jueves, 7 de junio de 2018

To er mundo e güeno


No era tarde de toreo trágico, vamos, ni de toreo

Al fin llegó la paz, se hizo la calma en la plaza de Madrid, después de esas tardes de tanto trajín, del toro encastado y los corazones encogidos, los felices asistentes al final pudieron volver al goce de la merienda, la cabezadita con el solecito en la cara y la orejita nuestra de cada tarde. Al fin hubo pases, muchos pases, pases por aquí y por allá, saltó por los aires el trapacerómetro. Torillos entre noblotes y bobones, para evitar sobresaltos, que es lo que tienen las ganaderías de garantías, que colaboran más que un becario con idea de ganarse el puesto. Decían de otros que con esas hechuras era imposible que embistieran, pero claro, si el aspecto caballuno lo presenta uno de Alcurrucén, de la cuadro de los hermanos Lozano, la cosa cambia. Como si sale una albóndiga con cuernos, que también vale. Y a ninguno se le pudo picar, ¿cabe más gozo? Cómo se ha aplaudido a un jinete por no picar. Eso es vida. Esos hermosos mansos esperando a ver si se abría la puerta de toriles para volver de nuevo a la dehesa. Esos bobones que seguían el trapo entre hipnotizados y atontados, que daba igual que se la pusieran al bies o al revés, que ellos no iban a poner pegas. Una tarde toda de comodidades y sin apechuges a la patata. Hasta el rey, el emérito, que al otro esto de los toros no le va, pero sí a su padre y a su hermana y a su sobrina y a su sobrino; que igual puede que llegue a tener un sobrino político torero, ¿se imaginan? Por un lado Su Majestad y por otro el torero, aunque si no coinciden en lo de los toros, pueden hablar del Aleti, que eso une mucho.

Usted se habrán dado cuenta de lo idílico de la tarde, ¿verdad que sí? Pero yo les explico el por qué, es que era la Beneficencia, que no sé si le han quitado lo de corrida, lo de extraordinaria y a lo mejor, hasta lo de Beneficencia. Vaya cartel chulo, me refiero al creado por Diego Ramos, una belleza. Lo del otro, el taurino, pues… Los yintonis están un poco caros, ¿verdad que sí? Arrancaba Antonio Ferrera, ascendido en los últimos tiempos a artista de primera y lidiador de honor, aunque no sé yo si le habrán firmado los papeles de tal ascenso. Que lo de lidiador, poco, que lo mismo dejaba a sus toros que deambularan por la plaza a su aire, que le manteaba por allí hasta que saliera el caballo. Ni ponerlos en suerte, ni cuidar que no fuera de lado a lado de la plaza de un caballo a otro. Una primera faena en terrenos de toriles, con muletazos pasados de revoluciones, sin templar la embestida del Alcurrucén que con tanta bondad metía el hocico. Siempre muy fuera y viendo pasar aquel rayo que no cesaba y cuándo cesó, ya a paso más bien mortecino, dejó de lado las carreras y enganchones e hizo creer que estaba toreando relajado. Entonces dejamos el aperreamiento de lado y tomamos el toreo perfilero, acompañando el viaje, erguida la figura, recordándonos eso del torero artista que ahora dicen que es. Que aparte enganchones, eso del artisteo se debe ver en no querer tomar el verduguillo, que tampoco parece ser necesario el intentar evitar el espectáculo de ver a un toro agonizando, resistiéndose a caer, más que nada por no estar la espada en su sitio. En su segundo, dejaba que le tocaran demasiado la tela, enganchones, sin parar quieto y dando demasiados respingos. A ver si le firman ya los papeles del ascenso y ya con el certificado de artista se toma las cosas con más calma.

Miguel Ángel Perera no necesita de papeles, él ya sabe que es un fenómeno. Lo malo es que se ve obligado a compartir su arte con una panda de desagradecidos, pero habría que decirle que no hace falta, que si no aprecian su arte, que no alargue tanto las faenas. Que es ahí dónde se le puede ver, porque en el resto de la lidia es difícil. Deja que el animal ande por ahí y él, muy concentrado, lo mira de lejos; que solo le falta decirle eso de “aquí te espero comiendo un huevo” Pero luego con la pañosa, la cosa cambia. Será por muletazos. Con esa personalidad tan suya del picazo, el banderazo, el trapazo para afuera, ahora por el derecho, otro y al izquierdo, con ese brazo agarrotado, tomando el engaño cómo una bandera, con sus carreritas y todo, porque él es un maestro, un artista. Condición que reafirmó en su segundo, dejando que la fiera de Alcurrucén se la tocara mucho, demasiado. Enganchones, toreo muy perfilero, empalmando derechazos desde fuera, sin rematarlos jamás y siempre escondiendo exageradamente la pierna de salida. Muy vulgar y alargando en exceso el trasteo, como si así mortificara a los que le protestan, pero claro, si él mismo piensa que la mejor forma de fastidiar es seguir toreando, cuéntenme ustedes que concepto tiene de lo que hace.

La presencia de Ginés Marín quizá se justifique por los éxitos de la pasada feria en esta plaza de Madrid, lo que da un soplo de esperanza al aficionado, pues lo mismo hay suerte y el año que viene para esta misma tarde contratan a Octavio Chacón y Javier Cortés, ¿no? ¿Lo verán nuestros ojos de pecadores? Que parecía la tal corrida de Beneficencia organizada para celebrar el día de Extremadura en Madrid, que no es cosa menor. Marín hasta intentó el toreo de capote, eso sí, sin dar un capotazo sin enmendar la posición, que más parece vicio que signo de torero medroso, pero que no se queda quieto, a pesar de que a veces juega con buenas maneras los brazos. Con la muleta hasta ofreció variedad, lo cual está muy bien y es de agradecer, pero la variedad no puede eximir de la obligación de torear. Y cuándo viene lo de los derechazos y naturales, entramos en los terrenos habituales del resto de la torería, toreo ventajista, siempre citando desde muy fuera, sin rematar los pases, siempre acabándolos delante de la cadera, con mucho pico, cambios de mano poniéndose muy perfilero, sin aprovechar las buenas embestidas del cebón que hizo tercero y cuándo se le quedó parado y entrando como un mulo, arreándole una de bernadinas, más uno del desprecio al aire, pues el toro ni llegó a pasar. Eso sí, a pesar del pinchazo, sin petición suficiente, el señor presidente le regaló un despojo. A su segundo, el que cerraba tan magno festejo, ya se le veían pocas posibilidades. No llevaba medio capotazo y ya salía de los lances como un burro, ¡caramba con las ganaderías de garantías! Que a las otras, ni verlas. El Alcurrucén, un paradigma de la mansedumbre, con una lidia para olvidar. Y allí que se fue Marín a abrir la puerta de Madrid y tanto ímpetu llevaba, que parecía querer dar tres muletazos en uno. ¡Qué prisas! Cuánta aceleración, que más parecían descargas eléctricas, que toreo templado y con mando. Bueno, esto no lo parecía ni cerrando los ojos, así como achinándolos. Que daba lo mismo por el derecho, que por el izquierdo, que le ponen una dinamo en el brazo y él solito ilumina la Gran Vía para una semana. Cuánta vulgaridad, pico, pico y más pico y para continuar, aún más pico, muy ventajista, muy fuera, para acabar con lo mismo, pero muy despatarrado y después citando de frente. Que era tarde de fiesta, pero hubo quién no se enteró y se entretuvo en protestar esos mansos acemilados de Alcurrucén, ese ventajismo y esa vulgaridad de ferrera, Perera y Ginés Marín, desentonando en una tarde para la felicidad, una tarde en la que la consigna era dejar muy clarito que “to er mundo e güeno”.

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