el mundo que ofrece
Pamplona y tanto es así, que hasta las borregas descastadas tienen el paso
franco en los Sanfermines. Si antes lo habitual era ver el toro por las calles,
ahora, al igual que los guiris deudores de Hemingway, se pasean por la estafeta
como por una pasarela de moda, también lo hacen esos animalillos que no sé si
se les puede llamar toros sin ofender a los que durante décadas les han
precedido. Los de Alcurrucén, Torrestrella, Valdefresno, el Pilar o Victoriano
del Río pueden servir para que la gente se haga la ilusión de estar viendo
toros. Ya se sabe, hay que abrirse a la novedad. Incluso hasta batirán el
record del encierro más veloz; temblando estarán los Jandillas, ellos siempre
rápidos como centellas. Y si alguno se queda petrificado entre la masa de
candidatos a correr y ser revolcados en el encierro, no pasa nada, eso es un
síntoma evidente de la nobleza y buena educación de las reses de nuestros días.
Pobre animal, no sabía si arrancarse a los bellezones nórdicos o si dejarse
montar para hacerse una foto de recuerdo. estos son los que luego en la plaza
mantienen el tipo y se siguen aguantando las ganas de embestir y de comprometer
a los de las medias rosas. Pero entiéndanlos, si durante todo el año se van
arrastrando indignamente por esas plazas de Dios, cabreando a todo el que paga
su entrada, no iban a ser menos con la afición pamplonica.
Quizá alguno saque la conclusión de que uno infravalora y
desprecia esto de los Sanfermines, los corredores, el toro, la tradición, la
fiesta y el que durante una semana esta ciudad se abra a todo el mundo. Ni
mucho menos. Más bien todo esto es lo que a uno en particular le hace valorar
mucho más lo que es esta fiesta. A veces ocurre eso, que viendo lo malo y lo
frívolo, aprendes a apreciar en mayor medida lo auténtico y lo que tiene valor.
Entre tanta curda hay unos señores y señoritas, aunque pocas, que descansan y
se levantan para correr el encierro en las mejores condiciones, que en la calle
saben que no todo vale, que el toro es lo primero y que allí existe un peligro
cierto y verdadero, que tanto da que hacer al santo Fermín, echando capotes a
diestra y siniestra, porque cuando el toro está presente, la cosa se pone muy
seria. Cuando oigo hablar de los encierros siempre se me vienen a la cabeza las
palabras de un corredor, al que al finalizar un reportero le preguntaba si
había sido emocionante la carrera. La respuesta no podía ser más lógica, en
todos los encierros hay emoción. Puede que sea esta fiesta uno de los reductos
de esa emoción asegurada, que antes siempre aparecía con el toro. No sé si será
lo más acertado el detenerse en lo accesorio y superficial de los Sanfermines,
pero lo que sí tengo claro es que a muchos nos hace desear todavía más, la
autenticidad y verdad de los encierros. Lo de la fiesta, las charangas, las
estupendas comilonas, la diversión, la lujuria y la locura, por supuesto, que
no falte, pero si no mezclamos, mucho mejor, aunque sea por respeto a tantos
que se toman el toro muy en serio.
6 comentarios:
¿Y cómo crees que sobrevivirán esos encierros sin el "valor añadido" sin "la fiesta, las charangas, las estupendas comilonas, la diversión, la lujuria y la locura..."?
La falta de toros tiene que suplirse de algún modo. Sea con jolgorio o sea con otra cosa... porque las reses que corren hogaño, son eso, reses, más no toros...
Un abrazo.
Enrique:
Magnífica entrada.
Un abrazo
Bueno Enrique, todos los años espero a que acabe San Fermín para escribir algo sobre la fiesta pamplonica. Y en eso estoy, preparando la entrada y curiosamente casi todo se acerca a lo que dices en la entrada. Genial como siempre.
Cada vez que hay un toro de por medio, la emoción y la muerte ronda por cada rincón del recorrido, y en estos tiempos que corren en Pamplona, con tanta masificación y tanto guiri, créeme que demasiado poco pasa. El primer dia, uno de Alcurrucen perdonó a unos cuantos y hoy los del Pilar han demostrado una vez mas que el toro esta mucho mas por encima que cartones de tinto y despiporres varios.
Si preguntas a un navarro de pura cepa, de los que de verdad respetan y viven el toro, te dirán que ellos tampoco conocen la fiesta actual. Eso si, lo que no cambia es lo de por la tarde en la plaza. Unos siguen haciendo lo mismo y los de Dolores Aguirre en Dolores Aguirre.
Un abrazo.
Xavier:
Seguirá habiendo fiesta y a lo mejor hasta encierros, pero no creo que los pamploneses que ahora se lo toman muy en serio, se sentirían muy satisfechos con otra cosa. Además, esa seriedad se ha demostrado precisamente los días en que las cosas se han puesto más peliagudas.
Un saludo
José:
Muchas gracias
Un abrazo
Marín:
Creo que ha quedado muy claro en estos Sanfermines, que el jolgorio va por un lado y todo lo que tenga que ver con el toro, por otra, y si se intenta mezclar, mala cosa. Y que el toro y lo de la Tauromaquia 2.0, casi tienen menos en común que el encierro y el kalimotxo, que es tener poco en que tocarse.
Un abrazo
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