miércoles, 7 de junio de 2017

Me acordaba de los Victorinos… o igual no


Aquel espectáculo de los Victorinos en el caballo

Que si el hocico de rata, que si las alimañas tobilleras, que si hacían surcos embistiendo, que si la casta, que si se crecían en el caballo, que si… Tan lejos que parece aquello y lo que es peor, lo difícil que parece que pueda volver algún día. Cuándo salían público y aficionados llenos de entusiasmo y enamorados de un toro o dos o de toda la corrida, sin acabar de saber por cuál decidirse, cuál elegir. Lo mismo que ocurre hoy en día, pero con algunos parámetros sensiblemente cambiados. De no saber cuál elegir entre lo bueno, se ha pasado a no acaba r de saber cuál elegir, ni tan siquiera si se puede elegir alguno, pero por lo cortitos que se quedan estos Victorinos de Victorino jr. y familia. Porque además de comportamientos muy diferentes, de la alarmante decadencia de la casta en esta casa, nos encontramos con el inconveniente de la falta de presencia, de toros a los que incluso cuesta pasar el reconocimiento y una vez superado, en el ruedo aparecen anovillados, escurridos, con caras destartaladas que antes no lucían y hasta con esa flojera que hace que el caballo, en ocasiones, sea una pura pantomima, especialmente en comparación con los tercios de varas que protagonizaron en otros días los toros de don Victorino Martín Andrés, alias “El Paleto”, vecino de Galapagar, Madrid.

El gran debate era discernir si tal o cuál toro era malo o peor o si ese con aspecto de chiva rasposa y encornadura de alce iba a acudir a la muleta mejor de lo que dejaban ver o peor de lo que parecía. Rompió el fuego un primero, para Diego Urdiales, que realmente no tenía trapío ni para ponerlo en un belén. Salió rematando en el burladero y no había pasado casi del tercer capotazo, que se paraba y perdía las manos. Acudió andandito al caballo, para que no le picaran, soltando derrotes ya fuera con el palo apoyado en su lomo o en la grupa del penco. Se salió y volvió tímidamente y teniendo que realizar verdaderos esfuerzos para aguantarse en pie y ese leve raspalijón del picador ya contó como una entrada al caballo. Que buena forma de dejar ver al toro, que una colleja te la cuentan como puyazo. Capotes al cielo para sujetar al de Victorino que por allí andaba con un trotecito cansino. Urdiales le intentó probar por ambos pitones con la diestra y quedó claro que el animal ya se quedaba. Intento de sacarlo más allá del tercio, pero era absurdo intentar hacer nada con ese moribundo. El cuarto, otro en el tipo chiva, ya salió quedándose por ambos pitones. En el caballo, mientras el señor de arriba intentaba atinar de una vez con el palo, el animal hasta parecía que quería empujar y todo, pero querer no siempre es poder, para acabar pegando derrotes. Una segunda vara dándole distancia, arrancándose al paso, sin alegrías, para recibir un puyazo trasero del que se defendía dando cabezazos. E incluso hubo un tercer encuentro, caso insólito, aún a mayor distancia, se lo pensó bastante, pero aún así, se volvió a arrancar al paso, sin entusiasmo. Lo que no sé es si estas tres entradas al caballo pudieron hacer pensar que el toro era otra cosa de lo que fue en realidad. Ya en banderillas dejo ver su forma de embestir, se arrancaba para quedarse parado de repente, lo que mantuvo en el tercio de muerte. Arreón y frenazo, a lo que Urdiales respondió con un toreo de demasiadas proximidades, que igual no era lo que más le beneficiara al de Victorino. Le costaba un mundo arrancarse, los muletazos, por el izquierdo, de uno en uno y con la muleta retrasada, dando más la sensación de que se estaba dejando pasar el tiempo, que de pretender sacar algo en claro.

A Alejandro Talavante, por eso de no ser menos, le salió su cabra correspondiente, que tomó las verónicas de inicio, la mayoría rectificando, entre respingos. La verdad es que el público estaba con el extremeño, algo que se confirmó más adelante. Entro el de Victorino al caballo con un ligero cabeceo, continuando con mayor fijeza, mientras el del palo no acababa de atinar dónde picar. Aquí o atamos al toro o al caballo o a los dos, y así evitamos trances tan comprometidos a los picas. Pero también hay que entenderlos pues no ejercitan demasiado eso de tirar el palo, enganchar en el morrillo y aguantar los embates de los toros sujetando la vara con firmeza. Ya en el segundo puyazo, quizá por eso de que acudió al peto poco menos que a rastras, le costó menos atinar, justamente para no picar. Comenzó Talavante por abajo, sin tampoco abusar del castigo, para echarse la muleta a la izquierda y enjaretar una serie pasándose el animal a una distancia prudencial, citando desde fuera. El toro acudía como un corderito, como uno de esos que tanto gustan a los taurinos, despacito, sin estridencias y permitiendo que el maestro acompañara con despaciosidad el viaje. Si sería noble el toro, que el espada hasta se permitió el lujo de no abusar en exceso del pico, tomándose alguna ventaja más por el derecho, pasándoselo algo más lejitos. La cosa iba así que sí y cuándo ya acabó de despertarse el personal fue con una arrucina, que eso de flamear el trapo por detrás siempre gusta. Una entera muy trasera y caída, más un golpe de verduguillo desembocaron en una orejita. Pues vale, ya, ¿qué más da, despojo más que despojo menos? El quinto, un ciervo con una arboladura tan escandalosa como destartalada, salió quedándose y revolviéndose por los dos pitones, lo que obligó a Talavante a darse la vuelta, pero en cuanto pudo se apartó y les dejó el regalo al peonaje. No puedo asegurar si los caballos ya estaban en el ruedo, cuando el de Victorino ya daba muestras de no poder. Fue suelto al caballo y aquí no funcionó eso del ¡Vale, vale! Porque en los dos puyazos le dieron como para ir pasando, a lo que el animalito respondía dejándose hacer y durmiéndose debajo del peto. Seguía revolviéndose mucho, ofreciendo pocas posibilidades de hacer nada con él, pero quizá eso de que llegara el matador, le trapaceara vagamente por la cara y tomara la espada, ya era extremar demasiado las precauciones. Que creo que realmente el toro no tenía nada, pero, ¡hombre! Al menos un trasteo por abajo para dejárselo ver al personal y para que este también pudiera apreciar la capacidad como matador de toros de Alejandro Talavante, que ni tan siquiera se agarró a ese recurso de los toreros con vergüenza, el entregarse en la suerte suprema.

Acababa su feria Paco Ureña, que quizá no haya respondido del todo cómo se esperaba a las expectativas que despertó la feria pasada. Salió el Victorino rematando y con cierta tendencia a vencerse por el pitón izquierdo y hasta poniendo en apuros al de Lorca. En el caballo con la cara a media altura y mientras le tapaban la salida, tirando derrotes por el pitón izquierdo. Se empezó midiéndole el castigo, para en el segundo puyazo darle algo más, mientras el toro simplemente se dejaba hacer. Cortaba y bastante por el pitón derecho, por el mismo pitón que Ureña inició la faena de muleta, permitiéndole que le tocara la tela y aguantando el que le apretara por ese lado. Prosiguió con medios pases, sin rematar ninguno de ellos, dejando que el toro le siguiera tocando la muleta y recolocándose constantemente. Muy acelerado, daba la sensación de no poder mandar en las embestidas, sin quedarse quieto, retirándole la pañosa de repente, pegando tirones, sin templar, ni mandar. Vuelta al pitón izquierdo, achuchón comprometido, intento de abrir más al toro, pases con el pico y acabándolos hacia arriba. Cambio de manos por detrás y nuevo empellón del Victorino, amago de cites de frente y quedando la sensación de que aquel toro tenía más de lo que se hizo y sin que se le hubiera mandado en ningún momento, lo que quizá se reflejaba en ese no rematar atrás ninguno de los muletazos. Pero con todo y con eso, quizá el mal uso del descabello fue el que evitó una posible petición de oreja, pero eso ya es una apreciación personal. Al que cerraba plaza lo recibió con medios capotazos y pasito atrás, no le puso al caballo, prácticamente lo tiró, para que le hicieran la carioca y el pica aprovechara para barrenarle con ese pico, pero no quiero, que más que picar parece que están haciendo mahonesa en el lomo del toro. Se le aplicó bastante castigo en la segunda vara, para después de dejarse dar, empezar a tirar derrotes al caballo. En banderillas hubo un auténtico descalabro, con demasiadas pasadas en falso, pasadas dejando un palo, clavando hasta de tras de la oreja, entradas por detrás y con el toro correteando desordenadamente para todas partes. Inicio de faena por abajo a una mano, pareciendo por momentos que el toro era hasta tobillero. Derechazos acelerados, sin templar, dejando que el toro tocara demasiado el engaño, intentos de citar dando mucho el pecho, para al final quedarse fuera, coladas. El toro era complicado y el mérito era mantenerse ahí y el querer hacer lo que el animal no admitía, jugándosela de verdad. Era más lo que ahí se podía perder, que ganar. Intentaba Ureña torear con el pico, pero quizá eso era aún más peligroso y como prueba una colada por el derecho. Intentos de frente, achuchones, cuando aquello ya solo tenía un camino, acabar cuanto antes. Y al terminar la corrida, el juego ofrecido por los toros y lo desplegado por los tres matadores, me puse a hacer memoria de y creo que hasta me acordaba de los Victorinos… o igual no.

4 comentarios:

hector dijo...

Talavante y su oreja diaria a la cabra, porque cuando le sale un toro, se lo piensa dos veces.

Por lo menos Ureña se puso delante, y la verdad, se han dado muchas orejas esta feria que eran menos que la vuelta al ruedo de ayer, y esa es la pena del día a día. El 3º tuvo casta y Ureña no le pudo, otros ni se la hubieran jugado. Aún así me gustó más que cualquier otra corrida nefasta de pierna escondida a toros sin sangre, toreo circular sin chispa ni transmisión, y donde la emoción brilla por su ausencia

Anónimo dijo...

Muy pesimista te veo Enrique, seguro que recordamos victorinos con más casta de la que vimos ayer, que iban mejor al caballo o que eran alimañas. Pero esto es lo que tenemos y, a día de hoy, creo que ha sido la corrida más interesante y dura de la feria.
Ha habido un poco de todo, desde el soso primero, pasando por el colaboracionista segundo, el gran tercero en todos los sentidos y una segunda parte de la corrida con mayores complicaciones que requería una entrega, mando y, por supuesto, una lidia que no encontraron. Una de las cosas que más me indignaron fue que nos quitaron el primer tercio de varas en varios toros. Algunos podrían haber entrado hasta tres o cuatro veces al caballo pero nos lo han hurtado. Sí, ya sé que habrían ido pero hubieran salido sueltos y sin empujar, pero ya que no nos dan Vega Sicilia, al menos que nos den una copita de Don Simón. Claro está que la gente tampoco lo ha protestado o pedido. ¡Así nos va!

Urdiales anda muy perdido, en los últimos años ha lidiado cerca de 25 toros en Madrid con el pobre bagaje de un solitaria oreja. Creo que debería retirarse una temporada si quiere retornar fresco y con brío. Le agradezco sobremanera el tercio de varas al cuarto de la tarde y le reprocho su dejadez por la tardanza a la hora de ponerse detrás de los banderilleros, algo que hago extensible a Talavante.

Talavante en su línea, dejando algún retazo de buen toreo en el segundo de la tarde aunque no anduvo muy confiado al principio. El toro tampoco era tonto y aprendía rápido. La faena solvente pero sin la verdad y la estética de otras ocasiones. El quinto le dejó en evidencia, recordándonos aquella “gesta” con los victorinos. Su concepto es muy interesante con los carretones pero eso no sirve ante animales que piden el carnet. Esto no es un reproche porque no imagino a las otras figuras poniéndose elegantes o pudiendo a este toro.

Ureña para mí fue el triunfador de la tarde. Una vuelta al ruedo que vale más que la mayoría de orejas de la feria. Un toro que no era fácil y ante el que quiso hacer el toreo. Lógicamente se podía mejorar en cuestión de colocación, de torear más erguido y, por supuesto, a la hora de matar pero fue una pelea no exenta de estética y, habida cuenta de lo que tenía delante, le doy mucho mérito. El tercero fue un gran toro, el tercio de varas podía haber sido muy bonito y, aún habiendo ganado la pelea a Ureña, fue un buen combate por parte de ambos. Una faena en la que disfruté. Gustará más, gustará menos pero seguro que nadie estaba comiendo pipas o charlando con el vecino durante la faena. El sexto también pudo con el murciano pero me gustó su honradez, estuvo en novillero. Francamente no imagino a ninguno del escalafón haciéndolo mejor con estos victorinos que a Paco Ureña.

Hablabas de la suerte de varas, fíjate qué pintarán los alguaciles en el callejón que, esperando la tercera entrada del cuarto toro al caballo, está por ahí moviéndose un arenero y distrayendo al toro que apartó su mirada del caballo para fijarse en el de verde. Lo del callejón de Las Ventas es de traca.

Un abrazo
J.Carlos

Enrique Martín dijo...

Héctor:
Pues así es, tal y como dices. Lo de Talavante creo que obedece a otras cosas ajenas a lo que pase en el ruedo, los que le ven un día le quieren ver triunfar y ya está. Lo de Ureña coincido, pero es que ya si el ponerse en el sitio es un gran mérito... Estamos peor de lo que pensábamos.
Un abrazo

Enrique Martín dijo...

J. Carlos:
Pues quizá esté pesimista, no te lo niego y lo recibo como un toque para hacerme pensar, porque además sé que no lo haces como esos que lo que intentan es que te eches en los brazos de la modernidad. Tú andas muy lejos de ello. Pero me cuesta aceptar la de Victorino como corrida de toros y si nos agarramos a eso de sacado de tipo, entonces la decepción es aún mayor.
Urdiales a lo mejor tendría que apartarse no de los toros, sino de todo lo que tiene alrededor, empezando por la cuadrilla. Así ya sale perdiendo uno a cero y es muy difícil ganar el partido. ¿Talavante? Pues ahí anda, a lo suyo, con ese halo de estrella, que bueno... Ureña tiene esas cosas buenas de que hablas, pero es que ya con ponerse, ya nos vale y quizá también habría que pedir que e manejaran mejor, pero algo es algo.¿El callejón? Ufff. Pues tú lo has dicho.
Un abrazo