viernes, 1 de junio de 2018

Don Simón, deje de idear y empiece a pensar


No hay mejor invento, que el toro. Y dejémonos de ocurrencias

A veces, muchas veces, uno tiene la sensación de que el señor Casas, don Simón, está decidido a poner en práctica cualquier cosa que se le pase por la cabeza o lo que es peor, lo que sueña en la siesta se lo toma en serio, lo viste de genialidad y luego pasa lo que pasa, que acabamos con la plaza de Madrid llena de banderitas. Que ni entro, ni salgo en lo de las banderas, pero que algo a lo que el señor Casas, don Simón, dio tanto bombo y que acabe reducido a un festival de luces, con muchas banderas, es un poco triste, ¿no? Que los festivales siempre resultaban entretenidos, matadores que no estaban en activo mostrando su saber a las nuevas generaciones o recordándoselo a los más veteranos, incluso con matadores de toros actuando de banderilleros, convirtiendo una tarde de toros en algo muy especial, algo que quedaba en el recuerdo. Pero claro, el planteamiento en este caso era muy diferente, una ganadería de las que piden las figuras, para seis toreros que no están en condiciones de exigir y a los que solo se le planteaban dos opciones, o estás o sigues estando.

Lo de El Pilar ha salido muy acorde a la tarde, novillotes para un festival. Algunos rematadamente feos, justitos de trapío, pero que ofrecieron embestidas nobles a los matadores; otra cosa es que hayan sabido aprovechar estos tal oportunidad. Que la verdad es que era complicado, jugártelo todo a una carta no creo que sea ni justo, ni atractivo para el aficionado, ni tan siquiera entretenido. Se apreciaba demasiadas prisas en los matadores, había que entregarlo todo en un solo toro, todo era aceleración, exceso de ansiedad y con esa espada de Damocles pendiendo sobre sus cabezas de que si algo se torcía mínimamente, la tarde se iba al garete. Eso sí, el desfile de matadores se ha hecho interminable.

Juan Bautista abría el cartel con el que se despedía de San Isidro, como todos, aunque alguno ha reducido su presencia en la feria a un único toro. Este primero se frenaba de salida en los capotes, echando las manos por delante. Tras esquivar al caballo en un primer encuentro, acabó entrando en el peto, para medio cumplir en varas, recibiendo un puyazo y un picotazo trasero. Siempre mal colocado el matador, circunstancia que se repitió en exceso en el resto de sus acompañantes. El comienzo con la muleta fue que el toro rodó por la arena al primer pase. Poquita fuerza, lo que no quiere decir que se dejara poder. Faena anodina, aparte de ponerse demasiado pesado con demasiados muletazos insustanciales.

Luis Bolívar regresaba tras una larga ausencia. Recibió a su novillote con decoro. Mucho capotazo antes de lograr acercarlo al caballo, dónde no le dejaron más que dos picotazos, si acaso. Comenzó el trasteo por abajo y en uno de los muletazos se vio arrollado el matador, viendo como le pasaban por delante los derrotes que le tiraba el del Pilar. La continuación fueron muletazos abusando en demasía del pico, obligado a recolocarse permanentemente, dejando que el animal tocara demasiadas ocasiones, no podía con él y la cosa se empezaba a complicar. Más de lo mismo, dudas, trapazos, carreras e intentando encontrar el pitón bueno con mucho cambio de mano.

Juan del Álamo, que hasta el momento había tenido una feria más bien decorosa, se las vio con uno que ya de entrada acudía como un mulo al capote, muy suelto por el ruedo, a su aire, con dos picotazos, cuándo pasaba por allí. Muletazos por abajo, para proseguir, ya en pie, estirando demasiado el brazo, con demasiadas urgencias, pasándoselo muy lejos, tirando de pico y citando desde muy fuera. Fue acumulando tanda tras tanda, de forma apresurada, vulgar, sufriendo algún que otro desarme, alejándose de las maneras reciente y volviendo a lo de antes, al Juan del Álamo más preocupado en agradar al público, que en torear.

Joaquín Galdós, el otro peruano, permitió que su toro deambulara demasiado suelto por el ruedo. Acudió dos veces al caballo, dónde hizo intento de pelear, mal picado, y aún no le había sujetado nadie. Muletazo rodilla en tierra, continuó por abajo, siempre con la zurda, con cierta vistosidad, aunque ya afloraban las prisas. Tomó la tela en la derecha y a parte del pico, su quehacer era un continuo respingo para salirse de la cara del toro. Mucho retorcimiento, el engaño muy atravesado, siempre fuera y sin parar de correr. Cambio a la mano derecha para cortar los pases de repente, prosiguiendo en ese camino de vulgaridad en el que todo se reducía a pegar pases, uno detrás de otro, sin asomo de toreo.

Luis David Adame, anunciado como Luis David, parecía decidido a que se le viera su disposición. Verónicas de recibo, después chicuelinas y el toro a su aire, que se quería marchar de los capotes. Como ya es costumbre no se le picó. Intento de ser variado de Luis David, pero sin conseguir profundizar en el toreo de verdad; apresurado, con mucho pico, sin parar quieto, con la izquierda muletazos de uno en uno, a un animal que no humillaba, pero que tampoco se le había intentado obligar. Empalmados, martinete, todo muy populachero, acortando demasiado las distancias, para concluir con bernadinas apartándose. Cómo debía estar muy satisfecho de su labor, se dio una vuelta al ruedo, yéndose tan rápido, sin hacer caso a los pitos, que ni los banderilleros estaban preparados para pasear por el ruedo.

Jesús Enrique Colombo volvía un día después de su confirmación. Dos largas de rodillas, quedándosele el toro en la segunda, de la que salió avanzando como un penitente. Capotazos a pies juntos, pero siempre echándose para atrás. Muy mal colocado en el primer tercio, siempre en el estribo derecho, contemplando como al toro le hacían la carioca, como echaba la cara arriba, saliéndose de un respingo en el primer puyazo. En el segundo le taparon la salida, picándole trasero. Colombo tomó los palos y quizá debería pensar o en no tomarlos más o en serenarse y dejar de pegarse esas carreras. Soso y vulgar con la muleta, con el engaño atravesado, enganchones, él muy fuera de cacho, culo fuera, hasta que en una de estas recibió un golpe en la cara. Ya se empezaba a hablar de la oreja del revolcón. Prosiguió la lidia con el toro moviéndose como un mulo. No se paraba el matador, muletazos de uno en uno, la pierna de salida muy retrasada, para concluir con unas manoletinas. Y cómo no quería ser menos, se dio otra vuelta al ruedo. Los matadores estarán muy enfadados con el señor presidente que no atendió la petición de oreja en los dos últimos, pero el aficionado respiró, al menos una tarde sin tener que pasar vergüenza de su plaza, la que entre unos y otros han convertido en una verbena de tercera. A ver si la providencia les escucha y el empresario atiende sus demandas y atiende este mensaje: don Simón, deje de idear y empiece a pensar.  

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