viernes, 18 de septiembre de 2015

Las fiestas de Tamames vuelven en septiembre

Tamames es el toro


El último fin de semana de septiembre cuyo martes caiga también en septiembre, en Tamames, Salamanca, mi pueblo por deseo y por sentimiento, son las fiestas. Podría empezar a decir que se vive el toro con especial intensidad, que es un pueblo que se vuelca con el toro, pero me resultaría muy extraño, sumamente extraño, pues eso querría decir o podría hacer pensar a la gente que esto se da una vez al año y punto. No habría mentira mayor, porque en este pueblo de Salamanca se vive el toro desde el uno de enero hasta el 31 de diciembre, pero de una forma muy natural, con la cotidianeidad que da el convivir con él y el tenerlo presente permanentemente. ¿Cómo no va a ser así y si no era infrecuente el que unas señoras llegaran de dar un paseo por la dehesa y te contaran que se habían tenido que dar la vuelta porque una vaca se había saltado la tapia del Puerto? Yo recuerdo ir en coche y notar un profundo olor a pollo frito y acabar en un herradero en Agustínez. Quizá las fiestas sean simplemente una excusa para meter el toro en la plaza del pueblo.

Todavía mantengo los recuerdos de las carreras del personal detrás, o delante, de una vaca huida de una finca y cómo mi abuela me agarraba para meterme corriendo en casa, aunque rescatado y rescatadora no pudiéramos dejar de mirar de reojo, a ver cómo era la vaca. Cuando jugábamos los niños a los encierros por la calle larga, la calle del cuartel y acabar en la plaza vieja, aquellas de tablones que se montaba en la plaza. Y mientras, los abuelos escuchando la corrida de Salamanca por la radio. El silencio era absoluto. El abuelo no dejaba hablar ni cuando se comía, ni cuando el parte, ni cuando radiaban los toros. Vaya con el abuelo, que en sus años mozos se acercaba siempre una semanita a Madrid para ver las corridas. Pero como buen hijo del pueblo, no  alardeaba de ello, era lo más natural, acaso, ¿se podía vivir sin el toro? ¿Era posible respirar sin él? Pues nunca lo sabremos, porque nunca dejó de estar presente.

Tamames siempre ha sido un pueblo que ha gustado de perseguir ilusiones, la de encontrar un torero propio al que acoger bajo su manto, ya fuera nacido allí o no, parecía bastar con que se hubiera despejado con el olor sulfuroso de la Fuente del Roldán, para que ya lo tomaran como propio y lo siguieran por todas las plazas del mundo. Primero había que pasar el examen de torear el domingo de fiestas y si fuera el martes, el gran día, mucho mejor. Ese martes que tanto añoran los que tuvieron que emigrar y que aunque vuelvan cada septiembre a honrar a su Cristo del Amparo, si no se quedan al martes, la cosa les sabe a poco y tienen que sufrir ese amargor que provoca el tomar la carretera de Salamanca el domingo al atardecer, justo cuando la gente se apresura para ir a los toros. Pasan por el cementerio y como cada año repiten que el próximo se quedarán a vivir ese martes mágico, el deseado, que la lejanía lo hace maldito.

Los encierros a caballo, con los cencerros, el restallar de los cascos por la calle y las voces que marcan el paso los toros. Cuántas veces no tendré que haber escuchado la historia del día en que a mi padre casi le cuelgan de un palo por la simple ocurrencia de asomar por una esquina agitando unos cencerros. Las señoronas enjoyadas encorvadas de tanto peso se arrastraban buscando refugio, los hombres se rompían las  costuras del traje de gala para subirse a los balcones, y los críos eran llevados en volandas para librarlos  de los pitones mientras otros abrían los ojos atónitos esperando los negros de cuernos blancos,. Y entonces se encontraron de frente al mozo de mirada maliciosa y la sonrisa del que se sabe que la ha hecho muy gorda, justo antes de tener que salir volado. Tantas veces lo oí y tantas más lo conté. Y yo que creía que mi padre era un tío serio.


Tamames, todos los años, en septiembre, el último fin de semana siempre que el martes caiga en septiembre, los que están disfrutan de las fiestas y los que no estamos las añoramos: los coches chocones, la Pista, el Casino, La Bombilla, el Cristo que no te deja retener la emoción al pensar que los tuyos lo llevaron un día en hombros, los encierros a caballo, los toros en la plaza, como debía ser, los juegos de niños toreros y siempre el toro, como un vecino más. Pero no se crean ustedes que este es un pueblo taurino, ¡noooo! No se equivoquen, Tamames no es taurino, Tamames es la tierra del toro, es su casa y si lo quieren comprobar, ya saben que las fiestas de Tamames vuelven en septiembre.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

"...Prácticamente, todas las fiestas que organizábamos tenian encierro por las calles. Los encierros eran una actividad muy dura porque toda la obsesión de los lugareños era espantar el ganado para que se volviera y que la diversion durase el mayor tiempo posible, lo que complicaba mucho el trabajo.
Teníamos bueyes y caballos muy preparados para arrear con fuerza a la manada, y cuando cogian velocidad resultaba más dificil que se dieran la vuelta. Pero aquella gente era muy bruta y llegaban a meterse entre los caballos y las reses para que no pudieramos apretar. Entonces no nos quedaba otro remedio que arrollarlos o derribarlos con la parte trasera de la garrocha. Alguno perdió la dentadura en uno de estos forcejeos, y a nosotros nos tuvieron que esconder en más de una ocasión para no ser linchados.
Las pocas veces que los paisanos se salian con la suya aquello se hacia interminable , los novillos aprendian y no habia forma de encerrarlos en los chiqueros. Teniamos que arriesgar al limite y en más de una ocasión resulté cogido. Tuve mucha suerte con los percances, pues aunque fueron numerosos no resultaron graves, salvo el de septiembre de 1961 en los festejos de ..."

Victorino Martín Andres
extraido del libro "Victorino por Victorino"
Autor: Victorino Martín García
Expasa Calpe año 2000

Saludos desde Almeria, felices fiestas y encierros.
Ängel

Enrique Martín dijo...

Ángel:
Gracias por el apunte, aunque no sé si Victorino puede estar muy orgulloso de estas palabras, primero en la forma de hablar de la gente de los pueblos y luego de como se los quitaban de encima. Aunque tampoco resulta raro.
Un saludo

Eugenio Vidal dijo...

Mañana es el primer encierro en Algemesi,donde los toros corren junto a los cabestros desde el corral hasta la plaza pero sin pasar por el ruedo directamente a los corrales. Mañana corren novillos-toros de Rehuelga.
Saludos

Enrique Martín dijo...

Eugenio:
Muchas gracias por la información. Da gusto ver como el toro invade las calles de los pueblos, en especial en el mes de septiembre, en el que no se pueden contar todas las fiestas que se celebran.
Un saludo

Anónimo dijo...

Hablar de Tamames es recordar con enorme cariño los campos charros de Salamanca, es recordar a Julio Robles y su ganadería de La Glorieta.
Los “patas blancas” de Barcial. Esta ganadería fue fundada por D. José Vega en 1910 con un singular cruce de reses de Veragua y de Santa Coloma. En 1944 la compraron los señores Villar, que dieron a la ganadería parte del realce que mantuvo en cierto tiempo.

Durante los años cincuenta, los toros jirones y de patas blancas de Barcial fueron asiduos de las plazas de primera categoría. Poseían una gran arboladura en sus cabezas, y capas características y originales, éstas iban desde el jirón hasta el berrendo en salpicado, pasando por los toros coleteros, botineros y luceros. Bajos, bien hechos de patas y de pelo muy fino, los “patas blancas” de Barcial tenían mucha plaza y trapío, a pesar de ser pequeños de tamaño.
Bravos y codiciosos en la primera parte de la lidia, se quedaban nobles y suavotes para la muleta. Especialmente por esto, eran demandados por todas las grandes figuras, desde Manolete hasta El Viti, Paco Camino y Diego Puerta, sin olvidar a El Cordobés, que logró importantes triunfos con los toros de Barcial.

Pero, con las nuevas normativas y el especial interés de algunos ganaderos poseedores del encaste Parladé instalaron en los principales ruedos españoles la obligatoriedad del peso mínimo. Esto desplazó a los bravos y nobles barciales, que difícilmente lograban los pesos exigidos, a plazas de menor categoría.
No obstante, el ganadero Arturo Cobaleda González, continuo fiel a la tradición, conservando puro el encaste.
Siguieron siendo unos toros de belleza espectacular, serios y astifinos, y, sobre todo, pertenecientes a un encaste único, que por nada del mundo debería haberse perdido.

Fernando Zorita

Enrique Martín dijo...

Señor Zorita:
Gracias por su comentario tan ilustrativo y que nos recuerda la tradición ganadera de Salamanca y algunos de los vaivenes de los hierros de allí. Creo que igual que lo hago yo, otros lectores disfrutarán de su enciclopedismo, pero si lo desea, también puede expresar aquí sus sentimientos e ideas propias.
Un saludo